Dramatis personae
CLAUDIO, Rey de Dinamarca.
GERTRUDIS, Reina de Dinamarca.
HAMLET, Príncipe de Dinamarca.
FORTIMBRÁS, Príncipe de Noruega.
LA SOMBRA DEL REY HAMLET.
POLONIO, Sumiller de Corps.
OFELIA, hija de Polonio.
LAERTES, hijo.
HORACIO, amigo de Hamlet.
VOLTIMAN, cortesano.
CORNELIO, cortesano.
RICARDO, cortesano.
GUILLERMO, cortesano.
ENRIQUE, cortesano.
MARCELO, soldado.
BERNARDO, soldado.
FRANCISCO, soldado.
REYNALDO, criado de Polonio.
DOS EMBAJADORES de Inglaterra.
UN CURA.
UN CABALLERO.
UN CAPITÁN.
UN GUARDIA.
UN CRIADO.
DOS MARINEROS.
DOS SEPULTUREROS.
CUATRO CÓMICOS.
Acompañamiento de Grandes, Caballeros, Damas, Soldados, Curas, Cómicos, Criados, etc.
La escena se representa en el Palacio y Ciudad de Elsingor, en sus cercanías y en las fronteras de Dinamarca.
Acto I
Escena I
Explanada delante del Palacio Real de Elsingor. Noche oscura. FRANCISCO, BERNARDO
Bernardo
¿Quién está ahí?
Francisco
No, respóndame él a mí. Deténgase y diga quién es.
Bernardo
¡Viva el Rey!
Francisco
¿Es Bernardo?
Bernardo
El mismo.
Francisco
Tú eres el más puntual en venir a la hora.
Bernardo
Las doce han dado ya; bien puedes ir a recogerte
Francisco
Te doy mil gracias por la mudanza. Hace un frío que penetra y yo estoy delicado del pecho.
Bernardo
¿Has hecho tu guardia tranquilamente?
Francisco
Ni un ratón se ha movido.
Bernardo
Muy bien. Buenas noches. Si encuentras a Horacio y Marcelo, mis compañeros de guardia, diles que vengan presto.
Francisco
Me parece que los oigo. Alto ahí. ¡Eh! ¿Quién va?
Escena II
HORACIO, MARCELO y dichos.
Horacio
Amigos de este país.
Marcelo
Y fieles vasallos del Rey de Dinamarca.
Francisco
Buenas noches.
Marcelo
¡Oh! ¡Honrado soldado! Pásalo bien. ¿Quién te relevó de la centinela?
Francisco
Bernardo, que queda en mi lugar. Buenas noches.
Marcelo
¡Hola! ¡Bernardo!
Bernardo
¿Quién está ahí? ¿Es Horacio?
Horacio
Un pedazo de él.
Bernardo
Bienvenido, Horacio; Marcelo, bienvenido.
Marcelo
¿Y qué? ¿Se ha vuelto a aparecer aquella cosa esta noche?
Bernardo
Yo nada he visto
Marcelo
Horacio dice que es aprehensión nuestra, y nada quiere creer de cuanto
le he dicho acerca de ese espantoso fantasma que hemos visto ya en dos
ocasiones. Por eso le he rogado que se venga a la guardia con nosotros,
para que si esta noche vuelve el aparecido, pueda dar crédito a nuestros
ojos, y le hable si quiere.
Horacio
¡Qué! No, no vendrá.
Bernardo
Sentémonos un rato, y deja que asaltemos de nuevo tus oídos con el
suceso que tanto repugnan oír y que en dos noches seguidas hemos ya
presenciado nosotros.
Horacio
Muy bien, sentémonos y oigamos lo que Bernardo nos cuente.
Bernardo
La noche pasada, cuando esa misma estrella que está al occidente del
polo había hecho ya su carrera, para iluminar aquel espacio del cielo
donde ahora resplandece, Marcelo y yo, a tiempo que el reloj daba la
una...
Marcelo
Chit. Calla, mírale por donde viene otra vez.
Bernardo
Con la misma figura que tenía el difunto Rey.
Marcelo
Horacio, tú que eres hombre de estudios, háblale.
Bernardo
¿No se parece todo al Rey? Mírale, Horacio.
Horacio
Muy parecido es... Su vista me conturba con miedo y asombro.
Bernardo
Querrá que le hablen.
Marcelo
Háblale, Horacio.
Horacio
¿Quién eres tú, que así usurpas este tiempo a la noche, y esa presencia
noble y guerrera que tuvo un día la majestad del Soberano Danés, que
yace en el sepulcro? Habla, por el Cielo te lo pido.
Marcelo
Parece que está irritado.
Bernardo
¿Ves? Se va, como despreciándonos.
Horacio
Detente, habla. Yo te lo mando. Habla.
Marcelo
Ya se fue. No quiere respondernos.
Bernardo
¿Qué tal, Horacio? Tú tiemblas y has perdido el color. ¿No es esto algo más que aprensión? ¿Qué te parece?
Horacio
Por Dios que nunca lo hubiera creído, sin la sensible y cierta demostración de mis propios ojos.
Marcelo
¿No es enteramente parecido al Rey?
Horacio
Como tú a ti mismo. Y tal era el arnés de que iba ceñido cuando peleó
con el ambicioso Rey de Noruega, y así le vi arrugar ceñudo la frente
cuando en una altercación colérica hizo caer al de Polonia sobre el
hielo, de un solo golpe... ¡Extraña aparición es ésta!
Marcelo
Pues de esa manera, y a esta misma hora de la noche, se ha paseado dos veces con ademán guerrero delante de nuestra guardia.
Horacio
Yo no comprendo el fin particular con que esto sucede; pero en mi ruda
manera de pensar, pronostica alguna extraordinaria mudanza a nuestra
nación.
Marcelo
Ahora bien, sentémonos y decidme, cualquiera de vosotros que lo sepa;
¿por qué fatigan todas las noches a los vasallos con estas guardias tan
penosas y vigilantes? ¿Para qué es esta fundición de cañones de bronce y
este acopio extranjero de máquinas de guerra? ¿A qué fin esa multitud
de carpinteros de marina, precisados a un afán molesto, que no distingue
el domingo de lo restante de la semana? ¿Qué causas puede haber para
que sudando el trabajador apresurado junte las noches a los días? ¿Quién
de vosotros podrá decírmelo?
Horacio
Yo te lo diré, o a lo menos, los rumores que sobre esto corren. Nuestro
último Rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue provocado a combate,
como ya sabéis, por Fortimbrás de Noruega estimulado éste de la más
orgullosa emulación. En aquel desafío, nuestro valeroso Hamlet (que tal
renombre alcanzó en la parte del mundo que nos es conocida) mató a
Fortimbrás, el cual por un contrato sellado y ratificado según el fuero
de las armas, cedía al vencedor (dado caso que muriese en la pelea)
todos aquellos países que estaban bajo su dominio. Nuestro Rey se obligó
también a cederle una porción equivalente, que hubiera pasado a manos
de Fortimbrás, como herencia suya, si hubiese vencido; así como, en
virtud de aquel convenio y de los artículos estipulados, recayó todo en
Hamlet. Ahora el joven Fortimbrás, de un carácter fogoso, falto de
experiencia y lleno de presunción, ha ido recogiendo de aquí y de allí
por las fronteras de Noruega, una turba de gente resuelta y perdida, a
quien la necesidad de comer determina a intentar empresas que piden
valor; y según claramente vemos, su fin no es otro que el de recobrar
con violencia y a fuerza de armas los mencionados países que perdió su
padre. Este es, en mi dictamen, el motivo principal de nuestras
prevenciones, el de esta guardia que hacemos, y la verdadera causa de la
agitación y movimiento en que toda la nación está.
