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Simple Historia

Javier de Viana


Cuento


Saturno sacudió las crines enredadas y fijando en el juez sus ojos grandes, negros, sinceros y bravos, dijo, con severidad y sin jactancia:

—«Viá declarar, ¿por qué nó?... viá declarar todito, dende la cruz a la cola. Antes no tenía porqué hablar y aura no tengo porqué callarme. Hay que rairle a la alversidad y cantar sin miedo, sin esperar al ñudo compasión, que no llega jamás pal que ha perdido la última prenda en la carpeta’e la vida.

El indio volvió a sacudir la cabeza, escupió y siguió diciendo:

—«A mí me han agarrao, y dejuramente había’e ser ansina: más tarde o más temprano se halla el aujero en que uno ha’e rodar... No me viá quejar, ni a llorar lástimas, que pa algo dijo ¡varón! la partera que me tiró de las patas. Viá contar todo, pues, pa desensillar la concencia, y disculpen si aburro, porque mi rilato va ser largo como noche’e invierno...

Velay, señor juez: Yo me crié con don Tiburcio Díaz, que, sin despreciar a los presentes, era güeno como cuchillo hallao. Supo tener fortuna y la jué perdiendo, porque le pedían y daba, le robaban y se dejaba robar; cuando vendía era al fiao. Asina se le jueron reditiendo los caudales y aconteció que al mesmo tiempo que dentraba en la vejez, entraba en la pobreza. Con eso...

—¡Concrétese a su caso! —exclamó impaciente el juez.

—¿Cómo dice? —interrogó Saturno.

—Que se ocupe de usted y su caso.

—P’allá voy rumbiando; pero precisa que me den tiempo, porque ninguna carrera se larga sin partidas.


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Publicado el 8 de enero de 2023 por Edu Robsy.

La realización de una investigación administrativa, exige para quien la ejecuta, amplios conocimientos en esta materia,

Andrés Mill De Pool


AEMD


Técnicas para realizar un interrogatorio en una investigación administrativa
Andrés Eloy Mill De Pool   La realización de una investigación administrativa, exige para quien la ejecuta, amplios conocimientos en esta materia, como fórmula para el desenvolvimiento irrefutable de la actuación. La formación profesional y el conocimiento de las técnicas de la investigación son requisitos necesarios que debe reunir un investigador administrativo al servicio de un órgano de control fiscal.
1. Introducción
La realización de una investigación administrativa, exige para quien la ejecuta, amplios conocimientos en esta materia, como fórmula para el desenvolvimiento irrefutable de la actuación. La formación profesional y el conocimiento de las técnicas de la investigación son requisitos necesarios que debe reunir un investigador administrativo al servicio de un órgano de control fiscal. La labor del investigador administrativo consiste en comprobar la transgresión de una norma legal o sublegal, determinar el monto de los daños causados al patrimonio público, si fuere el caso, así como la determinación de las acciones fiscales tales como reparos, imposición de multas y declaratoria de responsabilidad administrativa.
2.- Órganos Competentes para Realizar Investigaciones
La Contraloría General de la República, la Contraloría de los Estados, de los Distritos, Distritos Metropolitanos y de los Municipios; la Contraloría General de la Fuerza Armada Nacional y las Unidades de Auditoría Interna, son órganos de control fiscal con competencia para realizar investigaciones administrativas cuando a su juicio, existan suficientes elementos para ello.
Cuando se practica una investigación y se requiera tomar declaración a cualquier persona, o ampliar las ya prestadas, el órgano de control fiscal le ordenará comparecer mediante oficio que se notificará a quien deba rendir la declaración.


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4 págs. / 7 minutos / 36 visitas.

Publicado el 12 de enero de 2023 por Andres Mill De Pool.

Carta de plata pulida para mi reflejo.

Precario Empatía.


Cuando no basta, comienzo a comparar objetos con ideas, tratando de encontrar consuelo. Ella era como yo, como verme en un espejo. @PrecarioEmpatía; instagram.


      Lo que llaman alma gemela es realidad, existe; pero gemelo es un término bastante escueto y escuálido para una significación mucho más mística, amplia e interesante que dos cigotos fruto de una sola madre, esas que dividen el óvulo en un natural ataque de tipicidad, en un arrebato de poca originalidad; haciendo calcas como impresora. Me gusta pensar que es más bien un espejo de cuerpo completo, manchado y absoluto; las manchas en la plata reflejante agregan la personalidad fatal y en los marcos que dibujan la silueta podemos ver el parecido tan honesto y temeroso; sin mentiras.

