Textos más descargados no disponibles que contienen 'u' | pág. 49

Mostrando 481 a 490 de 1.915 textos encontrados.


Buscador de títulos

textos no disponibles contiene: 'u'


4748495051

Los Estafadores

Marqués de Sade


Cuento


Siempre existió en París una clase de individuos, extendida por todo el mundo, cuyo único oficio es el de vivir a costa de los demás: no hay nada tan habilidoso como las múltiples maniobras de estos intrigantes, no hay nada que no inventen, nada que no tramen para atraer, de una manera o de otra, a la víctima a sus malditas redes; mientras que el grueso de su ejército trabaja en la ciudad, unos destacamentos revolotean por sus alrededores, se desparraman por los campos y viajan sobre todo en los transportes públicos; una vez expuesta esta triste situación de forma inamovible, volvemos a la inexperta joven a la que pronto lloraremos cuando la veamos en tan perversas manos. Rosette de Flarville, hija de un buen burgués de Ruán, a fuerza de súplicas acababa al fin de obtener el permiso de su padre para ir a pasar el carnaval en París a casa de un tal señor Mathieu, tío suyo, rico usurero que vivía en la calle Quicampoix. Rosette, aunque un poco lerda, tenía no obstante dieciocho años cumplidos, una figura encantadora, era rubia, con grandes ojos azules, una piel resplandeciente y su seno, bajo una leve gasa, anunciaba a todo buen conocedor que lo que la muchacha guardaba a cubierto valía por lo menos tanto como lo que se podía ver…


Información texto

Protegido por copyright
6 págs. / 10 minutos / 68 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Los Engranajes

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


1. Impermeable

Desde un balneario veraniego situado a cierta distancia, cargando con mi maleta, tomé un auto hasta la estación de la lı́nea Tokaido, en camino hacia la fiesta de bodas de un conocido. A cada lado del camino que recorrı́a el auto habı́a casi solamente pinos. Era dudoso que llegara a tiempo para alcanzar el tren que iba a Tokio. En el auto iba conmigo un peluquero. Era tan regordete como un durazno y lucı́a una barba corta. Como estaba preocupado por la hora, hablé con él de manera intermitente.

—Es raro. He oı́do que la casa de Fulano está embrujada incluso durante el día.

—Incluso durante el día.

Mirando por la ventanilla las distantes colinas de pinos bañadas por el sol de la tarde, procuré satisfacerlo con respuestas ocasionales.

—Pero no con buen tiempo, sin embargo. Me dijeron que el fantasma aparece casi siempre en días lluviosos.

—Me sorprende que sólo aparezca para mojarse los días de lluvia.

—¡No es broma, se lo aseguro!... Y dicen que el fantasma se presenta con un impermeable.

Con un bocinazo, el auto se detuvo en la estación.

Me despedı́ del peluquero y entré. Como habı́a imaginado, el tren habı́a partido hacı́a apenas unos minutos. En un banco de la sala de espera, un hombre de impermeable miraba hacia el exterior con expresión ausente. Recordé la historia que acababa de escuchar. Pero la descarté, esbozando una leve sonrisa, y decidı́ ir a un café situado frente a la estación para esperar el próximo tren.


Información texto

Protegido por copyright
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 717 visitas.

Publicado el 9 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Dos Amantes

María de Francia


Cuento


Sucedió antaño en Normandía una aventura muy famosa de dos jóvenes que se amaron y murieron víctimas de su amor. Los bretones los recordaron en un lai que tuvo por título Los dos amantes.

Fuera de toda duda está que en Neustria, que nosotros llamamos Normandía, hay una montaña maravillosamente alta. En su cumbre yacen los dos jóvenes. En un lugar al pie de esta montaña, un rey, señor de los pitrenses, tras haber reflexionado y con muy buen acuerdo, hizo construir una ciudad. Tomó ésta el nombre de Pitres, en recuerdo de sus pobladores, y ese nombre se ha conservado hasta hoy; aún existen la ciudad y las casas. Bien conocemos la comarca que se llama Valle de Pitres.

El rey tenía una bella hija, doncella muy cortés. No tenía más hijo ni hija. Fue pretendida por nobles caballeros, que mucho hubieran dado por conseguirla. Pero el rey no quería entregarla, pues no podía vivir sin ella ni prescindir de su compañía: día y noche estaba a su lado. La pequeña le consolaba de la pérdida de la reina. Muchos le criticaban por ello; hasta los suyos se lo censuraban.

