I
Hace unos sesenta años, cuando los comerciantes que
traficaban por el Volga realizaban tan rápidamente fortunas
considerables, trabajaba a bordo de uno de los barcos pertenecientes al
rico Zaef un muchacho, Ignat Gordeief, simple grumete maniobrista,
encargado de sacar el agua de la cala.
De una estatura colosal, bello, inteligente, era uno de esos
hombres que no emprenden nada sin éxito, no por laboriosidad y dotes
especiales, sino porque en su marcha hacia el fin señalado van empujados
por tan poderosa energía, que no saben ni pueden detenerse para
deliberar sobre los medios que deben emplearse.
A veces, esos hombres hablan con terror de su conciencia y se
sienten atormentados por escrúpulos sincerísimos, pero la conciencia es
una fuerza que no doma sino a los débiles. Los fuertes se hacen pronto
dueños de ella y la esclavizan a sus deseos. Instintivamente comprenden
que, dejándole libertad y espacio a la conciencia, malograrían sus
vidas.
Así la sacrifican algunos días, mas si llega por instantes a
dominar su alma, no logra nunca humillarlos bajo su yugo; su vida queda
tan fuerte, tan sana, tan intacta como antes.
A los cuarenta años, Ignat Gordeief poseía ya tres barcos de vapor y una docena de lanchones.
Gozaba, en el Volga, de gran consideración, debido a su
inteligencia tanto como a su riqueza; a pesar de lo cual, le llamaban el
«Chiflado», pues su vida no tenía el curso uniforme y regular de la de
otros hombres; a veces se sentía rebelde y se lanzaba fuera del camino
trazado, despreciando la ganancia, único objeto de la existencia de
aquel hombre.
Había como tres Gordeief, o mejor, había como tres almas en él.
Una de ellas, la más potente, sólo era más ávida. Cuando Ignat,
vivía sometido a sus aspiraciones, era simplemente un hombre poseído de
una pasión ardorosa por el trabajo.
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