I. Donde aun no comienza esta historia pero se decide su autor a escribirla
POCOS estuvieron al tanto de cómo compuse estas narraciones, que no es probable sean publicadas en vida de su autor. Aunque esto ocurriese, no ambiciono la honrosa distinción digito monstrarier. Confieso que preferiría permanecer oculto tras la cortina, como el ingenioso manipulador de Polichinela, disfrutando del asombro y de las conjeturas de mi público. Quizás entonces pudiera ver ensalzadas por los juiciosos y admiradas por los sensibles las producciones del desconocido Peter Pattieson, mientras el crítico las atribuyese a alguna celebridad literaria, y la cuestión de cuándo y por quién fueron escritos estos relatos llenara huecos de charla en centenares de círculos y tertulias. No disfrutaré de esto mientras viva; pero a más tampoco se atrevería nunca a aspirar mi vanidad.
Soy demasiado tenaz en mis costumbres, y demasiado poco refinado en mis modales, para envidiar o aspirar a los honores concedidos a mis contemporáneos. No podría mejorar ni una pizca el concepto que tengo de mí mismo aun en el caso de que se me estimase digno de figurar como león, durante un invierno, en la gran metrópolis. No me podría exhibir luciendo mis habilidades, como una fiera de circo bien amaestrada; y todo al barato precio de una taza de café y una rebanadita (fina como barquillo) de pan con mantequilla. Y mal podría resistir mi estómago la repugnante adulación con que en tales ocasiones suele mimar la señora anfitrión a sus monstruos de feria, lo mismo que atiborra a sus loros con dulzainas cuando quiere hacerles hablar ante la gente. Perferiría permanecer toda mi vida en un molino —si me ponen en esa alternativa— moliendo mi propio pan, que servir de diversión a filisteos lords o ladies. Y esto no viene de que sienta aversión, o la finja, por esa aristocracia, sino de que ellos tienen su sitio y yo el mío; como la vasija de hierro y