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—Pues Alejandra —dijo Anita cuando ésta terminó—, nosotros no somos más que unos pobres maromeros que venimos de las fiestas de San Jerónimo, y que vamos para Cuernavaca; pero tendremos mucho gusto en servir a usted en lo que podamos.
—¿No tiene usted parientes por México, por Cuernavaca?… —preguntó Rito.
—Por ninguna parte: soy sola en el mundo; mi único amparo era mi padre y le han matado… —y Alejandra se puso a sollozar ocultando el rostro entre las manos.
—¡Pobrecita! —exclamaban aquellas buenas gentes, moviendo tristemente la cabeza y mirando a la joven.
—Vamos, niña —dijo al fin Tula—, vamos a descansar: dormirá usted con mi hija y conmigo; los hombres se acuestan afuera cerca de los animales para cuidarlos… ya mañana temprano veremos lo que se hace.
Todos se levantaron: los hombres volvieron a salir, y Tula tendió las camas, y poco después todo había quedado en silencio.
Antes de amanecer, la familia estaba ya en movimiento, ensillados los caballos, que se reducían a dos, flacos y con malísimos atalajes, y listos dos burros, en los que iba el equipaje de la compañía, cuerdas, algunos lienzos de telón para los entremeses y la microscópica batería de cocina.
445 págs. / 12 horas, 59 minutos.
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Publicado el 2 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.
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