Textos más populares esta semana | pág. 140

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La Carta del Difunto

Miguel de Unamuno


Cuento


I

Jorge y Juana se querían mucho y se querían desde muy niños. Yo no me precio de saber describir el amor, y así me bastará decir al lector de este verosímil cuento que se querían Jorge y Juana tanto y también como se quieren un joven y una joven rayanos en los veinte años, cuando bien se quieren.

Era Juana una muchacha sencilla y natural, positivamente idealista, que se levantaba a las seis, tomaba chocolate, iba a misa, volvía de misa, hacia la cama y se ponía a trabajar. Leía el Año Cristiano y creía a pies juntillas todo cuanto enseña nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, aunque es lo cierto que ella ignoraba la mitad de lo que enseña, y creía también otras muchas cosas que nuestra santa madre la Iglesia Católica, Apostólica y Romana no enseña, como son que de los matrimonios entre parientes nacen hijos sordos, que los judíos son feos y tantas otras cosas más. Tenía sus puntas y ribetes de idealismo y sus trencillas de misticismo bordando un fondo positivista a carta cabal. Rezaba mucho y dormía mas, creía querer a Dios sobre todas las cosas y al novio como a sí misma y quería en realidad a sí misma sobre todas las cosas y a su novio como a Dios.

Basta de datos psicológicos, que con los que preceden tendrá bastan te todo lector de buen a voluntad.

Jorge era otro que tal, genio alegre y sombrío, fantástico y franco, idealista y práctico, que vivía en prosa y soñaba en verso. Cuando el sol más vigoroso cosquilleaba a la madre Tierra se estaba él metidito en su casa pasándose el tiempo, y cuando la lluvia más torrencial inundaba los campos, recorría a pie y solo los montes envuelto en su ancho impermeable. Todo lector discreto conoce ya a mi Jorge.

Jorge y Juana se querían mucho y porque sí.

Aseguro a mis lectoras, si alguna tiene este cuento, que se querían tanto, por lo menos, como cada una de ellas quiere a su novio.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 87 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Nariz de un Notario

Edmond About


Novela corta


DEDICATORIA

A M. ALEJANDRO BIXIO

Permitidme, señor, que encabece este humilde trabajo con el nombre ilustre y querido de un hombre que ha consagrado toda su vida a la causa del progreso; de un padre que ha ofrecido sus dos hijos a la liberación de Italia; de un amigo que se ha apresurado a darme una prueba de simpatía al siguiente día de Gaetana.

E. A.

I. EL ORIENTE Y EL OCCIDENTE SE ACOMETEN: LA SANGRE CORRE YA

Maese Alfredo L'Ambert, antes de recibir el golpe fatal que le obligó a cambiar de narices, era, sin duda alguna, el notario más notable de Francia. En la época aquella contaba treinta y dos años; era de elevada estatura, y poseía unos ojos grandes y rasgados, una frente despejada y olímpica, y su barba y sus cabellos eran de un rubio admirable. Su nariz (la parte más prominente de su cuerpo), se retorcía majestuosa en forma de pico de águila. Aunque alguno no me crea, su nítida corbata blanca le sentaba a maravilla. ¿Era debido esto a que la usaba desde su más tierna infancia, o porque se surtía de ellas en alguna tienda afamada? Yo opino que eran ambas razones a un tiempo.

Una cosa es atarse en torno del cuello un pañuelo de bolsillo blanco, hecho una torcida, y otra muy distinta formar, con arte y perfección, un espléndido nudo de inmaculada batista, cuyas puntas iguales, almidonadas sin exceso, se dirigen simétricamente a derecha e izquierda. Una corbata blanca elegida con acierto y anudada con esmero no es un adorno sin gracia; todas las mujeres os dirán lo mismo que yo. Pero no basta anudársela con maestría y con primor; es preciso, además, saberla llevar; esto es cuestión de práctica. ¿Por qué parecen los obreros tan torpes y desmañados el día que se casan? Porque suelen colocarse para el acto de la boda una corbata blanca sin previa preparación.


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Dominio público
83 págs. / 2 horas, 25 minutos / 86 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Cómo Quisiera Morir

Silverio Lanza


Cuento


No os asustéis de que elija un asunto tan triste para escribir este articulo.

¡Hablar de morir un joven cuya cédula personal es una patente de dicha!

Y, sin embargo, la muerte es mí capricho constante, quizás porque es el único que espero conseguir.

Después de haber vivido sufriendo el hambre que no mata y que se llama estrechez; estudiando incesantemente para convencerme á la postre de que no sé nada; sin lograr nunca un miserable sueldo con que alegrar el cuerpo, ni una insignificante distinción con que halagar al espíritu, ¿qué esperanza me queda? solamente la muerte.

