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El Destripaterrones

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Era una aldea cuyos habitantes eran todos labradores ricos, y sólo había uno que era pobre; por eso le llamaban el destripaterrones. No tenía ni una vaca siquiera y, mucho menos, dinero para comprarla; y tanto él como su mujer se morían de ganas de tener una.

Dijo un día el marido:

— Oye, se me ha ocurrido una buena idea. Pediré a nuestro compadre, el carpintero, que nos haga una ternera de madera y la pinte de color pardo, de modo que sea igual que las otras. Así crecerá, y con el tiempo nos dará una vaca.

A la mujer le gusto la idea, y el compadre carpintero cortó y cepilló cuidadosamente la ternera, la pintó primorosamente e incluso la hizo de modo que agachase la cabeza, como si estuviera paciendo.

Cuando, a la mañana siguiente, fueron sacadas las vacas, el destripaterrones llamó al pastor y le dijo:

— Mira, tengo una ternerita, pero es tan joven todavía que hay que llevarla a cuestas.

— Bueno —respondió el pastor, y, acomodándolo a los hombros, la llevó al prado y la dejó en la hierba. La ternera estaba inmóvil, como paciendo, y el pastor pensaba: “No tardará en correr sola, a juzgar por lo que come”. Al anochecer, a la hora de entrar el ganado, dijo el pastor a la ternera:

— Si puedes sostenerte sobre tus patas y hartarte como has hecho, también puedes ir andando como las demás. No esperes que cargue contigo.

El destripaterrones, de pie en la puerta de su casa, esperaba el regreso de su ternerita, y al ver pasar al boyero conduciendo el ganado y que faltaba su animalito, le preguntó por él. Respondió el pastor:

— Allí se ha quedado comiendo; no quiso seguir con las demás.

— ¡Toma! —exclamó el labrador—, yo quiero mi ternera.

Volvieron entonces los dos al prado, pero la ternera no estaba; alguien la había robado.

— Se habrá extraviado —dijo el pastor. Pero el destripaterrones le replicó:


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6 págs. / 10 minutos / 176 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Día del Santo

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Dice el proverbio que las aventuras son para los aventureros. Muy a menudo, sin embargo, les acaecen a los que no lo son, a los retraídos, a los tímidos por constitución. La naturaleza había dotado a John James Abbleway con ese tipo de disposición que evita instintivamente las intrigas carlistas, las cruzadas en los barrios bajos, el rastreo de los animales salvajes heridos y la propuesta de enmiendas hostiles en las reuniones políticas. Si se hubieran interpuesto en su camino un perro furioso o un mullah loco, les habría cedido el paso sin vacilar. En el colegio había adquirido de mala gana un conocimiento total de la lengua alemana por deferencia a los deseos, claramente expresados, de un maestro en lenguas extranjeras, que aunque enseñaba materias modernas, empleaba métodos anticuados al dar sus lecciones. Se vio forzado así a familiarizarse con una importante lengua comercial que posteriormente condujo a Abbleway a tierras extranjeras, en las que resultaba menos sencillo protegerse de las aventuras que en la atmósfera de orden de una ciudad rural inglesa. A la empresa para la que trabajaba le pareció conveniente enviarle un día en una prosaica misión de negocios hasta la lejana ciudad de Viena; y una vez que llegó allí, allí le mantuvo, atareado en prosaicos asuntos comerciales, pero con la posibilidad del romance y la aventura, o también del infortunio, al alcance de la mano. Sin embargo, tras dos años y medio de exilio, John James Abbleway sólo se había embarcado en una empresa azarosa, pero de una naturaleza tal que seguramente le habría abordado antes o después aunque hubiera llevado una vida tranquila y resguardada en Dorking o Huntingdon.


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Protegido por copyright
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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Día Vacío

Arturo Robsy


Cuento


A la hora de picar las columnas de los periódicos que, al día siguiente, aparecerían oliendo a tinta fresca y ensuciando los dedos de los lectores poco precavidos a esa hora precisamente, los linotipistas consultaban con los ojos a los redactores y éstos a los inmóviles teletipos.

Todos —menos los teletipos impávidos— menearon la cabeza con desesperanza.

—Nada —dijo uno.

—Nada —repitió otro.

Y la palabra nada fue rodando por las mesas plastificadas de la redacción, por los teléfonos blancos y negros y grises (según la categoría), por los pasillos estrechos, hasta las profundidades del taller, donde aguardaban las linotipias inmóviles.

Desde las doce de la noche anterior (las 24:00) el mundo parecía haberse detenido y, con él, los teletipos, los teléfonos y las emisoras.