Cuando el rumor adverso se generalizó, al rey le pesó mucho, y sintió gran tristeza. Comenzó entonces a pensar en cómo podría salir airoso del trance sin entregar a su hija. Para ello, hizo público en todas partes que quien pretendiese desposarla habría de cumplir un requisito: era decisión inquebrantable del monarca que debería llevarla en brazos hasta la cumbre del monte cercano a la ciudad, sin pararse a tomar aliento.

Cuando la nueva fue conocida y difundida por la comarca, muchísimos lo intentaron y no obtuvieron nada a cambio. Alguno hubo que, en su esfuerzo, alcanzó a subirla hasta la mitad del monte, pero no podían llegar más lejos; les era imposible continuar con su preciosa carga entre los brazos. Largo tiempo permaneció así la doncella, sin que nadie intentase solicitarla.


Información texto

Protegido por copyright
4 págs. / 8 minutos / 283 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Dioses de Bal-Sagoth

Robert E. Howard


Cuento


1. Acero en la tormenta

El relámpago deslumbró los ojos de Turlogh O’Brien y sus pies resbalaron sobre un charco de sangre mientras se dirigía tambaleante hacia la oscilante cubierta. El entrechocar del acero rivalizaba con el estruendo del trueno, y los gritos de muerte atravesaban el rugido de las olas y el viento. El incesante parpadeo del relámpago destellaba sobre los cadáveres que se desparramaban enrojecidos y sobre las gigantescas figuras cornudas que rugían y golpeaban como inmensos demonios salidos de la tormenta de medianoche, con la gran proa en forma de pico cerniéndose sobre ellos.

La maniobra era rápida y desesperada; bajo la iluminación momentánea una feroz cara barbuda resplandeció ante Turlogh, y su veloz hacha centelleó, partiéndola hasta el mentón. En la breve y completa negrura que siguió al relámpago, un golpe invisible arrancó el casco de Turlogh de su cabeza y él respondió ciegamente, sintiendo cómo su hacha se hundía en la carne, y oyendo a un hombre aullar. Una vez más estallaron los fuegos en los cielos furiosos, mostrando al gaélico el círculo de rostros salvajes, el cerco de acero resplandeciente que le rodeaba.

Con la espalda contra el mástil principal, Turlogh esquivó y atacó; entonces, a través de la locura de la refriega resonó una fuerte voz, y en un instante relampagueante el gaélico atisbo una figura gigante, un rostro extrañamente familiar. Luego, el mundo se sumió en una negrura pintada de fuego.


Información texto

Protegido por copyright
49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 63 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Demonios del Lago Oscuro

Robert E. Howard


Cuento


1. El horror encarnado

Recuerdo, como si hubiera sucedido ayer mismo, la sofocante atmósfera de aquella tarde, en la que una tensa quietud parecía flotar sobre el bosque y el lago, como si la misma foresta contuviera el aliento en aterrada expectación. Incluso yo me encontraba afectado por aquella atmósfera; una innombrable premonición hacía que me embargara una incómoda inquietud, como cuando un hombre presiente la presencia de una serpiente oculta antes de poder verla u oírla. Cuando el teléfono de mi cabaña del lago resonó de un modo súbito y disonante, respingué de tal forma que mi carne casi se separó de la piel. Lo alcancé en un solo salto, pues sabía que aquel clamor tan inusual debía de significar algo que en absoluto era ordinario. Se trataba de una línea privada que conectaba mi cabaña con la de mis vecinos, los Grissom, cuya residencia se encontraba a unos cinco kilómetros al sur junto a la orilla del lago.

Al levantar el auricular, me quedé paralizado al escuchar la voz de Joan Grissom gritando al otro lado, denotando un horror frenético y un auténtico miedo a morir.

—¡Steve! ¡Steve! ¡Ven aquí, por amor de Dios!

—¿Qué sucede, Joan? —boqueé. Débilmente, pude escuchar extraños sonidos procedentes del otro lado de la línea… sonidos que me hicieron temblar con un temor sin nombre.

—¡Aquí hay algo! —gritó ella—. ¡Oh, Dios, está destrozando las ventanas! ¡Salió del bosque! ¡Ha matado a Jack y a Harriet! ¡Le he visto matarlos!

—¿Dónde está Dick? —grazné con la boca seca.

—¡Salió a pescar esta mañana y no ha regresado aún! —exclamó, al borde de la histeria—. ¡Oh, Steve, no es humano! ¡Ni tampoco es un animal! Le disparé… ¡Vacié contra él la pistola de Dick a través de la ventana! ¡Y se rió! ¡Oh, que Dios me ayude! ¡Ha entrado!


