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La Tentación de Sor María

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Siguiendo costumbre tradicional del convento, las monjitas de la Santísima Sangre preparan, adornan y ofrecen a la adoración de los fieles, en el altar mayor, a la hora en que se celebra la misa del Gallo, el Misterio del pesebre y gruta de Belén, donde puede admirarse la efigie del Niño Dios, obra maravillosa de un escultor anónimo.

Más que inerte imagen de madera, criatura viva parece el Niño de las monjas. La encantadora desnudez de su torso presenta el modelado blanco y sólido de la carne. Mollas regordetas en cuello, piernas y brazos; hoyuelos de rosa en carrillos, codos y rodillas, picardía angelical en la expresión de los ojos y en la cándida risa, naturalidad sorprendente en la actitud, que se diría de tender las manos al pecho maternal..., así es el Niño, y por eso las monjitas, cada vez que le visten y enfajan, cada vez que le reclinan en la paja y el heno aromático de la humilde cuna, exclaman, enternecidas y embelesadas:

—¡Ay mi divino Señor! ¡Pero si es un pequeñito de veras!


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3 págs. / 6 minutos / 57 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Tía Sauvage

Guy de Maupassant


Cuento


I

Quince años habían pasado desde mi última visita a Virelogne. Esta vez fui durante el otoño, para cazar, y me hospedé en el palacio de mi amigo Serval, que los prusianos echaron abajo y que él acababa de reconstruir.

Me gustaba extraordinariamente aquel lugar. Existen en el mundo rincones encantadores que proporcionan una delicia sensual a nuestros ojos. Los queremos con amor carnal. Cuantos sentimos la seducción del campo conservamos un recuerdo emocionado de tal o cual fuente, de este o el otro bosque, de algunas lagunas, de colinas determinadas, que hemos tenido ocasión de ver muchas veces y que siempre nos han enternecido, como un acontecimiento feliz. En ocasiones vuela nuestro pensamiento hacia un trozo de bosque, un ribazo o un vergel salpicado de flores, que hemos visto una sola vez en un día gozoso y que se grabaron en nuestro corazón como ciertas figuras de mujeres ataviadas de vestidos claros y trasparentes, con las que nos cruzamos en la calle una mañana de primavera y que nos dejan en el alma y en la carne un anhelo insatisfecho e inolvidable, la sensación de que la dicha se ha rozado con nosotros.

Me gustaba todo el campo de Virelogne, sembrado de bosquecillos y surcado por arroyuelos que parecen venas que corren por el suelo llevando la sangre a la tierra. ¡Qué cangrejos, truchas y anguilas se pescaban en ellos! Era una suprema felicidad. Había sitios con profundidad para poder bañarme, y en las orillas de las minúsculas corrientes crecían altas hierbas de las que solían levantarse algunas becadas.

Iba yo caminando con la soltura de una cabra, observando a mis dos perros que avanzaban en descubierta delante de mí. Serval iba por mi derecha, a cien metros de distancia, ojeando un alfalfar. Al dar vuelta a los arbustos que sirven de límite al bosque de Saudres, distinguí una casucha campesina en ruinas.


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8 págs. / 14 minutos / 53 visitas.

Publicado el 14 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Tiranía del Bridge

Carlos-Octavio Bunge


Cuento


Siempre que tuve noticia de un suicidio, lamenté que su autor no nos expusiera en público testamento, para ejemplo de sus semejantes, las causas de su funesta determinación de quitarse la vida... ¡Y he aquí que yo mismo me siento próximo a eliminarme del mundo! ¿Por qué no indicar entonces, a los muchos hombres que dejo detrás de mí, el escollo contra el cual chocara mi barca y puede chocar la de ellos? ¡Oidme pues, oh mis amigos, mis conciudadanos, mis prójimos, y creedme cuanto me oigáis, y meditadlo! Creedlo, porque con un pie en la tumba, no podré deciros más que la verdad; meditadlo, porque tengo, ¡ay! la amarga experiencia de quien viera fracasar todas sus ilusiones y esperanzas.

