Quintín Durward

Walter Scott


Novela


Prólogo
Introducción
Capítulo I. El contraste
Capítulo II. El caminante
Capítulo III. El castillo
Capítulo IV. El almuerzo
Capítulo V. El guerrero
Capítulo VI. Los bohemios
Capítulo VII. El ingreso en el servicio
Capítulo VIII. El enviado
Capítulo IX. La caza del jabalí
Capítulo X. El centinela
Capítulo XI. El «hall» de Rolando
Capítulo XII. El político
Capítulo XIII. El viaje
Capítulo XIV. El viaje (continuación)
Capítulo XV. El guía
Capítulo XVI. El vagabundo
Capítulo XVII. El espía, espiado
Capítulo XVIII. Quiromancia
Capítulo XIX. La ciudad
Capítulo XX. La esquela
Capítulo XXI. El saqueo
Capítulo XXII. La francachela
Capítulo XXIII. La huida
Capítulo XXIV. La rendición
Capítulo XXV. El huésped no invitado
Capítulo XXVI. La entrevista
Capítulo XXVII. La explosión
Capítulo XXVIII. Incertidumbre
Capítulo XXIX. Recriminación
Capítulo XXX. Incertidumbre
Capítulo XXXI. La entrevista
Capítulo XXXII. La indagatoria
Capítulo XXXIII. El heraldo
Capítulo XXXIV. La ejecución
Capítulo XXXV. Un premio al honor
Capítulo XXXVI. La salida
Capítulo XXXVII. La salida (continuación)
Referencias históricas
I. Gitanos o bohemios.
II. Galeotti.
III. Religión de los bohemios.
IV. Asesinato del obispo de Lieja.
V. Schwarzreiters.
VI. Felipe des Comines.
VII. Entrevista de Luis y Carlos después de la batalla de Montlhéry.
VIII. Exigencias de Carlos
IX. Plegaria de Luis XI.
X. Martins Galeotti.
XI. Felipe des Comines.
XII. Heraldo disfrazado.
XIII. Ataque a Lieja.

Prólogo

La guerre est ma patrie;
Mon harmois, ma maison;
Et en toute saison.
Combattre, c’est ma vie

El escenario de esta novela se remonta al siglo XV, cuando el sistema feudal, que había sido la base de la defensa nacional y del espíritu caballeresco, por el cual, como por alma vivificadora, estaba animado ese sistema, comenzaba a modificarse y a ser reemplazado por esos grandes personajes que cifraban toda su felicidad en procurarse los objetos personales en los que habían puesto su apego exclusivo. El mismo egoísmo se había manifestado en tiempos aun más primitivos; pero era ahora por primera vez confesado sin tapujos, como un principio de acción a seguir. El espíritu caballeresco presentaba en sí la excelente cualidad de que, por muy exageradas y fantásticas que podamos juzgar sus doctrinas, estaban todas fundadas en generosidad y abnegación, las cuales, si desapareciesen de la faz de la tierra, harían difícil concebir la existencia de la virtud en la especie humana.

Entre aquéllos que fueron los primeros en ridiculizar y abandonar los principios de abnegación en que se instruyeron de jóvenes con todo esmero, figura en primer término Luis XI de Francia. Este soberano era de un carácter tan exclusivamente egoísta, tan incapaz de alimentar ningún propósito desligado de su ambición, codicia y deseo de goce egoísta, que casi parece una encarnación del propio demonio, al que le reconocemos la cualidad de hacer todo lo posible para corromper de raíz nuestras ideas sobre el honor. No hay que olvidar que Luis poseía gran dosis de ese ingenio mordaz que es capaz de poner en ridículo todo lo que un hombre hace en provecho de otro, y estaba, por consiguiente, muy calificado para representar el papel de amigo burlón e insensible.

Desde este punto de vista, la concepción de Goethe del carácter y modo de razonar de Mefistófeles, del es

Fin del extracto del texto

Publicado el 14 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.
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