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Rashomon

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Era un frío atardecer. Bajo Rashomon, el sirviente de un samurai esperaba que cesara la lluvia. No había nadie en el amplio portal. Sólo un grillo se posaba en una gruesa columna, cuya laca carmesí estaba resquebrajada en algunas partes. Situado Rashomon en la Avenida Sujaltu, era de suponer que algunas personas, como ciertas damas con el ichimegasa o nobles con el momiebosh, podrían guarecerse allí; pero al parecer no había nadie fuera del sirviente. Y era explicable, ya que en los últimos dos o tres años la ciudad de Kyoto había sufrido una larga serie de calamidades: terremotos, tifones, incendios y carestías la habían llevado a una completa desolación. Dicen los antiguos textos que la gente llegó a destruir las imágenes budistas y otros objetos del culto, y esos trozos de madera, laqueada y adornada con hojas de oro y plata, se vendían en las calles como leña. Ante semejante situación, resultaba natural que nadie se ocupara de restaurar Rashomon. Aprovechando la devastación del edificio, los zorros y otros animales instalaron sus madrigueras entre las ruinas; por su parte ladrones y malhechores no lo desdeñaron como refugio, hasta que finalmente se lo vio convertido en depósito de cadáveres anónimos. Nadie se acercaba por los alrededores al anochecer, más que nada por su aspecto sombrío y desolado.

En cambio, los cuervos acudían en bandadas desde los más remotos lugares. Durante el día, volaban en círculo alrededor de la torre, y en el cielo enrojecido del atardecer sus siluetas se dispersaban como granos de sésamo antes de caer sobre los cadáveres abandonados.


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6 págs. / 11 minutos / 227 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Kappa

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Extrañamente, experimentaba simpatía por Gael, presidente de una compañía de vidrio. Gael era uno de los más grandes capitalistas del país. Probablemente, ningún otro kappa tenía un vientre tan enorme como el suyo. ¡Y cuán feliz se le ve cuando está sentado en un sofá y tiene a su lado a su mujer que se asemeja a una litchi y a sus hijos similares a pepinos! A menudo fui a cenar a la casa de Gael acompañando al juez Pep y al médico Chack; además, con su carta de presentación visité fábricas con las cuales él o sus amigos estaban relacionados de una manera u otra. Una de las que más me interesó fue la fábrica de libros. Me acompañó un joven ingeniero que me mostró máquinas gigantescas que se movían accionadas por energía hidroeléctrica; me impresionó profundamente el enorme progreso que habían realizado los kappas en el campo de la industria mecánica.

Según el ingeniero, la producción anual de esa fábrica ascendía a siete millones de ejemplares. Pero lo que me impresionó no fue la cantidad de libros que imprimían, sino la casi absoluta prescindencia de mano de obra. Para imprimir un libro es suficiente poner papel, tinta y unos polvos grises en una abertura en forma de embudo de la máquina. Una vez que esos materiales se han colocado en ella, en menos de cinco minutos empieza a salir una gran cantidad de libros de todos tamaños, cuartos, octavos, etc. Mirando cómo salían los libros en torrente, le pregunté al ingeniero qué era el polvo gris que se empleaba. Éste, de pie y con aire de importancia frente a las máquinas que relucían con negro brillo, contestó indiferentemente:

—¿Este polvo? Es de sesos de asno. Se secan los sesos y se los convierte en polvo. El precio actual es de dos a tres centavos la tonelada.


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2 págs. / 3 minutos / 199 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Golem

Gustav Meyrink


Novela


Sueño

La luz de la luna cae al pie de mi cama y se queda allí como una piedra grande, lisa y blanca.

Cuando la luna llena empieza a encogerse y su lado derecho se carcome — como una cara que se acerca a la vejez, mostrando primero las arrugas en una mejilla y perfilándose después — a esa hora de la noche, se apodera de mí una inquietud sombría y angustiosa.

No estoy dormido ni despierto, y, en el ensueño, se mezclan en mi alma lo vivido con lo leído y oído, como corrientes de distinto brillo y color que confluyeran. Antes de acostarme había leído la vida de Buddha Gotama e incesantemente volvían a repetirse en mi mente, de mil formas, estas frases:

«Una corneja voló hacia una piedra que parecía un trozo de grasa y pensó:

quizás haya aquí un buen bocado. Pero como la corneja no encontró nada apetitoso, se alejó. Del mismo modo que la corneja que se había acercado a la piedra, abandonamos — nosotros, los seguidores — al asceta Gotama, cuando hemos perdido placer en él.»

