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Cuentecitos Sin Importancia

Silverio Lanza


Cuentos, colección


Dedicatoria

Al Señor Don Fernando Castelo


Mi novelita Mala cuna y mala fosa está dedicada á un muerto.

Porque yo ni de los muertos me olvido.

Ahora bien; como me reservo el placer de no verle á usted morir, se hace preciso que le recuerde á usted en vida.

Así como el más leve indicio de una función basta para denunciar la vida en un organismo, así, creo yo, bastará este insignificante tomo para consignar nuestra amistad tan sincera y tan desinteresada.

Sea conforme lo deseo.


Silverio Lanza

Prólogos

De la primera edición


¡Cuánto trabajo he perdido en coleccionar los cuentos de Silverio Lanza! ¿Y para qué?...

Luchando heróicamente con mi pobreza he logrado de ella algunas pesetas con que publicar este tomo.

¡Quizá no publique otro!

Por eso he reunido en él cuentos de casi todas las colecciones; no los mejores ni los más malos (que yo no sé distinguir en estas cosas), sino aquellos que, á mi juicio, sintetizan mejor el carácter de cada colección.

Sentiré haberme equivocado.


El editor
J. B. A.

De su segunda edición

Mi amigo D. Pepe quiere casar á sus hijas Anita y Lucrecia. Anita es vieja y fea, y Lucrecia hermosa y joven.

El problema es casar á Anita antes que á Lucrecia.

—Presento á V. mi hija Lucrecia y mi hija Anita que es la segunda.

—Pero... ¿por qué es la segunda?

—Porque la he presentado después.


El editor
J. B. A.

De la tercera edición

Al público.—Muchísimas gracias.


El editor
J. B. A.

P. P. y W.

De la colección «Cuentos del delirio»


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Dominio público
121 págs. / 3 horas, 33 minutos / 174 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Clavel Rojo

Federico Gana


Cuento


A Francisco Contreras


Si, me dijo, continuando mi amigo, donde Ud. me ve yo también me he ocupado de letras, hace ya muchos años escribí versos, prosa y hasta afronté la publicación, pero como todo pasara inadvertido y no diera ni honra, ni dinero, aquí me tiene Ud. sembrando papas y tratando de hacer plata, para vivir tranquilamente lo mejor que se pueda. Por ahí, en mis cajones, conservo aún algo inédito, revuelto entre papeles; y ya que Ud. me dice que piensa publicar un libro de novelas cortas, le traeré uno de estos días algunos de esos ensayos, para que vea modo de aprovecharlo dándole la forma que quiera.

Quien así me hablaba en una hermosa mañana de primavera, allá en el fundo, era uno de tantos ensayistas como se encuentran en nuestra tierra, de esos que después de soñar mucho y tentarlo todo sin éxito alguno, terminan por marcharse al campo a olvidar en él muchas heridas ocultas, muchas ilusiones fracasadas.

Le acepté el ofrecimiento; y hé ahí esas breves e ingenuas impresiones, casi iguales a las que me obsequiara mi büen amigo.


* * *


Ya he cumplido catorce años y la vieja casa de campo está como encantada para mí en estas vacaciones.

A mi desatinada turbulencia de otro tiempo, ha sucedido una gravedad extrema. Mi vida ahora obedece como a la ley de un ritmo; estoy tranquilo, acaso triste, pero mi tristeza a nadie hace mal, y yo me siento tan hondamente enorgullecido.

Me paso las horas perdidas sumergido en pensamientos vagos y profundos, pero tan armoniosos. El vuelo de un insecto que atraviesa el espacio, el perfume de una hoja de madreselvas, me sumergen en éxtasis sin fin.

Siento que mi alma comprende, por fin, su objeto, y me digo: ya está hecho todo, nada tengo que esperar. La vida se pasará así...


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 338 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Puesta de Sol

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


I

La duquesa de Pontecorvo dejó su automóvil a la entrada de Roquebrune. Luego, apoyándose en el brazo de un lacayo, empezó a subir las callejuelas de este pueblo de los Alpes Marítimos, estrechas, tortuosas y en pendiente, con pavimentos de losas azules e irregulares, incrustadas unas en otras. A trechos, estas callejuelas se convertían en túneles, al atravesar el piso inferior de una casa blanca que obstruía el paso, lo mismo que en las poblaciones musulmanas.

Todas las tardes de cielo despejado, la vieja señora subía desde la ribera del Mediterráneo para contemplar la puesta de sol sentada en el jardín de la iglesia. Era un lugar descubierto por ella algunas semanas antes, y del que hablaba con entusiasmo a sus amigas.

