Los Oídos del Conde de Chesterfield y el Capellán Gudman

Voltaire


Cuento



Capítulo I

¡Ah! la fatalidad gobierna indisputablemente todas las cosas de este mundo. Yo lo infiero, como es justo, do lo que por mí ha pasado.

Milord Chestcrfield, que me quería mucho, me había prometido ser mi bienhechor. Estaba vacante un buen preferment que él nombraba. Desde lo último de mi provincia echo á correr á Londres, me presento á milord, le acuerdo sus promesas; me aprieta amistosamente la mano, y me dice que efectivamente tengo muy mala cara. Respóndole que mi principal enfermedad es la pobreza: replica que me hará poner en cura, y me da al punto una carta para el Sr. Sil rae, cerca de Guid’hall. No me queda duda de que el Sr. Sidrac es el que me ha de despachar el título de mi curato. Voy volando á su casa, y el Sr. Sidrac, que era el cirujano de mílord, se dispone al instante á meterme la tienta, asegurándome que si tengo piedra, me hará la operación con mucha felicidad.

Háse de saber que había oido milord que yo me quejaba de la vejiga, y con su acostumbrada generosidad quiso que me hicieran la Operación á su costa. Era sordo como su hermano, y yo no lo sabía.

Miéntras que estaba yo gastando el tiempo en defender mi vejiga del Sr. Sidrac, que de por fuerza me quería meter la tienta, llegó uno de los cincuenta y dos competidores que pretendían el mismo beneficio á casa de milord, le pidió mi contrato, y le consiguió.

Estaba yo enamorado de miss Fidlcr, me había de casar con ella así que fuera cura, mi rival se calzó mi beneficio y mi novia.

Así que supo el conde su equivocación y mi desgracia, me prometió remediarlo todo; pero se murió de allí á dos dias. El Sr. Sidrac me probó, claro como el sol, que atendida la actual constitución de sus órganos, no podía vivir mi protector un minuto más, demostrándome que procedía su sordera de la mucha sequedad de la cuerda y el tambor de su oido, y ofreciéndose á endurecer el mió con espíritu de vino, de manera que fuese mas sordo que Par ninguno en el reino. Conocí entonces que era el Sr. Sidrac sujeto muy docto, y me aficionó al estudio de la naturaleza, contemplando también que era dicho señor tan caritativo que me haría de balde la operación de la piedra cuando se ofreciera, y me proporcionaría alivio en cualquier desmán que en el cuello de mi vejiga pudiera acontecer.

Empecé, pues, á estudiar la naturaleza bajo su dirección, por consolarme de haber perdido mi curato y mi novia.

Capítulo II

Después de hechas muchas observaciones acerca de la naturaleza con mis cinco sentidos, con anteojos y microscopios, le dije un dia al señor Sidrac: Los que nos hablan de naturaleza se mofan de nosotros, todo es arte; por un arte maravilloso bailan con tanta regularidad todos los planetas en torno del Sol, mientras que gira el Sol sobre sí mismo; y ciertamente alguien, no ménos docto que la Sociedad Real de Londres, ha dispuesto de tal manera las cosas, que el cuadrado de las revoluciones de cada planeta siempre es proporcional á la raíz del cubo de su distanciad su centro, y era menester ser brujo para acertarlo. El flujo y reflujo de nuestro Támesis me parece efecto constante de arte no ménos profunda ni ménos difícil de adivinar. Animales, vegetales, minerales, todo lo veo colocado con peso, medida, número, movimiento; todo es muelle, palanca, polea, máquina hidráulica, laboratorio de química, desde la hierbecilla hasta el roble, de la pulga al hombre, y del granillo de arena hasta las más altas nubes. Ciertamente todo es arte, y la naturaleza es un ente de razón.

Así es la verdad, me dijo el señor Sidrac, pero no sois vos el primero que lo dice, ya lo había escrito un soñador del otro lado de la Mancha (i), puesto que no han hecho aprecio de ello. Lo que más me pasma y me gusta, es que en virtud de arte tan incomprensible siempre dos máquinas produzcan la tercera. Mucho siento no haber producido una con miss Fidler; pero ya veo que estaba determinado ab celerno que se serviría miss Fidler de otra máquina que de mí.

