Don Gil de las Calzas Verdes

Tirso de Molina


Teatro, Comedia



Personas que hablan en ella

DOÑA JUANA
DON DIEGO
DON MARTÍN
DON ANTONIO
DOÑA INÉS:
CELIO
DON PEDRO, viejo
FABIO
DOÑA CLARA
DECIO
DON JUAN
VALDIVIESO, escudero
QUINTANA, criado
AGUILAR, paje
CARAMANCHEL, lacayo
UN ALGUACIL
OSORIO
MÚSICOS

Acto primero

(Sale Doña Juana de hombre con calzas y vestido todo verde, y Quintana, criado).

QUINTANA:
Ya que a vista de Madrid
y en su Puente Segoviana
olvidamos, Doña Juana,
huertas de Valladolid,
Puerta del Campo, Espolón,
puentes, galeras, Esgueva,
con todo aquello que lleva,
por ser como inquisición
de [la] pinciana nobleza,
pues cual brazo de justicia,
desterrando su inmundicia
califica su limpieza;
ya que nos traen tus pesares
a que desta insigne puente
veas la humilde corriente
del enano Manzanares,
que por arenales rojos
corre, y se debe correr,
que en tal puente venga a ser
lágrima de tantos ojos;
¿no sabremos qué ocasión
te ha traído desa traza?
¿Qué peligro te disfraza
de damisela en varón?

JUANA:
Por agora no, Quintana.

QUINTANA:
Cinco días hace hoy
que mudo contigo voy.
Un lunes por la mañana
en Valladolid quisiste
fiarte de mi lealtad:
dejaste aquella ciudad;
a esta Corte te partiste,
quedando sola la casa
de la vejez que te adora,
sin ser posible hasta agora
saber de ti lo que pasa,
por conjurarme primero
que no examine qué tienes,
por qué, cómo o dónde vienes,
y yo, humilde majadero,
callo y camino tras ti
haciendo más conjeturas
que un matemático a escuras.
¿Dónde me llevas ansí?
Aclara mi confusión
si a lástima te he movido,
que si contigo he venido,
fue tu determinación
de suerte que, temeroso
de que, si sola salías,
a riesgo tu honor ponías,
tuve por más provechoso
seguirte y ser de tu honor
guardajoyas, que quedar,
yéndote tú, a consolar
las congojas de señor.
Ten ya compasión de mí,
que suspensa el alma está
hasta saberlo.

JUANA:
Será
para admirarte. Oye.

QUINTANA:
Di.

JUANA:
Dos meses ha que pasó
la pascua, que por abril
viste bizarra los campos
de felpas y de tabís,
cuando a la puente, que a medias
hicieron, a lo que oí,
Pero Anzures y su esposa,
va todo Valladolid.
Iba yo con los demás,
pero no sé si volví,
a lo menos con el alma,
que no he vuelto a reducir,
porque junto a la Vitoria
un Adonis bello vi
que a mil Venus daba amores
y a mil Martes celos mil.
Dióme un vuelto el corazón,
porque amor es alguacil
de las almas, y temblé
como a la justicia vi.
Tropecé, si con los pies,
con los ojos al salir,
la libertad en la cara,
en el umbral un chapín.
Llegó, descalzado el guante,
una mano de marfil
a tenerme de su mano.
¡Qué bien me tuvo! ¡Ay de mí!
Y diciéndome: «Señora,
tened; que no es bien que así
imite al querub soberbio
cayendo, tal serafín»,
un guante me llevó en prendas
del alma, y si he de decir
la verdad, dentro del guante
el alma que le ofrecí.
Toda aquella tarde corta,
digo corta para mí,
que aunque las de abril son largas
mi amor no las juzgó ansí,
bebió el alma por los ojos
sin poderse resistir
el veneno que brindaba
su talle airoso y gentil.
Acostóse el sol de envidia,
y llegóse a despedir
de mí al estribo de un coche
adonde supo fingir
amores, celos, firmezas,
suspirar, temer, sentir
ausencias, desdén, mudanzas
y otros embelecos mil,
con que, engañándome el alma,
Troya soy, si Scitia fui.
Entré en casa enajenada:
si amaste, juzga por ti
en desvelos principiantes
qué tal llegué. No dormí,
no sosegué; parecióme
que olvidado de salir
el sol ya se desdeñaba
de dorar nuestro cenit.
Levantéme con ojeras
desojada, por abrir
un balcón, de Donde luego
mi adorado ingrato vi.
Aprestó desde aquel día
asaltos para batir
mi libertad descuidada.
Dio en servirme desde allí;
papeles leí de día,
músicas de noche oí,
joyas recibí, y ya sabes
qué se sigue al recibir.
¿Para qué te canso en esto?
En dos meses Don Martín
de Guzmán, que así se llama
quien me obliga a andar ansí,
allanó dificultades
tan arduas de resistir
en quien ama, cuanto amor
invencible todo ardid.
Dióme palabra de esposo,
pero fue palabra en fin
tan pródiga en las promesas
como avara en el cumplir.
Llegó a oídos de su padre,
debióselo de decir
mi desdicha nuestro amor,
y aunque sabe que nací
si no tan rica, tan noble,
el oro, que es sangre vil
que califica interés,
un portillo supo abrir
en su codicia. ¡Qué mucho,
siendo él viejo, y yo infeliz!
Ofrecióse un casamiento
de una Doña Inés, que aquí
con setenta mil ducados
se hace adorar y aplaudir.
Escribió su viejo padre
al padre de Don Martín
pidiéndole para yerno.
No se atrevió a dar el sí
claramente por saber
que era forzoso salir
a la causa mi deshonra.
Oye una industria civil:
previno postas el viejo
y hizo a mi esposo partir
a esta Corte, toda engaños;
ya, Quintana, está en Madrid.
Díjole que se mudase
el nombre de Don Martín,
atajando inconvenientes,
en el nombre de Don Gil,
porque, si de parte mía
viniese en su busca aquí
la justicia, deslumbrase
su diligencia este ardid.
Escribió luego a Don Pedro
Mendoza y Velasteguí,
padre de mi opositora,
dándole en él a sentir
el pesar de que impidiese
la liviandad juvenil
de su hijo el concluirse
casamiento tan feliz,
que por estar desposado
con Doña Juana Solís,
si bien noble, no tan rica
como pudiera elegir,
enviaba en su lugar
y en vez de su hijo a un Don Gil
de no sé quién, de lo bueno
que ilustra a Valladolid.
Partióse con este embuste;
mas la sospecha, adalid,
lince de los pensamientos
y Argos cauteloso en mí,
adivinó mis desgracias,
sabiéndolas descubrir
el oro, que dos diamantes
bastante[s] son para abrir
secretos de cal y canto.
Supe todo el caso, en fin,
y la distancia que hay
del prometer al cumplir.
Saqué fuerzas de flaqueza,
dejé el temor femenil,
dióme alientos el agravio,
y de la industria adquirí
la determinación cuerda,
porque pocas veces vi
no vencer la diligencia
cualquier fortuna infeliz.
Disfracéme como ves
y, fiándome de ti,
a la fortuna me arrojo
y al puerto pienso salir.
Dos días ha que mi amante,
cuando mucho, está en Madrid;
mi amor midió sus jornadas.
¿Y quién duda, siendo ansí,
que no habrá visto a Don Pedro
sin primero prevenir
galas con que enamorar
y trazas con que mentir?
Yo, pues que he de ser estorbo
de su ciego frenesí,
a vista tengo de andar
de mi ingrato Don Martín,
malogrando cuanto hiciere;
el cómo, déjalo a mí.
Para que no me conozca,
que no hará, vestida ansí,
falta sólo que te ausentes,
no me descubran por ti.
Vallecas dista una legua:
disponte luego a partir
allá, que de cualquier cosa,
o próspera o infeliz,
con los que a vender pan vienen
de allá, te podré escribir.

QUINTANA:
Verdaderas has sacado
las fábulas de Merlín;
No te quiero aconsejar.
Dios te deje conseguir
el fin de tus esperanzas.

JUANA:
Adiós.

QUINTANA:
¿Escribirás?

JUANA:
Sí.

(Vase Quintana. Sale Caramanchel, lacayo).

CARAMANCHEL:
Pues para fiador no valgo,
sal acá, bodegonero,
que en esta puente te espero.

JUANA:
¡Hola! ¿Qué es eso?

CARAMANCHEL:
Oye, hidalgo:
eso de «hola», al que a la cola
como contera le siga
y a las doce sólo diga:
«olla, olla» y no «hola, hola».

JUANA:
Yo, que «hola» agora os llamo,
daros esotro podré.

CARAMANCHEL:
Perdóneme, pues, usté.

JUANA:
¿Buscáis amo?

CARAMANCHEL:
Busco un amo;
que si el cielo los lloviera
y las chinches se tornaran
amos, si amos pregonaran
por las calles, si estuviera
Madrid de amos empedrado
y ciego yo los pisara,
nunca en uno tropezara,
según soy de desdichado.

JUANA:
¿Qué tantos habéis tenido?

CARAMANCHEL:
Muchos, pero más inormes,
que Lazarillo de Tormes.
Un mes serví no cumplido
a un médico muy barbado,
belfo, sin ser alemán,
guantes de ámbar, gorgorán,
mula de felpa, engomado,
muchos libros, poca ciencia,
pero no se me lograba
el salario que me daba,
porque con poca conciencia
lo ganaba su mercé,
y huyendo de tal azar
me acogí con Cañamar.

JUANA:
¿Mal lo ganaba? ¿Por qué?

CARAMANCHEL:
Por mil causas: la primera,
porque con cuatro aforismos,
dos textos, tres silogismos,
curaba una calle entera.
No hay facultad que más pida
estudios, libros galenos,
ni gente que estudie menos,
con importarnos la vida.
Pero, ¿cómo han de estudiar,
no parando en todo el día?
Yo te diré lo que hacía
mi médico. Al madrugar,
almorzaba de ordinario
una lonja de lo añejo,
porque era cristiano viejo,
y con este letüario
«aqua vitis,» que es de vid,
visitaba sin trabajo,
calle arriba, calle abajo,
los egrotos de Madrid.
Volvíamos a las once;
considere el pío lector
si podría el mi doctor,
puesto que fuese de bronce,
harto de ver orinales
y fístulas, revolver
Hipócrates y leer
las curas de tantos males.
Comía luego su olla,
con un asado manido,
y después de haber comido,
jugaba cientos o polla.
Daban las tres y tornaba
a la médica atahona,
yo la maza y él la mona,
y cuando a casa llegaba,
ya era de noche. Acudía
al estudio, deseoso,
aunque no era escrupuloso,
de ocupar algo del día
en ver los expositores
de sus Rasis y Avicenas;
asentábase y apenas
ojeaba dos autores,
cuando Doña Estefanía
gritaba: «Hola, Inés, Leonor,
id a llamar al doctor,
que la cazuela se enfría».
Respondía él: «En un hora
no hay que llamarme a cenar;
déjenme un rato estudiar.
Decid a vuestra señora
que le ha dado garrotillo
al hijo de tal condesa,
y que está la ginovesa,
su amiga, con tabardillo,
que es fuerza mirar si es bueno
sangrarla estando preñada,
que a Dioscórides le agrada,
mas no lo aprueba Galeno».
Enfadábase la dama,
y entrando a ver su doctor,
decía: «Acabad, señor.
cobrado habéis harta fama,
y demasiado sabéis
para lo que aquí ganáis.
Advertid, si así os cansáis,
que presto os consumiréis.
Dad al diablo a los Galenos,
si os han de hacer tanto daño.
¿Qué importa al cabo del año
veinte muertos más o menos?».
Con aquestos incentivos
el doctor se levantaba;
los textos muertos cerraba
por estudiar en los vivos.
Cenaba yendo en ayunas
de la ciencia que vio a solas,
comenzaba en escarolas,
acababa en aceitunas.
Y acostándose repleto,
al punto del madrugar
se volvía a visitar
sin mirar ni un quodlibeto.
Subía a ver al paciente,
decía cuatro chanzonetas,
escribía dos recetas
destas que ordinariamente
se alegan sin estudiar,
y luego los embaucaba
con unos modos que usaba
extraordinarios de hablar.
«La enfermedad que le ha dado,
señora, a vueseñoría,
son flatos y hipocondría;
siento el pulmón opilado,
y para desarraigar
las flemas vítreas que tiene
con el quilo, le conviene,
porque mejor pueda obrar
naturaleza, que tome
unos alquermes que den
al hépate y al esplén
la sustancia que el mal come».
Encajábanle un doblón,
y asombrados de escucharle
no cesaban de adularle
hasta hacerle un Salomón.
Y juro a Dios que teniendo
cuatro enfermos que purgar,
le vi un día trasladar,
no pienses que estoy mintiendo,
de un antiguo cartapacio
cuatro purgas que llevó
escritas, fuesen o no
a propósito, a palacio,
y recetada la cena
para el que purgarse había,
sacaba una y le decía:
«Dios te la depare buena».
¿Parécele a vuesasté
que tal modo de ganar
se me podía a mí lograr?
Pues por esto le dejé.

JUANA:
¡Escrupuloso criado!

CARAMANCHEL:
Acomodéme después
con un abogado que es
de las bolsas abogado,
y enfadóme que, aguardando
mil pleiteantes que viese
sus procesos, se estuviese
catorce horas enrizando
el bigotismo, que hay trazas
dignas de un jubón de azotes.
Unos empinabigotes
hay a modo de tenazas
con que se engoma el letrado
la barba que en punta está.
¡Miren qué bien que saldrá
un parecer engomado!
Dejéle, en fin que estos tales,
por engordar alguaciles,
miran derechos civiles
y hacen tuertos criminales.
Serví luego a un clerigón
un mes, pienso que no entero,
de lacayo y despensero.
Era un hombre de opinión:
su bonetazo calado,
lucio, grave, carilleno,
mula de veintidoseno,
el cuello torcido a un lado
y hombre, en fin, que nos mandaba
a pan y agua ayunar
los viernes por ahorrar
la pitanza que nos daba,
y él comiéndose un capón,
que tenía con ensanchas
la conciencia, por ser anchas
las que teólogas son,
quedándose con los dos
alones cabeceando,
decía, al cielo mirando:
«¡Ay, ama, qué bueno es Dios!».
Dejéle, en fin, por no ver
santo que tan gordo y lleno
nunca a Dios llamaba bueno
hasta después de comer.
Luego entré con un pelón
que sobre un rocín andaba,
y aunque dos reales me daba
de ración y quitación,
si la menor falta hacía,
por irremisible ley,
olvidando el «Agnus dei,
quitolis ración» decía.
Quitábame de ordinario
la ración, pero el rocín
y su medio celemín
alentaban mi salario,
vendiendo sin redención
la cebada que le hurtaba
con que yo ración llevaba,
y el rocín la quitación.
Serví a un moscatel, marido
de cierta Doña Mayor,
a quien le daba el señor
por uno y otro partido
comisiones, que a mi ver
el proveyente cobraba,
pues con comisión quedaba
de acudir a su mujer.
Si te hubiera de contar
los amos que en varias veces
serví y andan como peces
por los golfos deste mar,
fuera un trabajo excusado.
Bástete el saber que estoy
sin comodo el día de hoy
por mal acondicionado.

JUANA:
Pues si das en coronista
de los diversos señores
que se extreman en humores,
desde hoy me pon en tu lista,
porque desde hoy te recibo
en mi servicio.

CARAMANCHEL:
¡Lenguaje
nuevo! ¿Quién ha visto paje
con lacayo?

JUANA:
Yo no vivo
sino sólo de mi hacienda,
ni paje en mi vida fui.
Vengo a pretender aquí
un hábito o encomienda,
y porque en Segovia dejo
malo a un mozo, he menester
quien me sirva.

CARAMANCHEL:
¿A pretender
entráis mozo? Saldréis viejo.

JUANA:
Cobrando voy afición
a tu humor,

CARAMANCHEL:
Ninguno ha habido,
de los amos que he tenido,
ni poeta ni capón;
parecéisme lo postrero,
y así, señor, me tened
por criado, y sea a merced,
que medrar mejor espero
que sirviéndoos a destajo,
en fe de ser yo tan fiel.

