I
El Tiempo es la primera materia de la vida: y así como el cáñamo
(verbigracia) les sirve a unos industriales para hacer alforjas, a otros
para velas de barco, a éstos para alpargatas y a aquéllos para
ahorcarse, el Tiempo toma también diversas formas y se aplica a
diferentes usos, según el oficio, las necesidades o las aficiones de los
humanos.
Vayan algunos ejemplos.
Los historiadores dividen el Tiempo por edades, por civilizaciones
(palabra muy de moda), por pontificados, por dinastías, por reinados,
por guerras y por otras habilidades de la llamada sociedad.
Los astrónomos y los gobernantes lo han dividido, ora en siglos, ora
en décadas, ora en olimpíadas, ora en lustros, ora en años, ora en
nonas, ora en meses, ora en idus, ora en semanas; y las semanas en días,
y los días en horas, y las horas en minutos, y los minutos en
segundos...; todo ello sin contar los quinquenios, los trienios, los
bienios, las cuarentenas de los buques y de las personas, y otra porción
de grandes cosas, como los años embolísmicos y los bisiestos.
Los médicos no se han quedado atrás, y computan el Tiempo por edades
fisiológicas, formando cuatro grupos: 1.º Infancia y puericia. 2.º
Adolescencia y juventud. 3.º Edad viril, edad consistente y edad madura.
4º. Vejez, decrepitud... y cuerpo presente. Esta última fórmula es de
mi cosecha.
Los políticos cuentan por elecciones, por legislaturas, por
ministerios. Para ellos empieza el año cuando se abren las Cortes y se
acaba el mundo cuando caen del Poder.
«—En tiempos de Bravo Murillo —dice uno— me dejé toda la barba.
—¡Hombre! ¡Mire usted qué casualidad! —exclama otro—. Entonces me casé yo.
—¿Cómo? ¿Era usted ministerial?
—¡Ya lo creo! Por eso me casé.
—Pues yo me dejé la barba porque era de oposición.
—¡Ah! Ya..., ¡como republicano!
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