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Una Dura Defensa

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Treddleford estaba sentado en un cómodo sillón delante de un fuego lento con un volumen de versos en la mano y la agradable conciencia de que al otro lado de las ventanas del club la lluvia goteaba y tamborileaba con voluntad persistente. La tarde fría y húmeda de octubre se estaba convirtiendo en una noche negra y húmeda de octubre, lo que hacía que, por contraste, el salón de fumadores del club pareciera todavía más cálido y agradable. Era una tarde para alejarse del propio entorno climático, por lo que El viaje dorado a Samarkanda prometía conducir a Treddleford a otras tierras y bajo otros cielos. Había conseguido ya emigrar desde Londres, barrida por la lluvia, a Bagdad la Hermosa, y se encontraba de pie junto a la Puerta del Sol «de los viejos tiempos» cuando la brisa helada de una inminente molestia pareció interponerse entre él y el libro. En el sillón vecino acababa de aposentarse Amblecope, el hombre de ojos inquietos y prominentes, con la boca dispuesta ya para iniciar la conversación. Durante doce meses y algunas semanas Treddleford había evitado habilidosamente trabar conocimiento con su voluble compañero de club; había escapado maravillosamente de que le castigara con su implacable récord de tediosos logros personales, o supuestos logros, en campos de golf, pistas de tenis y mesas de juego, bajo inundaciones, al aire libre y a cubierto. Pero la temporada de inmunidad estaba tocando a su fin. No había escapatoria; un instante más tarde se contaría entre aquellos a quienes se sabía que Amblecope hablaría... o más bien los que sufrirían que les hablara.

El intruso iba armado con un ejemplar de Country Life, y no para leer, sino como ayuda para romper el hielo e iniciar la conversación.


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5 págs. / 9 minutos / 34 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Una Desdichada

Iván Turguéniev


Novela


—Sí, sí —empezó Piotr Gavrilovich—, fueron unos tiempos difíciles... y la verdad es que no me apetece rememorarlos... Pero, ya que se lo he prometido, les contaré toda la historia. Escuchen.

I

Vivía yo por entonces (corría el invierno de 1835) en Moscú, en casa de una tía, hermana de mi difunta madre. Tenía dieciocho años. Acababa de pasar del segundo al tercer curso de la Facultad «de letras» (así se llamaba en aquella época) de la Universidad de Moscú. Mi tía era una mujer dulce y apacible, que se había quedado viuda. Ocupaba una casa de madera de gran tamaño en la calle Ostozhenka, caldeada en exceso, de esas que sólo pueden encontrarse en Moscú. Apenas recibía visitas y se pasaba en la salita de la mañana a la noche, con dos damas de compañía, tomando té perla, haciendo solitarios y ordenando cada dos por tres que sahumaran la pieza. Las damas de compañía salían corriendo al recibidor y al cabo de unos minutos aparecía un viejo criado, vestido de librea, con una bandeja de cobre en la que descansaba un ladrillo caliente con una ramita de menta. Avanzaba a grandes pasos por las estrechas alfombras y rociaba las hojas con vinagre. Un vapor blancuzco envolvía el rostro arrugado del fámulo, que se apartaba con el ceño fruncido, mientras los canarios, excitados por el crepitar de la menta, rompían a cantar en el comedor.


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99 págs. / 2 horas, 54 minutos / 93 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Una Dama de Redhorse

Ambrose Bierce


Cuento


Coronado, 20 de junio.

Cada vez estoy más interesada en él. No es, estoy segura, su... ¿Conoces algún buen sustantivo que corresponda al epíteto «guapo»? No me gusta decir «belleza» cuando hablo de un hombre. Es harto guapo, Dios lo sabe. Cuando está en sus mejores momentos, que siempre lo son, ni siquiera confiaría en ti... la más fiel de las esposas. No creo que la fascinación de su trato tenga mucho que ver con ello. Bien sabes que el encanto del arte reside en algo indefinible, e imagino que para nosotras, mi querida Irene, el arte que estamos considerando es menos indefinible que para dos muchachas recién presentadas en sociedad. Sé de qué manera mi apuesto caballero obtiene muchos de sus efectos y hasta podría darle algunos consejos para que los realzara. Sea como fuere, sus modales son deliciosos. En este hombre, sospecho, lo que más me atrae es la inteligencia. Su conversación es la más seductora que he oído y no puede compararse con la de ningún otro. Parece conocerlo todo, y tiene que ser así porque lo ha leído todo, ha estado en todas partes, ha visto cuanto había que ver —a veces, creo, más de lo que conviene— y está relacionado con la gente más rara. Y su voz, Irene... Cuando la oigo, siento que debería pagar para oírla, aunque soy dueña de ella, claro está, cuando se dirige a mí.