También lo que acabais de decir, me replicó el señor Sidrac,

(i) Diccionario filosófico, artículo Naturaleza.

lo han dicho ya; y más vale así, que es prueba de que lleváis razón. Sí, cosa graciosa es que entre dos máquinas produzcan la tercera; pero eso no es cierto con todos los seres: dos rosas no producen haciéndose cariños la tercera, ni dos pedernales ó dos metales producen tampoco otro tercero, puesto que sean cosas el metal y la piedra que no puede ejecutar la industria humana. El sublime y magnífico prodigio, continuó, esque un mozo y una moza hagan juntos un chiquillo, y que un ruiseñor haga un ruiseñorcillo á su ruiseñora, y no á una calandria. La mitad de la vida deberíamos llevárnosla imitándolos, y la otra mitad bendiciendo al inventor de este método. En la generación hay mil secretos sobremanera curiosos. Dice Newton que la naturaleza en todo se parece á sí propia: Natura est ubique sibi consona; eso es falso en amor: los peces, los reptiles, los pájaros no enamoran como nosotros, y hay variedades infinitas. La fábrica de los séres sensibles y activos me embelesa: también los vegetales merecen llamar nuestra atención. Siempre me maravillo de ver que un grano de trigo tirado al campo produzca otros muchos. ¡Ah! le dije como un tonto que era todavía, eso consiste en que el trigo tiene que morir para renacer, como dicen los escolásticos, pero hoy dia el labrador más zafio sabe que es un disparate.—¡Ah! señor Sidrac, perdonadme: he sido teólogo, y no se olvida uno tan presto de sus mañas.

Capítulo III

Pasado algún tiempo después de esta conversación del pobre clérigo Gudman con el aventajado anatómico Sidrac, le encontró este cirujano en el coto de San Jaime, muy pensativo, muy melancólico, y tan confuso como un algebrista que ha errado un cálculo. ¿Qué teneis? le dijo Sidrac: ¿os duele la vejiga ó el intestino colón? No, respondió Gudman, mas sí la vexícula de la hiel. Acabo de ver pasar en un buen coche al obispo de Glocester, que es un pedante insolente y hablador; estaba yo á pie, y eso me ha incomodado, porque he pensado que si quisiera conseguir un obispado en este reino, se podrían apostar diez mil contra uno á que no le conseguiría, porque somos diez mil los clérigos de Inglaterra. Desde que murió milord Chesterfield, que era sordo, no tengo protector ninguno: pues supongamos que tenga cada uno de los diez mil clérigos anglicanos dos protectores; en tal caso se pueden apostar veinte mil contra uno á que no me darían el obispado, cosa que incomoda cuando se para uno á pensar en ello. Acuerdóme ahora de que siendo muchacho me propusieron llevarme á la India en clase de gato de navío, asegurándome que haría muchísimo caudal; pero no me creí bueno para ser un dia almirante, y habiendo examinado todos los oficios, me he quedado clérigo sin servir para nada.

Pues no seáis clérigo, haceos filósofo, que es oficio que ni requiere ni proporciona riqueza. ¿Qué renta es la vuestra?—Mi renta no pasa de treinta guineas, y cuando se me muera una tia vieja, ascenderá á cincuenta.—Pues, querido Gudman, con eso sobra para vivir libre y pensar: treinta guineas hacen cerca de medio duro diario, y Philips se contentaba con cinco reales. Con esa renta segura puede decir uno todo cuanto piensa de la Compañía de la India, del Parlamento, de nuestras colonias, del sér en general, del hombre y de Dios, que es muy gustoso pasatiempo. Venid á comer conmigo, ese dinero ahorrareis; discurriremos y tendrá la satisfacción vuestra facultad pensadora de comunicar con la mia por medio de la palabra, que es una de las maravillas que ménos nos maravilla.

Capítulo IV

Coloquio del Doctor Gudman con el anatómico Sidrac sobre el alma y sobre otras muchas cosas


GUDMAN:

¿Pero por qué, amado Sidrac, decís siempre mi facultad de pensar, y no decís mi alma, que fuera más corto, y lo mismo os entendiera yo?


SIDRAC:

Sí, pero yo no me entendería. Bien veo y bien sé que me ha dado Dios la facultad de pensar y hablar; pero ni veo ni sé que me haya dado Dios un sér que se llame alma.


GUDMAN:

Verdad es que cuando lo medito, conozco que yo tampoco lo sé, y que muchos años he tenido la osadía de creer que lo sabía. He notado que los pueblos orientales llamaban alma una cosa que quería decir la vida: á ejemplo de ellos, los latinos entendieron primero por ánima la vida del animal; los griegos entendían por alma la respiración, y como la respiración es un soplo, vertieron los latinos la voz soplo por spir-íns, y de aquí viene la voz que corresponde á espíritu en casi todas las naciones modernas. Como nunca ha visto nadie ese soplo ó espíritu, le han convertido en un sér que no puede nadie ni ver ni palpar, y han dicho que residía en nuestro cuerpo sin ocupar lugar, que movía nuestros órganos sin tocarlos: ¿y qué cosas no han dicho? A mí me parece que en esta parte van fundados nuestros raciocinios en equívocos, y veo que advirtió el cuerdo Lockc el cáos en que habían metido á la razón humana estos equívocos de todos los idiomas: así en el único libro de buena metafísica que hay escrito, capítulo ninguno trata del alma; y si por casualidad escribe esta voz en algunos parajes, nunca en su obra quiere decir otra cosa que la inteligencia. Efectivamente, bien advierte cada uno que tiene inteligencia, que recibe ideas, que las reúne y las descompone; pero nadie advierte que haya dentro de el otro ser que le infunda el movimiento, las sensaciones y los pensamientos. De verdad es cosa ridicula decir palabras que uno no entiende, y admitir séres de que no puede formarse ni la más remota idea.