Y la imagen de la piedra que parece un pedazo de grasa crece monstruosamente en mi mente:

Camino por el lecho seco de un río y recojo guijarros lisos.

De color gris — azulado, cubiertos de polvo brillante, sobre los que pienso y recapacito y con los que, sin embargo, no sé qué hacer — y después otros negros con manchas amarillas de azufre, como petrificados intentos de un niño por imitar unas salamandras toscamente moteadas.

Y quiero arrojar estos guijarros lejos de mí, pero una y otra vez se me caen de las manos, y no puedo apartarlos de mi vista.

Aparecen a mi alrededor todas las piedras que han jugado un papel en mi vida.

Algunas se esfuerzan desmesuradamente por surgir de la tierra a la luz — como grandes cangrejos de color pizarra, subiendo con la marea,empeñados en atraer mi mirada hacia ellos y decirme cosas de importancia infinita.


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238 págs. / 6 horas, 57 minutos / 316 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Duelo

Joseph Conrad


Novela


Capítulo I

Napoleón I, cuya carrera fue una especie de duelo contra la Europa entera, desaprobaba los lances de honor entre los oficiales de su ejército. El gran emperador militar no era un espadachín y tenía bien poco respeto por las tradiciones.

Sin embargo, la historia de un duelo, que adquirió caracteres legendarios en el ejército, corre a través de la epopeya de las guerras imperiales. Ante la sorpresa y la admiración de sus compañeros de armas, dos oficiales —como dos artistas dementes empeñados en dorar el oro o teñir una azucena— prosiguieron una lucha privada en medio de la universal contienda. Eran oficiales de caballería, y su contacto con el brioso y altivo animal que conduce a los hombres a la batalla parece particularmente apropiado al caso. Seria difícil imaginar como héroes de esta leyenda a dos oficiales de infantería, por ejemplo, cuya fantasía se encuentra embotada por las marchas excesivas, y cuyo valor ha de ser lógicamente de una naturaleza —más laboriosa. En cuanto a los artilleros e ingenieros, cuya mente se conserva serena gracias a una dieta de matemáticas, es simplemente imposible imaginarlos en semejante trance.

Se llamaban estos oficiales Feraud y D'Hubert, y ambos eran tenientes de un regimiento de húsares, aunque no del mismo destacamento.

Feraud se encontraba ocupado en el servicio del cuartel, pero el teniente D'Hubert tenía la suerte de hallarse agregado a la comitiva del general comandante de la división como officier d'ordonnance. Esto sucedía en Estrasburgo, y en esta agradable e importante guarnición disfrutaban ampliamente de un corto intervalo de paz. Y aunque ambos eran de carácter intensamente guerrero, gozaban de este periodo de calma, durante el que se afilaban las espadas y se limpiaban los fusiles; quietud grata para el corazón de un militar y sin desmedro para el prestigio de las armas, especialmente porque nadie creía en su sinceridad ni en su duración.


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97 págs. / 2 horas, 51 minutos / 107 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Gaspar Ruíz

Joseph Conrad


Novela corta


I

Una guerra revolucionaria destaca muchos raros caracteres, los saca entre la oscuridad, lugar común de tantas vidas humildes en las zonas tranquilas de la sociedad.

Algunos seres llegan a la fama por sus vicios o sus virtudes, o simplemente por sus actos, que a veces logran una importancia transitoria para caer enseguida en el olvido.

Al fin de una lucha armada, sólo sobreviven los nombres de algunos caudillos, posteriormente consignados en la historia, de modo que cuando desaparecen del recuerdo activo de los nombres, viven silenciosamente en los libros.

El nombre del general Santierra alcanzó esa fría inmortalidad de papel impreso.

Fue un sudamericano de buena familia, y los libros de su época le citan entre los que libertaron aquel continente del dominio español. La larga contienda entablada por la independencia, en un lado, y por el dominio, en el otro, se desarrolló, en el transcurso de los años y entre las vicisitudes de la cambiante fortuna, con la fiereza y crueldad de una lucha por la vida. Todo sentimiento de fraternidad y compasión desapareció entre la inquina del odio político. Y como suele ocurrir en la guerra, el pueblo, quien menos había de ganar con el resultado, fue el que más sufrió en sus oscuras personas y en sus humildes bienes.

