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Largas Vacaciones

Arturo Robsy


Cuento


— Santo Padre — dijo mi hijo, que ha aprendido a seguir mi humor primaveral y festivo — ¿Por qué no me cuentas un cuento de los tuyos?

"De los míos" quiere decir un cuento desconocido, un cuento nuevo y, a ser posible, enredado; de ésos que solemos inventar los padres cuando tenemos tiempo o cuando seguimos conservando el alma deslumbrada y mágica de los niños.

— Érase una vez... — empecé sin hacer más comentarios.

— Ése ya me lo sé. — me interrumpió el niño — Hay cuentos que empiezan con "Érase una vez" y otros con "Esto era", y hasta he leído uno que dice "Tenéis que saber que...". Yo quiero un cuento moderno.

— Pues a mí me gustan los antiguos, con lobos y caperucitas y ogros y gigantes y princesas. ¿Te he contado alguna vez lo que me pasó el primer día de Primavera?

Dijo que no el chico, así que puse en marcha el motor de la fantasía y, poco a poco, fui soltando el embrague:

— El mundo no es exactamente como parece. Ya sabes que todas las cosas están formadas por átomos que bailan, por ejemplo, y tú no las ves así. Pues lo mismo pasa con la Primavera.

Verás: en la Primavera el aire empieza a hacerse tibio y cuando te da en la cara parece que te roce un pañuelo de seda. Además, se llena todo de flores: hay flores complicadas, difíciles, yo diría que hasta orgullosas, como las rosas, que serían flores de postín. También hay flores modestas, calladas y buenas chicas, como las margaritas, que no tienen perfume, pero sirven, por ejemplo, para que los enamorados les arranquen los pétalos blancos diciendo: "sí me quiere; no me quiere".


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6 págs. / 11 minutos / 63 visitas.

Publicado el 12 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Las Almas Gemelas

Bram Stoker


Cuento


1. Bis DAT QUI NON CITO DAT

En casa de los Bubb reinaba la alegría.

Durante diez largos años, Ephraim y Sophonisba Bubb se habían lamentado de lo solos que se sentían. Durante todo este tiempo, se habían dedicado a mirar las tiendas de ropa de bebé y los almacenes, donde las cunas aparecían en tentadoras filas. Habían rezado y suspirado, habían llorado y anhelado aquel día, pero el médico nunca les había dado la más mínima esperanza.

Pero ahora, al fin, había llegado el momento tan esperado. Mes tras mes habían tenido todo el cuidado del mundo, y los días transcurrieron lentamente. Los meses dieron paso a semanas, las semanas a días, los días se hicieron horas, las horas minutos. Ya no quedaban ni siquiera minutos, solo unos segundos.

Ephraim Bubb se sentó con miedo en la escalera. Desde allí, intentó afinar el oído para captar los acordes de la maravillosa música que saldría de los labios de su primer hijo. En la casa reinaba el silencio, esa calma mortal que precede a un huracán. ¡Ay, Ephraim Bubb!, ¿no pensaste nunca que algo podía destruir para siempre la paz y la alegría de tu hogar, y que abrirías tus ojos atónitos a las puertas de esa maravillosa tierra donde reina la infancia, donde el niño tirano, con un simple movimiento de su manita y con su aguda vocecita condena a sus padres a la bóveda mortal bajo los fosos del castillo? Tan pronto como piensas en ello, palideces. ¡Cómo tiemblas al sentirte al borde del abismo! ¡Si pudieras volver al pasado!


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16 págs. / 28 minutos / 756 visitas.

Publicado el 17 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Las Amistades Peligrosas

Pierre Choderlos de Laclos


Novela, novela epistolar


INTRODUCCIÓN

Esta colección, que el público hallará quizá aún demasiado voluminosa, no contiene, sin embargo, sino el más pequeño número de las cartas que componían la totalidad de la correspondencia de que está sacada. Encargado de ponerla en orden por las personas que la habían adquirido, y que sabía yo tenían intención publicarla, no he pedido por recompensa de mi trabajo sino permiso de separar lo que me pareciese inútil, y he cuidado conservar efectivamente sólo aquellas que he considerado necesario para mostrar los caracteres y hacer más comprensibles los sucesos, se agrega a este ligero trabajo el de colocar nuevamente en orden que he conservado —lo que hecho casi siempre siguiendo las fecha— y en fin, algunas notas cortas que, en su mayoría sólo tiende indicar la fuente de algunas citas, o a motivar ciertos cortes que he permitido hacer, se verá toda la parte que he tenido en esta obra. Mi encargo no se extendía a más.

