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Crónica

Guy de Maupassant


Cuento


¡En fin! ¡En fin!... Demos la bienvenida a la justicia en nuestro país, que resulta ser casi asombrosa. En quince días ha hecho dos arrestos sorprendentes.

Ha condenado a un año de prisión a una joven bárbara que había destrozado con ácido sulfúrico el rostro de su rival.

Después, ocho días más tarde, castigó con la misma pena a un marido, complaciente primero, celoso a continuación, que había alojado una bala de revólver en el vientre de su feliz rival.

Esta nueva manera de apreciar este género de delitos es seguramente preferible a la antigua. Sin embargo, deja mucho que desear.

En el primer caso, un médico, pasando de una morena a una rubia, es la causa de esta horrible venganza que es peor que la muerte. Una pobre chica, desfigurada, llegando a ser horrorosa, llevará hasta sus últimos días las horribles marcas de la infidelidad, muy excusable, de un hombre.

¿Cual es, pues, el culpable, si es que hay uno? ¡Indudablemente el hombre!

Sin embargo éste viene simplemente como testigo a declarar sobre los hechos.

Ahora bien, la única, la auténtica condenada, la gran castigada, es la inocente.

Un año de prisión; muy bien. Eso no es nada. Así que, por un año de prisión, podemos arrancar la nariz y las orejas y quemar los ojos de una rival cuya belleza nos molesta. La única manera de castigar esta confusión en la elección de la víctima y este error sobre el culpable, ¿no sería condenar a reparaciones pecuniarias, las únicas que realmente afectan profundamente a la humanidad? ¿No deberíamos ordenar que, durante seis años, veinte años, hasta la muerte, puesto que las atroces heridas quedarán hasta la descomposición final, que la que ha mutilado así a su rival, en lugar de castigar a la amante, le pague una pensión, le pase una renta, le de, si es obrera, la mitad de lo que gane y, si es rica, una suma considerable?


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5 págs. / 9 minutos / 45 visitas.

Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Crónica Personal

Joseph Conrad


Biografía, autobiografía


Nota del autor a la edición de 1919

La reedición de este volumen en un nuevo formato no precisa, hablando estrictamente, de otro prefacio. Ahora bien, comoquiera que éste es específicamente un lugar apropiado para los comentarios personales, aprovecho la ocasión para referirme en esta nota del autor a dos puntos surgidos de ciertas afirmaciones últimamente vertidas en la prensa acerca de mi persona.

Uno de ellos atañe a la cuestión de la lengua. Siempre me he sentido observado como si fuese una especie de fenómeno, posición que, fuera del mundo del circo, no puede tenerse por deseable. Hace falta un temperamento muy especial para obtener una cierta gratificación del hecho de ser capaz de hacer intencionadamente cosas que se salen de lo normal, e incluso de hacerlas por mera vanidad.

Que yo no escriba en mi lengua materna ha sido, por supuesto, objeto de frecuentes comentarios en diversas recensiones de mis libros e incluso en artículos de mayor fuste. Supongo que era una cuestión inevitable; por si fuera poco, todos esos comentarios han sido sumamente aduladores hacia la vanidad de quien escribe. En esa cuestión, empero, no tengo yo vanidad que requiera de la adulación. No podría tenerla aunque quisiera. El primer objeto de esta nota es descartar el mérito que pueda existir en un acto producto de la volición deliberada.


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171 págs. / 4 horas, 59 minutos / 112 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2018 por Edu Robsy.

“Crónica urbana de una muerte anunciada”

Abu Faisal Sergio Tapia


#abufaisalsergiotapia #escritor #ecrivain #escritorpolitico


Son las 6, retumba en mi mente el llamado del al-muecin lejano, que se mezcla con la cálida voz de mi madre que me acaricia con su frase: ya es hora habibi, debo levantarme junto a mi hermano Ahmed para ir a la escuela, mi padre en la cocina toma café, con su sonrisa de pescador de Gaza me regala su beso en la frente con su Salam, parece que no despierto, caigo al suelo junto al estruendo de una fuerte explosión en mis oídos, me duele todo, no veo nada, todo es blanco, todo es negro, siento gritos, siento llantos, siento voces, siento ruidos que vienen del cielo, son aviones que arrojan bombas…acabando con todo lo que amo…acabando con mi historia…acabando con mi vida, solo por ser palestino. 

La radio anuncia la muerte de una familia de refugiados, daños colaterales dicen los ministros, dolor de los inocentes llora la humanidad de esta crónica urbana.

