NEXO

Vektra Guezma


Novela contemporánea


 

CAPÍTULO PRIMERO

SENTIMIENTOS

 

De repente sintió un frío húmedo en todo él, un frío profundo, intenso, era una sensación rara. Se sentía, pero no podía moverse. No podía abrir o cerrar los párpados, pero veía. No podía abrir los labios para pedir ayuda, pero él mismo se oía. Era como estar encerrado en un sótano oscuro y húmedo. Sí, eso sería, pensó. Llevaría tiempo en esa situación, quizás estaba amordazado y atado. Eso tenía que ser. Seguramente la larga permanencia de estar atado le habría adormecido los músculos. ¿Igual estaba dormido?, se intentó calmar agarrándose a esa idea. ¿Y por qué no se podía despertar? No, no estaba dormido. Se concentró como tenía costumbre de hacer cuando recopilaba los hechos de sus investigaciones antes de llegar a una conclusión; inspiró profundamente hasta el máximo de su resistencia y exhaló lentamente. Aunque no consiguió oír ni la penetración ni la expulsión del aire en sus pulmones, la sensación de tranquilidad y bienestar, le hizo sentirse vivo. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaba? ¿Por qué no sentía su cuerpo?  Volvió a inspirar y expirar, esa sensación le calmaba. Cuando consiguió tranquilizarse intentó pensar en el origen de esa situación. ¿Qué había estado haciendo? ¿Adónde había ido? Lo último que recordaba era estar dentro de Dos Seises, su coche, un Seat Ibiza plateado, estacionado en una calle amplia con eucaliptos enormes que le proporcionaban sombra. Pero eso tenía que haber sido por la tarde, porque recordaba la caída del sol. Ahora era de noche, tenía que ser de noche, todo estaba oscuro. Forzó sus sentidos para encontrar alguna pista. No podía estar encerrado, sentía viento, oía el sonido del balanceo de hojas de árboles y olía a humedad de tierra fangosa. Se extrañó de no sentir hambre, él que siempre estaba picoteando algo. Se acordó cuando Verónica le hizo esa apreciación; él no se había dado cuenta hasta entonces de que no sabía estar concentrado sin llevarse comida a la boca. Revivió la escena como si la estuviese viviendo nuevamente. Nica, como la llamaba él, diciéndole: “Parece increíble que tengas ese cuerpazo con todo lo que comes”. Con aquel rostro de dulces ángulos y castaños ojos penetrantes, Nica le miraba con admiración desde la sala de juntas. Berni se sintió arropado, una explosión de colores brillantes dio paso a la visión de una ubicación bien conocida para él, ahora estaba en su despacho. La luz tenue del despertar del día estaba entrando por los ventanales. Respiró profundamente, se sentía aliviado. No encontraba explicación a lo que había experimentado. Quizás había conseguido por fin la sensación de ingravidez de un viaje astral. Tantos meses intentándolo habrían dado sus frutos, eso fue lo que pensó. El reloj digital de la estantería superior marcaba las 06:59. Se fijó en la mesa, todas las carpetas de los expedientes estaban cerradas, amontonadas como siempre en sus respectivas bandejas: casos por facturar, casos por informar, casos por archivar y casos por valorar, pero todas cerradas. Eso no era normal; las últimas carpetas de cada montón siempre estaban abiertas porque eran en las que estaba trabajando. No recordaba haber cerrado las carpetas. Además, no recordaba que los montículos de las bandejas fueran tan bajos. Su mesa siempre estaba llena de montículos enormes, se le acumulaban los expedientes, no conseguía ir al día con los dichosos informes. Volvió a sentirse inquieto, no se había percatado hasta entonces de que todavía seguía sin sentir su cuerpo.  Precipitadamente sintió la necesidad de verse. Inclinó suavemente la cabeza para ver su cuerpo. ¿Pero qué estaba haciendo? Si ni siquiera podía sentir su cabeza. Ahora sí que no entendía nada. Podía ver la oficina, la mesa, los expedientes, el reloj… Intentó deducir su posición haciéndose una composición del despacho. El reloj, lo percibía de frente, sin que los libros apilados a ambos lados de la estantería le entorpecieran la visión, luego estaba frente a la pared de los archivos y estanterías, eso quería decir que estaba en la sala interna de la oficina, la zona privada, allí solo accedía él, bueno y Nica cuando participaba en algunas investigaciones. Si estaba frente al reloj eso quería decir que se hallaba en la zona de visionado de cintas, donde estaba todo el equipo de grabación. En efecto, allí estaban las cámaras, las cintas, el ordenador, …, no parecía faltar nada, repasó con la vista todo el mobiliario y todo, bueno casi todo, estaba en su sitio, sí faltaba algo, faltaba la bolsa de mano donde llevaba el equipo de grabación oculta. Le extrañó que el equipo técnico estuviese apagado porque aquello implicaba que no tenía razón de que él estuviese en esa zona. No le dio importancia, la razón podía estar en la ausencia de la bolsa de mano, eso significaba que debía de estar en el coche y por tanto no había grabaciones que recopilar para ningún informe. Pero, ¿Qué hacía él en la zona de visionado con el equipo apagado? ¿Estaría cogiendo material para las cámaras? ¿Cómo es que no estaba la bolsa de mano con el equipo oculto? Nunca en toda su carrera de detective privado había dejado el equipo en el vehículo. Algo no iba bien, además, no podía ser que hubiese visto la hora en el reloj y ahora estuviese viendo la zona de visionado sin que se hubiese dado la vuelta, sin haber notado el movimiento de su cuerpo. Eran zonas opuestas, era evidente que se tenía que haber girado. ¿Qué estaba pasando?  Si al menos se acordase de en qué investigación estaba trabajando, quizás podría deducir algo. Los expedientes, pensó. Todas las carpetas estaban cerradas, apilonadas en sus respectivos montículos en la mesa, frente a él, podía leer claramente los rótulos de las bandejas, es como si estuviese sentado en su sillón frente a ellas, pero eso era imposible. La mesa estaba en la pared del fondo de la habitación, mirando hacia la puerta, la pared de las estanterías le quedaba a la derecha y la del visionado a la izquierda. ¿Cómo había ido a sentarse en el sillón sin notar el movimiento? Eso ya era preocupante, se desplazaba por la habitación sin notar movimiento. La luz de la lámpara halógena de la mesa estaba apagada, la poca claridad que había en la estancia provenía de las claraboyas que había a sus espaldas en la zona alta de la pared y la que entraba por la puerta de la sala adyacente, la sala de juntas, donde atendía a los clientes. Aunque estaba empezando a sentirse nervioso, respiraba paz en su despacho, le encantaba esa habitación. No quería pensar en nada, ni buscar explicaciones a nada, sólo quería cerrar los ojos y dejarse llevar; esa sensación fue la que de verdad le asustó. Él no era así, nunca abandonaba, siempre tenía que encontrar la causa de todo. ¡Raciocinio ante todo!, ese era su lema. Pensó que quizás la falta de luz le estaba desorientando y buscó claridad. Cuando se sintió frente a los ventanales de la sala de juntas, sin haberse movido, contemplando el claro amanecer que despertaba sobre la ciudad de Murcia empezó a sospechar una posible causa de todo aquello. ¿Estaba muerto? ¿Era acaso sólo un espíritu desplazándose por sus sitios habituales?

Le encantaba la panorámica de la ciudad, esa fue una de las razones de que se decidiese a alquilar ese despacho cuando fue a visitarlo la primera vez con Esther, la agente inmobiliaria. Al abrir la puerta, la claridad que entraba por los ventanales frontales, daba una solemnidad impresionante a la reducida estancia y la visión de los tejados de los edificios frontales tocando el cielo despejado de ese celeste brillante tan característico de la zona, le cautivó. Fue acercarse a los cristales, contemplar hacia abajo la amplitud de la avenida Juan Carlos I y percatarse de que ese sería siempre su paisaje para la relajación. Ahora estaba allí, pero no se sentía nada relajado. Evadido en la alborotada confusión de sus pensamientos, con la mirada ausente fijada en el estacionamiento de vehículos del centro comercial que había frente al edificio de su oficina, le pareció verse reflejado en el cristal. Centró su mirada en aquél reflejo. Sí, era como cuando aprovechaba los efectos de los rayos solares en las vitrinas que hacían como cristales y le permitían ver a los informados sin tener que acercarse tanto a ellos. Deformación profesional, pensó mientras esbozaba una ligera sonrisa. Era él, no cabía duda. Conseguía verse reflejado en el cristal. Era un tenue reflejo, casi imperceptible, como borroso, difuminado. Allí estaba reflejado, con sus típicos alborotados cabellos rubios cenizos, ni cortos, ni largos, ni lacios, ni rizados, pero abundantes para sus 37 años. Le vino a la mente la serie de televisión que tanto fascinaba a Nica, aquella en la que la protagonista hablaba con los espíritus de gente fallecida; él no era fan de engancharse a nada que le crease dependencia de un tercero para conocer la trama de unos hechos, detestaba que la información sobre los acontecimientos estuviera condicionada a esperar al día o semana siguiente en que volviesen a emitir la programación; pero recordaba haber compartido momentos con Nica frente al televisor, repasando los expedientes mientras ella se imbuía en esa serie. Ahora lamentaba no haber prestado más atención, quizás hubiese podido entender algo de lo que le estaba pasando actualmente. Sólo recordaba que en aquellos capítulos los espíritus se le aparecían a la protagonista con la apariencia física en la que habían fallecido. Con aquél dato en su memoria intentó fijarse en su reflejo para ver cómo iba vestido. No llegaba a percibir nada nítido, sólo se difuminaba como un algo blanquecino. Eso le recordó más bien la narración de sensaciones espirituales que había leído en aquel libro que le aconsejó Manu. No recordaba el título ni el autor, pero sin duda iba sobre esos viajes astrales que tanto le llamaban la atención.

Manu era un amigo de la infancia, habían perdido el contacto durante años, pero se habían reencontrado el año pasado en un bar de la Plaza del Cardenal Belluga, en pleno seguimiento de uno de sus informados. Berni había estado horas siguiendo al informado a pie por todo el centro neurálgico de la ciudad y cuando al fin éste se sentó en una de las mesas del exterior de un bar en la Plaza del Cardenal Belluga, lo agradeció, pero sintió esa sensación de estar quemando la investigación. El informado no parecía ser de esos despreocupados que no se fijan en lo que pasa a su alrededor, no, todo lo contrario, y seguramente ya se habría percatado varias veces de su presencia, lo cual podía ser casualidad y no llamar la atención, pero si se sentaba al igual que él en una de aquellas mesas sí que podría llamar la atención y empezar a ser sospechoso. Mientras seguía caminando lentamente en dirección a la Catedral sin perder de vista la situación del informado y cuando se disponía a recurrir al método de la llamada de móvil, le saludó un joven sentado en una de las mesas. No le recordaba a nadie, pero la situación le vino a las mil maravillas. Resultó ser Manuel, Manu para los amigos. Habían ido juntos al colegio hasta secundaria. Aquella era una de las circunstancias raras de la vida que Berni agradecía, lo que podía haber sido una mañana desastrosa para su investigación, se convirtió en un fructuoso día. Mientras Manu le ponía al corriente de todo lo que le había acontecido desde que dejaron de verse, el informado, relajado, tuvo su encuentro distendido con una rubia explosiva, nada recatada y nada que ver con la cliente de Berni, mientras Berni grababa toda la escena. Esos eran los casos que le gustaban a Berni, los que se solucionaban a lo sumo en un par de días, limpios, sin esperas ni contratiempos; claro que a ello contribuía el estudio previo que hacía de la situación para elegir los días y franjas horarias de seguimiento. El averiguar la identidad de la rubia, su paradero, confirmar la relación con el informado y todos los datos necesarios para cerrar el caso, fue un trámite rápido. En ese par de horas Manu le habló de su atracción por el mundo de la meditación espiritual y ese fue su inicio en el intento de los viajes astrales. ¿Estaría ahora en uno de ellos? Sólo había acudido a dos sesiones de meditación con Manu, aunque sí que es verdad que durante el último mes había intentado practicar todas las tardes una meditación profunda, pero nunca había sentido lo que estaba sintiendo ahora. Si estaba en un viaje astral ¿por qué no regresaba a su cuerpo? Lo estaba deseando desde hace un buen rato y con aquello tenía que bastar para regresar. Intentó calmarse y concentrarse en su cuerpo. Por fin notó algo, aunque nada agradable, un fuerte dolor en el abdomen. Era como si tuviera un peso abrasador en él. Aquella sensación no tenía que ser nada bueno y no conseguía sentir su cuerpo, ni siquiera verlo. Desistió de ese intento y el dolor fue diluyéndose hasta desaparecer.

El algarabío de conversaciones entremezcladas, ruido de vajilla, bandejas metálicas y chillidos de niños correteando, le llamaron la atención, estaba sentado en el mismo sitio que aquel día en la plaza Cardenal Belluga. Empezaba a hacerse evidente que se desplazaba con los sentimientos que tenía, entonces ¿por qué no podía desplazarse hasta su cuerpo? Igual sí que estaba muerto, le habían incinerado y metido la urna con sus cenizas en el columbario familiar, donde ya yacían las urnas con las cenizas de sus padres. Sus padres habían muerto en un accidente de coche hacía ya siete años, el 30 de octubre de 2005, la semana pasada había sido el aniversario, eso lo recordaba, el sentimiento de soledad lo abatía cada aniversario. Ese recuerdo le hizo pensar en varias cosas, si estaba muerto por qué no había tenido esa visualización de toda su vida, por qué no se había sentido en ningún túnel con una luz al fondo, por qué no había visto ninguna luz a la que acudir, por qué no habían ido los espíritus de sus padres a recogerle, se suponía que algo de eso tenía que haber pasado. Eso es lo que siempre había oído, leído o visto en aquellos documentales de ocultismo y ciencias exotéricas, o en películas, incluso en aquella serie que le encantaba a Nica. Pamplinas, lo que él siempre había dicho, todo eso eran pamplinas. Pero esas pamplinas eran lo único a lo que podía acogerse en su situación actual. No podía estar muerto. No. No.

Ni siquiera sabía en qué día estaba, cuánto tiempo había estado en esa situación de confusión. Tenía que averiguar qué día era. En esas mesas siempre había alguien leyendo el periódico, así que hizo una barrida rápida con la mirada en busca de algún periódico extendido. La mujer de la mesa de al lado tenía uno. Buscó rápidamente la fecha en la parte superior. Mientras leía miércoles 7 de noviembre de 2012 notó una fuerza que le empujaba apartándole de su asiento, un chico se estaba sentando en la silla donde él estaba. Era como un campo de energía que le repelía y se sintió propulsado, sin control ni estabilidad, iba revotando de cuerpo en cuerpo, al chocar con las personas que estaban en las mesas. Cuando al fin consiguió salir a un claro de la plaza por donde no circulaba nadie, alcanzó a reponerse del mareo. Buscó una zona tranquila donde acurrucarse y se concentró en respirar profundamente.

Recopilando los hechos sólo tenía claro que era invisible para los demás, que no se podía sentir a sí mismo, pero que indudablemente era algo, una esencia, un campo de energía que no admitía ser atravesado por un cuerpo humano y que podía desplazarse por sentimientos. Sintió claridad en sus ideas, recordó haber señalado el día 5 en su agenda, como hacía todos los días cuando se despertaba, esa era una rutina que había instaurado en su vida después del accidente de sus padres, era como una obligación para seguir atado a la vida. Si hoy era el día 7, sea lo que fuere lo que le había ocurrido, había tenido que ser durante ese día 5 y había perdido un día de consciencia.  Instintivamente inspiró profundamente, ávido de esa claridad que estaba sintiendo en sus recuerdos. De entre los olores que le llegaban, diferenció los de la pizzería, y de entre éstos la fragancia de romero. Nica solía quemar inciensos de romero las noches en vela en que había que resolver un galimatías. Él había tenido la suerte, ahora era consciente de ello, de haber compartido algunas de esas noches de concentración con ella. En esas noches pasaban las horas deliberando sobre el tema con una luz tenue y el expediente del caso abierto sobre la mesa baja del salón, una mesa alargada, ni corta ni estrecha, una medida estándar, de madera maciza de abedul ligeramente barnizada con un tono incoloro para resaltar su belleza natural. A veces habían tenido expedientes tan copiosos que parte de las fotos y los documentos acababan encima de la alfombra donde reposaba la mesa. Una alfombra de lana tupida de difuminados colores grises entremezclados con blanco, la imperfección de sus bordes confirmaba que había estado hecha a mano. Nica le comentó un día que la había escogido con esa gama de colores para que no se notasen los pelos que dejase Huiza cuando se tumbase en ella. Pero Berni no recordaba haber visto nunca la alfombra sucia, ni la alfombra ni ninguna de las dependencias que conocía de la casa de Nica. Nica era muy exigente consigo misma y muy autocrítica, siempre se estaba lamentando de lo desastre que era en su vida, Berni no había conseguido convencerla de lo erróneo de su pensamiento, pero es que realmente no se lo había propuesto. La suya era una relación estrictamente de compañerismo, así se lo autoimpuso Berni cuando entró en su mirada la primera vez que la miró a los ojos; ese cruce de miradas fue como la sensación de llegar a casa después de un largo y cansado viaje. Pero, desde la muerte de sus padres, Berni no quería volver a perder a un ser querido, prefería seguir solo, no sufrir implicaba no sentir y se resistió a entrar en una relación sentimental con Verónica. De eso hacía ya dos años y había conseguido mantenerse firme en su imposición. Ahora en su situación actual lamentaba esa decisión suya tan absurda.

Otra inspiración profunda de ese aroma a romero acabó por situarlo del todo en el salón de Nica, sentado en uno de los dos sillones de relax situados frente a la mesa, fuera de los lindes de la alfombra. Huiza estaba acostada en la alfombra, entre la mesa y los sillones, pero con la cabeza levantada y orientada hacia él; era como si le estuviese observando, agitó suavemente la puntita blanca de su cola, se levantó y fue hacia él, tras gimotear unos cuantos lamentos cariñosos de consolación se acostó al lado de sus pies y dejó sonar una respiración profunda, manifestación de cariño que Nica le había enseñado. A Berni le hubiera encantado poder saludarla como hacía siempre, con un montón de caricias detrás de las orejas y en la cabeza, alborotando su largo y frondoso pelo blanco que le cubría esos ojos almendrados tan pigmentados, dándole un besazo en su largo morro, rosado en su etapa de cachorro que iba pigmentándose con el paso del tiempo, y acabar con una profunda respiración, sello de la casa.

La estancia estaba a oscuras, sólo la tenue luz de las farolas que iluminaban las calles de la urbanización se colaba por los ventanales. Reinaba un silencio absoluto en la casa. El reloj de pared empezó a emitir suavemente campanadas, Berni se fijó en el vaivén de su péndulo dorado mientras las contaba. Las nueve de la noche, era increíble cómo había pasado el tiempo, eso o tenía vacíos de consciencia. Nica no debía de tardar en llegar a casa. Tenía que encontrar alguna manera para permanecer y comunicarse con ella. Oyó las cerraduras de la puerta de entrada, cómo se abría ésta y pasos de tacón entrar en la vivienda cerrando la puerta tras de sí. - “Huiza, chica vamos, hora de hacer pipí”.

No era la voz de Nica, tenía un tono parecido. Se oyeron los pasos acercarse al salón y encender las luces.

- “Ey, chica aquí estás, anda vamos al jardín a correr un poco”.

Huiza se levantó y con su trote alegre fue a saludar a Priscila, la hermana de Nica. Berni no la conocía mucho, sólo había hablado con ella ocasionalmente un par de veces en alguna de las fiestas de Nica, sabía que era traumatóloga y que vivía en el centro de la ciudad, en un ático con su marido y dos hijos.  ¿Pero por qué había venido Priscila a ocuparse de Huiza? ¿Dónde estaba Nica? ¿Le habría pasado algo a ella también? ¿Quizás habían estado juntos en alguna investigación cuando les tuvo que ocurrir algo? ¿Un accidente? No paraban de asaltarle preguntas, detestaba no recordar. El miedo a las posibles respuestas le hizo pensar en huir de esa estancia, no quería oír nada, tenía que pensar en otro sitio para evaporarse.

- “Vamos chica, que mamá volverá en un par de horas, mientras tu corres por el jardín yo iré cerrando las persianas y preparándote la cena”.

“Volverá en un par de horas, volverá en un par de horas,…” Berni iba repitiendo la frase una y otra vez hasta conseguir tranquilizarse. Sobre las 21:45 H Priscila se marchó, dejó la lámpara de la mesita de la entrada encendida lo que proporcionaba más claridad que antes al salón. Cuando Huiza volvió a acostarse junto a Berni después de emitir un sentido lamento, el silencio invadió nuevamente la casa. Berni iba consiguiendo poco a poco calmarse, Nica estaba bien, volvería dentro de un par de horas, … pero ¿dónde estaba?, ¿estaría trabajando en alguna investigación?, a esas horas ella no solía hacer investigaciones, esa había sido la causa de que se conocieran. Él había contestado a un anuncio de oferta de colaboraciones en la agencia de detectives de Nica para investigaciones nocturnas. Con el paso del tiempo Nica le había confesado que su organismo funcionaba como un reloj y a las once de la noche no podía evitar dormirse, tenía que haber un motivo muy, muy, muy fuerte para poder evitarlo. Berni miró hacia la mesa buscando respuestas, la tenue luz le permitió ver que sobre ella había una carpeta de expediente, cerrada, como era costumbre de Nica cuando salía de casa, era su técnica de repaso, iba guardando una a una las fotos y los documentos mientras elaboraba el resumen del proceso, así evitaba que no se perdiese nada por algún descuido o corriente de viento y se forzaba a estudiar cada una de las pruebas cada vez que abría y cerraba el expediente. Era un buen método, a Berni le desesperaba porque él era más nervioso y lo solía considerar una pérdida de tiempo, pero en el fondo reconocía que era una manera de no dejar nada olvidado y a veces, una prueba por considerarla inútil pasaba desapercibida pudiendo ser la clave de toda la investigación, más de una vez le había pasado a él por no ser tan meticuloso como Nica. De haber sido él mismo en su habitual ser, hubiese ido a ojear el expediente, aunque sólo hubiese podido ver el nombre del investigado que figuraba en el frontal de la carpeta, pero en su situación actual, el sentimiento de abatimiento pudo más, se limitó a intentar conseguir escuchar su propia respiración.

Inspiraba despacio y profundamente, hasta el máximo de su capacidad, reteniendo el aliento un instante antes de proceder a expulsar el aire, pero nada, sólo oía los resoplidos de Huiza, el vaivén del péndulo del reloj, las ramas del olivo del jardín mecidas por el viento, el ladrido lejano de un perro probablemente de alguna de las viviendas de la urbanización y un rumor de palabras, era como una voz hablando, sería alguien caminando por la urbanización. Nica vivía en la urbanización El Chorrico, cercana al centro de Molina de Segura, tan cercana que la gente tenía costumbre de pasear desde el centro a la urbanización y regreso comprendido, como una de esas vías de planes de deporte. Era habitual ver a gente paseando por la zona, sobre todo en verano y los fines de semana, pero por la noche era raro y más en invierno. El rumor se fue acercando y haciéndose más inteligible, podía percibir lo que decía: ” … del camino angosto que se había propuesto.”  Era Nica, sí era ella, la oía claramente, como si estuviese a su lado, una sensación de bienestar le sobrevino, se relajó por completo y se centró en escucharla.

“Surcos en la montaña, cual heridas mal cicatrizadas, estrechos e irregulares, pero con rumbo cierto hacia lo lejano y añorado. Lo difícil había sido decidirse, ahora el miedo ya estaba olvidado, combatido, superado. La prueba de esfuerzo era un reto al que le daba la cara. Pisaba con fuerza la tierra árida surcada de piedras, grandes, pequeñas, medianas, arcillosas unas y alcalinas otras, puntiagudas, redondas, erosionadas, embarradas, prendidas, sueltas, da igual como fueran, eran, dejarían de serlo cuando superase su recuerdo. Se secó el sudor de la frente con su pañuelo, amplió su mirada panorámicamente, la dificultad del camino no minaría su destino…”

Berni buscó rápidamente por toda la estancia para verla, pero allí no estaba Nica, la estancia seguía como antes, quizás un poco más oscura porque le costó ver a Huiza, que permanecía acostada tranquila, como si ella no oyese lo que él oía, entonces se fue percatando que al mismo tiempo que iba oscureciéndose la estancia la voz de Nica se hacía más patente, ya sólo la oía a ella, ni el vaivén del péndulo, ni las ramas mecidas por el viento, sólo ella sonando en su interior, se sentía arropado cual niño que empieza un sueño, mientras fluían las palabras de Nica.

“… las primeras horas del día habían vislumbrado temperaturas altas, el sol amaneció radiante indicándole la dirección a seguir. Había aprovechado esas primeras horas para avanzar lo más rápido posible, sintiendo el calor de sus rayos a sus espaldas, el cansancio no era el único que le iba acechando. Empezaba a sentir una quemazón insoportable en la nuca, pero se animaba a sí mismo, ya había subido la montaña, abrupta, árida, alta; en el descenso agradecería su sombra. La inclinación fuerte de la cara oeste había provocado que el camino marcado serpentease ganando estabilidad, pero también distancia, tiempo, cosa de lo que él carecía. La visión en la cima era turbadora, engañosa, la cercanía del pueblo parecía próxima, la primera casa se veía allí mismo, animaba a dar un paso y alcanzarla con prontitud. Comenzó a descender abandonando el sendero, la línea recta es la distancia más corta, recordó cuando era niño y asistía a las clases del maestro, sólo fueron unos años, lo aconsejable antes de ocuparse en serio a ayudar con el ganado. No se quejaba, pertenecía a una familia afortunada, propietaria de unos cuantos acres de tierra con ganado considerable, su hierro era conocido incluso más allá de su comarca, quizás demasiado, sonrió al pensarlo. Agradeció los años de vaquero pues le habían proporcionado la fortaleza de la que estaba ahora abusando. La rectitud de la pendiente, mientras le facilitaba la velocidad que le hacía falta para aprovechar el tiempo y acortar distancias, le dificultaba la elección de la pisada para mantener el equilibrio, a tramos iba deslizándose entre los guijarros sueltos y aquella tierra tan árida. Varias veces perdió la verticalidad de su cuerpo, recuperándola con impactos en la espalda, brazos y manos. Agradeció el cuero de sus guantes y chaleco, no así la tela de su camisa. El rápido descenso le llevó pronto a una llanura, el súbito cambio de inclinación le provocó caer de rodillas y aunque por fin tocaba tierra firme, todo él vibraba. Sin darse tiempo para recuperar el aliento, se incorporó como pudo, tambaleándose al principio llegó a conseguir la posición bípeda y seguir avanzando. Si mantenía un ritmo continuo, sin pausa, llegaría al pueblo en un par de horas. La tierra en aquella zona seguía siendo árida. No había marcado ningún sendero, pero no cabía pérdida, la llanura permitía ver su meta en el horizonte claro de aquel cielo sin nubes. No recordaba el nombre de aquel pueblo, lo había leído en el cruce de caminos el día anterior cuando cabalgaba hacia Murcia. Aquél era su primer viaje de negocios. Macario, su hermano mayor ya le había prevenido que encontraría problemas sin duda, un viaje tan largo daba margen para muchas escaramuzas. Por eso él había decidido viajar sólo, con caballo de parada de postas. Un jinete sin protección no tenía por qué llamar la atención de ningún mal intencionado, ese había sido su pensamiento original, después Paco, el capataz de su padre, le convenció de que con uno de sus caballos iría más seguro, descansando en las posadas siempre tendría un buen caballo a la mañana siguiente. De hecho, habría sido un buen plan de no existir codicia ajena. En la última posada donde estuvo se percató de que el hierro de su caballo no había pasado desapercibido en algunos huéspedes. Se alegró de no haber emprendido viaje con Zafir III, su caballo, ni hubiera soportado verlo en manos ajenas, ni éste hubiera emprendido galope cuando él cayó derribado, dándole tiempo a escapar. Ventisco era un buen ejemplar, a pesar de sus veinte años seguía manteniendo esa vitalidad que le valió el nombre, cuando se le provocaba corría más que una ventisca, pero también tenía una cualidad muy especial, tenía una memoria privilegiada, no corría sin rumbo y a lo desconocido, corría recuperando lo galopado, corría hacia la última posada donde había descansado. Eso es lo que estaría haciendo ahora. Ningún vaquero había conseguido nunca echarle el lazo cuando corría de esa forma, ni el más rápido de los vaqueros del rancho de su padre, ni siquiera estando alerta para alcanzarlo. Así que aquellos dos desaprensivos estarían galopando detrás de él ahora, siguiendo un destino en el que pronto se volverían a encontrar con él. Sólo tenía que llegar a ese pueblo, conseguir una montura y retroceder hacia la posada, sin duda llegaría con unas tres horas de retraso con respecto a Ventisco y compañía, pero contaba con encontrar a Ventisco a buen recaudo en la posada y la compañía agazapada en los alrededores. Ningún cuatrero en su sano juicio seguiría a su víctima hasta la posada, al ver la cercanía de la misma optarían por esperar acontecimientos y mejores opciones, que enfrentar las preguntas del posadero, un hombre que había dado muestras de persona honrada y sensata.”

Se hizo un silencio, el relato de Nica dejó de fluir, el sentimiento de soledad embargó a Berni en un miedo inexplicable, pero sintió un calor acogedor que no supo que era hasta que las palabras de Nica volvieron a fluir.

- “Mañana más. No sé cómo lo haces, pero siempre consigues lo que quieres. Querías saber de qué iba mi novela y aquí me tienes, con lo que yo detesto los hospitales, leyéndotela, aunque no te creas que te lo voy a poner tan fácil, me saltaré  partes para que no pierdas el interés por leerla tú cuando vuelvas, por ejemplo el capítulo en que recupera a Ventisco porque tiene mucha acción y te va a encantar seguro, mañana te leeré cuando conoce a Petra,  es más romántico y  seguro que tú te saltarías ese capítulo. Buenas noches. Vuelve pronto.”

No sabía bien cuanto tiempo llevaba sólo, la sensación de bienestar y adormecimiento que le había producido la compañía de Nica se iba disipando, sintió la necesidad de prolongar ese sentimiento, de conseguir más, era como si algo instintivamente tirase de él para alcanzar ese propósito, pero volvió a sentir ese dolor desgarrador en el abdomen, una quemazón irresistible que le provocó chillar sin aguante posible. Huiza empezó a ladrar, un ladrido inconsolable que iba convirtiendo en aullido, era como si percibiese el dolor que estaba sintiendo Berni. Se oyó abrirse la puerta de entrada, unas pisadas rápidas hacia la estancia y la voz de Nica intentando calmar a Huiza: “Ey, ¿Qué pasa chica? Tranquila. ¿Has tenido un mal sueño? Anda ven, no pasa nada, vamos un rato al jardín. Mira que es raro que tú ladres, si nunca dices nada, eres más buena que el pan. Ya sé que estos días están siendo raros, pero hay que tener paciencia hasta que Berni vuelva.”

La excitación de Huiza no disminuía, se levantó deprisa para ir hacia Nica, pero volvía sobre sus pasos ladrando en dirección al sillón, empujándolo con su morro, provocando que girase, o eso fue lo que le pareció a Nica. Berni consiguió callar su dolor y éste fue poco a poco remitiendo, dejándolo exhausto en el sillón que había quedado orientado hacia la puerta corredera del jardín. Huiza dejó de ladrar para pasar a emitir unos gimoteos desconsolados mientras se sentaba junto al sillón. Nica se acercó a ella, se agachó y la rodeó con sus brazos, inclinó su cabeza sobre la suya y mientras la llenaba de besitos consoladores le susurraba suavemente: “Yo también le echo de menos”. Berni hubiese querido poder decirle a Nica que estaba allí, que no se había ido a ninguna parte, que no sabía que estaba pasando, que lamentaba haber sido un idiota, que nunca más le ocultaría sus sentimientos, que la quería y mientras se extrañaba de notar como sus ojos se humedecían, contempló como Nica y Huiza salían al jardín. Cuando entraron nuevamente en la casa, Huiza volvió a sentarse a su lado junto al sillón y Nica se adentró en las habitaciones internas, esa zona privada en la que él nunca había estado. Su sentimiento era seguirla, estar con ella todo el tiempo que le fuera posible, pero imperó su sentido caballeresco y la esperó impaciente intentando centrar su pensamiento en el recuerdo de lo cómodo que era estar sentado en aquel sillón.

Le pareció eterna la espera a que volviera Nica al salón, pero ya estaba allí. La fragancia que la precedía corroboraba lo que evidenciaba su aspecto. Llevaba un salto de cama de franela de color rosa pálido anudado a la cintura con un cordón, sobre un pijama de dos piezas del mismo tejido y color, pero con estampaciones de ositos de peluche de color gris y las zapatillas con forma de perrito que él le compró en su último cumpleaños. Era una de las pocas veces que la veía con el pelo suelto, estaba ondulado, voluminoso, con unos rizos que acababan con las puntas todavía húmedas sobre su pecho, sin flequillo, la línea de separación se marcaba irregularmente partiendo desde el centro de su frente dejando caer a ambos lados de su cara mechones rizados. Al pasar junto a la mesa dejó un documento junto a la carpeta de expediente, se dirigió hacia Huiza y tocándole cariñosamente la cabeza la animó a levantarse para acompañarla: “Vamos bichita, mira que estás rara hoy, no me has acompañado al cuarto. Venga, que toca dormir, vamos, arriba.” Después se dirigió al sillón de Berni, colocó suavemente sus manos en el respaldo y lo orientó hacia la mesa, dejándolo en su posición habitual, reclinó su cabeza hacia él hasta dejar apoyada su barbilla en la parte superior y permaneció en silencio. Berni oía su respiración, lenta y profunda, era como si le estuviese abrazando y entonces lo sintió. Sí, no fue que lo oyese, no, lo sintió en su interior. Era como cuando había sentido el relato antes, pero ahora lo sentía más fuerte. El relato había sido como oírla leer, ahora sentía su pensamiento. Era un mensaje claro: “vuelve pronto”. Había sido una conexión, una comunicación, la había entendido claramente, esa tenía que ser la manera de contactar, pero no sabía si sería bidireccional. ¿Conseguiría él hacerle llegar a ella su pensamiento? La posibilidad de comunicarse con ella le puso nervioso, le venían multitud de pensamientos a la cabeza para transmitirle, eran muchas las cosas que quería decirle. Consiguió serenarse, se centró en su sentimiento primordial, hacerle saber que estaba allí. Respiró profundamente, dejó que su amor por ella le envolviese y se visualizó a si mismo susurrándole a Nica: “Estoy aquí”. Huiza se levantó y se dirigió hacia Nica, que al notar el movimiento se incorporó y dijo: “Estoy aquí.” Al oírse Nica se quedó confusa, se sentía como cuando te despiertas después de haberte quedado un rato traspuesta y en ese aturdimiento sólo llegó a decir: “Que tonta soy, claro que estoy aquí. El cansancio me está afectando. Anda vámonos a dormir que mañana hay mucho por hacer.”

Berni se quedó a oscuras cuando Nica y Huiza se fueron del salón, pero estaba tranquilo, se sentía esperanzado de resolver su situación, no estaba muerto, su cuerpo estaría inconsciente en algún hospital mientras su mente, su esencia, su alma o como se le pudiese llamar a su estado actual estaba desorientada, lo que sentía tenía que ser lo que Manu llamaba una disgregación corpóreo etérea, algo tendría que haberlo provocado pero indudablemente seguía conectado a su cuerpo de alguna manera, sino ¿cómo había podido oír a Nica leyéndole?. El primer intento de contactar con Nica no había ido mal, pensó que igual tenía que insistir más, permanecer a su lado y seguir intentando transmitirle sus sentimientos, pero en el fondo sabía que sólo era una excusa para entrar con ella en su dormitorio y pasar la noche con ella, aunque fuera en esencia, oliéndola, oyendo su respiración, yaciendo a su lado, sintiéndola. Pero ¿qué estaba pensando?, ¿había perdido el sentido de la decencia?, ¿acaso el estado en el que estaba le había anulado el buen raciocinio?, ¿desde cuándo se hubiera él atrevido a entrar en el dormitorio de Nica sin su consentimiento? Ni siquiera sabía si en el fondo Nica le quería hasta ese punto, quizás sólo sentía por él un mero cariño fraternal de amigos. Sólo hubo un momento en su relación en el que él se quitó su corteza de aislamiento sentimental y estuvo a punto de demostrarle que la quería, ella estaba tan frágil, sufriendo por el desengaño de aquel estúpido que tenía por novio cuando se conocieron, que ese mismo estado de debilidad en el que se encontraba ella fue lo que le paró, no quiso perturbarla más en sus sentimientos, pero siempre se lamentaba de haberse retenido el decirle que él nunca la hubiera defraudado como lo hizo aquel necio de Marcos. Más de un millón de veces repetía esa escena en su mente y se veía a sí mismo abrazándola, besándola, declarándole su amor con todos los poros de su piel. Si conseguía volver enmendaría su error desde el primer instante, eso lo tenía claro.   Luchó con todas las fuerzas que pudo por permanecer sentado en el sillón.  No tenía sueño así que aprovecharía esas horas para intentar recordar lo que le había pasado. Berni no conseguía aclarar sus ideas. Le asaltaban imágenes confusas, sin correlación, como recuerdos de lo vivido pero fragmentados, secuenciados a gran velocidad. Le parecía estar viendo una película en 3D, pero sin sentido, como si alguien se hubiese puesto a concatenar secuencias para crear un largometraje, pero sin seguir un guion. Aquello era ininteligible, lo único que conseguía era ponerse nervioso intentando estar atento para correlacionar las secuencias, para sacar un sentido y cuanto más nervioso se ponía, más aumentaba la velocidad de las secuencias. Se sentía como cuando competía con Nica para ver quién conseguía acabar antes un puzle, se ofuscaba en encontrar rápidamente la conexión de cualquier pieza. Nica seguía un procedimiento más ordenado, empezaba a confeccionar el contorno y luego seguía hacia dentro. A él esa meticulosidad le ponía nervioso, él quería ver la imagen desde el principio. Era como en las investigaciones, él se obsesionaba en encontrar el meollo del asunto desde el principio, ella hasta que no reunía toda la información no especulaba con conclusiones. Eran posturas diferentes que como mejor daban resultado era fusionándolas, de eso era consciente Berni, así que intentó dejar la mente en blanco y adaptar su procedimiento de deducción al de Nica.