Yo había propuesto otras alteraciones más considerables, y casi todas relativas a la pureza de la dicción o del estilo, contra la cuál se hallarán muchas faltas. Hubiera deseado también hallarme autorizado para abreviar ciertas cartas demasiado largas, y muchas de las cuales tratan separadamente, y casi sin transición, de objetos que no tienen relación alguna uno con otro. Este trabajo, que no se admitió, no hubiera bastado, sin duda, para dar mérito a la obra, pero la hubiera purgado, por lo menos, de una parte de sus defectos.


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399 págs. / 11 horas, 39 minutos / 595 visitas.

Publicado el 28 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Las Balas de Santo Domingo

Narciso Segundo Mallea


Cuento


El hermano José fué desde niño un santo; no salía de los rincones. Con su cabeza alargada y el pelo al rape, su cuerpecillo endeble, su cara como un filo de guadaña, tal lo enjuto de los carrillos y lo salido de su frente y mentón, con unos ojazos negros que daban más filo a la guadaña, hubiérase dicho un pequeño asceta. —Ven acá, gaznápiro; ven a jugar, decíanle los chicos. Pero el hermano José era tímido y todo poníale mucho temor.

El niño de tez trigueña, larguirucho y medroso, llegó a sus diez y siete años con sus trabajosos grados escolares y con una obsesión de incienso, de imágenes, de claustro y de sagrados ropajes.

—Madre, dijo un día a Doña Leocadia, yo quiero ser dominico...

—Pero, hijo mío, y por qué no franciscano, que ahí está tu padrino, el padre Agapito?

—No, madre, yo quiero ser dominico.

Buen trabajo dióse Doña Leocadia para obviar los inconvenientes de modo que su hijo entrara en el convento de sus predilecciones. El prior miró al niño, le escrutó, le penetró, y después de una observación y disciplina a que fué sometido ingresó en el convento.

Inmenso fué el gozo del muchacho al verse con un vestido talar de un negro botella a fuerza de viejo, como que fué del prior, después de otro padre, y finalmente exhumado y achicado para dar carácter al venturoso José.

La vocación del neófito se trocó en el convento en una exaltación, en una llama. Todas las disciplinas de la vida conventual las abrazó el lego con musitado ardor. Fué por eso que su confesor llegó a ser una víctima. Nunca se sentía el hermano José bien confesado, teniendo el padre Bonifacio (el confesor de los novicios) que esconderse del lego, pues el hermano José andaba siempre detrás de su padre espiritual para reconciliarse de culpas ligeras u olvidadas.


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3 págs. / 5 minutos / 10 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Las Bellas

Antón Chéjov


Cuento


I

Recuerdo cómo, siendo colegial del quinto o sexto año, viajaba yo desde el pueblo de Bolshoi Krepkoi, de la región del Don, a Kostov, acompañando a mi abuelo. Era un día de agosto, caluroso y penosamente aburrido. A causa del calor y del viento, seco y cálido, que nos llenaba la cara de nubes de polvo, los ojos se nos pegaban y la boca se volvía reseca, uno no tenía ganas de mirar ni hablar ni pensar, y cuando el semidormido cochero, el ucranio Karpo, amenazando al caballo me rozaba la gorra con su látigo, yo no emitía ningún sonido en señal de protesta y sólo, despertándome de la modorra, escudriñaba la lejanía: ¿no se veía alguna aldea a través de la polvadera? Para dar de comer a los caballos nos detuvimos en Bjchi—Salaj, un gran poblado armenio, en casa de un rico aldeano, conocido de mi abuelo. En mi vida había visto nada más caricaturesco que aquel armenio. Imagínese una cabecita rapada, de cejas espesas y sobresalientes, nariz de ave, largos y canosos bigotes y ancha boca desde la cual apunta una larga pipa de cerezo; esa cabecita está pegada torpemente a un torso flaco y encorvado, vestido con un traje fantástico: una corta chaqueta roja y amplios bombachos de color celeste claro; esta figura caminaba separando mucho los pies y arrastrando los zapatos, hablaba sin sacar la pipa de la boca y se comportaba con dignidad puramente armenia: no sonreía, abría desmesuradamente los ojos y trataba de prestar la menor atención posible a sus huéspedes.


