Textos más cortos no disponibles publicados el 20 de septiembre de 2016

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textos no disponibles fecha: 20-09-2016


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Jiu-roku-sakura

Lafcadio Hearn


Cuento


Uso no yona…
Jiu—roku—sakura
Saki ni keri!

En Wakégõri, un distrito de la provincia de Iyo, se yergue un cerezo famoso y antiguo, llamado Jiu—roku—sakura, “el Cerezo del Día Decimosexto” porque todos los años florece el día decimosexto del primer mes (según el antiguo calendario lunar), y sólo ese día. De modo que la época de su florecimiento es durante el Gran Frío, pese a que el hábito natural de un cerezo consiste en aguardar hasta la primavera antes de aventurarse a florecer. Pero el Jiu—roku—sakura florece gracias a una vida que no es la propia, o que, al menos, no lo era originalmente. El espíritu de un hombre habita ese árbol.

Era un samurai de Iyo, y ese árbol crecía en su jardín y solía dar flores en la época habitual, o sea, hacia fines de marzo y principios de abril. El samurai había jugado bajo ese árbol cuando niño; y sus padres y abuelos y ancestros habían colgado en esas ramas, estación tras estación, durante más de cien años, brillantes tiras de papel de colores donde habían escrito poemas de alabanza. El samurai envejeció, a tal punto que sobrevivió a sus propios hijos, y nada le quedaba en el mundo digno de su amor, salvo ese árbol. Mas, ¡ay!, un incierto verano el árbol se marchitó y murió.

El anciano no hallaba consuelo por la pérdida de su árbol. Entonces, unos cordiales vecinos hallaron un cerezo joven y hermoso y lo plantaron en el jardín del samurai, con la esperanza de confortarlo. Él demostró gratitud y simuló alegría. Pero lo cierto es que su corazón estaba ebrio de dolor, pues tanto había adorado al viejo árbol que nada podía compensar esa pérdida.

Al fin tuvo una feliz ocurrencia: recordó que había un modo de salvar al árbol seco. (Era el día decimosexto del mes primero.) Entró en el jardín, se inclinó ante el árbol marchito y le habló de esta manera :


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Oshidori

Lafcadio Hearn


Cuento


Había un cazador y halconero llamado Sonjõ, que vivía en el distrito de Tamura—no—Gõ, provincia de Mutsu. Un día salió de caza y no descubrió presa alguna. Pero en el camino de regreso, en un sitio llamado Akanuma, Sonjõ vio un par de oshidori (patos de los mandarines) que nadaban juntos en un río que él estaba a punto de cruzar. No está bien matar oshidori, pero Sonjõ, acosado por el hambre, decidió dispararles. Su dardo atravesó al macho; la hembra se deslizó entre los juncos de la orilla opuesta y desapareció. Sonjõ se apoderó del ave muerta, la llevó a casa y la cocinó.

Esa noche tuvo un sueño perturbador. Creyó ver una hermosa mujer que entraba en su cuarto, se erguía junto a su almohada y se echaba a llorar. El llanto era tan amargo que, al escucharlo, el corazón de Sonjõ parecía desgarrarse. Y díjole la mujer : “¿Por qué? ¿Por qué lo mataste? ¿Qué mal te había hecho…? ¡Éramos tan felices en Akanuma… y tú lo mataste! ¿Qué daño te causó? ¿Te das cuenta siquiera de lo que has hecho? ¡Oh! ¿Te das cuenta del acto perverso y cruel que has perpetrado…? También me diste muerte a mí, pues no podré vivir sin mi esposo… Sólo vine para decirte esto”.

Y una vez más se echó a llorar en voz alta, con tal amargura que el sonido de su llanto penetró en los mismos tuétanos del cazador; y luego sollozó las palabras de este poema:

Hi kukuréba
Sasoëshi mono wo…
Akanuma no
Makomo no kuré no
Hitori—né zo uki !

[¡Al llegar el crepúsculo lo invité a regresar junto a mí! Ahora, dormir sola a la sombra de los juncos de Akanuma… ¡ah!, ¡qué inefable desdicha !]


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Ubazakura

Lafcadio Hearn


Cuento


Hace trescientos años, en la aldea de Asamimura, distrito de Osengõri, provincia de Iyõ, vivía un buen hombre llamado Tokubei. Este Tokubei era la persona más rica del distrito, y el muraosa, o jefe de la aldea. La suerte le sonreía en muchos aspectos, pero alcanzó los cuarenta años de edad sin conocer la felicidad de ser padre. Afligidos por la esterilidad de su matrimonio, él y su esposa elevaron muchas plegarias a la divinidad Fudõ Myõ Õ, que tenía un famoso templo, llamado Saihõji, en Asamimura.

