Ambientada en 1914 y durante la Primera Guerra Mundial; se relatan, en tercera persona, las vicisitudes de dos familias argentinas, los Desnoyers y los von Hartrott. Ambas, por línea materna, provienen del estanciero español afincado en la Argentina; don Julio Madariaga; mientras que los yernos de éste son de origen francés (Marcelo Desnoyers) y alemán (Karl von Hartrott) respectivamente. Tras la muerte del don Julio; los von Hartrott se marchan a Alemania y los Desnoyers a Francia. Ambas familias terminan combatiendo en bandos opuestos en la Primera Guerra Mundial. La novela transcurre en la Argentina y en los escenarios bélicos de Europa.
El autor apoya la causa de la Triple Entente frente a las Potencias Centrales y en especial contra Alemania la cual considera que ha deseado la guerra, y sobre cuyos desolados campos de batalla el gran vitalista que fue Blasco hace latir finalmente, salvaje e invencible, el deseo de vivir.
Una gran novela que desmitifica el honor para condenar la guerra como lo que es: barbarie. Fue una obra de éxito internacional y, traducida al inglés, fue el libro más vendido en Estados Unidos en el año 1919.
Se había instalado la familia en una casa ostentosa de la avenida Víctor
Hugo: veintiocho mil francos de alquiler. Doña Luisa tuvo que entrar y
salir muchas veces para habituarse al imponente aspecto de los porteros:
él condecorado, vestido de negro y con patillas blancas, como un notario
de comedia; ella majestuosa, con cadena de oro sobre el pecho
exuberante, y recibiendo á los inquilinos en un salón rojo y dorado.
Arriba, en las habitaciones, un lujo ultramoderno, frío y glacial á la
vista, con paredes blancas y vidrieras de pequeños rectángulos,
exasperaba á Desnoyers, que sentía entusiasmo por las tallas complicadas
y los muebles ricos de su juventud. El mismo dirigió el arreglo de las
numerosas piezas, que parecían siempre vacías.
Chichí protestaba de la avaricia de papá al verle comprar lentamente,
con tanteos y vacilaciones.
—Avaro, no—respondía él—. Es que conozco el precio de las cosas.
Los objetos sólo le gustaban, cuando los había adquirido por la tercera
parte de su valor. El engaño del que se desprendía de ellos representaba
un testimonio de superioridad para el que los compraba. París le ofreció
un lugar de placeres como no podía encontrarlo en el resto del mundo: el
Hotel Drouot. Iba á él todas las tardes, cuando no encontraba en los
periódicos el anuncio de otras subastas de importancia. Durante varios
años no hubo naufragio célebre en la vida parisién, con la consiguiente
liquidación de restos, del que no se llevase una parte. La utilidad y
necesidad de las adquisiciones resultaban de interés secundario; lo
importante era adquirir á precios irrisorios. Y las subastas inundaron
aquellas habitaciones que al principio se amueblaban con lentitud
desesperante.
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Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.
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