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Hamlet

William Shakespeare


Teatro, tragedia


Dramatis personae

CLAUDIO, Rey de Dinamarca.
GERTRUDIS, Reina de Dinamarca.
HAMLET, Príncipe de Dinamarca.
FORTIMBRÁS, Príncipe de Noruega.
LA SOMBRA DEL REY HAMLET.
POLONIO, Sumiller de Corps.
OFELIA, hija de Polonio.
LAERTES, hijo.
HORACIO, amigo de Hamlet.
VOLTIMAN, cortesano.
CORNELIO, cortesano.
RICARDO, cortesano.
GUILLERMO, cortesano.
ENRIQUE, cortesano.
MARCELO, soldado.
BERNARDO, soldado.
FRANCISCO, soldado.
REYNALDO, criado de Polonio.
DOS EMBAJADORES de Inglaterra.
UN CURA.
UN CABALLERO.
UN CAPITÁN.
UN GUARDIA.
UN CRIADO.
DOS MARINEROS.
DOS SEPULTUREROS.
CUATRO CÓMICOS.
Acompañamiento de Grandes, Caballeros, Damas, Soldados, Curas, Cómicos, Criados, etc.

La escena se representa en el Palacio y Ciudad de Elsingor, en sus cercanías y en las fronteras de Dinamarca.

Acto I

Escena I

Explanada delante del Palacio Real de Elsingor. Noche oscura. FRANCISCO, BERNARDO

Bernardo
¿Quién está ahí?

Francisco
No, respóndame él a mí. Deténgase y diga quién es.

Bernardo
¡Viva el Rey!

Francisco
¿Es Bernardo?

Bernardo
El mismo.

Francisco
Tú eres el más puntual en venir a la hora.


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Dominio público
106 págs. / 3 horas, 5 minutos / 8.044 visitas.

Publicado el 7 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Panegírico a ‘Travesuras de la niña mala’ de MarioVargas Llosa

Manuel Cerón Mejía


Opinión, reseña, novela, Vargas LLosa


Panegírico a ‘Travesuras de la niña mala’ de Mario Vargas Llosa


Me preguntas, querido lector, si alguna vez: ¿un libro ha salvado mi vida?                      

Mi encuentro con esta novela ocurrió durante mi primer verano en Yanquilandia, hace dieciocho años. En aquel año ejecutaron la sentencia de muerte de Saddam Hussein y, al mismo tiempo, yo había encargado libros por catálogo: Sábato, Gervaise de Latouche y, de Mario Vargas Llosa, ‘Travesuras de la niña mala’ (ed. Alfaguara).

Desde el principio me enganchó (por usar el tópico "atrapar al lector y mantener su interés hasta la última página"). Salí más bien tembloroso. El libro había dado en el blanco. Me había encontrado, pues, con el "lector ideal" de Virginia Woolf: receptivo y reflexivo. Entonces, decía, me sacudió.


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3 págs. / 6 minutos / 2.416 visitas.

Publicado el 23 de abril de 2024 por Manuel Cerón.

Tristán e Iseo

Anónimo


Novela


1. Infancias de Tristán

Señores, ¿os agradaría oír un hermoso cuento de amor y de muerte? Se trata de la historia de Tristán y de Iseo, la reina. Escuchad cómo, entre grandes alegrías y penas, se amaron y murieron el mismo día, él por ella y ella por él. El relato de sus amores se extendió por la verde Erín y la salvaje Escocia, se repitió en toda la isla de Miel, desde el muro de Adriano hasta la punta del Lagarto, halló sus ecos en los bordes del Sena, del Danubio y del Rhin, encantó a Inglaterra, Normandía, Francia, Italia, España, Alemania, Bohemia, Dinamarca y Noruega. Su memoria durará mientras exista el mundo.

El tiempo destructor, que no perdona obras de poetas ni otra cosa humana, ha destrozado y reducido a polvo muchos cuadernillos y destruido más de un pliego en el que los buenos troveros de antaño se habían esforzado por honrar la memoria de los amantes de Cornualla. Béroul, Thomas, Eilhart y Gottfried narraron sus aventuras para que pervivieran en las mentes de las gentes.