Bernardo
Si no es esa, yo no alcanzo cuál puede ser..., y en parte lo confirma la
visión espantosa que se ha presentado armada en nuestro puesto, con la
figura misma del Rey, que fue y es todavía el autor de estas guerras.
Horacio
Es por cierto una mota que turba los ojos del entendimiento. En la época
más gloriosa y feliz de Roma, poco antes que el poderoso César cayese
quedaron vacíos los sepulcros y los amortajados cadáveres vagaron por
las calles de la ciudad, gimiendo en voz confusa; las estrellas
resplandecieron con encendidas colas, cayó lluvia de sangre, se ocultó
el sol entre celajes funestos y el húmedo planeta, cuya influencia
gobierna el imperio de Neptuno, padeció eclipse como si el fin del mundo
hubiese llegado. Hemos visto ya iguales anuncios de sucesos terribles,
precursores que avisan los futuros destinos, el cielo y la tierra juntos
los han manifestado a nuestro país y a nuestra gente... Pero.
Silencio... ¿Veis?..., allí... Otra vez vuelve... Aunque el terror me
hiela, yo le quiero salir al encuentro. Detente, fantasma. Si puedes
articular sonidos, si tienes voz háblame. Si allá donde estás puedes
recibir algún beneficio para tu descanso y mi perdón, háblame. Si sabes
los hados que amenazan a tu país, los cuales felizmente previstos puedan
evitarse, ¡ay!, habla... O si acaso, durante tu vida, acumulaste en las
entrañas de la tierra mal habidos tesoros, por lo que se dice que
vosotros, infelices espíritus, después de la muerte vagáis inquietos;
decláralo... Detente y habla... Marcelo, detenle.
Marcelo
¿Le daré con mi lanza?
Horacio
Sí, hiérele, si no quiere detenerse.
Bernardo
Aquí está.
Horacio
Aquí.
Marcelo
Se ha ido. Nosotros le ofendemos, siendo él un Soberano, en hacer
demostraciones de violencia. Bien que, según parece, es invulnerable
como el aire, y nuestros esfuerzos vanos y cosa de burla.
Bernardo
Él iba ya a hablar cuando el gallo cantó.
Horacio
Es verdad, y al punto se estremeció como el delincuente apremiado con
terrible precepto. Yo he oído decir que el gallo, trompeta de la mañana,
hace despertar al Dios del día con la alta y aguda voz de su garganta
sonora, y que a este anuncio, todo extraño espíritu errante por la
tierra o el mar, el fuego o el aire, huye a su centro; y la fantasma que
hemos visto acaba de confirmar la certeza de esta opinión.
Marcelo
En efecto, desapareció al cantar el gallo. Algunos dicen que cuando se
acerca el tiempo en que se celebra el nacimiento de nuestro Redentor,
este pájaro matutino canta toda la noche y que entonces ningún espíritu
se atreve a salir de su morada, las noches son saludables, ningún
planeta influye siniestramente, ningún maleficio produce efecto, ni las
hechiceras tienen poder para sus encantos. ¡Tan sagrados son y tan
felices aquellos días!
Horacio
Yo también lo tengo entendido así y en parte lo creo. Pero ved como ya
la mañana, cubierta con la rosada túnica, viene pisando el rocío de
aquel alto monte oriental. Demos fin a la guardia, y soy de opinión que
digamos al joven Hamlet lo que hemos visto esta noche, porque yo os
prometo que este espíritu hablará con él, aunque ha sido para nosotros
mudo. ¿No os parece que dé esta noticia, indispensable en nuestro celo y
tan propia de nuestra obligación?
Marcelo
Sí, sí, hagámoslo. Yo sé en donde le hallaremos esta mañana, con más seguridad.
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, VOLTIMAN, CORNELIO, Caballeros, Damas y acompañamiento.
Salón de Palacio.
Claudio
Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está todavía tan reciente
en nuestra memoria, que obliga a mantener en tristeza los corazones y a
que en todo el Reino sólo se observe la imagen del dolor; con todo eso,
tanto ha combatido en mí la razón a la naturaleza, que he conservado un
prudente sentimiento de su pérdida, junto con la memoria de lo que a
nosotros nos debemos. A este fin he recibido por esposa, a la que un
tiempo fue mi hermana y hoy reina conmigo, compañera en el trono de esta
belicosa nación; si bien estas alegrías son imperfectas, pues en ellas
se han unido a la felicidad las lágrimas, las fiestas a pompa fúnebre,
los cánticos de muerte a los epitalamios de Himeneo, pesados en igual
balanza el placer y la aflicción. Ni hemos dejado de seguir los
dictámenes de vuestra prudencia, que en esta ocasión ha procedido con
absoluta libertad de lo cual os quedo muy agradecido. Ahora falta
deciros, que el joven Fortimbrás, estimándome en poco, o presumiendo que
la reciente muerte de mi querido hermano habrá producido en el Reino
trastorno y desunión; fiado en esta soñada superioridad, no ha cesado de
importunarme con mensajes, pidiéndome le restituya aquellas tierras que
perdió su padre y adquirió mi valeroso hermano, con todas las
formalidades de la ley. Basta ya lo que de él he dicho. Por lo que a mí
toca y en cuanto al objeto que hoy nos reúne; veisle aquí. Escribo al
Rey de Noruega, tío del joven Fortimbrás, que doliente y postrado en el
lecho apenas tiene noticia de los proyectos de su sobrino, a fin de que
le impida llevarlos adelante, pues tengo ya exactos informes de la gente
que levanta contra mí, su calidad, su número y fuerzas. Prudente
Cornelio, y tú Voltiman, vosotros saludareis en mi nombre al anciano
Rey; aunque no os doy facultad personal para celebrar con él tratado
alguno, que exceda los límites expresados en estos artículos. Id con
Dios, y espero que manifestaréis en vuestra diligencia el celo de
servirme.
Voltiman
En esta y cualquiera otra comisión os daremos pruebas de nuestro respeto.
Claudio
No lo dudaré. El Cielo os guarde.
Escena IV
CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO, LAERTES, Damas, Caballeros y acompañamiento.
Claudio
Y tú, Laertes, ¿qué solicitas? Me has hablado de una pretensión, ¿no me
dirás cuál sea? En cualquiera cosa justa que pidas al Rey de Dinamarca,
no será vano el ruego. ¿Ni qué podrás pedirme que no sea más
ofrecimiento mío, que demanda tuya? No es más adicto a la cabeza el
corazón ni más pronta la mano en servir a la boca, que lo es el trono de
Dinamarca para con tu padre. En fin, ¿qué pretendes?
Laertes
Respetable Soberano, solicito la gracia de vuestro permiso para volver a
Francia. De allí he venido voluntariamente a Dinamarca a manifestaros
mi leal afecto, con motivo de vuestra coronación; pero ya cumplida esta
deuda, fuerza es confesaros que mis ideas y mi inclinación me llaman de
nuevo a aquel país, y espero de vuestra mucha bondad esta licencia.
Claudio
¿Has obtenido ya la de tu padre? ¿Qué dices Polonio?
Polonio
A fuerza de importunaciones ha logrado arrancar mi tardío
consentimiento. Al verle tan inclinado, firmé últimamente la licencia de
que se vaya, aunque a pesar mío; y os ruego, señor, que se la
concedáis.
Claudio
Elige el tiempo que te parezca más oportuno para salir, y haz cuanto
gustes y sea más conducente a tu felicidad. Y tú, Hamlet, ¡mi deudo, mi
hijo!
