Al señor Henri Roujon
¿Qué es el Tercer Estado? Nada.
¿Qué debe ser? Todo.
—Sully, después Sieyes
Pibrac, Nayrac, dos subprefecturas gemelas unidas por un camino
vecinal construido bajo el régimen de los Orleáns, testimoniaban, bajo
un cielo maravilloso, una perfecta unión de costumbres, negocios y
maneras de ver.
Como en cualquier lugar, el pueblo se caracterizaba por sus pasiones;
como en todas partes, la burguesía conciliaba el aprecio general con el
suyo propio. Todos, pues, vivían en paz y alegría en estas afortunadas
localidades, hasta que una tarde de octubre ocurrió que el viejo
violinista de Nayrac, hallándose corto de fondos, abordó, en el camino
real, al sacristán de Pibrac y, aprovechándose de la oscuridad, le pidió
con tono perentorio algún dinero.
Asustado, el hombre de las Campanas, sin reconocer al violinista,
accedió graciosamente; pero, de vuelta a Pibrac, contó su aventura de
tal manera que, en las imaginaciones enfebrecidas por su relato, el
viejo músico de Nayrac se convirtió en una banda de ávidos ladrones que
infestaban el Midi y asolaban el camino real con sus crímenes, incendios
y depredaciones.
Astutos, los burgueses de los dos pueblos habían exagerado los
rumores, de la misma manera que cualquier buen propietario se ve
obligado a aumentar los defectos de las personas que tienen aspecto de
ansiar sus capitales. ¡No porque hubieran sido engañados! Ellos habían
consultado las fuentes. Habían interrogado al sacristán tras haber
bebido. Este se contradijo, y ahora ellos sabían la verdad del asunto
mejor que nadie… Sin embargo, burlándose de la credulidad de las masas,
nuestros dignos ciudadanos se guardaban el secreto para ellos solos,
como les gusta guardar todo lo que tienen; tenacidad que, ante todo, es
el signo distintivo de las gentes sensatas e instruidas.
Información texto 'Los Bandidos'