Una vanidad igual a la de los exploradores de tierras misteriosas la hacía soportar alegremente el cansancio que representaba para sus ochenta años remontar las cuestas de estas calles de villorrio medioeval, por las que nunca había pasado un carro, y que no se prestaban a otro medio de locomoción que el asno o la mula.

Tenía la duquesa la flácida obesidad de una vejez que se resiste a la momificación, y sólo le era posible andar apoyándose en una caña de Indias con puño de oro, recuerdo de su difunto esposo el duque de Pontecorvo, mariscal de Napoleón III y héroe de la guerra de Italia contra los austríacos. A pesar de la hinchazón de sus piernas, se movía con cierta vivacidad juvenil, que delataba las impaciencias de un carácter inquieto y nervioso.


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Dominio público
23 págs. / 40 minutos / 57 visitas.

Publicado el 18 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Un Carácter

Federico Gana


Cuento


A Gustavo Valledor S.


Esto que hoy relato pasó en la lejana aldea de X, allende el Maulé, vecina al pueblo donde yo vivía.

El reo está frente al juez. Es un hombre como de cuarenta y cinco a cincuenta años, de larga y espesa barba negra, nariz aplastada, frente estrecha, carnosa, surcada de arrugas, ojos bizcos y mandíbula inferior saliente y temblorosa. Su cuerpo es fuerte y robusto, aunque deforme: los brazos extremadamente largos, las espaldas anchas y gruesas y las piernas muy cortas, torcidas en forma de arco. Viste un raído y manchado pantalón de mezcla, una camisa de tocuyo y un harapo en forma de manta. Los pies desnudos. Ha entrado cojeando a causa de los grillos y de su natural deformidad, con la cabeza baja y la frente contraída, como sumergido en una profunda abstracción.

Al llegar al medio de la sala, ha levantado la vista y paseado una larga mirada por toda la habitación.

El juez lo contempla fijamente y le pregunta:

—¿Cómo te llamas?

Tarda un instante en contestar y, al fin, responde con voz ruda y sonora:

—No sé.

—¡Cómo! ¿No sabes?

—En el pueblo me llaman Juan, «Juanito», contesta con indiferencia.

—¿Y tu padre?

—No tengo padre.

—¿Y tu madre?

—No tengo madre.

—¿No tienes pariente alguno, entonces?

—Soy solo —dice sencillamente y vuelve a inclinar la cabeza sobre el pecho.

El juez permanece un instante en silencio. En seguida le dice:

—¿Tú mataste al señor Gómez?


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Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 247 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Crepúsculo

Federico Gana


Cuento


Regresaba de cazar una fría tarde de invierno y marchaba al lento paso de mi caballo al lado de la línea férrea, por un camino vecinal bordeado de sauces llorones. A mis espaldas, dejaba las azules montañas de la costa, donde el sol acababa de ocultarse, y a mi frente se extendía el caserío del vecino pueblo de L.; más allá divisaba el panorama de la cordillera de Los Andes, que se destacan cubiertos de sombrías brumas, entre los largos y caprichosos filos de las pardas alamedas de los potreros y los caminos lejanos.

El día anterior había llovido, y todo lo que la vista abarcaba estaba cubierto de grandes charcas que brillaban rojas y sombrías, como transparentes manchas de sangre recién vertida, al reflejar el cielo poblado de espesos arreboles. De cuando en cuando, la rama de un árbol, que rozara al pasar, dejaba caer sobre mí una helada lluvia de pequeñas gotas de agua.

El día había sido bueno y mi morral iba repleto de patos y becasinas; pero me sentía fatigado, pues estaba en pie desde el amanecer, la caminata había sido larga y deseaba con ansias llegar luego a casa. Mi perro corría en libertad cerca de mí, husmeando nerviosamente entre las plantas acuáticas de los fosos que bordeaban la carretera. El verde de los campos se obscurecía poco a poco; plañideros balidos de ovejas, escapándose de algún lugar cercano, el ruido de una locomotora que se alejaba de la estación, el mugido de una vaca llamando a su cría, turbaban sólo la calma del anochecer. De repente, dominando todos estos rumores, resonó pausado y vibrante el son claro y distinto de la campana de la Iglesia del pueblo, que llamaba a la oración; y me imaginaba confusamente que las sombras se espesaban y caían con más rapidez alrededor de mí.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 83 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Rápido París-Orán

Gabriel Miró


Cuento


Hay en todos los pueblos un grupo romántico de señoritos mozos que acuden a oler el perfume de lo nuevo que pasa en el ferrocarril o diligencia, parados brevemente en la estación o en la plaza del lugar.