Por más que lo intentaba, su mente sólo se centraba en encadenar secuencias con sentido y de todas las que le venían había algunas que tenían un denominador común, en ellas había barro.  Trozos de barro seco, como el que se cae de unas botas después de haber andado por un camino enfangado.  Trozos de barro seco en la acera a la entrada de un chalet, trozos de barro seco en la parada de autobús, barro seco en unas botas. Intentaba concentrarse para conseguir secuenciar esas alborotadas escenas, pero un olor a barro enfangado iba rodeándole, ahogándole, todo oscurecía a su alrededor, perdía el sentido de la orientación y se sentía caer en un abismo frío y negro, sólo percibía el sonido del viento meciendo ramas de algún frondoso árbol y ladridos de un perro.

 

CAPÍTULO SEGUNDO

SUSURROS

 

La claridad del día empezaba a penetrar en el dormitorio a través de los librillos de la persiana, Nica lo detestaba, aquello implicaba que tenía que enfrentarse a un nuevo día de su insípida existencia. Se resistía a levantarse permaneciendo inmóvil, sabía que si Huiza detectaba que se movía se levantaría corriendo a saludarla y no pararía hasta conseguir que se levantase de la cama, pero Nica no se sentía con fuerzas para enfrentar acontecimientos adversos, se había pasado toda la noche atenta al teléfono móvil, agarrándolo en la mano, alerta a cualquier llamada o mensaje sobre la evolución de Berni. Se habían repartido el horario en tres períodos para controlar la situación de Berni. Manu se quedaba por la noche montando guardia en el hospital cuando ella se retiraba a descansar a las 22 H. Sobre las 8 H llegaba Antonio para relevarle en la vigilancia hasta las 15H cuando empezaba el turno de Nica. Antonio era un compañero de Berni del Instituto de criminología de Alicante, donde estudiaron la carrera, habían mantenido el contacto desde entonces e incluso habían trabajado una temporada juntos para la misma agencia de detectives cuando empezaron y ahora colaboraban juntos cuando a alguno de ellos se le presentaba un asunto complicado. Los tres conocían muy bien a Berni e intuían que detrás de ese incidente tenía que esconderse algo peligroso; así que, entre los tres, vigilaban la evolución de Berni en el hospital porque no querían que quien hubiese atacado a Berni volviera para ejecutar lo que había intentado. Los tres habían convenido en llamarse ante cualquier cambio, para bien o para mal. Nica no paraba de darle vueltas a la cabeza a todo el asunto de Berni. No conseguía encontrar la razón de que alguien hubiese intentado asesinarle. ¿Cómo había ido a parar a ese barranco de la urbanización La Alcayna de Molina de Segura si su coche apareció en el centro de la ciudad de Murcia? ¿Con quién había ido? Era evidente que quien hubiese sido su acompañante, la intención era matar a Berni y ocultar el cadáver en el barro. Pero, ¿quién querría matar a Berni? ¿Qué investigación era la que le podía haber llevado a esa situación? Ya había revisado sus expedientes más recientes y no había encontrado nada extraño. ¿Acaso tenía que remontarse a los de los meses anteriores? Berni solía dejar sin archivar los expedientes durante un mes después de su cierre, decía que era para dar un margen de tiempo al cliente por sí quería ampliarlo, Nica consideraba que aquello era una concesión que entorpecía la marcha administrativa del despacho. Estaba empezando a desquiciarse, su cabeza bullía con ideas alborotadas, estaba perdiendo su característica ponderación, ella no era así, se estaba dejando afectar por los sentimientos y quería encontrar rápidamente explicación al asunto. Era consciente de que perder la calma y precipitarse al meollo sin examinar concienzudamente las premisas, no le iban a ayudar a concluir correctamente. Tenía que tratar lo sucedido como lo hacía con sus casos, reuniendo toda la información necesaria para enmarcar los límites de la investigación y cerrando los márgenes de los acontecimientos hasta llegar a poner la última pieza del puzle. Sin darse cuenta había tenido que agitarse en la cama, sintió una presión en el colchón cerca de ella, a la altura de su pecho, abrió los ojos y allí estaba Huiza, apoyada con sus dos patas delanteras completamente extendidas sobre la cama, observándola. Nica la había dejado dormir en su cama cuando era cachorro para que no sintiera la soledad nocturna y superase el trauma de dejar la camada, pero desde los seis meses le enseñó a dormir junto a su cama en su propio colchón ya que el tamaño de Huiza, como buen pastor inglés que era, ocupaba un espacio considerable. Pero cuando Huiza se inclinaba sobre la cama y adquiría esa posición, Nica no podía contenerse y se la comía a besos, era increíble lo buena terapia que resultaba tanta descarga de cariño por la mañana. Huiza tenía súper desarrollado el sentido de la percepción del estado de ánimo de Nica, era increíble como sabía acercarse y sacarla de su letargo con su desbordante alegría, sin ladrar, sólo mirándola con esos ojazos vivaces, marrones almendra y agitando al viento su cola, cual estandarte victorioso de la batalla a la tristeza, era de agradecer enormemente que la costumbre de amputar la cola a los cachorros para mantener el estándar de la raza Bobtail, hubiese sido abandonada. De no ser por Huiza, Nica se hubiera quedado todo el día acomodada en la cama, dejándose ganar por la desidia en la que la estaba sumergiendo su melancolía. Así que una vez que se sintió cargada de esa vitalidad que te da el sentimiento de cariño verdadero, se decidió a enfrentarse al nuevo día. Eran las 7:30 H cuando se sentó en el sillón del salón frente a la mesa con el expediente de Berni, su bloc de notas blanco tamaño cuartilla, su bolígrafo de cuatro colores y sus fluorescentes. Todo preparado para trazar su plan de abordaje a la incógnita del caso. Huiza se había sentado a su derecha, orientada mirándola a ella atentamente. A Nica le dio la sensación de que la miraba para darle ánimo, confiada en que ella encontraría la solución para que Berni volviese y ocupase su sitio habitual, en el sillón de la izquierda, que ahora permanecía vacío, impregnando la habitación con un frío de ausencia. Inspiró profundamente exhalando lentamente, haciendo sonar patentemente la trayectoria del aire en todo el recorrido, Huiza contestó con un suspiro, agachó la cabeza y se acomodó en el tapiz, sabía muy bien que ahora tocaba permanecer en silencio. Lo primero que anotó Nica en la hoja blanca inicial del bloc fue la fecha en la parte derecha superior, 8 de noviembre de 2012 con bolígrafo negro, luego dividió el espacio en tres secciones longitudinalmente y encabezó cada una de ellas con los títulos siguientes: datos concretos disponibles, información que averiguar y lugares a los que ir. Tenía por norma realizar la misma operación en todos sus expedientes. La primera hoja de sus anotaciones presentaba siempre un espacio menor en la sección de datos concretos disponibles con respecto a las otras dos que ocupaban un espacio mayor, siendo la de la información que averiguar superior a las otras. A medida que avanzaban los días el espacio de las secciones iba variando, ganando amplitud el de los datos concretos disponibles hasta que acababan por desaparecer las dos últimas secciones. De esa manera, cuando abría un expediente y ojeaba rápidamente las hojas de sus anotaciones podía saber en qué punto de la investigación se encontraba, ese proceso le recordaba los tebeos animados en los que la velocidad con la que ojeas las hojas te hace ver movimiento en las figuras dibujadas. Que nostalgia daba recordar la infancia, aquella etapa de sentirse protegida por mamá y papá, cual habichuela acomodada entre algodón de un experimento de biología, con su cantidad de agua apropiada y su orientación cuidadosa al sol, para que germinase tranquila y perfectamente. Ella había tenido esa suerte de vivir una infancia de protección y cariño. Aunque reconocía que había tenido deseos durante su infancia y adolescencia de alcanzar la etapa adulta para sentirse autosuficiente, era consciente de que en la etapa adulta había tenido muchos más deseos de regresar a la infancia. Sintió que la melancolía volvía a acampar en su mente y no era momento de desfallecer, así que se esforzó por concentrarse en el caso, sea como fuere tenía que centrarse en Berni, aunque recordar la causa de que ella estuviese haciendo ese expediente la hundía precipitadamente en la negatividad de la depresión. ¿Se recuperaría Berni? ¿De hacerlo, le quedarían secuelas? ¿Volvería a ser quien era? ¿Se sabría la verdad de lo acontecido? A esa incógnita última tenía que aferrarse. Ella podía contribuir a esclarecerla, esa era su profesión y aunque pareciese un comentario petulante, pero lo justificaba el hecho de que no tenía abuela desde los 13 años, era buena en lo que hacía. Empezó a rellenar la sección de los datos concretos disponibles: El 5 de noviembre de 2012 a las 17 H encuentran a Berni inconsciente y casi sumergido por completo en la zona húmeda del barranco de La Rambla de las Monjas de la urbanización La Alcayna de Molina de Segura. Lo encuentra un chico que había salido a hacer footing con su perro, un pastor alemán. El parte del Hospital, cuya copia había conseguido Nica ayer por la noche, indica que presenta traumatismo craneoencefálico severo según la escala de coma de Glasgow.

En la sección de información que averiguar, Nica anotó muchas más cosas. Primero, hablar con Alicia, su contacto en comisaría, para ver como avanzaba la investigación. De ella ya había obtenido que el informe inicial de la policía no encontraba indicios de violencia en el caso, lo planteaba como posible accidente. Berni no presentaba ninguna herida defensiva, sólo un golpe en la parte superior del cráneo, ligeramente lateralizado en el lado derecho, lo que por su estatura de metro noventa, les llevaba a pensar que hubiese recibido el impacto de alguna rama desprendida de los árboles que bordeaban el sendero del Barranco de Las Monjas mientras practicaba footing, lo que le provocó la caída con pérdida de conocimiento y por la inclinación del terreno acabase en el fondo del barranco hundiéndose por su propio peso en el barro. Desde luego esa era una versión creíble, pero con muchos cabos sueltos. ¿Cómo iba a estar Berni haciendo footing en la urbanización La Alcayna de Molina si él vivía en pleno centro de Murcia capital? ¿Berni haciendo footing un día laborable a las 5 H de la tarde? Lo encontró un chico que paseaba con su perro exactamente a las 16:50 H, justo cuando el barro estaba a punto de cubrirle la cara. El perro, un pastor alemán, fue quien lo arrastró y lo sacó del barro. ¿Cómo había llegado Berni hasta esa urbanización? ¿Por qué su coche apareció al día siguiente en Murcia estacionado en una zona bastante retirada de su residencia? ¿Cómo habían dado tan pronto con el vehículo? ¿Estaba averiado, accidentado o llamando la atención de alguna manera? Nica tendría que obtener toda esa información sobre el vehículo, de ahí tenían que salir pistas para esclarecer el asunto. Berni era muy cuidadoso con “Dos Seises”, así es como llamaba a su coche por la coincidencia de esos dos números en su matrícula. Siempre le comentaba lo que le había desagradado esa coincidencia en los números. Berni siempre decía que el vehículo es fundamental para un detective privado, no debe ser llamativo; la matrícula es una de las cosas en las que la gente suele fijarse y la repetición de números o letras suele ser un dato que llama la atención y puede retenerse en la memoria. No obstante, ese pequeño gran detalle, Berni trataba a “Dos Seises” con gran cuidado, era, cómo él tenía la costumbre de comentar, la prolongación de él mismo. Por ello era muy meticuloso con los lugares donde lo aparcaba, padecía enormemente cuando usaba el método Conchita de grabación oculta de una zona, dejar a “Dos Seises” estacionado varios días en el mismo sitio para obtener grabaciones continuas. Esa era una técnica a veces necesaria, lo había aprendido de la primera agencia donde trabajó. La técnica, conocida como vigilancia pasiva, venía de antiguo, él como la aprendió de su mentora optó por bautizarla con su nombre, aunque prefería ejecutarla con su scooter de reparto. Camuflar la videocámara en el cajón era más práctico por la facilidad de colocar la motocicleta en la orientación adecuada y lo desapercibido que era acercarse a ella y sustituir la batería y cintas.

La motocicleta, quizás la había usado Berni para desplazarse ese día, aunque eso no es normal en él, pensó Nica. Intentó hacer memoria de cuando fue al despacho de Berni para mirar los expedientes para intentar averiguar en qué podía haber estado trabajando Berni. Le parecía haber visto las llaves de la scooter donde siempre, en el cajón superior derecho del escritorio. No había ido a comprobar el garaje. Tendría que comprobarlo después cuando fuese a seguir mirando los expedientes. Eso le recordó el tercer apartado de las anotaciones: lugares a los que ir. Indudablemente tenía que volver al despacho de Berni y no sólo a mirar los expedientes, sino a escudriñar qué faltaba en el despacho, cualquier detalle podía dar pistas. También tenía que ir a la zona del suceso, montar vigilancias de observación para estudiar la rutina de actividades de la zona. Esto último iba a implicar mucho tiempo, pero cuando no se tiene cabo del que tirar el tiempo es el mejor aliado para desfilachar un ovillo.

Eran las 8:45 H cuando Nica accedió al despacho de Berni. Lo primero que hizo fue comprobar el cajón derecho superior del escritorio. Estaban las llaves de la scooter. Las cogió y bajó al garaje. Allí estaba estacionada como siempre la scooter, bien pegada a la pared detrás del pilar, para dejar espacio a “dos seises”, ese espacio que ahora permanecía desalojado, abandonado al frio de la ausencia. Después de comprobar el cajón de la scooter y ver que en su interior sólo estaba el casco, Nica volvió a subir al despacho. Sin saber ni cómo, de sus labios salió una palabra mientras el ascensor subía: “Barro”. Era un ascensor completamente forrado en su interior con espejos. Su imagen se reflejaba mostrando unos ojos ausentes, pensativos, rememorando la scooter. No sabía por qué había dicho eso, pero reflexionó sobre esa idea. La scooter estaba limpia, sin barro. Menos mal que no había subido nadie con ella en el ascensor, pensó, de muy cuerda no la hubieran tratado, hablando en voz alta y con esa expresión de ida. Cuando entró nuevamente en el despacho guardó las llaves de la scooter en su sitio y empezó a escudriñarlo todo minuciosamente. No es que ella conociese al mínimo detalle el despacho de Berni, pero de faltar algo esencial sí que se encontraba capacitada para percatarse de ello. Echó de menos la bolsa de mano con la cámara oculta. Sospechaba que lo que le había pasado a Berni tenía que estar relacionado con alguna de sus investigaciones, pero no que estuviese realizando alguna en ese momento. Esa semana era el aniversario de la muerte de sus padres y en esos días él nunca trabajaba, aparcaba su trabajo y se aislaba de todo y de todos. Pero, ¿qué estaría haciendo para necesitar la cámara oculta? Que no estuviese la bolsa de mano en el despacho sólo podía indicar que la llevaba él, porque si era meticuloso con “Dos Seises” más lo era con ese equipo, nunca le perdía la vista de encima. Pero, ¿qué hacía Berni en la Alcayna haciendo footing con la cámara oculta? ¿Habría encontrado la policía la cámara oculta en el lugar de los hechos?, de no ser así, alguien se la tenía que haber quitado, eso implicaba que no había sido un accidente. Acabó de mirar los últimos expedientes que le faltaban para llegar al final de los montículos y no encontró ninguno que tuviera alguna relación con la zona del suceso. Cerró los ojos y le vino a la memoria la imagen de Berni inmóvil en la cama del hospital.

- “Mensajes”.  Al oírse hablar en voz alta le dio la sensación de despertar después de haberse quedado traspuesta. A veces es bueno oír al inconsciente, revisar otra vez los mensajes podía ser una buena idea, pensó. Había entrado un mensaje nuevo desde ayer. Pulsó para escucharlo.

- “Buenas tardes. Soy Andrés Martínez. Llamaba para saber cómo había ido la averiguación con el último dato que descubrió.”

A Nica no le sonaba de haber visto ningún expediente con ese nombre, así que acudió al ordenador para mirar en los archivos. Encontró una carpeta con el nombre de Andrés Martínez Campos. La fecha era reciente, del 4 de noviembre. Abrió el archivo y empezó a leer: “Conocido de Manuel. Buscan a su hija Lucia, desparecida el 18 de noviembre de 2010. Adolescente, fecha de nacimiento el 6 de octubre de 1994. La última vez que la vieron fue en el instituto al que iba: Cañada de las Eras de Molina de Segura, en la parada de autobús; el testimonio es creíble, proviene de su amiga Magdalena. Habían quedado para hacer un trabajo de historia esa tarde y volvían de la biblioteca. Se conocían desde pequeñas, habían sido vecinas hasta que los padres de Magdalena decidieron trasladarse de la Urbanización Los conejos al centro de Molina de Segura. Lucía seguía viviendo en la Urbanización por eso Magdalena la acompañó hasta la parada y se quedó con ella hasta que cogió el autobús. Después se le pierde el rastro. No llegó a casa. No han recibido ningún tipo de contacto sobre ella, ni telefónico ni escrito. El día en cuestión no revela ningún acontecimiento en el que pudiera haberse visto involucrada. La chica tenía un carácter tranquilo, nunca había tenido problemas en casa, el trato con su familia era cordial. La policía no había encontrado nada y el asunto se archivó por falta de pruebas como una desaparición voluntaria. A fecha de hoy Lucía tendría 18 años por lo que la policía no reabriría el caso sin evidencias delictivas. Los padres insisten en que no se trata de una desaparición voluntaria. He aceptado husmear el caso porque Manu me ha insistido, dice que será positivo para superar mis semanas de duelo tener las neuronas chispeando. No voy a abrir un expediente, no es un caso normal, es un favor a un amigo, o quién sabe, quizás a mí mismo.

Día 29 de octubre: Visito el domicilio y conozco a los padres. He pasado un mal rato cuando he comentado en alta voz que en la agenda de Lucía había marcado devolver un libro a la biblioteca cuatro días después de su desaparición. La madre, que parecía una mujer retraída, aislada en su melancolía, ha comenzado a chillar, sin control, fuera de sí por completo, desprendía una rabia incontrolada contra todo lo que implicase un investigador. Cuando su marido ha conseguido calmarla me ha explicado que el dichoso libro apareció en la biblioteca el día que debía ser devuelto, el veintidós de noviembre, la bibliotecaria no tenía muy claro quién lo había dejado en el mostrador, parecía que lo había dejado un chico. Ese hecho fue uno de los argumentos más sólidos que usó la policía para abandonar el caso. La hipótesis fue que Lucía se había fugado con algún chico y no había tenido valor para contárselo a sus padres. El hecho de que no apareciese su mochila con la que iba siempre al instituto, pero sí que alguien devolviese el libro, que era el que últimamente llevaba para leer en sus trayectos en autobús, daba pie a fortalecer la teoría. Lo que me ha venido a mí a la mente cuando he leído la agenda, es que nadie tan meticuloso como parecía Lucia, por lo que se deduce de su habitación y su agenda, se fuga sin dejar ninguna marca que indique su propósito, además es muy raro que lo hiciese dejando cosas por hacer. Entiendo la reacción de la madre, lleva dos años luchando contra una hipótesis impuesta por el equipo de investigación oficial y ahora vengo yo, que supuestamente he de ayudarles a encontrar una respuesta distinta y acabo dando con el mismo punto de inflexión. Pero, para lo que a unos es una conclusión para otros sigue siendo una premisa. Ese libro tiene muchas cosas que contar todavía, ese es mi pálpito. Me encanta esto de anotar los pensamientos, sin andar con miramientos para dejar un informe con razonamientos austeros y fríos. Seguro que Nica si se enterase me daría en la colleja.

Nica no pudo contenerse y exclamó: “Serás idiota. ¿Pero cuándo te he dado yo en la colleja? Además, estás muy equivocado, me parece una idea estupenda, deberíamos dejarnos llevar por los sentimientos más a menudo.”

Nica se sonrió cuando se percató de que estaba replicando en voz alta a las anotaciones de Berni. Se concentró nuevamente en el texto y continuó leyendo.

Lucía parecía haber sido una chica bien, como se suele decir familiarmente, buena hija, buena estudiante, buena amiga. La impresión que me he llevado es que tenía que haber sido una chica seria, formal, más bien algo tímida. Quizás sí que deba buscar algún chico de su entorno porque aparecen varios corazoncitos entre los garabatos de sus apuntes de clase. La visita se ha alargado algo más de cuatro horas, los padres no han parado de darme información sobre Lucía, su carácter, la ropa que le gustaba, las comidas preferidas, sus actores y cantantes favoritos, las novelas que había leído recientemente, los profesores  que más le gustaban y los que menos, las películas de cine que había ido a ver en los últimos meses, con fechas, lugares  y horarios, las líneas de autobuses que solía coger, las tiendas que le gustaba frecuentar. Todo con detalle, evidenciando que la relación paterno filial era cordial. Me han asegurado que nunca hubo entre ellos ninguna discusión sobre alguna relación que le hubieran prohibido con ningún chico, es más, nunca les planteó que quisiese salir con ningún chico. Me inclino a pensar que quizás sentía atracción por alguien por quien ella pensase que no debía sentirla y por eso no lo comentó. Esa va a ser una información que voy a tener que intentar obtener de Magdalena. Al despedirme de los padres he sentido paz, nunca me había pasado antes con los clientes en el primer contacto, todo lo contrario. Con los clientes notas crispación, nerviosismo, como si cada segundo que respiras sin resolver el caso te quemase los pulmones. Con los padres de Lucía ha sido tranquilidad, como si el mero hecho de estar allí les hubiese aportado aire nuevo. He sentido esa sensación de liberación de cargas, sin prisas, sin exigencias, como quien tiene asumido el desenlace y sólo espera alivio con la llegada del mismo. Quisiera poder volver pronto a visitarles y llevarles buenas noticias, noticias contrarias a las que esperan, pero me temo que este asunto no tiene buen final. Será que las percepciones que siente Manu sobre Lucía me han influido. Frío y oscuridad, me impactó cuando me lo comentó, pero creo que son también las sensaciones que sienten sus padres.

La visita a Magdalena ha sido confirmatoria de que Lucía era una chica bien y tímida. No tiene ni idea de quién le atraía, pero sí que notó que las últimas semanas estaba algo distraída, como nerviosa y con prisas, controlando el horario. Pero que sí alguien le atraía tendría que parecerse a Luziano Ducrois, su actor favorito sin duda, el protagonista de la serie de televisión “Mar en calma”. No tengo ni idea de a quién se refiere, tendré que buscarlo, eso me recuerda que me hago viejo. ¿Sabrá Nica quién ese ese tío?, ¿soñará con él?,

- “No leas”. Se le escaparon tímidamente esas palabras a Nica y como absorta hipnotizada que obedece ciegamente, saltó al párrafo siguiente. Pero el raciocinio le volvió en segundos.

- “Pero seré boba, ¿cómo que no voy a leerlo? Se supone que esto es un informe, no un diario y además es con una finalidad necesaria”. Siguió leyendo.

¿Garabateará corazoncitos pensando en él?,……. ¿en mí?

Verónica cerró los ojos instintivamente varias veces, se estaba dejando llevar por sus sentimientos pensó, no podía ser cierto lo que había leído, seguramente había leído mal, así que volvió a abrir los ojos y a leer nuevamente la última frase.

¿Sabrá Nica quién es ese tío?, ¿soñará con él?, ¿garabateará corazoncitos pensando en él?,……..¿en mí?

Sus ojos no la habían engañado, estaba escrito ahí. No podía creer que Berni sintiese un sentimiento personal hacia ella y que encima lo hubiese dejado escrito. Él, que siempre se había mostrado tan frío y distante, tan profesional. Es cierto que ella había sentido en muchas ocasiones que él la apreciaba más allá de una buena amistad, pero cada vez que ella había intentado sacar el tema para acercarse más a él, sólo había tenido por respuesta que lo que sentía por ella era una amistad y relación de compañerismo entre colegas de trabajo. Cerró los ojos y rememoró el momento en el que se sintió más cerca de él que nunca. Aquél debió de ser el momento en el que de haber existido un sentimiento de amor por ella se lo debiera haber declarado formalmente. En el fondo ella estaba convencida de que sí lo había hecho, no con palabras, pero sí de esencia. Cada vez que recordaba ese momento sentía esa sensación inexplicable que percibió, no sabía cómo explicarlo, de hecho, de no haberle dado la fotografía de ese momento Luisa, una vecina de la urbanización, se planteaba si el tiempo le hubiera distorsionado el recuerdo. A veces las cosas ocurren por un porqué que parecen programadas por un guionista en la sombra. Cuando Luisa le trajo la fotografía contándole que fue fortuito el que estuviera practicando con su cámara del catalejo y los enfocase sin percatarse justo cuando se abrazaban, ella ya empezaba a creer que había sido en su imaginación. Recordaba aquel día efímeramente. De hecho, de no ser por la cercanía que sintió con Berni, lo hubiera borrado para siempre de su recuerdo. Tenía claro que lo que había animado a Luisa a acercarse a su casa para darle la foto, que de por sí, podía poner más en evidencia el grado de cotilleo de la vecina que otra cosa, era sacar información sobre sus relaciones personales. Luisa y compañía de vecinas de la zona se preguntaban cómo seguía soltera y viviendo sola en esa casa que se había comprado hacía ya tres años. A Verónica no le molestó contarle que ese día había roto con Marcos, su novio y que su compañero de trabajo la estaba consolando con un abrazo, pero que no había nada más que una buena amistad entre ellos. Aún recordaba las palabras de Luisa: “Pues en ese abrazo hay algo más que una buena amistad”. La verdad es que la foto había sido propicia. Se apreciaba con claridad que Berni inclinaba su cabeza contra la de Verónica con un gesto de cariño cerrando los ojos, abrazándola con el brazo izquierdo en la espalda y el derecho en la cabeza. A Nica le encantó la foto. Mirarla le proporcionó esa sensación de bienestar cuando confirmas un sentimiento. Agradeció a Luisa que se la hubiese llevado con la mejor cara de póker que supo poner para no delatar sus sentimientos y cuando se quedó a solas se agazapó abrazándola en el sillón de su dormitorio durante horas. Aquél fue el punto de inflexión definitivo en su vida sentimental. Ya no sufriría más, ni se cuestionaría más, ni se desesperaría más, sólo esperaría a que Berni se decidiese a llamar a la puerta. Volvió la mirada nuevamente al texto, Berni había dejado un espacio en blanco antes de volver a seguir escribiendo, como si dejase espacio para algún día anotar la contestación a sus dudas, aquello le hizo pensar a Nica que quizás su tiempo de espera estaba finalizando, deseó estar con Berni y que todo se hubiera resuelto ya favorablemente. Tenía que encontrar la causa de todo aquel incidente y al culpable o culpables, así que volvió a centrarse en la narración de los sucesos.

La información que he obtenido de la biblioteca ha sido aclaratoria. El libro que leía Lucia, “Años de añoranza” de Vektra Guezma, devuelto el 22 de noviembre de 2010 seguía apartado del préstamo y guardado en el almacén por petición policial, seguramente la contraorden se habría perdido entre el papeleo administrativo y al haber más ejemplares a disposición de los usuarios, nadie se había percatado de ese hecho. Con mucha cantidad de imaginación y sobredosis de suerte he reducido a uno la lista de posibles candidatos a ser el chico que devolvió la novela. Seguro que Nica no aprobaría el método porque ha sido seguir una corazonada: buscar de entre los préstamos de ese día algún usuario habitual que tuviera pendiente alguna devolución. Bingo: Juan Beltrán Gutierrez, un historial de préstamos bibliotecarios involuto, hace un préstamo por semana, todos los miércoles, salvo cuando acompaña a su padre a la biblioteca para documentarse en sus exposiciones de final de mes, que suele ser un lunes, en esos casos saca otro libro prestado sin haber devuelto el último, para aprovechar la estancia en la biblioteca. Tiene un promedio de un libro por cada miércoles de semana más uno por el último lunes de cada mes. Es la clara prueba de que los hábitos son el Talón de Aquiles en la seguridad. En noviembre de 2010 fue el único mes en su historial en que sacó dos lunes consecutivos un libro. El lunes veintidós de noviembre de 2010 sacó un libro en préstamo cuando el miércoles diecisiete, siguiendo su rutina de todos los miércoles, había sacado su libro semanal. El lunes veintinueve volvió a sacar un libro, como hacía todos los últimos lunes de mes. El miércoles veinticuatro volvió a sacar otro, devolviendo el del diecisiete, como hacía todos los miércoles. En definitiva, en noviembre de 2010, había sacado todos los miércoles un libro, previa la devolución del libro sacado el miércoles anterior, eso habían sido los días tres, diez, diecisiete y veinticuatro. El lunes 29 también sacó un libro cuando acompañó a su padre. Pero el dato irregular en su historial es que el lunes 22 sacó otro libro, lo que varió su media, con ese libro fueron seis préstamos en ese mes, habiendo sólo cuatro miércoles en dicho mes. También podía haber sido que el padre adelantase su visita a la biblioteca al lunes veintidós en vez de al lunes veintinueve, pero el historial del padre resolvía esa duda, el lunes veintidós no había sacado ningún libro en préstamo y sí el lunes veintinueve. No había habido ningún otro mes en el que Juan hubiera sacado un libro en préstamo dos lunes. Desde luego ha sido un trabajo arduo y cansado, pero es de agradecer que la biblioteca tenga esos historiales tan bien organizados, con un programa informático increíble y también, por supuesto, que me permitiesen indagar en ellos. Todo hay que decirlo, la verdad es que Lucía era una asidua a la biblioteca y las bibliotecarias le tenían un gran aprecio y habían lamentado su desaparición, pero sobre todo no haber podido ayudar en la aclaración de la devolución de su último préstamo de libro. Cuando le pregunté a la jefa de las bibliotecarias por Juan, se quedó preocupada de que fuese él el resultado de mi investigación, no hizo más que darme buenos adjetivos sobre él. Me dijo que era muy responsable y formal, que nunca habían tenido que amonestarle por no devolver un libro y eso que tenía una de las tasas más altas de préstamo de toda la biblioteca, que nunca había apurado los días de préstamo para las devoluciones, su media de lectura era una semana. Nunca habían tenido queja de él, siempre devolvía los libros en perfecto estado, sin marcas ni hojas dobladas, ni tapas destrozadas. Era el ejemplo de niño que todos los profesores pondrían, su comentario fue que de hecho su padre es profesor de geografía e historia en el instituto Cañada De las Eras. Al decirme ese comentario he notado un cambio en su mirada, de esos ojos absortos buscando en el recóndito de su memoria a esa fijación en mis pupilas, como la de quien encuentra la solución al enigma y quiere detectar en el prójimo si ha sido igual de rápido en llegar a la conclusión. Sin gesticular lo más mínimo, controlando el ritmo de mi respiración le he mantenido la mirada como aquel que mira en el interior de una habitación sin detectar movimiento. No hay nada peor que una sospecha creada a la ligera para destrozar la reputación de una persona; ese es el riesgo que se corre cuando se investiga necesitando la colaboración de un ajeno a la profesión. Qué fácil es llegar a una conclusión errónea fabulando con algunos datos. Al mantener mi mirada con esa serenidad de la inocencia de un niño, la bibliotecaria ha bajado la mirada y murmurado algo. Sin duda ha pensado que su razonamiento había sido consecuencia de un pensamiento muy retorcido. De la vergüenza que ha sentido ha tardado unos minutos en volver a mirarme a los ojos. Para romper el silencio que se ha creado y de paso darle una hipótesis creíble para que abandone del todo la que ella ha creído su conclusión evidente, siempre pensando en una posible reclamación judicial indemnizatoria, le he comentado que Lucía debía conocer la reputación de niño responsable y usuario de la biblioteca de Juan por algún comentario del padre en algunas de las clases y como Lucía también era responsable con los préstamos bibliotecarios, no hubiese querido marcharse sin devolver el último libro en préstamo, por lo que habría propiciado que Juan de alguna manera accediera al libro y lo devolviese. Parece haber quedado complacida con la conclusión y me ha facilitado la dirección del profesor en la urbanización La Alcayna. Mañana me acercaré a ver si estoy en lo cierto con lo del libro y obtengo información útil.

Día 31 de octubre: He estado indagando por la web del instituto y algún que otro blog relacionado, es increíble lo que se puede sacar de internet si buceas por las redes sociales. El profesor es un hombre de cuarenta y cinco años, obtuvo la plaza de profesor en el Instituto Cañada de las Eras a la edad de veintiocho años y fue allí donde conoció a su mujer, profesora de lengua castellana y literatura, llevan casados quince años y sólo tienen un hijo, Juan, de catorce años. Son una pareja bien avenida y apreciada. Suelen participar en todas las actividades del IES, tanto docentes como extraescolares. Suelen aparecer fotos suyas etiquetadas en varios perfiles de alumnos en las redes sociales. Podría ser que Lucía se hubiese sentido atraída por él, eso explicaría lo de ocultar sus sentimientos a sus padres, pero no creo que sea ese el caso. El físico del profesor no tiene nada que ver con el tal Luziano Ducrois. Así que descartada esa hipótesis. También descarto la hipótesis de que Lucía tuviese algo que ver con Juan, cuando ella desapareció él tenía doce años y un niño con esa edad no es atraíble para una adolescente de dieciséis. Ya estoy preparado para ir a corroborar mi teoría sobre la devolución del libro y obtener información útil al respecto.

Es una suerte que el profesor y su familia no vayan a salir de viaje este puente de noviembre. He podido hablar con ellos. Confirmado, Juan fue quien devolvió el libro, lo encontró en el suelo en la zona de la parada del autobús de la urbanización La Alcayna cuando regresó del instituto por la tarde después de una actividad extraescolar, la segunda parada que hace el autobús en esa urbanización cuando accede desde el centro urbano. Pensó que se le habría caído a alguien al correr hacia el autobús porque estaba manchado de barro en la tapa y algunas hojas. Como dentro estaba el comprobante del préstamo de la biblioteca con la fecha debida de devolución optó por llevárselo a casa, leerlo y devolverlo en la fecha indicada. Aunque intentó limpiarlo un poco del barro incrustado, no consiguió dejarlo involuto, así que le dio vergüenza entregarlo en ese estado y optó por dejarlo disimuladamente en el mostrador aprovechando un momento en el que había colapso con varias personas esperando para hacer devoluciones. La jefa de las bibliotecarias se sonrojaría al saber lo alejada que está la verdad de lo ocurrido de sus pensamientos. Ha sido agradable averiguar la verdad de lo sucedido yendo de frente, sin artilugios ni subterfugios. Me he presentado como detective privado y he ido directo al meollo de mis dudas. He preferido ser sincero para obtener respuestas de la misma índole. En todo momento el profesor me ha parecido una persona íntegra, no he visto duda ni culpabilidad en su mirada salvo un poco de ésta última con el desenlace final de la averiguación. Ha sido una culpabilidad compartida con su mujer. Ambos han mostrado colaboración desde el principio. Me han dado carta blanca para preguntar directamente a su hijo por el asunto. Mostrando confianza plena en su hijo, no han evidenciado en ningún momento que dudasen de su relato de los hechos. Ambos conocían toda la historia de la desaparición de Lucía y habían tenido ocasión de conocerla como alumna. Desconocían el asunto del préstamo del libro y la controversia de la devolución, eso no había trascendido de las pesquisas policiales. La culpabilidad ha aparecido en sus miradas cuando les he explicado a solas, ya sin la presencia de Juan, las conclusiones del informe policial a raíz de la devolución del libro. No soy padre, pero supongo que todo progenitor aspira a comprobar que ha educado correctamente a su retoño y cualquier evidencia que manifieste una conducta reprobable, hace saltar el sentimiento de culpabilidad tan detectable cuando hay conciencia. El que Juan hubiera evitado el devolver el libro explicando cómo lo había encontrado sólo por estar manchado de barro implica no sólo que temiera una represaría por no ser cuidadoso con el material ajeno, sino una falta de autoestima al no creer en su capacidad para retransmitir los hechos y ser creído. Quizás la exigencia de responsabilidad y perfección que involuntariamente están inculcando sus padres a Juan, le han estado ocasionando un comportamiento de ocultación de hechos y una auto exigencia de corrección insana. Esa ha sido la culpabilidad que ha aflorado en las miradas de la pareja. Si algo bueno ha de salir de esto que sea la subsanación de esa actitud.

Mirando lo positivo, ya tengo una hebra de la que tirar: segunda parada de autobús en la urbanización La Alcayna, mañana no es un buen día, pero quién sabe, he tenido muchos casos en los que en días festivos he sacado mucha información valiosa.

- “Ahí está la conexión. Sin duda el incidente de Berni no ha sido un accidente, ésta es la prueba de que estaba investigando algo y no haciendo footing. Si apareciese la cámara oculta sería de gran ayuda, pero eso ya lo doy por improbable de antemano.” Verónica se sintió menos crispada, iba por el buen camino, así que siguió leyendo, ávida de más aclaraciones.

Día 1 de Noviembre: La línea de autobús es la misma que va hasta la Urbanización Los conejos y pasa por el IES Cañada de las Eras, la 49, luego era el camino habitual de regreso de Lucía a su casa, pero ¿por qué esa parada?, ¿se bajó voluntariamente?, ¿la obligaron a bajarse?, ¿iría el autobús lleno de pasajeros o vació?, ¿el conductor del autobús sabría algo?, de eso último ya puedo olvidarme. Mi contacto en comisaría ya me ha contado que se interrogó exhaustivamente al conductor de la línea 49 de la franja horaria en la que desapareció Lucía. Era un hombre joven, de 35 años, hacía sólo unas semanas que había conseguido el puesto, comentó que no había detectado ninguna incidencia rara, que no se acordaba de la chica pues desconocía la zona y se fijaba más en la ruta que en los pasajeros. La presión que le hicieron fue tan fuerte que acabó confesando su inclinación sexual, era homosexual, con pareja fija. Después de aquello parece que acabó siendo trasladado, se agarraron a que había trascendido la insistencia de la policía en su testimonio y que los usuarios presentaron muchas quejas solicitando su cese. Sin comentarios. Podría buscarle y preguntarle, pero creo que ya lo pasó bastante mal como para removerle el asunto. La luz ha de salir por algún sitio. Una vigilancia sobre la zona siempre da buen resultado, el paso de los años que han pasado juega en contra, pero quién sabe, las costumbres en las personas suelen estar arraigadas.  He sacado un plano de la zona. Se suponía que esta investigación me iba a servir para no pensar en el aniversario de la muerte de mis padres y resulta que mis averiguaciones me llevan a la zona donde mis padres se iban a comprar una casa para mudarse. Increíble pero cierto. La parte positiva es que podré contactar con la señora Albadalejo de la inmobiliaria que llevaba el tema de la compra, una buena persona, me ayudó mucho y además conoce la zona al detalle.

