Textos más populares este mes | pág. 652

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Égloga

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


Por un viejo camino de sementeras y de vendimias conducen un rebaño dos mujerucas de la aldea. La una, vieja y engalanada, es la ventera de la Venta del Frade, y la otra descalza y humilde la zagala que sirve allí por el yantar y el vestido.

En la paz de una hondonada umbría, dos zagales andan encorvados segando el trébol oloroso y húmedo, y entre el verde de la hierba, las hoces brillan con extraña ferocidad. Un asno viejo, de rucio pelo y luengas orejas, pace gravemente arrastrando el ronzal, y otro asno infantil, con la frente aborregada y lanosa y las orejas inquietas y burlonas, mira hacia la vereda erguido, alegre, picaresco, moviendo la cabeza como el bufón de un buen rey. Al pasar las dos mujeres, uno de los zagales grita hacia el camino:

—¿Van para la feria de Brandeso?

—Vamos más cerca.

—¡Un ganado lucido!

—¡Lucido estaba!... ¡Agora le han echado una plaga, y vamos al molino de Cela!...

—¿Van á dónde el saludador?... ¡A mi amo le sanó una vaca! Sabe palabras para deshacer toda clase de brujerías!

—¡San Berísimo te oiga!

—¡Vayan muy dichosas!


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 72 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Rendición de Santiago

Silverio Lanza


Novela


Advertencia

Aun está usted a tiempo de dejarme, lector y señor mío. Olvide usted que para leerme gastó usted unas pesetas; añádalas usted a las muchas que ha empleado mal o le han robado o le han exigido, y tire usted este libro sin leerlo, si no sabe usted leer.

Quiero decir que si usted buscaba un libro que adornase, su biblioteca o su mesa de despacho, ha perdido usted su tiempo. Si usted buscaba el libro de moda, ha perdido usted su tiempo. Si usted buscaba el libro nuevo para hablar de él a los amigos y a los contertulios, ha perdido usted su tiempo, porque nadie le escuchará si de mí le habla. Si buscaba usted un libro que le deleitase, busque usted otro, porque éste es triste y soporífero. Si quería usted un libro que le ilustrase, no ha escogido usted bien, porque éste no le dirá nada nuevo; le dirá solamente lo que usted ya sabe, aunque no se atreva a decir que lo sabía. Y si buscaba usted un libro malo para darse el placer de censurarlo, también ha perdido usted su tiempo, porque en las primeras páginas del libro le advierto a usted que protesto de una manera enérgica y rotunda contra las censuras de usted.

Al comprar usted el libro, ha adquirido usted el derecho de leerlo, pero no el de censurarlo. Esto le parecerá a usted raro, pero se lo explicaré a usted.


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Dominio público
126 págs. / 3 horas, 41 minutos / 107 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Una Ecuación con Dos Incógnitas

Silverio Lanza


Cuento


(Una solución)


Diálogo en la cervecería del Quebec's Inn entre un Exchange-broker y su hijo.

—Dí, papá; ¿vamos á estar en este país mucho tiempo?

—Quizás estemos poco... quizás estaremos siempre.

—¿Y mámá?

—Ha muerto.

—¡Muerta!...

—Un agente de policía la dió un culatazo. ¿Oyes? un culatazo. Oyelo bien.

—¿Y de qué murió?

—El médico creyó que de una meningitis: un magistrado dijo que la había matado la rabia, y yo creo que murió de vergüenza... Porque nos avergüenzan... Ya lo sabes.

Un minuto de silencio.

—Oye, papá; ¿por qué bota la pelota?

—¿Por qué preguntas eso?

—Contéstame.

—Pues bien; al dar en el suelo se oprime el aire que hay dentro de la esfera de goma; este aire trata de recobrar su volumen primitivo, y este esfuerzo de reacción se efectúa en todos sentidos: la fuerza hacia abajo se neutraliza con la resistencia del suelo, y la que va hacia arriba puede con la pelota y la levanta en el aire... Y basta.