Información texto

Protegido por copyright
34 págs. / 59 minutos / 41 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Deberes

Marco Tulio Cicerón


Filosofía, Ética, Tratado


Libro I

Introducción

Hijo mío Marco: tras un año escuchando a Cratipo, y esto en Atenas, es inevitable que reboses de enseñanzas y doctrinas de filosofía, por la influencia tanto del docente como de la ciudad —el primero puede influirte con su saber, la segunda con sus modelos—. A pesar de ello considero que, así como para mi provecho yo mismo he asociado siempre lo latino con lo griego, y no solo lo he hecho en filosofía, sino también en la práctica oratoria, también debes hacer lo mismo por tu parte para alcanzar pareja destreza en ambas lenguas. Y en este punto, según pienso, he realizado una importante contribución a mis compatriotas, hasta el punto de que no solo los ignorantes en griego piensan haber hecho algunos progresos, tanto en instrucción como en juicio, sino también los doctos.

Por eso tú, por una parte, vas a continuar con las enseñanzas del filósofo más destacado de nuestro tiempo, y vas a continuar todo el tiempo que quieras —ahora bien, deberás querer en tanto en cuanto no estés descontento con lo que adelantas—; pero, por otra, leyendo mis obras, que no se apartan mucho de las de los peripatéticos (pues tanto ellos como yo queremos ser socráticos y platónicos), ejercitarás tu juicio propio sobre estos mismo asuntos —no te lo estorbo—, pero sin duda ampliarás la riqueza de tu lengua latina leyéndolas. Pero no quisiera que pensaras que he hablado así por jactancia. Pues yo quedo por detrás de muchos en cuanto a saber filosófico, pero, si reclamo para mí lo propio del orador —el hablar con exactitud, claridad y ornato—, me parece que tengo cierto derecho para hacerlo, porque he dedicado mi vida a esta ocupación.


Información texto

Protegido por copyright
158 págs. / 4 horas, 36 minutos / 2.170 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Los Cuatro Hombres Justos

Edgar Wallace


Novela


Prologo. El oficio de Terrí

Si, partiendo de la Plaza de Mina, bajáis la estrecha calle donde, de diez a cuatro, pende indolentemente la gran bandera del consulado de los Estados Unidos; cruzáis la plaza donde se alza el Hotel de Francia, rodeáis la iglesia de Nuestra Señora y proseguís a lo largo de la pulcra y estrecha vía pública que es la arteria principal de Cádiz, llegaréis al Café de las Naciones.

A las cinco suele haber pocos clientes en el amplio local sostenido por columnas, y generalmente las redondas mesitas que obstruyen la acera frente a sus puertas permanecen desocupadas.

El verano pasado (en el año del hambre) cuatro hombres sentados en torno a una de las mesas hablaban de negocios.

León González era uno, Poiccart otro, George Manfred era un notable tercero, y Terrí, o Saimont, era el cuarto.

De este cuarteto, únicamente Terrí no requiere ser presentado al estudioso de historia contemporánea. Su historial se encuentra archivado en el Departamento de Asuntos Públicos. Allí está registrado como Terrí, alias Saimont.

Podéis, si sois inquisitivos y obtenéis el permiso necesario, examinar fotografías que lo presentan en dieciocho posturas: con los brazos cruzados sobre el ancho pecho, de frente, con barba de tres días, de perfil, con…, pero ¿para qué enumerarlas todas?

Hay también fotografías de sus orejas (de fealdad repelente, parecidas a las de los murciélagos) y una larga y bien documentada historia de su vida.

El señor Paolo Mantegazza, director del Museo Nacional de Antropología de Florencia, ha hecho a Terrí el honor de incluirlo en su admirable obra (véase el capítulo sobre «Valor intelectual de un rostro»); de aquí que considere que, para todos los estudiantes de criminología y fisiognomía, Terrí no necesita presentación.


Información texto

Protegido por copyright
126 págs. / 3 horas, 41 minutos / 511 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Los Cuatro Hermanos de la Luna

Gustav Meyrink


Cuento


Un documento.

Rápidamente diré quién soy yo. Desde los veinticinco hasta los sesenta años fui criado del señor conde du Chazal. Antes había servido como ayudante del jardinero en el convento de Apanua, donde pasé, asimismo, los años monótonos y melancólicos de mi juventud. Aprendí a leer y a escribir gracias a la bondad del abate.

Era expósito; cuando recibí la confirmación fui adoptado por mi padrino, el viejo jardinero del convento y, desde entonces, llevo el apellido Meyrink.