3 de julio.


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7 págs. / 12 minutos / 66 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Confusión Cotidiana

Franz Kafka


Cuento


Un incidente cotidiano, del que resulta una confusión cotidiana. A tiene que cerrar un negocio con B en H. Se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y se jacta en su casa de esa velocidad. Al otro día vuelve a H, esta vez para cerrar el negocio. Como probablemente eso le exigirá muchas horas, A sale muy temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Llega al atardecer, rendido. Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado en el camino. Le aconsejan que espere. A, sin embargo, impaciente por el negocio, se va inmediatamente y vuelve a su casa.

Esta vez, sin poner mayor atención, hace el viaje en un momento. En su casa le dicen que B llegó muy temprano, inmediatamente después de la salida de A, y que hasta se cruzó con A en el umbral y quiso recordarle el negocio, pero que A le respondió que no tenía tiempo y que debía salir en seguida.

A pesar de esa incomprensible conducta, B entró en la casa a esperar su vuelta. Y ya había preguntado muchas veces si no había regresado aún, pero seguía esperándolo siempre en el cuarto de A. Feliz de hablar con B y de explicarle todo lo sucedido, A corre escaleras arriba. Casi al llegar tropieza, se tuerce un tendón y a punto de perder el sentido, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, oye a B —tal vez muy lejos ya, tal vez a su lado— que baja la escalera furioso y que se pierde para siempre.


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1 pág. / 1 minuto / 697 visitas.

Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Conflagración Imperfecta

Ambrose Bierce


Cuento


Una mañana de junio de 1872, temprano, asesiné a mi padre, acto que me impresionó vivamente en esa época. Esto ocurrió antes de mi casamiento, cuando vivía con mis padres en Wisconsin. Mi padre y yo estábamos en la biblioteca de nuestra casa, dividiendo el producto de un robo que habíamos cometido esa noche. Consistía, en su mayor parte, en enseres domésticos, y la tarea de una división equitativa era dificultosa. Nos pusimos de acuerdo sobre las servilletas, toallas y cosas parecidas, y la platería se repartió casi perfectamente, pero ustedes pueden imaginar que cuando se trata de dividir una única caja de música en dos, sin que sobre nada, comienzan las dificultades. Fue esa caja musical la que trajo el desastre y la desgracia a nuestra familia. Si la hubiéramos dejado, mi padre podría estar vivo ahora.

Era una exquisita y hermosa obra de artesanía, incrustada de costosas maderas, curiosamente tallada. No sólo podía tocar gran variedad de temas, sino que también silbaba como una codorniz, ladraba como un perro, cantaba como el gallo todas las mañanas —se le diera cuerda o no— y recitaba los Diez Mandamientos. Fue esta última maravilla la que ganó el corazón de mi padre y lo llevó a cometer el único acto deshonroso de su vida, aunque posiblemente hubiera cometido otros si le hubiera perdonado ese: trató de ocultarme la caja aunque yo sabía muy bien que, en lo que le concernía, el robo había sido llevado a cabo principalmente para conseguirla.


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3 págs. / 6 minutos / 135 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Confesión Encontrada en una Prisión de la Época de Carlos II

Charles Dickens


Cuento


Tenía el grado de teniente en el ejército de St Majestad y serví en el extranjero en las campañas de 1677 y 1678. Concluido el tratado de Nimega, regresé a casa y, abandonando el servicio militar, me retiré a una pequeña propiedad situada a escasos kilómetros al este de Londres, que había adquirido recientemente por derechos de mi esposa.

Ésta será la última noche de mi vida, por lo que expresaré toda la verdad sin disfraz alguno. Nunca fui un hombre valiente, y siempre, desde mi niñez; tuve una naturaleza desconfiada, reservada y hosca. Hablo de mí mismo como si no estuviera ya en el mundo, pues mientras escribo esto están cavando mi tumba y escribiendo mi nombre en el libro negro de la muerte.