JUANA:
¿Llámaste?

CARAMANCHEL:
Caramanchel,
porque nací en el de Abajo.

JUANA:
Aficionándome vas
por lo airoso y lo sutil.

CARAMANCHEL:
¿Cómo os llamáis vos?

JUANA:
Don Gil.

CARAMANCHEL:
¿Y qué más?

JUANA:
Don Gil no más.

CARAMANCHEL:
Capón sois hasta en el nombre,
pues si en ello se repara,
las barbas son en la cara
lo mismo que el sobrenombre.

JUANA:
Agora importa encubrir
mi apellido. ¿Qué posada
conoces limpia y honrada?

CARAMANCHEL:
Una te haré prevenir
de las frescas y curiosas
de Madrid.

JUANA:
¿Hay ama?

CARAMANCHEL:
Y moza.

JUANA:
¿Cosquillosa?

CARAMANCHEL:
Y que retoza.

JUANA:
¿Qué calle?

CARAMANCHEL:
De las Urosas.

JUANA:
Vamos…

(Aparte: Que noticia llevo

de la casa Donde vive

Don Pedro. Madrid, recibe

este forastero nuevo

en tu amparo).

CARAMANCHEL:
¡Qué bonito
que es el tiple moscatel!

JUANA:
¿No venís, Caramanchel?

CARAMANCHEL:
Vamos, señor Don Gilito.

(Vanse. Salen Don Pedro, viejo, leyendo una carta, Don Martín y Osorio).

PEDRO:
(Lee). «Digo, en conclusión, que Don Martín, si fuera
tan cuerdo como mozo, hiciera dichosa mi
vejez trocando nuestra amistad en parentesco. Ha dado
palabra a una dama desta ciudad, noble y hermosa,
pero pobre; y ya vos veis en los tiempos presentes lo
que pronostican hermosuras sin hacienda. Llegó
este negocio a lo que suelen los de su especie, a
arrepentirse él y a ejecutarle ella por la
justicia. Ponderad vos lo que sentirá quien pierde
vuestro deudo, vuestra nobleza y vuestro mayorazgo, con tal
prenda como mi señora Doña Inés.
Pero ya que mi suerte estorba tal ventura, tenelda a no
pequeña, que el señor Don Gil de Albornoz, que
ésta lleva, esté en estado de casarse y deseoso de
que sea con las mejoras que en vuestra hija le he ofrecido. Su
sangre, discreción, edad y mayorazgo, que
heredará brevemente de diez mil ducados de renta, os
pueden hacer olvidar el favor que os debo, y dejarme a
mí envidioso. La merced que le hiciéredes
recibiré en lugar de Don Martín, que os besa las
manos. Dadme muchas y buenas nuevas de vuestra salud y gusto, que
el cielo aumente, etc. Valladolid y julio, etc.
DON ANDRÉS DE GUZMÁN».
Seáis, señor, mil veces bien venido
para alegrar aquesta casa vuestra,
que para comprobar lo que he leído
sobra el valor que vuestro talle muestra.
Dichosa Doña Inés hubiera sido
si para ennoblecer la sangre nuestra
prendas de Don Martín con prendas mías
regocijaran mis postreros días.
Ha muchos años que los dos tenemos
recíproca amistad, ya convertida
en natural amor, que en los extremos
de la primera edad, tarde se olvida.
No pocos ha también que no nos vemos,
a cuya causa en descansada vida
quisiera yo, comunicando prendas,
juntar como las almas, las haciendas.
Pero pues Don Martín inadvertido
hace imposible el dicho casamiento,
que vos en su lugar hayáis venido,
señor Don Gil, me tiene muy contento.
No digo que mejora de marido
mi Inés, que al fin será encarecimiento
de algún modo en agravio de mi amigo,
mas que lo juzgo creed, si no lo digo.

MARTÍN:
Comenzáis de manera a aventajaros
en hacerme merced, que temeroso,
señor Don Pedro, de poder pagaros
aun en palabras que en el generoso
son prendas de valor, para envidiaros
en obras y en palabras vitorioso,
agradezco callando y [mudo] muestro
que no soy mío ya porque soy vuestro.
Deudos tengo en la Corte, y muchos dellos
títulos, que podrán daros noticia
de quién soy, si os importa conocellos,
que la suerte me fue en esto propicia.
Aunque si os informáis, de los cabellos
quedará mi esperanza que codicia
lograr abrazos y cumplir deseos,
abreviando noticias y rodeos.
Fuera de que mi padre, que quisiera
darme en Valladolid esposa a gusto
más de su edad que [a] mi elección, me espera
por puntos, y si sabe que a disgusto
suyo me caso aquí, de tal manera
lo tiene de sentir, que si del susto
destas nuevas no muere, ha de estorbarme
la dicha que en secreto podéis darme.

PEDRO:
No tengo yo en tan poco de mi amigo
el crédito y estima, que no sobre
su firma sola, sin buscar testigo
por quien vuestro valor alientos cobre.
Negociado tenéis para conmigo,
y aunque un hidalgo fuérades tan pobre
como el que más, a Doña Inés os diera
si Don Andrés por vos intercediera.

(Habla Don Martín a Osorio aparte).

MARTÍN:
El embeleco, Osorio, va excelente.

OSORIO:
Aprieta con la boda antes que venga
Doña Juana a estorbarlo.

MARTÍN:
Brevemente
mi diligencia hará que efeto tenga).

PEDRO:
No quiero que cojamos de repente,
Don Gil, a Doña Inés, sin que prevenga
la prudencia palabras para el susto
que suele dar un no esperado gusto.
Si verla pretendéis, irá esta tarde
a la Huerta del Duque convidada,
y sin saber quién sois haréis alarde
de vuestra voluntad.

MARTÍN:
¡Oh, prenda amada!
Camine el sol porque otro sol aguarde
y deteniendo el [paso] a su jornada
haga inmóvil [la] luz, para que sea
eterno el día que sus ojos vea.

PEDRO:
Si no tenéis posada prevenida
y ésta merece huésped tan honrado,
recibiré merced.

MARTÍN:
Apercebida
está cerca de aquí, según me han dado
noticia, la de un primo; aunque la vida,
que en ésta sus venturas ha cifrado,
hiciera aquí de su contento alarde.

PEDRO:
En la huerta os espero.

MARTÍN:
El cielo os guarde.

(Vanse. Salen Inés y Don Juan).

INÉS:
En dando tú en recelar,
no acabaremos hogaño.

JUAN:
Mucho deseas acabar.

INÉS:
Pesado estás hoy y extraño.

JUAN:
¿No ha de pesar un pesar?
No vayas hoy, por mi vida
si es que te importa, a la huerta.

INÉS:
Si mi prima me convida…

JUAN:
Donde no hay voluntad cierta
no falta excusa fingida.

INÉS:
¿Qué disgusto se te sigue
de que yo vaya?

JUAN:
Parece
que el temor que me persigue
triste suceso me ofrece
sin que mi amor le mitigue.
Pero en fin, ¿te determinas
de ir allá?

INÉS:
Ve tú también
y verás cómo imaginas
de mi firmeza no bien.

JUAN:
Como en mi alma predominas,
obedecerte es forzoso.

INÉS:
Celos y escrúpulos son
de una especie, y un curioso

(Sale Don Pedro al paño).

duda de la salvación,
Don Juan, del escrupuloso.
Tú solamente has de ser
mi esposo; ve allá a la tarde.

PEDRO:
¡Su esposo! ¿Cómo?

JUAN:
A temer
voy. Adiós.

INÉS:
Él te me guarde.

(Vase Don Juan).

PEDRO:
Inés.

INÉS:
Señor, ¿es querer
decirme que tome el manto?
Aguardándome estará
mi prima.

PEDRO:
Mucho me espanto
de que des palabra ya
de casarte. ¿Tiempo tanto
ha que dilato el ponerte
en estado? ¿Tantas canas
peinas, que osas atreverte
a dar palabras livianas
con que apresures mi muerte?
¿Qué hacía Don Juan aquí?

INÉS:
No te alteres, que no es justo;
que yo palabra le di,
presuponiendo tu gusto,
y no pierdes, siendo ansí,
nada en que Don Juan pretenda
ser tu yerno, si el valor
sabes que ilustra su hacienda.

PEDRO:
Esposo tienes mejor;
detén al deseo la rienda.
No te pensaba dar cuenta
tan presto de lo que trazo,
pero con tal prisa intenta
cumplir tu apetito el plazo,
no sé si diga en tu afrenta,
que, aunque mude intento, quiero
atajarla. Aquí ha venido
un bizarro caballero,
[que es muy] rico, y bien nacido,
de Valladolid. Primero
que le admitas le verás.
Diez mil ducados de renta
hereda y espera más,
y corre ya por mi cuenta
el sí que a Don Juan le das.

INÉS:
¿Faltan hombres en Madrid
con cuya hacienda y apoyo
me cases sin ese ardid?
¿No es mar Madrid? ¿No es arroyo
deste mar Valladolid?
Pues por un arroyo, ¿olvidas
del mar los ricos despojos?
¿O es bien que mi gusto impidas,
y entrando amor por los ojos,
dueño me ofrezcas de oídas?
Si la codicia civil
que a toda vejez infama
te vence, mira que es vil
defeto. ¿Cómo se llama
ese hombre?

PEDRO:
Don Gil.

INÉS:
¿Don Gil?
¿Marido de villancico?
¿Gil? ¡Jesús, no me le nombres!
Ponle un cayado y pellico.

PEDRO:
No repares en los nombres
cuando el dueño es noble y rico;
tú le verás, y yo sé
que has de volver esta noche
perdida por él.

INÉS:
Sí haré.

PEDRO:
Tu prima aguarda en el coche
a la puerta.

INÉS:
Ya no iré
con el gusto que entendí.
Dénme un manto.

PEDRO:
Allá ha de estar,
que yo se lo dije ansí.

INÉS:
¿Con Gil me quieren casar?
¿Soy yo Teresa? ¡Ay de mí!

(Vanse. Sale Doña Juana de hombre).

JUANA:
A esta huerta he sabido que Don Pedro
trae a su hija, Doña Inés, y en ella
mi Don Martín ingrato piensa vella.
Dichosa he sido en descubrir tan presto
la casa, los amores y el enredo,
que no han de conseguir, si de mi parte,
Fortuna, mi dolor puede obligarte.
En casa de mi opuesta he ya obligado
a quien me avise siempre; darle quiero
gracias destos milagros al dinero.

(Sale Caramanchel).

CARAMANCHEL:
Aquí dijo mi amo hermafrodita
que me esperaba, y vive Dios, que pienso
que es algún familiar que en traje de hombre
ha venido a sacarme de jüicio,
y en siéndolo, doy cuenta al Santo Oficio.

JUANA:
¿Caramanchel?

CARAMANCHEL:
Señor, [muy] benvenuto.
¿Adónde bueno o malo por el Prado?

JUANA:
Vengo a ver a una dama por quien bebo
los vientos.

CARAMANCHEL:
¿Vientos bebes? Mal despacho;
barato es el licor mas no borracho.
¿Y tú la quieres bien?

JUANA:
La adoro.

CARAMANCHEL:
Bueno,
no os haréis, a lo menos, mucho daño,
que en el juego de amor, aunque os déis priesa,
si de la barba llego a colegillo,
nunca haréis chilindrón más capadillo más capadillo.
Mas ¿qué música es ésta?

JUANA:
Los que vienen
con mi dama serán, que convidada
a este paraíso, es ángel suyo.
Retírate y verás hoy maravillas.

CARAMANCHEL:
¿Hay cosa igual, capón y con cosquillas?

(Salen los músicos cantando, Don Juan, Doña Inés, y Doña Clara como de campo).

MÚSICOS:
«Alamicos del Prado,
fuentes del Duque,
despertad a mi niña
porque me escuche,
y decid que compare
con sus arenas
sus desdenes y gracias,
mi amor y penas,
y pues vuestros arroyos
saltan y bullen,
despertad a mi niña
porque me escuche».

CLARA:
¡Bello jardín!

INÉS:
Estas parras,
destos álamos doseles,
que a los cuellos, cual joyeles,
entre sus hojas bizarras
traen colgando los racimos,
nos darán sombra mejor.

JUAN:
Si alimenta Baco a Amor,
entre sus frutos opimos
no se hallará mal el mío.

INÉS:
Siéntate aquí, Doña Clara
y en esta fuente repara,
cuyo cristal puro y frío
besos ofrece a la sed.

JUAN:
En fin, ¿quisiste venir
a esta huerta?

INÉS:
A desmentir,
señor, a vuesa merced
y examinar mi firmeza.

JUANA:
¿No es mujer bella?

CARAMANCHEL:
El dinero
no lo es tanto, aunque prefiero
a la suya tu belleza.

JUANA:
Pues por ella estoy perdido.
Hablarla quiero.

CARAMANCHEL:
Bien puedes.

(Se acerca Doña Juana).

JUANA:
Besando a vuesas mercedes
las manos, licencia pido,
por forastero siquiera,
para gozar el recreo
que aquí tan colmado veo.

CLARA:
Faltando vos, no lo fuera.

INÉS:
¿De dónde es vuesa merced?

JUANA:
En Valladolid nací.

INÉS:
¿Cazolero?

JUANA:
Tendré ansí
más sazón.
INÉS: Don Juan, haced
lugar a este caballero.

JUAN:
Pues que mi lado le doy,
con él cortesano estoy.

(Aparte): Ya de celos desespero.

INÉS:
(Aparte): ¡Qué airoso y gallardo talle!
¡Qué buena cara!).

JUAN:
(Aparte): ¡Ay de mí!
¿Mírale Doña Inés? Sí.
¡Qué presto empiezo a envidialle!).

INÉS:
¿Y que es de Valladolid
vuesarced? ¿Conocerá
un Don Gil, también de allá,
que vino agora a Madrid?

JUANA:
¿Don Gil de qué?

INÉS:
¿Qué sé yo?
¿Puede haber más que un Don Gil
en todo el mundo?

JUANA:
¿Tan vil
es el nombre?

INÉS:
¿Quién creyó
que un «Don» fuera guarnición
de un «Gil», que siendo zagal
anda rompiendo sayal
de villancico en canción?

CARAMANCHEL:
El nombre es digno de estima,
a pagar de mi dinero,
y si no…

JUANA:
Calla, grosero.

CARAMANCHEL:
Gil es mi amo, y es la prima
y el bordón de todo nombre.
Y en Gil se rematan mil,
que hay perejil, toronjil,
cenojil, porque se asombre
el mundo de cuán sutil
es [él], que rompe cambray,
y hasta en Valladolid hay
puerta de Teresa Gil.

JUANA:
Y yo me llamo también
Don Gil, al servicio vuestro.

INÉS:
¿Vos [Don] Gil?

JUANA:
Si en serlo muestro
cosa que no os esté bien
o que no gustéis, desde hoy
me volveré a confirmar.
Ya no me pienso llamar
Don Gil; sólo aquello soy
que vos gustéis.

JUAN:
Caballero,
no importa a las que aquí están
que os llaméis Gil o Beltrán;
sed cortés y no grosero.

JUANA:
Perdonad si os ofendí,
que por gusto de una dama…

INÉS:
Paso, Don Juan.

JUAN:
Si se llama
Don Gil, ¿qué se nos da aquí?

INÉS:
(Aparte): Éste es sin duda el que viene.
a ser mi dueño; y es tal
que no me parece mal.
¡Extremada cara tiene!).

JUANA:
Pésame de haberos dado
disgusto.

JUAN:
También a mí,
si del límite salí;
ya yo estoy desenojado.

CLARA:
La música en paz os ponga.

(Levántanse).

INÉS:
Salid, señor, a danzar.

JUAN:
(Aparte): Este Don Gil me ha de dar.
en qué entender. Mas disponga
el hado lo que quisiere,
que Doña Inés será mía,
y si compite y porfía,
tendráse lo que viniere).

INÉS:
¿No salís?

JUAN:
No danzo yo.

INÉS:
¿Y el señor Don Gil?

JUANA:
No quiero
dar pena a este caballero.

JUAN:
Ya mi enojo se acabó.
Danzad.

INÉS:
Salga, pues, conmigo.