Hasta donde puedo recordar, tengo siempre presente la sensación de un aro de hierro, ajustado alrededor de mi cabeza, oprimiéndome el cerebro y que me impide el desarrollo de lo que comúnmente se llama imaginación. Casi podría decir que me falta un sentido interior; quizá por eso mi vista y mi oído son agudos como los de un salvaje. Si cierro los ojos, veo hoy todavía con deprimente claridad, los perfiles rígidos y negros de los cipreses, recortados contra los muros descascarados del monasterio. Veo, como entonces, las desgastadas baldosas que formaban el piso del claustro, una por una; las podría contar, pero todo está helado, mudo, no me dice nada, tal como suelen hablarle las cosas a los hombres, según he leído a menudo. Revelo con toda franqueza mi condición pasada y presente porque quiero ser absolutamente creído. Me anima, además, la esperanza de que esto que escribo aquí, sea leído por hombres que saben más que yo y que me gratifiquen, con luz y conocimiento, sobre la cadena de insolubles enigmas que han acompañado el devenir de mi vida; siempre, claro está, que puedan y quieran hacerlo.


Información texto

Protegido por copyright
20 págs. / 35 minutos / 166 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Cuarenta y Cinco

Alejandro Dumas


Novela


I. La puerta de San Antonio

Etiamsi omnes.

A las diez de la mañana del 26 de octubre de 1585 no se habían abierto aún las barreras de la puerta de San Antonio.

A las diez y tres cuartos, un piquete de unos veinte suizos, cuyo uniforme daba a entender que pertenecían a los pequeños cantones, es decir, a los más fieles partidarios de Enrique III, desembocó por la calle de la Mortellerie hacia la puerta de San Antonio, la cual se abrió, volviendo a cerrarse luego de haberles dado paso. En la parte exterior de dicha puerta los suizos se alinearon a orillas del soto que por aquel lado cercaba las dos líneas del camino.

Su aparición hizo entrar en la ciudad antes de las doce a gran número de paisanos que a ella se encaminaban desde Montreuil, Vincennes y Saint-Maur, operación que antes no habían podido llevar a efecto por hallarse cerrada la puerta.

En vista de la referida aparición del piquete, pudo pensarse que el señor preboste intentaba prevenir el desorden que era fácil tuviese lugar en la puerta de San Antonio con la afluencia de tanta gente.

En efecto, a cada momento llegaban, por los tres caminos convergentes, religiosos de los conventos circunvecinos: mujeres que cabalgaban en lucidos asnos, labradores tendidos en sus carretas que penetraban por entre aquella masa ya considerable, detenida en la barrera por la clausura inesperada de las puertas, que nada tenían que ver con la mayor o menor prisa de los que a ella acudían, formaban una especie de rumor semejante al bajo continuo de la armonía, al paso que algunas voces, dejando el diapasón general, subían hasta la octava para expresar sus amenazas o sus quejas.


Información texto

Protegido por copyright
779 págs. / 22 horas, 44 minutos / 437 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Crímenes del Amor

Marqués de Sade


Cuento


Amor, fruto delicioso que el Cielo permite a la tierra producir para la felicidad de la vida, ¿por qué es preciso que hagas nacer crímenes? ¿Y por qué el hombre abusa de todo?

Noches, de Young

Idea sobre las novelas

Se llama novela [román] a la obra fabulosa compuesta a partir de las aventuras más singulares de la vida de los hombres.

Pero ¿por qué lleva el nombre de novela este género de obra?

¿En qué pueblo debemos buscar su fuente, cuáles son los más célebres?

¿Y cuáles son, en fin, las reglas que hay que seguir para alcanzar la perfección del arte de escribirla?

He ahí las tres cuestiones que nos proponemos tratar, comencemos por la etimología de la palabra.

Dado que nada nos informa sobre cuál fue el nombre de esta composición entre los pueblos de la Antigüedad, en mi opinión sólo debemos aplicarnos a descubrir por qué motivo llevó entre nosotros el que aún le damos.

La lengua romance [romane] era, como se sabe, una mezcla del idioma céltico y del latín, en uso durante las dos primeras estirpes de nuestros reyes; es bastante razonable pensar que las obras del género de que hablamos, compuestas en esa lengua, debieron llevar su nombre, y que debió decirse romane para designar la obra en que se trataba de aventuras amorosas, como se dijo romance para hablar de las endechas del mismo género. Vano sería buscar una etimología diferente a esta palabra; al no ofrecernos el sentido común ninguna otra, parece fácil adoptar ésta.

Pasemos, pues, a la segunda cuestión.

¿En qué pueblo debemos hallar la fuente de esta clase de obras, y cuáles son los más célebres?


Información texto

Protegido por copyright
557 págs. / 16 horas, 14 minutos / 584 visitas.

Publicado el 7 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

4748495051