Pero no siempre podemos mirarlo. A veces las cosas se complican en nuestra mente, en los jardines y terrazas por donde asomas distante y no te toco ni te respiro, porque en esas desastrosas tardes podrías ser como veneno, cianuro. Pero si no miramos el espejo, crece el vació que aguarda inquieto detrás de las cortinas, debajo de las mesas; cubriendo las habitaciones hasta que debemos escapar de la casa que se inunda. Se inunda como siempre lo ha hecho, una vez más; ¿Y si ponemos antorchas? Preguntas. No pasa.

Me mata que solo en verano podamos entrar; cuando las escaleras están secas, y los techos bañados por el sol ya no gotean incertidumbre. Hasta volver a abrir los grifos para drenarnos, ser demasiado reales y escapar a nuestra humanidad, corriendo cuantiosas lágrimas, todas por el desagüe. Y cada uno en su lado del cristal se asoma esperando la mirada que refleja; busca la añoranza caliente en la boca del estomagó, le pide que por favor escupa unas palabras para que se estampen en el umbral y nos alcance, aunque sea, la deliciosa caricia de una coma.


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Publicado el 13 de marzo de 2023 por Precario Empatía.

El Primer Árbol de Navidad

Ramón María Tenreiro


Cuento


(Cuento para niños)


Negra noche tempestuosa en una selva del Norte. Fantasmas foscos de abetos crujen y se retuercen al azote del viento. Un uniforme sudario de nieves envuelve la tierra, borrando las veredas.

Las dos míseras sombras que caminan fatigadas bajo la fronda mugiente de los árboles son la madre y el niño. Van en silencio, cogidos de la mano, temblando de miedo entre la oscuridad y el estruendo. Llora el niño con callado llanto, que se hiela al rodar por sus mejillas, mordidas por el cierzo. Habla después con voz trémula; dice:

EL HIJO.—No puedo más..., no puedo más, madrecita... ¡Los pies no me sostienen!

LA MADRE.—¡Anda otro poco, valiente!... Verás qué pronto vemos entre los árboles la luz de nuestra ventana... ¡Si estamos ya llegando!

Tornan a caminar silenciosamente, sumido cada cual en su miedo. La tempestad, al castigar con furia las ramas de los abetos, finge bramidos de oleaje, fragores de rompiente, lamentos de náufrago.

EL HIJO.—Vamos fuera de camino, madrecita... Tanto andar, tanto andar, y no llegamos nunca al puente.

La madre sabe de sobra que andan extraviados, y se le erizan los cabellos de pensar que pueden agotárseles las fuerzas en medio del bosque, sin encontrar refugio: suspender la marcha en aquella noche glacial, es entregarse con los brazos cruzados a la muerte. Mas por dar ánimos a aquel trozo de sus entrañas, cuya angustia le duele infinitamente más que la propia, disimula piadosa, y le dice:

—¿El puente?... ¡Si ya queda atrás, hijo mío!... Lo hemos pasado sin que tú lo notaras. Estaba helado el arroyo, y cubierto el puente por la nieve de la última nevada.

EL HIJO.—No, no... No es nuestro camino éste... Estamos perdidos en medio del monte. La senda de nuestra casita va por los claros del bosque, de pradera en pradera, y aquí son cada vez más espesos los árboles.


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4 págs. / 7 minutos / 36 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2023 por Edu Robsy.

En el Cuerpo de un Amigo

José Fernández Bremón


Novela corta


I. El pacto

—¿Cree usted en el diablo?

—¡Vaya una pregunta!

—Tengo una idea peregrina; me falta un año para emanciparme del curador y entrar en posesión de mis bienes: hasta entonces no podré realizar mi matrimonio con Clotilde, ni entrar en su casa, cuyas puertas me ha cerrado su madre, y no teniendo en qué emplear estos doce meses, se me ha ocurrido pasarlos en el cuerpo de usted.

—Luciano, ¿se ha vuelto usted loco?

—No lo sé fijamente, don Braulio; pero hace un rato me seduce este pícaro pensamiento. Estoy cansado de ser joven: me miro al espejo y veo siempre el mismo rostro: me toman todos por informal y distraído, y quisiera ser persona de respeto, al menos por una temporada. Si usted me prestase su cuerpo, yo le cedería el mío durante un año. Nuestras almas mudarían de alojamiento; podría realizar el ideal de los viejos, ser joven y lo pasado pasado, y yo entraría triunfalmente en los salones de mi enemiga, preparándome con una vida normal y sosegada al bienestar que unido a Clotilde me promento.

Don Braulio se sonreía. Luciano prosiguió:

—Por eso le preguntaba a usted hace un momento: ¿cree usted en el diablo?


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99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 36 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Sin Lápida...

