Día malo, día obscuro, mi día hoy...
S.S.P.C
Dia malo, reflexión, soledad
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Publicado el 10 de julio de 2019 por Shirr.
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Publicado el 10 de julio de 2019 por Shirr.
Una tarde le vino al alma el deseo de dar forma a una imagen del Placer que se posa un instante. Y se fue por el mundo a buscar bronce, pues sólo en bronce podía concebir su obra.
Pero había desaparecido el bronce del mundo entero; en parte alguna del mundo entero podía encontrarse bronce, salvo el bronce sólo de la imagen del "Dolor que dura para siempre".
Era él quien había forjado esta imagen con sus propias manos, y la había puesto sobre la tumba de lo único que había amado en la vida. Sobre la tumba de lo que más había amado en la vida y había muerto había puesto esta imagen hechura suya, como prenda y señal del amor humano que no muere nunca, y como símbolo del dolor humano que dura para siempre. Y en el mundo entero no había más bronce que esta imagen.
Y tomó la imagen que había forjado y la puso en un gran horno y se la entregó al fuego.
Y con el bronce de la imagen del Dolor que dura para siempre esculpió una imagen del Placer que se posa un instante.
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Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
Desde esa esquina se puede ver la torre. Si el testigo abandona por un segundo el ruido de la vida porteña, descubrirá tras las paredes circulares un aquelarre. El eco del mismo lugar que la humanidad resguarda en la penumbra bajo diferentes disfraces. La esencia de los cimientos de construcciones tan antiguas como las pirámides y Stonehenge. Allí se suceden acontecimientos —incluso próximos a lo cotidiano— que atraen a hados y demonios.
Fue lupanar y fumadero de opio. Acaso alguno de sus visitantes haya dejado el alma allí preso del puñal de un malevo. Pero fue cuando llegó aquella artista pálida, María Krum, que su esencia brotó al fin. Recuerdo que apenas salía para hacer visitas a la universidad. Fue en su biblioteca donde hojeó las páginas del prohibido Necronomicón. Mortal fue su curiosidad por la que recitó aquel hechizo. Quizá creyó que las paredes sin ángulos la protegerían de los sabuesos. Pero esas criaturas son hábiles, impetuosas, insaciables. Los vecinos oyeron el grito del día en que murió. Ahora forma parte de la superstición barrial. Pero yo sigo oyendo su sufrimiento y el jadeo de los Perros de Tíndalos que olfatean, hurgan y rastrean en la torre.
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Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.
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Publicado el 14 de marzo de 2024 por SebasIrig.
El combate parecía terminado cuando una última bala, una bala perdida, impactó en la pierna derecha de Fabricien. Se vio obligado a regresar a su tierra con una pierna de madera.
En un primer momento mostró cierto orgullo; las primeras veces que entró en la iglesia del pueblo golpeando con tanta fuerza las losas, se le habría podido confundir con un portero de gran ciudad.
Luego, una vez que la curiosidad se apaciguó, se lamentó durante mucho tiempo, avergonzado, de verse inútil para siempre.
Buscó con una obstinación, frecuentemente frustrada, la forma de ser útil.
Y ahora, en el sendero de un modesta holgura, sin menospreciar su pierna de carne, siente cierta debilidad por la de madera.
Trabaja a jornal. Le asignan un trozo del huerto. Y pueden marcharse y dejarlo trabajar.
Su bolsillo derecho está lleno de judías rojas o blancas, a elegir. Además está roto, no demasiado, pero tampoco poco.
Con paso regular, Fabricien recorre a lo largo y a lo ancho el terreno. Su pierna de madera hace un hoyo a cada paso. Sacude su bolsillo agujereado. Las judías caen. Las recubre con el pie izquierdo y continúa.
Y mientras se gana la vida honradamente, el antiguo soldado, con las manos a la espalda y la cabeza en alto, parece pasearse para cuidar su salud.
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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
Un enfermo que sufría un tenaz insomnio se vio obligado a tener todas las noches a alguien a su lado, con quien no sólo pudiese hablar, sino que también le prestase la necesaria ayuda en su estado paralítico. Así pues, un hombre joven debía velar al enfermo; pero en vez de velar, cayó él mismo en un sueño del que no podía despertar. Esa noche, el enfermo estaba invadido por un espíritu especial de humor alegre, digamos musical, y se acordó de todas las posibles canciones y cancioncitas que él solía cantar antes y las cantó con voz clara. Finalmente, cuando contempló el rostro durmiente de su vigilante, le parecieron muy graciosos tanto el rostro como la situación en conjunto. Llamó en voz alta al vigilante por su nombre y le preguntó, mientras éste se sacudía el sueño, si tal vez el canto le molestaba en su descanso.
«¡Ah, Dios!», replicó de forma muy inocente y seca el joven vigilante, mientras se estiraba, «¡ah, Dios, ni lo más mínimo! ¡Cante usted, por Dios, consejero ***, tengo un sueño profundo y sano!» Y con eso se volvió a dormir, mientras el enfermo entonaba con voz clara:
Sul margine d’un rio, etcétera.
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Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.
Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, José de Arimatea, después de haber encendido una antorcha de madera resinosa, descendió desde la colina al valle.