Ha sido horroroso volver a esa zona. La que seguramente hubiese sido la casa de mis padres sigue en venta, la buganvilla de la valla ha crecido descontroladamente, salido por encima del muro de piedra e invadido gran parte del mismo, llegando en zonas hasta el suelo de la acera. Las dos puertas de acceso, la de la entrada y la del garaje parece que lleven tiempo sin ser abiertas, se acumulan hojas secas de los árboles compactadas por la humedad en los bajos, ni siquiera se detecta el rail de las correderas. A mi padre le encantó que ambas puertas de la verja se abrieran eléctricamente. Quizás debí seguir el consejo de la Sra. Albadalejo. Tengo que preguntarle a Nica si debería comprarla, si le gustaría a ella.

Volviendo al caso, puede que Lucía se bajara voluntariamente en aquella parada. Me ha parecido ver un posible Ducrois.

Día 2 de Noviembre: Luis Gil Anzallus, un chico de 21 años, vive en La Alcayna de toda la vida, primero con sus padres, ahora con su novia a la cual conoce desde siempre, han sido vecinos desde la infancia. Estudia (profesor gimnasia), trabaja en el polideportivo de la urbanización y sale todas las tardes a hacer footing con Tender, su perro, se lo regaló Laia, su novia hace tres años. Tender es un precioso perro, aspecto de Pastor Alemán y tamaño de Mastín, Laia lo rescató de la perrera cuando ya iban a sacrificarlo, debía tener poco menos de un año, seguramente a sus antiguos propietarios el formato de Tender les vino muy grande. A Luis se le pone esa cara de embobado cuando relata esa proeza de su novia y cualquier cosa que tenga que ver con ella, aunque sólo sea de pasada. No da la sensación de ser un chico frívolo que aproveche su aspecto físico, se le nota completamente enamorado de su novia. En el instituto Cañada de las Eras donde estudió a veces oyó que le llamaban Ducrois, pero no prestó atención, nunca le ha dado importancia a su aspecto físico, no le atrae el mundo cinematográfico sino el deportivo. No le suena de nada el nombre de Lucía.

Día 3 de Noviembre: Ha sido reconstituyente volver a ver y hablar con la Sra. Albadalejo, ni ápice de depresión, todo lo contrario de lo que había temido, incluso me ha vuelto a enseñar fotos de la casa. Dice que cuando una casa escoge familia ya no hay quien interfiera. Su empecinamiento me recuerda a mi madre.

Impresionante todo lo que sabe sobre los habitantes de la zona y lo que no sabe es lo que me centra la búsqueda.

Día 4 de noviembre: Calle Everest número 9, casa unifamiliar aislada vendida en Julio de 2010 a una familia originaria de Madrid que venía de haber vivido en Brasil, una viuda, Amelia Luján Martinez, con dos hijos de 25 y 18 años. Es una familia muy reservada, no se relacionan mucho con el entorno, en dos años la señora Albadalejo no sabe más de ellos que lo del primer día. El marido era médico, pero murió en un accidente de tráfico en Brasil, por eso decidieron regresar a España, parece ser que la mujer tenía orígenes familiares de Murcia. El hijo mayor es médico, dermatólogo. Es un pálpito, pero es un buen sitio donde ir a husmear.

El ardid de la venta de productos para el hogar por catálogo siempre me ha dado buen resultado, pero esta vez ha sido difícil convencer a esa mujer para entrar en la casa. Dice más lo que calla que lo que cuenta. Hay muchas puertas cerradas en esa casa. Me ha remitido a la empresa de servicio que le mandan asistentes para la limpieza, lo ha hecho para librarse de mí, pero en realidad me ha dado un filón. No debe conocer la expresión: al enemigo ni agua.

Limpiezas a domicilio Contreras, S.L., están más que hartos de ese cliente, les ha hecho cambiar de personal siete veces en dos años. La mayoría de las empleadas todavía están en la empresa y he podido hablar con algunas. Sin duda parece que en esa casa ocultan algo y no es la reclusión del hijo menor que tiene una disfunción psicológica.”

Después de leer esa última anotación del relato, Verónica se estremeció. “Que frío. Debería haber encendido la calefacción al entrar”, pensó Verónica mientras se frotaba enérgicamente ambas piernas de las caderas a las rodillas para entrar en calor, “aunque en esta oficina no ha hecho nunca falta encenderla porque el sol que entra por las ventanas es impresionante, será que llevo tiempo aquí sin moverme”. Miró el reloj de la estantería, marcaba las 9:58 H. Se quedó mirando esa última anotación de Berni en aquel documento, absorta con esa sensación de estar esperando un tren que ya ha pasado. Agradeció que sonase el timbre del interfono, sea quien fuese la despertó trayéndola de nuevo a la realidad, se sentía algo mareada, lo achacó a que había desayunado poco. Se dirigió al interfono con la intención de anunciar al que llamaba que la oficina estaba cerrada momentáneamente hasta nuevo aviso.

- “Hola, buenos días, ¿quién llama?”

- “Hola, buenos días, soy el comisario Fernández de Homicidios, quisiera hablar con Verónica Rodríguez.

 

CAPITULO TERCERO

AMISTAD

 

Verónica conocía sólo de vista al comisario Fernández, de haberlo visto en conferencias y congresos del Colegio de Detectives Privados, con eso era bastante para reconocerle y dejarle entrar en el despacho sin tener que confiar solamente en las credenciales.

- “Perdona que me presente así de repente, mira que le dije multitud de veces a Berni que nos presentase formalmente, pero se ve que ha imperado más en él el acuerdo de no hacer ostentación de nuestra amistad. Voy a lo conciso porque no dispongo de mucho tiempo, está el departamento a tope de servicios y con escasos recursos. Me he enterado esta mañana de lo que le ha pasado a Berni. El informe definitivo del forense lo orienta hacia una agresión intencionada. Sé por experiencia que en estos casos es mejor no poner sobre aviso al agresor de que se cataloga el incidente como intento de asesinato y que se inicia una investigación policial, además las pesquisas que hacéis desde vuestro sector son más discretas y ahuyentan menos. Así que he optado por colaborar con vosotros, intuyo que estarás trabajando en el asunto junto con Antonio, cierto ¿no?”

Un solo “sí” llegó a pronunciar Nica, como si todavía no saliese del todo de su mareo.

- “Me da la sensación de que he entrado demasiado deprisa, quizás debería contarte primero cómo y cuánto conozco a Berni. Pues verás, hace siete años se presentó en mi despacho. No recibo a nadie sin previa cita, tengo una agenda muy bien planificada y bien controlada, lo dispuse así cuando entré en el cargo, sin embargo Berni lo consiguió, su ardid fue muy bueno, no entro en detalles, sólo te lo digo para que sepas que aquél detalle fue el primero que me hizo prestarle atención a lo que contaba. La verdad es que su historia no tenía mucho de verosímil, pero tuvo el acierto de exponerlo concisamente y con claridad, denotando convencimiento en los hechos que narraba. La primera sensación que tuve fue que la situación le había superado y se agarraba a una intriga demencial para justificarla. Sólo quien ha vivido una experiencia demencial es capaz de comprenderlo. Mi hijo murió en un accidente de moto, tardé mucho en asimilar que fue un accidente, creí que fue provocado por alguien para vengarse de mí, mantuve el expediente abierto por asesinato durante años. No quedó nada ni nadie por investigar, desde el taller mecánico donde hacía las revisiones a la moto, hasta los funcionarios de limpieza de la zona donde ocurrió. Algún detalle tenía que relacionar el suceso con una etapa de mi vida laboral, alguien tenía que ser el culpable y yo acabaría atrapándolo. Entré en una inercia de locura de la que no sé ni cómo salí. Y allí estaba Berni contándome que el accidente de coche de sus padres había sido intencionado, una conspiración para matar a sus padres, abogados especializados en casos de herencias recién jubilados. Le miraba mientras iba exponiendo su trama y me veía a mí mismo, pero más joven. De hecho, podía ser mi hijo, tenía más o menos la misma edad con la que murió mi hijo, con toda una vida por delante. No pude ni quise mandarle a su casa con cajas templadas, su dolor me llegó al alma. Así fue como nos conocimos, le dediqué todo mi tiempo personal que desde mi demencia personal estaba vacío y oscuro, mi mujer acabó solicitando el divorcio.  La investigación de Berni acabó por devolverme del todo al mundo real y sacó a Berni del pozo. Cuando una conclusión no se deduce de las premisas de las que se dispone hay que examinar las premisas para averiguar cuáles son las que llevan a esa conclusión. De nuestra investigación obtuvimos la certeza de que no había ninguna premisa que concluyera que el siniestro del coche de los padres de Berni fuese provocado. Fue una investigación larga e intensa, creo que tanta intensidad influyó en que se declinase por la carrera de investigación que había empezado a estudiar y abandonase la práctica jurídica de la que venía laboralmente. En mi opinión creo que se perdió un buen jurista, se inclinó por ayudar a la gente a encontrar respuestas a sus preguntas. Berni es un buen chico, tiene un fondo sincero, ha tenido la circunstancia, yo la llamo así, de vivir una experiencia traumática que le ha bloqueado una parte de su vida. La llamo circunstancia porque realmente no se puede saber si es mala suerte o buena suerte lo que cambia tu vida y que al mismo tiempo cambia la vida de los que te rodean. Absurda manía de calificar las cosas. Lo dicho, circunstancia, ni buena ni mala. Lo importante es superarla. A Berni le falta abrir la puerta a sus sentimientos, no por dejarlos encerrados no va a volver a sufrir y creo que ya estoy hablando demasiado. Le he tomado aprecio. Con él sigo sintiéndome padre. Espero que se recupere pronto. He mandado una vigilancia continua en el hospital para que nadie vuelva a atentar contra él. He estado esta mañana en el hospital para disponerlo todo y he quedado con Manu para reunirnos aquí sobre esta hora, él dijo que avisaría a Antonio y que tú ya estarías en el despacho, así que estarán por llegar.”

Verónica se encontró relajada, como si toda aquella información le hubiera dado un empujón anímico, se sentía vital, notó como esa sonrisa delatadora se le implantaba en el rostro y empezó a contarle su hallazgo al comisario: “He encontrado en el portátil de Berni un archivo en el que explica la investigación en la que estaba trabajando. Va narrando día a día las averiguaciones que hace y se centra en una determinada familia y casa cerca de donde le encontraron. Seguro que está relacionado.”

- “Eso es estupendo. Así cerca la búsqueda y la investigación será más rápida.”

- “Voy a preparar un café bien cargado para todos mientras esperamos a que lleguen para concretar los datos de los que disponemos y preparar el planteamiento del caso”, dijo Nica mientras se levantaba dirección a la parte interna del despacho.

- “Entonces yo voy a bajar a la panadería de aquí abajo para subir algo de bollería con lo que acompañarlo.”

Verónica se apresuró a decirle: “No hace falta, Manu es un adicto a esa panadería, seguro que antes de llamar al interfono se pasa por ella como hace siempre que viene y arrasa con todo lo dulce que pille. Bueno adicto a esa panadería o a otra cercana porque a veces trae pastelillos que nunca he visto en la de aquí abajo y la verdad es que están buenísimos.”

Justo en ese momento sonó el timbre del interfono.

- “Ya abro yo”. Dijo el comisario Fernández.”

En cuestión de pocos minutos ya estaban todos sentados en la sala de juntas, cada uno con su taza de café humeante y en el centro de la mesa un montón de pastelillos como para que no sintieran hambre hasta la hora de la comida. El comisario Fernández expuso rápidamente las conclusiones forenses sobre el incidente, todos los datos de que disponía el departamento sobre el asunto y su predisposición a ayudarles en todo lo que necesitasen para la investigación, empezando por la custodia continua de Berni en el hospital para que ellos dispusiesen de todo su tiempo en resolver el incidente. Verónica les resumió todo lo que había averiguado, desde que faltaba la cámara oculta de Berni hasta el archivo del portátil de Berni donde explicaba la investigación que estaba realizando. Para concretar los hechos y datos con exactitud Verónica abrió el portátil y buscó el archivo. Todos estaban atentos a ella, preparados para anotar los nombres y direcciones exactas para empezar a investigar. Enseguida se percataron de que algo no iba bien. Verónica permanecía en silencio, su mirada iba de arriba abajo y a ambos lados, escrudiñando la pantalla del portátil.

- “No está. No lo encuentro. No puede ser. Estaba en los documentos.” Con el índice de su mano derecha iba abriendo y cerrando el programa en la zona táctil del comando, sus movimientos cada vez eran más rápidos y los golpecitos en la zona iban denotando el incremento de su estado de nerviosismo.

- “Déjame que pruebe yo”, dijo Antonio.

Antonio era un experto en todo lo relacionado con la informática y la electrónica, de hecho, era él quien se ocupaba de todo el equipo informático en el despacho de Berni.

- “¿Cómo dices que se llama el archivo?”

- “Tiene el nombre del conocido tuyo Manu de la Urbanización Los Conejos que está buscando a su hija desde el 2010.”

- “Andrés Martínez. Su hija Lucía desapareció sin dejar rastro. Berni no me dijo que al final se decidiese a investigar el asunto. No me digas que lo que le ha ocurrido está relacionado con la desaparición de Lucia.” Manu miró a Nica como esperando una contestación negativa que le quitase ese sentimiento de culpa de haber metido a su amigo en esa situación.

- “Parece que los datos que averiguó Berni sobre ese asunto le llevaron a la zona donde ha tenido el incidente, pero no tienes que sentirte culpable por haberle propuesto la investigación, el mundo es una imprevisión autónoma.” El inspector Fernández intentó consolar a Manu que se había quedado pálido y con el rostro desencajado. Verónica le echó una mano contándole que en el relato de los hechos Berni dejaba claro que le había sentado bien ocuparse de esa investigación, e incluso que las averiguaciones le habían llevado a volver a ver y hablar con la Sra. Albadalejo que llevaba el tema de la compra de la casa de sus padres, sin caer en depresión. Todos en aquella sala eran amigos de Berni, amigos verdaderos y conocían la historia de la muerte de sus padres, aquél terrible accidente mortal que sufrieron cuando regresaban a su casa de Torrevieja después de haber visitado la que sería su nueva casa en Murcia. Ya habían hecho varias veces ese camino, de hecho, llevaban semanas visitando propiedades en Murcia. Desde que se jubilaron y cerraron su despacho profesional, tenían claro que querían mudarse de ciudad, hacer un cambio total en sus vidas. Dejar atrás personas y sitios conocidos, estrenar nueva casa, nuevos vecinos, nuevo entorno, nuevas tiendas a las que ir. Habían tenido clientes que les habían hablado de que en Murcia había muchas urbanizaciones y que no estaban tan sitiadas con turistas como en Alicante, así que optaron por ir a indagar y así fue como conocieron a la Sra. Albadalejo, que de tanto enseñarles propiedades acabaron conociéndose a la perfección, tanto que cuando Berni fue a darle la noticia del accidente para que paralizara todo el trámite de papeleo de la compra de la casa, ella le identificó apenas entró por la puerta. Aquella experiencia le había sobrecogido tanto que más de una vez se la habían oído contar a Berni. Cuando entró en la inmobiliaria no le dio tiempo ni a identificarse a la recepcionista que había en el mostrador de la recepción, cuando de dentro de la oficina salió una mujer toda dispuesta con paso enérgico hacia él, se le abalanzó dándole un emotivo abrazo y hablando sin parar.

- “Hola soy la Sra. Albadalejo y tú eres Berni sin dudarlo. Eres idéntico a tu padre y tienes esos ojos verdes grisáceos de tu madre. Tus padres siempre están hablando de ti, de lo orgullosos que están de su hijo. Sienten algo de nostalgia por haber tenido que cerrar su despacho y no habértelo traspasado a ti, pero se les cae la baba de admiración cuando narran como abriste tu propio despacho y te has hecho una cartera de inmobiliarias como clientes. Sabes, cuando te traslades aquí ya tienes tu primera cliente confirmada. Mi inmobiliaria mueve un montón de asuntos, tienes trabajo asegurado como para no notar el cambio de ubicación. Tus padres dicen que no lo tienes muy claro eso de trasladarte, pero ya verás cómo entre todos te convencemos.”

No paraba de hablar y a Berni a medida que ella iba narrando todos los planes que le habían comentado sus padres, iba desencajándole más el rostro y poniéndosele los ojos húmedos y brillantes. Intentó en más de una ocasión empezar a hablar y contarle lo del accidente, pero sus labios no llegaban a separarse. Era como si su mandíbula se negase a dar esa información, como si por el mero hecho de callar, no hubiera acontecido lo sucedido. Hasta que la Sra. Albadalejo se percató de que algo no iba bien, le agarró de la mano y se lo llevó a la oficina cerrando la puerta tras de ellos. Allí le abrazó y con tacto y cariño le espetó a que le contase lo ocurrido. Sin duda la Sra. Albadalejo fue una gran ayuda para Berni en aquellas circunstancias, él siempre lo decía. Le trató como a un hijo. Hablar con ella de sus padres, de lo ilusionados que estaban con su traslado y los buenos momentos que pasaron juntos visitando propiedades, fue sin duda un reconstituyente para Berni.

- “Créelo Manu, en la narración de los hechos en ese archivo Berni dice que se sentía bien investigando ese caso. A ver si aparece el dichoso archivo. Yo no lo he borrado. Soy sumamente meticulosa. Si por no borrar, no borro ni los mensajes del correo hasta que no estoy segura de no necesitarlos. Es verdad que no recuerdo bien cómo lo he cerrado. Acabé de leerlo, sentí un frío intenso de haber estado sentada frente al portátil tanto tiempo, me sentí como adormecida, pero cuando sonó el interfono fue como si me despertase, cerré el archivo, bajé la tapa del portátil y fui a contestar al interfono. No entiendo, debería de estar ahí.” Verónica se quedó atenta observando a Antonio que no paraba de teclear comandos en el portátil.

- “No, en la papelera no hay ningún archivo con ese nombre, además no tiene ninguna entrada reciente. Tampoco parece que lo hayas guardado en ningún otro archivo ni carpeta, no hay movimientos recientes. Pero hay una cosa extraña, no sé, nunca había visto algo así. Parece como si hubiera un agujero en la memoria. Es como un salto borroso, nunca había visto una cosa igual. Sin embargo, el programa del antivirus no indica ninguna perturbación, pero aquí hay algo raro.” Antonio seguía haciendo pruebas en el portátil, si alguien podía descifrar lo que le pasaba era él, no había problema informático que se le resistiese.

- “Verónica, ahora que lo tienes reciente intenta acordarte de los detalles y los datos concretos del archivo. Tú puedes, Berni siempre comenta lo boquiabierto que se queda con tu técnica memorística. ¿Es el punto 130 no?”, comentó el comisario Fernández.

Verónica sonrió, era revelador que Berni hiciera esos comentarios sobre ella. Dentro de aquella problemática intrigante, saber que Berni hablaba con admiración de ella a sus amigos, era gratificante.

- “Si el 130, en medio de la frente, reflexología facial, el punto que estimula la memoria y si, mis métodos mnemotécnicos.” Verónica cerró los ojos, se llevó la mano derecha a la frente y mientras se concentraba fijando sus recuerdos en el documento de Berni, con el dedo corazón iba estimulando el punto 130 con ligeros movimientos verticales.

- “Siempre he querido ir al Monte Everest, bonito nombre para una calle. Nueve veces me caí en la pista de hielo cuando fuimos Berni y yo a celebrar el final de nuestro primer caso juntos, el número 9 de la calle Everest. En la urbanización La Alcayna el tema del alcantarillado es complejo, esa fue una de las razones por las que no me decidí a ir a vivir allí, la solicitud de canalización de los desagües en urbanismo, los temas administrativos suelen ir lentos y complejos, mi profesor de derecho Administrativo Luján, un apellido poco común en estas latitudes, aquí es más común Martínez, encuentras tantos como monos en Gibraltar, de haber tenido Marco una mona en vez de mono ¿la hubiera llamado Amelia?, Amelia Luján Martínez, la propietaria de esa casa.”

Así la información fue saliendo paulatinamente, seleccionando los datos relevantes, mientras todos permanecían en silencio anotando cada uno aquellos a los que podía aportar luz. Parecían un súper equipo A, como si hubiesen trabajado juntos toda la vida. Cuando salieron del despacho cada uno tenía ya estipulado el trabajo a realizar. El comisario se encargaría de recabar toda la información sobre la familia de Amelia Luján Martínez que residía en el número 9 de la calle Everest de la Urbanización La Alcayna, Antonio de esclarecer qué o quién había hecho desaparecer el documento del portátil, Manu de hablar con la Sra. Albadalejo para recabar cualquier información que hubiera podido pasar desapercibida y Verónica de recabar más información en la empresa  Limpiezas Contreras, S.L. Quedaron en reunirse nuevamente en el despacho a las tres de la tarde para ya, con la información que hubiesen recabado, acabar de confeccionar el plan de actuación. Verónica fue la última en salir del despacho, fue comprobando que no hubieran dejado nada eléctrico encendido y antes de cerrar la puerta echó un último vistazo al interior, con esa sensación en el cuerpo de que se olvidaba algo, de que le faltaba algo o alguien, lo achacó a que no estaba acostumbrada a salir de aquellas estancias sin dejar a Berni dentro. Aquél era el hábitat de Berni, estar allí sin él se le hacía extraño y tener que ocuparse de cerrar al salir más todavía. Al cerrar la puerta se oyó a sí misma decir hasta luego y al percatarse de ello sintió un calor como cuando se te pone la cara roja por algún sentimiento de vergüenza, se sonrió, se había sentido como cuando acostumbraba a despedirse de Berni al salir del despacho, pero esta vez allí no estaba Berni, el despacho estaba vacío.

El sentido de la vista a veces es pobre, se percibe más con el sentimiento, el sexto sentido. Sentado en su sillón en el fondo del despacho, como siempre lo hacía después de haber concretado con Nica la investigación que llevasen entre manos, estaba Berni, reorganizando sus recuerdos después de todo lo que había escuchado de la reunión de sus amigos. Ahora sus escenas empezaban a encajar con un sentido esclarecedor. ¿Cómo había sido tan descuidado? Se daría de tortas si pudiera. Ahora lo tenía todo tan claro. ¿Por qué será que a posteriori se ven las cosas tan claras? Tenía que ir con Nica, ella corría peligro.

 

CAPÍTULO CUARTO

REVELACIONES

 

Cuando Verónica accedió a la calle vio a Manu que la estaba esperando.

- “Verónica me gustaría comentarte una cosa a solas, por eso he preferido esperarte aquí a decírtelo dentro”.

- “¿Qué pasa Manu?”.

- “Tú sabes que me atrae todo lo paranormal y esotérico, que soy un adepto a lo inexplicable racionalmente.”

- “Sí. ¿Por qué me lo comentas?”

- “Es que ahí dentro he sentido algo. No sé. No tengo esa percepción especial que hay que tener para sentirlo plenamente, pero he tenido esa sensación extraña, ese escalofrío, no sé cómo explicártelo, pero creo que allí había algo que no era normal.”

- “Venga Manu, será la sensación de que faltaba Berni. Yo también me he sentido rara, creo que era la falta de costumbre de estar en ese despacho sin Berni. Incluso al salir me he despedido de él como si estuviera ahí dentro, sentado en su sillón como siempre.”

- “No. No es eso. ¿De veras has notado que Berni estuviera ahí dentro? No, yo no me refiero a eso. De hecho, yo no sé percibir presencias. No sé cómo explicártelo. Lo que me atrajo para meterme en el mundo de lo paranormal fue mi intuición por notar fuerzas extrañas. Me da igual que me tomes por loco. Pero no pienso callarme. En este asunto hay algo muy turbio. Tienes que creerme. No soy un chiflado. Ese despacho es un ático, soleado, nunca ha tenido problemas de cañerías, siempre ha olido a limpio. Hoy me ha parecido estar enfangado, con olor a barro putrefacto, el mismo olor que he sentido en la habitación donde está Berni en el hospital, una sensación desagradable, como estar en un sitio frío, oscuro,…”

No dejándole acabar la frase, Verónica interrumpió a Manu con una expresión evadida en la cara.

- “Frío y oscuridad”.

Ambos se miraron. El silencio rompió la cadena de comunicación, ambos sabían a qué se referían esas palabras.

- “No sabía que tuvieras esas percepciones. Pensaba que sólo eran pensamientos, deducciones o intuiciones, no que fueran sensaciones de verdad. Yo no he olido a nada. El despacho estaba como siempre. Berni nunca me habló de esa faceta tuya. En el documento que ha desaparecido Berni recoge esa expresión: frío y oscuridad, pensé que se refería a esas intuiciones que uno tiene cuando no se ve claro un asunto.”

- “Berni es un buen amigo, de los de verdad, sabe guardar secretos.”

- “Sí, cierto”.

- “No es algo de lo que a uno le guste comentar si no es necesario.”

- “Pero, ¿estás seguro? Igual sólo son ideas, ya sabes, esas sensaciones que te dan cuando estás perdido, pero que sólo son eso, sensaciones que piensas y ya está.”

- “Verónica, lo mío es algo más, son percepciones, las he tenido desde niño y te lo puedo asegurar por la experiencia que tengo, que no fallan. El odio y el amor son sentimientos muy poderosos, si se concentran en un mismo ser se abre un sentido especial para equilibrarlos, esa es la explicación que daba mi abuela a mis percepciones. Yo fui un bebé muy deseado, mis padres estaban súper enamorados, pero de mi padre también estaba enamorada otra chica del pueblo, Marta Villalba, que como veía que mi padre correspondía a mi madre y no a ella, acudió a una mujer que hacía hechizos para conseguir que mi padre se enamorara de ella. Se ve que el hechizo no tuvo éxito ya que mis padres se casaron sin ningún tipo de conflicto, los problemas empezaron a surgir cuando mi madre se quedó embarazada de mí, desde el principio se encontró mal, con dolores, fiebre, vómitos, insomnio, no encontraban explicación a su mal estar, hasta que  mi abuela se enteró de los hechizos que estaba haciendo “la púas” que es como se acabó conociendo a la tal Marta. Ya sabes lo que pasa en los pueblos, se ve que quiso fardar del éxito de sus hazañas cuando mi madre enfermó y la noticia fue expandiéndose hasta que llegó a oídos de mi abuela. Consiguieron que mi madre se recuperase y que yo llegase a nacer a base de remedios contra el mal de ojo. Esa es la historia de mi vida y seguramente la causa de mis percepciones. Soy como un detector de maleficios, sé que suena difícil de creer, pero te aseguro que es fidedigno, infalible, incontrolable, soy como un receptor, no puedo evitarlo. No me gustaría que ahora me vieses como un tío loco o peor aún, como un bicho raro. Sé que Berni te tiene en alta estima y que sabe catalogar a las personas, no te tendría en tan alta estima si pensase que tú eres de las que prejuzgan. En este asunto hay fuerzas oscuras, créeme.” Manu dejó de hablar y se quedó mirando a los ojos a Verónica esperando su reacción.

Verónica sonrió, en su mente se seguían repitiendo las palabras que le había dicho Manu: “Berni te tiene en alta estima, en tan alta estima.” Se percató de que Manu la observaba con cara de extrañeza, como el de que no entiende que después de haberse sincerado y contado un secreto tan íntimo y delicado, el interlocutor se sonría. Verónica se llevó las manos a las mejillas con un acto reflejo cuando notó el súbito calor que le advertía que se estaba sonrojando. En plena conversación trascendental, el comprobar nuevamente que Berni la apreciaba, la había distraído de la información seria que Manu le estaba dando.

- “¡Que Berni me tiene en tan alta estima!”.

- “Vamos Verónica, ¿me quieres decir que no lo sabías? Está loco por ti desde que te vio la primera vez. Si no hubiese sido por el idiota aquél que salía contigo y por lo tonto de capirote que es Berni, ya habríamos comido tarta hace tiempo. Pícaro.” Manu se quedó contrariado con el último adjetivo que había pronunciado.

- “¿Cómo dices? ¿Pícaro Berni?” Preguntó Nica extrañada.

- “No, pícaro yo. ¿Pero qué digo? No. Nada. No sé ni lo que digo. No me hagas caso. Divago.” Ahora la cara de Manu reflejaba concentración, como si estuviese meditando para encontrar la solución a una pregunta planteada.

- “Tiene que ser algo contagiosos, yo también llevo dos días divagando, me salen palabras fuera de contexto. Pero no pierdas el hilo de la conversación, lo de la celebración ya lo hablaremos en otra ocasión. ¿Qué quieres decir con eso de que en el hospital también?”

- “No, espera, luego te lo aclaro. Esto es importante. ¿Qué palabras te han salido a ti?”

- “Pues, déjame recordar, de las que más me acuerdo porque me han servido para buscar pistas en este asunto han sido: barro y mensajes. Barro al subir del garaje tras comprobar que la moto de Berni estaba allí, pero estaba muy limpia, no sé en qué estaría pensando, no había barro por ningún lado. Lo de los mensajes sí que ha sido fructífero, había visto los expedientes y aunque ya había oído los mensajes del contestador ayer, le he hecho caso al subconsciente y he vuelto a mirar el contestador, había un mensaje nuevo, era de Andrés Martínez y como no había visto ningún expediente con ese nombre he ido a mirar en el portátil y así ha sido como he encontrado el archivo en el que Berni ha ido anotando sus pasos en esa investigación. Todavía no me explico qué habrá pasado con el archivo. No lo entiendo.

- “¿Alguna palabra más o algo que te haya llamado la atención o extrañado?” Sobre todo intenta acordarte desde cuándo estás notando que te está pasando.”

- “Pues, no sé. ¿Qué te pasa Manu? ¿En qué estás pensando?”.

- “De subconsciente nada. Comunicación. El pensamiento es un universo abierto que se canaliza en la expresión. Uno puede pensar en cualquier cosa, los pensamientos están en una dimensión desconocida, incontrolada, de hecho, no puedes estar seguro de que tus pensamientos no se mezclen con los pensamientos de otro. Los interlocutores para saber que están en la misma onda de pensamientos tienen que convertirlos en palabras para verificar que su contenido llega al oyente. ¿Lo captas?”

- “Sí”. Nica volvió a retomar la pregunta de Manu sobre la primera vez que se había notado a si misma decir algo extraño. “Ayer por la noche, estaba cansada y supongo que me quedé algo traspuesta, estaba en el salón, quiero decir que sabía que estaba en el salón y quizás debería de haber estado ya en el dormitorio porque la verdad es que ayer fue un día agotador y debería de haberme ido a dormir pronto.” Verónica notó que Manu se estaba desesperando con la larga descripción de la escena.

- “Pero ¿qué dijiste?, ¿qué palabra te salió?, ¿qué fue lo que te extrañó?”

- “Estoy aquí”. Manu y Verónica se miraron, no hizo falta palabras. Verónica continuó recordando en voz alta aquel momento. “Cuando llegué a casa, Huiza estaba ladrando y eso es extraño en ella, es muy tranquila y cuando está sola en casa ni se nota que esté dentro, lo sé porque siempre que llego ella no dice nada, ni un solo ladrido. Sin embargo, ayer cuando llegué estaba ladrando desconsoladamente. No eran los típicos ladridos de alerta porque hubiese escuchado algún ruido extraño, no, eran ladridos de lamento, como los que solía hacer cuando era una cachorrilla y la dejaba sola en casa, de hecho, hacía tiempo que no la oía aullar así. Pensé que echaba de menos a Berni porque con las semanas de duelo y lo del incidente lleva casi un mes sin verle. Ella es muy controladora, no sé por qué hay gente que piensa que los animales no controlan el tiempo que no ven a sus dueños. Huiza parece un reloj. El caso es que cuando entré en el salón parecía que Huiza ladraba al sillón, incluso lo hizo girar, el sillón de Berni, bueno, en el que siempre se sienta cuando viene a casa. Luego, antes de irme a dormir, cuando fui a por Huiza porque ella se quedó allí mientras yo me duchaba y eso también es muy raro, ella siempre me acompaña a todos sitios cuando estoy en casa, coloqué el sillón en su orientación normal, mirando a la mesa donde solemos poner los expedientes y me quedé como traspuesta. Fue entonces cuando lo dije: “estoy aquí”. Nica miró a Manu y le preguntó: “¿Y ahora qué?”.

- “A mí ha sido ahora la primera vez que me ha pasado. Somos buenos amigos, pero supongo que contigo tiene más “feeling”, no se lo tomo a mal. Si no te importa me gustaría ir a tu casa para ver si percibo la misma sensación que en el despacho.”

- “Claro que no. Vamos, iremos en mi coche. ¿En qué tipo de maleficios estás pensando? ¿Y por qué? ¿Y quién? ¿Y para qué? No entiendo.” Verónica no paraba de plantear preguntas sobre el tema, intentando buscar una explicación razonable y acabando en el mismo punto: “No entiendo”.

Manu por el contrario se había quedado callado, atento a sus pensamientos, como con miedo a hablar por si no percibía algún mensaje de Berni. Pero no le fluía ninguna palabra. Llegaron al coche de Verónica igual, ella no parando de hablar en alto cuestionándose posibles planteamientos que aportasen luz al asunto y Manu callado, concentrado, escudriñando cada una de sus sensaciones para intentar descubrir alguna inducida. En el trayecto hacia la casa de Verónica el panorama no varió. Sólo poco antes de llegar surgió otra palabra fuera de contexto.

- “Déjalo”. Surgió entre las alborotadas preguntas que formulaba Verónica y la coletilla repetitiva de su monólogo, “no entiendo”.

- “Ya está”. Manu abandonó su silencio. “Esto no funciona así. Nos estamos ofuscando en buscar una respuesta o algún mensaje y estamos obstruyendo el canal con nuestras propias ideas. Tenemos que relajarnos, actuar normalmente, sin obsesionarnos, atentos eso sí, pero sin tensión.”

- “Eso suena bien, pero es muy difícil de hacer. ¿Cómo voy a relajarme si Berni está intentando decirnos algo? Esto es de locos. Tenemos que hacer algo Manu.”

- “Calmarnos Verónica. Calmarnos.”

Verónica asintió con la cabeza, inspiró profundamente y tras retener unos instantes el aire, lo fue liberando lentamente. “Hay que ver lo que relaja una buena respiración. Cuéntame eso del hospital.”

- “Sí. En el hospital he tenido la misma sensación que en el despacho de Berni, un olor a putrefacto inexplicable. Lo he sentido desde el principio. Llegué a pensar que quizás tendrían algún problema con los desagües de los baños y lo pregunté a las enfermeras, incluso a todos los parientes de los internados que venían de visita. Pero nadie olía lo mismo que olía yo. Recuerdas que incluso te lo pregunté a ti el primer día.”

- “Sí, es cierto y allí sólo olía a alcohol y desinfectante.”

El silencio se instaló como compañero de viaje. Ya no quedaban más de diez minutos para llegar a la casa de Nica, pero no volvieron a hablar hasta que no salieron del coche. Nica aparcó en el interior de su parcela, en la cochera abierta adyacente a la casa, tras pasar la puerta eléctrica de la verja. Podía haber aparcado en la calle, su urbanización tenía unas calles amplias y daba margen a poder estacionar los vehículos en ella sin entorpecer el tráfico en las mismas, pero Verónica tenía costumbre de aparcar siempre su vehículo dentro. Al cerrarse la puerta eléctrica de la verja sonó el habitual ruido de encaje de la puerta metálica con el marco.

- “Con ese ruido seguro que Huiza ya nos habrá detectado”. Exclamó Manu mientras se dirigía a la puerta que había visto dentro de la cochera.

- “Ella ya me ha tenido que oír cuando accedíamos por la curva. ¿Sabías que los perros reconocen los coches de sus dueños por la manera de conducir de éstos? No recuerdo donde lo leí, pero es cierto.”

- “En casa siempre hemos sido más de gatos. Sólo tuvimos un perro cuando yo era pequeño, Luxor, lo recogimos de la calle cuando era un cachorro, estaba magullado como si lo hubiera golpeado un coche. Los primeros días se los pasó durmiendo en la cesta donde dormían nuestros gatos, con ellos, no le tuvieron miedo, es como si notasen que necesitaba calor. Se llevaron bien desde el principio. Ya de grande le pusimos un colchón a su medida, era un cruce de San Bernardo, los gatos se iban a dormir con él en vez de ir a su cesta. Era una pasada verlos juntos. Tienes razón, vivíamos en una casa pequeña en una calle con mucho tráfico, no teníamos garaje, había que aparcar en la calle y Luxor reconocía el coche de mi padre, siempre iba a la puerta de entrada a recibirle antes de que se le oyera ir a abrirla con las llaves, viniera a la hora que viniera, no fallaba ni una. Qué tiempos.”

- “Quién volviese a la niñez, ¿verdad?”

- “Cuando ha sido buena, sí.”

- “Cierto. Ven, vamos por la entrada, esa puerta sólo la uso cuando vengo de compras, tiene acceso directo a la cocina.”

