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Vidas Paralelas

Plutarco


Historia, Tratado, Tratado político


VOLUMEN I

TESEO Y RÓMULO

I.— Acostumbran los historiadores ¡oh Sosio Seneción!, cuando en la descripción de los países hay puntos de que no tienen conocimiento, suprimir éstos en la carta, poniendo en los últimos extremos de ella esta advertencia: de aquí adelante no hay sino arenales faltos de agua y silvestres, o pantanos impenetrables, o hielos como los de la Escitia, o un mar cuajado. Pues a este modo, habiendo yo de escribir estas vidas comparadas, en las que se tocan tiempos a que la atinada crítica y la historia no alcanzan, acerca de ellos me estará muy bien prevenir igualmente: de aquí arriba no hay más que sucesos prodigiosos y trágicos, materia propia de poetas y mitólogos, en la que no se encuentra certeza ni seguridad. Y habiendo escrito del legislador Licurgo y del rey Numa, me parece que no será fuera de propósito subir hasta Rómulo, pues que tanto nos acercamos a su tiempo; pero examinando, para decirlo con Esquilo,

¿Quién tendrá compañía a esta lumbrera?
¿Con quién se le compara? ¿Quién le iguala?

he creído que el que ilustró a la brillante y celebrada Atenas podría muy bien compararse y correr parejas con el fundador de la invicta y esclarecida Roma. Haré por que, purificado en mi narración lo fabuloso, tome forma de historia; mas si hubiere alguna parte que obstinadamente se resistiese a la probabilidad y no se prestase a hacer unión con lo verosímil, necesitaremos en cuanto a ella de lectores benignos y que no desdeñen el estudio de las antigüedades.

II.— Paréceme, pues, que Teseo hace juego con Rómulo por muchas notas de semejanza: por ser uno y otro, de origen ilegítimo y oscuro, hubo fama de que eran hijos de dioses;

Invictos ambos: lo sabemos todos;


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Publicado el 16 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Leyenda de San Julián el Hospitalario

Gustave Flaubert


Cuento


I

Los padres de Julián vivían en un castillo rodeado de bosques, en la ladera de una colina. Las cuatro torres de las esquinas remataban en techumbres puntiagudas cubiertas de escamas de plomo y la base de los muros se apoyaban en bloques de rocas que se despeñaban abruptamente hasta el fondo de los fosos.

El pavimento de los patios era regular como el enlosado de una iglesia. Largas gárgolas, figurando dragones con las fauces inclinadas hacia abajo, escupían hacía la cisterna el agua de las lluvias. Y en el resalto de las ventanas de todos los pisos crecía en un tiesto de barro pintado una albahaca o un heliotropo.

Un segundo cercado, hecho de estacas, protegía en primer lugar una huerta de árboles frutales, luego un cuadro donde las flores se combinaban formando cifras, después una enramada con glorietas para tomar el fresco, y un juego de mallo que servía para entretenimiento de los pajes. Al otro lado estaban la porqueriza, los establos, el horno de cocer el pan, el lagar y los graneros. En todo el contorno prosperaba un verde pastizal, cerrado por un seto de espinos. Se vivía en paz desde hacía tanto tiempo, que ya no se bajaba el rastrillo; los fosos estaban llenos de agua; las golondrinas hacían sus nidos en las hendiduras de las almenas; y el arquero, que se pasaba el día paseando por la cortina, en cuanto el sol pegaba demasiado, se metía en la atalaya y se quedaba dormido como un fraile.

En el interior, relucían los herrajes por doquier; en los aposentos, los tapices protegían del frío; y los armarios estaban rebosantes de ropa blanca, se apilaban en las bodegas los toneles de vino, las arcas de roble reventaban bajo el peso de los sacos de dinero.


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Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Alma de Dios

Gustave Flaubert


Cuento


I

A lo largo de medio siglo, las burguesas de Pont-l’Evêque le envidiaron a madame Aubain su criada Felicidad.

Por cien francos al año, guisaba y hacía el arreglo de la casa, lavaba, planchaba, sabía embridar un caballo, engordar las aves de corral, mazar la manteca, y fue siempre fiel a su ama —que sin embargo no siempre era una persona agradable.

