Textos más populares este mes | pág. 336

Mostrando 3351 a 3360 de 8.322 textos.


Buscador de títulos

334335336337338

Historia de Estilicón

Horacio Quiroga


Cuento


Esa noche llegó mi gorila. Habían sido menester cinco cartas seguidas para obtener el cumplimiento de la promesa que arranqué a mi amigo en vísperas de su gran viaje. Iba a Camarones, quería ver las grandes selvas, las llanuras amarillas, las noches estrelladas y sofocantes que brillan impávidas sobre cabezas (le negros. ¿Cómo maniobró aquel perfecto loco para no dejar la vicia entre una turba de traficantes, cuarenta leguas más allá de las últimas factorías? No lo sé. Mi gorila estaba allí, un divino animalito pardo de cincuenta centímetros. Se mantenía en pie, gracias sin duda a los oficios de los pasajeros que durante la travesía distrajeron sus ocios enseñando a la huraña criatura las actitudes propias de un hombre. Se había recostado contra la pared, los brazos grandemente abiertos. Chirriaba sin cesar, llevando la vista de mí a la lámpara con extraordinaria rapidez.

Dimitri, el viejo sirviente asmático que a la muerte de mi padre sacudió tristemente la cabeza cuando le anuncié que podía si quería dejar nuestra casa, le observaba con atento estupor. El bien conocía estos monitos del Brasil que rompen nueces y son difíciles de cuidar; le eran familiares. Pero su asombro entonces era despertado por las proporciones de la bestia. Sin duda a sus ojos albinizados por las estepas lituanas de fauna extremadamente fácil, chocaba este oscuro animal complicado, en cuyos dientes creía ver aún trozos de cortezas roídas quién sabe en qué tenebrosa profundidad de selva. No obstante se acercó a mi pequeña fiera, no para acariciarla —¡oh, no!— sino para verla mejor. El animal se tiró al suelo chillando. Como me aturdía con sus gritos, advertí a Dimitri lo dejara en sosiego. Solo con él, lo observé bien.


Leer / Descargar texto

Dominio público
12 págs. / 21 minutos / 25 visitas.

Publicado el 23 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Muerte del Canario

Horacio Quiroga


Cuento


Rubia, un poco delgada —no mucho— las mejillas arrebatadas en un rojo vivo de camelia, la alegría de Blanca era el encanto de la casa. Sus carcajadas, que habían conservado de la niñez ese ligero timbre de cristal que tiene la voz de las muñecas, eran siempre inopinadas; la madre hacía severas señas y el padre perdonaba sonriendo.

Quince años. De niña había sido enferma. Sólo Dios sabe lo que habían sufrido los padres, los pobres padres que velaron cuarenta noches seguidas, con los ojos rojizos. Una enfermedad caprichosa para la cual el mismo médico era torpe en su diagnóstico.

Y así transcurrieron los cuarenta días de martirio, con inefables esperanzas a veces, agravamientos súbitos en otras horas, como aquellos del infausto 12 de setiembre, cuando Blanca hubo de morir. Pero salvó, y ya crecida no se presentaron las perturbaciones que temía el médico.

Es así como Blanca llenaba toda la casa con su voz poderosa de señorita plena de salud.

Ahora bien, Blanca tenía novio. ¡Oh, no hay que enorgullecerse de haberlo adivinado! ¿Por qué, si no, aquellas risas súbitas que la echaban en brazos de su mamá, besándola cinco minutos seguidos? ¿Y aquellas tristezas que sus padres no veían, pero que eran bien ciertas, puesto que ella misma me las contó?

Pero no hay que pensar en el nombre del afortunado doncel; diré solamente que era alegre, muy alegre, vistoso como el manto de los príncipes, y pequeño, tan pequeño que todo el mundo hubiera reído conociéndolo. Era... era... diré de una vez: era un pájaro, sí, mis señores, un canario, un canario de lo más impertinente que se puede dar.

Figuraos que enamoraba a Blanca cantando, y cantaba aturdidamente, y la miraba, y se colocaba de perfil, e hinchaba la garganta, y piaba dulcemente, todo como un gran seductor, el lindo vanidoso.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 8 minutos / 35 visitas.

Publicado el 24 de enero de 2024 por Edu Robsy.

La Finca de los Muertos

Joaquín Dicenta


Cuento


Bajando por la puerta de Toledo, poco antes de llegar al puente y a mano izquierda de la carretera, se abre un camino polvoriento, especie de atajo, en cuyas lindes vierte sus aguas una alcantarilla que serpentea con emanaciones de pantano y pujos de arroyo, para lamer cuatro o cinco casucas de agrietadas paredes y ruinoso aspecto. En sus ventanas colúmpianse con churrigueresco desorden, sujetos a una soga y heridos brutalmente por los rayos del sol, multiples harapos de infinitos colores, los cuales son prendas de vestir, aunque no lo parecen; y junto a la puerta charlan y gritan, formando grupos heterogéneos, mujeres de todas edades, con las greñas sueltas, los brazos desnudos y las medias (cuando las tienen) caídas por encima de los tobillos.

