Un remolcador a vapor resoplaba
cansinamente arrastrando el clíper de altos mástiles, bien equipado con
lanchas de salvamento. El clíper, con sus relucientes costados recién
pintados de negro, su afilada proa, y su arqueada bovedilla, era la viva
imagen del velero rápido y audaz; pero quienes conocieran su historia
podrían haberlo convertido en el perfecto ejemplo para ilustrar un
sermón sobre la desaparición del marinero británico; y en este sentido,
el clíper era el escándalo del río. Chinos, franceses, noruegos,
españoles, turcos…: transportaba un verdadero muestrario de la raza
humana. Todos ellos trabajaban arduamente, limpiando los puentes y
cerrando las escotillas, pero el alto y corpulento primer oficial se
mesó los cabellos cuando descubrió que prácticamente ninguno de los
hombres que componían la tripulación era capaz de comprender una orden
dada en inglés.
El capitán, John Smith, llevaba consigo a su hermano pequeño,
George Smith. Le había hecho embarcar con la esperanza de que la
travesía fuera beneficiosa para su salud. Estaban en ese momento
sentados ambos a la mesa, con una botella de champán abierta entre
ellos, cuando el primer oficial, obedeciendo a una orden del capitán,
hizo su aparición. Todavía le ardían los ojos de resultas de su reciente
estallido de ira.
—¡Bueno, señor Karswell! —exclamó el capitán—, nos espera un largo
viaje. Calculo que necesitaremos unos seis meses antes de vislumbrar el
faro de Singapur. He pensado que le gustaría tomar una copa con
nosotros. ¡Brindemos porque nos conozcamos mejor y porque tengamos un
buen viaje!
Era el capitán un tipo jovial y simpático. Su cara, muy roja y
marcada por las inclemencias del tiempo, irradiaba buen humor. El gesto
hosco del primer oficial se relajó al oír estas cordiales palabras, y se
bebió de un trago la copa de champán que el capitán le ofrecía.
Información texto 'La Travesía del «Flowery Land»'