Madame Aubain se había casado con un mozo guapo y pobre, que murió a principios de 1809, dejándole dos hijos muy pequeños y algunas deudas. Entonces madame Aubain vendió sus inmuebles, menos la finca de Toucques y la de Greffosses, que rentaban a lo sumo cinco mil francos, y dejó la casa de Saint-Melaine para vivir en otra menos dispendiosa que había pertenecido a sus antepasados y estaba detrás del mercado.

Esta casa, revestida de pizarra, se encontraba entre una travesía y una callecita que iba a parar al río. En el interior había desigualdades de nivel que hacían tropezar. Un pequeño vestíbulo separaba la cocina de la sala donde madame Aubain se pasaba el día entero, sentada junto a la ventana en un sillón de paja. Alineadas contra la pared, pintadas de blanco, ocho sillas de caoba. Un piano viejo soportaba, bajo un barómetro, una pirámide de cajas y de carpetas. A uno y otro lado de la chimenea, de mármol amarillo y de estilo Luis XV, dos butacas tapizadas. El reloj, en el centro, representaba un templo de Vesta. Y todo el aposento olía un poco a humedad, pues el suelo estaba más bajo que la huerta.


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Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Noviembre

Gustave Flaubert


Novela corta


Fragmentos de un estilo cualquiera

Para… bobear y fantasear.

MICHEL DE MONTAIGNE

Amo el otoño. Esta triste estación es apropiada para los recuerdos. Cuando los árboles pierden todas sus hojas, cuando el cielo crepuscular aún conserva ese tinte rojizo que dora la hierba marchita, resulta dulce ver cómo se apaga todo aquello que, poco antes, ardía en nuestro interior.

Acabo de regresar de mi paseo por los prados vacíos, junto a los fríos fosos en los que se miran los sauces. El viento hacía silbar sus ramas desnudas; en ocasiones enmudecía y después comenzaba otra vez, de repente. Entonces las hojas que aún se aferran a los zarzales temblaban de nuevo, la hierba tiritaba inclinándose sobre la tierra, todo parecía volverse más pálido, más helado. En el horizonte, el disco del sol se confundía con el blanco del cielo, y su aureola lo impregnaba de un soplo de vida expirante. Yo sentía frío, casi miedo.

Me he resguardado tras un montículo de hierba; el viento había cesado. No sé por qué pero, mientras estaba allí, sentado en el suelo —sin pensar en nada y contemplando el humo que brotaba de los chamizos en la lejanía—, mi vida entera se me apareció como un fantasma, y el amargo sabor de los días pasados regresó, con el olor de la hierba agostada y la madera muerta. Mis pobres años desfilaron de nuevo ante mis ojos, como arrastrados por el invierno en alas de una espantosa tormenta. Algo terrible los arremolinaba en mi memoria, con una furia mayor que la del viento que espoleaba las hojas sobre los senderos apacibles. Una extraña ironía los zarandeaba y revolcaba solo para mi diversión. Después remontaron el vuelo, todos juntos, y se perdieron en el cielo pálido.


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Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Educación Sentimental

Gustave Flaubert


Novela


Primera parte

Capítulo I

Hacia las seis de la mañana del 15 de septiembre de 1840, próximo a zarpar, el Ville de Montereau despedía grandes torbellinos de humo delante del muelle de Saint-Bernard.

La gente llegaba sin aliento; las barricas, los cables, los cestos de ropa blanca dificultaban la circulación; los marineros no contestaban a nadie; tropezaban unas con otras las personas; los bultos subían por entre los dos tambores, y el bullicio se absorbía en el ruido del vapor, que, escapándose por las tapaderas de hierro de las chimeneas, todo lo envolvía en una nube blanquecina, mientras la campana sonaba avante sin cesar.

Por fin, el barco arrancó, y las dos orillas, pobladas de tiendas, de canteros y de fábricas, desfilaron como dos anchas cintas que se desenrollan.

Un joven de dieciocho años, de pelo largo, que llevaba un álbum debajo del brazo, estaba inmóvil cerca del timón. A través de la bruma contemplaba campanarios y edificios, cuyo nombre ignoraba; después abrazó en una última ojeada la isla de Saint-Louis, la Cité, Notre-Dame, y muy pronto, al desaparecer París, lanzó un suspiro prolongado.

Frédéric Moreau, que acababa de recibir el título de bachiller, regresaba a Nogent-sur-Seine, donde debía languidecer durante dos meses antes de ir a cursar derecho. Su madre, con la suma indispensable, le había enviado al Havre a ver a un hermano suyo, del cual esperaba que fuese heredero su hijo; volvió de allí la víspera, y lamentaba no poder permanecer en la capital, siguiendo, para llegar a su provincia, el camino más largo.