SIDRAC:

Pues ya estamos acordes en una cosa que ha sido materia de disputa por espacio de muchos siglos.


GUDMAN:

Mucho me maravillo de que estemos acordes.


SIDRAC:

No es extraño, porque indagamos la verdad con candor. Si estuviéramos disputando en los bancos de un aula, argumentaríamos como los tomistas con los escotistas; y si viviéramos en los siglos de densas tinieblas en que tanto tiempo estuvo envuelta la Inglaterra, acaso uno de los dos haría quemar al otro; pero vivimos en un siglo de filosofía, hallamos con facilidad lo que nos parece que es verdad, y lo decimos con valor y sin rebozo.


GUDMAN:

Así es; pero me temo que esa verdad se reduzca á muy poco. En matemáticas hemos hecho portentos que asombrarían á Arquímedes y Apolonio si vivieran, y los obligarían á ser nuestros discípulos. ¿Pero qué hemos acreditado en metafísica? Nuestra ignorancia.


SIDRAC:

¿Conque es nada? Confesáis que nos ha dado el gran Sér la facultad de sentir y pensar, como á nuestros piés les ha dado la facultad de andar, á nuestras manos la de ejercitarse en mil cosas, á nuestro estómago la de digerir, y á nuestro corazón la de repeler la sangre á las arterias. De todo le somos deudores, nada nos ha venido de nosotros y nunca sabremos cómo hace el Dueño del universo para conducirnos. Yo por mí le doy gracias, porque me ha enseñado que nada sé de los primeros principios.

Los hombres no han cesado de indagar cómo obra el alma en el cuerpo. Antes debían averiguar si teníamos alma. Ó Dios nos ha dado una, ó nos ha comunicado una cosa que sea su equivalente. De cualquiera modo que haya obrado, estamos sujetos á su poder, y él es nuestro Señor. Esto es todo cuanto sé.


GUDMAN:

Pero decidme á lo ménos qué es lo que presumís. Habéis disecado cerebros, y visto embriones y fetos: ¿habéis visto cosa que se parezca á un alma?


SIDRAC:

Nada en este mundo, ni nunca he podido entender cómo por espacio de nueve meses residía un ser inmaterial, inmortal, metido dentro de una membrana hedionda, entre los excrementos y los orines. Muy arduo se me ha hecho de comprender que existiese esta pretensa alma indivisible ántes de la formación del cuerpo: porque ¿qué hubiera hecho por espacio de tantos siglos, sin ser alma humana? Y luego, ¿quién es capaz de imaginarse un ser sin partes, un sér metafísico que está toda la eternidad aguardando el instante de animar la materia por espacio de algunos minutos? ¿Qué es de ese sér no conocido, cuando se muere en el vientre de su madre el feto que había de animar?

Todavía más ridículo me ha parecido que criara Dios el alma en el punto que se acuesta un hombre con una mujer. He creído que era una blasfemia que esperase Dios la consumación de un adulterio ó un incesto, para remunerar estas torpezas criando almas por su causa. Todavía es peor que me digan que saca Dios de la nada almas inmortales para que padezcan por toda la eternidad increíbles tormentos. ¿Cómo se queman unos séres sin partes que nada tienen que combustible sea? ¿Haríamos para quemar un grito, un viento que pasa? Todavía en el corto espacio de su tránsito eran materiales el grito y el viento, ¡pero un puro espíritu, un pensamiento, una duda! me confundo. En todas partes sólo oscuridades, contradicciones, imposibilidades, disparates, sueños, extravagancias, entes de razón, absurdos, bestialidades y mentiras, es lo único que encuentro. Pero me tranquilizo cuando digo: Dios es árbitro; el que hace que innumerables astros graviten unos hácia otros, el Criador de la luz bien puede darnos ideas y afectos, sin que necesitemos un átomo extraño, invisible, llamado alma.