El caso es que la Muerte se me ha presentado con un disfraz amable. Me avergüenzo de confesarlo; pero el caso es que la Muerte vino a buscarme y me tentó en la forma... ¿cómo decirlo?... de un juego de naipes, ¡el bridge! Supondréis que fui un jugador desgraciado, que perdí mi fortuna, mi crédito, lo que tenía y lo que no tenía, y que me resuelvo a suicidarme por no sobrevivir a la deshonra de mi bancarrota... ¡Nada de eso! Mi historia carecería entonces de toda originalidad y pudiera contarse en dos palabras... El bridge no es un juego peligroso, como el pocker y el baccarat, y, además, desde ya os adelanto que he sido más bien un jugador afortunado... ¡Y aun os declaro que no soy jugador por temperamento, y, si mucho me apuráis, que hasta detesto el juego! No es el amor y la práctica del bridge la causa de mi desgracia, ¡antes bien mi antigua ignorancia y mi odio actual!


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11 págs. / 19 minutos / 54 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Torre Inclinada de Pisa

Narciso Segundo Mallea


Cuento


La familia de V. estaba de duelo. Había muerto su jefe. Las empresas de pompas fúnebres habían acudido en tropel a ofrecer sus servicios y en un santiamén se transformó en cámara mortuoria la mundana sala o recibimiento de la casa. Los muros fueron cubiertos con grandes paños de terciopelo negro y echáronse telas funebres a porfía sobre cuanto trasto no fué posible sacar de la amplia sala. En el centro estaba el costoso ataúd rodeado de altos candelabros de bronce. Por la mirilla de la tapa se veía la cara del "Tacaño" —que así apodaban las gentes al muerto— blanca, no cárdena, marfilinamente blanca.

Mariquita P. sabía por propia experiencia que a la ocasión la pintan calva, y tan luego supo la muerte de su vecino, se dijo: esta no se me escapa...

Pisaba ya los 40 y, aunque no hermosa, era atrayente: alta, delgada, con grandes ojos almendrados y unos dientes que ella sabía eran hermosos. No era ya caso de esperar; sus amigas de la infancia eran algunas abuelas. Mucho espulgó; perdió ocasiones que más tarde diéronla pena. No había más remedio que aguantar la pócima que antes no quiso apurar: el tendero Ramírez.

Ella sabía que el tendero la quería y que de ella dependía su unión con él; que sólo debía ir denodadamente contra la timidez de aquel hombre sencillo... No era, por otra parte, Ramírez un partido despreciable. Rico, con treinta años de residencia honesta en el paísqué mejor contrapeso para su tilde de viejo y feo? Los dos eran amigos de la familia del muerto y debían encontrarse en el velorio.

Cuando Mariquita entró en la capilla ardiente vió a Ramírez en un rincón todo compungido, y le dirigió una mirada llena de coquetería que turbó al ingenuo comerciante.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 28 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Tortilla Bizantina

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sophie Chattel-Monkheim era socialista por convicción y Chattel-Monkheim por matrimonio. El miembro de esa acomodada familia con el que se había casado era rico incluso en la medida en que sus parientes contaban la riqueza. Sophie tenía opiniones muy avanzadas y decididas con respecto a la distribución del dinero: era una circunstancia agradable y afortunada el que también tuviera el dinero. Cuando condenaba elocuentemente los males del capitalismo en reuniones de salón y en conferencias fabianas, era consciente del cómodo sentimiento de que el sistema, pese a todas sus desigualdades e iniquidades, probablemente la sobreviviría. Uno de los consuelos de los reformistas de mediana edad es que el bien que inculcan, si llega a producirse, se hará realidad después de su muerte.


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5 págs. / 8 minutos / 64 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Tragedia en una Redoma

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento simiesco)


Bajo la luz roja del quinqué, hablaba yo con "Aquel" que vive dentro de mí, de esta manera:

–Necesito un cuento –le dije.