Mientras las mujeres platican, sus criaturas, descalzas, medio en cueros, tiznado el rostro y curtida la piel, chapotean entre las aguas, revolviendo y respirando las putrideces estancadas en el fondo de la alcantarilla, y se revuelcan por la húmeda arena y escarban el suelo y traban disputas, que terminan casi siempre a puñetazos.

Los padres de estos chicos, ocupados en un trabajo que comienza con el día y acaba con el día también, no gozan de tiempo para vigilarles. Las madres, entregadas a sus hablillas, a sus rencores y a sus faenas no les hacen caso tampoco, y los niños se desarrollan en absoluta libertad con el raquitismo en la sangre y la ignorancia en el cerebro.

Sin embargo, tan horrible y triste conjunto representa en aquel camino la nota alegre, porque representa la vida, mejor que la vida, la última frontera de la vida humana.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 18 visitas.

Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Ganarás el Pan...

Pedro Mata y Domínguez


Novela


I

Los grandes focos eléctricos del teatro Real despedían torrentes de luz sobre las aceras mojadas. Vendedoras de flores y periódicos, curiosos, desocupados y mendigos se atropellaban en la puerta permitiendo a duras penas la entrada del público. Los coches al pasar acortaban un momento su marcha; algunos se detenían para que las personas que los ocupaban se apeasen, y partían de nuevo veloces, quebrando en fragmentos el cristal de los charcos que la lluvia dejó en el arroyo.

En el salón se extendía, compacta, como un solo conjunto, la alegre muchedumbre. Las lámparas eléctricas arrancaban de ella matices vivísimos, tintes de iris; centelleo de escamas al reflejarse sobre los suaves terciopelos, las brillantes sedas, los satinados rasos y los mantones de Manila que, como frescas manchas de paleta, se destacaban del monótono negro de los fracs.

Un movimiento continuo, una agitación incesante, extendíase por todo el salón. Oleadas de gente en corrientes diversas iban y venían de un extremo a otro. Voces, gritos, canciones, chistes y carcajadas. Formábanse corrillos, rinconcitos de intimidad en los que se hablaba en voz baja, cuchicheando, produciendo un ruido semejante al de los gorriones al nacer el día. Arriba, en los palcos, las máscaras se abanicaban lánguidamente contemplando con indiferencia las apreturas de la muchedumbre. Casi todas charlaban y reían. Las menos, con los codos apoyados sobre el terciopelo de las balaustradas, seguían con interés las oscilaciones del salón, mostrando la satinada blancura de su garganta y el brillo de sus ojos más negros todavía que los negros antifaces. Cruzaban de un extremo a otro como raudas saetas frases y serpentinas, y en brillante lluvia caían de los palcos policromos confetti y escalas argentinas de carcajadas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
213 págs. / 6 horas, 13 minutos / 44 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Los Aldeanos

Pablo Palacio


Cuento


Para Benjamín Carrión


Era bajita, gordita y tenía los ojos zarcos; el cabello era rubio; el talle, robusto; la cara, algo morena; y los pechos eran tan duros como dos buenos repollos de col.

Hija de doña María y de don Manuel, mayordomos de la hacienda de don Antonio, que tenían el ganado más gordo y las vacas más lecheras de la comarca; tuvo sus amores con Miguel. Miguel era alto, esbelto; tenía los ojos pardos, el cabello bermejo, el cutis claro, y cualquiera de las mozas del pueblo se hubiera alocado por tener un galán tan apuesto. Pero Miguel era pobre; sus padres se le habían muerto cuando era muy niño y decepcionado de la vida, tomaba de ella muy poco en serio para dedicarla toda en francachelas; por eso en el pueblo todos le decían el Balcache, y más de una vez se le había visto llorar, con los ojos cargados de tristeza, bajo los copudos mangos del huerto, si el cielo estaba lleno de nubes plomizas y el ambiente era pesado y caluroso.

El villorrio era tan pequeño, que parecía un nidal de palomas en medio del campo extenso, besado por el río. Lo formaban tres ringlas de casas simétricamente colocadas en torno de la iglesia antañosa, más ancha que larga; alrededor estaba el campo, lleno de cañares, maizales, platanares y grandes terrenos baldíos. A cada casucha correspondía un huerto; en los huertos había naranjas, limas… La de don Manuel estaba en la ringla izquierda, casi besándose con la iglesia, y el huerto era el mejor cultivado y el más apetitoso, por sus naranjas dulces y coloradotas y sus duraznos entreabiertos, goteando miel.