JUAN:
(Aparte): ¡Que a esto obligue el ser cortés!

CLARA:
(Aparte): Un ángel de cristal es

el rapaz; cual sombra sigo

su talle airoso y gentil).
Con Doña Inés danzar quiero.

INÉS:
(Aparte): Ya por el Don Gil me muero.

que es un brinquillo el Don Gil).

(Danzan las dos damas y «Don Gil». Cantan los músicos).

MÚSICOS:
«Al molino del amor
alegre la niña va
a moler sus esperanzas;
quiera Dios que vuelva en paz.
En la rueda de los celos
el Amor muele su pan,
que desmenuzan la harina
y la sacan candeal.
Río son sus pensamientos
que unos vienen y otros van,
y apenas llegó a su orilla
cuando ansí escuchó cantar:
“Borbollicos hacen las aguas
cuando ven a mi bien pasar,
cantan, brincan, bullen y corren
entre conchas de coral,
y los pájaros dejan sus nidos
y en las ramas del arrayán
vuelan, cruzan, saltan y pican
torongil, murta y azahar».
Los bueyes de las sospechas
el río agotando van,
que Donde ellas se confirman
pocas esperanzas hay.
Y viendo que a falta de agua
parado el molino está,
desta suerte le pregunta
la niña que empieza a amar”»
«Molinico ¿por qué no mueles?».
«Porque me beben el agua los bueyes».
Vio al Amor lleno de harina
moliendo la libertad
de las almas que atormenta,
y ansí le cantó al llegar:
«Molinero sois, Amor,
y sois moledor».
«Si lo soy, apártese,
que le enharinaré».

(Acaban el baile).

INÉS:
Don Gil de dos mil Donaires,
a cada vuelta y mudanza
que habéis dado, dio mil vueltas
en vuestro favor el alma.
Yo sé que a ser dueño mío
venís; perDonad si, ingrata,
antes de veros rehusé
el bien que mi amor aguarda.
¡Muy enamorada estoy!

CLARA:
(Aparte): Perdida de enamorada

me tiene el Don Gil de perlas.

JUANA:
No quiero sólo en palabras
pagar lo mucho que os debo.
Aquel caballero os guarda,
y me mira receloso;
voyme.

INÉS:
¿Son celos?

JUANA:
No es nada.

INÉS:
¿Sabéis mi casa?

JUANA:
Y muy bien.

INÉS:
¿Y no iréis a honrar mi casa,
pues por dueño os obedece?

JUANA:
A lo menos a rondarla
esta noche.

INÉS:
Velaréla,
Argos toda, a sus ventanas.

JUANA:
Adiós.

CLARA:
(Aparte): Que se va. ¡Ay de mí!

INÉS:
No haya falta

JUANA:
No habrá falta.

(Vanse Doña Juana y Caramanchel).

INÉS:
Don Juan, ¿qué melancolía
es ésa?

JUAN:
Esto es dar [al] alma
desengaños que la curen
y aborrezcan tus mudanzas.
Ah, Inés, en fin, ¿salí cierto?

INÉS:
Mi padre viene; remata
o para después olvida
pesares.

JUAN:
Voyme, tirana;
mas tú me lo pagarás.

(Vase).

INÉS:
¡Ay que me la jura, Clara!
Más quiero el pie de Don Gil
que la mano de un monarca.

(Salen Don Martín y Don Pedro).

PEDRO:
¿Inés?

INÉS:
Padre de mis ojos,
Don Gil no es hombre, es la gracia,
la sal, el Donaire, el gusto
que amor en sus cielos guarda.
Ya le he visto, ya le quiero,
ya le adoro, ya se agravia
el alma con dilaciones
que martirizan mis ansias.

PEDRO:
Don Gil, ¿cuándo os vio mi Inés?

(Habla bajo con Don Martín).

MARTÍN:
Si no es al salir de casa
para venir a esta huerta,
no sé yo cuándo.

PEDRO:
Eso basta.
Milagros, Don Gil, han sido
desa presencia bizarra.
Negociado habéis por vos;
llegad y dalda las gracias.

MARTÍN:
Señora, no sé a quién pida
méritos, obras, palabras
con que encarecer la suerte
que a tanto bien me levanta.
¿Posible es que sólo el verme
en la calle os diese causa
a tanto bien? ¿Es posible
que me admitís, prenda cara?
Dadme…

INÉS:
¿Qué es esto? ¿Estáis loco?
¿Yo por vos enamorada?
Yo a vos, ¿cuándo os vi en mi vida?

(Aparte): ¿Hay más Donosa maraña?

PEDRO:
Hija, Inés, ¿perdiste el seso?

MARTÍN:
¿Qué es esto, cielos?

PEDRO:
¿No acabas
de decir que a Don Gil viste?

INÉS:
¿Pues bien?

PEDRO:
¿Su talle no ensalzas?

INÉS:
Digo que es un ángel, pues.

PEDRO:
¿No le ofreces sí y palabra
de esposa?

INÉS:
¿Qué sacas deso,
que de mis quicios me sacas?

PEDRO:
¡Que a Don Gil tienes presente!

INÉS:
¿A quién?

PEDRO:
Al mismo que alabas.

MARTÍN:
Yo soy Don Gil, Inés mía.

INÉS:
¿Vos Don Gil?

MARTÍN:
Yo.

INÉS:
¡La bobada!

PEDRO:
Por mi vida, que es el mismo.

INÉS:
¿Don Gil tan lleno de barbas?
Es el Don Gil que yo adoro
un Gilito de esmeraldas.

PEDRO:
Ella está loca, sin duda.

MARTÍN:
Valladolid es mi patria.

INÉS:
De allá es mi Don Gil también.

PEDRO:
Hija, mira que te engañas.

MARTÍN:
En toda Valladolid
no hay, Doña Inés de mi alma,
otro Don Gil, sino es yo.

PEDRO:
¿Qué señas tiene ése?

INÉS:
Aguarda.
Una cara como un oro,
de almíbar unas palabras,
y unas calzas todas verdes,
que cielos son, y no calzas.
Agora se va de aquí.

PEDRO:
¿Don Gil de cómo se llama?

INÉS:
Don Gil de las calzas verdes
le llamo yo, y esto basta.

PEDRO:
Ella ha perdido el juicio.
¿Qué será esto, Doña Clara?

CLARA:
Que a Don Gil tengo por dueño.

INÉS:
¿Tú?

CLARA:
Yo, pues, y en yendo a casa
procuraré que mi padre
me case con él.

INÉS:
El alma
te haré yo sacar primero.

MARTÍN:
¡Hay tal Don Gil!

PEDRO:
Tus mudanzas
han de obligarme…

INÉS:
Don Gil
es mi esposo; ¿qué te cansas?

MARTÍN:
Yo soy Don Gil, Inés mía;
cumpla yo tus esperanzas.

INÉS:
Don Gil de las calzas verdes
he dicho yo.

PEDRO:
Amor de calzas
¿quién le ha visto?

MARTÍN:
Calzas verdes
me pongo desde mañana
si esta color apetece.

PEDRO:
Ven, loca.

INÉS:
¡Ay, Don Gil del alma!

FIN DEL ACTO PRIMERO

ACTO SEGUNDO

(Salen Quintana y Doña Juana, de mujer).

QUINTANA:
No sé a quién te comparar:
Pedro de Urdemalas eres;
pero, ¿cuándo las mujeres
no supistes enredar?

JUANA:
Esto, Quintana, hasta aquí
es lo que me ha sucedido.
Doña Inés pierde el sentido
con la libertad por mí;
Don Martín anda buscando
este Don Gil que en su amor
y nombre es competidor,
mas con tal recato ando
huyéndole la presencia
que desatinado entiende
que soy hechicero o duende.
Pierde el viejo la paciencia
porque la tal Doña Inés
ni sus ruegos obedece
ni a Don Martín apetece,
y de tal manera es
el amor que me ha cobrado,
que como no vuelvo a vella,
desde entonces atropella
con punDonores de estado.
Y como de mí no sabe,
no hay paje o criado en casa,
ni gente por ella pasa,
con quien llorando no acabe
que me busque.

QUINTANA:
Si te pierdes
quizás te pregonará.

JUANA:
A los que me buscan da
por señas mis calzas verdes.
Un Don Juan que la servía,
loco de ver su desdén,
para matarme también
me busca.

QUINTANA:
Señora mía,
¡ojo a la vida, que anda
en terrible tentación!
Procede con discreción
o perderás la demanda.

JUANA:
Yo me libraré de todo.
Una Doña Clara que es
prima de mi Doña Inés
también me quiere de modo
que a su [padre] ha persuadido,
si viva la quiere ver,
que me la dé por mujer.

QUINTANA:
Harás notable marido.

JUANA:
A este fin me hace buscar
casi, Quintana, a pregones,
por posadas y mesones,
sin cansarse en preguntar
por un Don Gil de unas calzas
verdes, de Valladolid.

QUINTANA:
¡Señas son para Madrid
buenas! Bien tu ingenio ensalzas.

JUANA:
El criado que te dije
que en partiéndote de mí
en la Puente recibí
también confuso se aflige
porque desde ayer acá
no ha podido descubrirme,
ni yo ceso de reírme
de ver cuál viene y cuál va
buscándome como aguja
por esta calle, después
de saber de Doña Inés
si me esconde alguna bruja.
Y como no halla noticia
de mí, afirmará por cierto
que el dicho Don Juan me ha muerto.

QUINTANA:
Pondrále ante la justicia.

JUANA:
Bien puede ser porque es fiel,
gran servicial, lindo humor,
y me tiene extraño amor.

QUINTANA:
¿Llámase?

JUANA:
Caramanchel.

QUINTANA:
Pues bien; agora, ¿a qué fin
te has vuelto mujer?

JUANA:
Engaños
son todos nuevos y extraños
en daño de Don Martín.
Esta casa alquilé ayer
con su servicio y ornato…

QUINTANA:
Aunque no saldrá barato
no es nuevo agora el haber
en Madrid quien una casa
dé, con todo su apatusco;
el por qué la alquilas busco.

JUANA:
Oye, y sabrás lo que pasa.
Pared enmedio de aquí
vive Doña Inés, la dama
de Don Martín, que me ama.
Esta mañana la vi,
y dándome el parabién
de la nueva vecindad,
tenemos brava amistad,
porque afirma quiere bien
a un galán de quien retrato
soy vivo, y que en mi presencia
la aflige menos la ausencia
de su proceder ingrato.
Si yo su vecina soy,
podré saber lo que pasa
con Don Martín en su casa.
Y como tan cerca estoy,
fácilmente desharé
cuanto trazare en mi daño.

QUINTANA:
Retrato eres del engaño.

JUANA:
Y mi remedio seré.

QUINTANA:
En fin, ¿vienes a tener
dos casas?

JUANA:
Con mi escudero
y lacayo.

QUINTANA:
¿Y el dinero?

JUANA:
Joyas tengo que vender
o empeñar.

QUINTANA:
¿Y si se acaban?

JUANA:
Doña Inés contribuirá,
que no ama quien no da.

QUINTANA:
En otros tiempos no daban.
Vuélvome pues a Vallecas
hasta ver destas marañas
el fin.

JUANA:
Di de mis hazañas.

QUINTANA:
Yo apostaré que te truecas
hoy en hombre y en mujer
veinte veces.

JUANA:
Las que viere
que mi remedio requiere,
porque todo es menester.
Mas ¿sabes lo que he pensado
primero que allá te partas?
Que con un pliego de cartas
finjas que agora has llegado
de Valladolid en busca
de mi amante.

QUINTANA:
¿Y a qué fin?

JUANA:
Trae sospechas Don Martín
de que quien su amor ofusca
soy yo, que en su seguimiento
desde mi patria he venido
y soy el Don Gil fingido.
Para que este pensamiento
no le asegure, será
bien fingir que yo le escribo
desde allá y que por él vivo
como quien sin alma está.
Dirásle tú que me dejas
en un convento encerrada
con sospechas de preñada,
y darásle muchas quejas
de mi parte, y que si sabe
mi padre de mi preñez,
malograré su vejez,
o me ha de dar muerte grave.
Con esto le desatino,
y creyendo que allá estoy
no dirá que Don Gil soy.

QUINTANA:
Voyme a poner de camino.

JUANA:
Y yo a escribir.

QUINTANA:
Vamos, pues;
darásme la carta escrita.

JUANA:
Ven, que espero una visita.

QUINTANA:
¿Visita?

JUANA:
De Doña Inés.

(Vanse. Doña Inés con manto, y Don Juan).

INÉS:
Don Juan, Donde no hay amor,
pedir celos es locura.

JUAN:
¿Que no hay amor?

INÉS:
La hermosura
del mundo tanto es mayor,
cuanto es la naturaleza
más varia en él, y así quiero
ser mudable, porque espero
tener ansí más belleza.

JUAN:
Si la que es más variable,
ésa es más bella, en ti fundo
la hermosura deste mundo,
porque eres la más mudable.
¿Por un rapaz me desprecias
antes de saber quién es?
¡Por un niño, Doña Inés!

INÉS:
Excusa palabras necias
y mira, Don Juan, que estoy
en casa ajena.

JUAN:
Inconstante,
¡no lograrás a tu amante!
¡A matar tu Don Gil voy!

INÉS:
¿A qué Don Gil?

JUAN:
Al rapaz,
ingrata, por quien te pierdes.

INÉS:
Don Gil de las calzas verdes
no es quien perturba tu paz.
Así nos dé vida Dios,
que no le he visto después
de aquella tarde. Otro es
el Don Gil que priva.

JUAN:
¿Hay dos?

INÉS:
Sí, Don Juan, que el Don Gilico,
o fingió llamarse así
o si a vivir vino aquí
de asiento, te certifico
que de todos se burló.
El que de casa te ha echado
es un Don Gil muy barbado
a quien aborrezco yo.
Pero quiéreme casar
con él mi padre, y es fuerza
que por darle gusto tuerza
mi inclinación. Si a matar
estotro Don Gil te atreves,
de Albornoz tiene el renombre,
y aunque dicen que es muy hombre,
como amor y ánimo lleves,
el premio a mi cuenta escribe.

JUAN:
¿Don Gil de Albornoz se llama?

INÉS:
Ansí lo dice la fama,
y en casa del Conde vive,
nuestro vecino.

JUAN:
¿Tan cerca?

INÉS:
Por tenerme cerca a mí.

JUAN:
¿Y que le aborreces?

INÉS:
Sí.

JUAN:
Pues si con su muerte merca
mi fe tu amor, el laurel
ya [mi] cabeza previene,
que te hago voto solene
que pueden doblar por él.

(Vase).

INÉS:
¡Ojalá! Que desta suerte
aseguraré la vida
del Don Gil por quien perdida
estoy, pues dándole muerte
quedaré libre, y mi padre
no aumentará mi tormento
con su odioso casamiento,
por más que su hacienda cuadre
a su avaricia maldita.

(Doña Juana, de mujer, sin manto, y Valdivieso, escudero viejo).

JUANA:
¡Oh, señora Doña Inés!
¿En mi casa? El interés
estimo desta visita.
En verdad que iba yo a hacer
en este punto otro tanto.
¡Hola! ¿No hay quien quite el manto
a Doña Inés?

(A ella, al oído).

VALDIVIESO:
¿Qué ha de haber?
¿Qué dueñas has recibido
o Doncellas de labor?
¿Hay otra vieja de honor
más que yo?

JUANA:
No habrá venido
Esperancilla ni Vega.
¡Jesús, y qué de ello pasa
la que mudando de casa
hacienda y trastos trasiega!
Quitalde vos ese manto,
Valdivieso.

(Quítale y vase).

INÉS:
Doña Elvira,
tu cara y talle me admira;
de tu Donaire me espanto.

JUANA:
Favorécesme, aunque sea
en nombre ajeno. Ya sé
que bien te parezco en fe
del que tu gusto desea.
Seré como la ley vieja,
que tendré gracia en virtud
de la nueva.

INÉS:
Juventud
tienes harta: extremos deja;
que aunque no puedo negar
que te amo porque pareces
a quien adoro, mereces
por ti sola enamorar
a un Adonis, a un Narciso,
y al sol que tus ojos viere.