Sus plegarias no fueron desoídas: la mujer de Tokubei dio a luz una hija. La niña era muy bonita, y recibió el nombre de O—Tsuyu. Como la leche de la madre era deficiente, tomaron una nodriza, llamada O—Sodé, para alimentar a la pequeña.

O—Tsuyu, con el tiempo, se transformó en una hermosa muchacha; pero a los quince años cayó enferma y los médicos juzgaron irremediable su muerte. La nodriza O—Sodé, quien amaba a O—Tsuyu con auténtico amor materno, fue entonces al templo de Saihõji y fervorosamente le rogó a Fudõ—Sama por la salud de la niña. Todos los días, durante quince días, acudió al templo y oró; al cabo de ese lapso, O—Tsuyu se recobró súbita y totalmente.

Hubo, pues, gran regocijo en casa de Tokubei; y éste ofreció una fiesta a los amigos para celebrar el feliz acontecimiento. Pero en la noche de la fiesta O—Sodé cayó súbitamente enferma; y a la mañana siguiente, el médico que había acudido a atenderla anunció que la nodriza agonizaba.

Abrumada por la pena, la familia se congregó alrededor del lecho de la moribunda para despedirla. Pero ella les dijo :


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Mujima

Lafcadio Hearn


Cuento


En el camino de Akasaka, cerca de Tokio, hay una colina, llamada Kii—No—Kuni—Zaka, o “La Colina de la provincia de Kii”. Está bordeada por un antiguo foso, muy profundo, cuyas laderas suben, formando gradas, hasta un espléndido jardín, y por los altos muros de un palacio imperial.

Mucho antes de la era de las linternas y los jinrishkas, aquel lugar quedaba completamente desierto en cuanto caía la noche. Los caminantes rezagados preferían dar un largo rodeo antes de aventurarse a subir solos a la Kii—No—Kuni—Zaka, después de la puesta de sol.

¡Y eso a causa de un Mujima que se paseaba!

El último hombre que vio al Mujima fue un viejo mercader del barrio de Kyôbashi, que murió hace treinta años.

He aquí su aventura, tal como me la contó:

Un día, cuando empezaba ya a oscurecer, se apresuraba a subir la colina de la provincia de Kii, cuando vio una mujer agachada cerca del foso… Estaba sola y lloraba amargamente. El mercader temió que tuviera intención de suicidarse y se detuvo, para prestarle ayuda si era necesario. Vio que la mujercita era graciosa, menuda e iba ricamente vestida; su cabellera estaba peinada como era propio de una joven de buena familia.

—Distinguida señorita —saludó al aproximarse—. No llore así.. Cuénteme sus penas… me sentiré feliz de poder ayudarla.

Hablaba sinceramente, pues era un hombre de corazón.

La joven continuó llorando con la cabeza escondida entre sus amplias mangas.

—¡Honorable señorita! —repitió dulcemente—. Escúcheme, se lo suplico… Éste no es en absoluto un lugar conveniente, de noche, para una persona sola. No llore más y dígame la causa de su pena ¿Puedo ayudarla en algo?

La joven se levantó lentamente… Estaba vuelta de espaldas y tenía el rostro escondido… Gemía y lloraba alternativamente.

El viejo mercader puso una mano sobre su espalda y le dijo por tercera vez:


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Riki-Baka

Lafcadio Hearn


Cuento


Se llamaba Riki, que significa “fuerza”, pero la gente lo llamaba Riki el Simple, o Riki el Tonto, “Riki—Baka”, porque su vida transcurría en una infancia perpetua. Por esa misma razón lo trataban con amabilidad, aun cuando hubiera incendiado una casa acercando un fósforo encendido a un mosquitero, aplaudiendo de alegría al ver el resplandor de las llamas. A los dieciséis años era un mozo alto y fornido, pero su mente siempre conservó la feliz edad de dos años, y por tanto Riki seguía jugando con los pequeños. Los niños más grandes de la vecindad, de cuatro a seis años, no jugaban con él, porque Riki no podía aprender sus juegos ni sus canciones. Su juguete favorito era una escoba, a la que montaba como un caballito; y se pasaba las horas con su escoba, subiendo y bajando la cuesta que hay frente a mi casa, con asombrosas carcajadas. Pero al fin el ruido que causaba comenzó a molestarme, y tuve que decirle que fuera a jugar a otro sitio. Se inclinó con docilidad y se alejó, arrastrando la escoba con pesadumbre. Era muy amable y absolutamente inofensivo (siempre que no le dieran la oportunidad de jugar con fuego), y rara vez daba motivo de queja. Se relacionaba con la vida de nuestra calle en forma tan anónima como un pollo o un perro; cuando desapareció, no llegué a extrañarlo. Pasaron meses antes de que llegara a acordarme de Riki.