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Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Salambó

Gustave Flaubert


Novela


I. El festín

La escena es en Megara, arrabal de Cartago, y en los jardines de Amílcar.

Los soldados que este había capitaneado en Sicilia celebraban con un gran banquete el aniversario de la batalla de Eryx. Ausente el jefe, los numerosos soldados comían y bebían a sus anchas.

Los capitanes, calzados con coturnos de bronce, se habían situado en el camino del centro, bajo un velo de púrpura con franjas de oro que se extendía desde la pared de las cuadras hasta la primera azotea del palacio. La soldadesca se desparramaba bajo los árboles, desde los que se veían una porción de edificios de techo plano, lagares, graneros, almacenes, panaderías y arsenales; un patio para los elefantes, fosos para las bestias feroces y una prisión para los esclavos.

Las cocinas hallábanse rodeadas de higueras; un bosque de sicomoros se extendía hasta unos manchones verdes, en los que las granadas resplandecían entre los copos blancos de los algodoneros. Viñas cargadas de racimos trepaban hasta el ramaje de los pinos; un campo de rosas florecía bajo los plátanos; en el césped, de trecho en trecho, se balanceaban las azucenas; una arena negra, mezclada con polvo de coral, cubría los senderos, y en medio, la avenida de los cipreses formaba de un extremo a otro como una doble columnata de obeliscos verdes.


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Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Seso Esfumado

Gustav Meyrink


Cuento


(Al zapatero Voifft-, con veneración.)

Hiram Witt era un gigante del espíritu, y como pensador superaba al propio Parménides, en fuerza y profundidad. Aparentemente, pues ni un solo europeo hablaba siquiera de sus obras.

La noticia de que había logrado, hace ya veinte años, hacer crecer de células animales sometidas, sobre discos de vidrio, a la influencia de un campo magnético, junto a la rotación mecánica, cerebros completamente desarrollados —cerebros que, a juzgar por lo que se sabía, eran capaces incluso de pensar por sí mismos—, apareció ciertamente acá y acullá en los diarios, pero sin haber despertado un interés científico más profundo.

Tales cosas no encajan en absoluto en nuestros tiempos. Y, además, en los países de habla alemana, ¡qué iba a hacerse con cerebros que pensaban por su cuenta!

Cuando Hiram Witt era todavía joven y ambicioso, no transcurría una semana sin que mandara uno o dos de les cerebros trabajosamente producidos por él a los grandes institutos científicos. ¡Podían examinarlos, opinar acerca de ellos!

En honor a la verdad, así se hizo concienzudamente.

Los cerebros fueron colocados en recipientes de cristal, de temperatura apropiada. El famoso profesor de liceo Aureliano Chupatinto les estuvo leyendo, incluso, por intervención de un alto personaje, conferencias a fondo sobre el enigma del universo de Häckel. Pero los resultados fueron hasta tal punto desalentadores, que todos se vieron literalmente forzados a prescindir de toda enseñanza ulterior. Porque, piénsese: ya en la introducción a la primera conferencia, la mayor parte de los cerebros estallaron entre sonoros estampidos, mientras que los demás sufrieron unas cuantas contracciones violentas, para reventar en seguida, sin llamar la atención y apestar más tarde atrozmente.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Petróleo

Gustav Meyrink


Cuento


Fue el viernes, a mediodía, cuando el doctor Kunibaldo Delirrabias vertió lentamente la solución de estricnina en el arroyo.

Un pez surgió a la superficie, muerto, panza arriba.

«Así estarás ahora tú mismo», se dijo Delirrabias, y se desperezó contento de haber arrojado junto con el veneno los pensamientos suicidas.

Por tercera vez en su vida miraba de este modo la muerte en la cara, y cada vez, gracias a un oscuro presentimiento de que aún estaba llamado para algo grande —para una venganza fiera y dilatada—, volvió a aferrarse a la vida.

La primera vez quiso ponerle fin a su existencia cuando le robaron su invención; después, años más tarde, cuando le despidieron de su empleo porque no cejaba en perseguir y poner en evidencia al ladrón de su invento, y ahora, porque…, porque…

Kunibaldo Delirrabias dio un gemido al revivir en la memoria los recuerdos de su pena.