Ciertísimo es que ha dado Dios sentidos, industria y memoría á todos los animales, que les ha dado la vida, pues tan magnífica dádiva es la de la vida, como la del alma. Notoria cosa es que viven los animales, y demostrada que sienten, pues tienen los órganos sensitivos. Pues si todo esto lo tienen sin alma, ¿por qué queremos de por fuerza tenerla nosotros?


GUDMAN:

Por vanidad acaso. Convencido estoy de que si pudiera hablar un pavo real, se alabaría de que tiene alma, y diría que reside en sü cola. Yo me inclino mucho á pensar, como vos, que Dios nos ha hecho comedores, bebedores, andadores, dormidores, sensibles, pensadores, llenos de miseria, pasiones y soberbia, sin revelarnos su secreto. Lo mismo sabemos de la materia que el pavo real de que os he hablado; y el que dijo que nacíamos, vivíamos y moríamos sin saber cómo, dijo la pura verdad. Bien nos definió aquel que nos llamó los dominguillos de la Providencia, porque al fin para que existamos se necesita una infinidad de movimientos, y nosotros no hemos hecho el movimiento: un Sér hay que habiendo criado la luz, la hace venir del sol á nuestros ojos en espacio de siete minutos: por sólo el movimiento se afectan mis cinco sentidos, y sólo por mis cinco sentidos tengo ideas: luego el que me da las ideas es el autor del movimiento, y cuando me dijere cómo me las da, le tributaré rendidas gracias. Ya se las doy porque me ha permitido contemplar por espacio de algunos años el magnífico espectáculo de este mundo, como decía Epicteto. Verdad que me podía haber hecho más feliz, y darme un buen curato, con la posesión de mi querida miss Fidler; pero al cabo tal cual soy, con mis treinta guineas de renta, le debo muchos beneficios todavía.


SIDRAC:

Decís que os podía dar Dios un buen curato, y haceros más feliz de lo que sois: muchos hay que no admitirán esa proposición. ¿No os acordáis de que vos propio os habéis quejado de la fatalidad? Pues un hombre que quiere ser cura no se ha de contradecir así. ¿No veis que si hubierais obtenido el curato y la mujer que queríais, fuérais vos el que hubiera hecho un hijo á miss Fidler? El hijo que hubiera parido habría podido ser gato de navío, llegar á almirante, ganar una batalla naval en las bocas del Gángcs, y acabar de destronar al gran Mogol, y sólo con eso hubiera variado la constitución del universo. Habría sido necesario un mundo distinto del nuestro, para que vuestro competidor no lograra el curato, para que no se casara con miss Fidler, y para que no os vierais reducido á treinta guineas, hasta que se muera vuestra tia. Todo está conexo, y no ha de ir Dios á romper la eterna cadena por dar gusto á mi amigo Gudman.


GUDMAN:

No aguardaba semejante argumento cuando mentaba la fatalidad. Pero si es así, es Dios tan esclavo como yo.


SIDRAC:

Esclavo de su voluntad, de su sabiduría, de las leyes que él propio ha hecho, de su naturaleza necesaria; sus leyes no las puede quebrantar, porque no puede ser flaco, inconstante y mudable como nosotros, porque el Sér eternoy necesario no puede ser veleta.


GUDMAN:

Señor Sidrac, de ahí podríamos ir á parar á la irreligión; porque si no puede Dios mudar las cosas de este mundo, ¿á qué viene alabarle ni dirigirle oraciones?


SIDRAC:

¿Y quién os ha dicho que le hagais oración ó que le alabéis? Bravo le importan vuestros loores ni vuestros pedimentos. A un hombre le alabamos porque le creemos vano, y le rogamos cuando creemos que es flaco, y esperamos hacerle mudar de dictamen. Cumplamos con nuestras obligaciones con Dios, adorémosle y seamos justos, que esas son las verdaderas alabanzas y las oraciones eficaces.


GUDMAN:

Señor Sidrac, mucha tierra hemos andado, porque además de tratar de miss Fidler, hemos examinado si teníamos alma, si hay Dios, si puede mudar sus leyes, si estamos destinados á otra vida, si... Profundos estudios son estos, y acaso nunca me habrían pasado por la cabeza si hubiera sido cura. Quiero profundizar estas cuestiones tan necesarias y tan sublimes, ahora que nada tengo que hacer.