Eduardo Acevedo Díaz


Cuento


En lo alto de la loma, estaba el cementerio de piedra, con partes de su muro derruidas. Varias cruces de hierro y de madera rústica sobresalían de los escombros, rodeadas de cardos y cicutas. Dos o tres túmulos en forma de templetes, con sus puertas ya sin verjas, alzándose entre esos símbolos y esas hierbas, enseñaban a trozos desnudo el ladrillo, y en las grietas, ramajes de gramilla y musgo. Un féretro viejo, con míseros despojos, sin tapa, se veía casi volcado junto a la entrada. Más allá, en húmedo rincón, el ataúd de una criatura, forrado en coco azul. Tenía encima una mata de claveles del aire muy blancos y apenas abiertos. En derredor, clavados en tierra, había hasta una docena de cabos de bujías, que ardieron sin duda toda la noche.

Era muy honda allí la soledad. En aquel vivero de ofidios, se respiraba aire extraño de osamenta y pasto verde. El sol derramaba intensa su claridad sobre tanta miseria, calentando por igual tierra, huesos y reptiles.

El campo estaba desierto y silencioso; sólo a lo lejos, en medio de secos cardizales, algunas gamas dispersas asomaban sus finas cabezas dominando los penachos violáceos, como atentas a una banda de ñandúes que giraban encelados con el alón tendido.

Cuando el pobre convoy llegó al sitio, serían las dos de la tarde. Se componía de cinco hombres y dos mujeres. El cajón era de pino blanco, con una cruz de lienzo del mismo color en la cabecera.

Había salido de los ranchos negros, que desde allí aparecían como hundidos en el fondo del valle, a modo de enormes hormigueros circuidos de saúcos.

Pusieron el ataúd en el suelo los conductores, y respiraron con fuerza, enjugándose los rostros con los pañuelos que traían anudados al pescuezo.

Las mujeres, una ya anciana, la otra niña todavía, se sentaron llorando en las piedras desprendidas del muro.

—Ya estamos, —dijo la primera—. ¡Cuánto cuesta llegar aquí!...


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Publicado el 8 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

En el Agua

Guy de Maupassant


Cuento


El verano pasado alquilé una casita de campo situada á orillas del Sena, á varias leguas de París, y allí iba á dormir todas las noches. Poco tardé en entablar relaciones con uno de mis vecinos, hombre de treinta á cuarenta años, que, indudablemente, era el tipo más curioso que nunca me he echado á la cara. Era un canoero viejo, pero un canoero furibundo que estaba siempre cerca del agua, en el agua, dentro del agua; que sin duda había nacido en una canoa, y que seguramente en una canoa morirá también.

Y una noche, que paseábamos juntos por las orillas del Sena, le supliqué que me refiriese algunas anécdotas de su vida náutica. Mi hombre se animó inmediatamente, se transfiguró, y juzgándole por la elocuencia de que hizo gala, le creí poeta. En su corazón anidaba una pasión muy grande, una pasión devoradora é irresistible: el río.

—¡Ah!—me dijo.—¡Cuántos recuerdos míos se relacionan con este río qué mansamente se desliza á nuestro lado! Ustedes, los que viven en calles, no saben lo que es un río; pero oiga á un pescador pronunciar estas palabras. Para él, es el abismo misterioso, profundo, desconocido; es el país de los espejismos y de las fantasmagorías donde se ven, de noche, cosas que no existen, y donde se oyen ruidos que no se han oído nunca. En él se tiembla sin saber por qué, lo mismo que al cruzar un cementerio, y efectivamente, el cementerio más siniestro es aquél en que no hay tumbas.

La tierra es cosa limitada para el pescador, y en la sombra, cuando no hay luna, el río no tiene fin. Los marinos no sienten la misma cosa por la mar. La mar es dura á veces, terrible otras, mala muchas, pero brama, ruge y es leal: el río es silencioso y pérfido. Nunca ruge, siempre se desliza sin ruido, y tengo para mí que ese eterno movimiento del agua murmuradora es cien veces más terrible que las altas olas del Océano.


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Publicado el 2 de marzo de 2025 por Edu Robsy.

