1
La carretera del bosque que une la orilla del río
Ruanta con el grupo de lagos entre Concaíb y Ajuan—Scap, construida con
el esfuerzo de toda una generación, es, como todas las carreteras de
este tipo, tacaña para las perspectivas rectas y más cómoda para las
aves que para las personas que la usan muy de vez en cuando. El cartero,
un hombre de unos treinta y cinco años, casado y bien formado,
cabalgaba por esta carretera una mañana, pero se encontró con un
obstáculo inesperado.
Su caballo ensillado caminaba tranquilo por el
camino bañado por el sol, arrancando con sus labios las hojas de acacia
silvestre. La cola del animal se movía constantemente de un muslo a
otro, espantando las moscas, las cuales ya habían estudiado
perfectamente el ritmo de este movimiento: levantaban el vuelo y se
posaban sin ningún peligro. El sol descansaba en la espesura del bosque.
Reinaba el silencio ardiente de las hojas inmóviles sumergidas en el
calor del mediodía.
En el camino, boca abajo, como si observara por
debajo del brazo la vida del bosque, yacía el cadáver de un hombre, con
una rotura difícil de notar en el paño de la chaqueta en su espalda. El
revólver se había caído de los dedos abiertos de su mano derecha. La
gorra plana, con su visera recta de lona, estaba delante de la cabeza
con la parte hueca hacia arriba; un escarabajo la cruzaba.
Encima del cadáver había una nube de moscas
atraídas por el olor a carne cruda que salía de debajo de este denso,
pesado cuerpo, donde la tierra todavía estaba húmeda y pegajosa.
Al lado de la montura, con cada paso del caballo,
se sacudía la tapa abierta de la bolsa, de donde, deslizándose uno sobre
otro y dando vueltas sobre el borde de cuero, caían los sobres
cerrados. Los cascos los pisaban de vez en cuando y los convertían en
unas rosetas deformes.
Información texto 'Culpa Ajena'