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El Rey del Arroyo

Javier de Viana


Cuento


Triunfa primavera. Los árboles, cual las muchachas hacendosas, se han confeccionado ellos mismos primorosos vestidos de seda verde recamada de flores policromas. Cada arrayán es un pebetero, cada sarandí un incensario. Los pajaritos, ebrios de luz y de perfume y de amor, trinan sin cesar, brincando de rama en rama. Al borde del arroyo, sobre pequeña barranca que semeja el estrado de un trono, triunfa, envuelto en el regio manto escarlata, un majestuoso ceibo. Bello como el “prince charmant” de las leyendas, es el orgullo del bosque y el rey del arroyo... No existe en los más fastuosos parques de la ciudad, árbol que le iguale en hermosura. Pero no se le admite en los parques y jardines de la ciudad, porque es un rey bárbaro, de estirpe gaucha, como el ombú, el ñangapiré y la pasiflora. La exuberancia de sus flores, purpúreas como la sangre pura que nutrió los organismos sanos y fuertes de la raza nativa, ofende la clorótica languidez de las realezas importadas.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Seca

Javier de Viana


Cuento


Las atroces torturas de la sed convulsionaban al campo que, desaparecido el verde pelaje, mostraba la ignominia de su epidermis parda y por todas partes agrietada. Las vacas esqueléticas, cuyos ilíacos amenazaban agujerear el cuero, tenían pintada en sus grandes ojos buenos, la angustia del aniquilamiento. Los terneros, escuálidos, bamboleantes, imploraban con balidos lamentables, el sustento que no podían darle las ubres exhaustas. De trecho en trecho veíanse manchas negras formadas por grandes bandas de cuervos que se cebaban glotonamente en las osamentas de las reses muertas. El persistente viento Norte, abrumador y deletéreo, acrecentaba el tormento de la sequía... A intervalos nublábase el sol, encendiendo la esperanza de una lluvia reparadora; pero minutos después desaparecían los nubarrones, restaurando la inclemencia solar... Ya la desolación iba llegando al máximo, cuando en un atardecer de fuego, fue lentamente toldándose el cielo hasta producir una obscuridad de eclipse. También, con desesperante lentitud, fué cambiando el viento, y tanto los humanos como las bestias, enmudecieron para no “ahuyentar la tormenta”... Transcurrió más de una hora de indescriptible ansiedad... De súbito, una enorme daga de fuego rasgó de arriba abajo la negra capucha... Restalló furibundo un trueno; gruesas y espaciadas gotas cayeron sobre la tierra, cuya avidez dejó escapar un vaho capitoso. y segundos más tarde, una lluvia torrencial bañó la tierra, devolviendo la alegría y la esperanza a los campos, a las plantas, a las bestias y a los hombres.


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Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

La Biblia Gaucha

Javier de Viana


Cuentos, colección


El primer rancho

Hubo una vez un casal humano nacido en una tierra virgen. Como eran sanos, fuertes y animosos y se ahogaban en el ambiente de la aldea donde torpes capitanejos, astutos leguleyos, burócratas sebones disputaban preeminencias y mendrugos, largáronse y sumergiéronse en lo ignoto de la medrosa soledad pampeana. En un lugar que juzgaron propicio, acamparon. Era en la margen de de un arroyuelo, que ofrecía abrigo, agua y leña. Un guanaco, apresado con las boleadoras, aseguró por varios días el sustento. El hombre fué al monte, y sin más herramienta que su machete, tronchó, desgajó y labró varios árboles. Mientras éstos se oreaban a la intemperie, dióse a cortar paja brava en el estero inmediato. Luego, con el mismo machete, trazó cuatro líneas en la tierra, dibujando un cuadrilátero, en cada uno de cuyos ángulos cavó un hoyo profundo, y en cada uno clavó cuatro horcones. Otros dos hoyos sirvieron para plantar los sostenes de la cumbrera. Con los sauces que suministraron las "tijeras” y las ramas de "envira” que suplieron los clavos, quedó armado el rancho. Con ramas y barro, alzó el hombre animoso las paredes de adobe; y luego después hizo la techumbre con la “quincha” de paja, y quedó lista la morada, construcción mixta basada en la enseñanza de dos grandes arquitectos agrestes: el hornero y el boyero.