JUANA:
Pues yo sé quien no me quiere,
aunque otros tiempos me quiso.

INÉS:
¡Maldígale Dios! ¿Quién es
quien se atreve a darte enojos?

JUANA:
Las lágrimas a los ojos
me sacaste, Doña Inés.
Mudemos conversación,
que refrescas la memoria
de mi lamentable historia.

INÉS:
Si la comunicación
quita la melancolía,
y en nuestra amistad consientes,
tu desgracia es bien me cuentes,
pues ya te dije la mía.

JUANA:
No, por tus ojos; que amores
ajenos cansan.

INÉS:
Ea, amiga…

JUANA:
En fin, ¿quieres te la diga?
Pues escúchame y no llores.
En Burgos, noble cabeza
de Castilla, me dio el ser
Don Rodrigo de Cisneros
y sus desgracias con él.
Nací amante, ¡qué desdicha!,
pues desde la cuna amé
a un Don Miguel de Ribera,
tan gentil como cruel.
Correspondió a los principios
porque la voluntad es
cambio que entra caudaloso
pero no tarda en romper.
Llegó nuestro amor al punto
acostumbrado, que fue
a pagar yo de contado
fiada en su prometer.
Dióme palabra de esposo.
¡Mal haya la simple, amén,
que no escarmienta en palabras
cuando tantas rotas ve!
Partióse a Valladolid:
cansado debió de ser.
Estaba sin padres yo;
súpelo, fuime tras él;
engañóme con achaques,
y ya sabes, Doña Inés,
que el amor que anda achacoso
de achaques muere también.
Dábale su casa y mesa
un primo que Don Miguel
tenía, mozo y gallardo,
rico, discreto y cortés;
llamábase éste Don Gil
de Albornoz y Coronel,
de un Don Martín de Guzmán
amigo, pero no fiel.
Sucedió que al Don Martín
y a su padre, Don Andrés,
les escribió desta Corte,
tu padre pienso que fue,
pidiéndole para esposo
de una hermosa Doña Inés
que, si mal no conjeturo
tú sin duda debes ser.
Había dado Don Martín
a una Doña Juana fe
y palabra de marido;
mas no osándola romper
ofreció este casamiento
al Don Gil; y el interés
de tu dote apetecible
alas le puso a los pies.
Dióle cartas de favor
el viejo, y quiso con él
partirse al punto a esta Corte,
nueva imagen de Babel.
Comunicó intento y cartas
al amigo Don Miguel,
mi ingrato dueño, ensalzando
la hacienda, belleza y ser
de su pretendida dama
hasta los cielos; que fue
echar fuego al apetito
y su codicia encender.
Enamoróse de oídas
Don Miguel de ti: al poder
de tu dote lo atribuye,
que ya amor es mercader;
y atropellando amistades,
obligación, deudo y fe,
de Don Gil le hurtó las cartas
y el nombre, porque con él
disfrazándose, a esta Corte
vino, pienso que no ha un mes.
Vendiéndose [por] Don Gil,
te ha pedido por mujer.
Yo, que sigo como sombra
sus pasos, vine tras él,
sembrando por los caminos
quejas, que vendré a coger
colmadas de desengaños,
que es caudal del bien querer.
Sabiendo Don Gil su agravio
quiso seguirle también,
y encontrámonos los dos,
siendo fuerza que con él
caminase hasta esta Corte,
habrá nueve días o diez,
Donde aguardo la sentencia
de mi amor, siendo tú el juez.
Como vine con Don Gil
y la ocasión siempre fue
amiga de novedades,
que basta en fin ser mujer,
la semejanza hechicera
de los dos pudo encender,
mirándose él siempre en mí,
y yo mirándome en él,
descuidos. Enamoróse
con tantas veras…

INÉS:
¿De quién?

JUANA:
De mí.

INÉS:
¿Don Gil de Albornoz?

JUANA:
Don Gil, a quien imité
en el talle y en la cara,
de suerte que hizo un pincel
dos copias y originales
prodigiosas esta vez.

INÉS:
¿Uno de unas calzas verdes?

JUANA:
Y tan verdes como él,
que es abril de la hermosura
y del Donaire Aranjuez.

INÉS:
Bien le quieres, pues le alabas.

JUANA:
Quisiérale, amiga, bien
si bien no hubiera querido
a quien mal supo querer.
Tengo esposo, aunque mudable;
soy constante, aunque mujer;
nobleza y valor me ilustran;
aliento y no celos ten,
que despreciando a Don Gil
y viendo que Don Miguel
tiene ya el sí de tu padre,
si sin ti le puede haber,
hice alquilar esta casa
Donde de cerca sabré
el fin de tantas desdichas
como en mis sucesos ves.

INÉS:
¿Que Don Miguel de Ribera
el Don Gil fingido fue
que, dueño tuyo y tu esposo,
quiere que yo el sí le dé?

JUANA:
Esto es cierto.

INÉS:
¿Que el Don Gil
verdadero y cierto fue
aquél de las verdes calzas?
¡Triste de mí! ¿Qué he de hacer
si te sirve, cara Elvira?
Y aun por eso no me ve,
que no le bastan dos ojos
para llorar tu desdén.

JUANA:
Como a Don Miguel desprecies,
también yo desdeñaré
a Don Gil.

INÉS:
¿Pues deso dudas?
Hombre que tiene mujer,
¿cómo puede ser mi esposo?
No temas eso.

JUANA:
Pues ven,
que a Don Gil quiero escribir
en tu presencia un papel
que llevará mi escudero,
y su muerte escrita en él.

INÉS:
¡Ay, Elvira de mis ojos,
tu esclava tengo de ser!

JUANA:
(Aparte): Ya esta boba está en la trampa.
Ya soy hombre, ya mujer,
ya Don Gil, ya Doña Elvira;
mas si amo, ¿qué no seré?).

(Vanse. Salen Quintana y Don Martín).

MARTÍN:
¿Y que tú mismo la dejas
en un convento, Quintana?

QUINTANA:
Yo mismo, a tu Doña Juana
en San Quirce, dando quejas
y suspiros, porque está
con indicios de preñada.

MARTÍN:
¿Cómo?

QUINTANA:
No la para nada
en el estómago y da
unas arcadas terribles,
la basquiña se le aova,
pésale más que una arroba
el paso que da, imposibles
se le antojan. Vituperio
de su linaje serás
si a consolarla no vas,
y pare en el monasterio.

MARTÍN:
Quintana, jurara yo
que desde Valladolid
había venido a Madrid
a perseguirme.

QUINTANA:
Eso no,
ni haces bien en no tenella
en opinión más honrada.

MARTÍN:
¿No pudiera disfrazada
seguirme?

QUINTANA:
¡Bonita es ella!
Ésta es la hora que está
rezando entre sus iguales
los salmos penitenciales
por ti. ¿Esa carta no da
certidumbre que te digo
la verdad?

MARTÍN:
Quintana, sí.
Las quejas que escribe aquí
mucho han de poder conmigo.
Vine a cierta pretensión
a Madrid, que el Rey confirme,
y partí sin despedirme
della por la dilación
forzosa que en mi partida
su amor había de poner.
Pero pues llego a saber
que corre riesgo su vida
y que mi amor coge el fruto
que su hermosura me ofrece,
cualquier tardanza parece
pronóstico de mi luto.
Partiréme esta semana
sin falta, concluya o no
a lo que vine.

QUINTANA:
Pues yo
tomo la posta mañana,
y a pedirla me adelanto
las albricias.

MARTÍN:
Bien harás.
Hoy esta Corte verás,
y yo escribiré entretanto.
¿Dónde tienes la posada?
Que no te llevo a la mía
porque malograr podría
una traza comenzada
que después sabrás despacio.
[QUINTANA:] Junto al mesón de Paredes
vivo.

MARTÍN:
Bien.

QUINTANA:
Mañana puedes,
si tienes de ir a Palacio,
darme las cartas allá.

MARTÍN:
En buen hora. (Aparte): No he querido
que vaya Donde he fingido
ser Don Gil, que deshará
la máquina que levanto).

QUINTANA:
Voyme, pues, a negociar.

MARTÍN:
Adiós.

QUINTANA:
(Aparte): ¿En qué ha de parar,

cielos, embeleco tanto?).

(Vase).

MARTÍN:
Basta, que ya padre soy;
basta, que está Doña Juana
preñada. Afición liviana,
villano pago le doy.
Con un hijo, es torpe modo
el que aquí pretender quiero,
indigno de un caballero.
Pongamos remedio en todo
dando la vuelta a mi tierra.

(Sale Don Juan).

JUAN:
Señor Don Gil de Albornoz,
si, como corre la voz,
valor vuestro pecho encierra
para lucir el acero,
al paso que pretender
contra su gusto mujer,
pensamiento algo grosero,
yo, que soy interesado
en esta parte, quisiera
que saliésemos afuera
del lugar, y que en el Prado
o Puente, sin que delante
tuviésemos tanta gente,
mostrásedes ser valiente
como mostráis ser amante.

MARTÍN:
La cólera requemada
cortad por lo que os importa,
que para quien no la corta
corta cóleras mi espada,
que yo, que más flema tengo,
no riño sin ocasión.
Si vos tenéis afición
cuando yo a casarme vengo
y me aborrece mi dama,
pues en su mano dejó
naturaleza el sí y no,
y vos presumís que os ama,
pretendámosla los dos,
que cuando el no me dé a mí
y vos salgáis con el sí,
no reñiré yo con vos.

JUAN:
Ella me ha dicho que es fuerza
hacer de su padre el gusto,
y que, amándola, no es justo
la deje casar por fuerza.
Y en fe desta sinrazón,
o nos hemos de matar
o no os habéis de casar,
dejando su pretensión.

MARTÍN:
¿Doña Inés dice que quiere
a su padre obedecer,
y mi esposa admite ser?

JUAN:
A su inclinación prefiere
la caduca voluntad
de su padre.

MARTÍN:
Y por ventura
perder esa coyuntura,
¿no sería necedad?
Si con lo que yo procuro
salgo, ¿no es torpe imprudencia
el poner en contingencia
lo que ya tengo seguro?
¡Muy bueno fuera, por Dios,
que después de reducida,
si yo no os quito la vida
me la quitásedes vos,
perdiendo mujer tan bella,
y que, después de adquirido
el nombre de su [marido],
os la dejase Doncella!
No, señor. Permitid vos
que logre de Doña Inés
la belleza, y de allí a un mes
podremos reñir los dos.

JUAN:
O hacéis de mí poco caso
o tenéis poco valor.
Pero a vuestro necio amor
sabré yo atajar el paso
en parte Donde no tema
el favor que aquí os provoca.

(Vase).

MARTÍN:
Para su cólera loca
no ha sido mala mi flema.
Si está Doña Inés resuelta,
y a ser mi esposa se allana,
perDonará Doña Juana,
y mi amor dará la vuelta,
si a Valladolid [quería]
llevarme; que el interés
y beldad de Doña Inés
excusa[n] la culpa mía.

(Sale Osorio).

OSORIO:
Gracias a Dios que te veo.

MARTÍN:
Seas, Osorio, bien venido.
¿Hay cartas?

OSORIO:
Cartas ha habido.

MARTÍN:
¿De mi padre?

OSORIO:
En el correo
a la mitad de su lista
a ciento y doce leí
este pliego para ti.

(Dásele).

MARTÍN:
Libranza habrá a letra vista.

(Ábrele).

OSORIO:
¿Quién duda?

MARTÍN:
Este sobrescrito
dice: «A Don Gil de Albornoz».

OSORIO:
Corre por ti la tal voz.

MARTÍN:
Estotra cubierta quito.

(Lee).

«A mi hijo Don Martín».
Y estotra. «A Agustín Solier
de Camargo, mercader».

OSORIO:
¡Bien haya el tal Agustín
si en él nos libran dinero!
[MARTÍN:] Eso, Osorio, es cosa cierta.

OSORIO:
¿Adónde vive?

MARTÍN:
A la puerta
de Guadalajara.

OSORIO:
Quiero
besarla por lo que a mí
me toca, que ya no había
casi blanca.

MARTÍN:
Abro la mía
primero.

OSORIO:
Bien.

MARTÍN:
Dice ansí:

(Lee la carta).

«Hijo: Cuidadoso estaré hasta saber el fin de
nuestra pretensión, cuyos principios, según me
avisáis, prometen buen suceso. Para que le
consigáis os remito esta libranza de mil escudos
y esa carta para Agustín Solier, mi corresponsal.
Digo en ella que son para Don Gil de Albornoz, un
deudo mío. No vais vos a cobrarlos, porque os conoce,
sino Osorio, diciendo que es mayordomo de dicho Don
Gil. Doña Juana de Solís falta de su casa desde
el día que os partístes. Si en ella están confusos
no lo ando yo menos, temiendo no os haya seguido y
impida lo que tan bien nos está. Abreviad lances,
y en desposándoos, avisadme para que yo al punto me
ponga en camino, y tengan fin estas marañas. Dios os me
guarde como deseo. Valladolid y agosto, etc. Vuestro padre».

OSORIO:
¿No escuchas que Doña Juana
falta de su casa?

MARTÍN:
Ya
sé [yo] dónde oculta está.
Agora llegó Quintana
con carta suya, y por ella
he sabido que encerrada
está en San Quirce y preñada.

OSORIO:
Parirá en fe de Doncella.

MARTÍN:
Huyóse sin avisar
a su padre; que afligida
de celos de mi partida,
no la darían lugar
el sobresalto y la prisa.
Y ésta será la ocasión
de la pena y confusión
que aquí mi padre me avisa.
Pero entretendréla agora
escribiéndola, y después
que posea a Doña Inés,
puesto que mi ausencia llora,
le diré que tome estado
de religiosa.

OSORIO:
Si está
en San Quirce ya tendrá
lo más del camino andado.

(Sale Aguilar).

AGUILAR:
¿Es el señor Don Gil?

MARTÍN:
Soy
amigo vuestro, AGUILAR.

AGUILAR:
Don Pedro os envía a llamar,
y por buena nueva os doy
que pretende hoy desposaros
con su sucesora bella,
aunque llantos atropella.

MARTÍN:
Quisiera en albricias daros
el Potosí. Esta cadena,
aunque de poco valor,
en fe de vuestro deudor…

(Va a echarse Don Martín las cartas en la faltriquera; y mételas por entre la sotanilla, y cáensele en el suelo).

AGUILAR:
Para mal de ojos es buena.

MARTÍN:
Vamos y irás a cobrar
esos escudos, Osorio,
que si es hoy mi desposorio,
todos los he de emplear
en joyas para mi esposa.

OSORIO:
Para su belleza es poco.

(Aparte): Bien se dispone.

MARTÍN:
(Aparte): Estoy loco.

¡Ay, mi Doña Inés hermosa!

(Vanse. Salen Doña Juana, de hombre, y Caramanchel).

CARAMANCHEL:
No he de estar más de un instante,
señor Don Gil invisible,
con vos, que es cosa terrible
despareceros delante
de los ojos.

JUANA:
Si me pierdes…

CARAMANCHEL:
Un pregonero he cansado
diciendo: «El que hubiere hallado
a un Don Gil con calzas verdes
perdido de ayer acá,
dígalo y daránle luego
su hallazgo». Ved qué sosiego
para quien sin blanca está.
Un real de misas he dado
a las ánimas por vos,
y a San Antonio otros dos,
de lo perdido abogado.
No quiero más tentación,
que me dais que sospechar
que sois duende o familiar,
y temo a la Inquisición.
Pagadme y adiós.

JUANA:
Yo he estado
todo este tiempo escondido
en una casa que ha sido
mi cielo, porque he alcanzado
la mejor mujer en ella
de Madrid.

CARAMANCHEL:
¿Chanzas hacéis?
¿Mujer vos?

JUANA:
Yo.

CARAMANCHEL:
¿Pues tenéis
dientes vos para comella?
¿O es acaso Doña Inés,
la damaza de la huerta,
por las verdes calzas muerta?
Sí será.

JUANA:
A lo menos es
otra más bella que vive
pegada a la casa desa.

CARAMANCHEL:
¿Es juguetona?

JUANA:
Es traviesa.