Dios es bueno y es justo. ¡Bendito seas, oh Dios!

Si los hombres me hubieran dejado sentar á la mesa del placer, quizás en aquel hermoso festín te hubiera olvidado, Dios omnipotente; pero si ves que en mi desgracia no te he negado nunca, ¿podrás dudar ¡oh Dios! de que yo te ame?

Teniendo fe en Dios, y no teniendo esperanza en los hombres, la muerte es un dulce consuelo.

Pero nadie se muere hasta que Dios quiere, y yo, después de haberme envenenado y haber sufrido enfermedades y agresiones aún no me he muerto. Confieso que tampoco me hubiera hecho gracia.

Es lógico; ya que en vida no he pasado de ser un sér vulgar, quisiera lograr una muerte característica.

Una vez la soñé, pero la soñé despierto, que es como sueño yo.

Oigan Vds. el sueño.

Son las nueve de la noche de un miércoles de Ceniza. Estoy en la Puerta del Sol; siento un golpecito en el brazo derecho y me encuentro...

—¡Hola, Manolita!

—¡Ay Silverio, muy preocupado vas!

—Ya sólo me quedan preocupaciones. El dinero se me acabó in initium.

—Sacristán. Siempre estás hablando en latín.

—Es la lengua favorita de los sabios que no saben castellano.

—Vamos, déjate de bromas y convídame.

—Querida Manolita. Dos puntos. Supla mi buen deseo á la falta de moneda.


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 86 visitas.

Publicado el 5 de enero de 2022 por Edu Robsy.

En Semana Santa

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A la cabecera del moribundo estaban Preciosa y Conrado, asistiéndole en sus últimos instantes, temblorosos como el criminal que sube las escaleras del cadalso. Y criminales eran —aunque criminales triunfantes y coronados por el ciego Destino— Conrado y Preciosa. El que, después de largos sufrimientos, sucumbía en el cuarto, impregnado de olores a medicinales drogas, entristecido por la luz amarillenta de la lamparilla, que iba extinguiéndose al par que la vida del agonizante era el esposo de Preciosa, el protector y bienhechor de Conrado; y para los que, de común acuerdo, le engañaron y ofendieron sus canas, no tuvo nunca aquel honradísimo viejo, generoso y confiado como un niño, más que palabras de dulzura y hechos de bondad y amor. Abierta siempre a Conrado su bolsa y su casa; abiertos siempre los brazos y el corazón para Preciosa, cuya juventud no quiso entristecer nunca con severidades de anciano y melancolías de enfermo, el infeliz tenía derecho a la gratitud y al respeto más tierno y grave..., ya que otros sentimientos vehementes no pueda inspirarlos la senectud. Y ahora se moría, se moría lentamente..., después de advertir a Preciosa que quedaba instituida su única heredera, y que, si no sentía repugnancia por Conrado, a quien él miraba como hijo, deseaba que ambos le prometiesen casarse a la terminación del luto.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 85 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Lo que les Gusta a las Mujeres

Silverio Lanza


Cuento


—¡Pues entonces, hombre!...

—Si; pero la gran dificultad es encontrarla.

—No digas eso.

—¡Pues apenas si me he llevado chascos!...

—¿Cuáles?

—Ea. Fulanita trataba de seducirme á mi después de haberse dejado seducir por un francés. Menganita se dejaba pretender mientras arreglaba conmigo los preparativos para nuestra boda. Zutanita ya sabes lo que era. Me presentaron á la de Tal. Medio arreglado tenía el asunto con los padres y supe que la niña tenía amores con un monigote que frecuentaba la casa. La chica de Cual tenía el vicio de las criadas.

—¿Qué vicio?

—Uno.

—Todo eso no significa nada.

—¡Caracoles!

—¿Por qué no te casaste con la de Éste?

—Por la misma razón que me obligó á dejar la de Otro.

—¿Por qué?

—Porque la de Otro andaba con éste y la de Éste andaba con otro.

—En fin, que no quieres casarte.

—Lógico! Dirás que no puedo casarme.

—¿Quieres que te busque novia?

—Si no me llevas caro...

—Purita.

—No parece mala muchacha.

—Ya lo creo. No encontrarás una criatura mejor educada. En aquella casa no hay líos ni enredos, ni diversiones que puedan parecer deshonestas. Tres ó cuatro veces al año va la familia al teatro. Esto es todo. Allí no verás sino gente formal.

—Si todo eso fuese cierto...

—Con verlo, basta. Esta noche te presento.

—Conformes.

—La reunión empieza á las ocho y media y acaba á las diez.

—Algo añeja me parece esa costumbre.

—¿Quieres una mujer á la moda?

—No, no; prefiero á Purita.

