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Cuento.
34 págs. / 1 hora / 204 KB.
18 de febrero de 2018.
El diablo merodea alrededor del hombre; el propio Jesús no pudo librarse de sus acechanzas; la tentación de San Antonio es muy popular; Martín Lutero también fue atormentado por Satanás y, para desembarazarse de él se vio obligado a tirarle su escribanía a la cabeza. Todavía puede verse la mancha de tinta en la pared de su celda.
Se acordó de todas las historias de obsesiones, desde el poseído de la Biblia hasta las religiosas de Loudun; todos los libros de brujería que había leído: Bodin, Delrio, Le Loyer, Bordelon, el Mundo invisible de Bekker, la Infernalia, los Duendes de Berbiguier de Terre-Neuve-du-Thym, el Gran y el Pequeño Albert y todo lo que le había parecido oscuro se volvió claro como la luz del día; era el diablo quien había adelantado las agujas del reloj, quien había puesto bigotes a su retrato, cambiado los pelos de sus pinceles por alambres de latón y llenado los tubos de pólvora fulminante. El codazo se explicaba naturalmente; pero ¿qué interés podía tener Belcebú en perseguirle? ¿Era para conseguir su alma? Ésa no es forma de hacerlo; por fin recordó que había pintado, no hacía mucho tiempo, un cuadro de San Dunstan agarrando al diablo por la nariz con unas tenazas candentes; no dudó de que por haberle representado de forma tan humillante el diablo le hacía ahora aquellas travesuras a él. Caía la tarde, largas sombras extrañas se recortaban en el suelo del taller. Según crecía esta idea en su cabeza, un escalofrío empezaba a recorrerle la espalda, y el terror se hubiera apoderado de él, si uno de sus amigos, con su llegada, no hubiera ahuyentado sus visiones demoníacas. Salió con él, y como nadie en el mundo era más impresionable, y su amigo era alegre, muy pronto un enjambre de pensamientos divertidos había espantado sus lúgubres ensoñaciones. Olvidó totalmente lo que había ocurrido, o, si le volvía a la memoria, se reía para sus adentros. Al día siguiente volvió a ponerse manos a la obra. Trabajó tres o cuatro horas intensamente. Aunque Jacintha estuviera ausente, sus rasgos estaban tan profundamente grabados en su corazón que no necesitaba de ella para terminar su retrato. Estaba casi acabado, no le faltaban más que dos o tres toques que darle y poner la firma, cuando una pelusilla, que danzaba con sus hermanos los átomos en un espléndido rayo amarillo, por un capricho inexplicable, abandonó de repente su luminosa sala de baile, se dirigió contoneándose hacia el lienzo de Onuphrius, y fue a posarse en un realce que acababa de hacer.
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