—¿Cuál es el tema de su obra? —pregunté, con
displicencia, al señor elegante, extremadamente ágil y desenvuelto,
llamado Iván Kamychov, que necesitado de fondos y declarándose un
principiante, me proponía la publicación de un grueso manuscrito.
—¿Qué le puedo decir?… El tema no es nuevo… Amor…, asesinato…
Lea, usted verá… Son las memorias de un juez de instrucción. —Sin duda
fruncí las cejas, porque Kamychov pestañeó, se estremeció y agregó
rápidamente—: Mi relato está en viejo estilo judicial, pero usted
encontrará un hecho real…, la verdad… Todo lo que evoco pasó ante mi
vista, de pe a pa; fui testigo y hasta participé en el hecho…
—Lo importante no es la verdad, y no es indispensable haber visto
un hecho para describirlo. Nuestro público está harto de los Gaboriau y
de los Chkliarevski. Harto de asesinatos misteriosos, de hábiles
detectives y de jueces sagaces. Es verdad que hay público y público.
Hablo del que lee nuestro diario. ¿Cuál es el título de su relato?
—Un drama en la cacería.
—Veamos, no es un título serio… y, en verdad, tengo tantos textos
para publicar que me es prácticamente imposible aceptar otros, aunque
sean meritorios.
—A pesar de todo, señor, guarde mi manuscrito… Usted dice: «No es
serio», pero no puede calificarse así lo que no se ha leído… ¿Ypor qué
no quiere usted admitir que hasta los jueces de instrucción sepan
escribir seriamente?
Kamychov balbuceaba, hacía girar un lápiz entre sus dedos y se miraba la punta de sus zapatos. Terminó por conmoverme.
—Perfectamente, déjeme su manuscrito. Pero no le prometo leerlo en seguida. Tendrá que esperar…
—¿Mucho tiempo?
—No sé… Vuelva dentro de dos o tres meses…
—¡Oh, cuánto tiempo! Bueno, no me atrevo a insistir…, será como usted quiera.
Información texto 'Extraña Confesión'