SIDRAC:

Pues bien, mañana viene á comer conmigo el doctor Gru, que es un médico muy instruido, que ha dado la vuelta al mundo en compañía de los señores Banks y Solander, y es cierto que más bien ha de saber lo que es Dios y el alma, que los que nunca han salido de Covent-Garden. Además, cuando era mozo, ha visto el doctor casi toda la Europa, ha presenciado cinco ó seis revoluciones en Rusia, ha sido amigo del bajá conde de Bonneval, que como todos saben, se había hecho en Constantinopla un musulmán perfecto, ha tratado con el clérigo papista Makarti, irlandés, que se hizo cortar el prepucio en honra de Mahoma, y con nuestro presbiteriano Ramsay, que hizo otro tanto, sirvió luégo en Rusia, y fué muerto en una batalla contra los suecos en Finlandia; por fin ha tenido varias conferencias con el reverendo Padre Malagrida, que después ha sido quemado en Lisboa, porque le había revelado la Virgen Santísima lo que hacía cuando estaba en el vientre de su madre Santa Ana.

Bien contempláis que uno que tantas cosas como el señor Gru ha visto, ha de ser el mayor metafísico del mundo. Conque hasta mañana á la hora de comer.


GUDMAN:

Mañana y pasado mañana, querido Sidrac, porque más de una comida se necesita para aprender.

Capítulo V

Al otro dia comieron los tres pensadores juntos, y como hácia los postres estaban algo más alegres, como es uso y costumbre de los filósofos que comen, se divirtieron recapacitando todas las miserias, todos los disparates y todos los horrores que afligen el linaje humanal, desde las tierras australes, hasta las inmediaciones del polo ártico, y desde Lima á Meaco; variedad de abominaciones que no deja de ser muy divertida, y gusto que no tienen los vecinos sedentarios y los tenientes de cura de parroquia, que sólo su campanario han visto y se figuran que todo el mundo es como el ex-chatige-alleyde Londres ó la calle de las Carretas de Madrid.

Reparo, dijo el doctor Gru, que no obstante la infinita variedad difundida en el globo, todos cuantos hombres hay, ora negros con lana, ora negros de cabellos largos, ora de color de cobre, ora rojos, ora pardos, que se llaman blancos, todos sin diferencia tienen dos piernas, dos ojos y una cabeza encima de los hombros, mal que le pese á San Agustín, que en su sermón trigesimosétimo afirma que ha visto acéfalos, esto es, hombres sin cabeza, monóculos con un ojo solo, y monópedos con una pierna no más. Lo que es antropófagos, confieso que los hay sin cuento y que lo ha sido todo el mundo.

Muchas veces me han preguntado si estaban bautizados los moradores del inmenso país llamado la Nueva Zelanda, que hoy dia son los más bárbaros de los bárbaros, y he respondido que no lo sabía, que bien podía ser; que los judíos, que eran más bárbaros que ellos, tenían dos bautismos por uno, el de justicia y el de domicilio. Así es la verdad, interrumpió el señor Gudman, y acerca de eso he tenido yo fuertes disputas con los que creen que hemos inventado el bautismo: no, señor, nada hemos inventado, no hemos hecho más que remendar. Mas os ruego que me digáis, señor Gru, cuál de las ochenta ó cien religiones que en vuestras caravanas habéis visto más os ha gustado. ¿Lade los zelandeses ó de los hotentotes?

GRU.


La de la isla de Otaiti, sin comparación ninguna. Ambos hemisferios he corrido, y nada he visto que á Otaiti y á su religiosa reina sea parecido. En Otaiti es donde habita la naturaleza; en los demas países sólo he visto máscaras, sólo picaros que engañan á tontos, embaidores que sonsacan dinero por conseguir autoridad, y sonsacar autoridad por conseguir dinero impunemente; que os venden telarañas porque les deis perdices; que os prometen contentos y riquezas cuando nadie esté vivo, para que hagais que ande su asador mientras ellos existen. Por Dios, que no es así en la isla de Aiti ó de Otaiti, isla muy más civilizada que la de Zelanda, el país de los cafres, y me atrevo á decir que nuestra Inglaterra, porque la ha dotado la naturaleza de más fecundo suelo y le ha dado el árbol de pan, dádiva tan útil como maravillosa, con que sólo algunas pocas islas del mar del Sur ha privilegiado. En este país no necesitan comerse á sus semejantes; pero tienen otra necesidad más natural, más universal y más suave, que manda la religión de Otaiti que se satisfaga en público, y que sin duda es la más respetable de todas las ceremonias religiosas. Yo lo he presenciado con toda la tripulación de nuestro navío, y no son estos cuentos de misioneros como los que en las cartas edificantes y curiosas de los reverendos padres jesuítas se encuentran. Ahora está el doctor Juan Hakerovorth concluyendo la impresión de nuestros descubrimientos en el hemisferio meridional. Yo no me he apartado del señor Banks, mozo tan apreciable, que ha gastado su tiempo y su caudal en observar la naturaleza del polo antártico, miéntras volvían de registrar las ruinas de Palmira y Balbec los señores Dakins y Vood, y de examinar los antiguos monumentos de las artes, y miéntras enseñaba el señor Hamilton la historia natural de su Vesubio á los napolitanos atónitos. En resúmen, en compañía de los señores Banks, Solander, Cook y otros ciento, he presenciado lo que voy á contaros.