Y así nació el primer rancho, nido del gaucho.

Vida

En la sociedad campesina, allí donde los derechos y los deberes están rígidamente codificados por las leyes consuetudinarias, para aquellas conciencias que viven, en íntimo y eterno contacto con la naturaleza; para aquellas almas que encuentran perfectamente lógicos, vulgares y comunes los fenómenos constantes de la vida, y que no tienen la insensatez de rebelarse contra ellos, consideran como un placer, pero sin entusiasmos, la llegada de un nuevo vastago.


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50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 163 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Odio

Joaquín Dicenta


Cuento


I

Su nombre andaba de boca en boca, como la carne del jabalí en los dientes de la trabilla, destrozado, mordido, hecho tiras, chorreando sangre. Su primer triunfo fue la señal para emprender aquella batida cobarde, con la que se trataba de cortar el paso a una reputación naciente. Chasco se llevan los que calentando su espíritu y mortificando su cerebro con la esperanza del primer aplauso, imaginan que, una vez logrado éste, termina el vía-crucis y pueden seguir su camino por sendas fáciles, por carriles seguros, que hacen el viaje cómodo y la llegada pronta. Más se estrecha el sendero cuanto más se adelanta; más áspero es el piso, más enmarañados y espinosos los zarzales que a uno y otro lado del sendero se elevan y hacia él se extienden y en su centro se unen; muralla movediza y punzante que hay que salvar a pecho descubierto, sin volver la cabeza, disimulando el dolor, gritando hacia adentro, llorando hacia adentro también, con el pie firme, la frente alta y los ojos en el porvenir...

¡Qué remedio!... Algo ha de costar romper el dique de las vulgaridades consagradas, rebasar el nivel de las medianías, salirse de la recua... Mujer hermosa y hombre superior que no cuentan con la calumnia y con la envidia, no echan sus cuentas bien. Ocurre con esto lo que con el sarampión: hay que pasarlo.


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5 págs. / 9 minutos / 45 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Amanecer en Madrid

Joaquín Dicenta


Cuento


Pocos habitantes de la corte han examinado lo que significa en ella el amanecer. Los individuos que circulan a tales horas por las calles de la gran población no poseen tiempo hábil ni inteligencia clara para realizarlo. Embrutecidos unos por el alcohol, que sube desde su estómago hasta su cerebro, para fermentar en vapores que sacuden los nervios con el ansia de todas las impurezas y de todos los vicios; enervada, casi desaparecida la inteligencia de los otros, que acuden al trabajo con la pasividad inconsciente de la bestia de carga, apenas si allá, en algún sitio, entre las vidrieras de un balcón entreabierto, se descubre la silueta de un pensador que, asomando su cabeza pálida y febril por el hueco que dejan libres los cristales, fija sus ojos en el lucero de la mañana, que se desvanece en el horizonte, mientras en el fondo de la habitación, sobre la mesa de despacho, chisporrotea al extinguirse la luz de la lámpara que ha presidido los esfuerzos titánicos hechos en obsequio de la ciencia, del arte, de la humanidad, por aquel hombre tembloroso y rendido.

Y, sin embargo, el amanecer en Madrid es uno de los espectáculos más grandes que pueden ofrecerse a las meditaciones del hombre. No hay en él, como en las auroras campestres, gorgeos de pájaros, murmurios de arroyos, estremecimientos de hojas, perfumes desprendidos de las plantas, cuchicheos amorosos del aire y gotas de rocío que palpitan y se estremecen como lágrimas de ventura y de amor sobre la aterciopelada superficie de las flores; no existe el idilio alegre de la Naturaleza que despierta risueña y alborozada a los primeros besos del sol, pero existen las palpitaciones siniestras de una humanidad luchadora que se dibuja entre las tintas grises de crepúsculo.


