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El Cardenal Napellus

Gustav Meyrink


Cuento


Aparte de su nombre, Hieronymus Radspieller, solo sabíamos de él que vivía año tras año en el castillo semiderruido cuyo propietario, un vasco canoso y siempre malhumorado —ex sirviente y luego heredero de un antiguo y noble linaje que se fue perdiendo en la soledad y la tristeza— le había alquilado todo un piso para él solamente, quien lo había hecho habitable con muebles y otros enseres muy anticuados, pero también muy lujosos.

Era un contraste fantástico el que aguardaba a quien entrara en esas habitaciones después de atravesar la tierra inculta y despoblada que rodeaba el castillo, donde nunca se oía cantar un pájaro y todo parecía dejado de la mano de Dios y de la vida, si no fuera que de tanto en tanto los tejos hiciesen oír sus quejidos bajo los embates del viento cálido que venía del sur, o que el lago —como un ojo enorme siempre abierto al cielo— reflejara en su pupila verdinegra las blancas nubes que flotaban en lo alto. Casi todo el día se lo pasaba Hieronymus Radspieller en su bote, dejando caer en las aguas un huevo de metal suspendido de un fino cordel de seda: una sonda para indagar las profundidades del lago.

—Seguramente se hallará al servicio de alguna compañía de estudios geográficos —arriesgó uno de nosotros, cuando cierta noche, después de nuestras cotidianas excursiones de pesca, nos hallábamos reunidos en la biblioteca de Radspieller, que él, gentilmente, había puesto a nuestra disposición.


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14 págs. / 24 minutos / 113 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Rashomon

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Era un frío atardecer. Bajo Rashomon, el sirviente de un samurai esperaba que cesara la lluvia. No había nadie en el amplio portal. Sólo un grillo se posaba en una gruesa columna, cuya laca carmesí estaba resquebrajada en algunas partes. Situado Rashomon en la Avenida Sujaltu, era de suponer que algunas personas, como ciertas damas con el ichimegasa o nobles con el momiebosh, podrían guarecerse allí; pero al parecer no había nadie fuera del sirviente. Y era explicable, ya que en los últimos dos o tres años la ciudad de Kyoto había sufrido una larga serie de calamidades: terremotos, tifones, incendios y carestías la habían llevado a una completa desolación. Dicen los antiguos textos que la gente llegó a destruir las imágenes budistas y otros objetos del culto, y esos trozos de madera, laqueada y adornada con hojas de oro y plata, se vendían en las calles como leña. Ante semejante situación, resultaba natural que nadie se ocupara de restaurar Rashomon. Aprovechando la devastación del edificio, los zorros y otros animales instalaron sus madrigueras entre las ruinas; por su parte ladrones y malhechores no lo desdeñaron como refugio, hasta que finalmente se lo vio convertido en depósito de cadáveres anónimos. Nadie se acercaba por los alrededores al anochecer, más que nada por su aspecto sombrío y desolado.

En cambio, los cuervos acudían en bandadas desde los más remotos lugares. Durante el día, volaban en círculo alrededor de la torre, y en el cielo enrojecido del atardecer sus siluetas se dispersaban como granos de sésamo antes de caer sobre los cadáveres abandonados.


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6 págs. / 11 minutos / 228 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Sennin

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Un hombre que quería emplearse como sirviente llegó una vez a la ciudad de Osaka. No sé su verdadero nombre, lo conocían por el nombre de sirviente, Gonsuké, pues él era, después de todo, un sirviente para cualquier trabajo.

Este hombre —que nosotros llamaremos Gonsuké— fue a una agencia de COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO, y dijo al empleado que estaba fumando su larga pipa de bambú:

—Por favor, señor Empleado, yo desearía ser un sennin. ¿Tendría usted la gentileza de buscar una familia que me enseñara el secreto de serlo, mientras trabajo como sirviente?

El empleado, atónito, quedó sin habla durante un rato, por el ambicioso pedido de su cliente.

—¿No me oyó usted, señor Empleado? —dijo Gonsuké—. Yo deseo ser un sennin. ¿Quisiera usted buscar una familia que me tome de sirviente y me revele el secreto?

—Lamentamos desilusionarlo —musitó el empleado, volviendo a fumar su olvidada pipa—, pero ni una sola vez en nuestra larga carrera comercial hemos tenido que buscar un empleo para aspirantes al grado de sennin. Si usted fuera a otra agencia, quizá...

Gonsuké se le acercó más, rozándolo con sus presuntuosas rodillas, de pantalón azul, y empezó a argüir de esta manera:

—Ya, ya, señor, eso no es muy correcto. ¿Acaso no dice el cartel COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO? Puesto que promete cualquier trabajo, usted debe conseguir cualquier trabajo que le pidamos. Usted está mintiendo intencionalmente, si no lo cumple.