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10 págs. / 18 minutos / 111 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Las Bellas Teorías

José María de Pereda


Cuento


¡Dichosa edad, dichoso siglo XIX! ¡Tú, con, tu ciencia, arrancaste a los pueblos de la barbarie de sus antecesores; tú, con la razón por bandera, redimiste a la humanidad del pecado de la estúpida ignorancia de nuestros abuelos! Ya no hay privilegios, ya no hay distancias, ya no hay razas, ya no hay fuertes ni débiles, víctimas ni verdugos. Las diversas naciones del mundo culto forman un solo pueblo; los hombres una sola familia; todos somos hermanos con una sola religión, la ciencia; con un solo gobierno, la virtud; con una misma riqueza, el trabajo. La antorcha de la razón, disipando las densas tinieblas de las viejas preocupaciones, ha transformado la naturaleza pensante. La razón es la luz, la razón es el pan, la razón es la Providencia, la razón es la famosa palanca que soñó el sabio. Yo digo que blanco, mi vecino que negro: he aquí la palanca. Demuestro yo mi teoría, sostiene el otro la suya: he aquí el punto de apoyo. Se la combate, me la protesta, se formaliza el debate, la discusión, que llamamos; he aquí que el mundo se tambalea y que al fin acaba por dar la voltereta.

Resumen: El talento es el árbitro soberano de la tierra.

Corolario: Sólo los necios tendrán hambre, sed y frío.

Vamos a verlo.

Juan era todo un mozo modelado a la última (no quiero decirlo en francés). Admiraba la ciencia, adoraba la idea y respetaba el talento. Tenía fe ciega en el progreso moderno, soñaba con la perfectibilidad hasta el extremo de vislumbrar lo perfecto; creía en todo, de tejas abajo, porque todo cabía dentro de la razón; dudaba de todo cuanto debía dudar un hombre que creía como él creía, cuanto debía dudar un verdadero espíritu fuerte; dudaba, en fin, de tejas arriba, de todo.


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16 págs. / 28 minutos / 31 visitas.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Las Bodas de Yolanda

Hermann Sudermann


Novela corta


I

Estar de pie ahí, ante la tumba abierta todavía de un viejo camarada, es horrible, señores, les aseguro... simplemente horrible. Los pies se hunden en la tierra recién removida, uno se retuerce el bigote con expresión idiota y al mismo tiempo, querría aullar de pena.

Todo, pues, había concluido... nada había que hacer ya... Su muerte nos arrebata un verdadero genio en el arte de inventar grogs, ponches y cherry gobblers, fríos o calientes. Cuando uno se paseaba con él por el campo, les aseguro, señores, con sólo ver su manera de sorber el aire, se podía estar seguro de que acababa de tener una inspiración. Al sentir el aroma de una maleza cualquiera, había adivinado en qué clase de vino habría que ponerla en infusión para conseguir una bebida excelente, extra fina...

¡Y qué entretenido era! Nos veíamos todas las noches, desde hacía años, fuera que él viniera a mi casa en Ilgenstein, o que yo me trasladase a caballo a Döbeln; y nunca me había parecido largo el tiempo que con él pasaba.

Tenía una manía, sin embargo, una idea fija: el casamiento... Para mí, se entiende; porque él...

—¡Gran Dios!—decía;—no espero sino que esta bendita agua se me meta en el corazón, y entonces... reviento.

Y eso había sucedido precisamente... el hombre había reventado... Ahí estaba, tendido a mis pies, en el gran cajón blasonado; me parecía que tenía que golpear la tapa y llamarlo: «¡He, Pütz! basta de farsas! ¡sal de ahí, que tenemos que hacer nuestro piqué!»