–Mi querido Valdelomar, –repuso "Aquel"– voy a relatarle el que he visto...

Tu hermano te trajo, desde la fecunda lejanía del Madre de Dios, junto con la tortuga "Cleopatra" de que te hablara el otro día, unas flechas de chonta, vistosos collares de huesecillos, ricos atavíos de las Tahís montañeses y además, un mono...

Yo no he tratado muy de cerca a los monos, de quienes solo tengo referencias por Rudyard Kipling, quien los agrupa bajo el mote despectivo y genérico de los "vanderloog". Si bien es cierto que creía todo lo que de ellos apunta el poeta inglés, jamás mi alma fue enturbiada por la más leve aversión a tan ágiles pre-hombres, ya que los monos no son en el fondo sino trogloditas retardados. El mono de hoy será el sabio de mañana, así como el catedrático de hoy no es sino el mono de ayer...

–Ja! Ja! Ja! –le interrumpí...

–Además –siguió diciendo "Aquel"– este mono pequeño y juguetón, parecía conducirse tan bien! Sus mayores audacias eran subírseme al hombro por el codo, coger con delicado gesto furtivo una aceituna a la hora del refectorio, trepar a los muebles, cazar moscas y mirarse en el espejo. Cosas inofensivas y muy humanas, como ves.


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4 págs. / 7 minutos / 165 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Traición del Colmenares

Arturo Reyes


Cuento


I

Como la noche era fría y lluviosa y mucho el viento que penetraba por las rendijas del enorme portalón de la posada, todos los que en esta convertían en alcoba el amplísimo zaguán y en jergones y cabezales los aparejos de sus respectivas cabalgaduras, habíanse congregados, huyéndole al relente, junto á la gran chimenea de campana.

Reliados en las mantas, abrigadas las cabezas por el típico pañuelo de yerba atado sobre la nuca, y con el cigarro entre los labios dormitaban algunos de aquellos tumbados alrededor de la alegre fogata.

El tío Pretales habíase acomodado también cerca del fuego, cuyo rojizo resplandor iluminaba fantásticamente su figura ya casi senil, que, aunque flaca y rígida, aun recordaba remotas gentilezas y ya pasadas bizarrías; su rostro enjuto y de mejillas escuálidas, su nariz ligeramente acaballada, sus ojos, si ya hundidos, grandotes y de dulce mirar; sus labios gruesos y aún sostenidos por una dentadura burladora del tiempo, y su cabello si ya blanco como la nieve, aun tan abundante que salíasele por bajo del pañuelo en anillados y revueltísimos mechones.

El traje que vestía era fiel testimonio de los gustos de los jacarandosos de antaño, y aun llevaba con garbo relativo el típico marsellés con sobrepuestos obscuros, el calzón rematado en la rodilla por relucientes caireles; ya en mal uso la polaina un tiempo embellecida por vistosísimas labores; zapatos de baqueta, y amplísima faja color de sangre que hacía resaltar el blancor de la pechera, en que ya confundíase el antiguo bordado con el reciente zurcido.


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9 págs. / 16 minutos / 41 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Trampa

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


¿Convenía o no la carretera? Por de pronto era una novedad, y ya tenía ese, inconveniente. Manín de Chinta, además, sentía abandonar la antigua calleja, el camín rial, un camino real que nunca había llegado a cuarto siquiera; porque, pese a todas las sextaferias que habían abrumado de trabajo a los de la parroquia, en ochavo se había quedado siempre aquella vía estrecha, ardua, monte arriba, con abismos por baches, y con peñascos, charcos y pantanos por el medio. En invierno, el ganado hundía las patas en el lodo hasta los corvejones; en verano, aquella masa, petrificada en altibajos ondeados, como olas de un mar de barro, mostraba todavía los huecos profundos de las huellas de vacas y carneros, que adornaban como arabescos el oleaje inmóvil. No importaba; por aquel camino habían llevado el carro el padre de Manín, el abuelo de Manín, todos los ascendientes de que había memoria.

