Una catástrofe ha devastado la vida en la tierra. Todo el mundo ha desaparecido misteriosamente, menos uno: Pierre Le Chef. El pobre se siente solo, hasta que una noche llegan los marcianos. ¡Por fin no voy a comer más solo!, gritó.
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Hasta el cielo está lleno de sorpresas; que lo diga Dios.
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Los dos ocupantes de la Van se detienen en un parador y van al baño, cuando salen del baño la Van disparaba como un rayo por la ruta solitaria.
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Aurelio paseaba por la avenida del pueblo cuando vio a una muchacha caminando por la vereda opuesta y no pudo sacársela de la cabeza. Tenía que pensar en una manera de acercarse a ella.
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Darrington fue despertado por pinchazos en las piernas. ¡Víbora!, gritó, pero no era ninguna víbora venenosa sino indios, indios de una tribu caníbal.
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El escritor argentino Benjamín Arbelloa, tiene un solo problema: sus personajes, los cuales tienen vida propia, por el que aún no ha podido publicar nada.
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Francisco A. Baldarena suponía que al momento de morir en el más allá solo le quedaría apenas una alternativa: el infierno. Pero, ¿el cielo? ¿Y substituir a Dios? Eso sí que no se lo esperaba.
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El fin de la guerra había enmudecido a los habitantes de la aldea, y así estaban hasta que apareció la desconocida y la vida cambió para siempre.
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Efraín Rojas, agazapado junto a una araucaria, esperaba el momento justo de cumplir con el encargo del coronel; mientras tanto planificaba el día siguiente.
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