Otra pausa.

—Contesta, y no te incomodes

—Di.

—De modo que si la doy con mucho empuje botará mucho.

—Sí, hijo, sí.

—¿Y si la diese con mucha fuerza... con la fuerza de toda la pólvora que hay en Inglaterra?

—¿Qué es eso?

—Sí, papá; yo la empujo con todo mi cuerpo, y con toda esa fuerza...

—Pero entonces darías de bruces en tierra y te estrellarías.

—Bueno; me estrellaría, pero la pelota subiría mucho, mucho... ¿Hasta dónde?

—No sé.

—Subiría hasta el cielo; hasta donde está mamá.

—¿Qué dices, hijo?

—Calla, calla, papá. Ya ves que oía cuando me contaste lo del culatazo.


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 48 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Buñolería

Silverio Lanza


Cuento


Está en una calle estrecha y pasajera. Parece por fuera el aborto de una taberna engendrado por un horchatero. Á las tres de la madrugada ya están abiertas las puertas y ocupadas todas las mesillas cojas con tableros pintados de blanco.

Aún crean sombras en las calles los pocos faroles que deja luciendo á tan avanzada hora el económico Ayuntamiento, Las prostitutas pasean por la acera arrastrándose con pesado paso, mirando con envidiosos ojos aquellos bohemios que tan temprano se desayunan, sin sospechar que acaso no hayan hecho otra comida desde la mañana anterior. Algunas compañeras, que tienen más filosofía ó los pies doloridos, arman corro alrededor de una esquina, y allí murmuran y ajustan sus cuentas, mirando de vez en cuando al fondo del callejón, donde un vago claror que proyecta en el arroyo el farolillo de un portal anuncia á los consumidores que allí hay un lupanar de poco precio. Todas llaman á los transeuntes con su característico silbido ó con palabras no menos especiales y distintas, y sujetan la capa del estudiante calavera, ó la blusa del obrero que va borracho, y cantan coplas obscenas adaptadas á la música de Semíramis y bostezan y se rascan. Delante de la puerta de la Buñolería están la pareja de guardias de Orden público, el individuo de la ronda y el sereno, rodeando el chuzo y el farol del último, hablando de toros y loterías y robos y crímenes. Ya se nota el primer movimiento industrial de la población, y se ven haraposas mujeres revolviendo montones de basura, ejerciendo de esta manera miserable uno de los comercios más importantes de la corte. Ya van hacia sus puestos algunas vendedoras de buñuelos caminando con su tablero sobre la cabeza y la tijera colgada al hombro.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 31 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Los Cruzados

Silverio Lanza


Cuento


Fingir sabiduría ó alardear de ignorancia, son dos sistemas vulgarísimos para encubrir una estupidez real.

La resistencia por la ofensa y la resistencia Pasiva son las resistencias de los ignorantes y los Cobardes. Al cielo sólo va el bueno.


Hace años oí lo siguiente á un amigo mío:

«Cuando yo estudiaba con los padres escolapios, mi profesor me llenaba de cardenales el cuerpo, y yo supuse entonces que el latín era un pretexto para pegar azotes. Siendo mozo quise estudiar el Arte poética, y me encontré con que nada sabía de la lengua latina y, recapacitando, deduje que los azotes eran un pretexto para no enseñar latín.»

De todos modos, y aparte de lo dicho, yo profeso un cariñoso respeto á los padres Agustinos porque saben y á los Escolapios porque enseñan. Esto nace de que creo firmemente que es más agradable á Dios aprender que ayunar. Acaso me equivoque, acaso peque. Ya lo veremos como lo vieron los cruzados de mi cuento.

Soy un gran pecador. Lo confieso y me pesa, pero quizás gane el cielo, porque soy un individuo altamente moral é inofensivo é insignificante.

Verán Vds, cómo.

Amo á Dios sobre todas las cosas, porque encuentro en ello un placer grandísimo.