Hace muchos años reinó en Cornualla un poderoso rey llamado Marcos. Tuvo que hacer frente a una dura lucha contra sus vecinos que muchas veces penetraban en su territorio y devastaban sus campos y sembrados. Rivalín, señor de Leonís, tuvo noticias de la guerra y acudió en su ayuda. Sirvió al rey Marcos con su consejo y su espada como si fuera uno de sus vasallos porque deseaba conquistar con sus hazañas a la bella hermana de Marcos, Blancaflor. Cuando se hicieron las paces el rey se la dio en recompensa.


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Dominio público
146 págs. / 4 horas, 15 minutos / 3.248 visitas.

Publicado el 7 de enero de 2018 por Edu Robsy.

María

Jorge Isaacs


Novela


A los hermanos de Efraín

He aquí, caros amigos míos, la historia de la adolescencia de aquél a quien tanto amasteis y que ya no existe. Mucho tiempo os he hecho esperar estas páginas. Después de escritas me han parecido pálidas e indignas de ser ofrecidas como un testimonio de mi gratitud y de mi afecto. Vosotros no ignoráis las palabras que pronunció aquella noche terrible, al poner en mis manos el libro de sus recuerdos: «Lo que ahí falta tú lo sabes; podrás leer hasta lo que mis lágrimas han borrado». ¡Dulce y triste misión! Leedlas, pues, y si suspendéis la lectura para llorar, ese llanto me probará que la he cumplido fielmente.

Capítulo I

Era yo niño aún cuando me alejaron de la casa paterna para que diera principio a mis estudios en el colegio del doctor Lorenzo María Lleras, establecido en Bogotá hacía pocos años, y famoso en toda la República por aquel tiempo.

En la noche víspera de mi viaje, después de la velada, entró a mi cuarto una de mis hermanas, y sin decirme una sola palabra cariñosa, porque los sollozos le embargaban la voz, cortó de mi cabeza unos cabellos: cuando salió, habían rodado por mi cuello algunas lágrimas suyas.

Me dormí llorando y experimenté como un vago presentimiento de muchos pesares que debía sufrir después. Esos cabellos quitados a una cabeza infantil; aquella precaución del amor contra la muerte delante de tanta vida, hicieron que durante el sueño vagase mi alma por todos los sitios donde había pasado, sin comprenderlo, las horas más felices de mi existencia.

A la mañana siguiente mi padre desató de mi cabeza, humedecida por tantas lágrimas, los brazos de mi madre. Mis hermanas al decirme sus adioses las enjugaron con besos. María esperó humildemente su turno, y balbuciendo su despedida, juntó su mejilla sonrosada a la mía, helada por la primera sensación de dolor.


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Dominio público
286 págs. / 8 horas, 22 minutos / 4.304 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2020 por Edu Robsy.

Marianela

Benito Pérez Galdós


Novela


I. Perdido

Se puso el sol. Tras el breve crepúsculo vino tranquila y oscura la noche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los últimos rumores de la tierra soñolienta, y el viajero siguió adelante en su camino, apresurando su paso a medida que avanzaba la noche. Iba por angosta vereda, de esas que sobre el césped traza el constante pisar de hombres y brutos, y subía sin cansancio por un cerro en cuyas vertientes se alzaban pintorescos grupos de guinderos, hayas y robles. (Ya se ve que estamos en el Norte de España.)

Era un hombre de mediana edad, de complexión recia, buena talla, ancho de espaldas, resuelto de ademanes, firme de andadura, basto de facciones, de mirar osado y vivo, ligero a pesar de su regular obesidad, y (dígase de una vez aunque sea prematuro) excelente persona por doquiera que se le mirara. Vestía el traje propio de los señores acomodados que viajan en verano, con el redondo sombrerete, que debe a su fealdad el nombre de hongo, gemelos de campo pendientes de una correa, y grueso bastón que, entre paso y paso, le servía para apalear las zarzas cuando extendían sus ramas llenas de afiladas uñas para atraparle la ropa.

Detúvose, y mirando a todo el círculo del horizonte, parecía impaciente y desasosegado. Sin duda no tenía gran confianza en la exactitud de su itinerario y aguardaba el paso de algún aldeano que le diese buenos informes topográficos para llegar pronto y derechamente a su destino.

—No puedo equivocarme—murmuró—. Me dijeron que atravesara el río por la pasadera... así lo hice. Después que marchara adelante, siempre adelante. En efecto, allá, detrás de mí queda esa apreciable villa, a quien yo llamaría Villafangosa por el buen surtido de lodos que hay en sus calles y caminos.... De modo que por aquí, adelante, siempre adelante (me gusta esta frase, y si yo tuviera escudo no le pondría otra divisa) he de llegar a las famosas minas de Socartes.