Allí, en el huerto, Miguel había encontrado a Margarita, y con el corazón palpitante y las mejillas un poco pálidas, le había dicho:

—¡Mi vida!

Y la moza, que ya otras veces había sonreído al mozo, se dejó besar largamente en la boca roja, en los ojos dulces.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 18 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Gabi

yo


Periodico, periodismo


El periodismo desempeña un

papel fundamental en nuestras vidas, ya que nos brinda información objetiva y veraz sobre los acontecimientos que suceden a diario. En la sociedad contemporánea, el periodismo ejerce un poderoso impacto al generar conciencia, promover cambios sociales y mantener una democracia saludable.

el periodismo tiene la

capacidad de influir en la opinión pública y dar voz a aquellos que no tienen medios para hacerlo por sí mismos. A través de investigaciones exhaustivas, los periodistas revelan la verdad y exponen la corrupción, las injusticias y las violaciones de los derechos humanos. Estas revelaciones pueden provocar un cambio significativo en la sociedad al llamar la atención sobre problemas subyacentes y movilizar a la ciudadanía para demandar acciones y soluciones de las autoridades correspondientes.


¿Para qué sirven los periódicos?

A diferencia de la voz, la escritura marca y crea un registro de todo lo que sucede. Da certeza sobre un hecho en el tiempo y evita

que la información se distorsione cuando pasa de una persona a otra. Además, la palabra impresa hace que las cosas se mantengan en el tiempo, o en el caso de las ciudades, evita que la información se vuelva chisme.

Sin embargo, esto también puede ser un problema porque lo que queda escrito, también se vuelve una verdad, pero no hay una sola verdad en el mundo. Esta ha sido


Es por ello, que el periodismo desempeña un papel fundamental en nuestras vidas, ya que nos brinda información objetiva y veraz sobre los acontecimientos que suceden a diario. En la sociedad contemporánea, el periodismo ejerce un poderoso impacto al generar conciencia, promover cambios sociales y mantener una democracia saludable.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
1 pág. / 2 minutos / 26 visitas.

Publicado el 1 de julio de 2024 por Said Schmidth .

El Crimen de Ayer

José Fernández Bremón


Cuento


«Felices los que hallan siempre la moral en armonía con su conveniencia, porque nunca tendrán remordimientos». Así reflexionaba anoche cuando falto de asunto de actualidad para la revista, me dirigí en busca de mi amigo Damián, a quien salvé la vida hace dos meses consiguiendo apartar de su ánimo la manía del suicidio.

—¡Oh amigo mío! —le dije con el acento más suave que pude dar a mi voz—, ya sabes que no deseo tu muerte, pero como al fin y al cabo la vida es corta y miserable y pudieras persistir en la idea de poner punto final a la tuya; sin que esto sea inducirte al suicidio, vengo a rogarte que, si continúas decidido a morir, lo hagas esta misma noche en mi presencia, para darme un asunto dramático y conmovedor con que impresionar mañana a los lectores.

»En estos tres últimos días no ha tenido la bondad ningún marido de hacer la vivisección de su mujer culpable; no se ha determinado a fallecer ningún hombre eminente; ni siquiera se han atrevido los imitadores a asaltar un simple tranvía, a ejemplo de lo ocurrido en provincias hace poco; el cometa que han visto algunos en el cielo no dirige la proa hacia la tierra; todo funciona con monotonía insoportable; felices los revisteros que pudieron anunciar el incendio de Roma por Nerón y la derrota del Guadalete. El mundo ha degenerado, amigo mío. Ya no sucede nada. En ti confío únicamente.

—Mucho siento —contestó Damián con benevolencia— no poder complacerte; pero tus argumentos en contra del suicidio me convencieron.

—Sin embargo, acaso pude equivocarme —repliqué—. Medítalo con calma, amigo mío.

—Comprendo tu situación —repuso Damián—, y voy a darte asunto.

—¡Ah, buen amigo! —dije abrazándole—. ¿Te decides a morir? ¿Te sacrificas a la curiosidad pública?

—No hay necesidad: voy a referirte un hecho que conmoverá seguramente a los lectores. Enciende el cigarro y eschucha.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 14 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Bocetos

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


La prima de dos mártires

Publio y su esposa Celsa, ciudadanos de Roma, aunque cristianos y piadosos, no tenían las virtudes y el carácter que en el siglo IV de la Iglesia conducían al desierto o al martirio. Admiraban a los correligionarios que repartían a los pobres sus haciendas para practicar la pobreza voluntaria, y no se consideraban con abnegación para imitarlos; socorrían en secreto a los perseguidos, y practicaban del mismo modo los sencillos ritos de la Iglesia primitiva, y les asombraba y espantaba aquel valor contagioso de las doncellas, los niños y los ancianos, que confesaban en público sus creencias en aquellos tiempos en que costaba el declararse cristianos sufrir una verdadera pasión y morir crucificados o a saetazos, ser lanzados al fuego o perecer en el circo desgarrados por los tigres.