Abu Faisal Sergio Tapia
Todos los Derechos Reservados


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1 pág. / 1 minuto / 166 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2019 por Abu Faisal Sergio Tapia.

Crónicas de Ampiria: El camafeo de Guerón

Iván Incerti Morales


fantasía, épica, magos, dragón


Dévora, la hábil ladrona de Ausper la Mayor, ha encontrado la ubicación donde el legendario camafeo de Guerón se oculta. Es una reliquia capaz de despertar un apocalipsis en toda Ampiria si cayera enmalas manos, y son muchos los interesados en hacerse con ella. Sirián y Zurah, dos conocedoras de la magia, extinta hace cientos de años, se unirán a ella para acabar con el mal, al igual que Drigán, el legendario caballero del dragón milenario. No obstante, irán descubriendo cómo los segadores pútridos se despiertan de su letargo, agitados por un enemigo oculto bajo su capucha de terror y su conocimiento de extraños poderes. Por otro lado, en un pueblo alejado de toda acción, Vaiel se levanta para afrontar un nuevo día, inconsciente de que será el más importante de su vida, pues despertará de su ignorancia y se convertirá en el héroe que todos necesitan.


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1 pág. / 1 minuto / 82 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2018 por Iván Incerti Morales.

Crónicas de Ampiria: La forja de los titanes

Iván Incerti Morales


fantasía, épica, dragón, animista, magia


Más allá de la cordillera de los Primeros nacidos se alza un castillo indómito que, según cuenta la leyenda, fue habitado por los titanes. Dentro está la forja mágica donde el camafeo de Guerón deberá ser destruido. Dévora contará con Vaiel, su fiel amigo, Drigán, el sorprendente caballero del dragón, Sirián, la poderosa animista del círculo blanco, y Zurah, la bruja oscura de magia letal. Los hermanos Lilian y Leonardo, por su parte, escribirán con sangre y dolor un destino solo reservado para los héroes. Al otro lado de la región de Ampiria, en los adentros de las llanuras ardientes de Llaídra, un maestro surje de la oscuridad para instruir a Kovar, su acólito, preparándole para la conquista de toda la región. Los reyes caerán, los imperios fenecerán y la vida se rendirá a los pies del nuevo maestro. ¿Conseguirán finalmente su propósito, los adeptos de la oscuridad? ¿Se atreverá Dévora a usar el camafeo de Guerón?


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Publicado el 3 de enero de 2018 por Iván Incerti Morales.

Cuadro

Xavier Villaurrutia


Poesía, poema


CUADROFuera del tiempo, sentada,la mano en la sien,¿qué miras, mujer,desde tu ventana?¿Qué callas, mujer, pintadaentre dos nubes de mármol?Será igual toda la vidatu carne dura y frutada.Sólo la edad te rodeacomo una atmósfera blanda.No respires, no.De tal modo el airete quiere inundar,que envejecerías,¡ay!, con respirar.No respires, no.¡Muérete mejorasí como estás!


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Publicado el 31 de marzo de 2019 por ariel.

¿Cuánta Tierra Necesita un Hombre?

León Tolstói


Cuento


Érase una vez un campesino llamado Pahom, que había trabajado dura y honestamente para su familia, pero que no tenía tierras propias, así que siempre permanecía en la pobreza. "Ocupados como estamos desde la niñez trabajando la madre tierra —pensaba a menudo— los campesinos siempre debemos morir como vivimos, sin nada propio. Las cosas serían diferentes si tuviéramos nuestra propia tierra."

Ahora bien, cerca de la aldea de Pahom vivía una dama, una pequeña terrateniente, que poseía una finca de ciento cincuenta hectáreas. Un invierno se difundió la noticia de que esta dama iba a vender sus tierras. Pahom oyó que un vecino suyo compraría veinticinco hectáreas y que la dama había consentido en aceptar la mitad en efectivo y esperar un año por la otra mitad.

"Qué te parece —pensó Pahom— Esa tierra se vende, y yo no obtendré nada."

Así que decidió hablar con su esposa.

—Otras personas están comprando, y nosotros también debemos comprar unas diez hectáreas. La vida se vuelve imposible sin poseer tierras propias.