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163 págs. / 4 horas, 46 minutos / 2.671 visitas.

Publicado el 25 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Divina Comedia

Dante Alighieri


Poesía


Infierno

Canto primero

A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva obscura, por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es tanto. Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas que he visto. No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una cuesta, donde terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por todos los senderos. Entonces se calmó algún tanto el miedo que había permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago, al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió nunca nadie vivo. Después de haber dado algún reposo a mi fatigado cuerpo, continué subiendo por la solitaria playa, procurando afirmar siempre aquel de mis pies que estuviera más bajo. Al principio de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista, sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de aquellas estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el primer movimiento a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces me daban motivo para augurar bien de aquella fiera de pintada piel.


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Dominio público
346 págs. / 10 horas, 6 minutos / 12.051 visitas.

Publicado el 28 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Nuestro Primer Cigarro

Horacio Quiroga


Cuento


Ninguna época de mayor alegría que la que nos proporcionó a María y a mí, nuestra tía con su muerte.

Inés volvía de Buenos Aires, donde había pasado tres meses. Esa noche, cuando nos acostábamos, oímos que Inés decía a mamá:

—¡Qué extraño!… Tengo las cejas hinchadas.

Mamá examinó seguramente las cejas de tía, pues después de un rato contestó:

—Es cierto… ¿No sientes nada?

—No… sueño.

Al día siguiente, hacia las dos de la tarde, notamos de pronto fuerte agitación en casa, puertas que se abrían y no se cerraban, diálogos cortados de exclamaciones, y semblantes asustados. Inés tenía viruela, y de cierta especie hemorrágica que vivía en Buenos Aires.

Desde luego, a mi hermana y a mí nos entusiasmó el drama. Las criaturas tienen casi siempre la desgracia de que las grandes cosas no pasen en su casa. Esta vez nuestra tía—¡casualmente nuestra tía!—¡enferma de viruela! Yo, chico feliz, contaba ya en mi orgullo la amistad de un agente de policía, y el contacto con un payaso que saltando las gradas había tomado asiento a mi lado. Pero ahora el gran acontecimiento pasaba en nuestra propia casa; y al comunicarlo al primer chico que se detuvo en la puerta de calle a mirar, había ya en mis ojos la vanidad con que una criatura de riguroso luto pasa por primera vez ante sus vecinillos atónitos y envidiosos.

Esa misma tarde salimos de casa, instalándonos en la única que pudimos hallar con tanta premura, una vieja quinta de los alrededores. Una hermana de mamá, que había tenido viruela en su niñez, quedó al lado de Inés.


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Dominio público
9 págs. / 16 minutos / 1.278 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Las Moscas

Horacio Quiroga


Cuento


(Réplica de «El hombre muerto»)


Al rozar el monte, los hombres tumbaron el año anterior este árbol, cuyo tronco yace en toda su extensión aplastado contra el suelo. Mientras sus compañeros han perdido gran parte de la corteza en el incendio del rozado, aquél conserva la suya casi intacta. Apenas si a todo lo largo una franja carbonizada habla muy claro de la acción del fuego.

Esto era el invierno pasado. Han transcurrido cuatro meses. En medio del rozado perdido por la sequía, el árbol tronchado yace siempre en un páramo de cenizas. Sentado contra el tronco, el dorso apoyado en él, me hallo también inmóvil. En algún punto de la espalda tengo la columna vertebral rota. He caído allí mismo, después de tropezar sin suerte contra un raigón. Tal como he caído, permanezco sentado —quebrado, mejor dicho— contra el árbol.

Desde hace un instante siento un zumbido fijo —el zumbido de la lesión medular— que lo inunda todo, y en el que mi aliento parece defluirse. No puedo ya mover las manos, y apenas si uno que otro dedo alcanza a remover la ceniza.

Clarísima y capital, adquiero desde este instante mismo la certidumbre de que a ras del suelo mi vida está aguardando la instantaneidad de unos segundos para extinguirse de una vez.

Ésta es la verdad. Como ella, jamás se ha presentado a mi mente una más rotunda. Todas las otras flotan, danzan en una como reverberación lejanísima de otro yo, en un pasado que tampoco me pertenece. La única percepción de mi existir, pero flagrante como un gran golpe asestado en silencio, es que de aquí a un instante voy a morir.