CARAMANCHEL:
¿Da?

JUANA:
Lo que tiene.

CARAMANCHEL:
¿Y recibe?

JUANA:
Lo que la dan.

CARAMANCHEL:
Pues retira
la bolsa, imán de una dama.
¿Llámase?

JUANA:
Elvira se llama.

CARAMANCHEL:
Elvira, pero sin vira.

JUANA:
Ven, llevarásme un papel.

CARAMANCHEL:
Dellos hay un pliego aquí.

(Alza las cartas).

Oye, que son para ti.

JUANA:
¿Para mí, Caramanchel?

CARAMANCHEL:
El sobrescrito rasgado
dice: «A Don Gil de Albornoz».

JUANA:
Muestra. ¡Ay cielos!

CARAMANCHEL:
En la voz
y cara te has alterado.

JUANA:
Dos cerradas y una abierta
vienen.

CARAMANCHEL:
Mira para quién.

JUANA:
Pronósticos de mi bien
hacen mi ventura cierta.

(Lee).

«A Don Pedro de Mendoza
y [Velasteguí]». «Éste es
el padre de Doña Inés».

CARAMANCHEL:
Algún galán de la moza
te pone por medianero
con su padre, que querrá
que le cases.

JUANA:
Y hallará
a propósito el tercero.

CARAMANCHEL:
Mira esotro sobrescrito.

JUANA:
Dice aquí. «A Agustín Solier
de Camargo, mercader».

CARAMANCHEL:
Ya le conozco, un corito
es que tiene más caudal
de cuantos la Puerta ampara
aquí de Guadalajara.

JUANA:
Pues tenlo a buena señal.
Esta abierta es para mí.

CARAMANCHEL:
Mírala.

JUANA:
(Aparte): ¿Quién duda que es

el pliego de Don Andrés

para Don Martín

(Léela para sí).

CARAMANCHEL:
¿Que ansí
haya quien hurte en la Corte
las cartas? Delito grave.
Pero si las nuevas sabe
a costa no más del porte,
¿quién las dejará de ver?
A alguno que las sacó
y el pliego por yerro abrió
se le debió de caer.

JUANA:
(Aparte): Dichosa soy en extremo.

A buen presagio he tenido

que a mi mano hayan venido

estas cartas. Ya no temo

mal suceso).

CARAMANCHEL:
¿Cúyas son?

JUANA:
De un mi tío de Segovia.

CARAMANCHEL:
A Inés querrá para novia.

JUANA:
Acertaste su intención.
Una libranza me envía
para que joyas la dé
de hasta mil escudos.

CARAMANCHEL:
Fue
mi sospecha profecía;
vendrá en Agustín Solier
librada.

JUANA:
En ésta le escribe
que los dé luego.

CARAMANCHEL:
Recibe
el dinero en tu poder
y no me despediré
de ti en mi vida.

JUANA:
(Aparte): A Quintana

voy a buscar. ¡Qué mañana

tan dichosa! Con buen pie

me levanté hoy; marañas

traza nuevas mi venganza.

Hoy cobrará la libranza

Quintana, y de mis hazañas

verá presto el fin sutil).

CARAMANCHEL:
Por si otra vez te me pierdes
me encajo tus calzas verdes.

JUANA:
Hoy sabrán quién es Don Gil.

(Vanse. Salen Doña Inés y Don Pedro, su padre).

INÉS:
Digo, señor, que vives engañado,
y que el Don Gil fingido que me ofreces,
no es Don Gil, ni jamás se lo han llamado.

PEDRO:
¿Por qué mintiendo, Inés, me desvaneces?
Don Andrés ¿no me ha escrito por este hombre?
¿No dice que [es] Don Gil el que aborreces?

INÉS:
Don Miguel de Cisneros es su nombre,
con una Doña Elvira desposado;
su patria es Burgos. Porque más te asombre,
la misma Doña Elvira me ha contado
todo el suceso, que en su busca viene,
y del mismo Don Gil es un traslado.
Pared en medio desta casa tiene
la suya. Hablarla puedes y informarte
de todo este embeleco, que es solene.

PEDRO:
Advierte, Inés, que debe de burlarte,
pues no puede ser falsa aquesta firma,
ni a la naturaleza engaña el arte.

INÉS:
Pues si esa carta tu opinión confirma,
repara en que Don Gil, el verdadero,
en quien mi voluntad su amor confirma,
es un gallardo y joven caballero
que por la gracia de un verde vestido
con que le vi en la huerta el día primero
calzas verdes le di por apellido.
Éste, pues, por la fama aficionado
de mí o mi dote y luego persuadido
de Don Andrés a que tomase estado,
le hizo que viniese con el pliego
en su abono, que tanto te ha engañado.
Era su amigo Don Miguel, y luego
que supo dél, estando de partida,
mi hacienda y calidad, encendió fuego
el interés que la amistad olvida,
y sin mirar que estaba desposado
con Doña Elvira, un tiempo tan querida,
teniéndole en su casa aposentado
le hurtó las cartas una noche y vino
[por] la posta a esta corte disfrazado.
Ganóle por la mano en el camino,
fingió que era Don Gil, dióte ese pliego
y con él entabló su desatino.
El Don Gil verdadero vino luego,
que fue el que vi en la huerta y al que mira
como a su objeto mi amoroso fuego;
no osó contradecir tan gran mentira
por ver tan apoyado su embeleco,
hasta que a verme vino Doña Elvira.
Ésta me dijo el marañoso trueco
y los engaños del Don Gil postizo
que funda su esperanza en mármol seco.
Doña Elvira, señor, me satisfizo.
Mira lo mucho que en casarme pierdes
con quien lo está con otra, y esto hizo.

PEDRO:
¿Hay semejante embuste?

INÉS:
Que te acuerdes
deste suceso importa.

PEDRO:
¿No vería
yo al Don Gil de las calzas, Inés, verdes?

INÉS:
Doña Elvira me dijo le enviaría
a hablarte y verme aquesta misma tarde.

PEDRO:
¿Pues cómo tarda?

INÉS:
Aún no es pasado el día.
¿Pero no es éste, cielos? Haga alarde
con su presencia la esperanza mía.

(Sale Doña Juana, de hombre).

JUANA:
A daros satisfacción,
señora, de mi tardanza
vengo y a pedir perdón
no de que en mí haya mudanza
sino de mi dilación.
Hame tenido ocupado
estos días el cuidado
en que me puso un traidor,
que por lograr vuestro amor
hasta el nombre me ha usurpado,
no falta de voluntad,
pues desde el punto que os vi
os rendí la libertad.

INÉS:
Yo sé que eso no es ansí,
pero sea o no verdad,
conoced, señor Don Gil,
a mi padre que os desea,
y entre confusiones mil
persuadilde a que no crea
enredos de un pecho vil.

JUANA:
A mucha suerte he tenido,
señor, haberos hallado
aquí, y llegara corrido
a no haberme asegurado
cartas que hoy he recibido
de Don Andrés de Guzmán,
que quimeras desharán
de quien con firmas hurtadas
pretendió ver malogradas
mis esperanzas. Si dan
fe y crédito estos renglones
y me abona este papel

(Enséñale las cartas).

no admitáis satisfacciones
fingidas de Don Miguel
o guardaos de sus traiciones.

(Míralas Don Pedro).

PEDRO:
Yo estoy, señor, satisfecho
de lo que decís y afirma
vuestro generoso pecho.
Esta letra y esta firma
del agravio que os he hecho,
si es que soy yo quien lo hice,
fue la causa, y agora es
favor con que os autorice.
Sí, letra es de Don Andrés.

(Míralas otra vez).

Quiero mirar lo que dice.

(Lee para sí y ellas hablan aparte).

INÉS:
¿Cómo va de voluntad?

JUANA:
Vos, que sus llaves tenéis,
por mí la respuesta os dad.

INÉS:
Desde ayer acá queréis
mucho nuestra vecindad.

JUANA:
¿Desde ayer? Desde que os mira
el alma que en ella os ve,
y en vuestra ausencia suspira.

INÉS:
¿En mi ausencia?

JUANA:
¿Pues no?

INÉS:
¿A fe?
¿Y no en la de Doña Elvira?).

PEDRO:
Aquí otra vez me encomienda
Don Andrés la conclusión
de vuestra boda, y que entienda
la mucha satisfacción
de vuestra sangre y hacienda.
El Don Miguel de Cisneros
es gentil enredador.
Mucho gusto en conoceros.
Hoy habéis de ser señor
desta casa.

JUANA:
¿Que teneros
por dueño y padre merezco?
Mil veces me dad los pies.

PEDRO:
Los brazos sí que os ofrezco

(Abrázale).

y en ellos a Doña Inés.

JUANA:
Mi dicha al cielo [agradezco].

(Abrázala).

Desta suerte satisfago
los celos de la vecina
que tenéis.

INÉS:
Y yo deshago
sospechas, porque me inclina
vuestro amor.

JUANA:
Con ése os pago.

(Sale Quintana).

QUINTANA:
Don Gil mi señor, ¿está
aquí?

(A él aparte).

JUANA:
¡Quintana!, ¿has cobrado
libranza y escudos?

QUINTANA:
Ya,
en oro puro y doblado.

(A ellos).

JUANA:
Yo vendré a la noche acá,
que una ocurrencia forzosa,
mi bien, me obliga a apartar
de vuestra presencia hermosa.

PEDRO:
No hay para qué dilatar
el desposorio, que es cosa
que corre peligro.

JUANA:
Pues
esta noche estoy resuelto
en desposarme.

PEDRO:
Mi Inés
será vuestra.

JUANA:
Habéisme vuelto
el alma al cuerpo.

INÉS:
¡Interés
dichoso!

JUANA:
La vuelta doy
luego.

QUINTANA:
(Aparte): ¡Quimera sutil!

JUANA:
Adiós, que a Palacio voy.

(A ella).

QUINTANA:
¡Vamos, Juana, Elvira, Gil!

(A él).

JUANA:
¡Gil, Elvira y Juana soy!.

(Vanse los dos).

PEDRO:
¡Qué muchacho y qué discreto
[es] el Don Gil! Grande amor
le he cobrado, te prometo;
vuélvame el enredador
a casa, verá el efeto
de sus embustes.

(Salen Don Martín y Osorio y hablan a otro lado).

MARTÍN:
¿Adónde
se me pudieron caer?
Si lo advertiste, responde.

OSORIO:
Pues, ¿puédolo yo saber?
¿Junto a la casa del Conde
no las leíste?

MARTÍN:
¿Has mirado
todo lo que hay desde allí?

OSORIO:
De modo que no he dejado
un solo átomo hasta aquí.

MARTÍN:
¿Hay hombre más desdichado?
¡Pliego y escudos perdidos!

OSORIO:
Haz cuenta que los jugaste
en vez de comprar vestidos
y joyas.

MARTÍN:
¿No lo miraste
bien?

OSORIO:
Con todos mis sentidos.

MARTÍN:
Pues vuelve, que podrá ser
que [lo] halles.

OSORIO:
¡Linda esperanza!

MARTÍN:
Pero no, ve al mercader,
que no acepte la libranza.

OSORIO:
Eso es mejor.

MARTÍN:
¿Que a perder
un pliego de cartas venga
un hombre como yo?

(Ven a los otros).

OSORIO:
Aquí
está tu dama.

MARTÍN:
Hoy se venga
su menosprecio de mí.

OSORIO:
Ruega a Dios que no la tenga
pagada.

(Vase Osorio).

MARTÍN:
¡Oh, señores! (Aparte): Quiero

disimular mi pesar.

PEDRO:
¿Es digno de un caballero,
Don Miguel, el enredar
con disfraces de embustero?
¿Es bien que os finjáis Don Gil
de Albornoz si Don Miguel
sois, y con astucias mil,
siendo ladrón de un papel,
queráis por medio tan vil
usurparle a vuestro amigo
el nombre, opinión y dama?

MARTÍN:
¿Qué decís?

PEDRO:
Esto que digo,
y guardaos que desta trama
no os haga dar el castigo
que merecéis. Si os llamáis
vos Don Miguel de Cisneros,
¿para qué nombres trocáis?

MARTÍN:
¿Yo? No acabo de entenderos.

PEDRO:
¡Qué bien lo disimuláis!

MARTÍN:
¿Yo Don Miguel?

INÉS:
Ya sabemos
que sois de Burgos.

MARTÍN:
[¡Mentira
solene!]

INÉS:
¡Buenos extremos!
Cumplid la fe a Doña Elvira,
o a la justicia diremos
cuán grande embelecador
sois.

MARTÍN:
¡Pues habéisme cogido
los dos de muy buen humor
en ocasión que he perdido
seso y escudos! Señor,
¿quién es el autor cruel
de quimera tan sutil?

PEDRO:
Sabed, señor Don Miguel,
que el verdadero Don Gil
se va agora de aquí, y dél
tengo la satisfacción
que vuestro crédito pierde.

MARTÍN:
¿Qué Don Gil o maldición
es éste?

PEDRO:
Don Gil el verde.

INÉS:
Y el blanco de mi afición.

PEDRO:
Id a Burgos entretanto
que él se casa, y haréis bien,
y no finjáis ese espanto.

MARTÍN:
¡Válgate el demonio, amén,
por Don Gil o por encanto!
¡Vive Dios, que algún traidor
os ha venido a engañar!
Oíd.

INÉS:
Pasito, señor,
que le haremos castigar
por archiembelecador.

(Vanse los dos).

MARTÍN:
¿Hay confusión semejante?
¡Que este Don Gil me persiga
invisible cada instante
y que por más que le siga
nunca le encuentre delante!
Estoy tan desesperado
que por toparme con él
diera cuanto he granjeado.
¿Yo en Burgos? ¿Yo Don Miguel?

(Sale Osorio).

OSORIO:
¡Buen lance habemos echado!

MARTÍN:
¿Has hablado al mercader?

OSORIO:
Más me valiera que no.
Un Don Gil o Lucifer
todo el dinero cobró.
Malgesí debe de ser.

MARTÍN:
¿Don Gil?

OSORIO:
De Albornoz se firma
dándole carta de pago.
Solier me enseñó su firma.

MARTÍN:
¡Este Don Gil será estrago
de toda mi casa!

OSORIO:
Afirma
el Solier que anda vestido
de verde, porque te acuerdes
de lo que has por él perdido.

MARTÍN:
Don Gil de las calzas verdes
ha de quitarme el sentido.
Ninguno me [hará] creer
sino que se disfrazó,
para obligarme a perder,
algún [demonio] y me hurtó
las cartas que al mercader
ha dado.

OSORIO:
Hará enredos mil,
que sabe muchas vejeces
el enemigo sutil.
Ven, [señor].

MARTÍN:
¡Jesús mil veces!
¡Válgate el diablo el Don Gil!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

ACTO TERCERO

(Salen Don Martín y Quintana).

MARTÍN:
No digas más; basta y sobra
saber por mi mal, Quintana,
que murió mi Doña Juana.
Muy justa venganza cobra
el cielo de mi crueldad,
de mi ingratitud y olvido.
El que su homicida ha sido
soy yo, no su enfermedad.

QUINTANA:
Déjame contarte el cómo
sucedió su muerte en suma.

MARTÍN:
Vuela el mal con pies de pluma,
viene el bien con pies de plomo.

QUINTANA:
Llegué no poco contento
con tu carta, en que fundé
albricias que no cobré.
Regocijóse el convento;
salió a una red Doña Juana;
díjela que en breves días
en su presencia estarías,
que su sospecha era vana.
Leyó tu carta tres veces,
y cuando iba a desprender
joyas con que enriquecer
mis albricias, todas nueces,
gran rüido y poco fruto,
dijéronla que venía
su padre y que pretendía
convertir su gozo en luto
dando venganza a su honor.
Encontráronse a la par
el placer con el pesar,
la esperanza y el temor;
y como estaba preñada
fue el susto tan repentino
que a malparir al fin vino
una niña mal formada,
y ella, al dar el primer grito,
dijo: «Adiós, Don Mar…» y en fin,
quedándose con el «tín».
murió como un pajarito.

MARTÍN:
No digas más.

QUINTANA:
Ni aunque quiera
podré, porque en pena tanta
tengo el alma a la garganta
y a un suspiro saldrá fuera.