Frente a un argumento tan razonable, el empleado no censuró el explosivo enojo:

—Puedo asegurarle, señor Forastero, que no hay ningún engaño. Todo es correcto —se apresuró a alegar el empleado—, pero si usted insiste en su extraño pedido, le rogaré que se dé otra vuelta por aquí mañana. Trataremos de conseguir lo que nos pide.


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4 págs. / 8 minutos / 330 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Nariz

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


No hay nadie, en todo Ike—no—wo, que no conozca la nariz de Zenchi Naigu. Medirá unos 16 centímetros, y es como un colgajo que desciende hasta más abajo del mentón. Es de grosor parejo desde el comienzo al fin; en una palabra, una cosa larga, con aspecto de embutido, que le cae desde el centro de la cara.

Naigu tiene más de 50 años, y desde sus tiempos de novicio, y aun encontrándose al frente de los seminarios de la corte, ha vivido constantemente preocupado por su nariz. Por cierto que simula la mayor indiferencia, no ya porque su condición de sacerdote "que aspira a la salvación en la Tierra Pura del Oeste" le impida abstraerse en tales problemas, sino más bien porque le disgusta que los demás piensen que a él le preocupa. Naigu teme la aparición de la palabra nariz en las conversaciones cotidianas.

Existen dos razones para que a Naigu le moleste su nariz. La primera de ellas: la gran incomodidad que provoca su tamaño. Esto no le permitió nunca comer solo, pues la nariz se le hundía en las comidas. Entonces Naigu hacía sentar mesa por medio a un discípulo, a quien le ordenaba sostener la nariz con una tablilla de unos cuatro centímetros de ancho y sesenta y seis centímetros de largo mientras duraba la comida. Pero comer en esas condiciones no era tarea fácil ni para el uno ni para el otro. Cierta vez, un ayudante que reemplazaba a ese discípulo estornudó, y al perder el pulso, la nariz que sostenía se precipitó dentro de la sopa de arroz; la noticia se propaló hasta llegar a Kyoto. Pero no eran esas pequeñeces la verdadera causa del pesar de Naigu. Le mortificaba sentirse herido en su orgullo a causa de la nariz.


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6 págs. / 11 minutos / 229 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Cuerpo de Mujer

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado.

Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. "Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga..."

Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro.


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1 pág. / 2 minutos / 191 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Kappa

Ryunosuke Akutagawa


Cuento


Extrañamente, experimentaba simpatía por Gael, presidente de una compañía de vidrio. Gael era uno de los más grandes capitalistas del país. Probablemente, ningún otro kappa tenía un vientre tan enorme como el suyo. ¡Y cuán feliz se le ve cuando está sentado en un sofá y tiene a su lado a su mujer que se asemeja a una litchi y a sus hijos similares a pepinos! A menudo fui a cenar a la casa de Gael acompañando al juez Pep y al médico Chack; además, con su carta de presentación visité fábricas con las cuales él o sus amigos estaban relacionados de una manera u otra. Una de las que más me interesó fue la fábrica de libros. Me acompañó un joven ingeniero que me mostró máquinas gigantescas que se movían accionadas por energía hidroeléctrica; me impresionó profundamente el enorme progreso que habían realizado los kappas en el campo de la industria mecánica.

Según el ingeniero, la producción anual de esa fábrica ascendía a siete millones de ejemplares. Pero lo que me impresionó no fue la cantidad de libros que imprimían, sino la casi absoluta prescindencia de mano de obra. Para imprimir un libro es suficiente poner papel, tinta y unos polvos grises en una abertura en forma de embudo de la máquina. Una vez que esos materiales se han colocado en ella, en menos de cinco minutos empieza a salir una gran cantidad de libros de todos tamaños, cuartos, octavos, etc. Mirando cómo salían los libros en torrente, le pregunté al ingeniero qué era el polvo gris que se empleaba. Éste, de pie y con aire de importancia frente a las máquinas que relucían con negro brillo, contestó indiferentemente:

—¿Este polvo? Es de sesos de asno. Se secan los sesos y se los convierte en polvo. El precio actual es de dos a tres centavos la tonelada.


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2 págs. / 3 minutos / 199 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Golem

Gustav Meyrink


Novela


Sueño

La luz de la luna cae al pie de mi cama y se queda allí como una piedra grande, lisa y blanca.

Cuando la luna llena empieza a encogerse y su lado derecho se carcome — como una cara que se acerca a la vejez, mostrando primero las arrugas en una mejilla y perfilándose después — a esa hora de la noche, se apodera de mí una inquietud sombría y angustiosa.