Desde las doce de la noche anterior ningún jeque árabe había embargado suministros de petróleo, ningún judío había apiolado a un par de palestinos, ningún general había establecido la ley marcial.

Desde las doce de la noche anterior nadie dio un golpe de estado, nadie secuestró un avión con ciento ochenta pasajeros, nadie pagó un rescate por un hijo o un cuñado.

Desde aquella hora ningún club de fútbol traspasó jugadores, ningún entrenador se peleó con la directiva, ningún equipo marcó un gol.

Casi parecía el fin del mundo. Ningún ministro inauguró pantanos o polígonos industriales y ni siquiera salió al extranjero a cumplir una apretada agenda de trabajo. Ningún ex dio conferencias fingiéndose rojillo o demócrata, ni murió un solo muchimillonario.

El monstruo del Lago Ness, tan oportuno y cumplidor antaño, tampoco se removió en las profundidades ni devoró a las inocentes ovejas de la orilla. Los americanos del norte tampoco inventaron ningún nuevo deporte, ni permitieron desmandarse y hacer de las suyas a sus negros.


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Licencia limitada
7 págs. / 13 minutos / 65 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

El Diablo de la Guarda

José Fernández Bremón


Cuento


Para brujas, la tía Lechuzona: desde el riñón de Castilla hacía mal de ojo a una criatura de París, por el telégrafo sin hilos; si entraba en la botica, resucitaba las moscas de cantárida hechas polvo; por las noches pelaba la pava con un escarabajo, y se comunicaba por la soga del pozo con los seres subterráneos, y por el humo de la chimenea, siempre activa, subía y bajaba a los nubarrones más obscuros. En Botánica, podía dar lecciones a Linneo, el que empadronó las plantas, porque la bruja conocía las propiedades de los perfumes, de los jugos, y hasta de las buenas o malas sombras que proyectan.

¿Su edad? Estaba en blanco, como la de los títulos que, de puro viejo, no tienen fecha en la Guía; había visto pasar el carro de Tespis, y fue la araña que tapó con su tela la caverna donde se refugió Mahoma, perseguido; su piel era tan fuerte, que no se podía pinchar con el puñal ni rayar con el diamante, y había mudado los colmillos treinta veces.

Era poderosa. Las gallinas de la vecindad ponían de tapadillo los huevos en su cesta; el viento arrojaba en su jardín la mejor fruta de los huertos inmediatos; las hormigas trasladaban grano a grano a la despensa de la bruja lo mejor de las cosechas, y un buitre le llevaba todas las mañanas una ración de carne cruda: sabía cuanto pasaba en la vecindad, porque todos los gatos del pueblo, animales entremetidos y curiosos, iban a confesarse con ella, y por ellos supo que la señora Mónica le había llamado bruja sinvergüenza.

—Y aunque una lo sea —decía para sí—, no debe aguantar que nadie se lo diga.

Y llena de coraje, salió al patio, llegó al brocal del pozo, aplicó la soga a los labios y dijo con energía:

—¡Cuernecín!

—¡Quién llama?

—Soy tu madre.

—No subo por el pozo, que está el agua muy fría.

—Ven, que he preparado una fogata, para que te des en las llamas un baño de placer.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 10 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Diablo en Pago Chico

Roberto Payró


Cuento


Viacaba, aquel paisano tosco, bueno y trabajador que tantos han conocido, tenía en ese tiempo su rancho a algunas leguas de Pago Chico, sobre el remanso de un pequeño arroyo que, después de reflejar la barranca, perpendicular y desnuda de vegetación, los sauces desmedrados que se balanceaban sobre ella y el corral de la escasa puntita de ovejas, seguía su curso casi en ángulo recto sobre su antigua dirección, e iba lento, pobre y turbio, a echarse en el indigente caudal del Río Chico, que en realidad nunca llegó a río ni aún con aquél refuerzo, sino en época de grandes crecidas e inundaciones. Viacaba vivía allí, desde muchos años, con su mujer Panchita, sus dos hijos Pancho y Joaquín, hombre ya, su hija Isabel, morenita, feúcha, pero inteligente, y un par de peones, Serapio y Matilde, que, ayudados por el viejo y los dos mozos, bastaban y sobraban para los quehaceres habituales de la estanzuela.

Estos quehaceres estaban lejos de ser abrumadores, aunque Viacaba poseyese buen número de vacas y de yeguas, y unos pocos centenares de ovejas para el consumo, pues no era aficionado a esa clase de crianza.