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3 págs. / 5 minutos / 46 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Carolina 114

Francisco J. Jariego


memoria, crisis, literatura, democracia, España


 

 

 

CAROLINA 114

Experimento con un volcado de memoria

 

 

FRANCISCO J. JARIEGO

 

 

 

 

Diseño de portada: Francisco J. Jariego

© 2016, Francisco J. Jariego


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A Alicia, esa parte de mí que ya no sé dónde está.


 

Índice

 

Introducción al experimento Carolina 114. 1

Genocidio. 7

Por qué adoré a Kurt 8

Contra Carolina Rojo. 11

Mi infancia son recuerdos de la calle Atocha. 13

El materialismo dialéctico de los otros. 21

Agujeros de gusano. 25

Primeros amores. 29

Fantasmas. 31

Realidades o deseos. 34

Disfraces. 37

Anotaciones sobre los humos de la mayoría. 40

JK 5022, Judas y el "yield management". 45

Huesos de Guerra. 49

Caroliana (I) 51

Bono Bus. 54

La verdad exhumada. 58

Despertar 63

África, ¿truco o trato?. 65

Volando Voy. 68

El fracaso (epifanía) 73

Colores. 78

Walking around. 82

Caroliana (II) 84

Incomunicando. 88

EPÍLOGO.. 92

Sobre el autor y la obra. 94

 


Introducción al experimento Carolina 114

 


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58 págs. / 1 hora, 41 minutos / 71 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2022 por Francisco J. Jariego Fente.

Delorme

Joaquín Dicenta


Cuento


Alto de estatura, delgado de cuerpo, rubia y como erizándose contra los peines y el cepillo la barba, emborrascado el pelo, soñadores los ojos, malo el color y peores las trazas de su indumentaria habitual, veía yo hace algunos años por calles, cafés y redacciones de periódicos, a un joven de quien primero supe que se llamaba Rafael Delorme, y luego de estrechar su mano y oirle hablar y discutir, averigüé que era un pensador notable, un propagandista tenaz, un revolucionario vehemente y un hombre honrado.

Honrado, sí; no con esa honradez que consiste en alistarse resiguadamente a la recua humana, y hacerse expedir un certificado de buena conducta por los vecinos del barrio, con el visto bueno de la portera de la casa; no con esa honradez apaisada que estriba en levantarse temprano, desayunarse con chocolate, ser novio para casa de los padres, y ayuntarse a una hembra con su miajita de bendición sacerdotal, y su poco de idilio a posteriori traqueteado en los almohadones de un vagón de primera, y de rato en rato interrumpido por el entrar y salir de viajeros, conductores y mozos de tren; en buscar unos garbancitos seguros, cuesten las humillaciones que cuesten, para sostener las sagradas necesidades de la familia, y en faltar a la señora de cinco a siete de la tarde con todo linaje de reservas y preservativos higiénicos para no adquirir fama de trasnochador y de adúltero, o echarse encima algún compromiso de aquellos en que la ley anda a puñetazo limpio con la naturaleza. Declaro que si esta es la honradez, Delorme no podía formar en sus filas.


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3 págs. / 5 minutos / 32 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Un Autor al Uso

Joaquín Dicenta


Cuento


Aún me parece, estarle viendo cuando se presentó en mi casa con el manuscrito entre los dedos de la mano izquierda y el sombrero entre las uñas de la mano derecha.

—Caballero —me dijo aquel joven, delgado, muy mal vestido, lo cual no es un crimen, y con el traje lleno de grasa y de otras materias alimenticias, prueba insigne de suciedad que no admite disculpa;— caballero, yo soy hijo de familia, como usted puede ver. Mi mamá es lavandera.

—¡Pues nadie lo diría! —pensé yo, mirando la camisa del joven, que parecía, por lo negra y por lo reluciente, una muestra de carbón de cok.

—Bueno; ¿y qué desea usted? —le pregunté luego de ofrecerle una silla.

—Pues quiero leer a usted una pieza que he escrito; porque desde que me quitaron la plaza de escribiente que tenía en el ministerio de Fomento, me he metido a escritor.