Manu siguió a Verónica, salieron de la cochera y accedieron al jardín, una extensión amplia con ligera pendiente hacia la calle siendo el punto más elevado la casa. Manu ni se había percatado de que el acceso a la cochera llevaba una ligera cuesta hasta ella desde la calle, la rampa bien adoquinada delimitaba perfectamente el jardín en dos lados. No había sendero ni camino pavimentado, todo estaba cubierto por marmolina triturada de color rosa, desde la valla, un muro de metro y veinte con una reja de láminas horizontales inclinadas hacia el exterior, hasta los propios muros de la casa. La marmolina rosa lo cubría todo, rodeando los troncos de los frondosos árboles que se repartían aleatoriamente siguiendo el linde de la parcela. Era un triturado de marmolina agradable de pisar, ni grande ni pequeño y emitía un ruido suave con cada pisada que Manu echó de menos cuando llegaron a la zona de la puerta principal. Desde allí hasta la puerta de la verja exterior había un camino serpenteante pavimentado como el de la rampa a la cochera.

- “Me encanta el sonido que emite esta marmolina al pisarla, es relajante. Pero, ¿cómo la mantienes así de limpia? Con tantos árboles y sobre todo cipreses como hay en la parcela se te tiene que ensuciar una barbaridad.”

- “Gracias, es todo un detalle que lo aprecies. El truco está en una buena aspiradora. Me sirve de relax salir al jardín con la súper aspiradora de jardín, mis cascos de música relajante en los oídos y mis zapatillas de piel, pisar esta marmolina sin suela dura es una gozada. Es mi rato “Zen”. Berni desde que lo probó es un adicto y eso que cuando me vio hacerlo la primera vez opinó que era una temeridad que me evadiese de esa manera porque era un blanco fácil para algún perturbado desde la calle.”

- “Mira que llegáis a ser retorcidos de pensamiento”.

- “En esta profesión siempre hay alguien a quien perjudicas y no todo el mundo sabe encajar bien perder. Prueba de ello lo tienes en lo que le ha pasado a Berni. Y eso es lo raro, con lo previsor que es él que no lo viera venir me extraña, ha debido ser alguien de quien él no sospechaba o deberse a una historia distinta de la que estaba investigando. Quizá buscando lo que le pasó a Lucía se acercó a otro asunto inesperado.”

Verónica iba reflexionando sobre lo que acababa de mencionar, se percataba de que hasta entonces no había pensado en esa posibilidad. Desde que había leído el documento de Berni sobre los últimos trámites que había hecho los días previos al incidente, había tenido claro que en esa investigación tenía que estar la causa de todo, como cercando el círculo donde ir a averiguar y ahora se percataba de que no era un círculo sino un punto del que se ramificaban teorías que desechar. Cuando abrió la puerta principal de la vivienda Huiza estaba allí y como siempre se le abalanzó colocando suavemente sus patas delanteras sobre sus hombros, estirándose al máximo para buscarle la cara y olerla, escudriñándola al milímetro para averiguar de dónde venía. Después se bajó y se dirigió a Manu moviendo el rabo de un lado a otro enérgicamente y sentándose a su lado observándole a la cara esperando ser saludada.  

- “Sabes que no está bien que te salte, ¿verdad? Y encima al inclinarte hacia ella para facilitarle el acceso le estás reforzando que lo haga”, comentó Manu al ver el recibimiento mientras acariciaba con ternura la cabeza de Huiza.

- “Lo sé, pero lo hace con tanto cariño y suavidad que no puedo regañarle por eso, cuando llegue a viejecita ya no podrá saltar y por sí misma dejará de hacerlo. Además, sólo lo hace conmigo. Si ella es feliz haciéndolo, yo soy feliz dejándoselo hacer.”

- “Como consientas así a tus futuros hijos puedes llegar a tener problemas.”

- “¿No serás de esos? Son educaciones distintas. A Huiza no la tengo que preparar para salir al mundo y valerse por sí misma, con suerte puede que lleguemos a estar juntas de siete a quince años, no pienso malgastar tiempo reprimiéndole conductas que no hacen daño a nadie, me amoldo a ella igual que ella se amolda a mí, forma parte de la convivencia ¿no crees?”

- “Visto de esa manera, tienes razón.”

- “Ven, mira, por aquí se accede al salón.”

Accedieron a la sala a través de un recibidor de unos doce metros cuadrados, a mano izquierda había una puerta de madera de haya cerrada y detrás de ella un amplio perchero con paragüero a juego, a mano derecha un conjunto de armarios y estanterías con espejo incrustado cubría toda la extensión de la pared, en el fondo, abarcando toda la superficie había una puerta, también de madera de haya, de dos láminas acristaladas con vidrieras de colores, abierta, dejando una apertura de acceso por la que ya se intuía el salón. A través de la puerta acristalada se accedía a una gran sala diáfana, en la zona de la izquierda estaban los dos sillones junto a la mesa baja de abedul colocada sobre el tapiz de grises difuminados, a la derecha una chimenea con un conjunto de armarios y estanterías con televisión led, flanqueados por un conjunto de sillones encuadrando la estampa antes de una puerta cerrada que antecedía a una barra de bar ante la cual se hallaba colocada una amplia mesa de comedor rectangular con sus ocho sillas. La sala presentaba tres grandes ventanas correderas, protegidas con persianas exteriores a través de cuyos librillos penetraba claridad en la estancia. En la pared de la izquierda había una puerta de aluminio acristalada que accedía al exterior, también protegida exteriormente con una persiana de hierro de librillos.

- “¿A qué hueles?” Preguntó Verónica ávida de información.

- “Romero. Un intenso y fuerte olor a romero.”

- “Esos son los inciensos que enciendo por las noches, me relaja y ayuda a concentrarme.”

- “En esta sala se respira bien, nada que ver con las sensaciones del Hospital y del despacho de Berni. Quien sea que le está trabajando no sabe que Berni venía aquí. Cuando se quiere perjudicar a alguien siempre se han de trabajar todos sus lugares de costumbre para que el hechizo funcione.”

- “Entonces estás diciendo que el hechizo no funcionará, ¿es eso no?, Berni volverá, tiene que volver, hay que aprovechar esto, tienes que encontrar una solución para que Berni pueda volver. Piensa en algo, tiene que haber algo que podamos hacer. Está claro que él sigue aquí, con nosotros, pero tiene que haber algo que le impide volver a su cuerpo, ahí tiene que estar la razón del hechizo. Anda que quien me oiga me trataría de loca como mínimo. Me da igual, es lo único que encuentro con sentido. Mira el informe médico de Berni, lo tengo en la mesa, ayer conseguí una copia, dice bien claro que no hay causa orgánica que impida que Berni despierte del coma, no hay daños cerebrales. Tiene que ser ese hechizo que dices que detectas, no puede ser otra cosa. ¿Puedes hacer algo para anularlo? Tiene que haber algo que puedas hacer.”

- “¿No hay daños cerebrales?”

- “No.”

- “¿Ni falta de oxígeno?”

- “No. Pero no despierta y tú y yo sabemos que está aquí, que se intenta comunicar con nosotros. Hay que hacer lago. Berni me contó que tú vas a clases para hacer viajes astrales. Esto viene a ser algo así, ¿no? Digamos que Berni se ha disgregado de su cuerpo y no puede volver a él. ¿Cómo hacéis para volver de esos viajes astrales?”

- “Yo no he conseguido todavía ninguno, pero la teoría es que es un proceso sensorial, tienes que sentir que tu cuerpo te llama, que tira de ti. Realmente nunca se pierde el contacto con el cuerpo. Es como si te proyectases fuera de él, pero siempre se está unido, con un nexo. ¡Eso es!”

- “¿Qué es?”

- “El nexo nunca se rompe, es como un cordón umbilical indestructible, se le suele llamar cordón de plata. Si el hechizo es para que no pueda volver a su cuerpo, tienen que estar debilitando ese cordón. Habrá que buscar remedios para volver a fortalecer ese nexo.”

- “Y también habrá que buscar a quién se lo está haciendo. ¿Quién puede hacer ese tipo de cosas y con qué? Berni tiene que haber descubierto algo muy gordo y feo para que quien le haya intentado silenciar, después de haber visto fracasado ese intento esté empeñado en que no se recupere.”

- “Yo nunca había oído hablar de ningún caso así, debilitar un cordón de plata. Voy a indagar sobre el tema a ver que encuentro.”

- “Vale, te llevo de vuelta a la ciudad y voy a seguir con el plan de la investigación, voy a ver si hablo con los de la empresa de limpieza.”

- “No vayas.”

- “¿Qué? ¿Por qué no?”

- “No sé. Yo no … no sé. Quizás Berni … yo no …”

- “Ahora sí que voy.”

- “Contonio.” Ahora sí que Manu puso cara de desconcertado total.

- “Vale, nos vamos, venga, llama tú a Antonio, dile que vaya al despacho de Berni que allí le recojo para ir a la empresa de limpieza.” Le dijo Verónica toda resuelta.

- “Que rápida eres, yo ni sabía lo que estaba diciendo.”

 

CAPÍTULO QUINTO

SUBTERFUGIOS

 

La táctica que siguieron para investigar en la empresa de limpieza había sido esclarecedora y prometía dar frutos jugosos. Entrar por separado y con motivos diferentes, pero con un margen de veinte minutos les había proporcionado averiguar que allí se ocultaban secretos y razones ocultas. Verónica entró primero, se presentó solicitando empleo, aportando curriculum vitae con una amplia experiencia en servicio doméstico sobre todo, la fase de rellenado de impresos de datos en recepción fue rápido y fructífero, estaba en plena entrevista con el encargado del personal cuando entró la recepcionista, alarmada porque no sabía cómo sacar de las dependencias de recepción a un detective exaltado que se había presentado requiriendo respuestas a unas preguntas incoherentes que hacía y queriendo hablar con el director de la empresa. Mientras el encargado salió a solucionar el problema en recepción, dejó a Verónica en el despacho rellenando psicotécnicos. Antonio bordó la escena, consiguió no solo entretener al encargado por más de media hora, sino también obtener de él información sobre la gerencia de la empresa y colocar al encargado en una situación de alteración tal que, cuando regresó a su despacho y ante la cordialidad y calma de Verónica, liberó toda esa tensión hablando y soltando más información confidencial de la empresa de lo que nunca se hubiese imaginado ni el más calculador de los investigadores. La táctica había sido fructífera, no cabía duda. Antonio consiguió además una cita concertada con el gerente para el día siguiente por la tarde. Verónica tuvo tiempo en ese rato de soledad, en el despacho, de buscar en los archivos la ficha de la familia de Amelia Luján Martínez en Altorreal y fotografiar el amplio expediente con todos los nombres y datos de los operarios que habían mandado allí a trabajar, con la tranquilidad que le daba el distorsionador de imágenes para posibles grabaciones de vigilancia que Antonio había introducido consigo en la empresa para borrar trazas de todo. Cuando el encargado consiguió serenarse, le confirmó a Verónica que les venía muy bien en ese momento su candidatura de trabajo para cubrir una baja. Después de la entrevista de trabajo le enseñaron todas las dependencias de la empresa, incluida la sala en la que se guardaban los materiales de trabajo, el fuerte olor a productos químicos superaba los límites de esa estancia. Era un olor nada agradable, olía como a óxido o a alguna combustión pesada, tanto que Ana, la administrativa que le estaba haciendo el recorrido a Verónica empezó a carraspear la garganta.

- “Mira que llevo camino de diez años trabajando en la empresa y no hay manera de que me acostumbre al olor de esta sección.”

Ana era una mujer de unos cincuenta años, de semblante claro, amable, transmitía cordialidad y confianza, por lo que Verónica entabló rápidamente una conversación indagatoria sin denotar perspicacia en ella.

- “La verdad es que como me proporcionen esos productos para limpiar en las casas, poco tiempo me va a durar este empleo, dudo que nadie quiera que su domicilio huela a eso tan desagradable”, comentó Verónica para empezar una conversación.

- “No mujer, tranquila, es que predomina el olor de los productos que utilizan para la limpieza de maquinarias y metales. Hay que tener cuidado con ellos, recuerdo que una vez que un operario se confundió de producto y cuando fueron a limpiar los objetos de plata armaron un estropicio impresionante, costó lo suyo recuperar el brillo de la plata, por eso de la distribución de los productos solo se ocupa el departamento de industriales”, respondió Ana.

- “Eso suena grande, no creía que esta empresa tuviese una estructura de personal tan importante, como una multinacional o algo así tan complejo, yo creía que era más tipo familiar, por el nombre que tiene: Limpiezas Contreras, por eso me he atrevido a entrar a solicitar empleo”, Verónica empezó a  hacer preguntas como quien no quiere la cosa, para que la conversación durara durante toda la visita de la empresa y así intentar obtener el máximo de información que podía ser valiosa para le investigación.

- “Es familiar, lo que pasa es que, al gerente, mi tío Emilio Contreras, le gusta llevar los asuntos como si fuésemos una gran empresa, pero no te asustes, el famoso departamento de industriales lo llevan él y mi primo Manuel. Desde que enviudó mi tío se volcó completamente en el trabajo, solo hubo una temporada en la que parecía recobrar la alegría de la vida, pero eso fue hace dos años y acabó mal. Pero bueno, cosas que pasan. Además, tenemos el departamento de domicilios, el de oficinas, el de centros comerciales y el de dependencias públicas. Pero no te asustes, realmente sólo funciona rutinariamente el de domicilios, en los otros tenemos pocos clientes, digamos que es una estrategia de imagen”.

- “Con la poca capacidad que tengo en retener nombres ya me estaba preocupando por la cantidad de personal que iba a conocer y tener que recordar”, Verónica usó la táctica de menospreciarse para crear la necesidad de animarla en Ana facilitándole información.

- “Que va, sólo son tres los que dirigen la empresa, mi primo Pedro Fernández que es el que has conocido hoy, es el que se encarga del personal, mi primo  Damián Martínez que es el gerente principal junto con mi otro primo Mario Romero que se encarga de las relaciones. Pero realmente con el único con el que vas a tratar es con Pedro, los otros dos no se encargan para nada del personal. En cuanto a los compañeros de trabajo ya los irás conociendo cuando empieces mañana. Son todos muy majos y no somos tantos en plantilla, este año ha habido bastantes bajas, pero no creas que han sido por despidos, en realidad sólo tuvimos un despido, pero eso fue hace tiempo.

- “¿Qué paso? ¿Qué hizo?” Verónica no quería parecer una cotilla, pero ese despido podía estar relacionado con la investigación, así que concretó la pregunta para encuadrarla en el tema. “¿Hace mucho que ocurrió?”

- “Fue en noviembre de 2010. Me acuerdo por la respuesta que me dio Pedro cuando le pregunté por la causa de ese despido tan repentino, me dijo tajante que para acabar el año teníamos que ser 10 en plantilla como el año en el que estábamos, 2010. Fue justo antes de las navidades, lo recuerdo porque pensé que la pobre Inge lo pasaría fatal, perder el trabajo en esa época en la que se tienen tantos gastos no tiene que ser nada soportable, pero la verdad es que no quise saber mucho porque si ella fue el motivo de que mi tío lo pasase tan mal, no me compadecí de ella”.

- “Que respuesta más rara”, comentó Verónica para intentar que Ana ampliase un poco más la información.

- “Pues sí, porque en ningún año hemos sido en plantilla la cantidad de personas que marcan los dos últimos dígitos del año. Siempre pensé que se inventó esa estrategia para darme una contestación que resultase coherente.

- “¿Supiste algo más de ella?”, Verónica intentó que Ana siguiese hablando de ese tema para ver si sacaba más datos que aportasen luz al caso.

- “No, la verdad es que pensé que acabaría poniendo una demanda contra la empresa por despido improcedente o algo, porque fue una cosa muy rápida y rara, vamos, Inge llevaba poco tiempo en la empresa, como unos cuatro meses, creo que ni llegaba a eso, pero desde el primer día recibimos muy buenos cumplidos sobre su trabajo, no sé lo que pudo pasar. No trascendió nada sobre el asunto. Un día llegó Pedro y me comunicó que Inge ya no era bien recibida en la empresa, que ya le había entregado el finiquito y que si aparecía por allí no la dejase entrar.”

- “Que raro, ¿así sin más? ¿y se presentó después algún día?”, Verónica seguía peguntando porque se dio cuenta de que Ana no parecía incómoda con el interrogatorio.”

- “Que va, no supe más de ella, tampoco pude ponerme en contacto con ella porque cuando quise llamarla para intentar entender algo de todo aquello, ni siquiera encontré su ficha en el archivo y nunca llegó una demanda por el despido, así que supongo que debió hacer algo muy grave para que ni apareciese reclamando, se ve que el sentimiento de culpabilidad pudo más”.

- “¿Igual robaría algo en algún domicilio y el cliente se quejó?”, preguntó Verónica para obtener más información.

- “No, no llegó ninguna queja de nadie, de eso sí que me hubiese enterado, las reclamaciones las llevo yo personalmente.”

- “¿Ana y que baja voy a cubrir yo?”, preguntó Verónica para no parecer una cotilla y dar más bien imagen de preocupación por su recién puesto de trabajo y así, cambiar el tema de conversación, llevándolo hacia el tema de los clientes para intentar llegar a saber algo sobre los Luján Martínez.

- “Tranquila, en este caso es que Berta está de baja por accidente laboral, se tropezó limpiando las escaleras y tiene un esguince y magulladuras que la van a dejar en reposo unos cuantos meses. Nada grave menos mal, la verdad es que podía haber traído más consecuencias esa caída tan aparatosa, pero está bien. Berta es una de nuestras mejores trabajadoras, nunca presenta quejas, se adapta a todo, es una mujer muy cumplidora, puntual, concienzuda, a veces demasiado, lo digo porque parece ser que la caída ha sido por su testarudez en querer dejarlo todo perfecto, se encaramó demasiado para dejar la barandilla brillante. Es una barandilla de acero inoxidable, ya la verás, es una casa muy moderna, llena de materiales con mucho brillo y a la clienta le gusta verlo todo reluciente.”

Ana parecía lanzada en querer contarle a Verónica todos los muebles extravagantes que había en esa casa, pero Verónica prefería obtener más detalles sobre las personas, así que la interrumpió para intentar encauzar la conversación en ese sentido: “Pero ¿es que esa clienta es nueva y Berta no estaba familiarizada con esa barandilla?”

- “No, esa es una clienta de hace años y Berta ya lleva trabajando en esa casa varios meses. La verdad es que esa clienta nos da dolor de cabeza, nunca se queda mucho tiempo con los trabajadores que le facilitamos. Siempre tiene alguna reclamación y tenemos que facilitarle trabajadores distintos, bueno eso fue más bien durante los primeros años, ahora ya lleva una temporada más tranquila, eso parece o al menos es que hemos dado en el clavo mandándole a Berta y Dimitri. Como todavía tienen algunos problemas con el idioma se limitan a hacer el trabajo que les indicamos y no entran en conversación con nadie. Ese es el único punto negativo de Berta, que es muy callada, no me cuenta nada de lo que pasa durante la jornada. Tengo por costumbre al finalizar la tarea en los domicilios, recoger impresiones que podáis tener los trabajadores sobre el grado de aceptación del servicio en los clientes, para mejorar en lo posible el trabajo y así evitar posibles quejas. Pero en el caso de Berta sólo obtengo un “bien, todo bien”. Espero que tú sea más explícita, pero si no queremos volver a las quejas de la famosa Luján, mejor sería decirle que eres extranjera y que no dominas el idioma.”

Verónica intentaba mantener la calma y controlar la excitación que sintió al oír el apellido Luján. Ana tenía que estar refiriéndose a Amelia Luján Martinez, tenía que ser ella, ese apellido no era muy normal por esa zona. Así que se limitó a seguir con la propuesta de fingir ser extranjera: “Pues no parece una mala idea, puedo simular un acento ruso con algunas palabras mal pronunciadas y limitarme a decir siempre “da”, si así consigo no perder el trabajo yo estoy dispuesta, pero como en esa casa alguien sepa ruso se van a dar cuenta de que yo no tengo ni idea.”

- “Lo decía en broma. Es gente muy exigente pero buenos pagadores, ninguna de sus quejas ha sido para no pagar. Siempre pagan en su momento justo, sin retrasos y sin refunfuños. La verdad, ojalá que en ese aspecto todos los clientes fuesen así. Tú no entres en conversación con nadie, haz tu trabajo rápido y bien, no hagas preguntas, si tienes dudas con algo me llamas a mí. Mañana empiezas por esa casa. Ahora te daré la planificación. Salimos a las ocho de la mañana de la central. Tienes que ser puntual …”

El resto de la conversación fue todo sobre la manera de trabajar de la empresa, la distribución de las tareas, el tiempo de permanencia en cada servicio y cosas de organización.

Cuando Verónica entró en su coche después de despedirse de Ana, su teléfono móvil empezó a sonar, era Antonio que la llamaba.

- “Ya empezaba a no soportar la tensión, menuda visita más larga, ahora sí, fructífera un rato. Hay que ver todo lo que te ha largado. Por un momento pensaba que se perdía la conexión de las ondas y perdía el contacto y ya me estaba planeando alguna excusa para entrar a buscarte. ¿Vamos directos al despacho para visionar las imágenes?”

- “Sí, nos vemos allí.

En poco menos de treinta minutos ya estaban Verónica y Antonio en la sala de visionado del despacho de Berni. Las imágenes habían salido nítidas.

- “Tu cámara oculta da buenas imágenes, sin perturbaciones por desconexión de ondas y la manipulas bien, haces unos barridos de habitación lentos y estables, así da gusto visionar las imágenes.” Comentó Antonio a Verónica.

- “Gracias, la verdad es que cuando vi la publicación en “espiacuantoquieras” dudé por el formato que tenía en forma de agenda porque pensé que sería difícil manipularla para que la imagen saliera siempre en posición recta, pero es una maravilla, la cámara está colocada en el eje de apertura y puedes girarlo al gusto, además tiene un ángulo de inclinación ideal, no falla nunca, eso y su gran angular capta toda la panorámica a la perfección. Además, el formato permite que lleve la conexión directa, no va por ondas, así no tiene interferencias y el caso es que da el pego, hasta puedes utilizarla de verdad como una agenda, tiene dietario intercambiable con bolígrafo y todo. Antes usaba una bolsa de mano como la de Berni, pero tenías que controlar siempre la posición del bolso para que la cámara no captase torcida y cuando la ponías encima de las mesas no mantenía la estabilidad, tenía que sujetarla, era muy incómoda. Por cierto, ¿qué crees tú que habrá pasado con la cámara oculta de Berni? Si los que le han atacado se la han llevado ¿crees que sabrán obtener las imágenes?, ¿las habrán destruido?”.

- “El modelo de Berni no lleva pantalla para visionar, hace falta volcar las imágenes en un ordenador con un cable Lan especial de la marca, claro que también se puede usar la tarjeta de memoria y aunque ésta está bastante bien escondida, si se trastea durante un rato se acaba descubriendo el mecanismo. Lo más probable es que con la desesperación por ver las imágenes se hayan puesto nerviosos y hayan optado por destrozarlo todo, al no ser que la agresión no haya tenido nada que ver con la obtención de las imágenes de la cámara y hayan pasado olímpicamente de ésta, pero el miedo a que hayan sido captados en algún momento creo que les habrá llevado a destruirlo todo.  Pero no creo que aparezca entre el barro, vamos, por mucho que la hayan machacado siempre queda la duda de que la policía científica pueda obtener alguna imagen del visionado así que lo más seguro sería destruirla bien destruida y tirarla en un sitio bien distinto del lugar de los hechos.

- “¿Y si le dio tiempo a Berni de esconderla? Igual vio venir el problema de la agresión y la escondió antes de que se le acercasen. Quizás la dejó en algún sitio bien escondida o hasta puede que la dejase a la vista para que fuese encontrada por alguien y con suerte acabase en la policía o en la garita de seguridad de la urbanización”.

A Nica se le iluminó el rostro mientras iba pronunciando esas palabras, quizás con un poco de suerte algo así había ocurrido y podía encontrar la cámara. Permaneció un momento callada, reflexionando, no tenía esa sensación de haber dicho algo retransmitido, de pronto se percató que en realidad llevaba tiempo sin decir cosas inconexas, sintió frío y una extraña sensación de angustia. Miró a Antonio que estaba imbuido en la tarea de apuntar todos los datos importantes de la información que iba dando Ana en la cinta.

- “Antonio, voy a llamar al hospital a ver cómo sigue Berni”

Antonio asintió con la cabeza y siguió enfrascado en su tarea.

Cuando Verónica volvió a la sala de visionado Antonio ya estaba apagando el equipo y dejándolo todo recogido en su sitio, cuando miró a Verónica notó preocupación en su cara.

- “¿Qué ha pasado? ¿Berni está bien?”

- “Ha tenido una crisis de convulsiones, no saben muy bien a qué ha sido debida. Le han conseguido estabilizar. No me han facilitado más información. No sé, no suena nada bien.”

- “No saques conclusiones negativas precipitadamente. Igual es que está reaccionando y su cuerpo está intentando despertar. Hay que tener fe. Berni es un tío fuerte, duro de pelar, seguro que consigue superar esto. En un par de años, cuando recordemos todo esto verás cómo nos reímos de los tontos que fuimos con nuestras preocupaciones.” Antonio mantenía una cara despreocupada mientras le decía esto a Verónica.

- “Eres grande Tonio. Contigo da gusto tratar problemas, siempre eres positivo.”

- “Es cuestión de forzarse en mirar las cosas buenas. Al principio cuesta, pero si vas cogiendo práctica luego te acostumbras y ya lo haces sin pensar. Me parece que Manu te ha estado comiendo el tarro, vienes un poco baja de moral. ¿Me equivoco?”

- “¿Qué pasa es que tiene fama de negativo?”

- “Un poco raro yo sí que le encuentro. Siempre anda sumergido en su mundo extraño, creo que no tiene los pies en la tierra, a veces me descoloca con sus preguntas extrañas y si le interrogas al respecto te da respuestas aún más raras, siempre tiende a ser negativo, rebuscado, creo que está amargado por algo y no levanta cabeza. Es un tío muy majo, pero cuando empieza con sus misticismos mejor no hacerle caso. A Berni lo enreda con los viajes astrales; cuando empiezan a hablar de eso, yo me busco una excusa y me abro. A veces da miedo, parece un pirado del todo. Tiene una imaginación muy desbordada, debería de escribir novelas. Si esta mañana te ha estado liando la cabeza, no le hagas ni caso, pasa completamente de sus cuentos o te volverá loca.”

- “No sé, en sus razonamientos hay algo de coherencia.”

- “Nica, no. Como escuches atentamente a todo lo que dice, te lía fijo.”

- “Pero es que, fíjate: “Raciocinio ante todo”, ese es el lema de Berni y sin embargo me consta que a él le ha convencido con eso de los viajes astrales. Más de una vez comentó que estaba practicando para hacerlos.”

- “Lo que yo te digo, escuchar a Manu atentamente es acabar liándote el tarro. Capaz habrá sido Manu de decirte que Berni está ahora de viaje astral.”

- “No, sí, bueno, algo relacionado, más bien el que no vuelva. Es complicado. No se entiende que no despierte del coma. No tiene daños cerebrales ¿Por qué no despierta? Es como si estuviera disgregado de su cuerpo y no pudiese volver.” Nica estaba intentando buscar las palabras para no incrementar la imagen negativa que Antonio tenía de Manu si le contaba todo lo que habían estado hablando sobre sus sensaciones de maleficios.

- “Nica, no busques respuestas anormales en algo que tiene base científica. Berni ha recibido un golpe muy fuerte en el cráneo, hay que darle su tiempo para que la inflamación baje y su cuerpo reaccione. Ya verás como cuando despierte no nos cuenta nada de ningún viaje astral.”

- “Quizás, no sé, es que, hay algo raro en todo esto. ¿Y si no despierta porque hay alguien empeñado en que no lo haga?”

- “Nica, déjalo, empiezas a sonar rara tú también. El comisario se está encargando de vigilarlo en el hospital, seguro que no deja que nadie que no sea del equipo sanitario se le acerque y habrá verificado que no hay nadie sospechoso entre los que le atienden.”

- “Me refiero a cosas extrañas, que escapan de todo raciocinio. Hechizos, maleficios, cosas así. Ya está, ya lo he dicho, ahora piensa lo que quieras.” Nica se lo quedó mirando para ver cuál era su reacción. Antonio ni gesticuló, la miró a los ojos y permaneció en silencio unos minutos, como si estuviese digiriendo la información recibida.

- “Nica, sé que estás preocupada por Berni y que estás en un estado emocional alterado, pero no tienes que perder el juicio, tú siempre has sido muy sensata, no dejes que esto te afecte. Siempre hay una explicación razonable para todo. Quizás debamos verificar que en el hospital todo marcha como debiera y que no haya nadie mal intencionado, voy a llamar a mi hermano para pedirle que husmee un poco, él está en otra planta, pero ya sabes que todos los de las batas blancas se comunican en la misma jerga, no le costará sacar hasta el último cotilleo de toda la plantilla.” Antonio sacó su móvil y empezó a teclear en él.

- “Gracias Tonio”.

- “Nada, pero no quiero que te sumerjas en el mundo oscuro de Manu. Lo que estamos buscando es la posibilidad de que alguien esté perjudicando la recuperación de Berni, pero con métodos químicos, nada de supercherías ni cosas raras, ¿vale?”

- “Vale”.

- “Pues eso”. Sentenció Antonio.

A los pocos minutos ya estaba todo organizado. Antonio quedó en reunirse con su hermano en el hospital en un cuarto de hora y Verónica ya tenía recopilada toda la información importante obtenida en la empresa de limpieza. Eran poco más de la una y media, la verdad es que el día estaba dando mucho de sí, todavía tenían margen de tiempo hasta las tres, hora en la que habían quedado en reunirse con el resto del equipo en el despacho de Berni nuevamente, así que se despidieron hasta después.

Antonio fue el primero en marcharse, tenía aparcada su moto a pocos metros del portal. Verónica se quedó retenida en una conversación con Esther, la agente inmobiliaria de Berni, en el portal. Aguantó el tipo como pudo, pero esa arpía le caía fatal, sólo podía pensar en la mala suerte de haber coincidido con ella allí. Mientras iba contestando con monosílabos a sus preguntas sobre el estado de Berni, estaba pensando en las ganas que tenía de llegar a casa y achuchar a Huiza, necesitaba recargar sus pilas de cariño. La energía positiva que le había transmitido por la mañana estaba llegando a su fin, el arduo día que había pasado la había consumido casi por competo. Además, quería comprobar si Berni seguía estando allí, hacía tiempo que no le salía ninguna palabra fuera de contexto y eso la estaba alterando, no podía concentrarse, necesitaba sentir nuevamente que Berni estaba con ella. Y aquella mujer no paraba de hablar y de hablar. No entendía como Antonio había pasado de ella saludándola con un rápido hola y no se había quedado a hablar con ella, con ese vestido rojo ceñido hasta el límite de explosión que llevaba puesto con tanta soltura, era un reclamo ostensible. De acuerdo que no le sobraba ni un miligramo de grasa en aquel cuerpo provocativo, pero era incapaz de no imaginar ver explotar las costuras de aquel vestido con cualquier movimiento súbito. Sabía que ese era un pensamiento malintencionado provocado por celos agazapados y eso la ponía encima de peor mal humor, se percataba de que esa era una actitud infantil, sentir celos de aquella mujer ¿por qué?,¿porque era atractiva?, ¿porque explotaba sus encantos femeninos como un reclamo publicitario?, ¿porque se interesaba por Berni?, ¿quizás había una relación más personal entre ellos que la mera transacción inmobiliaria del alquiler del despacho? Nunca había oído ningún comentario al respecto de una posible relación entre Berni y Esther, pero cabía la posibilidad de que esa carencia fuese por diligencia de los contertulios, por no prestar la debida atención a las conversaciones o por discreción de los implicados. Todo era posible, ¿por qué no? La verdad es que Berni y Esther se conocían mucho antes de que ella conociese a Berni. ¿Quizás habían sido algo en el pasado?, ¿quizás lo seguían siendo?, ¿quizás lo eran esporádicamente? Esas dudas y pensamientos eran los que le confirmaban que estaba calada hasta los huesos por Berni. No le había trascendido nunca ninguna relación de Berni, vale que nunca se había dado la situación típica en que esas confidencias salen a la luz, la relación que había habido entre ellos siempre había sido profesional. Realmente conocía poco de la vida personal de Berni, de sus sentimientos. Desde que se conocían, excluyendo sus fiestas de celebraciones, sólo habían coincidido dos veces en eventos fuera del contexto del trabajo, la primera al poco de conocerse, cuando ella le invitó por insistencia de Marcos a su fiesta de socio en el bufete, y la última haría unas semanas, en la fiesta de Marta, fue una sorpresa coincidir allí, cosas del destino. Marta era una amiga del instituto y resultó que su novio era amigo de Berni. Recordando aquel día se relajó, fue increíble la sensación que notó cuando vio a Berni entrar en el salón de Marta, se acordó que pensó que sin duda estaban predestinados a conocerse, aquel abrazo que se dieron para saludarse desprendía más que la mera alegría de encontrar a alguien conocido en la típica fiesta de amigo antiguo reencontrado que te invita a una reunión informal de amigos y en la que desconoces a todos. Aquella fue sin duda una velada para el recuerdo.

Por fin Esther dejó de hablar, Nica se percató de que la miraba como esperando consuelo, la confirmación de que no había sido culpa suya. A pesar de que no había estado todo lo atenta que debería, Verónica había llegado a captar de toda la verborrea vertida por Esther que Berni había tenido un altercado con uno de los operarios de la inmobiliaria, un fontanero o manitas para todo y que a Esther le preocupaba que aquello hubiese llegado a más. Consiguió calmarla como pudo y la despedida fue rápida. A verónica le dio la sensación de que Esther estaba más nerviosa y preocupada por las posibles consecuencias que aquello podía ocasionarle a su operario que la situación de Berni. Eso sin duda no dejaba traslucir que hubiese una relación afectiva entre ella y Berni, más bien transmitía la sensación de que la relación sentimental la tenía con el operario. No había llegado a reconocerlo abiertamente, pero la manera de hablar de aquel hombre y las disculpas que le buscaba con lo de la diferencia de culturas lo daban a entender claramente. No fue muy explícita con el tipo de altercado, pero esa carencia de detalles dejaba entender que tenía que haber sido importante sino porqué omitir detalles. A ella no le había trascendido nada de todo aquel asunto, quizás Antonio supiese algo, así que se esforzó por apuntarlo mentalmente en su agenda cerebral para preguntárselo después cuando se viesen en la reunión. Verónica estaba cansada, no podía pensar en lo que le acababa de contar Esther, ya lo haría más tarde. Se dirigió a su coche y se encaminó a su casa.

 

CAPÍTULO SEXTO

SILENCIO

 

Cuando Verónica accedió al interior del recibidor de su casa Huiza estaba sentada, mirándola atentamente, meneando ligeramente la puntita de su cola y emitiendo un gimoteo suave. Verónica dejó el bolso y las llaves encima de la estantería, se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero, se inclinó sobre Huiza y al mismo tiempo que le hacía sus carantoñas favoritas detrás de las orejas, le iba dando besitos todo lo largo de su delgado morro, desde la trufa hasta el vértice de su cabecita. Se sentó a su lado y la abrazó con ambos brazos, entonces Huiza se dejó caer suavemente sobre Verónica hasta quedar acostada a su lado con la cabeza apoyada sobre sus muslos.

- “Hoy no estás contenta, Berni no está aquí ¿verdad? Yo tampoco le he sentido en todo el día.”

Se quedaron un buen rato así melancólicas hasta que sin saber cómo Verónica reaccionó, empezó a hacerle cosquillas a Huiza por todo el lomo hasta conseguir activarla.

- “Venga bichita, hay que hacer caso a Tonio, ya verás como todo se arregla y cuando vuelva Berni nos vamos a ir los tres de paseo, pero un paseo bien largo, de esos que te gustan a ti, de los que correteas por todo el campo y te llenas todo el pelo de hojas, ramitas, espigas secas y todo tipo de rastrojo que se te enreda para que mami te pase después la carda a conciencia. Anda, vamos, voy a rellenar el expediente con los avances que ha habido mientras tú sales al jardín.”

Pasaron al salón, Verónica abrió la puerta y la persiana de seguridad que daban al jardín de par en par, lo que aportó una claridad a la estancia que la hizo acogedora.

- “De buena gana abría todas las persianas para que entrase más luz en casa, pero hoy tampoco tengo tiempo. Venga peque a hacer pipí y a correr”

Huiza salió al jardín y Verónica se sentó en el tapiz frente a la mesa de abedul, le dio reparo hacerlo en los sillones, por si Berni estaba allí, aunque ella no le percibiese y se concentró en el expediente. Los datos concretos disponibles iban creciendo. Se afanó en ir anotando los datos importantes sobre la empresa de limpieza. En la sección de cosas por averiguar apuntó tres cosas más, averiguar que se escondía en la casa de Amelia Luján Martínez, descubrir qué altercado había tenido Berni con el operario de Esther y preguntar en la caseta de seguridad de la urbanización si alguien había encontrado el bolso de mano de Berni.

Cuando Verónica acabó de repasar concienzudamente todo el expediente, salió un rato al jardín con Huiza, habrían pasado unos quince minutos así que disponía de otros quince para disfrutar un poco de tranquilidad, si conseguía calmarse, antes de ir a preparar algo de comida, ducharse y salir hacia el despacho de Berni. Aquel trozo de jardín era como un edén en el desierto, era su edén, un espacio acotado del resto de parcela con un muro de celosilla blanca de dos metros de altura. Albergaba toda la fachada de esa parte de la vivienda que serían como unos doce metros por cuatro de ancho y aun así no daba con el linde de la parcela, aún quedaban algo más de tres metros hasta los muros del linde. Se podía acceder desde él tanto a la parte de la parcela en la zona de la entrada principal como a la zona del garaje mediante dos puertas que, aunque parecían ser el punto débil de aquella zona recogida, estaban bien protegidas con sendos detectores de seguridad que reforzaban el sistema perimetral de vigilancia de aquél espacio. Esa era la única zona del sistema de seguridad de toda la casa que siempre estaba conectado, por eso Verónica se sentía tranquila dejando la puerta de acceso a la vivienda abierta para que Huiza saliese y entrase cuando quisiese mientras ella estaba dentro de la casa. Cuando Verónica salió por la puerta Huiza estaba acostada en su lugar favorito, en el porche frente a la puerta, justo en el límite de acceso al peldaño de bajada al jardín, en la zona donde los rayos del sol accedían al pavimento, un pavimento de rectángulos desiguales de piedra natural que encajaban sin relación constante y con juntas de dilatación parduzcas de un centímetro de ancho. El color marrón oscuro veteado con grises de las piedras hacía destacar más el verde intenso del césped del jardín al que se accedía después del peldaño. Toda la extensión de aquel espacio acotado estaba cubierto de césped excepto la cascada artificial que daba a la fuente en la zona central del muro frente a la puerta de salida del salón y la zona del extremo alejado de la derecha, reservada con un acotamiento de lindes mediante las vigas típicas de madera de travesaños de carril de trenes, a modo de pipican particular para Huiza.