MARTÍN:
¿Agora que no hay remedio,
osáis, temor atrevido,
echar del alma el olvido
y entraros vos de por medio?
¿Agora llora y suspira
mi pena? ¿Agora pesar?

QUINTANA:
(Aparte): No sé en lo que ha de parar

tanta suma de mentira).

MARTÍN:
No es posible, sino que es
el espíritu inocente
de Doña Juana el que siente
que yo quiera a Doña Inés
y que en castigo y venganza
del mal pago que la di
se finge Don Gil y aquí
hace guerra a mi esperanza.
Porque el perseguirme tanto,
el no haber parte o lugar
aDonde a darme pesar
no acuda, si no es encanto,
¿qué otra cosa puede ser?
El no dejar casa o calle
que no busque por hallalle,
el nunca llegarle a ver,
el llamarse de mi nombre,
¿no es todo esto conjetura
de que es su alma que procura
que la vengue y que me asombre?

QUINTANA:
(Aparte): ¡Esto es bueno! Doña Juana

cree que es alma que anda en pena.

¿Vio el mundo chanza más buena?

Pues no le ha de salir vana

porque tengo de apoyar

este disparate).

(A él).

A mí
parecíame hasta aquí
lo que escuchaba contar,
desde el día que murió
mi señora, que sería
sueño que a la fantasía
el pesar representó;
pero después que te escucho
que el alma de mi señora
te persigue cada hora,
no tendré, señor, a mucho
lo que en Valladolid pasa.

MARTÍN:
¿Pues qué es lo que allá se dice?

QUINTANA:
Temo que te escandalice;
pero no hay persona en casa
de mi señor [tan] osada
que duerma sin compañía,
si no fui yo, desde el día
que murió la mal lograda
porque se les aparece
con vestido varonil
diciendo que es un Don Gil,
en cuyo hábito padece,
porque tú con este nombre
andas aquí disfrazado
y sus penas has causado.
Su padre, en traje de hombre,
todo de verde, la vio
[una] noche, y que decía
que a perseguirte venía,
y aunque el buen viejo mandó
decir cien misas por ella
afirman que no ha cesado
de aparecerse.

MARTÍN:
El cuidado
causé yo de su querella.

QUINTANA:
¿Y es verdad, señor, que aquí
te llamas Don Gil?

MARTÍN:
Mi olvido
y ingratitud ha querido
que me llame, amigo, ansí.
Vine a esta Corte a casarme,
y ofendiendo su belleza
codiciando la riqueza
de una Doña Inés, que a darme
el justo castigo viene
que mi crueldad mereció.
En Don Gil me transformó
mi padre; la culpa tiene
destas desgracias, Quintana,
su codicia y interés.

QUINTANA:
Pues no dudes de que es
el alma de Doña Juana
la que por Valladolid
causa temores y miedos
y dispone los enredos
que te asombran en Madrid.
Pero, ¿piénsaste casar
con Doña Inés?

MARTÍN:
Si murió
Doña Juana, y me mandó
mi avaro padre intentar
este triste casamiento,
no concluirle sería
de algún modo afrenta mía.

QUINTANA:
¿Cómo saldrás con tu intento,
si una alma del purgatorio
a Doña Inés solicita
y la esperanza te quita
que tienes del desposorio?

MARTÍN:
Misas y oraciones son
las que las almas amansan,
que, en fin, con ellas descansan.
Vamos, que en esta ocasión
en el Carmen y Vitoria
haré que se digan mil.

QUINTANA:
(Aparte): A puras misas, Don Gil,

os llevan vivo a la gloria.

(Vanse. Doña Inés y Caramanchel).

INÉS:
¿Dónde está vuestro señor?

CARAMANCHEL:
¿Sélo yo, aunque traiga antojos
y le mire con más ojos
que una puente? Es arador
que de vista se me pierde;
por más que le busco y llamo
nunca quiere mi verde amo
que en sus calzas me dé un verde.
Aquí le vi no ha dos credos;
y aunque estaba en mi presencia,
cual dinero de Valencia
se me perdió entre los dedos;
mas tal anda el motolito
por una vuestra vecina,
que es hija de Celestina,
y le gazmió en el garlito.

INÉS:
¿A vecina nuestra quiere
Don Gil?

CARAMANCHEL:
A una Doña Elvira,
desde que le sirvo, mira
de tal suerte que se muere,
señora, por sus pedazos.

INÉS:
¿Sabéis vos eso?

CARAMANCHEL:
Sé yo
que esta noche la pasó,
cuando menos, en sus brazos.

INÉS:
¿Esta noche?

CARAMANCHEL:
Sí, ¿os remuerde
la conciencia?, y otras mil,
que aunque es lampiño el Don Gil,
en obras y en nombre es verde.

INÉS:
Vos sois un grande hablador
y mentís; porque esa dama
es mujer de buena fama
y tiene mucho valor.

CARAMANCHEL:
Si es verdad o si es mentira,
lo que digo sé por él
y por el dicho papel

(Enséñasele).

que traigo a la tal Elvira.
Está su casa cerrada
y mientras que vuelve a ella
paje, escudero o Doncella,
que no debe haber criada
que no sepa lo que pasa,
y el papel la pueda dar,
a mi amo entré a buscar
por si estaba en vuestra casa.

INÉS:
¿De Don Gil es ése?

CARAMANCHEL:
Sí.

INÉS:
Pues bien, ¿por fuerza ha de ser
de amores?

CARAMANCHEL:
Llegá a leer
[vos] lo que podáis aquí,

(Por entre las dobleces del papel).

que yo, que siempre he pecado
de curioso y resabido,
las razones he leído
que hacia aquí se han asomado.

(Enséñale leyendo).

¿Aquí no dice: «Inés vengo… deseo me da… disgusto»?
¿No dice aquí: «plazo justo…».
y allí: «noche… gusto tengo…».
y hacia aquella parte: «tarde…
amor… a Doña… a ver voy…».
y a aquel lado: «vuestro] soy…»,
luego: «mío. El cielo os guarde»?
¡Ved si es barro el papelillo!
Todo esto es plata quebrada:
saque vusté, si le agrada,
el hilo por el ovillo.

INÉS:
A lo menos sacaré,

(Quítasele).

leyéndole, el falso trato
de un traidor y de un ingrato.

CARAMANCHEL:
Eso nones; suéltele,
que me reñirá Don Gil.

INÉS:
Alcahuete, ¿he de dar voces?
¿He de hacer que os den mil coces?

CARAMANCHEL:
Dos da un asno, que no mil.

(Ábrele y léele).

INÉS:
«No hallo contento y gusto
cuando con vos no le tengo
puesto que a ver a Inés vengo
a costa de mi disgusto.
Ya deseo el plazo justo
de volver a hacer alarde
de mi amor, y aunque esta tarde
a ver a Doña Inés voy,
no os dé celos. Vuestro soy,
dueño mío. El cielo os guarde».
¡Qué regalado papel!
A su dueño se parece:
tan infame que apetece
las sobras de Don Miguel.
¿Doña Inés le da disgusto?
¡Válgame Dios! ¿Ya empalago?
¿Manjar soy que satisfago,
antes que me pruebe, el gusto?
¿Tan bueno es el de su Elvira
que su apetito provoca?

CARAMANCHEL:
No es la miel para la boca
del etcétera.

INÉS:
La ira
que tengo es tal que dejara
un ejemplo cruel de mí
a estar el mudable aquí.

(Sale un criado).
CRIADO: Mi señora Doña Clara
viene a verte.

(Vase el criado).

INÉS:
Pretendiente
es también de este galán
empalagado; a Don Juan,
que mi amor celoso siente,
he de decir que le mate,
y me casaré con él.
Llevad vos vuestro papel

(Arrójasele).

a esa dama, que es remate
del gusto que en él confiesa,
que aunque no es Lucrecia casta
para tan vil hombre basta
plato que sirvió a otra mesa.

(Vase).

CARAMANCHEL:
¡Malos años la pimienta
que lleva la Doña Inés!
No le comerá un inglés.
¡Qué mal hice en darla cuenta
del papel! No fui discreto;
mas purguéme en su servicio
porque en gente de mi oficio
es cual ruibarbo un secreto.

(Vase. Quintana y Doña Juana, de hombre).

QUINTANA:
Misas va a decir por ti
en fe que eres alma que anda
en pena.

JUANA:
¿Pues no es ansí?

QUINTANA:
Mas no deja la demanda
de Doña Inés.

JUANA:
¡Ay de mí!
A mi padre tengo escrito
como que a la muerte estoy
por Don Martín, que en delito
de que esposa suya soy
y de adorarle infinito,
de puñaladas me ha dado,
dejándome en Alcorcón;
que loco de enamorado
por Doña Inés, su afición
a matarme le ha obligado.
Escríbole que ha fingido
ser un Don Gil de Albornoz,
porque con este apellido
encubra la muerte atroz
que mi amor ha conseguido,
que todo es castigo injusto
de una hija inobediente
que contra su honor y gusto
de su patria y casa ausente
ocasiona su disgusto;
pero que si algún amor
le merezco, y éste alcanza
en mi muerte su favor,
satisfaga su venganza
las pérdidas de mi honor.

QUINTANA:
¿Pues para qué tanto ardid?

JUANA:
Es para que desta suerte
parta de Valladolid
mi padre y pida mi muerte
a Don Martín en Madrid;
que he de perseguir, si puedo,
Quintana, a mi engañador
con uno y con otro enredo
hasta que cure su amor
con mi industria o con su miedo.

QUINTANA:
Dios me libre de tenerte
por contraria.

JUANA:
La mujer
venga agravios desta suerte.

QUINTANA:
A hacerle voy a entender
nuevas chanzas de tu muerte.

(Vase Quintana. Sale Doña Clara

CLARA:
Señor Don Gil, justo fuera,
sabiendo de cortesía
tanto, que para mí hubiera
un día… ¿qué digo un día?
una hora, un rato siquiera.
También tengo casa yo
como Doña Inés; también
hacienda el cielo me dio;
y también quiero yo bien
como ella.

JUANA:
¿A mí?

CLARA:
¿Por qué no?

JUANA:
A saber yo tal ventura,
creed, bella Doña Clara,
que por lograrla segura,
fuera, si otro la gozara,
pirata desa hermosura.
Mas como de mí imagino
lo poco que al mundo importo,
ni sé ni me determino
a pretender; que en lo corto
tengo algo de vizcaíno.
Por Dios, que desde que os vi
en la huerta, el corazón,
nueva salamandria, os di,
llevándoos vos un girón
del alma que os ofrecí,
mas ni sé dónde vivís,
qué galán por vos se abrasa,
ni qué empleos admitís.

CLARA:
¿No? Pues sabed que mi casa
es a la Red de San Luis;
mis galanes más de mil;
mas quien en mi gusto alcanza
el premio por más gentil
es verde cual mi esperanza
y es en el nombre Don Gil.

JUANA:
Esta mano he de besar

(Bésasela).

porque del todo me cuadre
favor tan para estimar.

(Sale Doña Inés y queda apartada).

INÉS:
Como me llamó mi padre,
fuéme forzoso dejar
a mi prima por un rato.
¿Mas no es el que miro, ¡cielos!
Don Gil el falso, el ingrato,
el que cebando mis celos
es de mi opuesta retrato?
¡La mano pone en la boca
de mi prima! ¿No es encanto
que hombre de barba tan poca
se atreva a ser para tanto?
¡A qué furia me provoca!
Quiero escuchar desde aquí
lo que pasa entre los dos.

CLARA:
En fin, ¿os morís por mí?
¡Buena mentira!

JUANA:
Por Dios,
que no me tratéis ansí.
Desde el día que en la huerta
os vi, hermosa Doña Clara,
para mi ventura abierta,
ni tuve mañana clara
ni noche segura y cierta,
porque la pesada ausencia
de la luz desa hermosura,
sol que mi amor reverencia,
noche es pesada y obscura.

CLARA:
No lo muestra la frecuencia
de Doña Inés que os recrea,
y es todo vuestro interés.

JUANA:
¿Yo a Doña Inés, mi bien?

CLARA:
Ea.

JUANA:
Vive Dios, que es Doña Inés
a mis ojos fría y fea;
si Francisca se llamara,
todas las efes tuviera.

INÉS:
(Aparte): ¡Qué buena Don Gil me para!

JUANA:
(Aparte): ¡Mas si Doña Inés me oyera!

INÉS:
(Aparte): ¡Y le creerá Doña Clara!

CLARA:
Pues si no amáis a mi prima,
¿cómo asistís tanto aquí?

JUANA:
Eso es señal que os estima
la libertad que os rendí
y en vuestros ojos se anima,
porque como no sabía
dónde vivís y me abrasa
vuestra memoria, venía
por instantes a esta casa,
creyendo que os hallaría
alguna vez en ella.

CLARA:
Es
lindo modo de excusar
vuestro amor.

JUANA:
¿Excusar?

CLARA:
Pues,
¿había más de preguntar
por mi casa a Doña Inés?

JUANA:
Fuera darla celos eso.

CLARA:
No quiero apurar verdades,
Don Gil. Que os amo os confieso
y que vuestras sequedades
me quitan el sueño y seso.
Si un amor sencillo y llano
[os] obliga, asegurad
mi pena; dadme esa mano.

JUANA:
De esposo os la doy; tomad,
que, por lo que en ello gano
os la beso.

INÉS:
(Aparte): ¿Esto consiento?

CLARA:
Mi prima me espera; adiós.
Idme a ver hoy.

JUANA:
Soy contento.

CLARA:
Porque tracemos los dos
despacio este casamiento.

(Vase).

JUANA:
Ya que di en embelecar
salir bien de todo espero.
A Doña Inés voy a hablar.

(Sale ella).

INÉS:
Enredador, embustero,
pluma al viento, corcho al mar,
¿no basta que a Doña Elvira
engañes, que no repara
en honras que el cuerdo mira,
sino que a mí y Doña Clara
embeleque tu mentira?
¿A tres mujeres engaña
el amor que fingir quieres?
A salir con esa hazaña,
casado con tres mujeres,
fueras Gran Turco en España.
Conténtate, ingrato infiel,
con Doña Elvira, relieves
y sobras de Don Miguel,
que cuando sus gajes lleves
y la escribas el papel
que mis penas han leído,
a ti te viene sobrado,
en fe de poco advertido,
fruto que otro ha desflorado
y ropa que otro ha rompido.

JUANA:
¿Qué dices, mi bien?

INÉS:
¿Tu bien?
Doña Elvira, cuyos brazos
sueño de noche te den,
te responderá. ¡Pedazos
un rayo los haga, amén!

JUANA:
(Aparte): Caramanchel la ha enseñado

el papel que me escribí

a mí misma; y heme holgado,

porque experimente en sí

congojas que me ha causado.

(A ella).

¿Que Elvira te da sospecha?;
en lo que dices repara.

INÉS:
¡No está mala la deshecha!
Dígale eso a Doña Clara,
pues la tiene satisfecha
su amor, su palabra y fe.

JUANA:
¿Eso te ha causado enojos?
¿Luego nos viste? No fue
sino burla; por tus ojos,
que es una necia. Háblame,
vuélveme esos soles, ea,
que su luz mi regalo es.

INÉS:
¡Y dirá, por que le crea:
«Vive Dios, que es Doña Inés
a mis ojos fría y fea!».

JUANA:
¿Pues crees tú que lo dijera
si burlar a Doña Clara
de ese modo no quisiera?

INÉS:
«Si Francisca se llamara
todas las efes tuviera».
Pues si tantas tengo, y mira
desechos de Don Miguel,
que por mis prendas suspira,
casándome yo con él,
castigaré a Doña Elvira.
Don Miguel es principal,
y su discreción, al fin,
ha dado clara señal
que en amar mujer tan ruin
y mudable hiciera mal.
Por mi esposo le señalo:
a mi padre voy a hablar,
que pues a mi gusto igualo
el suyo, hoy le pienso dar
la mano.

JUANA:
(Aparte): Esto va muy malo.

(A ella).

¿Con remedios tan atroces
castigas una quimera?
Oye, escucha.

INÉS:
Si doy voces,
haré que por la escalera
os eche un lacayo a coces.