Algo disculpaba la tibieza relativa de Publio y Celsa: el amor de padres: ¡era tan hermosa y cándida Virginia, su hija única! Pero no menos jóvenes y hermosas habían sido sus primas Julia y Marciana, y fueron arrojadas al Tíber, dentro de un saco lleno de culebras, por no hacer sacrificios a la diosa Juno. Publio y Celsa recordaban con terror aquel episodio sublime y doloroso, y el valor indomable de aquellas niñas delicadas, que con sus respuestas irritaron a los jueces, y con su resignación y belleza hicieron llorar a los verdugos. ¿Qué sería de los padres de Virginia si un día llamaran a sus puertas los satélites de Diocleciano para conducir a la presencia del emperador aquella niña de dieciséis años, de ojos tristes y cara angelical, acostumbrada al recogimiento de la casa de sus padres? Aquella idea les sobrecogía y angustiaba. Vivían en una época de terror y crueldades. Además, su sobresalto tenía fundamento.


Leer / Descargar texto

Dominio público
12 págs. / 22 minutos / 20 visitas.

Publicado el 12 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Mis Víctimas

José Fernández Bremón


Cuento


Había muerto yo.

El tribunal que debía juzgarme estaba constituido: yo temblaba en el banquillo de los reos, cuando me dijo el presidente:

—Declare las muertes que ha hecho voluntaria o involuntariamente, o las que han hecho otros en provecho de usted.

—A nadie he muerto —respondí sin vacilar.

—Pido —dijo el fiscal, que era un demonio—, pido que desfilen sus víctimas por delante del tribunal.

Oyéronse a lo lejos mugidos, cacareos, relinchos, maullidos y gritos de toda clase de animales, y vi el desfile más extraño que vio ningún nacido.

Un ejército interminable de hormigas y toda clase de insectos, con un tropel alado de mariposas, moscas, cínifes y abejas pasaron ante mí zumbando furiosamente y mirándome con sus ojillos verdes, azules, negros y encarnados. Hasta las inofensivas mariposas agitaban sus alas de colores, demostrando indignación en sus movimientos al mirarme, y me llamaban asesino en sus idiomas.

—Son los vivientes que has aplastado al andar o has quitado la vida en tus juegos de muchacho —dijo el demonio.

Pasó después otro ejército: las chinches marchaban con pesadez, y sus cuerpecillos rojos hacían el efecto de un arroyuelo de sangre; trotaban delante de ellas una partida de pulgas finas y charoladas; las arañas seguían, dando zancadas descomunales; algunos alacranes agitaban con furor sus garfios venenosos; los sapos parecían señorones barrigudos; las curianas y escarabajos iban de luto riguroso; pasaban atropellando a todos y luciendo sus serruchos los ligeros saltamontes; revoloteaban dando tropezones los murciélagos; víboras, lagartijas, culebras y otras alimañas, en número extraordinario, me llamaban asesino.

—Son los que mataste en defensa propia, o por antipatía y repugnancia —prosiguió el diablo—. Prepárate a ver el desfile de los que te sirvieron de alimento.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 6 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Último Mono

José Fernández Bremón


Cuento


Recuerdos de un viaje a Oriente, tomados del álbum de un tourista. Conversación con el doctor Osford.


—¿Cree usted —dije al doctor mientras tomábamos el té en su casa— que el medio en que se vive modifica el organismo?

—A la vista tenemos un ejemplo: desde que en el siglo pasado se estableció aquí el doctor que fundó esta casa, quiso hacer un experimento que se ha seguido por la tradición de la familia. Compró a un titiritero dos orangutanes amaestrados, macho y hembra, que servían a la mesa, comían como personas y hacían otras muchas habilidades; los puso en una alcoba, los sentaba a su mesa, los castigaba cuando se dejaban llevar de sus instintos, y se propuso educarlos como personas, mandando a sus descendientes que hiciesen lo propio con las crías de los monos, anotando en un registro las vicisitudes del experimento.

—¿Y se conservan esos apuntes?

—Yo he escrito sus últimas páginas, que son interesantes: es un archivo de observaciones que se disputarán algún día los archiveros principales del mundo.

—¿Y han continuado hasta hoy las generaciones de los orangutanes?

—Aún subsiste uno, y se conservan en el museo que luego enseñaré a usted las descendencias momificadas de todas las crías sucesivas. Verá usted allí las modificaciones del tipo primitivo, merced a la cultura que los monos recibieron, progresando siempre en la vida de familia que hicieron todos a fuerza de constancia.

—¿Puede darme usted algunos datos?


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 35 visitas.

Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

334335336337338