El general Santierra comenzó su servicio, como teniente en el ejército patriota organizado y mandado por el famoso San Martín, más tarde libertador de Chile y Perú.


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60 págs. / 1 hora, 46 minutos / 73 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Una Avanzada del Progreso

Joseph Conrad


Cuento


1

Dos blancos eran los encargados de la factoría:

Kayerts, el jefe, bajo y gordo; Carlier, el ayudante, alto, cabezudo y con el corpachón encaramado en un par de piernas largas y delgadas. El tercer empleado era un negro de Sierra Leona que se empeñaba en que le llamasen Henry Price. Sin embargo, los naturales de río abajo, no sabemos por qué razón, le habían puesto el nombre de Makola, del que no podía desprenderse en todas sus andanzas por el país. Hablaba inglés y francés con acentos cantarines, escribía con buena letra, sabía llevar los libros y abrigaba en lo más profundo del corazón el culto de los espíritus malos. Su mujer era una negra de Loanda muy gordinflona y parlan—china; tres chiquillos correteaban al sol ante la puerta de su vivienda, baja y con aspecto de choza.


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29 págs. / 51 minutos / 101 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Los Idiotas

Joseph Conrad


Cuento


Corríamos a lo largo del camino que va de Treguier a Kervande. Pasamos a trote ligero entre las enredaderas que cubren las tapias que flanquean la carretera; luego, al pie de la pronunciada pendiente que se encuentra antes de Floumar, el caballo aminoró la carrera y el conductor saltó pesadamente del asiento.

Hizo chasquear el látigo y trepó la pendiente, marchando torpemente, colina arriba, al lado del vehículo, con una mano en el estribo y los ojos en el suelo. A poco levantando la cabeza, señaló a lo alto del camino con el extremo de su látigo y exclamó:

—¡El idiota!

Sobre la superficie ondulante de la tierra el sol brillaba con violencia. Las prominencias del terreno se veían coronadas de árboles delgados, con las ramas levantadas hacia el cielo, como prendidas sobre zancos. Los breves campos, cortados por matorrales y muros zigzagueantes sobre las lomas, se extendían en manchas rectangulares de vividos verdes y amarillos, semejantes a los torpes brochazos de una ingenua pintura. Dividía en dos al paisaje el cordón—blanco de un camino, que se extendía en grandes vueltas a lo lejos, como un río de polvo surgiendo a rastras entre las colinas, en su camino al mar.

—Aquí está —anunció el cochero nuevamente.

En el largo césped que bordeaba el camino al paso del carruaje brilló un rostro al nivel de las ruedas. Era rojo el rostro imbécil; la cabeza en forma de bala, de cabellos cortados al rape, parecía hallarse sola, con el mentón metido en el polvo. El cuerpo se perdía entre las matas, que crecían espesas a lo largo de la profunda zanja.

Era un rostro de muchacho. A juzgar por su estatura podría haber tenido dieciséis años, quizá menos, quizá más. A tales criaturas las olvida el tiempo y viven respetadas de los años hasta que la muerte las recoge en su seno piadoso; la muerte fiel, que jamás, en la urgencia de su obra, olvida al más insignificante de sus hijos.


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28 págs. / 50 minutos / 236 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Un Socio

Joseph Conrad


Cuento


¡Y qué cosa más idiota! Años y años pasan los marineros de aquí, Westport, relatando la misma mentira a los turistas, esa gente que se hace pasear en barca por un schelling con barba y preguntan puras tonterías. ¡Para pasar el rato hay que contarles algo!

¿Conoce usted algo más imbécil que hacerse pasear en una embarcación a lo largo de la playa? Es como tomar un refresco sin tener sed. No me explico qué gusto encuentran en ello. Ni siquiera se marean.