Primera Nieve

Guy de Maupassant


Cuento


El extenso paseo de la Croisette se curva a orillas del mar azul. Allá lejos, a la derecha, el Esterel se adentra en el agua, y corta la vista, cerrando el horizonte con el bonito decorado meridional de sus cimas puntiagudas, numerosas y extrañas. A la izquierda, tumbadas en el agua, las islas Sainte—Marguerite y Saint—Honorat muestran sus dorsos cubiertos de abetos. Y a todo lo largo del amplio golfo, a todo lo largo de las grandes montañas, asentadas en torno a Cannes, el conjunto blanco de villas parece dormido al sol. Se divisan desde lejos esas casas claras sembradas desde la cima hasta el pie de los montes, manchando de puntos de nieve la oscura vegetación. Las más próximas al agua abren sus verjas al amplio paseo que vienen a bañar las olas tranquilas. Hace buen tiempo, un tiempo suave. Es un templado día de invierno en el que apenas cruza una ráfaga de frescor. Por encima del mar de jardines, sobresalen los naranjos y los limoneros repletos de frutos dorados. Las damas pasean lentamente por la arena de la avenida, seguidas de niños que hacen rodar sus aros, o charlando con los señores.

Una mujer joven acaba de salir de una pequeña y coqueta casa cuya puerta da a la Croisette. Se detiene un instante a mirar a los transeúntes, sonríe, y con aspecto abrumado llega hasta un banco vacío situado frente al mar. Fatigada de haber dado veinte pasos, se sienta jadeando. Su cara, por la palidez, se asemeja a la de una muerta. Tose, y se lleva a los labios sus dedos transparentes como para detener las sacudidas que la agotan. Contempla el cielo repleto de sol y golondrinas, las cimas caprichosas del Esterel allá lejos y, muy cerca, el mar tan azul, tan tranquilo, tan bello. Entonces sonríe y murmura: «¡Oh! ¡qué feliz soy!»


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Publicado el 17 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La aventura de Tse-i-La

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


La Esfinge: «Adivina o te devoro».

Al Norte de Tonkín existe, internándose tres leguas, la provincia de Kouang—Si, de ríos auríferos, y cuya grandeza se extiende hasta las fronteras de los principados centrales del Imperio de Enmedio, desparramando sus ciudades en la vasta extensión de la selva.

En esta región, la serena doctrina de Laotsé no ha extinguido aún la violenta credulidad hacia los Poussah, especie de genios populares de la China. Gracias al fanatismo de los bonzos de la comarca, la superstición china, aun en las clases elevadas, fermenta con más vigor que en los estados más próximos a Pekín, y difiere de las creencias de los manchúes en cuanto admite las intervenciones directas de los dioses en los asuntos del país

El penúltimo virrey de esta inmensa dependencia imperial fue el gobernador Tche—Tang, que dejó la memoria de un déspota sagaz, avaro y feroz. Véase a qué ingenioso secreto aquel príncipe, escapando a mil venganzas, debió vivir y morir en paz en medio del odio de su pueblo, al que desafió hasta el fin, sin pena ni peligro, ahogando en sangre el más ligero descontento.

Una vez —quizá ocurriese esto unos diez años antes de su muerte— un mediodía estival, cuyo ardor hacia arder los estanques y rajaba las hojas de los árboles, arrojando destellos de fuego sobre los altos tejados de los quioscos, Tche—Tang, sentado en una de las salas más frescas de su palacio, sobre un trono negro incrustado de flores de nácar y embutido de oro puro, y reclinado con languidez, se acariciaba la barba con su mano derecha, mientras que la izquierda se posaba sobre el cetro tendido en sus rodillas.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Educación holista, una forma diferente de ser y hacer la educacion en México

Fundación Ramón Gallegos


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Por treinta años me he dedicado a la docencia y he tenido la oportunidad de trabajar en diferentes niveles educativos,  y también he desempeñado  diferentes puestos dentro del sistema, mismos que me ha permitido conocer muy de cerca el funcionamiento del sistema educativo en la región Altos del estado de Jalisco; y en esencia, no dista mucho de ser la cara misma de la educación en México.

            He experimentado desde diferentes perspectivas, como docente,  alumno, directivo, padre de familia; la problemática que por décadas ha tenido la educación en nuestro país;  y por lo que he leído; esta crisis aqueja a otros sistemas educativos  en el mundo. El creciente descontento, se percibe en los diferentes sectores de la sociedad.

            ¿Qué sucede con la educación? ¿Por qué han fracasado los sistemas educativos en su intento de proporcionar a los individuos un bienestar en sus vidas? ¿Por qué la escuela representa para muchos niños una pesadilla? ¿Por qué una gran cantidad de docentes presentan un malestar generalizado al ejercer la profesión? ¿Dónde se esconden las causas?

            Estas y otras interrogantes me he planteado a lo largo de mi trayectoria tanto como usuaria del sistema, como agente del mismo; y hasta ahora, me había sido difícil, explicar las causas de este “fracaso”[1] como algunos autores  llaman, al esfuerzo fallido  que por décadas ha realizado el grupo en el poder para mejorar la educación.


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11 págs. / 19 minutos / 35 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2018 por Fundación Ramón Gallegos.

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