La princesa Obeira, reina de la isla de Otaiti... Trajeron entonces el café, tomárnosle y anudó luégo el señor Gru su interrumpido cuento.

Capítulo VI


La princesa Obeira, después de habernos colmado de dádivas con una urbanidad digna de una reina de Inglaterra, tuvo la curiosidad de asistir una mañana á nuestros ritos anglicanos, que celebramos con la mayor pompa que pudimos. Por la tarde nos convidó al suyo: era el dia 14 de Mayo de 1769, y la encontramos cercada de unas mil personas de ambos sexos, colocadas en semicírculo y observando todas un respetuoso silencio. Una muchacha muy linda, vestida de un traje tan ligero como elegante, estaba acostada en un sofá que hacía oficio de altar. La reina Obeira mandó á un hermoso mancebo de hasta unos veinte años que fuese á sacrificar: este recitó una especie de oración y subió al altar. Estaban medio desnudos ambos sacrificantes, y la reina, con majestuoso ademan, enseñaba á la víctima joven el modo más apto de consumar el sacrificio. Los otaitienses estaban todos tan atentos y daban tales muestras de respeto, que no se atrevió ninguno de nuestros marineros á perturbar la ceremonia con indecentes risadas. Esto lo he visto yo, os digo, y lo ha visto toda la tripulación: sacad ahora las consecuencias.

No me maravilla esta ceremonia sagrada, dijo el doctor Gudman, porque estoy persuadido á que esa fué la primera fiesta que celebraron los hombres, y no veo por qué no hemos de hacer oración á Dios cuando vamos á formar un ser á semejanza, así como le oramos ántes de las comidas que sustentan nuestro cuerpo. Trabajar en dar vida á una criatura racional, es la acción más santa y más loable: así pensaron los primeros indios, que reverenciaban el lingam, símbolo de la generación; los antiguos egipcios, que sacaban en procesión el miembro agente de la generación; y los griegos, que levantaron templos á Priapo. Si es lícito citar la mezquina y miserable nación judaica, imitadora tosca de todos sus vecinos, en sus libros se refiere que adoró el pueblo á Priapo, y que fué su principal sacerdotisa la reina madre del rey judío Asa.

Sea como fuere, es de presumir que un culto por libertinaje nunca le estableció ni lo pudo establecer pueblo ninguno: algunas veces se introduce la deshonestidad con el transcurso de los tiempos; pero la fundación primitiva siempre es inocente y pura. Nuestras primeras ágapes, en que se besaban modestamente en la boca de los mancebos y las doncellas, no degeneraron hasta mucho después en infidelidades y citas amorosas. Así pluguiera á Dios que pudiese yo sacrificar con miss Fidler en presencia de la reina Obeira, digo con toda honestidad, y como Dios manda que sería el dia más gustoso y la acción más bella de mi vida entera. El señor Sidrac, que hasta entonces se había callado, porque Gudman y Gru no le habían dejado meter baza, rompió al fin el silencio, y dijo: todo cuanto acabo de oir me embelesa, y me parece la reina Obeira la primera reina del hemisferio meridional, puesto que no me atrevo á decir de ambos hemisferios. Pero entre tantas glorias y felicidades, me queda todavía un escrúpulo sobre el cual os ha tocado algo el señor Gudman y no le habéis respondido. ¿Es cierto que el capitán Wallis, que fué el primero que aportó ántes que vosotros á esa venturosa isla, llevó á ella las dos plagas más horribles de la tierra, el gálico y las viruelas? ¡Ah! replicó el señor Gru, los franceses nos acusan de eso, y nosotros acusamos á los franceses: el señor Bougainville dice que los malditos ingleses fueron los que pegaron gálico á la reina Obeira; y el señor Cook, que este regalo se le hizo el señor Bougainville en persona. Sea como fuere, el gálico es parecido á las bellas artes, que no se sabe quién las inventó, pero que con el tiempo dan la vuelta á la Europa, el Asia, el Africa, y la America.

Muchos años hace que ejercito la cirugía, dijo Sidrac, y confieso que de la mayor parte de mi caudal soy deudor al gálico; pero con todo le aborrezco á par de muerte. Mi mujer me le pegó la primera noche de casado; y como es mujer muy pelillosa con todo cuanto puede menoscabar su honra, publicó en todos los periódicos de Londres, que puesto que era cierto que adolecía del achaque inmundo, le había sacado del vientre de su señora madre, y que era un vínculo de familia.