JUANA:
Por Dios, que por más cruel
que seas, has de escuchar
mi disculpa, y que soy fiel.

INÉS:
¿No hay quien se atreva a matar
a este infame? ¡Ah, Don Miguel!
JUANA. ¿Don Miguel está aquí?

INÉS:
¿Quieres
trazar ya alguna maraña?
Aquí está; de miedo mueres.

(A voces).

Éste es Don Gil, el que engaña
de tres en tres las mujeres.
Don Miguel, véngame dél;
tu esposa soy.

JUANA:
Oye, mira…

INÉS:
¡Muera este Don Gil cruel,
Don Miguel!

JUANA:
¡Que soy Elvira!
¡Lleve el diablo a Don Miguel!

INÉS:
¿Quién?

JUANA:
Doña Elvira ¿En la voz
y cara no me conoces?

INÉS:
¿No eres Don Gil de Albornoz?

JUANA:
Ni soy Don Gil, ni des voces.

INÉS:
¿Hay enredo más atroz?
¿Tú Doña Elvira? ¿Otro engaño?
Don Gil eres.

JUANA:
Su vestido
y [semejanza] hizo el daño.
Si esto no te ha persuadido,
averigua el desengaño.

INÉS:
¿Pues qué provecho interesa
tu embeleco?

JUANA:
¡Vive Dios,
que no ser Don Gil me pesa
por ti, y que somos las dos
pata para la traviesa!

INÉS:
En conclusión, ¿he de darte
crédito? No vi mayor
semejanza.

JUANA:
Por probarte
y ver si tienes amor
a Don Miguel pudo el arte
disfrazarme y es ansí
que una sospecha cruel
me dio recelos de ti.
Creyendo que a Don Miguel
amabas, yo me escribí
el papel que aquel «criado».
te enseñó, creyendo que era
Don Gil quien se le había dado,
y dije que te le diera
por modo disimulado
y que advirtiese por él
tus celos, y si intentabas
usurparme a Don Miguel.

INÉS:
¡Extrañas industrias!

JUANA:
Bravas.

INÉS:
¿Qué tú escribiste el papel?

JUANA:
Y a Don Gil pedí el vestido
prestado, que está por ti
de amor y celos perdido.

INÉS:
¿De amor y celos por mí?

JUANA:
Como el suceso ha sabido
de Don Miguel, cuya soy,
no apetece prenda ajena.

INÉS:
Confusa y dudosa estoy.

JUANA:
Ingeniosa traza.

INÉS:
Buena,
y de suerte que aún no doy
crédito a que eres mujer.

JUANA:
¿Pues cómo haremos que quedes
segura?

INÉS:
Ansí se ha de hacer:
vestirte en tu traje puedes,
que con él podremos ver
cómo te entalla y te inclina.
Ven y pondráste un vestido
de los míos; que imagina
mi amor en ése fingido
que eres hombre, y no vecina.
Ya se habrá ido Doña Clara.

JUANA:
¡Buena irá!

INÉS:
(Aparte): ¡Qué varonil

mujer! Por más que repara

mi amor dice que es Don Gil

en la voz, presencia y cara).

(Vanse. Salen Caramanchel y Don Juan).

JUAN:
¿Vos servís a Don Gil de Albornoz?

CARAMANCHEL:
Sirvo
a un amo que no veo en quince días
que ha que como su pan. Dos o tres veces
le he hallado desde entonces. Ved qué talle
de dueño en relación; ¡pues decir tiene
fuera de mí otros pajes y lacayos!,
yo solamente y un vestido verde
en cuyas calzas funda su apellido,
que ya son casa de solar sus calzas,
posee en este mundo, que yo sepa.
Bien es verdad que me pagó por junto,
desde que entré con él hasta hoy, raciones
y quitaciones, dándome cien reales.
Pero quisiera yo servir a un amo
que me holeara cada instante. «¡Hola
Caramanchel! Limpiadme estos zapatos;
sabed cómo durmió Doña Grimalda;
id al Marqués, que el alazán me empreste;
preguntad a Valdés con qué comedia
ha de empezar mañana», y otras cosas
con que se gasta el nombre de un lacayo.
¡Pero que tenga yo un amo en menudos
como el macho de Bamba, que ni manda,
ni duerme, come o bebe, y siempre anda!

JUAN:
Debe de estar enamorado.

CARAMANCHEL:
Y mucho.

JUAN:
¿De Doña Inés, la dama que aquí vive?

CARAMANCHEL:
Ella le quiere bien, pero ¿qué importa,
si vive aquí, pared en medio, un ángel?
Que aunque yo no la he visto, a lo que él dice,
es tan hermosa como yo, que basta.

JUAN:
Soislo vos mucho.

CARAMANCHEL:
Viéneme de casta.
Este papel la traigo; mas de suerte
simbolizan los dos en condiciones,
que jamás Doña Elvira o Doña Urraca
para en casa, ni en ella hay quien responda,
pues con ser tan de noche, que han ya dado
las once, no hay memoria de que venga
quien lástima de mí y el papel tenga.

JUAN:
¿Y que ama Doña Inés a Don Gil?

CARAMANCHEL:
Tanto
que abriéndome el papel y conociendo
lo que por él decía a Doña Elvira
hizo extremos de loca.

JUAN:
Y yo los hago
de celos. ¡Vive Dios, que aunque me cueste
vida y hacienda, tengo de quitarla
a todos cuantos Giles me persigan!
En busca voy del vuestro.

CARAMANCHEL:
¡Bravo Aquiles!

JUAN:
Yo agotaré, si puedo, los Don Giles.

(Vase. De mujer Doña Juana y Doña Inés).

INÉS:
Ya experimento en mi daño
la burla de mis quimeras:
Don Gil quisiera que fueras,
que yo adorara tu engaño.
No he visto tal semejanza
en mi vida, Doña Elvira:
en ti su retrato mira
mi entretenida esperanza.

JUANA:
Yo sé que te ha de rondar
esta noche, y que te adora.

INÉS:
¡Ay, Doña Elvira ya es hora!

CARAMANCHEL:
Doña Elvira, oí nombrar.
Aquélla sin duda es
que con Doña Inés está.
El diablo la trajo acá,
que estando con Doña Inés
mal podré darla el papel
que mi Don Gil la escribió,
y ya su merced leyó.
Hermano Caramanchel,
a palos me vais oliendo.

(A Inés).

¡Hola! ¿Qué buscáis aquí?

CARAMANCHEL:
¿Sois vos Doña Elvira?

JUANA:
Sí.

CARAMANCHEL:
¡Jesús! ¿Qué es lo que estoy viendo?
¿Don Gil con basquiña y toca?
No os llevo más la mochila.
¿De día Gil, de noche Gila?
¡Oxte, puto, punto en boca!

JUANA:
¿Qué decís? ¿Estáis en vos?

CARAMANCHEL:
¿Qué digo? Que sois Don Gil
como Dios hizo un candil.

JUANA:
¿Yo Don Gil?

CARAMANCHEL:
Sí, juro a Dios.

INÉS:
¿Piensas que soy sola yo
la que tu presencia engaña?

CARAMANCHEL:
Azotes dan en España
por menos que eso. ¿Quién vio
un [hembrimacho] que afrenta
a su linaje?

INÉS:
Esta dama
es Doña Elvira.

CARAMANCHEL:
Amo, o ama,
despídome: hagamos cuenta.
No quiero señor con saya
y calzas, hombre y mujer,
que querréis en mí tener
juntos lacayo y lacaya.
No más amo hermafrodita,
que comer carne y pescado
a un tiempo no es aprobado.
Despachad con la visita
y adiós.

JUANA:
¿De qué es el espanto?
¿Pensáis que vuestro señor
sin causa me tiene amor?
Por parecérseme tanto
emplea en mí su esperanza.
Díselo tú, Doña Inés.

INÉS:
Causa suelen decir que es
del amor la semejanza.

CARAMANCHEL:
Sí, ¿mas tanta? No, par Dios.
¿A mí engañifas, señora?

JUANA:
Y si viene antes de un hora
Don Gil aquí y a los dos
nos veis juntos, ¿qué diréis?

CARAMANCHEL:
Que hablé por boca de ganso.

JUANA:
[Él humilde vendrá y manso,]
y vos a él mismo le hablaréis,
conociendo la verdad.

CARAMANCHEL:
¿Dentro un hora?

JUANA:
Y a ocasión
que os admire.

CARAMANCHEL:
Pues chitón.

JUANA:
En la calle le esperad,
y subámonos las dos
al balcón para aguardalle.

CARAMANCHEL:
Bájome, pues, a la calle.
Éste me dio para vos,

(Dásele).

mas rehusé por Doña Inés
[la] embajada.

JUANA:
Ya es mi amiga.

CARAMANCHEL:
Don Gil es, aunque lo diga
el Conde Partinuplés.

(Vanse. Sale Don Juan, como de noche).

JUAN:
Con determinación vengo
de agotar estos Don Giles,
que agravian por medios viles
las esperanzas que tengo.
Dos son. ¿Quién duda que alguno
su dama vendrá a rondar?
O me tienen de matar
o no ha de quedar ninguno.

(Sale Caramanchel y queda a un lado).

CARAMANCHEL:
A esperar vengo a Don Gil,
si calles ronda y pasea,
que por Dios, aunque lo vea,
no dos veces sino mil,
no lo tengo de creer.

(A la ventana, Doña Inés y Doña Juana, de mujer).

INÉS:
¡Qué extraordinario calor!

JUANA:
Pica el tiempo y pica amor.

INÉS:
¿Si ha de venirnos a ver
mi Don Gil?

JUANA:
¿Y dudas deso?

(Aparte): Para poderme apartar
de aquí, me vendrá a llamar
brevemente Valdivieso,
y podré, de hombre vestida,
fingirme Don Gil abajo).

JUAN:
El premio de mi trabajo
escucho; mi Inés querida,
si no me engaña la voz,
es la que a la reja está.

INÉS:
Gente siento. ¿Si será
nuestro Don Gil de Albornoz?

JUANA:
Háblale, y sal de esa duda.

CARAMANCHEL:
Un rondante se ha parado.
¿Si es mi Don Gil encantado?

JUAN:
Llegad y hablad, lengua muda.
¡Ah de arriba!

INÉS:
¿Sois Don Gil?

JUAN:
(Aparte): Allí la pica; diré

que sí).

(Rebozado).

Don Gil soy, que en fe
de que en vos busco mi abril,
en viéndoos, señora mía,
mi calor pude templar.

INÉS:
Eso es venirme a llamar,
por gentil estilo, fría.

CARAMANCHEL:
Muy grueso Don Gil es éste.
El que sirvo habla atiplado,
si no es ya que haya mudado
de ayer acá.

JUAN:
Manifieste
el cielo mi dicha.

INÉS:
En fin,
¿que a un tiempo os abraso y hielo?

JUAN:
Quema amor; hiela un recelo.

JUANA:
(Aparte): Sin duda que es Don Martín

el que habla. ¡Qué en vano pierdes

el tiempo, ingrato, sin mí!

INÉS:
(Aparte): No parece él. ¿Sois, decí,
Don Gil de las calzas verdes?

JUAN:
Luego, ¿no me conocéis?

CARAMANCHEL:
Ni yo tampoco, par Dios.

INÉS:
Como me pretenden dos…

JUAN:
Sí. Mas vos, ¿a cuál queréis?

INÉS:
A vos, aunque en el hablar
nuevas dudas me habéis dado.

JUAN:
Hablo bajo y rebozado,
que es público este lugar.

(Don Martín con vestido verde y Osorio. Quedan apartados y se acerca a los otros Don Martín conforme indican los versos).

MARTÍN:
Osorio, ya Doña Juana
muerta, como dicen, sea
quien me persigue y desea,
en la opinión de Quintana,
que no goce a Doña Inés;
ya otro amante disfrazado
el nombre me haya usurpado
por ver cuán querido es,
el seso de envidia pierdo.
¿Puede Doña Inés amalle
por de mejor cara y talle?

OSORIO:
No por cierto.

MARTÍN:
¿Por más cuerdo?
Tú sabes cuán celebrado
en Valladolid he sido.
¿Por más noble o bien nacido?
Guzmana sangre he heredado.
¿Por más hacienda? Ocho mil
ducados tengo de renta,
y en la nobleza es afrenta
amar el interés vil.
Pues si sólo es porque vino
con traje verde, yo y todo
he de andar del mismo modo.

OSORIO:
(Aparte): Ése es gentil desatino.

MARTÍN:
¿Qué dices?

OSORIO:
Que el seso pierdes.

MARTÍN:
Piérdale o no, yo he de andar
como él y me han de llamar
Don Gil de las calzas verdes.
Vete a casa, que hablar quiero
a Don Pedro.

OSORIO:
En ella aguardo.

(Vase. Inés habla a Don Juan).

INÉS:
Don Gil discreto y gallardo,
poco amáis y mucho os quiero.

MARTÍN:
¿Don Gil? ¿Cómo? Éste es sin duda
quien contradice mi amor.
¿Si es Doña Juana? El temor
de que en penas anda muda
mi valor en cobardía.
En no meterme me fundo
con cosas del otro mundo,
que es bárbara valentía.

INÉS:
Gente parece que viene.

JUAN:
Reconoceré quién es.

INÉS:
¿Para qué?

JUAN:
¿No veis, mi Inés,
que nos mira y se detiene?
Diré que pase adelante.
Entretanto me esperad.
Hidalgo.

MARTÍN:
¿Quién va?

JUAN:
Pasad.

MARTÍN:
¿Dónde, si por ser amante
tengo aquí prendas?

JUAN:
(Aparte): Don Gil

es éste, el aborrecido

de Doña Inés. Conocido

le he en la voz).

CARAMANCHEL:
¡Oh qué alguacil
tan a propósito agora!
¡Y qué dos espadas pierde!

JUAN:
Don Gil el blanco o el verde,
ya se ha llegado la hora
tan deseada de mí
y tan rehusada de vos.

MARTÍN:
(Aparte): Conocídome ha por Dios;

y quien rebozado ansí

sabe quién soy no es mortal,

ni salió mi duda vana:

el alma es de Doña Juana).

JUAN:
Dad de vuestro amor señal,
Don Gil, que es de pechos viles
ser cobarde y servir dama.

CARAMANCHEL:
¿Don Gil estotro se llama?
A pares vienen los Giles.
Pues no es mi Don Gil tampoco,
que hablara a lo caponil.

JUAN:
Sacad la espada Don Gil.

CARAMANCHEL:
O son dos o yo estoy loco.

INÉS:
Otro Don Gil ha venido.

JUANA:
Debe de ser Don Miguel.

INÉS:
Bien dices, sin duda es él.

JUANA:
(Aparte): ¿Ya hay tantos de mi apellido?

No conozco a este postrero.

JUAN:
Sacad el acero, pues,
o habré de ser descortés.

MARTÍN:
Yo nunca saco el acero
para ofender los difuntos,
ni jamás mi esfuerzo empleo
con almas, que yo peleo
con almas y cuerpos juntos.

JUAN:
Eso es decir que estoy muerto
de asombro y miedo de vos.

MARTÍN:
Si estáis gozando de Dios,
que así lo tengo por cierto,
o en carrera de salvaros,
Doña Juana, ¿qué buscáis?
Si por dicha en pena andáis,
misas digo por libraros.
Mi ingratitud os confieso,
y ¡ojalá os resucitara
mi amor, que con él pagara
culpas de mi poco seso!

JUAN:
¿Qué es esto? ¿Yo Doña Juana?
¿Yo difunto? ¿Yo alma en pena?

JUANA:
¡Lindo rato, burla buena!

CARAMANCHEL:
¿Almitas? ¡Santa Susana!
¡San Pelagio! ¡Santa Elena!

INÉS:
¿Qué será esto, Doña Elvira?

JUANA:
Algún loco; calla y mira.

CARAMANCHEL:
¿Almas de noche y en pena?
¡Ay Dios!, todo me desgrumo.

JUAN:
Sacad la espada, Don Gil,
o haré alguna hazaña vil.

CARAMANCHEL:
¡Oh quién se volviera en humo
y por una chimenea
se escapara!