Me amo á mi mismo más que al prógimo, porque no me gustan acciones que no sean recíprocas.

Amo el estudio, porque produce la agradable posesión de lo deseado y el encantador deseo de lo desconocido.

No hago mal á nadie, para evitarme el remordimiento, y olvido y perdono el mal recibido para no sufrir las impertinencias del rencor.

Me gustan las verdades útiles y las mentiras bonitas.

De las mujeres sólo me gustan las honradas, y soy tan bueno que las deseo para otro.

Amo la justicia, pero creo que debe ser administrada por Dios y no por los guardias de orden público.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 73 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Maiga

Federico Gana


Cuento


A Rene Brickles


Aquella mañana de invierno me sentía poseído de una incomprensible hipocondría.

Sentado frente al escritorio, trataba de contraer mi atención sobre el cuaderno de cuentas del fundo, que tenía abierto ante mí; pero al mirar por la ventana el día brumoso y obscuro, los húmedos ramajes de los pinos y naranjos del jardín, que se destacaban sobre un cielo de leche, volvía a sumerjirme otra vez en mi triste somnolencia, en mi inmotivado abatimiento.

—Hoy no hago nada, no puedo hacer nada, pensé, levantándome bruscamente de mi asiento y desperezándome.

En ese instante, la puerta del escritorio se abrió, y mi perro de caza, Mario, un gran pointer de pelo café, se lanzó con su acostumbrada violencia sobre mí, haciéndome las más exageradas caricias.

¿Qué haré hoy? pensaba, conteniendo de las orejas y las patas al nervioso animal que me manchaba el traje con su piel mojada por el rocío de la mañana. Por un instante me regocijó la idea de salir a cazar; pero me sentía fatigado para emprender una marcha, y, además, el pasto estaría demasiado húmedo aun.

Entonces me acordé de mi buen amigo, el párroco de la vecina aldea de Y. Iría a hacerle una visita matinal. Veía con la imaginación su redonda, seria y arrebolada cara de fraile gastrónomo; y me alentaba con la idea de desvanecer mi aburrimiento con su alegre charla y su grueso vinillo moscatel, que conservaba todo el áspero sabor del lagar de cuero.

Mandé ensillar mi caballo, y un instante después salía.

El caballo se estremecía de frío y de impaciencia bajo el corredor.

Subí rápidamente, y partí al galope.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 49 visitas.

Publicado el 14 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Casa Vieja

Federico Gana


Cuento


De bastante mal humor subí a caballo aquel día para acudir al llamado de mi vecino. Poco me preocupaba la política entonces, y menos me he aficionado a ella después, de modo que no me hacía nada de gracia aquello de ir a servir de secretario ad honorem en la junta electoral de la que mi vecino era digno presidente. Pero mi buena forma de letra y el estar cursando leyes en aquella época, me condenaban a hacerles todo el trabajo burocrático a los buenos caballeros que debían actuar ese día como vocales en la instalación preparatoria de aquella junta electoral extraordinaria.

Taloneando perezosamente mi caballejo, pasé, al tranco, bajo la ancha y ruinosa portada del fundo y salí al camino real.

Eran las nueve de la mañana de un tibio y caluroso día de principios de Abril. El sol, un sol de estío, caldeaba de tal manera el aire y la tierra suelta del hondo camino, que parecía fuera la hora de la siesta. A través de los álamos polvorientos y de los sauces, divisaba los potrerillos del fundo en que me encontraba y los del vecino que a mi frente se extendían. Los viñedos, cargados de racimos, tenían un reflejo metálico bajo los rayos del sol; las chácaras habían sido cosechadas ya, y grandes bandadas de jilgueros se levantaban chillando, a cada instante, de entre los secos despojos de los maizales. A la distancia, divisaba el oro brillante de los rastrojos, destacándose sobre el fondo verde y fresco de las alamedas y de los potreros empastados.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 63 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Señora

Federico Gana


Cuento


A Antonio Bórquez Solar


Hacía ya tres horas que galopaba sin descansar, seguido de mi mozo, por aquel camino que se me hacía interminable. El polvo, un sol de tres de la tarde en todo el rigor de Enero, el mismo sudor que inundaba a mi fatigado caballo, me producían una ansja devoradora de llegar, de llegar pronto.