Manín de Chinta tardaba tres horas en llegar con las vacas a la villa; mucho era para tan poco trecho; pero tres horas habían tardado, su abuelo. Además, la carretera le dividía por el medio el suquero, fragrante y fresco pedazo de verdura, regalo del corral. Manín resistió cuanto pudo, dificultó la expropiación hasta donde alcanzaron sus influencias… pero el torrente invencible y arrollador de la civilización y el progreso, como dijo el diputado del distrito, en una comida que le dictaron los mandones, en casa del cura nada menos, el torrente, es decir, la carretera, pudo más que Manuel; y por medio del suquero pasó el enemigo, llenando de polvo, que todo lo marchitaba, la hierba y los árboles, que a derecha e izquierda siguieron siendo propiedad de Manín.


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10 págs. / 17 minutos / 68 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Transición de Juan Romero

H. P. Lovecraft


Cuento


No tengo ningún deseo de hablar de los sucesos que ocurrieron en la mina Norton el 18 y el 19 de octubre de 1891. Un sentido del deber para con la ciencia es lo único que me impulsa a rememorar, en los últimos años de mi vida, escenas y hechos cargados de un terror doblemente agudo por la imposibilidad de definirlo. Sin embargo, antes de morir, creo que debo contar lo que sé sobre la, digamos, transición de Juan Romero.

No hace falta que diga a la posteridad ni mi nombre ni cuál es mi origen; en realidad, creo que es mejor que no aparezcan, porque cuando un hombre emigra de repente a los Estados o a las Colonias, deja tras él su pasado. Además, lo que yo fui una vez no tiene nada que ver en absoluto con lo que voy a contar; excepto, quizá, el hecho de que durante mi servicio en la India me sentía más a gusto con los maestros nativos de blanca barba que entre mis compañeros oficiales. Había ahondado no poco en la extraña sabiduría de Oriente, cuando se abatieron sobre mí las calamidades que me impulsaron a emprender una nueva vida en el inmenso Oeste de América..., vida en la que consideré oportuno adoptar otro nombre: el que llevo actualmente, que es muy corriente y carece de significado.


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8 págs. / 15 minutos / 182 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Última Clase

Alphonse Daudet


Cuento


Aquella mañana me había retrasado más de la cuenta en ir a la escuela, y me temía una buena reprimenda, porque, además, el señor Hamel nos había anunciado que preguntaría los participios, y yo no sabía ni una jota. No me faltaron ganas de hacer novillos y largarme a través de los campos.

¡Hacía un tiempo tan hermoso, tan claro! Se oía a los mirlos silbar en la linde del bosque, y en el prado Rippert, tras el aserradero, a los prusianos que hacían el ejercicio. Todo esto me atraía mucho más que la regla del participio; pero supe resistir la tentación y corrí apresuradamente hacia la escuela.

Al pasar por delante de la Alcaldía vi una porción de gente parada frente al tablón de anuncios. Por él nos venían desde hacía dos años todas las malas noticias, las batallas perdidas, las requisiciones, las órdenes de la Kommandature, y, sin pararme, me preguntaba para mis adentros: “¿Qué es lo que todavía puede ocurrir?”

Entonces, al verme atravesar la plaza a la carrera, el herrero Watcher, que estaba con su aprendiz leyendo el bando, me gritó:

—No te molestes tanto, muchacho; todavía llegas a la escuela bastante a tiempo.

Me pareció que me hablaba con sorna, y entré sin aliento en el patio de la escuela.

De ordinario, al comenzar la clase, se levantaba un gran alboroto, que se oía hasta en la calle: los pupitres, que abríamos y cerrábamos; las lecciones, que repetíamos a voces todos a un tiempo, tapándonos los oídos para aprenderlas mejor, y la ancha palmeta del maestro, que golpeaba la mesa:

—¡Silencio! ¡Un poco de silencio!


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5 págs. / 9 minutos / 92 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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