A Verónica le costaba lo suyo mantener aquel césped con la climatología tan cálida de aquella zona, pero merecía la pena el esfuerzo. Corretear con Huiza por él, tirarse, revolcarse, acostarse en él, sintiendo ese ruido tan peculiar del césped al chafarlo y ese olor tan agradable, era tan relajante, incluso con sólo sentarse en el porche y contemplar la verde explanada ya era una terapia de relax. Verónica había colocado un sofá de tres plazas en el porche en la parte de la derecha al salir de la vivienda al porche, de estructura de madera de castaño maciza y cojines abultados y blandos, de esos que cuando te sientas te hundes como si estuvieses en una bola enorme de algodón que te engulle de piernas a cabeza, acoplándose a tu cuerpo, sin dejar esos molestos espacios sin relleno que acaban provocándote dolor de espaldas o de riñones de esos sofás rígidos. Por la noche era muy agradable salir al porche y sentarse en el sillón con Huiza, taparse con una mantita y quedarse contemplando su edén iluminado con la luz regulable que había instalado en el perímetro. Pero a aquella hora del día lo mejor era sentarse directamente en el pavimento del porche, justo en el linde donde la cubierta del tejado finalizaba y dejaba entrar los rayos solares, cuyo calor absorbían las piedras naturales proporcionando una temperatura tan confortable que parecía estar en un balneario. Increíble que a Huiza le encantase acostarse en pleno sol, desde luego los orígenes del estándar de su raza quedaban muy lejos, a ella le encantaba achicharrarse tanto o más que empaparse el pelo con la fina lluvia que rara vez caía en aquella región; los grandes diluvios eran otro cantar, en esos casos no le gustaba nada salir a su pipican, menos mal que Verónica le había podido confeccionar un chubasquero a medida con botas incluidas para esas ocasiones que también menos mal eran poquísimas. Aunque Huiza tenía una buena pigmentación oscura alrededor de los ojos a Verónica le gustaba protegerla de tanto sol en la cabeza y la cubría pasándole la mano o poniéndole su gorra, con larga visera, ajustable detrás de las orejas, la había visto en un concurso canino de los que iba con Huiza para socializarla. Verónica había seguido a raja tabla el consejo que le dio la criadora de Huiza: “Si acostumbras a tu cachorro a circular con tranquilidad al lado tuyo en un concurso canino, entre tanto barullo de gente y perros, habrás superado cualquier situación estresante futura, eso sí, las primeras veces son difíciles, has de tener mucha paciencia y cariño, pero ante todo seguridad.”  Verónica recordaba su primera vez, tenía claro que con lo de seguridad la criadora se había referido a la postura que debía transmitirle ella a Huiza, serenidad y liderazgo, pero tampoco descuidó la física, le colocó su arnés bien sujeto a Huiza con su buena correa, no entendía cómo podía haber gente que saliera a pasear su cachorro con un simple collar de esos que se quedan anchos porque a la hora de comprarlo no has sabido calcular el tamaño del cuello y que con un simple tirón el cachorro se suelta con facilidad. Con lo fácil que podía ser que el cachorro se asustase por cualquier cosa, se sacase el collar y saliera corriendo perdiéndose. Para empezar, no llevó a Huiza a pasear fuera de casa hasta que no comprobó que la relación con ella se había establecido, que la aceptaba como su pilar de seguridad, que acudía a ella ante cualquier sobresalto y además, el primer concurso la llevó en brazos todo el rato. La verdad es que lo de proyectar serenidad había sido lo más difícil, le costaba bastante mantenerla así que, los primeros concursos, y fueron bastantes, alternaba el llevar a Huiza en brazos con llevarla de la correa. Pasar del arnés y correa a la laja no le fue tan arduo, Huiza aprendió rápido a andar al mismo ritmo que ella, sin tirones, además era una sensación tan agradable la que sentía cuando paseaba a Huiza con la laja, era como andar juntas sin tensión, podía despistarse, entre comillas, sin miedo a perderla de vista. Lo de ir a los concursos había sido una buena idea, Huiza se sociabilizó enseguida, se dejaba acariciar sin gruñir, se acercaba al resto de perros con facilidad, no se asustaba de los sonidos de la megafonía, ni del algarabío que se formaba entre tanta gente. Había que reconocerlo, había sido una buena técnica, además, observando a los propietarios cómo acicalaban a sus ejemplares que participaban aprendías muchísimo. Si algo había deducido de aquellas experiencias era que mirar de cerca el estrés y el cansancio de los que entran al rin te hace apreciar la libertad de la diferencia. Al principio se sentía incómoda, como intrusa en un mundo prohibido, como polizón en un crucero de lujo. Huiza por ascendentes tenía derecho a entrar en un rin, pero por su constitución la hubieran descalificado. Todavía resonaban en la cabeza de Verónica las palabras de la criadora cuando le dejó que se llevara aquella cachorrilla sentenciada a muerte: “Siempre negaré que ha salido de mi criadero y recuerda que no debe criar”. Verónica le estaba agradecida por haberla elegido para que se la llevara, la verdad es que fue providencial llegar antes que el veterinario que debía sacrificarla, aunque también había que reconocer que en la voluntad de la criadora no estaba clara la decisión de ese sacrificio sino no se lo hubiese comentado a Verónica. El caso es que aquello no estaba previsto, ocurrió sin más. Verónica había sido contratada por la criadora para una investigación y ese día le estaba llevando la resolución del caso. Se conocían sólo de unos meses, pero durante aquél poco tiempo habían hablado muchas veces y habían llegado a cogerse afecto. Aquella mujer tenía buen fondo, trataba a sus animales con cariño, el suyo era un criadero familiar, le encantaban los pastores ingleses, toda la decoración de su casa los recordaba, había figurillas y esculturas de ellos de todos los tamaños y en todas las posturas, cachorros, adultos, sentados, corriendo, acostados, saltando, durmiendo, …., era impresionante la cantidad que había llegado a coleccionar. Pero más impresionante era su colección de álbumes de fotos, tenía documentación fotográfica de todas las exposiciones caninas en las que habían participado sus  ejemplares, incluso  los cachorros que había vendido y que habían competido en concursos o exposiciones. La verdad es que era una mujer a la que Verónica había llegado a coger aprecio y confianza, quizás ese sentir mutuo fue lo que propició que le contase lo de aquella cachorrilla diferente, problemática, defectuosa. Era la primera vez en toda su larga experiencia que se enfrentaba a ese dilema, se lamentaba de haber claudicado a la idea de su marido y haber cruzado su hembra con un macho importado de Inglaterra por un amigo. Ella que siempre había sido tan meticulosa en la selección de líneas sanguíneas se había dejado convencer sin estudiar a fondo aquel semental. Aquella cachorrita tenía que caer en manos sensatas que no dejasen propagar el problema o erradicarlo de principio.   En aquella época Verónica lo estaba pasando mal con la ruptura de Marcos, esa sensación de fracaso la había sumido en un estado de repudio a cualquier relación sentimental o que implicase responsabilidad. La verdad es que estuvo reacia a aceptar aquella proposición, no quería ningún compromiso, no se sentía preparada para brindar amor y cuidado a nadie, pero cuando la criadora mencionó lo del sacrificio ya no tuvo que seguir insistiendo, aceptó aquel regalo caído del cielo. Desde aquel momento en el que dijo sí se sintió otra persona, ligera, como flotando en un mundo de nubes blancas y esponjosas, libre de cargas, de problemas, de culpabilidades, Verónica era consciente de que desde el principio Huiza le había traído sosiego a su vida. Aquél sí que fue un día señalado, la criadora le contó que desde que nació se percató de su defecto pero que fue incapaz de sacrificarla y se dio un plazo de treinta días para tomar la decisión. Le comentó a Verónica que no le fue muy difícil detectarlo, era la más pequeña de la camada y se desplazaba con dificultad, los primeros quince días tuvo que estar muy pendiente de ella porque no tenía fuerza para alimentarse por sí sola. Cuando la criadora le iba contando con detalle todo el proceso de aquel bichito por salir adelante se percató de que llevar a cabo aquel sacrificio que había organizado con el veterinario se le hubiera hecho imposible de ejecutar o de hacerlo le hubiera supuesto un acto difícil de olvidar.  Ese trocito de espuma como lo describió la criadora se había ganado el derecho a tener una oportunidad de vida, así que cuando Verónica se la llevó aquél mismo día, la felicidad acampó en tres humanos, en Verónica que se sintió necesaria, en la criadora que sintió fluir la vida y en el veterinario que no tuvo que ser verdugo.   Desde aquel día la relación entre la criadora y Verónica pasó de ser cliente y profesional a ser amigas, la criadora siempre encontraba tiempo para ir a visitarlas y a Verónica le encantaban todos los consejos que le daba y los ponía en uso, sobre todo el de la sociabilización en los concursos, ese sin duda fue el mejor de todos. Lo de la gorra con visera fue un descubrimiento en ellos de agradecer, a Huiza le costó un poco aceptarla, las primeras veces no paraba de darse con las patas hasta que conseguía quitársela, pero con el tiempo se acostumbró a llevarla, es más a Verónica le daba la sensación de que agradecía cuando se la ponía porque emitía el típico suspiro de felicidad aunque no tenía muy claro si lo que agradecía era que se la pusiera o que el hecho de ponérsela implicaba que se ocupaba de ella y por tanto de que la quería, fuera lo que fuera a Verónica le encantaba ponerle la gorra y sentir que era feliz. Era reconfortante estar allí al lado de Huiza recordando buenos momentos, se sentía un poco más relajada. La tranquilidad del edén daba pie al reposo.                                                                                 

El sonido del agua cayendo en la cascada de la fuente participaba en recrear esa sensación de balneario. Había sido una buena idea ponerla, no tan solo estética sino también sensorial. No estaba hecha del típico material de resina simulando piedra, era piedra auténtica, grisácea, de diversos tamaños, pero predominando las grandes, bien encajadas entre sí, sin dejar ningún resquicio por el que se pudiera acumular alguna vegetación acuática. El receptáculo del agua era como un abrevadero alto con estructura exterior ancha de piedra tallada simulando troncos de árboles. Tenía la altura justa para que Huiza no accediera al agua y para poder sentarse o tumbarse sobre ella, aquello último apetecía hacerlo sobre todo en los calurosos días de verano con un bikini y unas buenas gafas de sol. La profundidad del agua en el receptáculo era poco más de un palmo y la anchura de unos cuarenta centímetros, donde ganaba consideración todo el conjunto era en longitud, ocupaba casi un tercio de la pared de celosilla, como unos cuatro metros por los dos de alto. A veces le venía a la memoria a Verónica el enfado que le supuso a Marcos que la instalara. La actitud que tuvo Marcos en toda aquella situación fue uno de los motivos que le hicieron darse cuenta de que aquel hombre no la haría feliz. ¿Qué tenía que opinar él sobre una decisión que tomaba ella para su casa? Era su casa, su dinero y su decisión, eso lo tenía claro ella. ¿Por qué tenía que enfadarse él por eso? Todavía no habían acordado ningún plan en común, es más, por aquél entonces sólo llevaban unos cuantos meses saliendo ¿Es qué, acaso él le había comentado a ella su intención de comprarse un Z3? No, se presentó a recogerla para ir a cenar con el flamante deportivo y ella no le increpó por haber invertido en ese capricho. Esa reacción de él de llamarla irresponsable, caprichosa y despilfarradora, la sumió en un complejo de culpabilidad en el que se quedó encallada mucho tiempo.  Pero toda aquella polémica le hizo reflexionar que quizás esa falta de diálogo y puesta de acuerdo para tomar decisiones, incluso esa necesidad de tenerlos, estaba dando a entender que no estaban hechos para ser pareja. Lo que lamentaba es haber tardado tanto tiempo en asumirlo. Le asaltaron un montón de preguntas ¿Berni hubiese reaccionado igual? No, esa no era la pregunta, la pregunta era: ¿De haber estado saliendo juntos le hubiese comentado su intención de instalar esa fuente en su casa ella a Berni antes de decidirse a hacerlo? ¿Es que ser pareja implica tener que debatir todas las decisiones? ¿Acaso tenía que buscar el consentimiento de su pareja en todo? ¿A la hora de comprar ropa también tenía que buscar el consentimiento? ¿Quería eso decir que tenía que amoldar su vestimenta a la conformidad de su pareja? ¿Si a su pareja le gustaba verla embutida en vestidos tipo Esther significaba que tenía que ponérselos? Que locura, Verónica no entendía como aquella relación que había tenido con Marcos le había alterado tanto su manera de pensar hasta el punto de llevarla al extremo de una inseguridad y culpabilidad agobiantes. Antes de aquella relación nunca se había cuestionado sus decisiones ni sentido egoísta o mala persona. Ni siquiera su lema de toda la vida permaneció intacto, “vive y deja vivir”, después de aquello le asaltaron dudas al respecto. ¿Cómo? ¿Cuáles eran las normas? ¿Qué era lo que se esperaba de ella?  Aunque Verónica ya había superado aquella etapa de zozobra había momentos, como el actual, en el que le volvían a asaltar los miedos. Verónica intentó calmarse, dejarse de dudas existenciales e intentar dejar la mente en blanco descansando un poco, para lo cual se concentró en mirar caer el agua de la fuente desde la zona alta de las piedras. Se le esbozó una sonrisa en la cara recordando el consejo que le dio su hermana para aquello: “No te dejes arrastrar por las fuerzas atrayentes de un agujero negro, míralos como puntos negros, excreciones grasientas, hay que extraerlos y no dejarlos aparecer, crema exfoliante para ellos”. Menos mal que tenía a su familia, los consejos que siempre le daba su hermana Patricia y el ejemplo que veía en la relación de sus padres, eran su mejor medicación. Desde la jubilación de su madre sus padres estaban viajando continuamente, sólo paraban por casa para las fechas clave. La idea se le ocurrió a su madre al contemplar como su padre se aburría en casa después de su jubilación mientras le llegaba el turno a ella, así que se propuso que cuando ambos estuviesen jubilados nada de quedarse sentados en el sillón pegados a la tele y así fue, menos mal que sólo se llevaban dos años de diferencia. Quién lo hubiera dicho, con lo caseros que eran ambos. Verónica se acordaba de cuando eran pequeñas y llegaban las vacaciones, les costaba horrores convencer a sus padres para pasarlas fuera de casa. Aquellas decisiones que tomaban en familia no salían ni de una imposición ni de un debate ni nada parecido, surgían de alguno de ellos y los demás aportaban variaciones, mejoras o incluso ideas completamente contrarias, no había ningún protocolo que seguir a la hora de tomarlas, incluso a veces ni las debatían, a alguno de ellos se le ocurría algo y con eso ya era bastante, hasta a veces había cambios de planes en el último momento y nunca tuvieron conflictos, ni disputas, ni malas caras, ni sentimientos de culpabilidad, en  la vida había que tomar la decisión mejor para el momento y las circunstancias en las que se presentaba. Esa era la vida familiar que ella había tenido de pequeña y era la que quería de adulta, ¿tan difícil era conseguirla? ¿Qué opinaría Berni de aquello? ¿Sería también de los que quieren debatirlo todo? ¿Le gustaría tener siempre la última palabra? Le constaba que en el trabajo él no era así, controlador, autoritario, todo lo contrario, pero ¿implicaría eso que en la vida personal tampoco lo sería? No le conocía realmente, no sabía nada de sus gustos ni de sus hábitos. ¿Cuál era su color favorito? ¿Qué le gustaba hacer cuando llegaba a casa después del trabajo? ¿Cuál era su música favorita? ¿El cantante que más le gustaba? ¿Qué libro releería hasta la saciedad? ¿Cuál era su comida favorita? ¿Qué le gustaba desayunar por las mañanas? ¿Qué cenaba? ¿Había alguna comida que detestase en particular? ¿Qué postre prefería, era de dulce o de salado? ¿Le gustaba comer con la tele encendida o prefería el silencio? ¿Quizás era más de radio? ¿Tenía predilección por alguna cadena en particular? ¿Cuál sería su película favorita? Bueno esa sí que la sabía. Le vino a la memoria aquella tarde en la fiesta de Marta, cuando jugaron a adivinar títulos de películas con el abre y cierra del telón. Estuvo encantador, atento, divertido. Si no hubiera sido porque en aquel momento había pasado poco más de un año de la ruptura con Marcos, quizás le hubiera besado en los labios con intensidad apasionada hasta perder la conciencia. Pero qué estaba pensando, ¿besarle ella?, con lo tímida que siempre había sido, sólo en sueños se le ocurriría hacerlo. De repente se percató de que ya no estaba nerviosa ni ansiosa, se le hacía raro estar pensando en esas trivialidades, sin estar preocupada ni por el estado de Berni ni por el devenir de la investigación, se sentía como si todo estuviese ya encajado y resuelto. Pensó que quizás sería la tranquilidad que se respiraba en su edén la que le proporcionaba ese estado de sosiego, se limitó a cerrar los ojos, dejar caer suavemente su espalda sobre el caliente pavimento y dejarse envolver por él. Sabía que el despertador del reloj de muñeca que le había regalado Berni para su último aniversario, la despertaría a la hora programada. Él sí que sabía hacer regalos, su madre tenía razón.

En efecto, el despertador del reloj de muñeca la trajo nuevamente a la batalla del día, la ducha la espabiló de la somnolencia y la comida, aunque rápida y escasa, le aportó ese subidón que te dan los azúcares. Había seguido a raja tabla la programación mental que se había hecho de las tareas y aun disponía de cinco minutos ganados en esa distribución de tiempo que había planificado, así que los dedicó como hacía siempre que podía a enseñar a Huiza a cerrar la persiana de seguridad de acceso de la vivienda al edén. La idea había sido de Berni, se le ocurrió cuando ella le contó que tenía por costumbre dejarle la puerta abierta a Huiza mientras ella estaba por casa. El método consistía en una cuerda que cogía dos láminas de los librillos de la persiana a la altura del hocico de Huiza y por la parte interna hacía un asa para que pudiese agarrarlo con la boca y tirar hacia dentro cerrando la puerta. La teoría era enseñarle a hacerlo a la orden de “cierra la puerta” y que permaneciese tirando de ella hasta que Nica le pusiera los pasadores de seguridad arriba y abajo. Llevaban casi un mes intentándolo y no había manera de que a Huiza le atrajese la cuerda. Berni no se podía creer que Huiza no aprendiese a hacerlo, sabía que era una perra muy inteligente, se lo había demostrado en muchas ocasiones, sobre todo cuando jugaban en los parques caninos donde habían instalados los elementos de agility, así que lo achacaba al tipo de cuerda. Nica sabía que no era problema de la cuerda ya que había usado la cuerda típica con las que se fabrican los juguetes para perros en los que pasan una pelota por el medio y sirve para luchar por la posesión de la pelota. La dificultad estaba en el problema que tenía Huiza en la mandíbula, le costaba agarrar bien las cosas por la diferencia de largura entre la mandíbula superior y la inferior, enogmatismo era el término científico.   Esa formación anormal le dificultaba la mordida. Así que le había hecho una asa grande de la que tirar para que pudiera acceder a ella con facilidad, pero seguía resistiéndose a agarrarla. Nunca habían jugado a recuperar piezas, ni pelotas, ni platos, ni nada parecido. De cachorra le había comprado un juguete de goma con forma de rueda de unos quince centímetros de diámetro para que fortaleciese la mandíbula mordiéndolo, aunque rara vez la veía con él en la boca, la prueba de que lo cogía estaba en que el juguete aparecía por cualquier sitio de la casa. Por ello Nica se había percatado desde el principio que Huiza, aparte de tener problemas para agarrar las cosas, le disgustaba poner en evidencia su problema, además sólo se dejaba tocar la mandíbula por ella, ni siquiera Berni había apreciado nunca esa diferencia, cuando se acercaba a la zona acariciándola Huiza se escabullía sigilosamente, así que ese era su secreto de chicas. Pero Nica no desistía en el empeño de enseñarle a Huiza a agarrar esa asa para cerrar la persiana, en el fondo sabía que Huiza entendía el sentido de aquel ejercicio y que algún día decidiría superar su complejo, aunque tenía claro que no sería cerrando esa puerta. Había accedido a intentar enseñárselo a Huiza por la insistencia de Berni, más bien para que dejara de darle la lata con lo de la seguridad de no dejar la puerta abierta. La verdad es que con la de tiempo que sabía que ella tenía esa costumbre, nunca antes le había dicho nada y sólo hacía dos meses que le insistía con eso. Sí, ahora lo tenía claro, algo le tenía que haber pasado para que se volviese tan persistente con lo de la seguridad de la puerta. Sin dudad tenía que preguntarles a los demás en la reunión si sabían que le había podido ocasionar esa insistencia en la seguridad desde hace dos meses. Ya iba siendo la hora de salir hacia la reunión así que dio por finalizada la clase, le dio un montón de besitos a Huiza para que olvidase el mal rato de aprender a tirar del asa, cerró bien todas las puertas y emprendió camino hacia el despacho en su coche.

 

CAPÍTULO SÉPTIMO

OCULTACIONES

 

Nuevamente, sin ser conscientes de ello, estaban los cinco en el despacho en la sala de reuniones. El comisario fue el primero en empezar a hablar.

- “Tengo nuevas informaciones que contaros. El equipo técnico que habíamos puesto en el barranco donde encontraron a Berni ha detectado mediante escáneres térmicos restos humanos en el barro a una profundidad de unos tres metros. La estructura de los huesos indica que podía tratarse de una mujer joven. La investigación no puede avanzar más hasta que no procedamos a excavar el terreno, pero eso implicaría llamar la atención, hasta la fecha todo se ha hecho en cubierto. El equipo ha estado simulando ser un grupo de limpieza de jardinería de la urbanización formado por tres hombres y una furgoneta. Han estado usando también equipo de detección de metales a parte del térmico y escáneres.”

- “Dios mío, Lucia.” Manu no pudo reprimirse, sabía que era prematuro conjeturar quién podía ser el cadáver, pero la coincidencia del lugar podía ser concluyente.

- “No es descartable”, aclaró el comisario. “El caso es que tenemos que aligerar esta investigación, sólo puedo retrasar la excavación un día.”

- “Suficiente. Mañana entro en la casa de los Luján, seguro que allí tiene que haber respuestas. Por la tarde ya deberíamos de tener más información” Comentó Verónica y prosiguió con un resumen de todo lo que habían averiguado Antonio y ella de la empresa de limpieza.

Después de hablar Verónica, Antonio les comunicó que había aparecido nuevamente el archivo perdido de Berni en el portátil, no sabía exactamente qué es lo que había ocurrido, no podía darle una explicación técnica, el caso es que después de mucho trastear el disco duro apareció el archivo sin más.

- “Perfecto, eso significa que funciona”. Exclamó Manu.

- “¿Has encontrado un remedio?” Se precipitó Verónica a preguntarle a Manu.

- “Sal, agua y papel de aluminio, para limpiar la plata. Sólo ha sido un intento, pero parece que está funcionando.”

- “Anda ya Manu! ¿En qué andas metido? El portátil de Berni es de nueva generación, no tiene soldaduras de plata. ¿De qué va todo eso?” Antonio puso tono de sarcasmo y actitud de incredulidad intuyendo que Manu estaba en algo de sus remedios espirituales esotéricos.

- “Bueno chicos, que haya paz!” Dijo en tono un poco alto el comisario.

- “Es que será capaz de decir que Berni está mejorando gracias a sus potingues cuando lo cierto es que se han dado cuenta en el hospital que una de las enfermeras encargadas de ponerle el tratamiento es novata y no ha manejado bien las dosis.” Comentó Antonio.

- “¿Entonces Berni está mejorando? ¿Se sabe ya cuando despertará?” Inquirió Verónica toda excitada.

- “Es cuestión de tres o cuatro días” Respondió Antonio

- “Estupendo” Mencionaron Verónica, el comisario y Manu al mismo tiempo.

- “Eso sí que es telepatía” Comentó Antonio al oír que los tres habían usado la misma expresión.

- “Mira que eres guasón” Le increpó Manu sonriéndole la perspicacia a Antonio. “Tú piensa lo que quieras, pero el papel de aluminio con el agua y la sal no los quito de la foto de Berni hasta que se levante.”

- “Lo que quieras hombre, no me voy a enfadar” Le contestó Antonio.

- “Vale ya, mira que sois como niños todavía”. Exclamó el comisario para que la situación no se convirtiese en confrontación. Para cambiar de conversación les preguntó sí tenían algo más que aportar sobre la investigación.

Verónica aprovechó la pregunta para exponer sus dudas: “La verdad es que a mí me está rondando una idea por la cabeza que me ha surgido a raíz de hablar con Esther este al mediodía.  Me ha comentado algo sobre una disputa entre uno de sus operarios y Berni, pero no ha sido muy explícita, aunque parecía algo preocupada al respecto, me ha dado la sensación de que estaba intranquila por si eso tuviese algo que ver con lo que le ha pasado a Berni. No sé, me ha dejado mala sensación. ¿Vosotros sabéis algo al respecto?”

- “Igual se refería al fontanero manitas ese que tiene contratado, bueno, chapucero más bien. Parece ser que ha estado haciendo reformas en algunos de los pisos de esta finca y no ha dejado nada contentos a los propietarios. Incluso le hizo una obra a Berni en este piso. Le cambió el plato de ducha por una cabina de esas con chorros, una especie de sauna. Fue un desastre, el caso es que tuvo que acabar arreglándoselo el propio Berni y encima el tipo le exigía que le pagase lo acordado. Vamos un fresco de mucho cuidado. El caso es que Berni se enfadó y con razón con Esther, por haber introducido ese tío en la comunidad como fontanero, cuando en realidad no ha hecho ni una sola cosa bien de las que se le habían encargado, pero a la hora de cobrar, sí que sabía exigir que se le pagase, vamos, a la pobre señora del quinto A la atemorizó tanto que la pobre le pagó aunque tuvo que contratar a otro operario para arreglar todo lo que le había hecho mal el tal Yuri ese. Cuando Berni se enteró, le cantó las cuarenta y lo despachó con cajas templadas de la comunidad.” Les contó Antonio.

- “¿Hace cuánto de eso?” Le preguntó Verónica.

- “Más o menos unos dos meses”.

- “¡Eres hombre muerto!” Dijo simulando acento ruso Manu. “Recuerdo que era una expresión que le oí algunas veces a Berni cuando recordaba aquel suceso. Luego añadía: ¡Menudo cabrón!”

- “¿Quieres decir que le amenazó?” Preguntó el comisario.

- “Parece ser que esa era la frase predilecta de ese Yuri, se la decía a todo el mundo cuando no le pagaban por sus chapuzas mal hechas.” Aclaró Manu.

- “Estuvimos siguiéndole un par de días para ver si veíamos algo sospechoso, pero cuando descubrimos que tenía un lío amoroso con Esther, Berni prefirió dejarlo caer”. Añadió Antonio.

- “Bueno, no suena nada bien. No es un tema que debamos dejar sin echarle un ojo, nunca se sabe. Mandaré un par de agentes a hacerle unas cuantas preguntas. A estos pájaros nada les impone, pero más vale que vean un par de uniformes para que respeten un poco. ¿Tienes la dirección y el nombre completo?” Le preguntó el comisario a Antonio.

- “Plaza de los lirios, 3, primero derecha, de Alcantarilla. Yuri Gorchev, le apodan el rumandos.” Aportó Antonio sin mirar ningún registro, esa era su segunda especialidad, recordar direcciones y nombres mejor que una agenda.

- “¿Ha aparecido la bolsa de mano con la cámara oculta de Berni en el barranco?, ¿hay algún dato más con respecto al coche de Berni?, ¿cómo apareció y en qué circunstancias?” Preguntó Verónica al comisario.

- “De la bolsa de mano nada. Con respecto al coche, apareció cerca de la explanada del Malecón, abierto y con las llaves puestas. La verdad es que fue una suerte que lo reconociese un conocido de Berni y diese el aviso a la policía. Todo apunta a que quien lo llevó allí lo hizo con la intención de que se lo llevase un caco y acabase desguazado. No hemos encontrado huellas, ya sé que Berni es muy meticuloso con Dos seises, pero deberían de aparecer huellas de él en las partes lógicas y nada, es como si lo hubiesen limpiado a fondo. Sólo hemos encontrado algunas rozaduras de barro y restos de hierbas. Analizados han dado positivo con la zona del barranco, luego alguien se lo llevó de allí para despistar.”

En poco más de media hora ya tenían todo expuesto y planificado para llevar a cabo, así que dieron por terminada la reunión. No acordaron ninguna hora de reunión para el día siguiente, quedaron en ir informándose por teléfono según fuese avanzando la investigación. El primero en marcharse fue el comisario, pero antes de hacerlo recomendó insistentemente a Verónica que tuviese cuidado el día siguiente en la casa de los Luján, que no se arriesgase demasiado y que no dudase en pedir ayuda a los técnicos que tenía apostados en las inmediaciones del barranco si descubría algo anormal. Además, insistió a Antonio que realizase el control de Verónica en la casa desde la furgoneta del equipo técnico, porque el equipo de barrido de ondas era más sensible y con sistema de limpieza de perturbaciones. Les facilitó a los dos el nombre del sargento encargado del equipo y un teléfono de contacto, aclarándoles que estaba avisado y a la espera de noticias de ellos para coordinar la operación. De hecho, estaban manteniendo una vigilancia continua sobre la zona y preparados para cualquier actuación.

El siguiente en marcharse fue Manu, no sin antes hablar a solas con Verónica mientras Antonio llamaba al sargento del equipo técnico.

- “Verónica tranquila, no creo que Berni tarde tanto en volver, a lo sumo un día. Ya no noto tanto el olor putrefacto, se va diluyendo como la sal en el agua. Me voy ahora a hablar con la Sra. Albadalejo, la llamé esta mañana, no sabía nada nuevo, pero hemos quedado para hablar por si acaso, a mí desde luego me va a venir bien que me cuente las sensaciones que tuvo Berni al volver a la zona donde querían residir sus padres. No se me va de la cabeza que por mi culpa se metiera en esta investigación que no le ha dado más que complicaciones y le ha traído malos recuerdos.”

- “No pienses más en eso. Recuerda: “No hay mal que por bien no venga”. No hay que sacar conclusiones hasta el final de la guerra.”

- “Vale. Eres única. ¡Oye! Mañana llamadme con cualquier cosa, que yo también voy a estar preocupado”.

- “Tranquilo, te llamaré apenas esté de vuelta.”

- “Venga, hasta mañana.”

- “Hasta mañana”

Cuando Verónica volvió a la sala de reuniones Antonio ya se estaba despidiendo del sargento por el teléfono.

- “Ya está todo arreglado para mañana, usaremos el equipo de siempre, se puede acoplar al que tienen en la furgoneta. Me encanta el formato de este equipo técnico, se acopla de mil maravillas a la mariconera. Mucho mejor que el bolso de mano y que la agenda, te da opción a llevarlo encima sin llamar la atención. Ahora te lo preparo con la batería nueva y así tendremos para la mañana completa. Recuerda conectarlo con el primer contacto que tengas, en esta investigación no hay que descuidar ninguna posibilidad, hay muchos sospechosos en juego. Incluso el conductor del vehículo de traslado puede estar implicado. ¿A qué hora os recogen?” Antonio le iba hablando mientras iba preparando el equipo.

- “A las ocho de la mañana en la puerta principal de la empresa de limpieza. Saldré de mi coche a menos cinco así supongo que ya estarán casi todos en el punto de encuentro.” Contestó Verónica.

- “Antes de salir llámame, estaré en mi coche cerca, os seguiré hasta la Alcayna. Cuando te dejen en la casa de los Luján me pasaré a la furgoneta oficial. Usamos la frase de siempre para casos de emergencia. ¿Te parece?”.

- “Vale. – Me pica la garganta – nunca suena sospechoso.”

- “No te apures, esta vez estarás súper controlada, tienen un equipo de detección corporal térmica para los edificios, así que te podremos seguir la pista todo el rato. Además, te voy a preparar también el auricular de formato mp3 para que estemos en contacto, te lo enciendes cuando estés ya en la casa, ya sabes, la pista 5 como siempre, no creo que te llamen la atención por ir con un mp3”.

- “Perfecto. Pero estate atento, no vaya a ser que alguien quiera escuchar la música y me coja el auricular sin que me dé tiempo a cambiar de pista.”

- “Tranquila, ya estaré atento”.

En cuanto estuvo todo el equipo preparado, Antonio le preguntó a Verónica:

- “¿Nos vamos?”.

- “Me voy a quedar un rato más releyendo el archivo de Berni.”

- “Vale”. Antonio se percató de que Verónica quería quedarse sola en el despacho, así que se despidió de ella y se dirigió hacia la puerta de salida, pero antes de abrirla sintió la necesidad de aclararle algo. “Berni es un gran amigo, de los de verdad, no necesitas explicarle nada, se percata de tus problemas sin que hables de ellos. Te lo digo porque se percató de que ver a Esther con el Yuri ese me afectaba. A mí Esther me atraía, de hecho, intenté salir con ella un par de veces, pero ella no accedió. Se ve que no soy su tipo.”

- “Menuda idiota, se ve que tiene que tener el radar de detección de imbéciles averiado”

- “¡Esa es la expresión favorita de Berni!” Exclamó Antonio sonriendo.

- “Sí y mira que es buena, me encanta oírsela decir, lo hace con ese tono tan serio como si estuviese sentando cátedra que te partes de risa. Como le echo de menos.” Mientras lo decía a Verónica se le fueron poniendo los ojos brillantes, con ese brillo cristalino que preludia humedad incontrolable.

- “Ánimo venga, que vamos por buen camino. Ya me voy y te dejo sola, pero recuerda que el agua y los ordenadores están reñidos. Así que controla, ¿vale?”

- “Sí, ha sido un bajón, tranquilo. Hasta mañana.” Verónica cerró los párpados con fuerza y con los dedos índices se exprimió las lágrimas, volvió a abrir los ojos rápidamente y esbozó una sonrisa en su rostro.

Antonio le esbozó también una sonrisa y salió del despacho. El sonido de la puerta al cerrarse fue como un tiro dando el pistoletazo de salida en tropel de las lágrimas de Verónica. Había sido demasiada tensión durante todo el día, necesitaba esa explosión de sentimientos retenidos. Sentía mojarse sus mejillas, congestión nasal, vibrar todo su cuerpo y oía sus sollozos intentando ser insonoros. Quería parar, pero era como intentar parar un chorro de agua cuando la llave de paso se ha roto. Sabía que tenía que volver a controlarse, encontrar el equilibrio emocional al que se había agarrado los días de atrás. Dejarse llevar por la marea puede relajar un poco pero no hay que perder el rumbo en ningún caso. Tenía que encontrar la manera de arreglar esa llave de paso. Oía en su interior una voz débil que le susurraba continuamente: “No llores.” La calma fue ganando terreno a su descontrol y cuando sintió serenidad en toda ella, se secó las lágrimas con pañuelos de papel, cogió la mariconera del equipo técnico, salió del despacho, cerró con llave la puerta de la oficina y se encaminó hacia su coche con la mirada puesta en control automático programado para no reconocer a nadie. No quería tener que pararse para hablar con nadie. El fresco del incipiente atardecer la ayudó a recuperar el color normal de su tez. En cuestión de minutos accedió a su coche. Cuando llegó al parking del hospital no se había ido del todo la claridad del día. Accedió a la habitación de Berni tras pasar el control policial. Berni yacía tranquilo en la cama del hospital, boca arriba con ambos brazos a los lados del cuerpo, conectado al monitor que controlaba su estado. La pantalla iba dibujando un latido continuo con un ritmo constante, sin perturbaciones. Verónica se sentó en el sillón preparado para las visitas acercándolo a la cama, colocó su mano derecha encima de la de Berni y le susurró suavemente:

- “Ya estoy aquí. Ahora estaría bien que el monitor revelase que me sientes.” Pero la pantalla seguía emitiendo el mismo sonido constante.

Verónica permaneció en silencio, se sentía más cómoda hablando con él mentalmente. El estar en aquella habitación le daba tranquilidad porque veía a Berni, sabía que todo estaba controlado y no le ocurría nada malo, pero no le sentía en aquel cuerpo. Cerró los ojos, buscó en sus recuerdos el sentimiento de aquel abrazo revelador y lo revivió notándose fundida a él y susurrándole en el oído: “Tienes que volver”.  En un abrir y cerrar de ojos, vio Verónica que eran las 22 Hs en su reloj de muñeca. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo cuando sientes serenidad. Se incorporó sobre Berni sin levantar su mano derecha sobre la de él y le dio un beso en la frente. Le costó decidirse a abandonar la habitación, se hubiera quedado horas sintiendo el tacto de su piel en sus labios, en su mano, en sus dedos. Prolongó cuanto pudo aquel contacto desplazando lentamente su mano sobre la de él, sintiendo ese calor humano hasta la punta de sus yemas recorriendo toda la superficie de los dedos de Berni hasta el límite de sus uñas. Cuando llegó a su coche a pesar del frio de la noche seguía sintiendo el calor de Berni en su mano. Ese mismo calor transmitió a Huiza cuando ésta la escudriñó concienzudamente al entrar en su casa detectando el olor de Berni. Él estaba con ellas en ella.

 

CAPITULO OCTAVO

ENCUENTROS

 

Eran las ocho menos cinco de la mañana. Todavía seguía predominando la oscuridad sobre la claridad en el despuntar del día, pero ya se podían apreciar las cosas sin enfocarlas con luz. Verónica estaba en el interior de su coche, estacionado en la acera de enfrente de la empresa de limpieza, a unos cuarenta metros, cogió su móvil y llamó a Antonio.