Un vaso de cerveza, olvidado, estaba sobre la mesa, junto al codo del bebedor. Esto ocurría en la pequeña sala de fumar de un pequeño y respetable hotel. Mi dedicación a las amistades improvisadas explicaba el motivo de mi estancia en aquel lugar y tal compañía a aquellas horas. El hombre que hablaba poseía unas enormes, aplastadas y arrugadas mejillas, afeitadas con suma prolijidad y un mechón espeso de pelos blancos cortados en cuadro colgaba de su barbilla; su balanceo acentuaba su voz opaca. El desprecio profundo que sentía por la especie humana, por sus actividades y moralidades, era expresado por la colocación caballeresca de su sombrero blando de fieltro negro y anchas alas, que no se quitaba nunca. Su aspecto era el de un viejo aventurero, dedicado a su vida privada, luego de protagonizar innumerables aventuras en los más oscuros rincones del planeta, y no precisamente en olor de santidad. Sin embargo, yo tenía mis deducciones para pensar que nunca había salido de Inglaterra. Por una observación fortuita, hecha por alguien, pude adivinar que en otro tiempo tuvo relación con algo referente a los barcos; pero con los barcos en los muelles. Gozaba de una personalidad contundente. Fue lo primero que me llamó la atención en él. Pero no era empresa fácil juzgarlo y, antes de que transcurriera una semana de nuestro conocimiento, renuncié a su clasificación y me conformé con esta definición poco clara: "un rufián imponente y viejo".


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41 págs. / 1 hora, 11 minutos / 63 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Los Cantos de Maldoror

Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont


Poesía


CANTO PRIMERO

Ruego al cielo que el lector, animado y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre, sin desorientarse, su camino abrupto y salvaje, a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno, pues, a no ser que aporte a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual semejante al menos a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro impregnarán su alma lo mismo que hace el agua con el azúcar. No es bueno que todo el mundo lea las páginas que van a seguir; sólo algunos podrán saborear este fruto amargo sin peligro. En consecuencia, alma tímida, antes de que penetres más en semejantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante, de igual manera que los ojos de un hijo se apartan respetuosamente de la augusta contemplación del rostro materno; o, mejor, como durante el invierno, en la lejanía, un ángulo de grullas friolentas y meditabundas vuela velozmente a través del silencio, con todas las velas desplegadas, hacia un punto determinado del horizonte, de donde, súbitamente, parte un viento extraño y poderoso, precursor de la tempestad. La grulla más vieja, formando ella sola la vanguardia, al ver esto mueve la cabeza, y, consecuentemente, hace restallar también el pico, como una persona razonable, que no está contenta (yo tampoco lo estaría en su lugar), mientras su viejo cuello desprovisto de plumas, contemporáneo de tres generaciones de grullas, se agita en ondulaciones coléricas que presagian la tormenta, cada vez más próxima.


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232 págs. / 6 horas, 46 minutos / 454 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Programa de Gala

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era un día auspicioso en el calendario romano; el del nacimiento del popular y talentoso joven emperador Plácidus Superbus. Todo el mundo en Roma se disponía a celebrar una gran fiesta, el clima era el mejor y, naturalmente, el circo imperial estaba colmado. Unos minutos antes de la hora fijada para el comienzo del espectáculo, una sonora fanfarria de trompetas proclamó la llegada del César, y el Emperador ocupó su asiento en el Palco Imperial entre las aclamaciones vociferantes de la multitud. Mientras la gritería del público se apagaba se comenzaba a oír un saludo aún más excitante, en la distancia próxima: el rugido furioso e impaciente de las fieras enjauladas en los Bestiarios Imperiales.

—Explícame el programa —le ordenó el emperador al maestro de ceremonias, a quien había mandado llamar a su lado. Este eminente funcionario tenía un aspecto preocupado.

—Generoso César —anunció—, se ha imaginado y preparado el más promisorio y entretenido de los programas para vuestra augusta aprobación. En primer lugar habrá una competencia de carros de un brillo y un interés insólitos; tres cuadrigas que nunca han sido derrotadas competirán por el trofeo de Herculano, junto con la bolsa que vuestra imperial generosidad ha agregado. Las probabilidades de las cuadrigas competidoras son tan parejas como es posible y hay grandes apuestas entre el populacho. Los tracios Negros son tal vez los favoritos.

—Ya sé, ya sé —interrumpió el César, quien había oído hablar toda la mañana, hasta el cansancio, del mismo tema—, ¿qué más hay en el programa?


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3 págs. / 6 minutos / 109 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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