—Eso es muy natural —repuse yo;—habiendo sido escribiente de Fomento, nada más lógico que dedicarse a escritor público, en épocas de cesantía.

—¿Y en qué sección del ramo ha servido usted? —añadí.— ¿En Instrucción pública?

—No, señor; en Caminos. He ocupado allí un puesto durante cuatro años y tres meses.

—¿Y ahora? —le interrumpí.

—Ahora, viendo que el oficio de autor es muy socorrido, y después de enterarme de cómo se hacen estas cosas, he cogido una obra francesa que se dejó olvidada en su mesa de noche un señor, cuando mamá tenía casa de huéspedes, y la he traducido al castellano.

—¿A su mamá de usted?

—No, señor; a la obra. Sólo que, siguiendo la costumbre establecida, en vez de poner traducción, he puesto original. ¿Qué opina usted de eso?

—Que ha hecho usted perfectamente. Además, su conducta es lógica: un hombre que ha andado cuatro años en caminos, no puede proceder de otro modo.


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Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

Críticos Espontáneos

Joaquín Dicenta


Cuento


Es cosa que produce asombro el adelanto conseguido por y para la crítica en los tiempos que corren. Antiguamente (me refiero a diez o doce años atrás) ejercían de críticos hombres de gran autoridad literaria, de vasta erudición, de talento sólido, de juicio sereno, de extraordinarias y respetables aptitudes; y estos hombres cuando trataban de juzgar alguna obra dramática hacíanlo al cabo de una semana, después de oirla, de verla, de leerla y de estudiarla, pues de todo eso necesitaban aquellas pobres gentes, tan inocentonas y premiosas, que si escribían algo a la mañana siguiente de un estreno, calificábanlo con el modesto y ruin titulejo de Impresiones teatrales.

¡Infelices señores aquellos que se pasaban la vida revolviendo clásicos y revolucionarios de todas las literaturas para tener un criterio fijo, cimentado en bases duraderas y firmes, y analizaban concienzudamente las obras sujetas a su examen, por gozar fama de escrupulosos y de justos! ¡Qué desengaño tan grande el suyo, cuando hayan visto probado, con el irrefutable testimonio de los hechos, que los críticos no se forman en fuerza de estudios y de meditaciones hondas, si no que brotan espontáneamente, a semejanza de los saludadores; y así como éstos llevan la salud en la lengua por obra y gracia del Espíritu Santo, llevan ellos en el mismo sitio, y por las mismas divinas mercedes, el don maravilloso de la crítica.


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Publicado el 19 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

El Muerto del Esquinero

Javier de Viana


Cuento


¿Sabe el lector lo que es un “esquinero”?

¿No?... Llámase así el poste grueso, fuerte, plantado en el vértice que forma el ángulo de dos líneas de alambrado. Por más recio que fuese y por más hondo que esté enterrado, este “principal” esquinero no podría nunca resistir a las dos fuerzas divergentes que necesariamente lo harían caer en el sentido de la resultante diagonal.

A objeto de contrarrestar esas dos acciones combinadas, se cava —a un par de metros del alambrado, en su parte externa— una fosa de un metro de profundidad, donde se sepulta otro poste, grueso, duro, imputrescible, al cual se amarra una brida, resistente torzal de alambre que parte de la punta del “esquinero”.

Este poste acostado bajo tierra, se llama —en el gráfico decir campesino— “un muerto”.

Se le echa tierra encima; se apisona; más tarde la gramilla crece encima y el foso queda como una tumba olvidada...

Cierta vez, viajando por el despoblado, el que esto escribe, llegó al caer de la noche, a un rancho pobre, donde tres gauchos viejos velaban el cadáver de un viejo gaucho. Indagó quién era el muerto y respondieron:

“Un hombre que vivió haciendo el bien y a quien, al morir, nadie lo recuerda. Hay hombres que son como los “muertos” de “esquineros” de alambrao, que soportan todo el peso, hacen la gloria de los otros y nadie los considera, porque están bajo tierra y nadie los ve y nadie los oye... ”


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Publicado el 13 de octubre de 2022 por Edu Robsy.

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