Hamlet
Algo más que deudo, y menos que amigo.
Claudio
¿Qué sombras de tristeza te cubren siempre?
Hamlet
Al contrario, señor, estoy demasiado a la luz.
Gertrudis
Mi buen Hamlet, no así tu semblante manifieste aflicción; véase en él
que eres amigo de Dinamarca; ni siempre con abatidos párpados busques
entre el polvo a tu generoso padre. Tú lo sabes, común es a todos, el
que vive debe morir, pasando de la naturaleza a la eternidad.
Hamlet
Sí señora, a todos es común.
Gertrudis
Pues si lo es, ¿por qué aparentas tan particular sentimiento?
Hamlet
¿Aparentar? No señora, yo no sé aparentar. Ni el color negro de este
manto, ni el traje acostumbrado en solemnes lutos, ni los interrumpidos
sollozos, ni en los ojos un abundante río, ni la dolorida expresión del
semblante, junto con las fórmulas, los ademanes, las exterioridades de
sentimiento; bastarán por sí solos, mi querida madre, a manifestar el
verdadero afecto que me ocupa el ánimo. Estos signos aparentan, es
verdad; pero son acciones que un hombre puede fingir... Aquí, aquí
dentro tengo lo que es más que apariencia, lo restante no es otra cosa
que atavíos y adornos del dolor.
Claudio
Bueno y laudable es que tu corazón pague a un padre esa lúgubre deuda,
Hamlet; pero, no debes ignorarlo, tu padre perdió un padre también y
aquel perdió el suyo. El que sobrevive, limita la filial obligación de
su obsequiosa tristeza a un cierto término; pero continuar en
interminable desconsuelo, es una conducta de obstinación impía. Ni es
natural en el hombre tan permanente afecto; que anuncia una voluntad
rebelde a los decretos de la Providencia, un corazón débil, un alma
indócil, un talento limitado y falto de luces. ¿Será bien que el corazón
padezca, queriendo neciamente resistir a lo que es y debe ser
inevitable, a lo que es tan común como cualquiera de las cosas que más a
menudo hieren nuestros sentidos? Este es un delito contra el Cielo,
contra la muerte, contra la naturaleza misma; es hacer una injuria
absurda a la razón, que nos da en la muerte de nuestros padres la más
frecuente de sus lecciones, y que nos está diciendo, desde el primero de
los hombres hasta el último que hoy expira: Mortales, ved aquí vuestra
irrevocable suerte. Modera, pues, yo te lo ruego, esa inútil tristeza,
considera que tienes un padre en mi puesto, que debe ser notorio al
mundo que tú eres la persona más inmediata a mi trono y que te amo con
el afecto más puro que puede tener a su hijo un padre. Tu resolución de
volver a los estudios de Witemberga es la más opuesta a nuestro deseo, y
antes bien te pedimos que desistas de ella; permaneciendo aquí,
estimado y querido a vista nuestra, como el primero de mis Cortesanos,
mi pariente y mi hijo.
Gertrudis
Yo te ruego Hamlet, que no vayas a Witemberga; quédate con nosotros. No sean vanas las súplicas de tu madre.
Hamlet
Obedeceros en todo será siempre mi primer conato.
Claudio
Por esa afectuosa y plausible respuesta quiero que seas otro yo en el
imperio danés. Venid, señora. La sincera y fiel condescendencia de
Hamlet ha llenado de alegría mi corazón. En aplauso de este
acontecimiento, no celebrará hoy Dinamarca festivos brindis sin que lo
anuncie a las nubes el cañón robusto, y el cielo retumbe muchas veces a
las aclamaciones del Rey repitiendo el trueno de la tierra. Venid.
Escena V
HAMLET solo
Hamlet
¡Oh! ¡Si esta demasiado sólida masa de carne pudiera ablandarse y
liquidarse, disuelta en lluvia de lágrimas! ¡O el Todopoderoso no
asestara el cañón contra el homicida de sí mismo! ¡Oh! ¡Dios! ¡Oh! ¡Dios
mío! ¡Cuán fatigado ya de todo, juzgo molestos, insípidos y vanos los
placeres del mundo! Nada, nada quiero de él, es un campo inculto y rudo,
que sólo abunda en frutos groseros y amargos. ¡Que esto haya llegado a
suceder a los dos meses que él ha muerto! No, ni tanto, aún no ha dos
meses. Aquel excelente Rey, que fue comparado con este, como con un
Sátiro, Hiperión; tan amante de mi madre, que ni a los aires celestes
permitía llegar atrevidos a su rostro. ¡Oh! ¡Cielo y tierra! ¿Para qué
conservo la memoria? Ella, que se le mostraba tan amorosa como si en la
posesión hubieran crecido sus deseos. Y no obstante, en un mes... ¡Ah!
no quisiera pensar en esto. ¡Fragilidad! ¡Tú tienes nombre de mujer! En
el corto espacio de un mes y aún antes de romper los zapatos con que,
semejante a Niobe, bañada en lágrimas, acompañó el cuerpo de mi triste
padre... Sí, ella, ella misma. ¡Cielos! Una fiera, incapaz de razón y
discurso, hubiera mostrado aflicción más durable. Se ha casado, en fin,
con mi tío, hermano de mi padre; pero no más parecido a él que yo lo soy
a Hércules. En un mes... enrojecidos aún los ojos con el pérfido
llanto, se casó. ¡Ah! ¡Delincuente precipitación! ¡Ir a ocupar con tal
diligencia un lecho incestuoso! Ni esto es bueno, ni puede producir
bien. Pero, hazte pedazos corazón mío, que mi lengua debe reprimirse.
Escena VI
HAMLET, HORACIO, BERNARDO y MARCELO
Horacio
Buenos días, señor.
Hamlet
Me alegro de verte bueno... ¿Es Horacio? O me he olvidado de mí propio.
Horacio
El mismo soy, y siempre vuestro humilde criado.
Hamlet
Mi buen amigo, yo quiero trocar contigo ese título que te das. ¿A qué has venido de Witemberga? ¡Ah! ¡Marcelo!
Marcelo
Señor.
Hamlet
Mucho me alegro de verte con salud también. Pero, la verdad, ¿a qué has venido de Witemberga?
Horacio
Señor..., deseos de holgarme.
Hamlet
No quisiera oír de boca de tu enemigo otro tanto, ni podrás forzar mis
oídos a que admitan una disculpa que te ofende. Yo sé que no eres
desaplicado. Pero, dime, ¿qué asuntos tienes en Elsingor? Aquí te
enseñaremos a ser gran bebedor antes que te vuelvas.
Horacio
He venido a ver los funerales de vuestro padre.
Hamlet
No se burle de mí, por Dios, señor condiscípulo. Yo creo que habrás venido a las bodas de mi madre.
Horacio
Es verdad, como se han celebrado inmediatamente.
Hamlet
Economía, Horacio, economía. Aún no se habían enfriado los manjares
cocidos para el convite del duelo, cuando se sirvieron en las mesas de
la boda... ¡Oh! yo quisiera haberme hallado en el cielo con mi mayor
enemigo, antes que haber visto aquel día. ¡Mi padre!... Me parece que
veo a mi padre.
Horacio
¿En dónde, señor?
Hamlet
Con los ojos del alma, Horacio.
Horacio
Alguna vez le vi. Era un buen Rey.
Hamlet
Era un hombre tan cabal en todo que no espero hallar otro semejante.
Horacio
Señor, yo creo que le vi anoche.
Hamlet
¿Le viste? ¿A quién?