- “Hola, buenos días. Ya estoy lista. Todo “on”. Voy para allá.”

- “Hola. Ya te veo y todo controlado, alto y claro. Buena caza.” Le respondió Antonio.

En menos de dos minutos Verónica llegó al grupo de gente que estaba esperando delante de la puerta de la empresa de limpieza. Ana ya estaba allí, la saludó y procedió a presentarla al resto de compañeros.

- “Bien chicos, ésta es Yolanda, hoy es su primer día, va a sustituir a Berta así que ayudadla en lo que podáis.”

El grupo estaba formado por siete mujeres y un hombre. Las mujeres fueron las primeras en saludarla, algunas con un abrazo, otras con un par de besos y otras con una palmada en la espalda. El último en saludarla fue el hombre, un tipo alto, fornido, parecía extranjero, se había quedado rezagado mirándola de arriba abajo, escudriñándola al detalle, se le acercó cuando hubieron terminado de saludarla las mujeres, se le plantó delante y dijo:

- “Sí, vale, yo soy Dimitri, aquí soy para ayudarte en lo que quieras.” Se estaba abalanzando sobre Verónica cuando de repente se interpuso entre ellos una de las mujeres, de las de mayor edad del grupo, empujándole hacia un lado y diciendo:

- “Anda va, déjala tranquila, que parece buena chica y todavía no conoce lo sinvergüenza que eres.” Se giró hacia Verónica y le dijo: “A éste, no le hagas ni caso. Menudo es él.”

- “Gracias. Me doy por enterada, además no estoy interesada yo ya tengo chico.” Dijo Verónica.

- “Eso no importa. Seguro que ahora es dormido y yo soy aquí.” Se apresuró Dimitri a decir.

- “Mira que eres burro Dimitri, a ver si aprendes a hablar el español correctamente y dejas de usar expresiones raras.” Le reprendió Ana. “Además, Mariajo tiene razón, tienes que dejar tranquilas a las chicas, que están aquí para trabajar no para soportarte. Y en casa de los Luján ni una sola palabra, que lo suyo ha costado conseguir la tranquilidad que tenemos ahora.”

Dimitri se apartó ligeramente del grupo mientras iba mascullando algo entre dientes, seguramente en su idioma porque no se le entendió nada. Verónica se sintió aliviada de que le hubieran parado los pies, se había sentido violentada ya incluso con la mirada que le echó al principio, fue como si la estudiara al milímetro, como quien busca encuadrar a alguien en un contexto. Agradeció que aquél no fuese su trabajo diario. En seguida llegó la furgoneta que las iba a llevar. Fueron entrando todas ellas en los asientos posteriores, Verónica se apresuró a entrar mezclada entre ellas, no quería correr el riesgo de quedarse sentada al lado de Dimitri, pero éste fue el último en entrar y lo hizo sentándose en la parte delantera de copiloto, parecía que esa era la costumbre al igual que el hecho de que hubiera habido algún altercado ya que apenas entró el conductor comentó: “¿Qué?¿Otra vez te han tenido que parar los pies Dimitri? Lo tuyo es no querer aprender a estarte en tu sitio, ¿eh?”

La respuesta de Dimitri no se hizo esperar: “Calla. Arranca ya”. Se notaba que Dimitri no era de los que encajaba bien las reprimendas.

- “Vale hombre. Nos vamos Ana, ¿Algo nuevo hoy?” le preguntó el conductor a Ana, que se había quedado fuera de la furgoneta manteniendo la puerta posterior abierta.

- “Sí. Mira, ésta es Yolanda”. Le dijo señalando a Verónica. “A ella la dejas en la casa de los Luján con Dimitri. Está sustituyendo a Berta, hoy es su primer día.”

- “Hola, soy Pepe. Bienvenida”.

- “Hola. Gracias”. Le contestó Verónica.

- “Venga pues ya estáis listos. Dimitri recuerda que tú sólo tienes que estar una hora en cada casa, hoy te toca de los Luján hasta los Gutiérrez”. Ana esperó el asentimiento de Dimitri con la cabeza antes de despedirse de todos y cerrar la puerta de la furgoneta.

Apenas se cerró la puerta Pepe arrancó la furgoneta y se incorporó con suavidad a la carretera. Durante los primeros segundos fueron en silencio. Verónica estaba a punto de comentar algo para que Antonio no pensase que el equipo se había roto cuando Pepe empezó a preguntarle cosas:

 - “Oye Yolanda, cuéntanos algo de ti. ¿De parte de quién vienes? ¿De quién eres parienta?”

- “¿Parienta? Ah, no, lo mío ha sido por chiripa, una amiga me animó a que me pasase por la empresa y preguntase si había trabajo para mí.”

- “¿Y cuánto tiempo llevas trabajando en la limpieza?”

- “Pues a nivel de empresa así tan grande como ésta es la primera vez”. Verónica no quería dar muchos detalles, sabía que podía cometer algún error en algún comentario así que optó por coger ella las riendas del interrogatorio: “La verdad es que da una tranquilidad muy grande trabajar aquí. Todo parece muy bien organizado. Ana me ha estado contando cómo funcionáis. Es una empresa muy bien estructurada. Lleváis los productos de limpieza una vez al mes a las viviendas, vais haciendo seguimiento del consumo. De eso os encargáis vosotros, así nosotras sólo tenemos que ocuparnos de la limpieza y nos van rotando de viviendas. La verdad es que estoy que no me lo creo con la suerte que he tenido. Lo que me preocupa es la casa por la que me toca empezar, Ana me ha dicho que es una familia muy peculiar, nada de hablar de más, nada de hacer algo que no me indiquen, nada de llevar comida para el almuerzo, ni de ropa de muda, ni bolso grande, vamos, que me está dando un miedo decir o hacer algo inapropiado que no sé cómo actuar, porque tampoco me puedo quedar parada como una tonta, se van a pensar que no sirvo para el trabajo, no sé, ¿alguna de vosotras ha ido alguna vez a esa casa?.”

- “Con razón vienes tan libre de bultos. A mí me extrañaba que no trajeses ninguna bolsa con ropa y merienda, además en esa mariconera que llevas por bolso no entra ni un bocadillo. Ahora lo entiendo, Ana te ha dado instrucciones. La verdad es que con lo de la casa que te ha tocado no has tenido suerte.” Le comentó Pepe. “Me parece que tú Carmen estuviste una temporada yendo a esa casa, ¿no?”.

- “Sí, hace mucho tiempo y lo pasé fatal. La verdad es que todavía no sé lo que hice que le disgustó a la señora y pidió que me cambiasen, pero en el fondo lo agradecí de verdad. Sólo recuerdo que era muy controladora. Ni se te ocurra hacer algo que no te diga ella y mucho menos entrar en algún sitio que no te haya indicado ella. No se te ocurra ser predispuesta, si acabas la faena que te ha indicado no hagas nada por tu propio albedrío, búscala y que te indique otra faena, aunque no te preocupes, no se separará mucho de ti, la tendrás detrás de tu espalda continuamente. Te lo digo porque yo creo que lo que le disgustó fue que a la hora de ir a tirar las basuras me percaté de que no habían hecho bien el triaje y en la bolsa de los plásticos había cartón, dos cajas de tinte de pelo. No sé qué se pensaría, quizás que le estaba rebuscando su basura. ¿A mí que me va a interesar si se tiñe el pelo de negro o no? Menuda maniática. Eso me pasa por tener conciencia ambiental, ya que se seleccionan las basuras para reciclar, que se haga bien, digo yo. Pues parece que en esa casa no funciona así. Yo que culpa tengo sí van con prisas y no se percatan de dónde tiran el cartón. Ahora que ya te digo, ni se te ocurra hacer nada que no te lo haya dicho, aunque veas que hay algo que no va bien. Menuda es esa Luján, aunque parece buena persona, pero creo que tiene que tener un resorte interno que no le funciona bien. Ya te digo, si haces sólo lo que ella quiere todo te irá bien, incluso te da de comer la merienda ella, por eso no quiere que lleves nada a su casa, por eso y porque le dará miedo que te lleves algo de su casa oculto en una bolsa o en el bolso, por eso ya vas bien como vas, con la mariconera esa te sobra.” Contó Carmen.

- “Gracias Carmen, intentaré no hacer nada que no deba”. Comentó Verónica.

- “Tú tranquila, lo harás bien, ya verás.” La intentó animar Carmen.

- “Ésta no dura ni un día” Dijo alto y claro Dimitri.

- “Desde luego, si la empujas como hiciste con Berta.” Saltó Pepe indignado y con tono rudo.

- “Tú calla o …” No le dio tiempo a acabar la frase a Dimitri, Pepe le cortó en seco: “Ya nos conocemos la coletilla, mejor te la callas. No entiendo como Alfonso te mantiene en la plantilla, yo ya te hubiera ventilado hace años.”

- “El jefe es Alfonso no tú.” Le espetó Dimitri riendo a carcajadas.

Desde luego la tensión en aquel grupo de trabajadores era palpable. Durante el resto del trayecto los dos hombres no volvieron a dirigirse la palabra y las mujeres para romper la tensión empezaron a hablar del tiempo, de lo agradecidas que estaban de que se estuviera pasando la ola de frío de los últimos días. No tardaron mucho en llegar al destino. Pepe paró la furgoneta y señalando el portal de la verja de una de las casas le dijo a Verónica: “Ahí tienes la casa de los Luján, Yolanda. Buena suerte.” Al último deseo se añadieron todas las compañeras al unísono.

- “Gracias” Les contestó Verónica mientras bajaba de la furgoneta.

La hora de la verdad ya había llegado. Verónica se quedó en la acera saludando a las compañeras que se alejaban en la furgoneta mientras Dimitri llamaba al timbre de la casa. A los pocos segundos les abrieron el portón de la verja sin preguntar nada, sin aclaraciones, eso solo podía indicar que tenía que haber una cámara colocada estratégicamente para ver quién llamaba a la puerta ya que el timbre era el típico interruptor sencillo, nada de video portero. Al pasar por debajo del dintel del portón Verónica detectó la cámara oculta, era una cámara de seguridad de última generación, muy bien camuflada, indicativo de que en aquella casa se disponía de lo último en tecnología y de que se requería seguridad. Cuando Verónica acabó de entrar, Dimitri con un gesto brusco cerró el portón y le dijo: “Esta puerta siempre cerrada. No quieren que Julio salga. Ahora vete a la puerta principal y llama timbre, no sabrán que vienes conmigo, yo voy al cobertizo a por herramientas jardín.” Aquella indicación le dio a entender a Verónica de que Dimitri desconocía la cámara del portón, pero no le extrañó, en teoría no tenían por qué contárselo a nadie y sólo un entendido en seguridad podía detectarla. Así que no le replicó nada, se limitó a proceder a hacer lo que le había indicado y se dirigió hacia la puerta de entrada. Antes de llegar a la puerta, ésta se abrió y salió una mujer del interior de la casa. Alta, como sobre el metro setenta y cinco. Delgada, una talla cuarenta a lo sumo. Morena, pelo a media melena y liso de peluquería, con volumen. Ojos grises, nariz ligeramente convexa, tez clara, escaso maquillaje. Si el gesto no hubiese sido tan áspero podría decirse que era agradable de ver. Vestía un chándal gris, cuello de cisne blanco y zapatillas de deporte de cuero blancas con franjas grises en los laterales. Se presentó rápidamente: “Buenos días, soy la señora Luján, usted debe ser Yolanda, ¿no es cierto?”  Verónica sólo tuvo tiempo de contestar un simple sí ya que la mujer volvió enseguida a hablar sin darle más tiempo para ninguna otra respuesta. “Sígame, le voy a ir indicando lo que tiene que hacer”. Mientras iban entrando a la casa la mujer iba dándole órdenes: “Sólo tiene que ocuparse de la planta baja de la vivienda, arriba no suba para nada oiga lo que oiga, ni aunque temblasen las paredes. Empezará por la cocina y ya le iré indicando. Han venido ustedes muy temprano, no me ha dado tiempo de despedirme de mi hijo mayor, ahora está sacando el coche, si me doy prisa igual todavía alcanzo a decirle adiós, así que quédese en la cocina esperándome es aquí adentro”. Le indicó la estancia sin ni siquiera entrar ella por la puerta y se apresuró a ir a la sala adyacente. Verónica alcanzó a dar un vistazo rápido de la cocina y se percató de que en la mesa, donde se apreciaba que había habido movida de desayuno, había una billetera abierta que dejaba entrever un montón de billetes de cincuenta euros.

- “Sra. Luján hay una billetera abierta en la mesa de la cocina.” Se apresuró Verónica a indicarle.

- “Este hijo mío no sé dónde tiene la cabeza. Siempre tengo que estar en todo.”  Comentó la señora Luján mientras entraba a toda prisa en la cocina, recogía la billetera y volvía a ir hacia la sala adyacente.

Verónica oyó cómo se abría una puerta y vio a la señora Luján corriendo a través de la ventana de la cocina. Seguramente en la sala adyacente tenía que haber una puerta que daba a una especie de patio interior por el que se debía acceder al garaje y que se veía desde la ventana de la cocina. Optó por quedarse donde estaba esperando a que la señora Luján volviese. Observó que en la mesa de la cocina había dos tazas de desayuno usadas, varias tostadas de pan natural permanecían preparadas con mantequilla en un plato, media barra de pan estaba encima de una plancha de madera junto a un cuchillo de pan de esos de acero inoxidable con mango incluido, todo alrededor estaba lleno de migas de pan, parecía como si hubiesen dejado a medio acabar la tarea de cortar el pan ya que una porción estaba sin cortar del todo. La tostadora estaba encendida, pero sin pan en el interior. La mantequilla en una bandeja de cristal estaba cerca de la tostadora, con el cuchillo de untar al lado. En la mesa no faltaba de nada de lo que uno se pueda imaginar para tomar un desayuno copioso: mermeladas de varias clases, miel, varios tarros de vidrio con diferentes tipos de cereales, una bandeja de madera con quesos diversos, una bandeja con embutidos cortados en lonchas, tomates frescos en un plato, un conjunto de aceitera y salero, un plato de fresas lavadas, una fuente de kiwis, tetrabriks de zumos, en fin, aquello parecía la típica mesa de desayuno self-service de un hotel. Lo que llamaba la atención en toda aquella escena es que había una bandeja cerca del fregadero que parecía preparada para llevar una pequeña muestra de aquel desayuno a algún sitio, sólo faltaba llenar la taza de café con leche que estaba limpia y vacía esperando su contenido. La cafetera estaba llena de café que permanecía calentándose igual que un recipiente eléctrico permanecía encendido calentando la leche. El olor que se desprendía en aquella cocina era muy agradable, incluso le llegó al olfato de Verónica la evidencia de que se habían calentado croissants, buscó con la mirada el microondas y allí estaba la prueba. De pronto entró un chico en la cocina, alto pero ligeramente encorvado, delgado, castaño de pelo rizado. Entró rápido, saludó con un hola muy leve, casi imperceptible. Iba cabizbajo, evitó mirar a Verónica a la cara, se limitó a decir “tengo hambre” en un tono muy bajito. Parecía indeciso como si no supiese qué hacer. Parecía retraído, tímido, inseguro. Verónica empezó a tratarle con normalidad, como si le conociera de toda la vida.

- “¿Qué te apetece comer hoy?” Verónica empezó a hacerle preguntas para dar tiempo a que la señora Luján volviese.

- “De todo.”

- “¿Dónde quieres sentarte hoy?”

- “Donde siempre, aquí frente a la ventana, así veo el patio.” Se sentó donde había dicho y se quedó absorto mirando por la ventana. En ese sitio ya había una taza usada, así que Verónica se la retiró y la dejó en el fregadero para dejarle sitio y siguió manteniendo conversación con él empezando con las preguntas de rigor para evitar posibles reacciones alérgicas. “¿Hay algún alimento que te siente mal?”

- “No”

- “¿No tienes alergia a nada?”

- “No”.

- “¿Puedes comer de todo entonces?”

- “Si”.

- “¿Quieres empezar con unos croissants calentitos?”

- “Si”. Las respuestas de Julio habían sido rápidas y sin titubeos, pero en esta última la velocidad se notaba que había aumentado al igual que el tono al mismo tiempo que se le intuía una amplia sonrisa debajo de aquel flequillo tan largo tras el cual intentaba ocultar su rostro manteniéndolo inclinado hacia abajo.

Verónica le sirvió dos de los croissants del microondas usando el platillo de la taza que había en la bandeja, no quiso ponerse a indagar en que armario estaba el servicio de platos y vasos, ya demasiado se estaba avanzando sin saber qué terreno pisaba, no quería arriesgarse a que la señora Luján la sacase de la casa sin haber ni empezado su investigación.

- “Vamos a esperar a tu madre para que me indique cómo hay que servirte la leche, no creo que tarde mucho.”

- “Vale”. Contestó Julio mientras se iba comiendo uno de los croissants.

No acabó de pronunciar la palabra cuando la madre entró a paso ligero por la puerta.

- “Buenos días Julio, veo que el olor de los croissants te ha despertado.”

Verónica se apresuró a informarle de que se los había dado habiendo confirmado primero que no era alérgico a nada.

- “Está bien Yolanda, a Julio le encantan los croissants, ya te has ganado su confianza porque le has dado dos y todo, yo le suelo poner uno. Ves a dejar tus cosas en el cuarto de servicio que hay ahí en esa puerta y a ponerte el uniforme, allí lo tienes todo preparado. Ya me encargo yo del desayuno de Julio. Ahora cuando vuelvas te explico dónde están las cosas.”

Verónica procedió a ir al cuarto donde la mandaba pensando en qué excusa iba a poner para no tener que dejar allí su mariconera, poco iba a grabar la cámara si la encerraba en ese cuarto. No tardó mucho en volver, fue rápida, se sacó el abrigo que dejó colgado en un perchero que había detrás de la puerta, se soltó la mariconera con cuidado, se puso uno de los uniformes que estaban doblados en una estantería, limpios y planchados, tras buscar el de su talla. Consistían en una bata de color rosa pálido con el emblema de la empresa “Limpiezas Contreras” bordado en la parte delantera del pecho, en la zona de la derecha y unos zuecos de plástico de color rosa claro que venían nuevos en cajas, en la estantería había cuatro cajas, de la talla 37 a la 40. Desde luego la empresa de limpieza apostaba por dar imagen de empresa grande, pensó Verónica, lo más práctico hubiese sido que cada operario saliese de la empresa con su uniforme ya asignado y no tener que disponer de varias tallas en los domicilios de los clientes. Por suerte la bata no disponía de bolsillos. Ya con la bata y los zuecos puestos, se colocó la mariconera estratégicamente en la cintura y salió resuelta hacia la cocina, mentalizándose en ser convincente.

- “Yolanda, la mariconera te va a molestar, más vale que la dejes en el cuarto de servicio.” Le dijo la señora Luján apenas la vio volver a la cocina.

- “No se preocupe señora Luján estoy acostumbrada a trabajar con ella. El que la bata del uniforme no lleve bolsillos es un inconveniente porque no puedes guardarte encima el móvil. Necesito llevarlo encima para estar tranquila. Vivo con mi madre y cuando salgo a trabajar no tengo a nadie que se pueda quedar con ella, no tiene ninguna patología grave pero ya está añosa y siempre me da miedo de que le pueda ocurrir algo, así que se me ocurrió lo de las mariconeras. Las dos llevamos una con el móvil dentro. Es la única manera que vi para que no se olvidara de llevar el móvil siempre con ella. Sólo nos los quitamos cuando estamos juntas. Me quedo más tranquila así, sabiendo que si en cualquier momento le ocurre algo me puede localizar con el móvil. Si dejo la mariconera en el cuarto de servicio no voy a poder oír el móvil si suena.”

- “Si es por eso, ven acompáñame al salón-comedor, lo podemos dejar allí, es la sala central de la planta baja, además tenemos un sistema de altavoces por toda la planta baja, es como el hilo musical pero sirve para escuchar todo lo que pasa en las estancias inferiores, así que si suena tu móvil lo oiremos estemos donde estemos. Es un sistema de seguridad, lo dejamos conectado por la noche, pero para esta ocasión también podemos usarlo.” Le indicó la señora Luján mientras salían ambas de la cocina hacia el salón.

- “Lamento mucho ocasionarle tantas molestias.” Le dijo Verónica para agradecerle el gesto.

- “No es molestia, además esto me confirma que eres de confianza. Me gusta la gente que se ocupa de su familia ante todo. Con esto y con el gesto que has tenido de avisarme de que la cartera de mi hijo estaba en la cocina, te has ganado mi confianza. Además, ahora ya te puedo pedir un favor con toda tranquilidad de que lo ejecutarás. ¿Ves esta cartera de mano?”. La señora Luján le preguntó señalándole la bolsa de mano de Berni que estaba colocado encima de un parador en una de las paredes del salón.

Verónica reconoció en seguida la bolsa de mano de Berni. Intentó poner la cara de póker para no dejar traslucir ningún sentimiento que delatase su alegría al verlo, agradecía de verdad las prácticas que habían hecho en las clases de investigación para conseguirla, era en esos momentos cruciales cuando se apreciaba la importancia de aquellas prácticas, anda que no se habían reído a carcajadas cuando las hacían. Como pudo se limitó a contestar afirmativamente con un único “sí”.

- “Se lo dejó olvidado hace ya algunos días un vendedor que vino a casa. Lo he estado guardando por si volvía a buscarlo, pero se ve que no se tiene que acordar de que lo dejó olvidado aquí porque no ha vuelto a buscarlo. Me dejó una tarjeta de visita con un teléfono móvil, he intentado llamar varias veces, pero aparece como apagado o fuera de cobertura, así que he pensado que lo mejor es llevarlo a la caseta de seguridad de la urbanización, allí tienen una especie de recogida de objetos perdidos. El favor que te comentaba es sí puedes llevarla tú después cuando acabes aquí, me parece que vuestra furgoneta hace el recorrido hacia allí, a mí es que me viene mal acercarme, no es mi camino normal, me haría dar una vuelta impresionante y siempre voy mal de tiempo. Ya había quedado con la pobre Berta que se lo llevase hoy que es lunes, pero el viernes tuvo el accidente. ¿Te parece bien?”

- “Sí, claro, ningún problema, gracias por la confianza.” Se apresuró a decir Verónica con normalidad.

- “Vale, pues puedes dejar tu mariconera al lado así después no se te olvida.” Dijo la señora Luján.

- “Perfecto, es buena idea”. Replicó Verónica mientras se quitaba la mariconera y la depositaba al lado de la bolsa de Berni, orientada adecuadamente para que la cámara y el sensor del altavoz captasen toda la panorámica y el sonido sin perturbaciones.

Mientras volvían hacia la cocina Verónica luchó consigo misma para retener la excitación que sentía al haber aparecido la bolsa de mano de Berni allí, en esa casa, eso confirmaba que Berni estaba buscando algo allí. Verónica iba tejiendo en su interior las posibles premisas que tenían que llevar a la conclusión de lo sucedido. La batería de la bolsa tenía una duración para unas seis horas y eso implicaba muchas opciones de haber grabado algo interesante. Seguramente la intención de Berni no sería dejarla en la casa tanto tiempo. Él no solía arriesgarse a dejarla más de cuatro horas, así que seguramente el día de su ataque debería de estar haciendo tiempo en las cercanías de la casa para volver a por la bolsa. Esas esperas se suelen hacer teniendo a la vista el acceso a la vivienda para ver quién entra y sale, pero manteniendo una distancia prudencial y sin llamar la atención. La calle Everest es relativamente estrecha, no da opción a aparcarse en ella, sin embargo, el número nueve está relativamente cerca del cruce con la avenida principal, se accede desde una rotonda, lo que da margen para una mejor panorámica, pero no desde un coche. No puedes permanecer mucho tiempo estacionado con un coche en una rotonda, así que la opción que queda es la de estar esperando fuera del coche, de pie en la acera, lo ideal sería si hubiese una parada de autobús, ahí sí que pasas desapercibido y con suerte hasta te puedes sentar. Eso es, sentado puedes recibir un golpe en la cabeza con facilidad, aunque midas más de metro ochenta. Verónica ya tenía clara la escena, sólo tenía que confirmar la ubicación de la parada de autobús cuando saliese de la vivienda. Ahora tenía que intentar obtener el máximo de información sobre la vida de los habitantes de esa casa por si la grabación de Berni no aportaba luz al caso, así que se concentró en permanecer atenta a todos los detalles. Cuando regresaron a la cocina, la señora Luján le fue explicando a Verónica dónde estaban las cosas y lo que tenía que hacer. Verónica iba ejecutando las órdenes al instante, resuelta, con familiaridad, aportando conversación banal pero entretenida. En cuestión de minutos creó un ambiente tan distendido que cualquiera que hubiera entrado en la cocina hubiera pensado que Verónica formaba parte de la familia. Así que con naturalidad y sin sentirse observada, la señora Luján fue acabando de rellenar la bandeja del desayuno que había al lado del fregadero, dejando en último lugar el llenado de la taza de café con leche bien humeante, cuando la tuvo ya preparada cogió la bandeja, se dirigió a la puerta y antes de salir de la cocina dijo: “Yolanda, cuando acabe de vaciar el lavavajillas desayune lo que quiera, dentro de un rato bajo yo y pasaremos a arreglar el salón-comedor.” Verónica le sonrió con naturalidad para confirmarle asentimiento. No hay mejor método de obtener una buena cosecha que crear un buen ambiente de cultivo, eso lo aprendió Verónica de su profesor de investigación, se obtienen las mejores respuestas cuando no haces las preguntas, pero creas la confianza para las revelaciones. Se estaba confirmando que en aquella casa había otro habitante más de lo esperado. ¿Alguien convaleciente quizás? ¿Una persona mayor o más bien alguien con una necesidad de atención superior? Verónica mantuvo la naturalidad y la buena predisposición, acabó pronto su tarea y se sentó con una taza de café con leche bien calentita en el vértice de la mesa más alejado de la ventana, para no interferir en la vista panorámica de Julio por la ventana. El ambiente que había creado Verónica era tan confortable que notó que Julio se había relajado, parecía como si hubiese salido de su imaginaria prisión que le mantenía encerrado, indeciso. Buscaba con decisión los productos que había en aquella larga mesa, se preparaba con soltura las tostadas ya hechas untándolas con diversas clases de confitura, incluso se levantó a servirse otra taza de café con leche, sin esperar a que nadie le sirviera y todo ello hablando sin parar de su afición a observar los pájaros de aquella zona. Se le veía tan distinto al chico que había entrado por la mañana en la cocina, incluso la miraba a la cara cuando le hablaba. Es como si hubiese perdido el miedo a ser reprendido o como si se sintiese seguro y escuchado o como si no tuviese miedo a desagradar por la cicatriz que marcaba su frente desde encima de su ceja derecha hasta que se perdía debajo de sus rizos del flequillo. Acabaron de desayunar y Julio ayudó a recoger todo de la mesa y colocarlo en su sitio mientras le contaba a Verónica su último hallazgo, una pareja de perdices que sobrevolaban todos los días sobre las diez de la mañana la Rambla de las Monjas.

Cuando la señora Luján regresó a la cocina, Julio y Verónica ya tenían toda la cocina recogida. Apenas entró por la puerta con la bandeja, Verónica se apresuró a cogérsela y distribuir todo su contenido, platos, cubiertos y la taza, en el lavavajillas, no quedaba ni rastro de comida. Julio se despidió con un hasta luego y salió con prisa de la cocina.

- “Veo que es usted muy eficiente”. Le dijo la señora Luján a Verónica.

- “Hay truco, es que Julio me ha ayudado” Le contestó Verónica mientras limpiaba la bandeja en el fregadero y la colocaba en el escurridor de platos.

- “¿Julio?”. Preguntó la señora Luján con un halo de sorpresa.

- “Sí, es un chico muy agradable y atento.” Contestó Verónica.

- “La verdad es que hoy le he visto bien, como antes del accidente. Hacía tiempo que no le veía así. Julio era un chico brillante, pero el traumatismo en la cabeza le dejó secuelas, sobre todo en el comportamiento, si no se enfada todo va bien.” Dijo la señora Luján.

Verónica se limitó a comentar lo mucho que se veía que disfrutaba Julio con la observación de los pájaros y explicándole a su madre lo apasionado que había sido Julio contándole sus hallazgos en el barranco de las Monjas y lo resuelto que se había comportado mientras lo hacía. Aquella soltura de Julio que Verónica le contaba extrañó mucho a su madre, que parecía algo confusa, la frase concreta que le dijo fue: “Cristobal, mi hijo mayor, ya lleva tiempo diciéndome que igual hemos estado sobreprotegiendo demasiado a Julio, que quizás tanto control sobre él ha sido perjudicial, tendríamos que haber confiado más en él y en su capacidad de recuperarse. Los especialistas nos dijeron que sus crisis violentas irían a más. El miedo te hace cometer estupideces. Pero ¿cómo deshacer una mala decisión si ya está hecha? No sé qué tiene usted Verónica que una se siente cómoda hablando de sus problemas con usted. Y el caso es que además de saber escuchar no deja de trabajar y estar atenta a todas las indicaciones que le hago, así da gusto, va a acabar las tareas antes de lo previsto, nos va a dar tiempo incluso de airear un poco los libros de las estanterías en la biblioteca, que hace tiempo que no les quitamos el polvo.”

Verónica mientras ejecutaba las órdenes que le había indicado, le sonrió suavemente sin pronunciar palabra para no romper ese efecto de voluntad de desahogo de preocupaciones que revelaba la señora Luján y ésta continuó contándole a Verónica todo el accidente de tráfico en el que había muerto su marido y que cambió la vida de su hijo Julio. Con respecto a la afición de Julio por los pájaros le comentó a Verónica que seguramente le venía porque desde pequeño había querido ser piloto de aviones y se había esforzado en los estudios para conseguirlo, de hecho tenía un expediente académico perfecto para ello, siempre tuvo  las mejores notas de su clase en todos los cursos, de no haber sido por el accidente hubiese alcanzado su sueño de ser piloto. Estuvo más de un año convaleciente en el hospital y el traumatismo craneoencefálico le dejó secuelas. La señora Luján no le dio más detalles, se limitó a decir que había perdido poder de concentración y que tenía etapas convulsivas.

Cuando estaban en la biblioteca limpiando los libros de las estanterías la señora Luján tuvo que ausentarse porque Julio la llamó desde la planta de arriba, fue con una simple palabra, “Mamá”, pero la entonación con la que la mencionó daba pie a entender que había algo que le inquietaba. La señora Luján reaccionó de inmediato, le indicó rápidamente el orden que debía seguir a Verónica en la limpieza de la sala y se marchó precipitadamente hacia la planta de arriba sin esperar ninguna señal por parte de Verónica de asentimiento.  Verónica agudizó el oído para intentar deducir lo que ocurría en la planta de arriba mientras iba limpiando meticulosamente los libros de las estanterías. A pesar de que la especialidad del hijo mayor, Cristóbal, era la dermatología, había muchos libros de neurocirugía, traumatismos craneoencefálicos, comprensible por el accidente del hijo menor, pero predominaban los manuales sobre la pérdida de memoria, el síndrome amnésico y eso no tenía mucho sentido con el diagnóstico que la señora Luján le había contado de Julio. A los pocos minutos Verónica oyó como alguien bajaba rápidamente las escaleras desde la planta de arriba, era la señora Luján, la vio cruzar el salón y salir al patio interior. Iba tan deprisa que ni perdió tiempo en cerrar la puerta tras de sí y aquella no era una puerta con cerramiento automático, así que se quedó abierta de par en par y a través de ella llegaban los sonidos externos al interior de la casa. El sonido que emitían las pisadas enérgicas de la señora Luján sobre la gravilla que cubría todo el pavimento del patio se vio perturbado por su voz en tono alto y bastante alterado.

- “¿Cuántas veces le he dicho que no entre en esta zona? Si quiere algo pídalo por la puerta principal. Haga el favor de salir ahora mismo de aquí por donde ha entrado y no vuelva más a esta zona. Además, le tengo dicho que el portón de la entrada tiene que estar cerrado. Cuando acabe sus tareas aquí tiene que salir y cerrar el portón, no dejarlo abierto para volver a entrar cuando usted quiera. Si tiene que volver a entrar llame al timbre.” Los sonidos se iban alejando más, es como si la señora Luján estuviese alcanzando la puerta de acceso al garaje y se perdiese en el interior de éste.

Verónica se había apresurado a acercarse a una de las ventanas para verificar su teoría sobre a quién increpaba la señora Luján, pero sólo llegó a tiempo de ver como cerraba la puerta de acceso al garaje tras entrar ella en su interior, sin llegar a ver a su acompañante. Ya no llegaba ningún sonido, ni del patio ni de la planta superior así que verónica optó por terminar deprisa de arreglar la biblioteca para que quedase tiempo de plática y confidencias.

No tardó mucho en regresar la señora Luján, se la notaba alterada, iba hablando en voz alta consigo misma, eran frases descalificativas hacia sí misma, la más repetida era: “Soy una imbécil”. Entró con la misma velocidad de paso con la que había salido y tampoco reparó en cerrar la puerta tras de sí, igual sería costumbre en ella o los nervios que llevaba encima le impedían fijarse en esos detalles. Cuando accedió a las escaleras y subió a la planta de arriba se le oyó decir: “Tendría que haber ido a la policía desde el primer día”.

Esta vez tardó bastante en regresar a la planta de abajo y ver cómo le iba a Verónica. Fueron como unos veinte minutos en los que la casa permaneció en silencio. De vez en cuando llegaban sonidos de risas de la planta de arriba. A la una y cuarto la señora Luján bajó a la biblioteca visiblemente cambiada, no sólo en el aspecto físico, llevaba un traje chaqueta de color gris claro y unos zapatos de tacón de aguja, sino en el semblante, parecía alegre, reflejaba una cara relajada como si se hubiese quitado de encima una carga pesada y asfixiante. Verónica estaba recogiendo los utensilios y productos de limpieza que había usado.

- “Veo que ya ha acabado Yolanda, muy bien, lleve todo eso al cuarto de servicio, cámbiese y venga al salón que hablemos un rato.”

Verónica contestó con un simple “voy” y en menos de cinco minutos estaba entrando en el salón ya arreglada para marcharse.

- “Espero que la estancia en esta casa esta mañana le haya sido de agrado, por mi parte estoy contenta con su trabajo y me ha encantado su manera de ser. Por mi parte puede venir mañana, aunque puede que yo no esté, en ese caso dejaré alguien al cargo para que le abran la puerta.” La señora Luján iba hablando con una serenidad que dejaba entrever que había algún problema relevante detrás de aquellas palabras.

- “Por su tono creo que le ha ocurrido algo grave”. Le dijo Verónica con tono compungido.

- “Ocurrió hace tiempo y ya es hora de arreglarlo. La verdad es que llevo tiempo soportando esta carga, sin ver solución, pero al ver hoy a Julio tan cambiado me da fuerzas para hacer lo que tenía que haber hecho desde el principio. No sé lo que pasará ni dónde estaré mañana, pero con ese hombre presionándonos toda la vida no hay buen futuro. Agradezco a la providencia que la haya traído a usted hasta nosotros. Ha sido su manera de ser y tratar a Julio lo que me ha abierto los ojos. Espero que esto no afecte a Cristóbal, toda la culpa ha sido mía, él hubiera actuado de otra manera, pero yo no le dejé. Espero saber expresarme con la policía. Pero bueno, ya la he entretenido bastante, no quiero preocuparla con mis cosas. Acuérdese de coger su mariconera. Con respecto a la cartera de mano que le dije del vendedor, no sé si hago bien de pedirle ese encargo, me da la sensación de que puede usted correr peligro si el jardinero la ve con ella, parece que está interesado en cogerla. No sé cómo se habrá enterado de su existencia, habrá sido Berta que se lo comentaría. Igual es mejor que la deje usted aquí. Ya le diré a mi hijo que la lleve él o quizás lo mejor es que me la lleve yo directamente a la comisaría ahora, también tendrán algún departamento de objetos perdidos o tendrán medios para hacérselo llevar al vendedor personalmente.” Se veía claramente que la señora Luján estaba afectada emocionalmente, parecía indecisa en sus divagaciones.

- “No se preocupe por el jardinero, se ve que es un hombre conflictivo, esta mañana ya le han tenido que parar los pies el resto de compañeros de la empresa. Si meto la cartera de mano envuelta entre unas revistas y dentro de una bolsa de plástico ni se va a enterar de lo que llevo. Usted tranquila, ahora lo arreglo antes de salir con la prensa que hay que tirar al reciclaje. Si algo se me quedó de las reflexiones de mi padre fue que cuando hay muchos problemas hay que diversificar y ocuparse principalmente de los graves y por lo que interpreto parece que usted ya tiene un problema grave que resolver y no complicarse con otras cosas. Yo me encargo de que esa cartera de mano llegue bien a su propietario, tengo conocidos en la policía, no se preocupe, además, si me lo permite le voy a dar los datos de un comisario de confianza, es un hombre muy cordial, sensato y sereno, da mucha confianza hablar con él, se siente una segura hablando con él, sólo tiene que decirle que va de parte de una amiga de Verónica.” Verónica se levantó, se dirigió al bloque de notas y bolígrafo que había al lado del teléfono en una repisa cerca de la estantería de libros, anotó en una de las hojas los datos del comisario Fernández y se lo dio a la señora Luján.

La señora Luján le agarró con ambas manos suavemente la mano que le tendía Verónica con el papel, la miró a la cara y le sonrió mientras le daba las gracias. Cuando verónica acabó de arreglar el camuflaje de la bolsa de mano de Berni, entró en el salón Cristóbal.

- “¿Qué ha pasado Mamá? Me ha extrañado muchísimo el recado que me has dejado en el hospital. He venido lo antes que he podido.” Preguntó precipitadamente a su madre mientras se sentaba al lado de ella en el sillón.

- “Tranquilo, todo está bien. Necesito que te quedes con los chicos mientras yo salgo a hacer un recado.” Le contestó la señora Luján.

- “Parece que el día ha llegado, ¿no?”. Cristóbal parecía haber alcanzado un grado de serenidad repentino, la tensión que transmitía cuando entró preguntándole a su madre se había disipado y todo con una simple mirada. Se abrazaron madre e hijo y el silencio envolvió aquel momento.