No se rían señores... el hábito es la más exigente de las pasiones, y ustedes no saben a cuántos hace morir todos los años la pérdida de sus costumbres: «no hay poema, no hay canción que las celebre», diré, como mi amigo Uhland.


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51 págs. / 1 hora, 29 minutos / 57 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Las Caracolas de Monsieur Chabre

Émile Zola


Cuento


I

La gran pena de Monsieur Chabre era no tener hijos. Se había casado con una Catinot, de la familia Desvignes et Catinot, con la rubia Estelle, hermosa muchacha de dieciocho primaveras. Llevaba cuatro años buscando descendencia, ansioso, consternado, herido en su amor propio por la inutilidad del esfuerzo.

Monsieur Chabre era un comerciante de grano ya retirado. Había amasado una bonita fortuna. Aun habiendo llevado una vida contenida y austera de burgués obsesionado con hacerse millonario, a sus cuarenta y cinco años se arrastraba ya como un anciano. Su rostro macilento, desgastado por las preocupaciones comerciales, era tan anodino y banal como un mostrador. Se desesperaba, pues un hombre que ha ganado unas rentas de cuarenta y cinco mil francos tiene, qué duda cabe, todo el derecho del mundo a extrañarse de que resulte más difícil ser padre que ser rico.

La linda Madame Chabre tenía entonces veintidós años. Era encantadora, con su tez de melocotón maduro y sus cabellos dorados como un sol derramándose por la nuca. Sus ojos verdiazulados parecían balsas de agua tan serenas como perturbadoras. Cuando su marido se lamentaba de la esterilidad de su unión, ella estiraba su flexible abdomen, acentuando aún más sus turgentes caderas y pechos; la sonrisa que arqueaba levemente sus labios decía claramente: «¿Acaso es culpa mía?». En sus círculos de relaciones, Madame Chabre era considerada una persona con una educación impecable y una reputación sin mácula, moderadamente devota y bien disciplinada en los buenos hábitos burgueses por una madre inflexible. Tan sólo las finas aletas de su blanca naricita delataban a veces unas palpitaciones estremecidas que hubieran puesto en alerta a cualquier otro marido.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 89 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Caras

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Al divisar, desde el tren, de bruces en la ventanilla, las torres barrocas de Santa María del Hinojo, bronceadas sobre el cielo de una rosa fluido, el corazón del viajero trepidó con violencia, sus manos se enfriaron. El tiempo transcurrido desapareció, y la sensibilidad juvenil resurgió impetuosa.

Eran las torres «únicas» de aquella «única» iglesia en que el sacristán la había permitido repicar las campanas, admirar los nidos de las cigüeñas emigradoras y cuya baranda había recorrido volando sobre el angosto pasamano, y mirando sin vértigo, con curiosidad agria, de mozalbete, el abismo hondo y luminoso de la plaza embaldosada, a cuarenta metros bajo sus pies.

Y también le emocionaba la plaza, con sus soportales y sus acacias de bola, y más allá, el jardín, donde era un esparcimiento arrancar plantas y robar flores, y las calles y callejas tortuosas, los esconces sombríos de las plazoletas, hasta las innobles estercoleras, secularmente deshonradoras de la tapia del Mercado, le poblaban el alma de gorjeadores recuerdos, todos dulces, porque, a distancia, contrariedades y regocijos se funden en armonías de saudades…

Seguido del granuja que llevaba la maleta, saltarineando a la coscojita los charcos menudos, el viajero apresuraba el paso, comiéndose con la vista los lugares, anticipando la impresión infinitamente más fuerte y honda de la primera cara conocida… Una de esas caras inconfundibles, distintas de las demás que andan por el mundo, ya que en ella hemos puesto lo íntimo de nuestro yo… Caras de compañeros de juegos y diabluras, caras de parientes formales y babodos que regalan juguetes y chupandinas, caras de maestros cuyas reprimendas y castigos son sonrisas para el adulto, caras de muchachas graciosas en quienes encarnaron los primeros ensueños, nada inmateriales, de la pubertad… Caras, caras… En algunas caras se resume toda vida de hombre.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 56 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

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