(De las Memorias de un Bohemio)
...Así, escribiendo lo que me pasa por la cabeza, me olvido de lo
presente y mi alma parece entibiarse con el recuerdo. Viejo y pobre
estoy ahora, y esta mañana de invierno me hace sentirme más viejo, más
solo y más pobre que nunca.
La pieza donde estoy hospedado ahora, que no tiene alfombra en el
suelo ni papel en las paredes, solo me cuesta una miseria, y hace varios
meses que debo el arriendo. ¿Lo pagaré alguna vez?
Como estoy solo, entre algunos amigos pobres paso estas escaseces, y así va corriendo mi vida. ¡Ah! ¡qué vida, Dios mío!
Con los años, y más que con los años, con la soledad, no tengo
fuerzas para pensar en hacer algo. Es tan difícil encender e entusiasmo
cuando uno no tiene nada que le aliente.
Y así voy por las calles pascando mi levita raída y mi cabeza gris, sin saber a dónde ir.
Ahí, en la pared blanqueada de cal, colgando fúnebremente de un
clavo, está mi viejo paletó de invierno. ¡Cuántos anos, cuántos
inviernos han pasado sobre los dos!
En otro tiempo, cuando lo compre, yo era casi tan pobre como ahora; pero, en fin, había algo que hacer, algo en que pensar...
Trabajaba yo en una imprenta, la de la primera “Linterna” que se
fundó. ¡Con cuánto entusiasmo, ingenuidad y alegría se escribía entonces
sobre la libertad, la igualdad, la fraternidad! Ahora todo eso está
viejo y gastado como ese pingajo mugriento.
Yo tenía en el diario la sección de la tijera, hacía de cuando en
cuando algunas traducciones del francés y contrataba avisos, de todo lo
cual solía sacar mis ochenta pesos al mes.
Debo decir aquí que ya en aquella época estaba solo, porque mi madre había muerto y jamás llegué a conocer a mi padre.
Poco después de entrar a la imprenta, me trasladé de la casa de
pensión en que estaba hospedado, uniéndome a una jovencita con la que me
casé en un día de hermoso sol.
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