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autor: Francisco A. Baldarena contiene: 'u'
Drácula ha llegado hasta nuestros días, pobre, desdentado y para peor viviendo en un hueco al costado de las vías en el gran Buenos Aires.
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Yo era chico y no comprendía aún las cosas del amor; por esos días fue que apareció Antonio pidiéndome que lo acompañara a ver una novia, cerca de casa.
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Marucha espera que su hijo, que ha ido a la casa de un amigo, como todas las noches, la llame avisando que llegó bien, pero, también como todas las veces, no la llama. Ella reniega y amenaza, mientras a su marido no le queda otra que oírla.
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Marito se había enamorado de Clarita, pero tenía algunas dudas; por ejemplo: que no fuese solo una ilusión.
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Y llegó el momento del primer baño, pero al pajarito que había nacido primero, el agua con la cual tendría que hacerlo no le pareció la adecuada.
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Efraín Rojas, agazapado junto a una araucaria, esperaba el momento justo de cumplir con el encargo del coronel; mientras tanto planificaba el día siguiente.
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El asesor Aguirre esperaba con impaciencia la llegada del ministro, había tenido una idea.
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Las mudanzas suelen ser algo complicadas, cosas se rompen, se extravían, pero lo que le sucedió a Ernesto nunca se vio.
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Esa noche Beto ha librado una batalla despiadada con unos empresarios chinos. Miró la hora: faltaban cuarenta y cinco minutos para las ocho; tiempo suficiente para otro whisky y un habano.
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El fin de la guerra había enmudecido a los habitantes de la aldea, y así estaban hasta que apareció la desconocida y la vida cambió para siempre.
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Los dos ocupantes de la Van se detienen en un parador y van al baño, cuando salen del baño la Van disparaba como un rayo por la ruta solitaria.
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Los canarios de Marcelino habían desaparecido por la noche, con lo que culpó a los gatos del vecino, don Pedro. Nada más alejado de la verdad.
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Dos amigos recorren el desierto en busca de un tesoro milenario que nadie ha visto jamás, pero del cual todos hablan. En su poder tienen un mapa dudoso, pero en sus mentes la certeza del hallazgo.
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El vampiro despertó, puntualmente a las seis de la tarde, tenía hambre y sed, un ansia de ambas en una sola: sangre.
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Darrington fue despertado por pinchazos en las piernas. ¡Víbora!, gritó, pero no era ninguna víbora venenosa sino indios, indios de una tribu caníbal.
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Francisco A. Baldarena suponía que al momento de morir en el más allá solo le quedaría apenas una alternativa: el infierno. Pero, ¿el cielo? ¿Y substituir a Dios? Eso sí que no se lo esperaba.
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Aurelio paseaba por la avenida del pueblo cuando vio a una muchacha caminando por la vereda opuesta y no pudo sacársela de la cabeza. Tenía que pensar en una manera de acercarse a ella.
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El hombre estaba con prisa, pues un herido al costado del camino esperaba por su ayuda. Pero antes tendría que convencer a su esposa de que no era otra excusa para escaparse a la taberna del viejo Piotr.
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El moribundo estaba en las últimas y deseaba irse en paz. Entonces mandó a llamar al único desafecto de toda la vida.
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Una catástrofe ha devastado la vida en la tierra. Todo el mundo ha desaparecido misteriosamente, menos uno: Pierre Le Chef. El pobre se siente solo, hasta que una noche llegan los marcianos. ¡Por fin no voy a comer más solo!, gritó.
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Hasta el cielo está lleno de sorpresas; que lo diga Dios.
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Padre está a punto de cometer un robo y quiere enseñarle al hijo cómo ganar dinero fácil, entonces lo lleva con él.
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John vivía con su hijo en una cabaña en medio de un bosque. Se rumoreaba que el próximo invierno sería muy frío, con lo que tenía que acopiar bastante leña.
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