—Después de comer nos veremos en el café, y de allí á la casa.

—No hay inconveniente.

—Me alegraría de que te arreglases de una vez.

—Más me alegraría yo.

—Ea, pues, hasta luégo.

—Hasta luégo. Adiós.


* * *


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 85 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Un Crimen Científico

José Fernández Bremón


Cuento


Á mi querido tío
D. José María Bremon


Permite que tu nombre respetable figure en las primeras páginas del libro en que colecciono estos cuentos, dispersos hasta ahora en los periódicos. En tu casa, siendo niño y huérfano, hizo á hurtadillas mi pluma sus cándidos ensayos. En tu librería, que forcé muchas veces para leen las obras que ocultabas á mi prematura curiosidad, está el gérmen de estos cuentos: en la consideracion y prestigio que te habian conquistado tus trabajos literarios y políticos fundaba mis aspiraciones á distinguirme, que no se han realizado: es evidente que hay en este libro y en cuanto escriba algo que te pertenece, y debes restituirte tu agradecido y respetuoso sobrino,


Pepe.

Primera parte

I

Los vecinos de un pueblo de Castilla cargaban de grano sus carretas y sacaban á la plaza sus ganados para conducirlos á la feria: los que nada tenian que vender, ayudaban cargar, ó formaban corrillos bulliciosos. A la puerta de una de las casas habia un carro tan repleto de trigo, que los sacos parecian una especie de montaña: cuatro robustas mulas uncidas esperaban en traje de camino, es decir, llevaban al costado sus raciones en los correspondientes talegos, como llevamos nuestras carteras de viaje. El carro, el atalaje y el ganado indicaban en sus dueños desahogo y abundancia: sin embargo de eso, una mujer jóven, con el rostro inquieto y la voz conmovida, decia á un fornido labrador que, látigo en mano, se disponia á arrear á las caballerías.

—¡Por Dios, Tomás! No juegues en la feria: llevas todo lo que nos queda, y si lo pierdes, tendrémos que empeñar hasta los ojos.

—Lucía, no tengas cuidado; respondió el buen mozo mirando con cariño á su mujer: pasado mañana estaré de vuelta con el carro vacío y la bolsa bien provista: estoy desengañado, y, ademas, te he prometido no jugar.


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Dominio público
29 págs. / 51 minutos / 85 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Anónimo

Arturo Robsy


Cuento


Dedicado, con cariño, a R.C.D.


"Los ojos de los que tienen hambre no conocen el sol".
 

Fue como en las novelas. O, al menos, siempre creí que tales cosas ocurrían exclusivamente en ellas, porque la imaginación de los escritores tiene fama de calenturienta.

Y, sin embargo, me sucedió a mí, negación del aventurero, y en una ciudad como ésta, proverbialmente tranquila. Recibí un anónimo. ¡Y qué anónimo! Más digno de un retrasado mental que de alguien que, por lo visto, sabía dibujar, aunque con dificultad, las letras de nuestro alfabeto latino.

Las personas extrañas, las que componen poemas, las que sinceramente se divierten con la televisión, las que escriben anónimos, siempre han excitado mi curiosidad. ¿Qué extrañas cosas pasan por sus cabezas? ¿Por qué en el caso de los anónimos se empeñan en llevar a los demás su propia infelicidad y descontento? Y, después, hablando con los amigos, comprobé que el mío no era un caso aislado y decidí averiguar cuanto me fuera posible. Para empezar ya sabía que en mi vecindario existía un chalado empeñado en dar sus opiniones por escrito, como si realmente esas opiniones fueran trascendentales. En suma, que el tipo debía tener un gran concepto de su inteligencia para dejarse llevar por tan desvergonzada vanidad.

Su método era sencillo. Destilaba perlas de sabiduría e indudablemente esto le producía un placentero alivio: "Usted es un cual", "Su señora madre es una impúdica profesional", "Su señora se la pepa". Éstas eran sus tarjetas de visita, por lo demás, muy explicativas ya que, viéndolas, cualquier médico hubiera podido diagnosticar las cosas que iban mal en su pobre cabeza. Pero eso, claro, él mismo no lo sabía; y, de saberlo, no lo hubiera creído jamás.


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Licencia limitada
6 págs. / 10 minutos / 84 visitas.

Publicado el 27 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Las Cuatro Esquinas

Vicente Riva Palacio


Cuento


Los hombres más juiciosos no son más que locos mansos. Oigan ustedes esta historia. Tengo desde hace muchos años íntima amistad con el conde del Sarmiento; un hombre inteligente, instruido, caballeroso y del que puede decirse que si no es un genio, es por lo menos un escritor distinguido.

Una mañana entró en mi alcoba cuando acababa yo de despertar.