Horacio
Al Rey vuestro padre.
Hamlet
¿Al Rey mi padre?
Horacio
Prestadme oído atento, suspendiendo un rato vuestra admiración, mientras
os refiero este caso maravilloso apoyado con el testimonio de estos
caballeros.
Hamlet
Sí, por Dios, dímelo.
Horacio
Estos dos señores, Marcelo y Bernardo, le habían visto dos veces
hallándose de guardia, como a la mitad de la profunda noche. Una figura,
semejante a vuestro padre, armada según él solía de pies a cabeza, se
les puso delante, caminando grave, tardo y majestuoso por donde ellos
estaban. Tres veces pasó de esta manera ante sus ojos, que oprimía el
pavor, acercándose hasta donde ellos podían alcanzar con sus lanzas;
pero débiles y casi helados con el miedo, permanecieron mudos sin osar
hablarle. Diéronme parte de este secreto horrible; voyme a la guardia
con ellos la tercera noche, y allí encontré ser cierto cuanto me habían
dicho, así en la hora, como en la forma y circunstancias de aquella
aparición. La Sombra volvió en efecto. Yo conocí a vuestro padre, y es
tan parecido a él, como lo son entre sí estas dos manos mías.
Hamlet
¿Y en dónde fue eso?
Marcelo
En la muralla de palacio, donde estábamos de centinela.
Hamlet
¿Y no le hablasteis?
Horacio
Sí señor, yo le hablé; pero no me dio respuesta alguna. No obstante, una
vez me parece que alzó la cabeza haciendo con ella un movimiento, como
si fuese a hablarme; pero al mismo tiempo se oyó la aguda voz del gallo
matutino y al sonido huyó con presta fuga, desapareciendo de nuestra
vista.
Hamlet
¡Es cosa bien admirable!
Horacio
Y tan cierta como mi propia existencia. Nosotros hemos creído que era obligación nuestra avisaros de ello, mi venerado Príncipe.
Hamlet
Sí, amigos, sí... pero esto me llena de turbación. ¿Estáis de centinela esta noche?
Todos
Sí, señor.
Hamlet
¿Decís que iba armado?
Todos
Sí, señor, armado.
Hamlet
¿De la frente al pie?
Todos
Sí, señor, de pies a cabeza.
Hamlet
Luego no le visteis el rostro.
Horacio
Le vimos, porque traía la visera alzada.
Hamlet
¿Y qué? ¿Parecía que estaba irritado?
Horacio
Más anunciaba su semblante el dolor que la ira.
Hamlet
¿Pálido o encendido?
Horacio
No, muy pálido.
Hamlet
¿Y fijaba la vista en vosotros?
Horacio
Constantemente.
Hamlet
Yo hubiera querido hallarme allí.
Horacio
Mucho pavor os hubiera causado.
Hamlet
Sí, es verdad, sí... ¿Y permaneció mucho tiempo?
Horacio
El que puede emplearse en contar desde uno hasta ciento, con moderada diligencia.
Marcelo
Más, más estuvo.
Horacio
Cuando yo le vi, no.
Hamlet
La barba blanca, ¿eh?
Horacio
Sí, señor, como yo se la había visto cuando vivía; de un color ceniciento.
Hamlet
Quiero ir esta noche con vosotros al puesto, por si acaso vuelve.
Horacio
¡Oh! Sí volverá, yo os lo aseguro.
Hamlet
Si él se me presenta en la figura de mi noble padre yo le hablaré aunque
el infierno mismo abriendo sus entrañas me impusiera silencio. Yo os
pido a todos que así como hasta ahora habéis callado a los demás, lo que
visteis, de hoy en adelante lo ocultéis con el mayor sigilo; y sea cual
fuere el suceso de esta noche, fiadlo al pensamiento, pero no a la
lengua; y yo sabré remunerar vuestro celo. Dios os guarde, amigos. Entre
once y doce iré a buscaros a la muralla.
Todos
Nuestra obligación es serviros.
Hamlet
Sí, conservadme vuestro amor y estad seguros del mío. Adiós. El espíritu
de mi padre... Con armas... No es esto bueno. Recelo alguna maldad.
¡Oh! ¡Si la noche hubiese ya llegado! Esperémosla tranquilamente, alma
mía. Las malas acciones, aunque toda la tierra las oculte, se descubren
al fin a la vista humana.
Escena VII
LAERTES, OFELIA
Sala de la casa de Polonio.
Laertes
Ya tengo todo mi equipaje a bordo. Adiós hermana, y cuando los vientos
sean favorables y seguro el paso del mar, no te descuides en darme
nuevas de ti.
Ofelia
¿Puedes dudarlo?
Laertes
Por lo que hace al frívolo obsequio de Hamlet, debes considerarle como
una mera cortesanía, un hervor de la sangre, una violeta que en la
primavera juvenil de la naturaleza se adelanta a vivir y no permanece
hermosa, no durable: perfume de un momento y nada más.
Ofelia
Nada más.
Laertes
Pienso que no, porque no sólo en nuestra juventud se aumentan las
fuerzas y tamaño del cuerpo, sino que las facultades interiores del
talento y del alma crecen también con el templo en que ella reside.
Puede ser que él te ame ahora con sinceridad, sin que manche borrón
alguno la pureza de su intención; pero debes temer, al considerar su
grandeza, que no tiene voluntad propia y que vive sujeto a obrar según a
su nacimiento corresponde. Él no puede como una persona vulgar, elegir
por sí mismo; puesto que de su elección depende la salud y prosperidad
de todo un Reino y ve aquí por qué esta elección debe arreglarse a la
condescendencia unánime de aquel cuerpo de quien es cabeza. Así, pues,
cuando él diga que te ama, será prudencia en ti no darle crédito;
reflexionando que en el alto lugar que ocupa nada puede cumplir de lo
que promete, sino aquello que obtenga el consentimiento de la parte más
principal de Dinamarca. Considera cuál pérdida padecería tu honor, si
con demasiada credulidad dieras oídos a su voz lisonjera, perdiendo la
libertad del corazón o facilitando a sus instancias impetuosas el tesoro
de tu honestidad. Teme, Ofelia, teme querida hermana, no sigas
inconsiderada tu inclinación; huye del peligro colocándote fuera del
tiro de los amorosos deseos. La doncella más honesta, es libre en
exceso, si descubre su belleza al rayo de la luna. La virtud misma no
puede librarse de los golpes de la calumnia. Muchas veces el insecto roe
las flores hijas del verano, aun antes que su botón se rompa, y al
tiempo que la aurora matutina de la juventud esparce su blando rocío,
los vientos mortíferos son más frecuentes. Conviene, pues, no omitir
precaución alguna, pues la mayor seguridad estriba en el temor prudente.
La juventud, aun cuando nadie la combate, halla en sí misma su propio
enemigo.
Ofelia
Yo conservaré para defensa de mi corazón tus saludables máximas. Pero,
mi buen hermano, mira no hagas tú lo que algunos rígidos Pastores hacen
mostrando áspero y espinoso el camino del Cielo, mientras como impíos y
abandonados disolutos pisan ellos la senda florida de los placeres; sin
cuidarse de practicar su propia doctrina.
Laertes
¡Oh! No lo receles. Yo me detengo demasiado; pero allí viene mi padre,
pues la ocasión es favorable me despediré de él otra vez. Su bendición
repetida será un nuevo consuelo para mí.
Escena VIII
POLONIO, LAERTES, OFELIA
Polonio
¿Aún estás aquí? ¡Qué mala vergüenza! A bordo, a bordo, el viento impele
ya por la popa tus velas, y a ti sólo aguardan. Recibe mi bendición y
procura imprimir en la memoria estos pocos preceptos. No publiques con
facilidad lo que pienses, ni ejecutes cosa no bien premeditada primero.