¿Pero cuándo? ¿Qué segundo y qué instantes son éstos en que esta exasperada conciencia de vivir todavía dejará paso a un sosegado cadáver?


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 856 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Fabla Salvaje

César Vallejo


Novela corta


I

Balta Espinar levantose del lecho y, restregándose los adormilados ojos, dirigiose con paso negligente hacia la puerta y cayó al corredor. Acercose al pilar y descolgó de un clavo el pequeño espejo. Viose en él y tuvo un estremecimiento súbito. El espejo se hizo trizas en el enladrillado pavimento, y en el aire tranquilo de la casa resonó un áspero y ligero ruido de cristal y hojalata.

Balta quedose pálido y temblando. Sobresaltado volvió rápidamente la cara atrás y a todos lados, como si su estremecimiento hubiérase debido a la sorpresa de sentir a alguien agitarse furtivamente en torno suyo. A nadie descubrió. Enclavó luego la mirada largo rato en el tronco del alcanfor del patio, y tenues filamentos de sangre, congestionada por el reciente reposo, bulleron en sus desorbitadas escleróticas y corrieron, en una suerte de aviso misterioso, hacia ambos ángulos de los ojos asustados. Después miró Balta el espejo roto a sus pies, vaciló un instante y lo recogió. Intentó verse de nuevo el rostro, pero de la luna solo quedaban sujetos al marco uno que otro breve fragmento. Por aquestos jirones brillantes, semejantes a parvas y agudísimas lanzas, pasó y repasó la faz de Balta, fraccionándose a saltos, alargada la nariz, oblicuada la frente, a retazos los labios, las orejas disparadas en vuelos inauditos...Recogió algunos pedazos más. En vano. Todo el espejo habíase deshecho en lingotes sutiles y menudos y en polvo hialoideo, y su reconstrucción fue imposible.

Cuando tornó al hogar Adelaida, la joven esposa, Balta la dijo,con voz de criatura que ha visto una mala sombra: –¿Sabes? He roto el espejo. Adelaida se demudó. –¿Y cómo lo has roto? ¡Alguna desgracia! –Yo no sé cómo ha sido, de veras...Y Balta se puso rojo de presentimiento.


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Dominio público
30 págs. / 53 minutos / 6.615 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2020 por Edu Robsy.

El Profeta

Gibran Kahlil Gibran


Filosofía, poesía


La Llegada

Almustafa, el elegido y el amado, quien era un amanecer en propio su tiempo, había esperado doce años en la ciudad de Orfalís a la nave que viniera para llevarlo a la isla de su nacimiento.

Y en el duodécimo año, en el séptimo día de Ielool, el mes de la cosecha, subió la colina afuera de las murallas de la ciudad y miró hacia el mar; y vio la nave viniendo con la neblina.

Y entonces las puertas de su corazón se abrieron de par en par y su alegría voló lejos sobre el mar. Y entonces cerró los ojos y rezó en el silencio de su alma.

Pero mientras bajaba la colina, una tristeza le vino, y pensó en su corazón:

¿Cómo puedo irme en paz y sin pena? No, no sin herida en el espíritu me iré de esta ciudad.

Largos fueron los días de dolor que he pasado dentro de sus murallas, y largas las noches de soledad; y, ¿quién puede salir de su dolor y soledad sin remordimiento?

Demasiados fragmentos del espíritu he desparramado en estas calles, y demasiados son los hijos de mi anhelo que andan desnudos por estas colinas, y no me puedo retirar de ellos sin una carga y un dolor.

No es una prenda de la que me deshago hoy, sino una piel que rasgo con las propias manos.

Tampoco es un pensamiento que dejo detrás, sino un corazón hecho dulce por hambre y sed.

Pero ya no puedo demorarme.

El mar que llama a todos a regresar a sí mismo me llama, y tengo que embarcar.

Quedarme, aunque las horas queman en la noche, es congelarse y cristalizarse y estar vinculado al moho.

Tengo ganas de llevar conmigo todo lo que está aquí. Pero, ¿cómo podría?

Una voz no puede llevar la lengua y los labios que le dan alas. Sola tiene que buscar el éter.

Y sola y sin nido volará el águila hacia el sol.


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Dominio público
38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 3.036 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

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