¿En qué pensaba lo que llaman la naturaleza, cuando inficionó con este veneno las fuentes de la vida? Han dicho, y yo lo repito, que es la contradicción más enorme y más detestable. Dicen que fué formado el hombre á imágen y semejanza de Dios: finxit in effigiem moderantum cuneta Deorum ¡y ha colocado en los vasos espermáticos de esta imágen la muerte y el dolor! ¿Qué significa este verso tan hermoso de milord Rochester? El amor haría adorar á Dios en un país de ateístas.

¡Ay! dijo entonces el buen Gudman, acaso tengo que dar gracias á la Providencia por no haberme casado con mi querida miss Fidler: por que, ¿quién sabe loque habría sucedido? En este mundo nadie puede adivinar los futuros contingentes: á todo evento, el señor Sidrac me ha prometido su asistencia en todo cuanto tenga conexión con mi vejiga. Siempre estoy pronto á serviros, respondió Sidrac; pero es preciso echar de sí tan malos pensamientos. Parece que Gudman, cuando así decía, previa su suerte.

Capítulo VII

El día siguiente ventilaron los tres filósofos la importante cuestión: ¿Cuál es el primer móvil de todas las acciones humanas? Gudman, que siempre llevaba sobre el corazón la perdida de su beneficio y su querida, dijo que el principio de todo era el amor y la ambición: Gru, que había visto más mundo, dijo que el dinero; y el gran anatómico Sidrac sustentó que era la necesaria. Pasmáronse los dos convidados, y el doctor Sidrac probó, como vamos á decir, su tésis.

Siempre he notado que pendían todos los negocios de este mundo del dictámen y la voluntad de un sujeto principal, ya sea rey, ministro ó covachuelista; ora este dictámen y esta voluntad son efecto inmediato del modo como se filtran los espíritus animales en el cerebelo, y de éste en la médula espinal: los espíritus animales penden de la formación de la sangre; la sangre pende de la formación del quilo; el quilo se labra en la tela del mesenterio; el mesenterio está asido de los intestinos con hilos muy delgados; estos intestinos están llenos, con perdón sea dicho, de excrementos. Ora no obstante las tres fuertes túnicas en que está envuelto cada intestino, está horadado como un cribo, porque en la naturaleza todo está lleno de agujeros: el más imperceptible grano de arena tiene más de quinientos poros; y podríamos atravesar una bala de cañón con mil agujas, si se pudiesen fabricar suficientemente fuertes y finas para ello. ¿Qué es lo que con un hombre estreñido sucede? Que las partículas más tenues y delgadas de su excremento se mezclan con el quilo en las venas de Azelio, van á la venapona y al reservatorio de Pecquet, pasan á la vena cava y al corazón del hombre más honrado y la mujer más remilgada, y corre un rocío de inmundicia seca por todo su cuerpo. Cuando inunda este rocío las parenquimas, los vasos y glándulas de un melancólico-bilioso, se torna en ferocidad su mal genio, se le empaña y se le inflama lo blanco de los ojos, se le pegan ambos labios, se le tiñe el rostro de un color amarillo opaco, y parece que os está amenazando. Huid de el; y si fuere ministro de Estado, no le vayais con memoriales, porque todo papel le mira como un auxilio de que se quisiera valer para la antigua y abominable práctica de los europeos: informaos con maña de su ayuda de cámara de si ha ido por la mañana su excelencia á su excusado.

Más importante punto es este de lo que se cree; algunas veces ha sido causa el aprieto de vientre de las más sangrientas escenas: mi padre, que murió de más de cien años, fué boticario de Cromwcll, y me contó varias veces que cuando hizo éste cortar la cabeza á su rey, hacía ocho dias que no obraba. Todos cuantos están algo versados en la historia del continente, saben que le habían advertido al duque de Guisa, el Chirlado, que no enojase á Enrique III en invierno, cuando soplaba el viento Nordeste, porque entonces se ponía muy estreñido este monarca, le subían las materias fecales á la cabeza y era capaz de cometer cualquier acto violento. No creyó el duque un consejo tan prudente; ¿y qué le sucedió? que fueron asesinados él y su hermano. Su predecesor Cárlos IX era el hombre más estreñido de su reino, y tenía tan tapados los conductos de su intestino colon y de su recto, que al cabo le brotó la sangre por los poros; y todos saben que una de las causas principales del degüello del día de San Bartolomé fué este adusto temperamento.

Por el contrario, las personas gruesas que tienen las entrañas lisas y suaves, el colidico desembarazado, el movimiento peristáltico fácil y arreglado, y que todas las mañanas, así que han almorzado, hacen un buen curso con la misma facilidad que si escupieran; estas tales privilegiadas de la naturaleza, son blandas, afables, cariñosas, complacientes, compasivas,benéficas, y un no en su boca tiene más gracia que un si en la de un estreñido.