Debes ser afable, pero no vulgar en el trato. Une a tu alma con vínculos
de acero aquellos amigos que adoptaste después de examinada su
conducta; pero no acaricies con mano pródiga a los que acaban de salir
del cascarón y aún están sin plumas. Huye siempre de mezclarte en
disputas; pero una vez metido en ellas, obra de manera que tu contrario
huya de ti. Presta el oído a todos y a pocos la voz. Oye las censuras de
los demás; pero reserva tu propia opinión. Sea tu vestido tan costoso
cuanto tus facultades lo permitan; pero no afectado en su hechura, rico,
no extravagante, porque el traje dice por lo común quién es el sujeto, y
los caballeros y principales señores franceses tienen el gusto muy
delicado en esta materia. Procura no dar ni pedir prestado a nadie,
porque el que presta suele perder a un tiempo el dinero y el amigo, y el
que se acostumbra a pedir prestado falta al espíritu de economía y buen
orden, que nos es tan útil. Pero, sobre todo, usa de ingenuidad contigo
mismo, y no podrás ser falso con los demás, consecuencia tan necesaria
como que la noche suceda al día. Adiós y Él permita que mi bendición
haga fructificar en ti estos consejos.
Laertes
Humildemente os pido vuestra licencia.
Polonio
Sí, el tiempo te está convidando y tus criados esperan; vete.
Laertes
Adiós, Ofelia, y acuérdate bien de lo que te he dicho.
Ofelia
En mi memoria queda guardado y tú mismo tendrás la llave.
Laertes
Adiós.
Escena IX
POLONIO, OFELIA
Polonio
¿Y qué es lo que te ha dicho, Ofelia?
Ofelia
Si gustáis de saberlo, cosas eran relativas al Príncipe Hamlet.
Polonio
Bien pensado, en verdad. Me han dicho que de poco tiempo a esta parte te
ha visitado varias veces privadamente, y que tú le has admitido con
mucha complacencia y libertad. Si esto es así (como me lo han asegurado,
a fin de que prevenga el riesgo) debo advertirte que no te has portado
con aquella delicadeza que corresponde a una hija mía y a tu propio
honor. ¿Qué es lo que ha pasado entre los dos? Dime la verdad.
Ofelia
Últimamente me ha declarado con mucha ternura su amor.
Polonio
¡Amor! ¡Ah! Tú hablas como una muchacha loquilla y sin experiencia, en
circunstancias tan peligrosas. ¡Ternura la llamas! ¿Y tú das crédito a
esa ternura?
Ofelia
Yo, señor, ignoro lo que debo creer.
Polonio
En efecto es así, y yo quiero enseñártelo. Piensa bien que eres una
niña, que has recibido por verdadera paga esas ternuras que no son
moneda corriente. Estímate en más a ti propia; pues si te aprecias en
menos de lo que vales (por seguir la comenzada alusión) harás que pierda
el entendimiento.
Ofelia
Él me ha requerido de amores, es verdad; pero siempre con una apariencia honesta, que...
Polonio
Sí, por cierto, apariencia puedes llamarla. ¿Y bien? Prosigue.
Ofelia
Y autorizó cuanto me decía con los más sagrados juramentos.
Polonio
Sí, esas son redes para coger codornices. Yo sé muy bien, cuando la
sangre hierve, con cuanta prodigalidad presta el alma juramentos a la
lengua; pero son relámpagos, hija mía, que dan más luz que calor; estos y
aquellos se apagan pronto y no debes tomarlos por fuego verdadero, ni
aun en el instante mismo en que parece que sus promesas van a
efectuarse. De hoy en adelante cuida de ser más avara de tu presencia
virginal; pon tu conversación a precio más alto, y no a la primera
insinuación admitas coloquios. Por lo que toca al Príncipe, debes creer
de él solamente que es un joven, y que si una vez afloja las riendas
pasará más allá de lo que tú le puedes permitir. En suma, Ofelia, no
creas sus palabras que son fementidas, ni es verdadero el color que
aparentan; son intercesoras de profanos deseos, y si parecen sagrados y
piadosos votos, es sólo para engañar mejor. Por último, te digo
claramente, que desde hoy no quiero que pierdas los momentos ociosos en
hablar, ni mantener conversación con el Príncipe. Cuidado con hacerlo
así: yo te lo mando. Vete a tu aposento.
Ofelia
Así lo haré, señor.
Escena X
HAMLET, HORACIO, MARCELO
Explanada delante del Palacio. Noche oscura.
Hamlet
El aire es frío y sutil en demasía.
Horacio
En efecto, es agudo y penetrante.
Hamlet
¿Qué hora es ya?
Horacio
Me parece que aún no son las doce.
Marcelo
No, ya han dado.
Horacio
No las he oído. Pues en tal caso ya está cerca el tiempo en que el
muerto suele pasearse. Pero, ¿qué significa este ruido, señor?
Hamlet
Esta noche se huelga el Rey, pasándola desvelado en un banquete, con
gran vocería y traspieses de embriaguez y a cada copa del Rhin que bebe,
los timbales y trompetas anuncian con estrépito sus victoriosos
brindis.
Horacio
¿Se acostumbra eso aquí?
Hamlet
Sí, se acostumbra; pero aunque he nacido en este país y estoy hecho a
sus estilos, me parece que sería más decoroso quebrantar esta costumbre
que seguirla. Un exceso tal que embrutece el entendimiento nos infama a
los ojos de las otras naciones, desde oriente a occidente. Nos llaman
ebrios; manchan nuestro nombre con este dictado afrentoso y en verdad
que él solo, por más que poseamos en alto grado otras buenas cualidades,
basta a empañar el lustre de nuestra reputación. Así acontece
frecuentemente a los hombres. Cualquier defecto natural en ellos, sea el
de su nacimiento, del cual no son culpables (puesto que nadie puede
escoger su origen), sea cualquier desorden ocurrido en su temperamento,
que muchas veces rompe los límites y reparos de la razón, o sea
cualquier hábito que se aparte demasiado de las costumbres recibidas
llevando estos hombres consigo el signo de un solo defecto que imprimió
en ellos la naturaleza o el acaso, aunque sus virtudes fuesen tantas
cuantas es concedido a un mortal, y tan puras como la bondad celeste;
serán no obstante amancilladas en el concepto público, por aquel único
vicio que las acompaña. Un solo adarme de mezcla quita el valor al más
precioso metal y le envilece.
Horacio
¿Veis? Señor, ya viene.
Hamlet
¡Ángeles y ministros de piedad, defendednos! Ya seas alma dichosa o
condenada visión, traigas contigo aura celestial o ardores del infierno,
sea malvada o benéfica intención la tuya en tal forma te me presentas,
que es necesario que yo te hable. Sí, te he de hablar... Hamlet, mi Rey,
mi Padre, Soberano de Dinamarca... ¡Oh, respóndeme, no me atormentes
con la duda! Dime, ¿por qué tus venerables huesos, ya sepultados, han
roto su vestidura fúnebre? ¿Por qué el sepulcro donde te dimos urna
pacífica te ha echado de sí, abriendo sus senos que cerraban pesados
mármoles? ¿Cuál puede ser la causa de que tu difunto cuerpo, del todo
armado, vuelva otra vez a ver los rayos pálidos de la luna, añadiendo a
la noche horror? ¿Y que nosotros, ignorantes y débiles por naturaleza,
padezcamos agitación espantosa con ideas que exceden a los alcances de
nuestra razón? Di, ¿por qué es esto? ¿Por qué?, o ¿qué debemos hacer
nosotros?