—¿Qué le ocurrió a Riki ? —le pregunté entonces a un viejo leñador que provee de combustible a nuestra vecindad, pues recordé que Riki solía ayudarlo a llevar los haces de leña.

—¿Riki—Baka? —respondió el viejo—. Ah, Riki murió, pobrecito… Sí, murió hace cosa de un año, inesperadamente; los médicos dijeron que tenía una enfermedad en el cerebro. Y hay una extraña historia respecto a Riki.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Diplomacia

Lafcadio Hearn


Cuento


Según las órdenes, la ejecución debía llevarse a cabo en el jardín del yashiki. De modo que condujeron al hombre al jardín y lo hicieron arrodillar en un amplio espacio de arena atravesado por una hilera de tobiishi, o pasaderas, como las que aún suelen verse en los jardines japoneses. Tenía los brazos sujetos a la espalda. La servidumbre trajo baldes con agua y sacos de arroz llenos de piedras; y se apilaron los sacos alrededor del hombre en cuclillas, de tal forma que éste no pudiera moverse. Vino el señor y observó los preparativos. Los halló satisfactorios y no hizo observaciones.

Súbitamente gritó el condenado:

—Honorable señor, la falta por la que me habéis sentenciado no fue cometida con malicia. Fue sólo causa de mi gran estupidez. Como nací estúpido, en razón de mi karma, no siempre pude evitar ciertos errores. Pero matar a un hombre por ser estúpido es una injusticia… y esa injusticia será enmendada. Tan segura como mi muerte ha de ser mi venganza, que surgirá del resentimiento que provocáis; y el mal con el mal será devuelto…

Si se mata a una persona cuando ésta padece un gran resentimiento, su fantasma podrá vengarse de quien causó esa muerte. El samurai no lo ignoraba. Replicó con suavidad, casi con dulzura:

—Te dejaremos asustarnos tanto como gustes… después de muerto. Pero es difícil creer que tus palabras sean sinceras. ¿Podrías ofrecernos alguna evidencia de tu gran resentimiento una vez que te haya decapitado?

—Por supuesto que sí —respondió el hombre.

—Muy bien —dijo el samurai, desnudando la espada—; ahora voy a cortarte la cabeza. Frente a ti hay una pasadera. Una vez que te haya decapitado, trata de morder la piedra. Si tu airado fantasma puede ayudarte a realizar ese acto, por cierto que nos asustaremos… ¿Tratarás de morder la piedra?


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Madreselva

María de Francia


Cuento


Me agrada mucho, y bien lo quiero, contarles la verdadera historia del lai que llaman Madreselva, por qué fue hecho, cómo y dónde. Muchos me lo han contado y yo lo encontré escrito en un libro sobre Tristán y la reina, sobre su amor que fue tan perfecto, por el que sufrieron tanto dolor y murieron luego en un mismo día.

El rey Marc estaba encolerizado, enfurecido con su sobrino Tristán. Lo echó de su tierra a causa del amor que sentía por la reina. Tristán regresó a su país, el sur de Gales, donde había nacido. Un año entero permaneció allí sin poder volver. Se abandonó a los peores peligros y a la muerte. No se asombren, pues aquel que ama lealmente se entrega a la tristeza y al dolor cuando no puede obtener lo que desea.

Tristán estaba abatido y pensativo; por esto salió de su tierra y se fue derecho a Cornualles donde permanecía la reina. Se escondió solo en el bosque, no deseaba ser visto. De allí salía al final de la tarde, al momento de buscar un resguardo, y pasaba la noche con los campesinos, con la gente pobre, preguntándoles sobre el rey, lo que sucedía con él; éstos le contaron que, según lo que escucharon, los barones fueron convocados por un bando real para que se dirigieran a Tintagel, donde el rey quería tener sus cortes. Todos estarán allí para Pentecostés, habrá mucha alegría y regocijo, la reina acompañará al rey.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Sueño

O. Henry


Cuento


La psicología vacila cuando intenta explicar las aventuras de nuestro mayor inmaterial en sus andanzas por la región del sueño, “gemelo de la muerte”. Este relato no quiere ser explicativo: se limitará a registrar el sueño de Murray. Una de las fases más enigmáticas de esa vigilia del sueño, es que acontecimientos que parecen abarcar meses o años, ocurren en minutos o instantes.

Murray aguardaba en su celda de condenado a muerte. Un foco eléctrico en el cielo raso del comedor iluminaba su mesa. En una hoja de papel blanco una hormiga corría de un lado a otro y Murray le bloqueaba el camino con un sobre. La electrocutación tendría lugar a las nueve de la noche. Murray sonrió ante la agitación del más sabio de los insectos.