Me volví impaciente hacia el muchacho que me acompañaba, diciéndole:

—Pero al fin ¿dónde está ese tal don Daniel Rubio?

—Es allí cerquita, a la vuelta de aquella alameda, me contestó, haciendo un lento signo con la mano y sin dejar de galopar.

A ambos lados del camino se extendían grandes potreros sin agua, cubiertos de un pastillo blanco que hería la vista, y donde los rayos del sol reverberaban con fuerza. A lo lejos, la enorme mole violacea de los Andes, despojada de sus nieves, emergía con violenta claridad sobre un cielo sin nubes, pálido y brillante.

Y yo, inclinado sobre mi caballo, pensaba con desaliento en que ese viaje se convertía en un verdadero sacrificio.

En aquella época, mi padre, aprovechando mis ocios de vacaciones, ocupábame, de cuando en cuando, en contratarle bueyes para el trabajo de la próxima siembra. Y yo cumplía tales comisiones con placer, porque ellas me permitían emprender largas correrías a caballo por los alrededores. Muchos de estos viajes me proporcionaron la oportunidad de hacer más de una visita bien agradable para mis ilusiones de veinte años; varias veces regresé de estas peregrinaciones sintiendo no sé qué dulce nostalgia en el corazón, a la que tal vez no era extraña cierta cabellera negra o rubia que divisara, a la despedida, en el corredor, a través de la reja y los naranjos de una casa de campo... Según las informaciones que había tomado la víspera, don Daniel Rubio, a cuyo fundo me dirigía, era soltero; y en su casa nada había que pudiera halagar mis expectativas sentimentales.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 68 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Rápido París-Orán

Gabriel Miró


Cuento


Hay en todos los pueblos un grupo romántico de señoritos mozos que acuden a oler el perfume de lo nuevo que pasa en el ferrocarril o diligencia, parados brevemente en la estación o en la plaza del lugar.

No es vana holganza lo que motiva sus lentos paseos hacia la estación o la espera en la plaza, sinos romanticismo, tal vez virgen o escondido aun para esos mismos corazones. Estos señoritos tienen en sus manos bastones; muestran cinturón con hebilla, que casi siempre forma una blanca herradura; calzan botas muy grandes cortezosas de lustre. Se desconoce la razón del radicalismo en tocarse: o traen el sombrero con grave perjuicio de los ojos, de puro hundido, o levemente puesto hacia atrás, dejando manifiesta la mitad del peinado.

...En la colina, sobre la verdura pasada del sol poniente, brota un copo de humo que se pierde en la cúpula del cielo.

Allí ha ido el mirar de los jóvenes. Después, atienden callados y contando sus pisadas crujidoras.

El señor jefe de estación, o la gorra del señor jefe —la única galoneada gorra del pueblo, olvidando la del señor alguacil— es para ellos evocación sagrada de todos los trenes. Y la miran respetuosamente; y miran amables a sus amigos, los viejos eucaliptos o las rugosas acacias, árboles ferroviarios, con sus pobres copas ahumadas.

Cuando aparece el negro y poderoso pecho de la máquina, se detienen los jóvenes. De ellos revisan su ceñidor; otros limpian con el pañuelo su calzado; y en el pecho de todos ha sonado un latido que no es el latido isócrono, vulgar, que sienten cuando andan por las callejas o platican en la farmacia o se aburren en las salas de sus casas y en el casino.

Ya parado el tren, los ojos lugareños recorren los cristales de los vagones y quedan entretenidos golosamente ante los de primera clase.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 63 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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