Se oyó el pitido insistente de un claxon.

- “Debe de ser Pepe, el conductor de la furgoneta de la empresa que viene a recogerme”. Exclamó Verónica que se había quedado en silencio contemplando la escena.

- “Sí, mira Cristóbal, ella es Yolanda, la sustituta de Berta y éste es Cristóbal, mi hijo mayor”. Hizo las presentaciones la señora Luján.

Se saludaron Verónica y Cristóbal.

- “Gracias por todo Yolanda”. Le dijo la señora Luján a Verónica mientras ésta abría la puerta de entrada para salir.

- “Ha sido un placer señora Luján”. Le contestó Verónica y salió por la puerta dirección al portón de la verja. Tras cerrar el portón detrás de ella echó una mirada rápida a la calle. En la zona de la rotonda visualizó la parada de autobús, se veía claramente desde esa posición. La furgoneta de la empresa estaba estacionada justo frente al portón en dirección a la rotonda y detrás de ella a unos treinta metros se acercaba lentamente el coche de Antonio.

Cuando Verónica accedió a la furgoneta de la empresa de limpieza se percató de que en el interior sólo estaba Pepe.

- “¡Hola! ¿Soy la primera en la recogida?”

- “Sí, los primeros en salir son los primeros en entrar, bueno, menos Dimitri, ese es un caso aparte. Puede aparecer en cualquier parte, no sé cómo lo hace, se mueve por todos los sitios, pero nunca pierde la furgoneta.”

Verónica se colocó enseguida el pinganillo del mp3 en la oreja, quería oír a Antonio para ver si tenía un plan de contacto antes de hacer todo el recorrido de vuelta en la furgoneta de la empresa.

- “¿Qué tal te ha ido en la casa?”. Le preguntó Pepe a Verónica.

- “Bien, todo ha ido bien, al final ha resultado ser una mujer agradable, no he tenido ningún problema.” Le contestó Verónica mientras escuchaba a Antonio por el auricular que le decía de bajarse de la furgoneta en la próxima parada que hiciese y le pedía que confirmase la recepción del mensaje con la palabra “helado”.

- “Menudo calor hace, me comería un helado, pero bien helado”. Dijo Verónica haciendo énfasis en la palabra clave.

- “Tienes razón, parece que la primavera se está adelantando”. Replicó Pepe y después de echarle una mirada le comentó: “Anda, ¿qué llevas ahí? ¿son revistas?”.

- “Sí, después de todo no es el ogro que pensaba, me ha dado las revistas antiguas para que se las lleve a mi mami. Nosotras no solemos comprar revistas, ya sabes, la economía no alcanza para mucho. Mi mami se va a poner súper contenta, aunque sean noticias viejas, por las fotos ya merece la pena. Eso si llego a casa con ellas y no me las pide la Conchi, es una amiga que vive aquí al lado. Por cierto, ¿tu próxima parada pilla muy lejos de aquí?, es que ayer contacté con Conchi y me dijo que pasara a visitarla cuando acabase. Ya le comenté a Ana que igual hoy no regresaba con vosotros a la empresa si llegaba a contactar con mi amiga.” Verónica se lo soltó rápido, antes incluso de que arrancase la furgoneta.

- “La próxima parada es aquí al lado, en la siguiente calle a la derecha”. Contestó Pepe.

- “Perfecto, me viene muy bien, así me ahorro de pasar por delante del barranco ese, que vaya lo que impresiona.” Comentó Verónica para intentar sacar alguna información sobre lo que opinaba Pepe del barranco conflictivo de las Monjas.

- “La verdad es que el que diseñase esta urbanización tuvo una buena idea al hacer esta carretera al lado del barranco, así con sólo casas a un lado de la calle le da amplitud, aunque la calle sea estrecha. Además, en teoría las vistas deberían de ser agradables de ver, pero ese barranco está más bien abandonado, me parece que es la primera vez que veo que lo vayan a limpiar y mira que llevo años pasando por aquí. Hay una furgoneta de limpieza aparcada por esa zona desde hace unos días, aunque todavía no se ve mucho movimiento de gente limpiando. A ver si se ponen ya en serio y lo limpian bien. Yo porque no vivo por aquí, pero ese sitio bien arreglado y mantenido tiene que ser precioso para ir a pasear, tiene unos árboles altísimos y frondosos, creo que la mayoría son eucaliptos, al menos esos son los que reconozco desde aquí, no sé, no he bajado nunca. Si lo dejasen bien limpio y organizado con mesas y bancos de madera sería un lugar acogedor para pasar los domingos en el campo. Sí, si lo dejasen curioso me traería aquí a la familia los domingos a pasar el día.” Contestó Pepe mientras arrancaba despacito y contemplaban el barranco hasta acceder a la rotonda.

En cuestión de pocos minutos accedieron a la siguiente parada establecida del recorrido.

- “Mira, ya está ahí Mariajo. Uy, aprovecha y baja deprisa que ya veo al Dimitri apareciendo por la siguiente parada que es cuatro casas más para allá. Con un poco de suerte no te ve bajar. Esta mañana he notado que te ha caído plasta, cosa que no es de extrañar, es un tío insoportable.” Dijo Pepe.

- “Gracias Pepe.” Contestó Verónica sonriéndole mientras bajaba apresuradamente de la furgoneta antes de que Mariajo subiese. Saludó a Mariajo con un rápido “Hola, ahora Pepe te cuenta” y una amplia sonrisa en la cara, esta vez no reprimió el sentimiento de alegría que sentía. Apenas tocó el pavimento de la acera se apresuró a avanzar sobre la calle perpendicular a la general para parapetarse de la vista de Dimitri con las altas verjas que delimitaban los chalets de la zona. Cuando llevaba andado unos cinco metros vio pasar por la carretera el coche de Antonio, que se aparcó por delante de ella ya fuera completamente del alcance de la furgoneta. Verónica se giró para ver si la furgoneta había arrancado nuevamente y que no había nadie observando, cuando lo comprobó salió corriendo hacia Antonio.  El vehículo estaba estacionado, pero con el motor encendido y Antonio la esperaba fuera del vehículo sujetándole la puerta del conductor abierta.

- “Conduce tú, me muero de ganas por ver las imágenes de Berni, ya tengo el portátil preparado”.

- “¿Has llamado a Fernández?” Le preguntó Verónica apenas estuvieron sentados en el vehículo.

- “A primera hora, tan pronto como pude verle con claridad la cara al Dimitri ese. Además, el sargento le ha estado informando continuamente de todo lo que oíamos y veíamos en la casa. Están tramitando ya la orden de arresto, es cuestión de horas. En Alcantarilla le conocen por “el rumanuno”.

- “No fastidies.” Interrumpió Verónica a Antonio.

- “Sí y ¿a que no sabes de quién es primo? Ya empieza a estar claro quién golpeó a Berni. Seguramente le vio merodear por la zona, le reconoció y le tuvo que entrar miedo de que le pillara en alguna de sus fechorías, que seguro que las está haciendo, eso y las ganas que le tendría por lo del primo, buscaría un momento en el que estaría despistado y se lo intentó cargar. Suerte hemos tenido de que no lo consiguiera.” Antonio iba hablando mientras sacaba la tarjeta de memoria de la cámara oculta de la bolsa de mano de Berni y la introducía en el portátil.

- “Le tuvo que atacar en la parada de bus que hay en la rotonda frente a la casa. Lo haría precipitadamente por sí pasaba algún vehículo por la rotonda y quizás Berni tuvo reacción para apartarse y contrarrestar la fuerza del golpe. Después lo arrastraría hacia el interior del barranco donde pretendía acabar su faena hundiéndole en el fango. Lo tenía fácil, la parada está justo al inicio del barranco y en esa zona hay bastante arboleda densa en la que poder ocultarse. Vete tú a saber si no lo había hecho ya más veces”. Mientras iba hablando Verónica le venía a la memoria lo que había dicho la señora Luján sobre la presión que le estaba haciendo ese hombre. Había algo que tenía que acabar de encajar en aquella historia. Se acordó del barro. Barro en el libro que leía Lucía. El libro que apareció cerca de la parada de autobús. Pero en la parada del autobús no hay barro fresco a no ser que lo llevase alguien allí por ejemplo en las botas después de venir del barranco. No paraban de asaltarle preguntas: ¿Por qué agredir a una chica que espera el autobús? ¿Habría visto algo inoportuno o se pensaría el que había hecho lo inoportuno que la chica lo había visto? También le vino a la mente la recomendación del portón, el portón siempre tenía que estar cerrado para que no saliese Julio. Pero Dimitri suele dejar el portón abierto para entrar a su antojo. Igual Julio salió. ¿Por qué saldría? Igual observando con prismáticos el barranco vio algo que le llamó la atención. Sea lo que fuere saldría hacia el barranco y allí encontraría a Lucía y seguro que a Dimitri. Ahí estaba el encaje. La presión de Dimitri a la señora Luján. La falta de confianza de la señora Luján hacia su hijo Julio. La mala decisión. Los manuales del síndrome amnésico. Verónica ahora ya tenía una teoría sobre los hechos y en cuestión de segundos tendrían una confirmación agradable.

Antonio exclamó emocionado: “Increíble, no quería hacerme ilusiones hasta que no lo viese de verdad. Mira, es ella, con el pelo moreno, pero es ella. Alucinante. Esto sí que es una buena noticia. Ahora ya podemos confirmárselo a Fernández.”

Verónica pulsó el interruptor del manos libres del teléfono del vehículo y Antonio dijo en alto: “Comisario Fernández”. La llamada sólo sonó dos veces antes de que oyeran la voz del comisario respondiendo con un rápido: “¿Estáis ya fuera?”. Verónica fue la que le contestó para tranquilizarle, se notaba por el tono de voz que estaba preocupado: “Sí, todo bien, estamos en el coche de Antonio camino del despacho.” “Perfecto”, fue la respuesta del comisario, ya con un tono de voz relajado. Verónica le preguntó si la señora Luján le había llamado ya. El comisario contestó que sí, que habían quedado en la comisaría dentro de media hora y que no le había aclarado mucho, se había limitado a decir que quería declarar un accidente antiguo. Entonces Verónica le contó la teoría a la que había llegado con todo lo percibido en esa casa y Antonio le confirmó que en el video de Berni se apreciaba claramente a Lucía sin lugar a dudas.

- “Bien. Muy buen trabajo chicos. Ahora mismo doy pistoletazo para que empiecen a sacar los restos humanos que han detectado en el barranco.” Fue el comentario del comisario Fernández.

- “Sobre ese tema tengo un pálpito. La antecesora de Berta, la que según Ana no volvió por la empresa a poner una demanda por despido improcedente y de la que han desaparecido los datos de contacto del fichero, estoy casi segura de que el gerente de la empresa tiene que estar relacionado en ese caso. Fue un despido sospechoso incluso para Ana.” Expuso Verónica.

- “ Inge. Esta tarde tengo cita con el gerente, Emilio Contreras a las seis. Podemos aprovechar y sacarle el tema” Dijo Antonio.

- “Suena plausible. Te acompaño, vamos a aprovechar tu visita concertada y hacerla oficial. Hay indicios claros de delito. Paso a recogerte a las cinco y media al despacho.” Concretó el comisario.

- “De acuerdo”. Fue la respuesta de Antonio.

Se despidieron del comisario con nuevas felicitaciones por su parte. Ya iba encajando todo. Esa era la parte más excitante de una investigación, acabar de confirmar las hipótesis. Cuando llegaron al despacho visionaron toda la grabación de Berni, en versión acelerada para abreviar el tiempo, en ella se apreciaba que el trato que hacían en esa casa a Lucía era familiar. Berni tuvo que haber colocado estratégicamente la bolsa de mano con la cámara oculta, porque en toda la duración de la cinta las imágenes eran fijas del salón comedor. Seguramente no se percataron de la bolsa de mano hasta que no se acabó la batería porque en ningún momento de la grabación se perdía la imagen fija de aquella sala. Antonio copió una secuencia en la que se apreciaba claramente a Lucía comiendo con el resto de la familia entre risas, con conversaciones sobre su amnesia, donde además se evidenciaba que la llamaban Julia y se la envió al comisario Fernández por e-mail.

- “Supongo que con esta muestra ya hay bastante para identificarla, comprobar el trato familiar que ha recibido y el problema de memoria que presenta.” Comentó Antonio mientras enviaba el e-mail.

- “¿Cuándo crees que se lo comunicarán a sus padres?” Le preguntó Verónica a Antonio.

- “No lo sé, supongo que pronto, hoy o mañana. ¿Tú crees que hemos hecho bien con no contárselo a Manu cuando le hemos llamado para decirle que ya habíamos salido de la casa de los Luján y que todo había ido bien? Antonio miró a Verónica esperando una respuesta que le liberase un poco de esa carga de conciencia por no haberle hablado del hallazgo de Lucía con vida.

- “A mí me ha dado la sensación de que algo a intuido. Creo que en el fondo tiene algo de poderes sensoriales. No me extrañaría que se presentase por aquí.” A penas acabó Verónica la frase sonó el timbre del interfono.

- “Venga ya. Si vas a tener razón. ¿Y ahora qué hacemos?” Antonio estaba a punto de apagar todo el equipo de visionado cuando Verónica le dijo: “Déjalo, no apagues, tendremos que confiar en su discreción” y fue a contestar la llamada del interfono. En cuestión de menos de un minuto ya tenían a Manu dentro del despacho, Verónica se sentó con él en la sala de juntas mientras Antonio se quedó visionando la cinta sin prisas desde el principio, eran seis horas de cinta y no tenía tiempo físico para visionarla antes de su cita con el comisario.

- “Perdona que me haya presentado, pero es que me da la sensación de que me estáis ocultando algo. Tengo una sensación rara. Es ese malestar que te entra en el cuerpo como si fuese a ocurrir algo”. Se excusó Manu antes que nada.

- “Perdonado, pero piensa que es una investigación oficial, nos han dejado participar, pero no somos los que la dirigen. Hay que cumplir unos trámites y respetar unos procedimientos. Todo es confidencial, no somos quienes están autorizados para revelar la información de la que disponemos, pero sé que puedo confiar en ti y en que mantendrás el secreto debido. ¿Verdad?” Le inquirió Verónica antes de proceder a contarle nada.

- “Claro que sí”. Fue la respuesta de Manu. Entonces Verónica fue contándole todo lo sucedido en la casa con detenimiento y relatándole hasta el mínimo detalle para que Manu fuera haciéndose a la idea poco a poco. Cuando llegó a la parte en que en la cinta de Berni se comprobaba que Lucía estaba viva, Manu se levantó como un rayo y no parando de decir “tengo que verla”. Verónica se levantó detrás de él y mirándole fijamente a la cara con tono serio y algo rudo, le dijo: ¿Ves la reacción que estás teniendo? Y tú no eres un familiar directo, tan sólo eres un amigo de la familia.  ¿Comprendes ahora que esta información es muy delicada? Hay que dejar que sean los expertos los que la faciliten en el momento apropiado y con los requisitos adecuados.

- “Tienes razón. Perdona.” Dijo Manu intentando controlar su excitación.

- “Vale, pues cuando estés del todo relajado entramos en la sala de visionados con Antonio, que cuanto antes le saquemos toda la información posible a la cinta, mejor entenderemos todo este asunto.” Le dijo Verónica.

Manu estaba ansioso por ir a ver esa cinta así que se concentró en tranquilizarse y después de una fuerte exhalación a la que había antecedido un improperio, hizo una seña con la cabeza a Verónica de estar preparado para el visionado de la cinta.

Cuando entraron en la sala de visionado Antonio exclamó: “Chicos llegáis para algo bueno, justo ahora está Julia preguntando a su madre cómo ocurrió su accidente”

- “Dirás Lucia. ¿Y cómo que a su madre? Esto es alucinante.” Dijo Manu cogiendo un taburete y sentándose al lado de Antonio para ver la grabación, mientras Verónica hacia lo mismo, pero del otro lado.

Después de escuchar el relato que contó Amelia Luján, los tres se miraron atónitos y Manu comentó: “Bueno, suena creíble.” El comentario de Verónica fue: “No me extraña que Amelia Luján no haya aguantado más y se haya decantado por destaparlo todo, se nota en las imágenes que Lucía empezaba a tener dudas.”

Antonio se limitó a anotar los minutos de la secuencia para tenerla ubicada. El tiempo se les pasó volando enganchados a las imágenes.

 

 

 

 

 

CAPITULO NOVENO

RESPUESTAS

 

A las cinco y media sonó el timbre del interfono. Antonio miró el reloj de la estantería, al comprobar la hora exclamó: “¡Qué bárbaro! Hay que ver como se nos ha pasado el tiempo. Tiene que ser el comisario. Después de la entrevista aprovecho y te llevo tu coche a tu casa, Verónica. Os queda cinta para dos horas y media, pero me parece que lo de esta tarde en la empresa de limpieza va a durar más.”

- “Estupendo. Saluda a Ana de mi parte.” Contestó Verónica.

- “Eso está hecho. Menuda cara se le va a poner”. Comentó Antonio mientras se marchaba.

Cuando Antonio salió del despacho Manu le preguntó a Verónica: “¿Tenéis muchos días como éste?”

- “¿A qué te refieres?”

- “Pues que menuda jornada intensiva, no habéis ni respetado la hora de la comida, os habéis apañado con los pastelillos que he traído y con los bocadillos que habéis encargado en el bar de la esquina. No habéis parado de visionar la cinta ni para comer el bocadillo tranquilamente. Esto no suena saludable. Vamos, que vuestro convenio laboral tiene que establecer unos mínimos de descanso, digo yo, ¿no?”

Verónica se echó a reír y le dijo: “Anda va, que la tecla de “pause” ya lleva mucho tiempo pulsada.” Y le dio nuevamente al “play”.

Cuando acabaron de visionar la cinta completa eran cerca de las ocho de la tarde. Verónica había ido marcando los tiempos de las secuencias más importantes y gravado algunas en las que la conversación desprendía algún dato importante, pero en general no habían revelado ninguna información más relevante de la que ya habían obtenido. No obstante, había un par de secuencias que le parecieron interesantes y se las envió por e-mail al comisario y a Antonio.

- “Te llevo a tu casa”. Le dijo Manu.

- “¿Es que has venido en coche?”. Verónica se extrañó, sabía que Manu detestaba conducir por la ciudad.

- “No, pero lo tengo estacionado delante de la portería de mi piso. En menos de diez minutos estamos allí.”

- “Se te agradece la oferta, pero no hace falta. Llamo a radio taxi y el tiempo de cerrarlo todo en el despacho y de bajar tengo el taxi en la puerta esperando. Ya tengo práctica, muchas veces nos ha pasado esto de dejar los coches en los sitios de vigilancia, gajes del oficio.”

- “Bueno, pues yo me voy ya, esta noche he quedado con María otra vez.” A Manu se le marcó una sonrisa reveladora en la cara.

- “Parece que se te ve muy contento. Berni me comentó que desde que la has conocido se te ve distinto.

- “Si va a acabar resultando que el pícaro sí que es Berni”. Dijo sonriendo Manu.

Verónica se rió y aprovechó la ocurrencia para preguntarle si había vuelto a decir palabras inducidas por Berni. Manu le contestó que no, pero que eso tenía que ser buena señal, que ya estaría más cercano a su cuerpo y quizás por eso le costaría más comunicarse.

- “No sé, yo no estoy tan segura de eso. Es verdad que ya no me vienen palabras inducidas, pero ahora lo que siento son pensamientos. No sé bien cómo explicarlo. Es como si me sintiese dirigida, pero sin notarlo. Es una sensación de no estar sola, de seguir indicaciones. Es como tener un apuntador que me va indicando las cosas. Es decir, yo soy muy cefálica, todo lo pienso y repienso antes de decidirme, pero últimamente siento como si fuese otra persona, más espontánea, menos racional. El caso es que me siento liberada, como si mis decisiones no requiriesen la aprobación de nadie, ni siquiera la mía. No sabes lo que pesa estar pensando siempre si lo que haces es lo correcto o si va a caer bien a los demás o les va a desagradar. Hacía años que no me sentía así, quizás desde antes de…” Verónica se detuvo antes de mencionar el nombre de su exnovio. Manu se percató de que no quería recordar algún punto de inflexión de su pasado, así que optó por ayudarla a superarlo y le dijo: “Recuerda que siempre debe primar lo positivo, así que, si esa sensación que sientes te libera, aprovéchala, no le busques explicación. Si notas que es buena para ti, déjate llevar.”

En ese momento sonó el móvil de Verónica, era Antonio. Verónica cogió la llamada y pulsó el altavoz: “Hola Antonio, estamos en el despacho todavía. ¿Todo va bien?”

- “Sí. Es para decirte que tardaré en llevarte el coche, ahora vamos a ir a hablar con los padres de Lucía. Los e-mails que nos has mandado nos van a venir muy bien, gracias.”

- “Ha sido Manu el que me ha dicho que los recuerdos que Lucía comentaba tener correspondían a vivencias con sus padres de verdad.”

- “Pues un puntazo para Manu.”

- “¿Qué tal ha ido la entrevista con el gerente?”. Le preguntó Verónica ávida de noticias.

- “Mejor imposible. Se ha desmoronado como un castillo de naipes. Ha confesado que tuvo una discusión con Inge en su despacho que acabó en tragedia, parece que habían tenido una historia sentimental. El caso es que ha contado que fue Dimitri quien se deshizo del cuerpo. Algo muy confuso. Fernández opina que se la jugaron entre Inge y Dimitri para tenerlo atrapado. Ya han atrapado a Dimitri, está en interrogatorios. La verdad es que el desenlace está siendo rápido. Bueno te dejo que el comisario está arrancando a ver si ahora me despisto y le pierdo”. La última frase la dijo con tono jocoso.

- “Mira que eres chistoso. Venga, no corras con mi coche que la multa no pienso pagarla yo”. El tono de Verónica fue igual de jocoso.

Se despidieron con un hasta luego entre risas.

Manu sonriendo dijo: “Que peso me he quitado de encima”. Lo estaba pasando fatal con lo de no poder decirles nada a los padres de Lucía. No sé ni cómo me he controlado”.

- “Lo has hecho muy bien Manu. La verdad es que es todo un detalle que el comisario deje estar presente a Antonio en esa comunicación de los hechos a los padres. Tendríamos que planear una reunión para celebrar que la investigación ha acabado bien, cuando Berni esté recuperado y la relación entre Lucía y sus padres vuelva a normalizarse un poco. Rara vez una investigación de este tipo acaba bien.”  Comentó Verónica mientras iba cerrando el equipo de visionado y dejando las cosas organizadas.

- “Sí, es buena idea.” Opinó Manu.

- “Venga, podemos irnos. Seguro que el taxi ya estará abajo. Te podemos acercar a tu casa en menos de un minuto.” Sugirió Verónica.

- “No hace falta, gracias. Me gusta ir caminando, además María trabaja en una pastelería que me pilla de camino, puedo entrar a saludarla y recordarle la cita.”

- “No creo que se le haya olvidado, pero seguro que se alegra de verte. Anda tira. ¡No sabes tú nada! Con que ¿en una pastelería? Ahora entiendo lo de los pastelillos. Que buen atino has tenido.” Dijo Verónica con tono jocoso.

- “Hace unos pasteles de boda impresionantes. ¡Ya los verás!”. Con la última exclamación a Manu se le notó una apreciación bastante sugerente.

- “¿La tuya o la mía?”. Verónica le siguió el juego.

- “Las dos y la de Antonio, al que tenemos que presentarle la hermana de María, ella ya le ha visto en alguna ocasión y no le desagrada la idea, y la de …, bueno, tiempo al tiempo. El campanario no va a dejar de sonar. Aunque no tiene porqué ser un oficio religioso, también sirve una oficialidad civil. Lo que sí tiene que ser sí o sí es la celebración y el lugar ya está decretado. Mi futuro suegro tiene una finca de celebraciones que es lo más de lo más. Vamos que todo queda en familia, tengo que ganar puntos con mi compadre”. Manu no paraba de reírse.

- “¡Que pícaro estás hecho! Berni tenía razón, el pícaro eras tú. Venga, Celestino, que te lo pases bien.” Se despidió Verónica.

- “Gracias. Ojo avizor.  Nos vemos.”

El taxi ya estaba esperando en la calle. Verónica se subió y saludó al chófer, Miguel, era un habitual de la compañía, lo que aprovechó para relajarse y olvidarse de la tensión durante el trayecto. Tenía unas enormes ganas de llegar a su casa y achuchar a Huiza fuerte, muy fuerte, no la veía desde las siete y media de la mañana. Menos mal que para esa clase de días espesos como el que había sido hoy, había contratado a Lourdes para que se ocupara de Huiza cuando ella no podía ir a casa por el al mediodía. Lourdes era una chica muy resuelta, sensata y de confianza. Era estudiante de veterinaria y hacía de canguro de perros durante los mediodías. Le cayó bien desde el primer día que se conocieron a través de la clínica veterinaria donde Verónica llevaba a Huiza, transmitía responsabilidad y mucho tacto con los animales. Huiza se había hecho a ella en seguida, incluso dejaba que le tocase la mandíbula sin rehuirla. Así que a Verónica no le costó dejarle la llave de su casa y un llavero de seguridad para apagar la alarma de la puerta de entrada. Era un llavero codificado para funcionar sólo dentro de un margen horario específico, de las trece a las quince horas, pero no dejaba de ser un riesgo que pudiera caer en malas manos, lo que implicaba un alto grado de responsabilidad, pero Verónica estaba tranquila, sabía que en Lourdes podía confiar.

En algo menos de media hora el taxi llegó a la casa de Verónica. Eran las nueve menos veinte de la noche, las farolas de la urbanización ya estaban encendidas. No era una tarde muy fría, pero en el camino de la verja a la puerta de la entrada, Verónica sintió escalofríos. Agradeció que fuese Miguel el taxista esa noche, era un hombre mayor que siempre aparcaba justo en el nivel de la puerta de la verja y se esperaba hasta que Verónica se diese la vuelta y le saludase cuando ya había abierto la puerta de entrada a la vivienda. Tras saludar a Miguel, Verónica entró, cerró la puerta con llave y volvió a conectar la alarma de la puerta, entonces oyó las pisadas de Huiza que se acercaba desde el salón.

- “Hola bichita. ¿Estabas durmiendo?”. Se agachó y le dio un montón de besitos y carantoñas. Huiza la recibió con mucha euforia, no paraba de ladrar y agitar su rabo enérgicamente.

- “Parece que tenías ganas ya de que viniera. Seguro que estás desesperada por salir al jardín. Anda, vamos para allá”.

Apenas oyó la palabra “vamos” Huiza salió disparada hacia la puerta de acceso al edén. Verónica la siguió a paso rápido, sin quitarse el abrigo para no perder tiempo, sólo dejó el bolso en la repisa de la entrada. Antes de abrirle las puertas al edén a Huiza, encendió las luces exteriores, en el interior del salón la tenue luz de la entrada ya era suficiente para dar una claridad necesaria. Verónica se quedó en el resquicio de la puerta observando a Huiza, le extrañó que saliera ladrando y que no fuese directamente a su pipi-can. Pensó que quizás habían sido demasiadas horas sin salir al jardín y que se estaba desfogando corriendo y ladrando un poco, de buena gana ella también lo hubiese hecho para quitarse de encima todo el estrés retenido del día, pero estaba cansada, agotada realmente y tenía un dolor de pies que ya no aguantaba. La elección del calzado que había hecho por la mañana no había estado acertada, las botas la estaban agobiando, así que se quitó el abrigo, lo dejó encima de una de las sillas del comedor y se dirigió a la zona interior de su habitación para cambiarse el calzado. Huiza había dejado de ladrar. Verónica se acercó a la persiana de una de las ventanas para mirar entre los librillos y comprobó que ya estaba en su pipi-can. De buena gana se hubiera ido al baño a darse una ducha rápida, pero interiormente oía la voz de Berni llamándola y eso la estaba inquietando. Estaba acabando de atarse los lazos de las zapatillas de deporte cuando oyó a Huiza que volvía a ladrar. Pensó que eso ya no era normal, tendría que haber algún gato merodeando por el jardín exterior del edén, aunque Huiza no solía ladrar a los gatos de esa manera, no con ese tono. No eran ladridos rápidos y joviales, eran con cadencia y gruñidos leves intercalados. Parecía como si estuviese ladrando con intención amenazante. Quizás había algún intruso por la parcela, pensó Verónica fugazmente. Pero enseguida pudo más su raciocinio y desechó ese pensamiento. “No, no puede ser. Pero ¿y si sí?”, se acordó de los gags humorísticos. Berni era un forofo de aquella frase, siempre la decía cuando se encontraban ante situaciones raras. Le vino a la memoria la imagen de Berni pronunciando el “y si sí” con cara de desconcierto y levantando las cejas. Verónica se incorporó deprisa, se acercó a la ventana y buscó rápidamente con la vista la posición de Huiza. Estaba ladrando hacia la parte superior de la esquina opuesta a su pipi-can. Entonces vio una figura humana agazapada a la pared de celosillas mirando por dónde bajar al patio interior. Llevaba un pasamontañas y ropa oscura. En una de sus manos pareció reflejarse un brillo. Verónica salió corriendo hacia la puerta de acceso llamando a Huiza y gritándole la contraseña que tantas veces había intentado enseñarle: “Huiza, entra y cierra.” No paraba de repetirlo, pero no sabía si Huiza la oía porque la sirena de la alarma había saltado y el ruido era ensordecedor. El intruso tenía casi el mismo espacio por recorrer para llegar a la puerta de acceso que el que tenía Verónica desde su posición, pero no solo era cuestión de rapidez sino de decisión, Verónica no estaba dispuesta a cerrar esa puerta dejando fuera a Huiza. Corrió cuanto pudo pero donde ponía su esfuerzo era en gritar más alto que la sirena: “Huiza entra, entra”. Cuando llegó a la puerta se percató de que estaba cerrada, Huiza estaba dentro y tiraba del asa de la puerta, entonces se apresuró a poner los pasadores de seguridad, primero el de arriba. Cuando Verónica iba a poner el pasador de seguridad de abajo vio la hoja de un cuchillo de caza que se introducía por la rendija entre los librillos a la altura del asa. Verónica apartó a Huiza con la mano izquierda mientras le decía que soltara el asa y con la mano derecha acababa de poner el pasador de seguridad. Todo ocurrió muy deprisa. Los nervios y el miedo la invadieron por completo. Solo alcanzaba a agarrarse a Huiza y apartarse de la puerta, entonces le pareció oír como si el intruso gritase algo, pero era incomprensible, parecía extranjero. El intruso intentó abrir la reja tirando hacia fuera de un librillo, después le pegó varias patadas a la puerta hacia dentro. Verónica sabía que esa reja no cedería, pero el miedo seguía implantado en ella. Desde la central de la alarma oyó la voz de un vigilante de seguridad que le pedía la palabra clave. Verónica no acertó a recordarla, solo se acordó de que estaba relacionado con el juego aquél de piedra, papel o tijera, pero ¿cuál era el que la identificaba a ella y cuál al peligro? Le daba igual, aunque se acordara de la palabra que debía usar para indicar que necesitaba ayuda, se notaba incapaz de decir nada, sentía un nudo en la garganta que la oprimía. Se oyó al vigilante por la centralita que decía: “Nos han llegado las imágenes de la cámara y hemos procedido a dar aviso a la policía de la intrusión. En breves minutos llegará un coche patrulla”. Con aquella información Verónica se tranquilizó un poco. Cuando el sonido de la sirena de la alarma paró de sonar y en su lugar empezaron a oírse las sirenas de los coches patrulla, fue cuando Verónica se tranquilizó del todo. No sabía exactamente cuánto tiempo habría transcurrido, quizás poco más de cinco minutos, pero seguramente el intruso ya habría abandonado la propiedad por el mismo sitio por el que había accedido. Verónica se dirigió a la puerta de entrada y cuando vio por la mirilla que los policías se acercaban a la puerta de la verja accionó la apertura de la misma. Dos policías se dirigieron corriendo hacia la puerta de entrada y otros dos hacia el jardín. Verónica abrió la puerta y les indicó la zona del muro de celosilla por el que había accedido el intruso. El rastreo fue concienzudo. Verónica abrió la puerta del muro de celosilla que daba acceso a la zona del patio interior desde el patio exterior de ese lado de la parcela. El rastreo se amplió a toda esa zona del edén, después a todo el jardín periférico de la casa, pero nada, el intruso se había ido. Verónica regresó al interior de la vivienda acompañada de Huiza, que la había estado acompañando todo el rato casi pegada a su pierna izquierda, como si estuviese sujeta a ella con la laja. Dos de los policías les acompañaban para inspeccionar por dentro la puerta de acceso por la que había pretendido entrar el intruso al interior de la vivienda. Verónica encendió las luces generales del salón.

- “Aquí hay sangre”. Dijo uno de los agentes señalando la parte baja de la puerta.

Todos miraron hacia allí. La sangre empezaba en el librillo donde estaba agarrada el asa e iba marcando el resto de los librillos inferiores hasta formar un pequeño charco en el suelo.

- “El intruso metió un cuchillo por las rendijas de los librillos.” Comentó Verónica y rápidamente inspeccionó a Huiza para ver si estaba herida. No encontró ninguna herida en Huiza, entonces se miró las manos y los brazos por si encontraba alguna herida que con los nervios no hubiese detectado, pero no, ella tampoco tenía ninguna herida. Se volvió hacia el agente y dijo: “Nosotras estamos bien”.

- “Ha debido de cortarse él mismo con su propio cuchillo. Tenemos que buscar algún resto de sangre por la periferia para seguir su rastro. Comunica por radio a las otras patrullas que el sospechoso va herido de arma blanca, seguramente en las manos o antebrazos.” Le dijo un agente a otro.

De pronto Huiza levantó la cabeza como si estuviese olfateando, emitió unos pequeños gruñidos y salió a trote ligero hacia el patio exterior por la puerta de entrada que se había quedado abierta.

- “¿Tiene buen olfato su perra?” Le preguntó un agente a Verónica.

- “Sí. Le encanta olfatear.” Contestó Verónica mientras seguía a Huiza. “Lo raro es que salga sola de la casa y al patio exterior, eso no suele hacerlo”.

- “Déjela, no la llame. Vamos a seguirla Carlos.” Dijo un agente al otro.

En cuestión de segundo los agentes se habían colocado a ambos lados de Huiza, que se había parado en uno de los árboles cercanos al muro de la verja de la parcela que daba a la calle. Huiza empezó a excavar entre la gravilla. Uno de los agentes la paró tocándole la cabeza con suavidad y empujándola hacia atrás mientras le decía: “Muy bien chica, ahora tranquila, déjanos a nosotros.” Huiza obedeció y se apartó de ellos, miró a Verónica que estaba dos pasos detrás de ella. Verónica se agachó y la llamó con gestos, abriendo los brazos y moviendo las manos de delante a atrás. Huiza fue corriendo hacia Verónica que al recibirla la abrazó y la llenó de besitos y caricias mientras le decía: “Te quiero”.

- “Buena perra.” Le dijo uno de los agentes que volvían de desenterrar el hallazgo de Huiza. “Hemos encontrado el pasamontaña, el cuchillo y unos guantes. El intruso debió pensar que era mejor esconderlos en el jardín y no correr el riesgo de que lo pilláramos con las pruebas. No contó con que esta chica los olfatease.”

Por el walki talki de los agentes se oyó como comunicaba una de las patrullas que habían detenido al posible sospechoso no muy lejos de la zona, iba sin documentación y se negaba a identificarse.

- “Llevadle a comisaría detenido, las pruebas de ADN le identificarán. Que las otras patrullas sigan peinando la zona por si acaso.” Contestó uno de los agentes que estaban con Verónica, el que había hecho el comentario de Huiza. Se dirigió a Verónica y le preguntó: “¿Podrá usted indicar algún dato que ayude a la identificación del intruso?”.

- “Cuando estaba cerrando el pasador de seguridad de la parte de abajo vi que llevaba manchadas las perneras del pantalón con salpicaduras negras, pero con relieve, parecían de alquitrán, resaltaban en el azul del tejano. Además, tiene que ser extranjero, le oí gritar algo raro, sonaba como: “ gamebosama” o algo parecido.

- “Dame la cartera de mano”. Es rumano. Mi novia es rumana y me enseña el idioma.” Dijo el otro agente.

- “¿Significa algo para usted?”. Le preguntó a Verónica el agente.

- “Sí. La bolsa de mano de Berni, es una larga historia. Esta mañana ha aparecido, Dimitri la quería, pero Dimitri está detenido, le detuvieron esta mañana, está involucrado en un posible homicidio o quizás algo más. Quizás haya sido Yuri, su primo, eso es posible.” Verónica iba conjeturando en voz alta, no se percataba de que los agentes no llegaban a entender del todo a qué se estaba refiriendo.

De pronto entró Antonio por la puerta de entrada, corriendo y visiblemente nervioso, iba llamando a Verónica. Cuando la vio se relajó y exclamó: “¡Qué susto me he llevado al ver el coche patrulla estacionado en tu verja y la puerta abierta! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?”

El sí de Verónica quedó casi eclipsado por la voz de uno de los agentes: “¡Antonio Gómez, el detective privado. Vale, ahora entiendo. Esto está relacionado con el caso del comisario Fernández.”

- “Ey, sargento.” Le saludó Antonio al agente.

El agente le aclaró a Verónica que conocía a Antonio de aquella tarde cuando habían participado en el arresto de Emilio Contreras.

La situación ya parecía controlada. El agente llamó a la patrulla que había detenido al sospechoso y obtuvo la confirmación de que éste llevaba salpicaduras de alquitrán en los bajos de los pantalones y que a pesar de su persistente negativa en identificarse, su pronunciación cuando protestaba por el arresto evidenciaba su nacionalidad extranjera.

- “El equipo científico está de camino. Lo más seguro es que el intruso no haya dejado huellas dactilares puesto que llevaba guantes, pero vamos a examinar toda la zona en busca de más pruebas. Nos llevará unas horas.” Le comunicó el sargento a Verónica.

- “Las que necesiten. ¿Requieren de mi presencia aquí? Le preguntó Verónica.