Porque tenía que hacer en su casa. Y arrodillándose sobre los pedernales del Valle de la Desolación, vio a un joven desnudo que lloraba.
Sus cabellos eran color de miel y su cuerpo como una flor blanca; pero las espinas habían desgarrado su cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobre sus cabellos.
Y José, que tenía grandes riquezas, dijo al joven desnudo que lloraba.
—Comprendo que sea grande tu dolor porque verdaderamente Él era justo.
Mas el joven le respondió:
—No lloro por él sino por mí mismo. Yo también he convertido el agua en vino y he curado al leproso y he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobre la superficie de las aguas y he arrojado a los demonios que habitan en los sepulcros. He dado de comer a los hambrientos en el desierto, allí donde no hay ningún alimento, y he hecho levantarse a los muertos de sus lechos angostos, y por mandato mío y delante de una gran multitud, una higuera seca ha florecido de nuevo. Todo cuanto él hizo, lo he hecho yo.
—¿Y por qué lloras, entonces?
—Porque a mí no me han crucificado.
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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
El combate parecía terminado, cuando una última bala —una bala perdida— vino a dar en la pierna derecha de Fabricio. Éste hubo de regresar a su país con una pata de palo.
Al principio mostraba cierto orgullo. Entraba en la iglesia de la aldea golpeando tan fuertemente las baldosas, que se le podría haber tomado por un sacristán de catedral.
Después, ya calmada la curiosidad, durante mucho tiempo se lamentó, avergonzado, y creyó que ya nada bueno podía esperar.
Buscó con obstinación, a menudo como un alucinado, la manera de ser útil.
Y ahora helo allí, en el sendero del humilde bienestar. Sin llegar a despreciar su pierna de carne, siente alguna debilidad por la de madera.
Trabaja por un jornal. Se le asigna una fracción de terreno, y ya puede uno marcharse y dejarlo solo.
Lleva el bolsillo derecho lleno de alubias rojas o blancas, a elección.
Además, el bolsillo está roto; no demasiado, pero tampoco apenas.
Con normal apostura, Fabricio recorre el terreno a todo lo largo y ancho. Su pata de palo, a cada paso, abre un hoyo. Él sacude su bolsillo roto. Caen unas alubias. Él las recubre con ayuda del pie izquierdo y sigue adelante.
Y en tanto se gana honestamente la vida, el antiguo guerrero, con las manos a la espalda y la cabeza erguida, parece que se paseara para recobrar la salud.
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
Resulta bastante curiosa la idea que algunas personas piadosas tienen de las blasfemias. Creen que ciertas letras del alfabeto, ordenadas de una forma o de otra, pueden, en uno de esos sentidos, lo mismo agradar infinitamente al Eterno como, dispuestas en otro, ultrajarle de la forma más horrible, y sin lugar a dudas ese es uno de los más arraigados prejuicios que ofuscan a la gente devota.
A la categoría de las personas escrupulosas en lo que respecta a las “b” y a las “f” pertenecía un anciano obispo de Mirepoix, que a comienzos de este siglo pasaba por ser un santo. Cuando un día iba a ver al obispo de Pamiers, su carroza se atascó en los horribles caminos que separan esas dos ciudades: por más que lo intentaron los caballos no podían hacer más.
—Monseñor —exclamó al fin el cochero, a punto de estallar—, mientras permanezcas ahí mis caballos no podrán dar un paso.
—¿Y por qué no? —contestó el obispo.
—Porque es absolutamente necesario que yo suelte una blasfemia y Vuestra Ilustrísima se opone a ello; así, pues, haremos noche aquí si no me lo permite.
—Bueno, bueno —contestó el obispo, zalamero, santiguándose—, blasfema, pues, hijo mío, pero lo menos posible.
El cochero blasfema, los caballos arrancan, monseñor sube de nuevo… y llegan sin novedad.
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.
Las higueras han dejado caer sus higos y los olivos sus aceitunas, porque algo extraño ha ocurrido en la isla de Scira. Una muchacha huía, perseguida por un muchacho. Se había levantado el bajo de la túnica y se veía el borde de sus pantalones de gasa. Mientras corría dejó caer un espejito de plata. El muchacho recogió el espejo y se miró en él. Contempló sus ojos llenos de sabiduría, amó el juicio de éstos, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha comenzó de nuevo a huir, perseguida por un hombre en la fuerza de su edad. Había levantado el bajo de su túnica y sus muslos eran semejantes a la carne de un fruto. En su carrera, una manzana de oro rodó de su regazo. Y el que la perseguía cogió la manzana de oro, la escondió bajo su túnica, la adoró, cesó su persecución y se sentó en la arena. Y la muchacha siguió huyendo, pero sus pasos eran menos rápidos. Porque era perseguida por un vacilante anciano. Se había bajado la túnica, y sus tobillos estaban envueltos en un tejido de muchos colores. Pero mientras corría, ocurrió algo extraño, porque uno después de otro se desprendieron sus senos, y cayeron al suelo como nísperos maduros. El anciano olió los dos, y la muchacha, antes de lanzarse al río que atraviesa la isla de Scira, lanzó dos gritos de horror y de pesar.
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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.