Todo estaba perdido, todo a lo que tenía apego, todo lo que una vez le era querido y caro. Y todo gracias al odio ciego, estrecho e infundado. que una multitud animada de frases hechas siente centra todo cuanto sale de la rutina.

¡Qué de cosas no habrá emprendido, ideado y propuesto!

Pero, apenas se ponía en marcha, tenía que abandonar la tarea; delante de él la «muralla china»; la turba de los amados prójimos y la consigna «pero».

* * *

—…«Azote de Dios», sí, así se llama la salvación. ¡Oh Todopoderoso, Rey de los Cielos, déjame que sea un destructor, ¡un Atila! —hervía la ira en el corazón de Delirrabias.

Tamerlán, el Gengis Khan, que renqueando con sus huestes amarillas de mongoles, asuela los campos de Europa; los caudillos vándalos, que sólo encuentran sosiego en las ruinas del arte romano; todos ellos son de su raza, mozos crudos, fuertes, nacidos en un nido de águilas.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Preparación

Gustav Meyrink


Cuento


Los dos amigos estaban sentados en el rincón del Café Radetzky, al lado de la ventana, con las cabezas juntas.

—Se ha ido, se marchó esta tarde con su criado a Berlín. La casa está vacía; acabo de llegar y lo comprobé sin lugar a duda. Los dos persas eran los únicos habitantes.

—¿De modo que cayó en la trampa del telegrama?

—No dudé de ello ni por un momento; cuando oye hablar de Fabio Maríni, no hay quién le detenga.

—Así y todo, me resulta extraño, pues han vivido juntos durante años, hasta su muerte; de manera que, ¿qué novedades de él pudo haber esperado encontrar en Berlín?

—¡Oh! Al parecer el profesor Marini se tuvo calladas muchas cosas; él mismo lo dejó caer una vez en medio de una conversación, hará de eso medio año, más o menos, cuando el bueno de Axel aún se hallaba entre nosotros.

—¿Hay realmente algo de verdad en ese misterioso método de preparación de Fabio Marini? ¿Lo crees de veras, Sinclair?

—No es cuestión de «creer». Con estos ojos he visto en Florencia el cadáver de un niño preparado por Marini. Te aseguro que cualquiera juraría que el niño sólo estaba dormido; nada de rigidez, nada de arrugas; incluso el cutis estaba sonrosado tal como el de un ser vivo.

—Hum. Piensas, entonces, que el persa pudo realmente haber asesinado a Axel, y…


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Maldición del Sapo

Gustav Meyrink


Cuento


Amplio, moderadamente movido y grave.
«Los Maestros Cantores».

Sobre el camino de la pagoda azul brilla caluroso el sol indio — caluroso el sol indio.

La gente canta en el templo y cubre a Buda con flores blancas, y los sacerdotes rezan solemnemente: om maní padme hum; om maní padme hum.

El camino desierto y abandonado: hoy es día de fiesta.

Las largas gramíneas de kusha formaron una espaldera en los prados junto al camino de la pagoda azul — al camino de la pagoda azul. Las flores todas esperaban al milpiés que vivía más allá, en la corteza de la venerable higuera.

La higuera era el barrio más distinguido.

«Soy la venerable —había dicho de sí misma— y con mis hojas pueden hacerse taparrabos — pueden hacerse taparrabos».

Pero el gran sapo, que siempre estaba sentado en la piedra, la despreciaba por estar arraigada, y los taparrabos tampoco le importaban gran cosa. Y en cuanto al milpiés, lo odiaba. No podía devorarlo, porque era muy duro y tenía un jugo venenoso — jugo venenoso.

—Por eso lo odiaba — lo odiaba.

Quería destruirlo y hacerlo desdichado, y durante toda la noche estuvo celebrando consultas con los espíritus de los sapos muertos.

Desde el amanecer estaba sentado en la piedra y esperaba y daba a veces golpecitos con la pata trasera — golpecitos con la pata trasera.

De vez en cuando escupía sobre las gramíneas de kusha.

Todo estaba silencioso: las flores, los escarabajos y las gramíneas. Y el vasto, vasto cielo. Pues era un día de fiesta.

Sólo las ranas en la charca —las impías— cantaban canciones sacrílegas:

Me cisco en la flor de loto,
Me cisco en mi vida.
Me cisco en mi vida,
Me cisco en mi vida…


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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