Conducido a presencia del juez de instrucción, Candelario mostróse
tranquilo, casi jovial, como quien está plenamente convencido de su
inocencia y seguro de ser absuelto.
Con palabra fluida y sin menor titubeo respondió al interrogatorio:
—Que yo le tenia mucha rabia al finao, no lo niego... ¿pa qué lo viá
negar?... Yo sé que no se debe hablar mal de un dijunto, pero la verdá
hay que decirla, y Baldomero, como chancho, era chancho y medio...
—¡Guarde forma! —amonestó severamente el juez.
—¿Que guarde qué? ...
—¡Que hable con respeto!
—¡Ah! disculpe, señor juez ... Yo quería decir que era muy puerco. Pa
cargar una taba era como mandado hacer, y agarrando el naipe, yo li
asiguro, señor juez, que ni usté mesmo es capaz de armar un pastel tan
bien como lo hacia el finao! ...
—¿Y usted cree que yo hago pasteles? —interrogó sonriendo el magistrado.
—Es un por decir...
—Bueno, siga explicando cómo lo asesinó a Baldomero Velázquez.
Candelario se puso de pie, y haciendo grandes aspavientos negó:
—¡Asesinarlo yo!... ¡Ave María Purísima!...
Yo nunca juí asesino, don juez... se lo juro por la memoria ’e mi padre, que Dios conserve en su gloria.
—¿En la gloria, su padre?
—¡Dejuramente!... ¡Si era un santo!
—¿Y por santo lo fusilaron?
—¡Una equivocación, don juez! ¡Una equivocación machaza... Es verdá
que el finao tata mató una noche, mientras dormían, al patrón, a la
patrona y a un muchachito mamón...
—¿Y lo hizo por santo?
—¡No, don juez!... Lo qui’ai es que el dijunto tata era sonámbulo,
sabe, y aquella noche se levantó soñando que una banda ’e bandidos había
asaltao la casa y corrió en defensa de los patrones.
—¡Y los mató!
—¡Equivocao, dejuro, por culpa el sonambulismo... ¡Pobrecito tata!...
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