El rancho era espacioso y constaba de varias habitaciones. Se veía desde lejos, sobre el albardón abierto en dos por el arroyo que, voluntarioso y caprichudo, no había querido echar por lo más fácil, aunque le sobraba campo llano en que correr y aunque no le importara un bledo de la línea recta. Quizá, cuando tendió su lecho, aquellos terrenos tendrían muy distinta configuración...


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Dominio público
13 págs. / 24 minutos / 77 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en Semana Santa

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Como un león en su jaula, bostezaba el diablo en su trono; y he observado que todas las potestades, así en la tierra como en el cielo y en el infierno, tienen gran afición al aparato majestuoso y solemne de sus prerrogativas, sin duda porque la vanidad es flaqueza natural y sobrenatural que llena los mundos con sus vientos, y acaso los mueve y rige. Bostezaba el diablo del hambre que tenía de picardías que por aquellos días le faltaban, y eran los de Semana Santa.

Tal como se muere de inanición el cómico en esta época del año, así el diablo expiraba de aburrido; y no bastaban las invenciones de sus palaciegos para divertirle el ánimo, alicaído y triste con la ausencia de bellaquerías, infamias y demás proezas de su gusto.

Según bostezaba y se aburría, ocurriósele de pronto una idea, como suya, diabólica en extremo; y como no peca S. M. in inferis de irresoluta, dando un brinco como los que dan los monos, pero mucho más grande, saltó fuera de sus reales, y se quedó en el aire muy cerca de la tierra, donde es huésped agasajado y bienquisto por sus frecuentes visitas.

Fué la idea que se le ocurrió al demonio, que por entonces comenzaba la tierra madre á hincharse con la comenzón de dar frutos, yéndosele los antojos en flores, que lo llenaban todo de aromas y de alegres pinturas, ora echadas al aire, y eran las alas de las mariposas, ora sujetas al misterioso capullo, y eran los pétalos.


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 120 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en su Vida Privada

Antonio de Trueba


Cuento


Cuento popular de Vizcaya

I

El pueblo que cuenta el siguiente cuento, que recogí de su boca á la sombra occidental del excelso Ganecogorta, se calla el pensamiento filosófico que el cuento encierra, pero yo creo que el pensamiento es éste: la felicidad ó la infelicidad que el amor da, guarda proporción con la pureza ó impureza con que se profesa el amor. Por consecuencia de esto, como el amor del Diablo tiene que ser impuro, el amor tiene que hacer infeliz al Diablo.

El que lea ú oiga este cuento, convendrá, al recordar este introito, en que soy tan listo como aquél que decía: «si aciertas que llevo aquí uvas, te doy un racimo.»

Por si hay quien tema que el Diablo me lleve en venganza de haberme metido en su vida privada, debo tranquilizarle con una noticia: la de que el Diablo, cuando así lo quiere Dios que manda más que él, es más impotente que un rey constitucional, y más bestia que los que blasfeman de Dios.

II

Un día estaba el Diablo dale que le das á las in oseas con el rabo, y de repente interrumpió aquella operación, exclamando disgustado de sí mismo:

—Ea! es indigno de mí este entretenimiento, que hasta en la tierra me pone en ridículo, pues allí no hay quien no sepa y diga burlándose de mí, que cuando no tengo que hacer, con el rabo mato moscas. Tic por aquí á esta mosca, tic por allá á la otra! Es verdaderamente grotesco que un personaje como yo se entretenga en estas niñerías. Entretenimientos más dignos de mí y de mi trascendental misión de propagar el mal son los que deben constituir mis solaces, así en la vida pública como en la vida privada, y en busca de estos entretenimientos, voy á dar una vuelta por la tierra.

Decidido el cornudo á hacer un viaje por acá, comenzó los preparativos del viaje, y lo primero que pensó fué la forma y traje que había de adoptar.


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Dominio público
15 págs. / 27 minutos / 52 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en un Bolsillo

José Fernández Bremón


Cuento


I

Felipe IV era rey nuevo, y la monarquía se había remozado; empezó aboliendo los cuellos encañonados, cortando el cuello a un ministro y prendiendo y desterrando cardenales y virreyes; las revoluciones se hacían entonces desde arriba, porque en España nunca prosperaron las de abajo.

En la Semana Santa de 1623 hacía siete años que pudría Cervantes bajo la tierra; Lope de Vega y Góngora eran dos vigorosos sesentones; Tirso y Quevedo estaban en la plenitud de su edad y su talento, y Calderón era un principiante de veintitrés años, ya famoso. España, llena de esperanzas, se disponía a progresar y caminaba con júbilo hacia el porvenir; pero el progreso, tan útil cuando se marcha hacia la cima, es áspero y cruel cuando se rueda cuesta abajo.