No es vana holganza lo que motiva sus lentos paseos hacia la estación o la espera en la plaza, sinos romanticismo, tal vez virgen o escondido aun para esos mismos corazones. Estos señoritos tienen en sus manos bastones; muestran cinturón con hebilla, que casi siempre forma una blanca herradura; calzan botas muy grandes cortezosas de lustre. Se desconoce la razón del radicalismo en tocarse: o traen el sombrero con grave perjuicio de los ojos, de puro hundido, o levemente puesto hacia atrás, dejando manifiesta la mitad del peinado.

...En la colina, sobre la verdura pasada del sol poniente, brota un copo de humo que se pierde en la cúpula del cielo.

Allí ha ido el mirar de los jóvenes. Después, atienden callados y contando sus pisadas crujidoras.

El señor jefe de estación, o la gorra del señor jefe —la única galoneada gorra del pueblo, olvidando la del señor alguacil— es para ellos evocación sagrada de todos los trenes. Y la miran respetuosamente; y miran amables a sus amigos, los viejos eucaliptos o las rugosas acacias, árboles ferroviarios, con sus pobres copas ahumadas.

Cuando aparece el negro y poderoso pecho de la máquina, se detienen los jóvenes. De ellos revisan su ceñidor; otros limpian con el pañuelo su calzado; y en el pecho de todos ha sonado un latido que no es el latido isócrono, vulgar, que sienten cuando andan por las callejas o platican en la farmacia o se aburren en las salas de sus casas y en el casino.

Ya parado el tren, los ojos lugareños recorren los cristales de los vagones y quedan entretenidos golosamente ante los de primera clase.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 65 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Odisea de Juan Romero

Manel Martin's


Novela


En muchas ocasiones he escuchado la frase:
Los caminos del señor son infinitos.
Yo añadiría, pero según para quien.

Prologo

En abril de mil novecientos treinta y seis fue planeado definitivamente el golpe de estado en España, por los generales pertenecientes a la UME. El golpe se llevó a cabo el dieciocho de julio. El noroeste de la península se unió rápidamente a los golpistas mientras por el sur Huelva Cádiz y parte de la provincia de Sevilla sufrieron el desembarco de las tropas de África y pronto pasaron al dominio de los rebeldes, desde allí iniciaron la conquista del oeste de la península para unir los dos frentes, Zafra, Mérida, Badajoz y Talavera de la Reina entre otros, sufrieron la barbarie de las tropas africanas mandadas por el comandante Castejón y por el coronel Yagüe, más conocido como “el carnicero de Badajoz”. Nueve meses más tarde añadieron a su dominio Córdoba, la parte no conquistada de la provincia de Sevilla y Málaga.

Cuando existe un conflicto armado, aquellas personas más atrevidas o ciegas con menos personalidad para decidir por sí mismos o con unas ideas fijas en su interior, aunque no lo reconozcan o les cueste reconocerlo se convierten en “dictadores o lacayos de otros” son los primeros que toman las armas para defender sus ideas, o las de aquellos en quienes creen ciegamente, incluso a costa de la vida de los demás, lo cual les convierte también en verdugos. ¿Cómo podemos saber quién es dictador y quién no? Es muy sencillo y tenemos muchas muestras de ellos; quienes no admiten ni consienten y por lo tanto no toleran, que puedan coexistir otras personas que piensen de modo distinto a ellos, como tener otro dios, otra forma de gobierno u otras normas de convivencia, diferentes a las suyas. La historia está llena de ejemplos de dictadores y los seguimos teniendo, por los ciegos sin personalidad que creen todo cuanto les dicen.


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Licencia limitada
145 págs. / 4 horas, 13 minutos / 78 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Una Industria que Vive de la Muerte

Benito Pérez Galdós


Cuento


I

Un hombre célebre dijo en cierta ocasión que la música era el ruido que menos le molestaba. Aunque nos tache de profanos algún melómano, no nos atrevemos a condenar esta aserción como un desatino, porque no creemos que se perjudique a la música uniéndola al ruido, ni que sea señal de poca cultura el confundir al arte divino con su salvaje compañero; mejor dicho, con su engendrador. Ese hombre célebre que de tal modo hirió la susceptibilidad de los músicos, prefería sin duda la naturaleza al arte, y tal vez encontraba en el ruido más expresión de lo bello que en las hábiles combinaciones del contrapuntista y en los ritmos del confeccionador de melodías.