En el pabellón había siete condenados a muerte. Desde que estaba ahí, tres habían sido conducidos: uno, enloquecido y peleando como un lobo en una trampa; otro, no menos loco, ofrendando al cielo una hipócrita devoción; el tercero, un cobarde, se desmayó y tuvieron que amarrarlo a una tabla. Se preguntó cómo responderían por él su corazón, sus piernas y su cara; porque ésta era su noche. Pensó que ya casi serían las nueve.

Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Carpani, el siciliano que había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlo. Muchas veces, de celda a celda, habían jugado a las damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible.

La gran voz retumbante, de indestructible calidad musical, llamó:

—Y, señor Murray, ¿cómo se siente? ¿Bien?

—Muy bien, Carpani —dijo Murray serenamente, dejando que la hormiga se posara en el sobre y depositándola con suavidad en el piso de piedra.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Secreto de la Muerta

Lafcadio Hearn


Cuento


Hace mucho tiempo, en la provincia de Tamba, vivía un rico mercader llamado Inamuraya Gensuké. Tenía una hija llamada O—Sono. Como ésta era muy bonita y sagaz, el mercader juzgó inoportuno brindarle sólo la exigua educación que podían ofrecerle los maestros rurales; la confió, pues, a unos servidores fieles y la envió a Kyõto, para que allí adquiriera las gráciles virtudes que suelen exhibir las damas de la capital. En cuanto la muchacha completó su educación, fue cedida en matrimonio a un amigo de la familia paterna, un mercader llamado Nagaraya, y con él compartió una dicha que duró casi cuatro años. Sólo tuvieron un hijo, un varón, pues O—Sono cayó enferma y murió después del cuarto año de matrimonio.

En la noche siguiente al funeral de O—Sono, su hijito dijo que la madre había vuelto y que estaba en el cuarto de arriba. Le había sonreído, pero sin dirigirle la palabra: el niño se había asustado y había emprendido la fuga. Algunos miembros de la familia subieron al cuarto que había pertenecido a O—Sono, y no poco se asombraron al ver, a la luz de una pequeña lámpara que ardía ante un altar en el cuarto, la imagen de la muerta. Parecía estar de pie ante un tansu, o cómoda, que aún contenía sus joyas y atuendos. La cabeza y los hombros eran nítidamente visibles, pero de la cintura para abajo la imagen se esfumaba hasta tornarse invisible; semejaba un imperfecto reflejo, transparente como una sombra en el agua.

Todos se asustaron y abandonaron la habitación. Abajo se consultaron entre sí; y la madre del esposo de O—Sono declaró:

—Toda mujer siente predilección por sus pequeñas cosas, y O—Sono le tenía gran afecto a sus pertenencias. Acaso haya vuelto para contemplarlas. Muchos muertos suelen hacerlo… a menos que las cosas se donen al templo de la zona. Si le regalamos al templo las ropas y adornos de O—Sono, es probable que su espíritu guarde sosiego.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Ruiseñor

María de Francia


Cuento


Una aventura os voy a contar de la que los bretones hicieron un lai. Se llama El ruiseñor,según me parece, y así le llaman en su tierra; es decir russignol en francés y nihtegale en correcto inglés.

En la región de Saint—Malo había una famosa ciudad. Vivían allí dos caballeros que tenían sendas casas fortificadas.Por la bondad de los dos nobles era famosa la ciudad. Uno se había casado con una mujer discreta, cortés y agradable; se portaba muy bien según las costumbres y el uso. El otro era un joven muy conocido entre sus iguales, por su valentía y por su gran valor, y con gusto llevaba a cabo acciones dignas de honra: participaba frecuentemente en torneos y era generoso y liberal con lo que tenía. Amaba a la mujer de su vecino; tanto la requirió, tanto le suplicó y ésta vio en él tanta virtud, que acabó amándolo sobre todas las cosas, por el bien que oía de él y porque estaba siempre cerca de ella. Se amaron con discreción y se ocultaron y escondieron para no ser descubiertos, sorprendidos o vistos; lo podían hacer sin dificultad, pues sus casas estaban cerca: muy cerca estaban sus casas, sus torres y sus salas; no había entre ellas barrera ni cerca, más que un alto muro de piedra gris. Desde las habitaciones en las que dormía la dama, cuando se ponía a la ventana, podía hablar a su amigo que estaba a la otra parte, y él a ella, y cambiar regalos y echarse prendas y lanzárselas. No había nada que les desagradara, estaban los dos muy a gusto, aunque no podían estar juntos a su placer, pues la dama era estrechamente custodiada cuando aquél estaba en la región. Pero tenían al menos eso para ellos, fuera de noche o fuera de día: que podían estar hablando juntos. Nadie podía impedir que fueran a la ventana y se vieran desde allí.


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Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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