II

—¿Conque es cierto eso de la procesión penitencial? —preguntaba un caballero cincuentón y acicalado a un cortesano que le había detenido en la puerta de la iglesia de San Gil.

—Ciertísimo, don Luis, como que llevé las órdenes yo mismo; sólo se han excusado los carmelitas descalzos de San José.

—¿Y a qué otras religiones se ha invitado?

—A todas las reformadas; asistirán los franciscanos de San Bernardino, y estos gilitos que tenemos al lado; los mercenarios de Santa Bárbara, los agustinos del Prado de Recoletos, los capuchinos del palacio de Lerma y los trinitarios descalzos de la plazuela de Jesús.

—¿Visteis en este convento a fray Tomás de la Virgen?

—No pude ver a ese bendito varón que lleva más de diez años en la cama, y le visitan reyes y señores y dicen que adivina pensamientos.

—Doy fe de ello; figuraos que cuando entré en su celda me dijo con severidad sin conocerme: «Sacad pronto ese demonio que os bulle en la cabeza». Y acertó.

—Pero, don Luis, ¿sois energúmeno?

—¡Psc! Soy poeta y abogado; continuad.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 12 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

El Diablo Submarino

José Fernández Bremón


Cuento


Plencia es un pueblecito situado a corta distancia de Bilbao: su playa de arena está limitada por dos muros de roca a derecha e izquierda que forman un boquete por cuyo fondo se ve cruzar a lo lejos algún buque: la playa tiene tan poquísimo calado, que cuando baja la marea el agua se aleja y habría que ir en busca del mar para llegar a su orilla: nunca vi una barca en aquel puerto seco, a donde llega el Cantábrico como una delgada lengua de agua que lame la arena endureciéndola. Plencia tiene vistas al mar, pero no tiene puerto.

En aquella playa tomé baños de agua y arena hace ya muchos años: allí conocí a un marinero retirado, hombre de unos cincuenta años de edad, a quien los médicos habían enviado, no a tomar las aguas, sino el aire salitroso de mar: llamábase Tiburcio.

—¿No se baña usted? —le pregunté una tarde por entablar conversación con aquel hombre, a quien encontraba siempre cerca de la única casilla en forma de garita de centinela que había entonces en aquella playa.

—No, señor —respondió gravemente—, me he bañado tantas veces sin gana, que he perdido hasta las ganas de lavarme. Los médicos me han recetado aire y vengo a respirar; y crea usted que no todos conocen el valor de esta medicina como yo.

—¿Siente usted alivio al respirar?

—He contenido tantas veces el aliento, que aprendí a saber lo que vale una buena bocanada de aire puro.

—No le entiendo a usted.

—He sido buzo. Y créalo usted: no hay trago de vino ni aguardiente tan sabroso como un sorbo de viento, después de haber estado uno sumergido bajo el agua.

—Mal sitio ha elegido usted para bucear, aquí donde es preciso hacer un viaje mar adentro para encontrar fondo.


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3 págs. / 6 minutos / 5 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Diablo y Tomás Walker

Washington Irving


Cuento


En Massachusetts, a unos pocos kilómetros de Boston, el mar penetra a gran distancia tierra adentro, partiendo de la Bahía de Charles, hasta terminar en un pantano, muy poblado de árboles. A un lado de esta ría se encuentra un hermoso bosquecillo, mientras que del otro la costa se levanta abruptamente, formando una alta colina, sobre la cual crecían algunos árboles de gran edad y no menor tamaño. De acuerdo con viejas leyendas, debajo de uno de estos gigantescos árboles se encontraba enterrada una parte de los tesoros del Capitán Kidd, el pirata. La ría permitía llevar secretamente el tesoro en un bote, durante la noche, hasta el mismo pie de la colina; la altura del lugar dejaba, además, realizar la labor, observando al mismo tiempo que no andaba nadie por las cercanías, y los corpulentos árboles reconocer fácilmente el lugar. Además, según viejas leyendas, el mismísimo diablo presidió el enterramiento del tesoro y lo tomó bajo su custodia; se sabe que siempre hace esto con el dinero enterrado, particularmente cuando ha sido mal habido. Sea como quiera, Kidd nunca volvió a buscarlo, pues fue detenido poco después en Boston, enviado a Inglaterra y ahorcado allí por piratería.


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Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 196 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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