No estoy dormido ni despierto, y, en el ensueño, se mezclan en mi alma lo vivido con lo leído y oído, como corrientes de distinto brillo y color que confluyeran. Antes de acostarme había leído la vida de Buddha Gotama e incesantemente volvían a repetirse en mi mente, de mil formas, estas frases:

«Una corneja voló hacia una piedra que parecía un trozo de grasa y pensó:

quizás haya aquí un buen bocado. Pero como la corneja no encontró nada apetitoso, se alejó. Del mismo modo que la corneja que se había acercado a la piedra, abandonamos — nosotros, los seguidores — al asceta Gotama, cuando hemos perdido placer en él.»

Y la imagen de la piedra que parece un pedazo de grasa crece monstruosamente en mi mente:

Camino por el lecho seco de un río y recojo guijarros lisos.

De color gris — azulado, cubiertos de polvo brillante, sobre los que pienso y recapacito y con los que, sin embargo, no sé qué hacer — y después otros negros con manchas amarillas de azufre, como petrificados intentos de un niño por imitar unas salamandras toscamente moteadas.

Y quiero arrojar estos guijarros lejos de mí, pero una y otra vez se me caen de las manos, y no puedo apartarlos de mi vista.

Aparecen a mi alrededor todas las piedras que han jugado un papel en mi vida.

Algunas se esfuerzan desmesuradamente por surgir de la tierra a la luz — como grandes cangrejos de color pizarra, subiendo con la marea,empeñados en atraer mi mirada hacia ellos y decirme cosas de importancia infinita.


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238 págs. / 6 horas, 57 minutos / 322 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Corazón de las Tinieblas

Joseph Conrad


Novela


I

El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea.

El estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna interferencia, y en el espacio luminoso las velas curtidas de los navíos que subían con la marea parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que se extendía por las orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aún, parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo.

El director de las compañías era a la vez nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro observábamos con afecto su espalda mientras, de pie en la proa, contemplaba el mar. En todo el río no se veía nada que tuviera la mitad de su aspecto marino. Parecía un piloto, que para un hombre de mar es la personificación de todo aquello en que puede confiar. Era difícil comprender que su oficio no se encontrara allí, en aquel estuario luminoso, sino atrás, en la ciudad cubierta por la niebla.


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124 págs. / 3 horas, 37 minutos / 419 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Agente Secreto

Joseph Conrad


Novela


Prefacio del autor

El origen de El agente secreto, tema, tratamiento, intención artística y todo otro motivo que pueda inducir a un escritor a asumir su tarea, puede delinearse, creo yo, dentro de un período de reacción mental y emotiva.

El hecho es que comencé este libro impulsivamente y lo escribí sin interrupciones. En su momento, cuando estuvo impreso y sometido a la crítica de los lectores, fui hallado culpable de haberlo escrito. Algunas imputaciones fueron severas, otras incluían una nota angustiosa.

No las tengo prolijamente presentes, pero recuerdo con nitidez el sentido general, que era bien simple, y también recuerdo mi sorpresa por la índole de las acusaciones. ¡Todo esto me suena ahora a historia antigua! Y sin embargo ocurrió hace no demasiado tiempo. Debo concluir que en el año 1907 yo conservaba aun mucho de mi prístina inocencia.

Ahora pienso que incluso una persona ingenua pudría haber sospechado que algunas críticas surgían de la suciedad moral y sordidez del relato.

Por supuesto ésta es una seria objeción. Pero no fue general. De hecho, parece ingrato recordar tan diminuto reproche entre las muchas apreciaciones inteligentes y de simpatía. Confío en que los lectores de este prefacio no se apresurarán a rotular esta actitud como vanidad herida o natural disposición a la ingratitud. Sugiero que un corazón caritativo bien podría atribuir mi elección a natural modestia. Con todo, no es estricta modestia lo que me hace seleccionar ese reproche para la ilustración de mi caso. No, no es modestia exactamente. No estoy nada seguro de ser modesto; pero los que hayan leído hondo en mi obra, me adjudicarán la suficiente dosis de decencia, tacto, savoir faire, y todo lo que se quiera, como para precaverme de cantar mi propia alabanza, más allá de las palabras de otras personas. ¡No! El verdadero motivo de mi selección estriba en muy distinta cualidad.


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290 págs. / 8 horas, 28 minutos / 229 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Tifón

Joseph Conrad


Novela


I

Era el capitán MacWhirr, del vapor Nan-Shan, un hombre cuya fisonomía, en cuanto a apariencias externas se refiere, reflejaba fielmente su mentalidad. No denotaba características, tales como la firmeza o la estupidez. Carecía en absoluto de características pronunciadas. Era el suyo un rostro corriente e inmutable.

De su aspecto sólo se podría decir que se le traslucía a veces cierta timidez; porque llegado a tierra, acostumbraba sentarse en las oficinas, sonriente, tostado por el sol, y con los ojos entornados. Cuando levantaba la vista se le descubría una mirada franca y azul.


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93 págs. / 2 horas, 44 minutos / 118 visitas.

Publicado el 18 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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