Se pusieron a pensar y calcularon cuánto podrían comprar. Tenían ahorrados cien rublos. Vendieron un potrillo y la mitad de sus abejas; contrataron a uno de sus hijos como peón y pidieron anticipos sobre la paga. Pidieron prestado el resto a un cuñado, y así juntaron la mitad del dinero de la compra. Después de eso, Pahom escogió una parcela de veinte hectáreas, donde había bosques, fue a ver a la dama e hizo la compra.


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Publicado el 24 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuatro Bestias en Una: el hombre camaleopardo

Edgar Allan Poe


Cuento


Chacun a ses vertus.
—Crebillon, Jerjes

Por lo general, se considera a Antíoco Epifanes como el Gog del profeta Ezequiel. Cabe sin embargo atribuir con más propiedad este honor a Cambises, hijo de Ciro. De todos modos, el carácter del monarca sirio no necesita ningún embellecimiento suplementario. Su acceso al trono, o más bien su usurpación de la soberanía, en el año ciento setenta y uno antes de Cristo; su tentativa de saquear el templo de Diana, en Éfeso; su implacable hostilidad hacia los judíos; su profanación del santo de los santos, y su miserable muerte en Taba, después de un tumultuoso reinado de once años, constituyen circunstancias prominentes y, por tanto, mucho más tenidas en cuenta por los historiadores de su tiempo que las impías, cobardes, crueles, estúpidas y extravagantes acciones que forman la suma total de su vida privada y su reputación.


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Publicado el 9 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuatro Encuentros

Henry James


Cuento


I

El primero tuvo lugar en el campo, con motivo de una pequeña recepción, una noche de nieve de hará unos diecisiete años. Mi amigo Latouche, que iba a pasar la Navidad con su madre, había insistido en que lo acompañara, y la amable señora había dado en nuestro honor la fiesta de la que hablo. A mi modo de ver reunía todo el sabor y lo que cabe esperar de este tipo de actos; nunca había estado en la Nueva Inglaterra profunda durante aquella época del año. Había estado nevando todo el día y las conchestas de nieve nos llegaban a la rodilla. Me preguntaba cómo habían logrado llegar las señoras hasta la casa; pero deduje que precisamente eran aquellos rigores invernales los que hacían que una reunión que ofrecía el encanto de acoger a dos caballeros de Nueva York mereciese semejante esfuerzo desesperado.

Durante toda la velada, la señora Latouche me estuvo preguntando si «no quería» enseñar mis fotografías a algunas de las jóvenes. Las fotografías estaban en dos enormes cartapacios, y las había traído a casa su hijo, quien, como yo, acababa de llegar de Europa. Miré a mi alrededor y me sorprendió ver que la mayoría de las jóvenes tenían objetos de interés más absorbentes que el más vivido de mis heliograbados. Pero había una persona junto a la chimenea, sola, que contemplaba la habitación con una vaga sonrisita, con un discreto y velado anhelo que parecía, de alguna manera, contrastar con su aislamiento. La miré un momento y opté por ella.

—Me gustaría enseñárselas a aquella joven.

—Oh, sí —dijo la señora Latouche—, es la persona ideal. No le interesa coquetear: hablaré con ella.

Respondí que si no le interesaba coquetear tal vez no fuera la persona ideal; pero la señora Latouche ya había andado unos pasos hacia ella y se lo había propuesto.


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Publicado el 7 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Cuento de Final de Verano

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


En provincias, a la caída del crepúsculo sobre las pequeñas ciudades —hacia las seis de la tarde, por ejemplo, al acercarse el otoño— se diría que los ciudadanos buscan lo mejor que pueden aislarse de la inminente gravedad de la noche: cada cual entra en su concha al presentir todo aquel peligro de estrellas que podría inducir a «pensar». En consecuencia, el singular silencio que se produce entonces parece emanar, en parte, de la atonía acompasada de las figuras sobre los umbrales. Es la hora en que el crujido molesto de las carretas va apagándose por los caminos. Entonces, en los paseos —«clases de Buenas Maneras»— suena, más nítidamente por los aires, sobre el aislamiento de los tresbolillos, el estremecimiento triste de las altas frondosidades. A lo largo de las calles, entre sombras, se intercambian saludos rápidos, como si el regreso a sus anodinos hogares compensara de los pesados momentos (¡tan vanamente lucrativos!) de la jornada vivida. Y, de los reflejos deslucidos del atardecer sobre las piedras y los cristales; de la impresión nula y melancólica de la que el espacio está imbuido, se desprende una tan incómoda sensación de vacío, que uno se creería entre difuntos.


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Publicado el 20 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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