Horacio
Os hace señas de que le sigáis, como si deseara comunicaros algo a solas.
Marcelo
Ved con qué expresivo ademán os indica que le acompañéis a lugar más remoto; pero no hay que ir con él.
Horacio
No, por ningún motivo.
Hamlet
Si no quiere hablar, habré de seguirle.
Horacio
No hagáis tal, señor.
Hamlet
¿Y por qué no? ¿Qué temores debo tener? Yo no estimo nada la vida, en
nada, y a mi alma, ¿qué puede él hacerle, siendo como él mismo cosa
inmortal?... Otra vez me llama... Voyle a seguir.
Horacio
Pero, señor, si os arrebata al mar o a la espantosa cima de ese monte,
levantado sobre los que baten las ondas, y allí tomase alguna otra forma
horrible, capaz de impediros el uso de la razón, y enajenarla con
frenesí... ¡Ay! ved lo que hacéis. El lugar sólo inspira ideas
melancólicas a cualquiera que mire la enorme distancia desde aquella
cumbre al mar, y sienta en la profundidad su bramido ronco.
Hamlet
Todavía me llama... Camina. Ya te sigo.
Marcelo
No señor, no iréis.
Hamlet
Dejadme.
Horacio
Creedme, no le sigáis.
Hamlet
Mis hados me conducen y prestan a la menor fibra de mi cuerpo la
nerviosa robustez del león de Nemea. Aún me llama... Señores, apartad
esas manos... Por Dios..., o quedará muerto a las mías el que me
detenga. Otra vez te digo que andes, que voy a seguirte.
Escena XI
HORACIO, MARCELO
Horacio
Su exaltada imaginación le arrebata.
Marcelo
Sigámosle, que en esto no debemos obedecerle.
Horacio
Sí, vamos detrás de él... ¿Cuál será el fin de este suceso?
Marcelo
Algún grave mál se oculta en Dinamarca.
Horacio
Los Cielos dirigirán el éxito.
Marcelo
Vamos, sigámosle.
Escena XII
HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET
Parte remota cercana al mar. Vista a lo lejos del Palacio de Elsingor.
Hamlet
¿Adónde me quieres llevar? Habla, yo no paso de aquí.
La sombra
Mírame.
Hamlet
Ya te miro.
La sombra
Casi es ya llegada la hora en que debo restituirme a las sulfúreas y atormentadoras llamas.
Hamlet
¡Oh! ¡Alma infeliz!
La sombra
No me compadezcas: presta sólo atentos oídos a lo que voy a revelarte.
Hamlet
Habla, yo te prometo atención.
La sombra
Luego que me oigas, prometerás venganza.
Hamlet
¿Por qué?
La sombra
Yo soy el alma de tu padre: destinada por cierto tiempo a vagar de noche
y aprisionada en fuego durante el día; hasta que sus llamas purifiquen
las culpas que cometí en el mundo. ¡Oh! Si no me fuera vedado manifestar
los secretos de la prisión que habito, pudiera decirte cosas que la
menor de ellas bastaría a despedazar tu corazón, helar tu sangre
juvenil, tus ojos, inflamados como estrellas, saltar de sus órbitas; tus
anudados cabellos, separarse, erizándose como las púas del colérico
espín. Pero estos eternos misterios no son para los oídos humanos.
Atiende, atiende, ¡ay! Atiende. Si tuviste amor a tu tierno padre...
Hamlet
¡Oh, Dios!
La sombra
Venga su muerte: venga un homicidio cruel y atroz.
Hamlet
¿Homicidio?
La sombra
Sí, homicidio cruel, como todos lo son; pero el más cruel y el más injusto y el más aleve.
Hamlet
Refiéremelo presto, para que con alas veloces, como la fantasía, o con
la prontitud de los pensamientos amorosos, me precipite a la venganza.
La sombra
Ya veo cuán dispuesto te hallas, y aunque tan insensible fueras como las
malezas que se pudren incultas en las orillas del Letheo, no dejaría de
conmoverte lo que voy a decir. Escúchame ahora, Hamlet. Esparciose la
voz de que estando en mi jardín dormido me mordió una serpiente. Todos
los oídos de Dinamarca fueron groseramente engañados con esta fabulosa
invención; pero tú debes saber, mancebo generoso, que la serpiente que
mordió a tu padre, hoy ciñe su corona.
Hamlet
¡Oh! Presago me lo decía el corazón, ¿mi tío?
La sombra
Sí, aquel incestuoso, aquel monstruo adúltero, valiéndose de su talento
diabólico, valiéndose de traidoras dádivas... ¡Oh! ¡Talento y dádivas
malditas que tal poder tenéis para seducir!... Supo inclinar a su
deshonesto apetito la voluntad de la Reina mi esposa, que yo creía tan
llena de virtud. ¡Oh! ¡Hamlet! ¡Cuán grande fue su caída! Yo, cuyo amor
para con ella fue tan puro... Yo, siempre tan fiel a los solemnes
juramentos que en nuestro desposorio la hice, yo fui aborrecido y se
rindió a aquel miserable, cuyas prendas eran en verdad harto inferiores a
las mías. Pero, así como la virtud será incorruptible aunque la
disolución procure excitarla bajo divina forma, así la incontinencia
aunque viviese unida a un Ángel radiante, profanará con oprobio su
tálamo celeste... Pero ya me parece que percibo el ambiente de la
mañana. Debo ser breve. Dormía yo una tarde en mi jardín según lo
acostumbraba siempre. Tu tío me sorprende en aquella hora de quietud, y
trayendo consigo una ampolla de licor venenoso, derrama en mi oído su
ponzoñosa destilación, la cual, de tal manera es contraria a la sangre
del hombre, que semejante en la sutileza al mercurio, se dilata por
todas las entradas y conductos del cuerpo, y con súbita fuerza le ocupa,
cuajando la más pura y robusta sangre, como la leche con las gotas
ácidas. Este efecto produjo inmediatamente en mí, y el cutis hinchado
comenzó a despegarse a trechos con una especie de lepra en áspera y
asquerosas costras. Así fue que estando durmiendo, perdí a manos de mi
hermano mismo, mi corona, mi esposa y mi vida a un tiempo. Perdí la
vida, cuando mi pecado estaba en todo su vigor, sin hallarme dispuesto
para aquel trance, sin haber recibido el pan eucarístico, sin haber
sonado el clamor de agonía, sin lugar al reconocimiento de tanta culpa:
presentado al tribunal eterno con todas mis imperfecciones sobre mi
cabeza. ¡Oh! ¡Maldad horrible, horrible!... Si oyes la voz de la
naturaleza, no sufras, no, que el tálamo real de Dinamarca sea el lecho
de la lujuria y abominable incesto. Pero, de cualquier modo que dirijas
la acción, no manches con delito el alma, previniendo ofensas a tu
madre. Abandona este cuidado al Cielo: deja que aquellas agudas puntas
que tiene fijas en su pecho, la hieran y atormenten. Adiós. Ya la
luciérnaga amortiguando su aparente fuego nos anuncia la proximidad del
día. Adiós. Adiós. Acuérdate de mí.
Escena XIII
HAMLET, y después HORACIO y MARCELO
Hamlet
¡Oh! ¡Vosotros ejércitos celestiales! ¡Oh! ¡Tierra!... ¿Y quién más?
