Capítulo 1. Dos citas de los cuentos de Hoffmann
Una noche de diciembre, mientras que el viento penetrante del
invierno, acompañado de una lluvia menuda y glacial, ahuyentaba de
las calles a los paseantes; varios amigos del doctor L. tomábamos
el té, cómodamente abrigados en una pieza confortable de su linda
aunque modesta casa. Cuando nos levantamos de la mesa, el doctor,
después de ir a asomarse a una de las ventanas, que se apresuró a
cerrar en seguida, vino a decirnos:
— Caballeros, sigue lloviendo, y creo que cae nieve; sería una
atrocidad que ustedes salieran con este tiempo endiablado, si es
que desean partir. Me parece que harían ustedes mejor en permanecer
aquí un rato más; lo pasaremos entretenidos charlando, que para eso
son las noches de invierno. Vendrán ustedes a mi gabinete, que es
al mismo tiempo mi salón, y verán buenos libros y algunos objetos
de arte.
Consentimos de buen grado y seguimos al doctor a su gabinete. Es
éste una pieza amplia y elegante, en donde pensábamos encontrarnos
uno o dos de esos espantosos esqueletos que forman el más rico
adorno del estudio de un médico; pero con sumo placer notamos la
ausencia de tan lúgubres huéspedes, no viendo allí más que
preciosos estantes de madera de rosa, de una forma moderna y
enteramente sencilla, que estaban llenos de libros ricamente
encuadernados, y que tapizaban, por decirlo así, las paredes.
Arriba de los estantes, porque apenas tendrían dos varas y media
de altura, y en los huecos que dejaban, había colgados grabados
bellísimos y raros, así como retratos de familia. Sobre las mesas
se veían algunos libros, más exquisitos todavía por su edición y su
encuadernación.
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