Poco después de mi regreso a Inglaterra mi único hermano contrajo una enfermedad mortal. Esta circunstancia apenas me produjo dolor alguno, pues casi no nos habíamos relacionado desde que nos hicimos adultos. Él era un hombre generoso y de corazón abierto, de mejor aspecto físico que yo, más satisfecho de la vida y en general amado. Los que por ser amigos suyos quisieron conocerme en el extranjero o en nuestro país, raras veces seguían viéndome mucho tiempo, y solían decir en nuestra primera conversación que se sorprendían de encontrar dos hermanos que fueran tan distintos en sus maneras y aspecto. Acostumbraba yo a provocar esa declaración, pues sabía las comparaciones que iban a hacer entre ambos y, como sentía en mi corazón una enconada envidia, trataba de justificarla ante mí mismo.


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8 págs. / 15 minutos / 250 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Ciudad Flotante

Julio Verne


Novela


CAPÍTULO I

Llegué a Liverpool el 18 marzo de 1867. El Great-Eastern debía zarpar a los pocos días para Nueva York, y acababa de tomar pasaje a su bordo. Viaje de aficionado, ni más ni menos. Me entusiasmaba la idea de atravesar el Atlántico sobre aquel gigantesco barco. Contaba con visitar el norte de América, pero esto era sólo accesorio. El Great-Eastern ante todo; el país celebrado por Cooper, después. En efecto, el buque de vapor a que me refiero es una obra maestra de arquitectura naval. Es más que un barco, es una ciudad flotante, un pedazo de condado desprendido del suelo inglés y que, después, de haber atravesado el mar, debía soldarse al continente americano. Me figuraba aquella masa enorme arrastrada sobre las olas, su lucha con los vientos a quienes desafía, su audacia ante el importante mar, su indiferencia a las expresadas olas, su estabilidad en medio del elemento que sacude, como si fueran botes, los Wario y los Sollerino. Pero mi imaginación se quedó corta. Durante mi travesía, vi todas estas cosas y otras muchas que no son del dominio marítimo. Siendo el Great-Eastern no sólo una máquina náutica, sino un microscopio, pues lleva un mundo consigo, nada tiene de extraño que en él se encuentren, como en otro teatro más vasto, todos los instintos, todas las pasiones, todo el ridículo de los hombres.

Al dejar la estación me dirigí a la fonda de Adephi. La partida del Great-Eastern estaba anunciada para el 30 de marzo, pero, deseando presenciar los últimos preparativos, pedí permiso al capitán Anderson, comandante del buque; para instalarme desde luego a bordo. El capitán accedió con mucha finura.


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118 págs. / 3 horas, 26 minutos / 258 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Cena de Nochebuena

Guy de Maupassant


Cuento


No sé exactamente el año. Llevaba todo un mes cazando por aquellos lugares con un brío impetuoso y una alegría salvaje, con ese ardor que se tiene para las pasiones nuevas. Me hallaba en Normandía, en casa de un pariente soltero, Jules de Banneville; y éramos solamente nosotros dos, una doncella, un doméstico y el guarda del castillo señorial. Este castillo, viejo edificio grisáceo rodeado de pinos, en cuyo interior había unas largas avenidas de castaños azotados por el viento, parecía abandonado desde hacía siglos. Un mobiliario antiguo era lo único que contenían aquellos salones siempre cerrados, donde antaño unos personajes, cuyos retratos se veían colgados en un corredor tan desapacible como las avenidas, recibían ceremoniosamente a los nobles vecinos.

Pero nosotros nos habíamos refugiado en la cocina, único rincón habitable de la mansión, una inmensa cocina, cuyas paredes, perdidas en las tinieblas, se iluminaban cuando se arrojaba un nuevo haz de leña en la amplia chimenea. Todas las noches, después de despabilar una dulce modorra ante el fuego, y una vez que de nuestras botas se había evaporado la humedad, subíamos a nuestra habitación, mientras que los podencos, allí mismo, como sonámbulos, soñando escenas de caza, lanzaban ladridos amortiguados.

