Descargar edición dislexia del libro «Los Argonautas», de Vicente Blasco Ibáñez

Novela


Descargar gratis el libro «Los Argonautas» de Vicente Blasco Ibáñez en una edición especial que facilita la lectura a personas con dislexia.

Esta edición especial del ebook gratuito del libro de Vicente Blasco Ibáñez «Los Argonautas» utiliza la fuente OpenDyslexic, que mejora la experiencia de lectura por parte de personas que padecen de dislexia. Esta edición se puede leer desde cualquier dispositivo: ordenadores, tablets y smartphones. También permite su impresión en papel para disponer de una edición física.

Este texto, publicado en 1914, está etiquetado como Novela.


  Novela.
650 págs. / 18 horas, 58 minutos / 1 MB.
20 de abril de 2016.


Fragmento de Los Argonautas

Sus caricias habían sido tristes, desesperadas; algo semejante—pensaba Ojeda—a los amores de un condenado a muerte en vísperas del suplicio. El goce animal les había hecho olvidar la realidad por algún tiempo; pero al sobrevenir el cansancio y la hartura, los dos experimentaban la misma decepción del enfermo que ve reaparecer sus dolores luego de un paliativo con el que creía sanar para siempre... ¡Y no había más! ¡Y la hora terrible estaba más próxima que antes!...

Al través de los balcones cerrados llegaban los ruidos de la estrecha calle popular. Un vendedor pregonaba patatas asadas, llamándolas "chuletas de huerta", con melancólico quejido, como si cantase una desgracia. Ojeda le saludó mentalmente, con cierta emoción, y pensó que tal vez hacía ella lo mismo. Nunca le habían visto; no sabían ciertamente si era un hombre, un niño o una vieja, pero durante cuatro años le oían todas las tardes de cita amorosa, siempre a la misma hora, sirviéndoles su grito de aviso cronométrico. Seguramente eran las seis y media. ¡Adiós!, ¡adiós! ¡Cuándo volverían a oírle!... Luego pasó un tropel de chicuelos voceando los periódicos de la tarde, con la reseña de la corrida de toros. Un piano de manubrio rompió a tocar, en medio de la calle, un vals de opereta vienesa, con apresurado tecleo y acompañamiento de timbres. Se oía la voz del organillero pidiendo a gritos que «le echasen algo» de los balcones. Cuando callaba el piano venía de lejos un runruneo de guitarra con choque de castañuelas y férreo retintín de triángulo. Una voz bravía de cantor nómada entonaba una jota, venerable música del terruño, miedosa de aventurarse en el centro de Madrid y que se extingue lentamente en el refugio de los barrios populares. Igualmente les había visitado muchas tardes este canto medieval, evocando en el cerrado dormitorio un recuerdo de excursiones en automóvil por las altiplanicies de Castilla: una visión de llanuras de rastrojo con hilos de agua bordeados de álamos; cubos de fortaleza sosteniéndose erguidos entre montones de ruinas; pueblos de color pardo; torres de iglesia con nidos de cigüeñas en el remate. ¡Adiós! ¡También adiós!


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