¿Invocaré al infierno también? ¡Eh! No... Detente corazón mío, detente, y
vos mis nervios no así os debilitéis en un momento: sostenedme
robustos... ¡Acordarme de ti! Sí, alma infeliz, mientras haya memoria en
este agitado mundo. ¡Acordarme de ti! Sí, yo me acordaré, y yo borraré
de mi fantasía todos los recuerdos frívolos, las sentencias de los
libros, las ideas e impresiones de lo pasado que la juventud y la
observación estamparon en ella. Tu precepto solo, sin mezcla de otra
cosa menos digna, vivirá escrito en el volumen de mi entendimiento. Sí,
por los cielos te lo juro... ¡Oh, mujer, la más delincuente! ¡Oh!
¡Malvado! ¡Halagüeño y execrable malvado! Conviene que yo apunte en este
libro... Sí... Que un hombre puede halagar y sonreírse y ser un
malvado; a lo menos, estoy seguro de que en Dinamarca hay un hombre así,
y éste es mi tío... Sí, tú eres... ¡Ah! Pero la expresión que debo
conservar, es esta. Adiós, adiós, acuérdate de mí. Yo he jurado
acordarme.
Horacio
Señor, señor.
Marcelo
Hamlet.
Horacio
Los Cielos le asistan.
Hamlet
¡Oh! Háganlo así.
Marcelo
¡Hola! ¡Eh, señor!
Hamlet
¿Hola? amigos, ¡eh! Venid, venid acá.
Marcelo
¿Qué ha sucedido?
Horacio
¿Qué noticias nos dais?
Hamlet
¡Oh! Maravillosas.
Horacio
Mi amado señor, decidlas.
Hamlet
No, que lo revelaréis.
Horacio
No, yo os prometo que no haré tal.
Marcelo
Ni yo tampoco.
Hamlet
Creéis vosotros que pudiese haber cabido en el corazón humano... Pero ¿guardaréis secreto?
Los dos
Sí señor, yo os lo juro.
Hamlet
No existe en toda Dinamarca un infame..., que no sea un gran malvado.
Horacio
Pero, no era necesario, señor, que un muerto saliera del sepulcro a persuadirnos esa verdad.
Hamlet
Sí, cierto, tenéis razón, y por eso mismo, sin tratar más del asunto,
será bien despedirnos y separarnos; vosotros a donde vuestros negocios o
vuestra inclinación os lleven..., que todos tienen su inclinaciones, y
negocios, sean los que sean; y yo, ya lo sabéis, a mi triste ejercicio. A
rezar.
Horacio
Todas esas palabras, señor, carecen de sentido y orden.
Hamlet
Mucho me pesa de haberos ofendido con ellas, sí por cierto, me pesa en el alma.
Horacio
¡Oh! Señor, no hay ofensa ninguna.
Hamlet
Sí, por San Patricio, que sí la hay y muy grande, Horacio... En cuanto a
la aparición... Es un difunto venerable... Sí, yo os lo aseguro...
Pero, reprimid cuanto os fuese posible el deseo de saber lo que ha
pasado entre él y yo. ¡Ah! ¡Mis buenos amigos! Yo os pido, pues sois mis
amigos y mis compañeros en el estudio y en las armas, que me concedáis
una corta merced.
Horacio
Con mucho gusto, señor, decid cual sea.
Hamlet
Que nunca revelaréis a nadie lo que habéis visto esta noche.
Los dos
A nadie lo diremos.
Hamlet
Pero es menester que lo juréis.
Horacio
Os doy mi palabra de no decirlo.
Marcelo
Yo os prometo lo mismo.
Hamlet
Sobre mi espada.
Marcelo
Ved que ya lo hemos prometido.
Hamlet
Sí, sí, sobre mi espada.
La sombra
Juradlo.
Hamlet
¡Ah! ¿Eso dices?.. ¿Estás ahí hombre de bien?.. Vamos: ya le oís hablar en lo profundo ¿Queréis jurar?
Horacio
Proponed la fórmula.
Hamlet
Que nunca diréis lo que habéis visto. Juradlo por mi espada.
La sombra
Juradlo.
Hamlet
¿Hic et ubique? Mudaremos de lugar. Señores, acercaos aquí: poned otra
vez las manos en mi espada, y jurad por ella, que nunca diréis nada de
esto que habéis oído y visto.
La sombra
Juradlo por su espada.
Hamlet
Bien has dicho, topo viejo, bien has dicho... Pero ¿cómo puedes taladrar
con tal prontitud los senos de la tierra, diestro minador? Mudemos otra
vez de puesto, amigos.
Horacio
¡Oh! Dios de la luz y de las tinieblas, ¡qué extraño prodigio es éste!
Hamlet
Por eso como a un extraño debéis hospedarle y tenerle oculto. Ello es,
Horacio, que en el cielo y en la tierra hay más de lo que puede soñar tu
filosofía. Pero venid acá y, como antes dije, prometedme (así el Cielo
os haga felices) que por más singular y extraordinaria que sea de hoy
más mi conducta (puesto que acaso juzgaré a propósito afectar un
proceder del todo extravagante) nunca vosotros al verme así daréis nada a
entender, cruzando los brazos de esta manera, o haciendo con la cabeza
este movimiento, o con frases equívocas como: sí, sí, nosotros sabemos;
nosotros pudiéramos, si quisiéramos... si gustáramos de hablar, hay
tanto que decir en eso; pudiera ser que... o en fin, cualquiera otra
expresión ambigua, semejante a éstas, por donde se infiera que vosotros
sabéis algo de mí. Juradlo; así en vuestras necesidades os asista el
favor de Dios. Juradlo.
La sombra
Jurad.
Hamlet
Descansa, descansa agitado espíritu. Señores, yo me recomiendo a
vosotros con la mayor instancia, y creed que por más infeliz que Hamlet
se halle, Dios querrá que no le falten medios para manifestaros la
estimación y amistad que os profesa. Vámonos. Poned el dedo en la boca,
yo os lo ruego... La naturaleza está en desorden... ¡Iniquidad
execrable! ¡Oh! ¡Nunca yo hubiera nacido para castigarla! Venid, vámonos
juntos.
Acto II
Escena I
POLONIO, REYNALDO
Sala en casa de Polonio.
Polonio
Reynaldo, entrégale este dinero y estas cartas.
Reynaldo
Así lo haré, señor.
Polonio
Será un admirable golpe de prudencia, que antes de verle te informaras de su conducta.
Reynaldo
En eso mismo estaba yo.
Polonio
Sí, es muy buena idea, muy buena. Mira, lo primero has de averiguar qué
dinamarqueses hay en París, y cómo, en qué términos, con quién, y en
dónde están, a quién tratan, qué gastos tienen; y sabiendo por estos
rodeos y preguntas indirectas, que conocen a mi hijo, entonces ve en
derechura a tu objeto, encaminando a él en particular tus indagaciones.
Haz como si le conocieras de lejos, diciendo: sí, conozco a su padre, y a
algunos amigos suyos, y aun a él un poco... ¿Lo has entendido?
Reynaldo
Sí, señor, muy bien.
Polonio
Sí, le conozco un poco; pero... (has de añadir entonces), pero no le he
tratado. Si es el que yo creo a fe que es bien calavera; inclinado a tal
o tal vicio... y luego dirás de él cuanto quieras fingir; digo, pero
que no sean cosas tan fuertes que puedan deshonrarle. Cuidado con eso.
Habla sólo de aquellas travesuras, aquellas locuras y extravíos comunes a
todos, que ya se reconocen por compañeros inseparables de la juventud y
la libertad.
Reynaldo
Como el jugar, ¿eh?