Tanto es el influjo de la excusada, que muchas veces los despeños tornan pusilánime á un hombre, y la disentería quita el ánimo. No le digáis á un hombre debilitado por falta de sueño, por una calentura lenta y cincuenta evacuaciones pútridas, que vaya á embestir un rebellín en medio del dia: por eso no me puedo persuadir á que estuviese con cursos, como dicen, todo nuestro ejército el dia de la batalla de Azincur, y que la ganase con los calzones quitados. A algunos soldados les daría despeños por haberse hartado de uvas malas en el camino, y luégo han dicho los historiadores que el ejército, que estaba enfermo, peleó con el culo al aire, y por no enseñársele á los petimetres franceses, les machacó lindamente las liendres:


Así escriben historias los doctores.


¿No han dicho y redicho los autores franceses, unos tras de otros, que hizo nuestro gran Eduardo III que le entregaran á seis vecinos de Calés con la soga al pescuezo, porque se habían atrevido á sustentar con esfuerzo el sitio, y que por los llantos de su mujer alcanzaron perdón? Estos novelistas no saben que en aquellos tiempos bárbaros era estilo que se presentaran ante el vencedor los vecinos con la soga al pescuezo, cuando le habían detenido mucho tiempo delante de una bicoca; pero cierto no tenía el generoso Eduardo ánimo de apretársele á los seis rehenes, á quienes colmó de honras y dávivas. Cansado estoy de tantas majaderías de que han atestado sus crónicas tantos historiadores, y de tantas batallas que tan mal han descrito; tanto monta creer que ganó Gedcon una victoria completa con trescientas ollas. A Dios gracias, que no leo ya más historia que la natural, con tal que no me aburran con sus malditos sistemas Burnet, Wiston y Voodward; que no me diga Maillct que el mar de Irlanda procedió del monte Cáucaso, y que nuestro globo es de vidrio; con tal que no me transformen los junquillos acuáticos en animales voraces, y en insectos el coral, con tal que no me vendan algunos descarados ambaidores por verdades sus sueños. En más que todo eso aprecio un buen régimen que mantenga el equilibrio de mis humores, y me proporcione una buena digestión y un sueño sereno. Bebed templado cuando hiela y frío la canícula: de todo ni muy poco ni con demasía: digerid, dormid, divertios, y no se os dé una higa por nada.

Capítulo VIII

Apénas acababa el señor Sidrac de pronunciar tan discretas razones, vinieron á avisar al Sr. Gudman de que le estaba esperando á la puerta el administrador del difunto conde de Chesterfield en su coche, y que le quería hablar sobre un asunto muy urgente. Fué corriendo Gudman á ponerse á la obediencia del señor administrador, el cual mandándole subir al coche, le dijo: caballero, ya sabéis sin duda lo que sucedió al señor Sidrac con su mujer la primera noche de novios.

Sí, señor, ahora mismo me lo acaba él de contar.

Pues otro tanto ha pasado á la hermosa miss Fidler con su marido el señor cura; al otro dia han andado al morro y al tercero se han divorciado, y le han quitado al señor cura su beneficio curado. Yo quiero á la Fidler; sé que ella os quiere bien y á mí no me quiere mal: el desmán que ha dado motivo á su divorcio me hace poca mella, porque soy amante y arrojado. Cededme á miss Fidler, y hago que os den el curato que vale ciento cincuenta guineas anuales: diez minutos de término os doy para pensarlo,

Caballero, peliaguda es la propuesta; voyá consultarla con mis filósofos Sidrac y Gru, y vuelvo al instante.

Fuese volando á consultar á sus dos consejeros. Bien veo, les dijo, que no es la digestión la única cosa que los asuntos de este mundo decide, y que también tienen mucha parte en ellos la ambición, el amor y el dinero. Díjoles entónces el caso que le sucedía, y les rogó que le resolvieran al instante. Ambos decidieron que con ciento cincuenta guineas de poyo tendría á su disposición á todas las mozas de su parroquia y á miss Fidler por añadidura. Gudman conoció cuán acertada determinación era ésta, y logró el curato, y á miss Fidler á hurtadillas, cosa muy más sabrosa que si la hubiera logrado por mujer. El señor Sidrac le sirvió siempre que fué menester. Hoy es uno de los más tremendos clérigos de toda Inglaterra, y está más persuadido que nunca á que todas las cosas de este mundo las gobierna la fatalidad.


Publicado el 7 de junio de 2021 por Edu Robsy.
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