Efectivamente, en el arte mismo no hay tanta música como en el ruido, si a la atención escrutadora del amante de óperas y conciertos se sustituye la imaginación del amante de la naturaleza, que busca, contemplándola, una fórmula de sentimiento o de belleza; si al criterio de los pases de tonos y de los acordes compactos, de los andantes tristes y los alegros expresivos con que juzga y siente el primero frente a la orquesta, se sustituye la exaltación de espíritu, el estado de abatimiento o de inquietud en que se encuentra el segundo frente a la naturaleza.

Suponiendo al espíritu en un estado de conmoción profunda, basta que resuenen algunas notas en el arpa invisible del ruido, para que produzcan mayores efectos que la música mejor organizada.


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Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 154 visitas.

Publicado el 19 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Sol de los Muertos

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


I

Cuando hablaban a Montalbo de su celebridad universal, el famoso escritor francés quedaba pensativo o sonreía melancólicamente.

¡La gloria!... Alguien la había sintetizado diciendo que es simplemente «un apellido que repiten muchas bocas». Un novelista admirado por Montalbo le daba otro título. La gloria era «el sol de los muertos».

Todos los hombres cuyo recuerdo guarda la Historia, célebres en vida y después de su muerte, o desconocidos mientras vivieron y elogiados cuando ya no podían oír sus alabanzas, perduraban, con una existencia inmaterial, bajo la luz de este sol que sólo alumbra a los que ya no tienen ojos para verlo.

Montalbo sentía un escalofrío de pavor al pensar en el astro que sólo existe para unos cuantos. Deseaba que iluminase muchos siglos su tumba. En realidad, todo lo que llevaba hecho era para conseguir esta distinción póstuma. Pero al mismo tiempo veía imaginariamente la gloria como una estrella roja y mate, de luz aguda y glacial, semejante a esos rayos descompuestos en los laboratorios, que deslumbran y no emiten ningún calor.

El sol de los muertos le hacía descubrir nuevos encantos en el vulgar sol de los vivos, astro que alumbra infinitas miserias, pero trae también en su curso impasible muchos días de corta felicidad. ¡Y pensar que por obtener un rayo de este sol de las tumbas los hombres crean interminables guerras, oprimen a sus semejantes, viven sordos y ciegos ante las magnificencias de la Naturaleza, y dan a la ambición el sitio del amor!...


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Dominio público
39 págs. / 1 hora, 8 minutos / 80 visitas.

Publicado el 18 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Comediante Fonseca

Vicente Blasco Ibáñez


Cuento


I

Conocí a Mariano Fonseca en un café de la Avenida de Mayo, donde se reunían muchos actores y músicos españoles, venidos a los teatros de Buenos Aires. Su pelo, teñido intensamente, le proporcionaba a veces la afrenta de llevar en el rostro negros churretes que se esparcían por los surcos de sus arrugas. Pero este tinte escandaloso le infundía al mismo tiempo la certeza de que aún le quedaban largos años de vida para ser en comedias y dramas el protagonista de mediana edad y caballerescas acciones.

Sus compañeros de profesión no aceptaban esta juventud ilusoria. Sólo los antiguos, los que eran en la escena «padres nobles» y podían reclamar por sus años el papel de «barba», osaban tutear al célebre Fonseca. Los demás, a pesar de la familiaridad que rige la vida del teatro, le llamaban siempre don Mariano.

—Yo resulto poca cosa comparado con usted, doctor Olmedilla—me dijo una noche—. Antes de ser comediante estudié el bachillerato allá en Madrid, y me doy cuenta de que hablo con un médico de gran porvenir, llegado a estas tierras por curiosidad aventurera, pero que algún día obtendrá gran fama en nuestra patria. Por eso agradezco mucho que un hombre tan «científico» se digne venir a un establecimiento como éste para hablar con un pobre actor... Pero, aunque yo sea un ignorante comparado con usted, me considero por encima de mis camaradas.

Y Fonseca, acodándose sobre el mármol, en una actitud que él deseaba espontánea y hacía recordar la postura arrogante de un héroe de capa y espada sentado en una hostería, miró con bondad protectora a los otros hombres de teatro que ocupaban las mesas cercanas y parecían olvidados de él.


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Dominio público
34 págs. / 1 hora / 59 visitas.

Publicado el 18 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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