—Perdóname —dijo— que tan temprano venga a molestarte. Quiero que seas mi padrino.

—¿Pero vas a batirte?

—Sí; he tenido anoche algunas palabras con un caballero que se llama Román Santiurce.

—Le conozco bien. ¿Y qué palabras han sido ésas?

—Bueno…, cualquier cosa; pero yo necesito batirme con él.

—No, poco a poco; explícame primero, y después resolveré si te ayudo o no.

—Pues óyeme, y fíjate para que veas que me sobra razón. Tú sabes que tengo relaciones con Clotilde y estoy apasionado de ella hasta la locura. Clotilde tiene en el Real una butaca en el turno primero y como debes suponer, me encanta estarla mirando durante la representación. ¡Pues ahí va lo grande! Yo veo a Clotilde desde mi platea; pero en la butaca que está delante de ella se sienta ese hombre, y como le hace el amor a Lucía, ya la conoces, que está al lado de él, inclina la cabeza y me oculta siempre a Clotilde, me la eclipsa; dirijo para ella mis gemelos, y en vez de encontrarme el rostro de Clotilde, siempre es la horrible cara de ese hombre la que estoy mirando, y esa contrariedad cada turno primero, me ha hecho crear un fondo de odio contra él, que le mataría con mucho gusto por no volver a ver esa cara. Por su parte, él debe estar enamorado de Lucía, y se supone que yo miro para donde ellos están por hacerle el amor a ella, y me detesta; sí, me detesta; se lo conozco.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 83 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Inteligencia espiritual, el desarrollo transpersonal de Ramón Gallegos

Fundación Ramón Gallegos


Ramón Gallegos, educación holista, inteligencia espiritual


En el presente ensayo describo mis discernimientos surgidos con base a las lecturas, diálogos y reflexiones derivadas de la trilogía de libros denominada inteligencia espiritual, integrada por las obras: En Unidad con el Ser, La Conciencia Iluminada y El Néctar de la Felicidad, cuyo autor es el Dr. Ramón Gallegos.

El primer libro En Unidad con el Ser, permite al lector comprender claramente que la espiritualidad es el conocimiento de la verdadera naturaleza humana, conocimiento que se obtiene de manera directa, ya que no se trata de un aprendizaje y entendimiento puramente teórico, sino que se requiere una práctica que desarrolle la atención plena, para que sea posible liberarse del “malentendido de asociar nuestra verdadera identidad a estados impermanentes” (Gallegos Nava. R. 2010, p. 5); liberarse de la ilusión de creer que somos únicamente un cuerpo biológico y una mente, liberarse del malentendido de creerse un ser humano separado de todo lo que existe; tal conocimiento directo es una realidad superior al mundo de la mente, por lo tanto, se requiere el ojo de la contemplación, llamado también el ojo del espíritu para accesar a tal realidad espiritual.


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6 págs. / 11 minutos / 83 visitas.

Publicado el 10 de diciembre de 2020 por Fundación Ramón Gallegos.

Martina

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Hija única de cariñosos padres, que la habían criado con blandura, sin un regaño ni un castigo, Martina fue la alegría del honrado hogar donde nació y creció. Cuando se puso de largo, la gente empezó a decir que era bonita, y la madre, llena de inocente vanidad, se esmeró en componerla y adornarla para que resaltase su hermosura virginal y fresca. En el teatro, en los bailes, en el paseo de las tardes de invierno y de las veraniegas noches, Martina, vestida al pico de la moda y con atavíos siempre finos y graciosos, gustaba y rayaba en primera línea entre las señoritas de Marineda. Se alababa también su juicio, su viveza, su agrado, que no era coquetismo, y su alegría, tan natural como el canto en las aves. Una atmósfera de simpatía dulcificaba su vivir. Creía que todos eran buenos, porque todos le hablaban con benevolencia en los ojos y mieles en la boca. Se sentía feliz, pero se prometía para lo futuro dichas mayores, más ricas y profundas, que debían empezar el día en que se enamorase. Ninguno de los caballeretes que revoloteaban en torno de Martina, atraídos por la juventud y la buena cara, unidas a no despreciable hacienda, mereció que la muchacha fijase en él las grandes y rientes pupilas arriba de un minuto. Y en ese minuto, más que las prendas y seducciones del caballerete, solía ver Martina sus defectillos, chanceándose luego acerca de ellos con las amigas. Chanzas inofensivas, en que las vírgenes, con malicioso candor, hacen la anatomía de sus pretendientes, obedeciendo a ese instinto de hostilidad burlona que caracteriza el primer período de la juventud.

Así pasaron tres o cuatro inviernos; en Marineda empezó a susurrarse que Martina era delicada de gusto, que picaba alto y que encontrar su media naranja le sería difícil.


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Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 82 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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