MARTÍN:
Alma inocente,
por aquel amor ardiente
que me tuviste y recrea
mi memoria, que ya baste
mi castigo y tu rigor.
Si por estorbar mi amor
cuerpo aparente tomaste
y llamándote en Madrid
Don Gil, intentas mi ultraje;
si con ese nombre y traje
andas por Valladolid,
y no te has vengado harto
por el malogrado fruto,
ocasión de triste luto
que dio a tu casa el mal parto,
que no aumentes mis desvelos.
Alma, cese tu porfía,
que no entendí yo que había
en el otro mundo celos,
pues por más trazas que des,
ya estés viva, ya estés muerta,
o la mía verás cierta,
o mi esposa a Doña Inés.

(Vase).

JUAN:
¡Vive el cielo, que se ha ido,
excusando la cuestión,
con la más nueva invención
que los hombres han oído!

CARAMANCHEL:
¿Lacayo Caramanchel
de alma en pena? ¡Esto faltaba!
Y aun por eso no le hallaba
cuando andaba en busca dél.
¡Jesús mil veces!

JUANA:
Amiga,
averiguar un suceso
me importa. Adiós. Valdivieso
me espera abajo. Prosiga
la plática comenzada,
pues Don Gil contigo está.

INÉS:
¿No te esperarás, y irá
contigo alguna criada?

JUANA:
¿Para qué, si un paso estoy
de mi casa?
A INÉS
Toma, pues,
un manto.

JUANA:
No, Doña Inés,
que en cuerpo y sin alma voy.

(Vase).

JUAN:
Quiero volverme a mi puesto,
por ver si el Don Gil menor
es hoy también rondador.

INÉS:
En gran peligro os ha puesto,
Don Gil, vuestro atrevimiento.

JUAN:
Amor que no es atrevido
no es amor; afrenta ha sido.
Escuchad, que gente siento.

(Sale Doña Clara, de hombre).

CLARA:
Celos de Don Gil me dan
ánimo a que en traje de hombre
mi mismo temor me asombre;
¡a fe que vengo galán!
Por ver si mi amante ronda
a Doña Inés y me engaña,
hice esta amorosa hazaña;
él mismo por mí responda.

JUAN:
Aguardad, sabré quién es.

(Apártase Don Juan y llega Doña Clara a la ventana).

CLARA:
Gente a la ventana está;
llegarme quiero hacia allá,
por si acaso Doña Inés
a Don Gil está esperando;
que él me tengo de fingir
por si puedo descubrir
los celos que estoy temblando.
¡Ah del balcón! Si merece
hablaros, bella señora,
un Don Gil que en vos adora,
en fe que el alma os ofrece,
Don Gil de las calzas soy
verdes, como mi esperanza.

CARAMANCHEL:
¿Otro Gil entra en la danza?
Don Giles llueve Dios hoy.

INÉS:
(Aparte): Éste es mi Don Gil querido,

que en el habla delicada

le reconozco. Engañada

de Don Juan, sin duda, he sido,

que es, sin falta, el que hasta aquí

hablando conmigo ha estado.

JUAN:
El Don Gil idolatrado
es éste.

INÉS:
(Aparte): ¡Triste de mí!

que temo que ha de matalle

este Don Juan atrevido.

(Llégase Don Juan a Doña Clara).

JUAN:
Huélgome que hayáis venido
a este tiempo y a esta calle,
señor Don Gil, a llevar
el pago que merecéis.

CLARA:
¿Quién sois vos que os prometéis
tanto?

JUAN:
El que os ha de matar.

CLARA:
¿Matar?

JUAN:
Sí, y Don Gil me llamo,
aunque vos habéis fingido
que es Don Miguel mi apellido.
A Doña Inés sirvo y amo.

CLARA:
/Aparte): El diablo nos trujo acá.

Aquí os matan, Doña Clara).

(Doña Juana, de hombre).

JUANA:
A ver vengo en lo que para
tanto embeleco, y si está
Doña Inés a la ventana
todavía, la he de hablar.

(Sale Quintana y habla a un lado con Doña Juana).

QUINTANA:
Ahora acaba de llegar
tu padre a Madrid.

JUANA:
Quintana,
persuadido que me ha muerto
Don Martín en Alcorcón,
a tomar satisfación
vendrá [aquí].

QUINTANA:
Ténlo por cierto.

JUANA:
Gente hay en la calle.

QUINTANA:
Espera,
reconoceré quién es.

CLARA:
¿Don Gil sois?

JUAN:
Y Doña Inés
mi dama.

CLARA:
¡Buena quimera!

JUANA:
¡Ah caballeros! ¿Hay paso?

JUAN:
¿Quién lo pregunta?

JUANA:
Don Gil.

CARAMANCHEL:
Ya son cuatro, y serán mil.
¡Endiablado está este paso!

JUAN:
Dos Don Giles hay aquí.

JUANA:
Pues conmigo serán tres.

INÉS:
¿Otro Gil? ¡Cielos! ¿Cuál es
el que vive amante en mí?

JUAN:
Don Gil el verde soy yo.

CLARA:
(Aparte): Ya he vuelto mi miedo en celos.

A Doña Inés ronda. ¡Cielos!

Sin duda que me engañó.

Dél me tengo de vengar).

(A ellos).

Don Gil de las calzas verdes
soy yo sólo.

(Quintana habla aparte a Doña Juana).

QUINTANA:
(Aparte): El nombre pierdes:

dél te salen a capear

otros tres Giles).

JUANA:
Yo soy
Don Gil el verde o el pardo.

INÉS:
¿Hay suceso más gallardo?

JUAN:
Guardando este paso estoy;
o váyanse, o matarélos.

JUANA:
¡Sazonada flema a fe!

QUINTANA:
Vuestro valor probaré.

CARAMANCHEL:
¡Mueran los Giles!

(Echan mano y hiere Quintana a Don Juan).

JUAN:
¡Ay, cielos!
Muerto soy.

JUANA:
Por que te acuerdes
de tu presunción, después
di que te hirió a Doña Inés
Don Gil de las calzas verdes.

(Vanse los tres).

CLARA:
(Aparte): Pártome desesperada

de celos. ¿Mas no me dio

fe y palabra? Haréle yo

que la cumpla).

(Vase Doña Clara).

INÉS:
Bien vengada
de Don Juan Don Gil me deja.
Querréle más desde hoy.

(Vase).

CARAMANCHEL:
Lleno de Don Giles voy.
Cuatro han rondado esta reja;
pero el alma enamorada
que por suyo me alquiló
del purgatorio sacó
en su ayuda esta gilada.
Ya la mañana serena
amanece. Sin sentido
voy. ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Que he sido
lacayo de un alma en pena!

(Sale Don Martín vestido de verde).

MARTÍN:
Calles de aquesta Corte, imitadoras
del confuso Babel, siempre pisadas
de mentiras, al rico aduladoras
como al pobre severas, desbocadas;
casas a la malicia, a todas horas
de malicias y vicios habitadas:
¿Quién a los cielos en mi daño instiga
que nunca falta un Gil que me persiga?
árboles deste Prado, en cuyos brazos
el viento mece las dormidas hojas,
de cuyos ramos, si pendieran lazos,
colgara por trofeo mis congojas,
fuentes risueñas, que feriáis abrazos
al campo, humedeciendo arenas rojas,
pues sabéis murmurar, vuestra agua diga
que nunca falta un Gil que me persiga.
¿Qué delitos me imputan, que parece
que es mi contraria hasta mi misma sombra?
A Doña Inés adoro. ¿Esto merece
el castigo invisible que me asombra,
que Don Gil mis deseos desvanece?
¿Por qué, Fortuna, como yo se nombra?
¿Por qué me sigue tanto? ¿Es por que diga
que nunca falta un Gil que me persiga?
Si a Doña Inés pretendo, un Don Gil luego
pretende a Doña Inés, y me la quita.
Si me escriben, Don Gil me usurpa el pliego
y con él sus quimeras facilita.
Si dineros me libran, cuando llego
hallo que este Don Gil cobró la dita.
Ya ni sé adónde vaya ni a quién siga,
pues nunca falta un Gil que me persiga.

(Salen Quintana, Don Diego, viejo, y un Alguacil).

QUINTANA:
Éste es el Don Gil fingido
a quien conoce su patria
por Don Martín de Guzmán,
y el que ha muerto a Doña Juana,
mi señora.

DIEGO:
¡Oh, quién pudiera
teñir las prolijas canas
en su sangre sospechosa,
que no es noble quien agravia!
Llegad, señor, y prendelde.

ALGUACIL:
Dad, caballero, las armas.

MARTÍN:
¿Yo?

ALGUACIL:
Sí.

MARTÍN:
¿A quién?

ALGUACIL:
A la justicia.

MARTÍN:
¿Qué es esto? ¿Hay nuevas marañas?

(Dalas).

¿Por qué culpas me prendéis?

DIEGO:
¿Ignoras, traidor, la causa,
después de haber dado muerte
a tu esposa malograda?

MARTÍN:
¿A qué esposa? ¿Qué malogros?
De esposo le di palabra;
partíme luego a esta Corte.
Dicen que quedó preñada.
Si de malparir una hija
se murió, estando encerrada
en San Quirce, ¿tengo yo
culpa desto? Tú, Quintana,
¿no sabes la verdad desto?

QUINTANA:
La verdad que yo sé clara
es, Don Martín, que habéis dado
sinrazón de puñaladas
a vuestra inocente esposa,
y en Alcorcón sepultada
pide contra vos al Cielo,
como Abel, justa venganza.

MARTÍN:
¡Traidor! ¡Vive Dios!…

ALGUACIL:
¿Qué es esto?

MARTÍN:
Que a no hallarme sin espada,
la lengua con que has mentido
y el corazón te sacara.

DIEGO:
¿Qué importa, tirano aleve,
que niegues lo que esta carta
afirma de tus traiciones?
MARTÍN. La letra es de Doña Juana.

(Léela para sí).

DIEGO:
Mira lo que dice en ella.

MARTÍN:
¡Jesús! ¡Jesús! ¿Puñaladas
yo a mi esposa en Alcorcón?
¿Yo estuve en Alcorcón?

DIEGO:
Basta;
Deja excusas aparentes.

ALGUACIL:
Despacio haréis la probanza,
señor, de vuestra inocencia,
en la cárcel.

MARTÍN:
Si quedaba
en San Quirce, como muestran
estas escritas palabras
de su mano y de su firma,
decid, ¿cómo pude darla
la muerte yo en Alcorcón?

DIEGO:
Porque finges letras falsas
del modo que el nombre finges.

(Salen Don Antonio y Celio).

ANTONIO:
Ése es Don Gil. En las calzas
verdes le conoceréis.

CELIO:
Sí, que éstos Don Gil lo llaman.
La palabra que le distes
a mi prima Doña Clara,
señor Don Gil, por justicia,
ya que vuestro amor la engaña,
venimos a que cumpláis.

DIEGO:
Ésa es sin duda la dama
por quien a su esposa ha muerto.

MARTÍN:
¿Queréis volverme esa daga?
Acabaré con la vida
pues mis desdichas no acaban.

ANTONIO:
Doña Clara os quiere vivo
y como a su esposo os ama.
MARTÍN: ¿Qué Doña Clara, señores?
Que no soy yo.

ANTONIO:
¡Buena estaba
la excusa! ¿No sois Don Gil?

MARTÍN:
Ansí en la Corte me llaman,
más no el de las calzas verdes.

ANTONIO:
¿No son verdes esas calzas?

CELIO:
O habéis de perder la vida
o cumplir palabras dadas.

DIEGO:
Quitarásela el verdugo,
levantando en una escarpia
su cabeza enredadora
antes de un mes en la plaza.

[CELIO:] ¿Cómo?

ALGUACIL:
Mató a su mujer.

CELIO:
¡Oh, traidor!

MARTÍN:
¡Oh, si llegara
a dar remate a mis penas
la muerte que me amenaza!

(Salen Fabio y Decio).

FABIO:
Ése es el que hirió a Don Juan
en la pendencia pasada.
Con él está un alguacil.

DECIO:
La ocasión es extremada.
Poned, señor, en la cárcel
a este hidalgo.

MARTÍN:
¿Hay más desgracias?

ALGUACIL:
Allá va, pero ¿por qué
prenderle los dos me mandan?

FABIO:
Hirió a Don Juan de Toledo
anoche junto a las casas
de Don Pedro de Mendoza.

MARTÍN:
¿Yo a Don Juan?

QUINTANA:
¡Miren si escampa!

MARTÍN:
¿Qué Don Juan, cielos? ¿Qué noche,
qué casa o qué cuchilladas?
¿Qué persecución es ésta?
Mirad, señores, que el alma
de Doña Juana difunta,
que dicen que en penas anda,
es quien todos nos enreda.

DIEGO:
¿Luego habéisla muerto?

ALGUACIL:
Vaya
a la cárcel.

QUINTANA:
Aguardad;
que se apean unas damas
de un coche y vienen aprisa
a dar luz a estas marañas.

(Doña Juana de hombre, Don Pedro, Doña Inés, Doña Clara de mujer y Don Juan con banda al brazo).

JUANA:
¡Padre de los ojos míos!

DIEGO:
¿Cómo? ¿Quién sois?

JUANA:
Doña Juana,
hija tuya.

DIEGO:
¿Vives?

JUANA:
Vivo.

DIEGO:
¿Pues no es tuya aquesta carta?

JUANA:
Todo fue porque vinieses
a esta Corte Donde estaba
Don Martín hecho Don Gil,
y ser esposo intentaba
de Doña Inés, a quien di
cuenta desta historia larga,
y a poner remedio viene
a todas nuestras desgracias.
Yo he sido el Don Gil fingido,
célebre ya por mis calzas,
temido por alma en pena,

(A MARTÍN).

por serlo tú de mi alma;
dame esa mano.

MARTÍN:
Confuso
te la beso, prenda cara,
y agradecido de ver
que cesaron por tu causa
todas mis persecuciones.
La muerte tuve tragada.
Quintana contra mí ha sido.

JUANA:
Volvió por mi honor Quintana.

(Don Martín habla a Don Diego).

MARTÍN:
Perdonad mi ingratitud,
señor.

DIEGO:
Ya padre os enlaza
el cuello quien enemigo
vuestra muerte procuraba.

PEDRO:
Ya nos consta del suceso
y las confusas marañas
de Don Gil, Juana y Elvira.
La herida no ha sido nada
de Don Juan.

JUAN:
Antes, por ver
que ya Doña Inés me paga
finezas, tengo salud.

INÉS:
Dueño sois de mí y mi casa.

PEDRO:
Don Antonio lo ha de ser
de la hermosa Doña Clara.

CLARA:
Engañóme como a todos
Don Gil de las verdes calzas.

ANTONIO:
Yo medro por él mis dichas,
pues vos premiáis mi esperanza.

DIEGO:
Ya, Don Martín, sois mi hijo.

MARTÍN:
Mi padre que venga falta
para celebrar mis bodas.

(Sale Caramanchel, lleno de candelillas el sombrero y calzas, vestido de estampas de santos con un caldero al cuello y un hisopo).

CARAMANCHEL:
¿Hay quien rece por el alma
de mi dueño, que penando
está dentro de sus calzas?

JUANA:
Caramanchel, ¿estás loco?

CARAMANCHEL:
¡Conjúrote por las llagas
del hospital de las bubas,
abernuncio, arriedro vayas!

JUANA:
Necio, que soy tu Don Gil.
Vivo estoy en cuerpo y alma.
¿No ves que trato con todos
y que ninguno se espanta?

CARAMANCHEL:
Y ¿sois hombre o sois mujer?

JUANA:
Mujer soy.

CARAMANCHEL:
Esto bastaba
para enredar treinta mundos.

(Sale Osorio).

OSORIO:
Don Martín, agora acaba
vuestro padre de apearse.

PEDRO:
¿De apearse y no en mi casa?

OSORIO:
Esperándoos está en ella.

PEDRO:
Vamos, pues, porque se hagan
las bodas de todos tres.

JUANA:
Y porque su historia acaba
Don Gil de las calzas verdes.

CARAMANCHEL:
Y su comedia con calzas.

FIN DE LA COMEDIA


Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.
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