La habitación era la única pieza del castillo que se había techado y enyesado completamente, a causa de los ratones. Pero la habían dejado sin muebles, blanqueada de cal, y, en las paredes, solamente colgaban unas escopetas, varios látigos y algunos cuernos de caza. Colocadas en los dos rincones de esta choza siberiana había dos camas, en las cuales nos deslizábamos tiritando.


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Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Una Casita en el Campo

Émile Zola


Cuento


La tienda del sombrerero Gobichon está pintada de color amarillo claro; es una especie de pasillo oscuro, guarnecido a derecha e izquierda por estanterías que exhalan un vago olor a moho; al fondo, en una oscuridad y un silencio solemnes, se encuentra el mostrador. La luz del día y el ruido de la vida se niegan a entrar en aquel sepulcro.

La villa del sombrerero Gobichon, situada en Arcueil, es una casa de una sola planta, plana, construida en yeso; delante de la vivienda hay un estrecho huerto cercado por una pared baja. En medio se encuentra un estanque que no ha contenido agua jamás; por aquí y por allá se yerguen algunos árboles tísicos que no han tenido nunca hojas. La casa es de un blanco crudo, el huerto es de gris sucio. El Bièvre corre a cincuenta pasos arrastrando hedores; en el horizonte se ven buhedos, escombros, campos devastados, canteras abiertas y abandonadas, todo un paisaje de desolación y miseria.

Desde hace tres años, Gobichon tiene la inefable felicidad de cambiar cada domingo la oscuridad de su tienda por el sol ardiente de su casita rural, el aire del desagüe de su calle por el aire nauseabundo del Bièvre.

Durante treinta años había acariciado el insensato sueño de vivir en el campo, de poseer tierras en las que construir el castillo de sus sueños. Lo sacrificó todo para hacer realidad su capricho de gran señor; se impuso las más duras privaciones; lo vieron a lo largo de treinta años, privarse de un polvo de tabaco o una taza de café, acumulando una perra gorda tras otra. Hoy ya ha colmado su pasión. Vive un día de cada siete en intimidad con el polvo y los guijarros. Podrá morir contento.

Cada sábado, la salida es solemne. Cuando el tiempo es bueno, se hace el trayecto a pie, así se goza de las bellezas de la naturaleza. La tienda queda al cuidado de un viejo dependiente encargado de decir al cliente que se presente: «El señor y la señora están en su villa de Arcueil».


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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Una Casa de Granadas

Oscar Wilde


Cuento


El Joven Rey

Aquella noche, la víspera del día fijado para su coronación, el joven rey se hallaba solo, sentado en su espléndida cámara. Sus cortesanos se habían despedido todos, inclinando la cabeza hasta el suelo, según los usos ceremoniosos de la época, y se habían retirado al Gran Salón del Palacio para recibir las últimas lecciones del profesor de etiqueta, pues aún había entre ellos algunos que tenían modales rústicos, lo cual, apenas necesito decirlo, es gravísima falta en cortesanos. El adolescente —todavía lo era, apenas tenía dieciséis años— no lamentaba que se hubieran ido, y se había echado, con un gran suspiro de alivio, sobre los suaves cojines de su canapé bordado, quedándose allí, con los ojos distraídos y la boca abierta, como uno de los pardos faunos de la pradera, o como animal de los bosques a quien acaban de atrapar los cazadores.

Y en verdad eran los cazadores quienes lo habían descubierto, cayendo sobre él punto menos que por casualidad, cuando, semidesnudo y con su flauta en la mano, seguía el rebaño del pobre cabrero que le había educado y a quien creyó siempre su padre.

Hijo de la única hija del viejo rey, casada en matrimonio secreto con un hombre muy inferior a ella en categoría (un extranjero, decían algunos, que había enamorado a la princesa con la magia sorprendente de su arte para tocar el laúd; mientras otros hablaban de un artista, de Rímini, a quien la princesa había hecho muchos honores, quizás demasiados, y que había desaparecido de la ciudad súbitamente, dejando inconclusas sus labores en la catedral), fue arrancado, cuando apenas contaba una semana de nacido, del lado de su madre, mientras dormía ella, y entregado a un campesino pobre y a su esposa, que no tenían hijos y vivían en lugar remoto del bosque, a más de un día de camino de la ciudad.


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92 págs. / 2 horas, 41 minutos / 174 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

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