- “No es necesaria.” Fue la respuesta del sargento.

Verónica le dio las gracias, se despidió de los dos agentes, se puso su abrigo, le colocó la laja a Huiza, miró a Antonio y le dijo: “Vámonos”.

Cuando iban a salir por la puerta el sargento le dijo a Verónica: “No se preocupe, cuando acabemos cerraremos las puertas y pondremos la alarma.” Verónica se lo agradeció y le sonrió apreciando que hubiera entendido que esa noche no volvería, quizás mañana o pasado. Ya no se sentía cómoda en esas estancias. Aquel patio interior no volvería a ser nunca más su edén. Ni siquiera era capaz de pensar más en esa propiedad como su casa, pero en el fondo no le preocupaba, era una mera cuestión material, sustituible, en realidad, prescindible. Lo primordial lo llevaba con ella.

- “Conduce tú por favor Antonio, no me siento con fuerzas para concentrarme en la carretera”. Le pidió Verónica a Antonio mientras abría el maletero del coche para que Huiza entrase en él. Era un maletero amplio y estaba preparado con un cojín a su medida, esponjoso y suave, un arnés amarrado con una correa de cuero larga a uno de los laterales y una bandeja para cerrarlo de tela plastificada enrollable.

Cuando Verónica enrolló la bandeja, Huiza saltó al interior del maletero, entonces Verónica le colocó el arnés, le dio un besito en la cabeza y cerró el maletero.

- “Claro que sí, así mientras me cuentas lo que ha pasado y te pongo al día de lo que ha pasado con Lucía. Vamos al hospital, pero primero dejamos a Huiza en casa de tu hermana ¿no?”. Dijo Antonio.

- “Sí. ¿Qué previsible soy no?”. Se le notaba un tono raro a Verónica. Antonio intentó quitarle hierro al asunto: “Uno siempre acude a la familia cuando se presentan circunstancias imprevistas.”

- “Sí, la familia o los seres cercanos siempre están ahí para sacarte de apuros y ¿cómo les pagamos nosotros? Poniéndoles en peligro. ¿Qué hubiera pasado si el Yuri ese hubiera intentado entrar al mediodía cuando ha venido Lourdes a ocuparse de Huiza o si yo hubiera pedido a mi hermana que se ocupase ella de Huiza esta tarde? No quiero ni pensarlo. No merece la pena arriesgar la vida de tus seres queridos por esta profesión.” Este comentario de Verónica no dejaba dudas de que estaba teniendo una crisis postraumática.

Antonio intentó animarla: “No tienes que sacar conjeturas ahora. En todas las profesiones corres el riesgo de tropezar con alguien a quien no le guste algo que hayas o no hecho y que quiera perjudicarte por ello, pero no es problema del trabajo que hagas, ni siquiera de ti sino de la persona que reacciona de esa manera, el problema está en esas personas y contra eso no puedes hacer nada, sólo dejar que no afecte a tus decisiones.”

- “Pero en esta profesión es más probable, por no decir seguro, que tropieces con esas personas. Va relacionado, asuntos turbios con personas sin escrúpulos y no somos nadie, más que un estorbo en una ejecución de fechoría. Somos un simple ciudadano, sin autoridad, sin defensa, un incordio fácil de eliminar. No sé cómo he acabado aquí. Creo que ha llegado la hora de un cambio en mi vida.” Verónica pareció relajarse después de esa última afirmación. Respiró profundamente, retuvo el aire unos segundos y luego lo exhaló lentamente. Miró a Antonio y le dijo: “Perdona, pero necesitaba exteriorizar mis sentimientos para tomar una decisión.

- “Creo que no es buen momento para tomar decisiones, ahora estás muy afectada, la vivencia que has tenido está muy caliente.” Fue el consejo de Antonio.

- “Pues yo creo que es en caliente cuando se tiene que tomar una decisión. Pero déjalo, no quiero influenciarte. Mejor te cuento lo que ha pasado con detalle y tú me cuentas lo de Lucía”. Verónica continuó relatándole lo ocurrido y Antonio le contó que esa misma noche se iba a producir el primer encuentro entre Lucía y sus padres. Los Luján habían aceptado acoger a los padres de Lucía durante los primeros días en su casa para que el trauma de Lucía no fuese tan fuerte. En cuanto a las posibles detenciones policiales en esa casa, todavía no se había producido ninguna. No estaba muy claro si había habido comisión de delito. Parecía que Julio había visto por los prismáticos como Dimitri mataba a una mujer en el barranco de las Monjas cortándole el cuello con un cuchillo, por eso salió corriendo hacia allí. Su madre le vio salir corriendo chillando y le siguió. Cuando la madre llegó al barranco vio a Julio agarrando a una chica inconsciente y casi enfangada del todo en el barro, a pesar de que Julio le contó lo que había visto, la madre se pensó que había sido él quien la había agredido y todo porque la chica no presentaba sangre en el cuello sino un golpe en la frente. En el camino de regreso a la casa se encontraron con Dimitri que les ayudó a llevar la chica al interior de la casa. La madre no creyó la historia de Julio y Dimitri aprovechó la amnesia de Lucía para presionar a los Luján a cambio de guardar silencio sobre el paradero de la chica en esa casa. Los Luján ante la posibilidad de que encerrasen a Julio por la agresión, aprovecharon la amnesia de Lucía para hacerle creer que era una más de la familia, incluso aprovecharon el expediente académico de Julio para que ella pudiera estudiar a distancia desde casa, por eso la llamaban Julia.

- “Es increíble cómo se puede complicar todo”, dijo Verónica.

Llegaron en poco menos de quince minutos al bloque de pisos donde vivía Patricia. Antonio se quedó en el coche estacionado cerca del portal esperando. Cuando Patricia le abrió la puerta de su ático a Verónica y la vio con Huiza entendió que algo grave había tenido que ocurrirles pero no le preguntó nada a Verónica, llamó a sus hijos para que acomodaran a Huiza en el salón donde solían acogerla cuando Verónica se ausentaba unos días por temas laborales, cogió de la mano a su hermana y se la llevó al tresillo que tenía en la biblioteca frente a una chimenea eléctrica, le indicó que se sentase y se sentó ella al lado suyo.

- “¿Berni está bien?” Le preguntó Priscila para empezar la conversación.

- “Sí, todavía no se ha despertado, pero es cuestión de poco tiempo. Voy a ir ahora a verle y me voy a quedar con él toda la noche.”

- “Vale y ¿qué tal tú?”. Priscila sabía que lo más difícil es romper el silencio y eso Verónica ya lo había hecho, así que lo mejor era ir directa al problema, sin rodeos, conocía muy bien las expresiones de la cara de su hermana y la que traía esa noche revelaba tensión.

- “Ahora bien. Mamá tenía razón, sólo he estado perdiendo el tiempo y corriendo riesgos, tanto para mí como para los míos. Esta tarde han intentado entrar en casa, por el patio interior cuando había sacado a Huiza. No ha pasado nada, nos ha dado tiempo a Huiza y a mí de encerrarnos en casa y el intruso se ha marchado. La policía ha acabado deteniéndole. Pero no paro de pensar que podías haber sido tú la que estuvieses en ese momento allí.” Verónica no pudo contener las lágrimas, tenía que liberar el miedo pasado y que aún sentía en todo su ser.

- “No tienes que sentirte mal, no puedes preverlo todo. Con los tiempos que corren nadie está a salvo de intrusos”. Patricia intentaba calmarla.

- “Pero es que la intrusión estaba relacionada con el trabajo. ¡Detective privado! ¿Cuándo se me ocurrió trabajar de eso?”. Verónica no paraba de llorar.

 - “Uy, ya desde pequeñita jugabas a serlo, supongo que fueron todas aquellas series que veías en la tele”. Patricia consiguió arrancarle una sonrisa a Verónica. “No tienes que echarte la culpa por lo que haga un descerebrado, piensa que hay muchos en la vida y te puedes cruzar con alguno hagas lo que hagas. El caso es que no ha pasado nada y estás bien, porque ¿estás bien, no?” Patricia tenía miedo de que le ocultase algo.

- “Tranquila, estamos bien, gracias a Huiza, le ha cerrado la persiana en las narices al tipo tirando del asa.”

- “Anda y nos metíamos con Berni por lo paranoico que parecía con tanta insistencia en que le enseñases a Huiza a hacerlo.” Con esa afirmación acabó consiguiendo del todo que Verónica cambiase las lágrimas por las risas. “En eso sí que tiene mamá razón del todo, ese chico promete. Anda va, límpiate la cara y ves con él. Mañana será de día y ya tomarás tu decisión con más serenidad, además seguro que mamá intuye algo y nos llama, que ya sabes cómo es, parece que tenga un radar para detectar que pasa algo importante.”

- “La verdad es que me extraña que no haya llamado ya con todo lo que ha pasado esta noche.” Dijo Verónica con una voz todavía temblorosa.

- “Seguro que estará conteniendo las ganas, con lo sensato que es papá no la habrá dejado por lo tarde que es, le habrá dicho que lo único que iba a conseguir era asustarnos por llamar a una hora tan tardía.” Comentó Patricia.

- “Tienes razón, pero en cuanto a lo de la decisión no hace falta que espere a mañana, ya la he tomado Patricia. Devuelvo la licencia. Ésta ha sido la última vez que pongo en riesgo a los míos.” Dijo Verónica con tono sereno y decidido.

Patricia la abrazó y se quedaron abrazadas un buen rato hasta que Patricia le dio un pellizco en una mejilla y le dijo: “Eso es lo que tienes que hacerle a Berni, a ver si se despierta ya de una vez”.

- “¿El pellizco o el abrazo?”. Le preguntó irónicamente Verónica.

- “Esa es mi hermana. Perspicaz. Lo dejo a tu libre albedrío.”

Patricia era única, en menos de cinco minutos había conseguido aliviar a su hermana. Verónica se despidió de todos repartiendo besos a doquier y se marchó tranquila viendo a Huiza feliz sentada en su colchón frente a la tele con los niños junto a ella, uno a cada lado. Cuando Verónica volvió al coche era otra, la alegría había vuelto a ella y se reflejaba en su rostro.

- “Vámonos con Berni”. Le dijo a Antonio sonriendo.

- “Eso está hecho”. Contestó Antonio.

Al entrar en la habitación de Berni en el hospital coincidieron con el médico de guardia que estaba haciendo la ronda, el cual antes de salir de la habitación les informó que las últimas pruebas habían salido todas bien, la inflamación había remitido y que por ello habían ido retirando la sedación progresivamente durante la tarde y que lo más previsible es que no tardase mucho en despertar.

Verónica se acercó a Berni por el lado derecho donde estaba el sillón y le besó suave y lentamente en la mejilla. Cuando perdió el contacto de la piel de Berni en sus labios dirigió su rostro hacia la oreja de Berni lentamente, muy lentamente, manteniendo una distancia corta en todo el recorrido, tan corta que seguía notando el calor de Berni en sus labios y a veces en ese recorrido iba rozándolos con su piel. Al llegar a la oreja le susurró: “Patricia me ha sugerido que te hiciera otra cosa, pero esto me apetecía mucho más”.

Antonio se sintió de más en la habitación así que se inventó una excusa para dejarles intimidad y salió de la habitación. La habitación permanecía en silencio, ya no estaba el aparato controlador de los latidos, seguramente tendrían a Berni monitorizado a distancia. Sólo se iluminaba vagamente la habitación con las luces nocturnas que se encendían automáticamente por las noches en todas las habitaciones del hospital hasta las siete de la madrugada. Eran unas luces azuladas que provenían de unas lámparas empotradas en las partes bajas de todas las esquinas de la habitación. Podían apagarse voluntariamente con un interruptor que había en la cabecera de la cama, pero a Verónica le gustaba la claridad necesaria que producían y el halo romántico que proporcionaban. Se quitó el bolso y el abrigo, los dejó en el respaldo del sillón y acercó éste a la cama de Berni con mucho cuidado de no hacer ruido. Se acomodó en el sillón incorporándose hacia Berni, colocando su cabeza a la altura de la de Berni apoyada en la misma almohada. Colocó su mano derecha suavemente sobre el plexo solar de Berni y la mano izquierda en la cabeza, moviendo sus dedos suavemente entre el cabello. Le encantaba aquel pelo alborotado de Berni. Se sentía relajada, incluso tuvo la sensación de que se estaba durmiendo cuando oyó que Berni movía la cabeza hacia ella y le decía: “Nica te quiero. Desde siempre. No sé cómo no te lo he dicho antes. No pienso desperdiciar ni un solo momento más de mi vida sin decírtelo, sin demostrártelo, sin defenderlo.” Nica se acercó decidida a él y le besó en los labios, un beso tierno, empezando con un leve roce, notando la sensibilidad de su tacto en cada célula del epitelio labial hasta completar todo el contacto de sus labios sobre los de él, presionando firmemente hasta sentirse fundida completamente sin límites ni barreras y notar su respiración acelerada y caliente. Los dos dijeron al unísono “te quiero” cuando sus labios se separaron. Se sonrieron y Berni siguió diciendo: “No me gustan los debates y no soy de los que les gusta decir la última palabra, prefiero una comunicación con escucha activa.  Mi color favorito es el verde. Cuando llego a casa me gusta decir en alto: “¡Ya estoy aquí! Mi canción sin duda: “Sobreviviré”, en cualquier versión. Mi cantante favorito: Víctor Manuel.  El libro que releería hasta la saciedad “El peso de la prueba” de Walter Scott. Comería espagueti con queso todos los días. Me encanta desayunar “muesli” en un tazón de leche tibio, sin café ni chocolate, lecha sola. Soy 50% de dulce y 50% de salado, lo mío es el agridulce. No me gusta comer en soledad por eso estos últimos años lo he hecho con la tele encendida, el estímulo visual te atrapa y no te deja pensar que estás solo. Cuando era niño era más de radio, te da margen a la imaginación. Soy más bien de zapping, el que permanezca en un canal depende del programa que estén emitiendo, mientras no sea de cotilleo, del corazón, sensacionalista, un “reality show” o por el estilo, no siento la necesidad de darle al botón. La película ya la sabes, adivinaste pronto lo del rugido y las hormigas en casa de Marta.

De pronto Berni le preguntó: “¿No estarás soñando ahora y por eso te has atrevido a besarme?”. Verónica se quedó anonadada, sólo alcanzó a decir: “¡Estabas allí conmigo!”. La respuesta de Berni fue rápida: “Siempre”. Verónica se quedó pensativa unos segundos, se percató de que aquellas preguntas las había hecho mentalmente, miró a Berni intrigada. Berni le sonrió y continuó hablando: “Cuando me di cuenta de que me desplazaba por sentimientos me aferré al único sincero, mi amor por ti y cuando notaba desvanecerme me fundí al más puro, el tuyo por mí. Tú me has salvado del abismo y me has traído de vuelta. Quiero darte una vida familiar como la de tu infancia, como la de la mía, amarte y respetarte hasta el último de mis alientos. ¿Quieres casarte conmigo?”.

Verónica sabía que estaba despierta, pero era increíble cómo había acontecido aquella situación, parecía más un sueño que una realidad. Estaba completamente excitada, le hubiera dicho que sí en alto y a toda prisa, pero en su mente sin saber cómo ni porqué se le implantó aquella secuencia del cuento infantil en el que el ratón le pide matrimonio a la ratita. Se sentía feliz como cuando era niña, a eso lo achacó y a que aquél cuento siempre le había gustado, se acordó que de adolescente cuando pensaba en el momento en que algún posible pretendiente le realizase esa pregunta, ella tomaría la decisión como lo hizo la ratita del cuento.

- “Dormir y callar.” Le dijo Berni.

Verónica le sonrió mientras le preguntaba: “¿Y eso?”.

- “Me he aficionado a escuchar tu pensamiento”. Fue la respuesta de Berni.

Y la misma respuesta final de aquella historia infantil brotó de los labios de Verónica antes de fundirse con los de Berni.

 

CAPÍTULO DÉCIMO

COLATERALES

 

Hacía un potente calor veraniego aquella mañana para ser un veinte de diciembre, reforzando el dicho popular de no haber un domingo sin sol. Una mañana así, animaba a pasear desahogadamente, abandonándose al reconfortante estado de tranquilidad relajante, sin prisas, sin obligaciones, sin compromisos, sin tensiones, al igual que una página en blanco en medio de un paquete de folios sin comenzar, con todas las posibilidades abiertas a lo que depare el destino. La señora Albadalejo y el comisario Fernández habían acordado para ese día salir a ver casas por las urbanizaciones, sin nada preestablecido, sólo como primer reconocimiento de la zona para ir tomando decisiones de un sitio donde empezar su nueva vida como pareja. No les había sido necesario fijar ni una hora ni un lugar de encuentro, hacía tiempo que coincidían en ello. ¡Qué razón había tenido Manu en sus predicciones con la finca de celebraciones nupciales de su ya reciente suegro! Ya no eran la señora Albadalejo y el comisario Fernández entre ellos, desde la fiesta del final del caso del barranco de las monjas, se habían convertido en Ángela y Carlos. Era increíble como en menos de dos meses se habían propiciado los sucesos para que ahora estuviese toda la pandilla emparejada. Todo empezó en aquella fiesta reveladora que celebraron en los jardines de la casa buganvilla, la casa que había permanecido siete años esperando a ser habitada. Ya desde que Ángela volvió a entrar en aquella propiedad después de tantos años el pasado mes de noviembre con el encargo de verificar las instalaciones y cerrar la compra, Ángela había notado ese ambiente cálido que brindaba aquel espacio, era como una calma placentera que te envolvía apartando las crispaciones, incluso desde la periferia de sus límites exteriores. El mero hecho de acercarse a las puertas de la verja ofrecía ese sentimiento que ella achacó a verse por fin cumplida la voluntad arrebatada de sus amigos de que aquella propiedad se convirtiese en el nuevo hábitat de su familia. Al principio creyó que se dejaba llevar por la nostalgia de unos sentimientos que no habían podido cumplirse por aquél fatídico accidente, pero era indudable que en aquellas dependencias se respiraba una sensación confortable. Tras cruzar la puerta eléctrica de la verja que daba paso a la parcela esa calma placentera exterior se intensificaba ganando fuerza a medida que te adentrabas en ella. Como a Ángela le encantaba sentir esa sensación, había dejado para el final del recorrido aquella zona y habían empezado a mirar casas por la urbanización de Los Conejos, así garantizaba un final de jornada placentero. El tráfico era más bien escaso a pesar de que eran pasadas las diez de la mañana, sólo se habían cruzado con dos coches y ambos en sentido contrario, así que circulaban despacio aprovechando la circunstancia. A pesar de que la velocidad en las urbanizaciones estaba reducida a cuarenta kilómetros por hora, habitualmente en hora punta era difícil respetarla debido a la presión de los típicos conductores con prisas. Por eso, en aquella ocasión Ángela disfrutaba incluso conduciendo a ratos a menos de cuarenta kilómetros la hora aprovechando para ir señalándole a Carlos las propiedades que estaban a la venta en su inmobiliaria. Le encantaba mirar a Carlos, percatarse de cómo se fijaba en todo lo que ella le iba indicando, estaba emocionada con sentirse nuevamente apasionada, con vida. Con Carlos nuevamente volvía a ser feliz, había recuperado la ilusión perdida con la muerte de su marido cinco años atrás. Llevaba tanto tiempo acostumbrada a la rutina de una existencia insípida, nunca se le había pasado por la cabeza que volvería a enamorarse y a sonreír de nuevo al amor, todo había sido tan inesperado, tan rápido, tan increíble que a veces le daba la sensación de estar viviendo en un sueño, de lo que estaba segura es de que no quería despertar de él. Le gustaba recordar el instante en el que Manu los presentó, el chispazo de corriente estática que percibieron al darse la mano, fue sin duda una corriente de reanimación. Ya sabían uno del otro a través de Berni, pero no había llegado la ocasión de conocerse personalmente hasta la fiesta de celebración del final del caso del barranco de las monjas, aquella fue una fiesta inolvidable y el chispazo un motivo de comentario jocoso. Se le representaba siempre la imagen de Manu denominando con guasa aquel suceso como el electro amor irradiado. ¡Que chico Manu! Peculiar sin duda, desde que le conocía le había notado un halo místico difícil de describir, pero no así de percibir, tenía algo especial no cabía duda, hablar con él era abrir las puertas a un mundo de sensaciones, quizás por eso se produjo aquel chispazo entre Carlos y ella, Manu seguramente tenía que haber sido el hilo conductor. Se lo había llegado a comentar a Carlos y a él no parecía haberle extrañado, todo lo contrario, le dio la razón. Según Carlos Manu tenía una capacidad perceptiva peculiar, eso ya lo había comprobado él antes, en el propio caso del barranco de las monjas, se lo había llegado a contar a Ángela, por lo peculiar del suceso, en alguna de esas noches en las que se contaban confidencias. De no ser por la explicación que le dio Manu después de aquella reunión que tuvieron los cuatro en el despacho de Berni, en la que Antonio y él tuvieron un pequeño encontronazo debido a los remedios que estaba llevando a cabo Manu para que Berni despertase, no le hubiera llamado la atención lo que vio después en la casa de los detenidos por la agresión a Berni. Maleficios le había explicado Manu, la causa de que Berni no despertase. Carlos estaba acostumbrado a oír de todo como explicación de sucesos, así que no le dio más importancia al asunto, lo encajó con diplomacia. Retener, almacenar y recordar, ese era su lema, sin opinar y sin debatir, pero cuando llegase el momento contrastar. ¿Qué explicación se le puede dar a una bandeja con tapadera de cristal, las típicas que sirven para guardar un apetitoso pastel, pero guardando en su interior en vez de ese apreciado postre, una fotografía de Berni con una sustancia pringosa y mal oliente colocada justo en la zona del abdomen produciendo un agujero en la fotografía? Ácido resultó ser la sustancia una vez analizada por el departamento científico de la policía. Sin duda aquel hallazgo formaría parte del largo inventario de cosas extrañas en las investigaciones del departamento, aquellas que permanecían descritas minuciosamente pero que no se guardaban físicamente, ni siquiera con reportaje fotográfico, iban directas a la incineradora. Fuego purificador o sistema liberador de posibles accidentes. El ácido no es fácil de almacenar y esa prueba no era trascendente para la incriminación de los detenidos, claro que a Manu la noticia del hallazgo de la misma y la posterior destrucción le dejaron más tranquilo. Antonio fue el que alucinó con los hechos cuando el comisario los contó a la pandilla. “Cosas extrañas, haberlas, las hallas”, por darle consideración al asunto, fue la frase conocida, pero con versión modificada, intentando darle una connotación científica, con la que zanjó el tema Antonio con Manu; no es que fuera una disculpa a su escepticismo, pero para un cefálico acérrimo como él, aquel reconocimiento era más que una disculpa en toda regla, así lo entendió Manu.

- Este chalet lo conozco, es el de los Martínez. Mira, parece que van a hacer una barbacoa en el jardín. Está la señora Luján con sus hijos. Da gusto comprobar que hay historias que acaban bien. -  Le comentó Carlos a Ángela.

- Sí, es reconfortante, porque la verdad es que pocos casos como ese acaban así de bien. -   Dijo Ángela.

La constatación de que hay veces en que los problemas no siempre tienen porqué acabar mal, flotó entre ellos creando esa sensación de paz animadora de superación de dudas manifestada con un silencio forzador a plantearlas.

- ¿Qué, te ha gustado alguno de los chalets? -   le preguntó Ángela a Carlos tras un buen rato de ese silencio.

- Lo que no acaba de convencerme es la zona, está muy lejos del acceso a la autovía. Yo necesito conectividad rápida. Además, siempre he vivido en el centro de Murcia, no creo que me acostumbrase a sentirme alejado del núcleo urbano.

- Pues entonces te llevo a la siguiente urbanización, La Alcayna, la conexión que tiene con el centro de la ciudad a través de la carretera de salida, te hará sentir más cómodo. La lástima es que se trata de una carretera de un solo carril y tiene bastante limitada la velocidad, pero la urbanización está muy bien estructurada y tiene de todo tipo de servicios. Seguro que te encantará.

- ¿Cómo te puedes aclarar con tantas calles? -   Le preguntó Carlos admirado por el control de Ángela de la zona con tanta seguridad.

- Es cuestión de práctica, además una vez que coges la general no hay pérdida. Ten en cuenta que esta zona es en la que más trabajo, me paso los días enseñando propiedades por todas estas urbanizaciones. Además, he vivido muchos años en la urbanización La Alcayna, no hay sitio en el que no tenga anécdotas que recordar, ni zonas por las que me pueda desorientar, vamos que soy una experta en adentrarme por el entramado de calles y encontrar rutas alternativas entre las parcelas.

- Vaya, yo que te quería proponer perdernos por algún caminito nuevo y descubrir nuevos horizontes a los que crearles hazañas que recordar, me parece que eso va a ser tarea inalcanzable. - Le comentó Carlos con esa entonación picarona acompañada de un gesto facial con igual calificación.

- Bueno, la verdad es que en la zona de la urbanización El Chorrico no he estado mucho, esa urbanización no es tan extensa, aunque se está ampliando por la periferia de la tercera fase, parece que la tienen organizada en tres fases. Allí no he llevado muchas propiedades, no domino el terreno, ni tengo anécdotas que recordar. Aquella zona seguro que te convence, es más fácil hacerse con la ubicación de las calles, tiene un atajo para llegar a la carretera que te he comentado de la Alcayna hacia Murcia. Lo bueno que tiene es que es la urbanización más cercana al centro urbano del pueblo y el acceso a la autovía lo tiene a menos de quinientos metros de la entrada. Allí es donde vivía Verónica antes, por cierto, Verónica me llamó la semana pasada para poner su casa en venta. ¿Quieres que vayamos para allá y veamos la zona por fuera?

- Me parece una idea estupenda. Si nos gusta tendremos que reforzar la seguridad periférica. -  Comentó Carlos recordándose del episodio desagradable.

- Verónica me ha explicado que ha aumentado la vigilancia perimetral con sensores y cámaras.

- Perfecto, pinta bien. -  Fue la respuesta de Carlos.

Cuando accedieron a la urbanización El Chorrico Ángela le indicó a Carlos que bajaba las ventanillas del vehículo porque en toda aquella zona el sonido de los pájaros cantando se apreciaba más intensamente, al mismo tiempo que reducía la velocidad de la marcha del vehículo y empezaba a perderse por las primeras calles que encontró que cruzaban la avenida general. Estaba disfrutando de la excursión. Agradecía enormemente que Carlos hubiera optado por visitar una zona nueva para ella, sabía que lo había hecho por ella, para sacarla de esos recuerdos que indudablemente la asaltarían y con los que tendría que luchar para no deprimirse. Había sido todo un detalle con sentimiento. No cabía duda de que Carlos era una buena persona y que la quería. Se sentía cómoda cuando estaba con él, no tenía que ir controlando ni posturas ni palabras, podía ser ella misma, sin artificios y eso era de agradecer.  Desde que enviudó su carácter había ido cambiando paulatinamente, de lo jovial, extrovertida y emprendedora que siempre había sido, a ser una mujer apagada, ensimismada y rutinaria, sumergida en un mundo de tonos grises y sin embargo él se había fijado en ella y con sólo su presencia la gama completa de colores estaba volviendo nuevamente a su vida, a su tiempo y ritmo, sin exigencias ni obligaciones. Sentía rebrotar la vitalidad en sí misma, renacer esas ansias de expandirse y hacerse visible, de salir de su encierro y sentir la vida nuevamente, de disfrutar cada instante al máximo de sus posibilidades. Conducía a menos de cuarenta kilómetros por hora, tranquila, sin agobios, por las calles anchas de esa urbanización. Apenas si encontraban algún coche estacionado frente alguna vivienda. Las parcelas eran grandes y todas con acceso de garaje, con chalets independientes. Todavía quedaban parcelas sin edificar. Todo era tan desconocido para ella que iba escudriñando cada rincón al milímetro, era una sensación atrayente la que le invadía, se dejaba llevar por el instinto y por las indicaciones que de vez en cuando hacía Carlos. Los dos estaban disfrutando como dos niños en una feria de atracciones. Al pasar por delante del recinto vallado del parque comunitario de la urbanización dijeron en voz alta y al unísono: “¿Has visto eso?” Lo que les había llamado la atención era la reproducción de una locomotora antigua, pero de una altura aproximada de metro y medio, con sus vagones de pasajeros enganchados acordes a la altura, en unas vías que hacían un recorrido por toda la periferia del parque. La locomotora se desplazaba lentamente por la vía, sin emitir ningún tipo de salida de humos, seguramente sería eléctrica, con algún tipo de batería, el conductor iba vestido con un uniforme azul marino con gorra incluida que simulaba un uniforme de una compañía ferroviaria y de vez en cuando accionaba el claxon de la máquina. En los vagones habían sentados niños, algunos acompañados de adultos. Ángela y Carlos acordaron que algún día tenían que probar ese recorrido del tren. El griterío de los niños se mezclaba con el sonido del claxon y creaba un ambiente festivo en todo aquel recinto del parque. Ángela se acordó de que le habían recomendado ir a visitar el manantial natural que daba nombre a la urbanización, le habían indicado que estaba cerca de aquel parque. Rebuscó en su memoria aquellas indicaciones exactas y en menos de cinco minutos encontró el lugar. Aquella zona era peatonal, estaba al final de un barranco donde el nivel de la carretera de acceso a la tercera fase de la urbanización descendía suavemente antes de elevarse nuevamente de igual manera, así que estacionó el vehículo en el lateral de la carretera cuando ésta llegaba al nivel del barranco, en el punto de inflexión.

- Me han hablado de una formación natural de salida de agua subterránea en esta zona que es la que da nombre a la urbanización, hay que ir andando para verla, tiene que ser preciosa. -  Le dijo Ángela a Carlos mientras estacionaba el vehículo.

- Vamos. - Contestó Carlos emocionado por la expectativa de aventura que proporcionaba esa propuesta.

Carlos al bajar del coche fue a buscar a Ángela y le ofreció la mano para que se agarrara, el desnivel del terreno no era muy pronunciado, pero la irregularidad del mismo podía dificultar el equilibrio.  Ángela le agradeció el detalle con un beso en la mejilla.

- Entonces si te agarro de la cintura para que no te resbales ¿la recompensa será mayor? -  Le inquirió Carlos con una mirada picarona inconfundible y procediendo a asirla por la cintura.

- Mayor y más intensa. -  Contestó Ángela antes de fusionar sus labios con los de él fogosamente alargando el contacto el mayor tiempo posible hasta necesitar imperiosamente inhalar oxígeno.

Corría una brisa agradable que ayudaba a sofocar el intenso calor que estaba incrementándose con la exposición solar que a punto de alcanzar su plenitud iluminaba toda la zona abierta del largo y serpenteante barranco. En la cima de las franjas limítrofes del barranco a ambos lados del mismo, se apreciaban construcciones de las parcelas de esa zona. En un recodo del comienzo de aquella estructura que alcanzaban a ver desde donde estaban Ángela y Carlos, se intuía como una cueva excavada naturalmente en el desnivel del barranco, proporcionando una humedad atrayente. Marcaban el camino a seguir unos frondosos y altos árboles que acrecentaban la agradable sombra de aquél idílico paraje. Hacia allí se dirigieron cogidos de la mano. A medida que se iban acercando se apreciaba la cueva excavada con formación rocosa, húmeda, con agua fluyendo suave y lentamente de entre las piedras que la formaban. Era un agua cristalina que se almacenaba en toda la base de la cueva gracias al retén de una estructura de hormigón que marcaba el linde curvo de la cueva, elevada desde el suelo hasta un nivel de algo menos de un metro, con una anchura de unos cincuenta centímetros, brindando la ocasión de sentarse en ella a modo de banco para apreciar relajadamente aquella fascinante estructura acuífera. El sonido envolvente era del todo relajante, una mezcla de piar de pájaros, hojas de árboles meciéndose suavemente por el viento y el borboteo lento y continuo del agua. Una maravilla natural así en aquella parte tan seca de la Región era sin duda un oasis que salvaguardar, quizás por eso no era tan conocida su existencia. Con sólo un par de minutos en aquel espacio se cargaba la energía corporal necesaria para sobrellevar todo el espacio diario de una vida ajetreada. A Carlos le costó decidirse salir de aquél medio y regresar al vehículo, cuando encontró el ánimo para hacerlo, se levantó de aquél apreciado banco, incitó a Ángela a hacer lo propio atrayéndola suavemente hacia su cuerpo ayudándola a levantarse con el brazo, cuando la tuvo frente a él, la rodeó por la cintura, la miró a los ojos y le dijo: “Gracias”. La contestación de Ángela brotó instintivamente de inmediato: “Ha sido un placer”. Carlos le aclaró rápidamente: “No por este sitio ni por este día, sino por traerme del todo de nuevo a esta vida”. Carlos iba a seguir explicándole todos los sentimientos que habían rebrotado en él gracias a ella, pero Ángela sabía de lo que Carlos estaba hablando, ella también sentía exactamente lo mismo, así que le interrumpió con un “ídem” antes de besarle en los labios.

El regreso al vehículo fue un paseo lento, esta vez juntando sus cuerpos, ella reclinada sobre él y él agarrándola por la cintura.

Una vez en el vehículo dieron unas cuantas vueltas más por las calles, fueron hasta el principio de la urbanización para ver el acceso a la autovía y la conexión con el centro urbano. Cuando ya se hicieron con la distribución de las calles y los accesos, se acercaron a ver la propiedad de Verónica por fuera.

- Así que esta es la famosa zona “Zen” de la que tanto he oído hablar. -  Comentó Carlos cuando divisó la marmolina que envolvía toda la periferia de la parcela hasta el chalet.

- Sí y la verdad es que hay que reconocer que es meritorio mantener esa marmolina tan limpia con la de árboles enormes que tiene la propiedad. -  Contestó Ángela.

- Me gusta la valla y la elevación del terreno hasta el chalet le da una altura imponente al mismo. -  Dijo Carlos.

- Entonces ¿cuál es tu veredicto? -  Le inquirió Ángela.

- Por mi parte ésta sin duda. Lo reúne todo, tranquilidad, vistas panorámicas preciosas del campo y del centro urbano. En esta urbanización las parcelas son amplias y los chalets no están tan masificados, hay separación entre ellos facilitando la intimidad. No es una urbanización tan grande y te ubicas pronto con las calles. Las instalaciones comunitarias son acogedoras. La zona del manantial natural entre los barrancos me ha cautivado. Pero lo definitivo ha sido el acceso rápido a la autovía. No he visto la casa de Verónica por dentro, por fuera parece acogedora y además por la zona ya tiene todos los puntos ganados. Pero la última palabra la tienes tú.

- Sabía que te encantaría por eso todavía no le he colocado el cartel de “en venta”. Yo tampoco la he visto por dentro, pero llevas razón en todo lo que has dicho de la urbanización, además, es todo un detalle que hayas propuesto visitar una zona nueva para mí. Los recuerdos se me agazapan todos los días en mi zona. Donde voy a tener que poner el cartel de “en venta” va a ser en mi casa. Si quieres vamos a pedirle las llaves a Verónica y la visitamos.

- ¡Ir de visita a la casa buganvilla!, fantástico. Una buena razón para entrar y revivir nuestro encuentro. -  Carlos respondió emocionado rápidamente.

- Me parece que no se van a librar de nuestras visitas, siempre vamos a encontrar alguna excusa para ir a visitarles. Esa casa tiene algo que engancha. -  Comentó Ángela.

Carlos le sonrió con esa sonrisa picarona que denota afirmación cómplice.

Llegaron pronto a la urbanización La Alcayna o eso les pareció ya que cuando se toma una decisión parece que la claridad de las cosas o las ansias por ver ejecutadas tus determinaciones, no te hacen apreciar el tiempo que transcurre. Al pasar cerca del barranco de la rambla de las monjas vieron a Luis haciendo footing junto a Tender.

- Este chico siempre está entrenando. -  Comentó Carlos cuando le reconoció y añadió: “Aunque eso es de agradecer, en una situación distinta estaríamos ahora de no ser por él, sobre todo por Tender, que perro tan bueno. Yo nunca he tenido perro, siempre he vivido en pisos, incluso de niño. No sé si podría ser capaz de cuidar de uno. ¿Tú qué crees, deberíamos adoptar uno?

- Sería una buena idea. En mi casa siempre hubo perros cuando era pequeña. Ya de casada a Mario no le gustaban mucho. Como no tuvimos hijos no salió nunca el tema de tener un perro en casa. Sí que sería agradable volver a sentir esa responsabilidad y el cariño que te dan, además en la zona del Edén de la casa tendremos que tener un vigilante canino que nos refuerce el sistema de vigilancia y habrá que enseñarle a tirar del asa de la persiana.

- Decidido, habrá que ponerse las pilas en ese tema. -  Concluyó Carlos todo animado.

El tiempo se les pasó más rápido todavía mientras decidían cuándo y cómo llevarían a término esa decisión, llegando a la casa buganvilla sin darse cuenta. Ángela aparcó cerca de la puerta peatonal de acceso a la parcela y tan pronto como hubo apagado el motor del vehículo ambos salieron al unísono sin pérdida de tiempo y se dirigieron a la puerta de acceso.

- ¿Te acuerdas de la fiesta del final del caso del barranco de las monjas? Le preguntó Ángela a Carlos mientras llamaba al timbre.

- Como para no recordarla, ¿estaríamos así ahora tú y yo? Fue un día estupendo por todo lo que implicaba. -   Carlos rodeó con sus brazos a Ángela acercando su cuerpo al suyo y la besó en los labios suave pero firmemente. Ángela se acopló a él en una fusión intensa y continua, revelando una compenetración mutua, sumiéndose en un abandono de composturas sociales represoras.

- Vamos parejita, a ver si os van a detener por escándalo público. -  Solo las palabras que salieron del interfono del portero electrónico al mismo tiempo que sonaba la apertura eléctrica de la puerta de la verja les hizo soltarse y entrar en la parcela ambos con una sonrisa en la cara y un halo de felicidad irradiante. Sin duda aquel espacio te imbuía en un mundo aparte.

 

 

 

 

 

FIN

 


Publicado el 21 de abril de 2020 por Vektra Guezma.
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