Polonio
Sí, el jugar, beber, esgrimir, jurar, disputar, putear... Hasta esto bien puedes alargarte.
Reynaldo
Y aun con eso hay harto para quitarle el honor.
Polonio
No por cierto, además que todo depende del modo con que le acuses. No
debes achacarle delitos escandalosos, ni pintarle como un joven
abandonado enteramente a la disolución; no, no es esa mi idea. Has de
insinuar sus defectos con tal arte que parezcan nulidades producidas de
falta de sujeción y no otra cosa: extravíos de una imaginación ardiente,
ímpetus nacidos de la efervescencia general de la sangre.
Reynaldo
Pero, señor...
Polonio
¡Ah! Tú querrás saber con qué fin debes hacer esto, ¿eh?
Reynaldo
Gustaría de saberlo.
Polonio
Pues, señor, mi fin es éste; y creo que es proceder con mucha cordura.
Cargando esas pequeñas faltas sobre mi hijo (como ligeras manchas de una
obra preciosa) ganarás por medio de la conversación la confianza de
aquel a quien pretendas examinar. Si él está persuadido de que el
muchacho tiene los mencionados vicios que tú le imputas, no dudes que él
convenga con tu opinión, diciendo: señor mío, o amigo, o caballero...
En fin, según el título o dictado de la persona o del país.
Reynaldo
Sí, ya estoy.
Polonio
Pues entonces él dice... Dice... ¿Qué iba yo a decir ahora?... Algo iba yo a decir. ¿En qué estábamos?
Reynaldo
En que él concluirá diciendo al amigo o al caballero.
Polonio
Sí, concluirá diciendo. Es verdad... (así te dirá precisamente) algo iba
yo a decir. Es verdad, yo conozco a ese mozo; ayer le vi o cualquier
otro día, o en tal y tal ocasión, con este o con aquel sujeto, y allí
como habéis dicho, le vi que jugaba, allá le encontré en una comilona,
acullá en una quimera sobre el juego de pelota y..., (puede ser que
añada) le he visto entrar en una casa pública, videlicet en un burdel, o
cosa tal. ¿Lo entiendes ahora? Con el anzuelo de la mentira pescarás la
verdad; que así es como nosotros los que tenemos talento y prudencia,
solemos conseguir por indirectas el fin directo, usando de artificios y
disimulación. Así lo harás con mi hijo, según la instrucción y
advertencia que acabo de darte. ¿Me has entendido?
Reynaldo
Sí, señor, quedo enterado.
Polonio
Pues, adiós; buen viaje.
Reynaldo
Señor...
Polonio
Examina por ti mismo sus inclinaciones.
Reynaldo
Así lo haré.
Polonio
Dejándole que obre libremente.
Reynaldo
Está bien, señor.
Polonio
Adiós.
Escena II
POLONIO, OFELIA
Polonio
Y bien, Ofelia, ¿qué hay de nuevo?
Ofelia
¡Ay! ¡Señor, que he tenido un susto muy grande!
Polonio
¿Con qué motivo? Por Dios que me lo digas.
Ofelia
Yo estaba haciendo labor en mi cuarto, cuando el Príncipe Hamlet, la
ropa desceñida, sin sombrero en la cabeza, sucias las medias, sin atar,
caídas hasta los pies, pálido como su camisa, las piernas trémulas, el
semblante triste como si hubiera salido del infierno para anunciar
horror... Se presenta delante de mí.
Polonio
Loco, sin duda, por tus amores, ¿eh?
Ofelia
Yo, señor, no lo sé; pero en verdad lo temo.
Polonio
¿Y qué te dijo?
Ofelia
Me asió una mano, y me la apretó fuertemente. Apartose después a la
distancia de su brazo, y poniendo, así, la otra mano sobre su frente,
fijó la vista en mi rostro recorriéndolo con atención como si hubiese de
retratarle. De este modo permaneció largo rato; hasta que por último,
sacudiéndome ligeramente el brazo, y moviendo tres veces la cabeza abajo
y arriba, exhaló un suspiro tan profundo y triste, que pareció
deshacérsele en pedazos el cuerpo, y dar fin a su vida. Hecho esto, me
dejó, y levantada la cabeza comenzó a andar, sin valerse de los ojos
para hallar el camino; salió de la puerta sin verla, y al pasar por
ella, fijó la vista en mí.
Polonio
Ven conmigo, quiero ver al Rey. Ese es un verdadero éxtasis de amor que
siempre fatal a sí mismo, en su exceso violento, inclina la voluntad a
empresas temerarias, más que ninguna otra pasión de cuantas debajo del
cielo combaten nuestra naturaleza. Mucho siento este accidente. Pero,
dime, ¿le has tratado con dureza en estos últimos días?
Ofelia
No señor; sólo en cumplimiento de lo que mandasteis, le he devuelto sus cartas y me he negado a sus visitas.
Polonio
Y eso basta para haberle trastornado así. Me pesa no haber juzgado con
más acierto su pasión. Yo temí que era sólo un artificio suyo para
perderte... ¡Sospecha indigna! ¡Eh! Tan propio parece de la edad anciana
pasar más allá de lo justo en sus conjeturas, como lo es de la juventud
la falta de previsión. Vamos, vamos a ver al Rey. Conviene que lo sepa.
Si le callo este amor, sería más grande el sentimiento que pudiera
causarle teniéndole oculto, que el disgusto que recibirá al saberlo.
Vamos.
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO, acompañamiento.
Salón de palacio.
Claudio
Bienvenido, Guillermo, y tú también querido Ricardo. Además de lo mucho
que se me dilataba el veros, la necesidad que tengo de vosotros me ha
determinado a solicitar vuestra venida. Algo habéis oído ya de la
transformación de Hamlet. Así puedo llamarla, puesto que ni en lo
interior, ni en lo exterior se parece nada al que antes era; ni llego a
imaginar que otra causa haya podido privarle así de la razón, si ya no
es la muerte de su padre. Yo os ruego a entrambos, pues desde la primera
infancia os habéis criado con él, y existe entre vosotros aquella
intimidad nacida de la igualdad en los años y en el genio, que tengáis a
bien deteneros en mi corte algunos días. Acaso el trato vuestro
restablecerá su alegría, y aprovechando las ocasiones que se presenten,
ved cuál sea la ignorada aflicción que así le consume para que
descubriéndola, procuremos su alivio.
Gertrudis
Él ha hablado mucho de vosotros, mis buenos señores, y estoy segura de
que no se hallaran otros dos sujetos a quienes él profese mayor cariño.
Si tanta fuese vuestra bondad que gustéis de pasar con nosotros algún
tiempo, para contribuir al logro de mi esperanza; vuestra asistencia
será remunerada, como corresponde al agradecimiento de un Rey.
Ricardo
Vuestras Majestades tienen soberana autoridad en nosotros, y en vez de rogar deben mandarnos.
Guillermo
Uno y otro obedeceremos, y postramos a vuestros pies con el más puro afecto el celo de serviros que nos anima.
Claudio
Muchas gracias, cortés Guillermo. Gracias, Ricardo.
Gertrudis
Os quedo muy agradecida, señores, y os pido que veáis cuanto antes a mi
doliente hijo. Conduzca alguno de vosotros a estos caballeros, a donde
Hamlet se halle.
Guillermo
Haga el Cielo que nuestra compañía y nuestros conatos puedan serle agradables y útiles.
Gertrudis
Sí, amén.
Escena IV
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, acompañamiento.
Polonio
Señor, los Embajadores enviados a Noruega han vuelto ya en extremo contentos.
Claudio
Siempre has sido tú padre de buenas nuevas.
Polonio
¡Oh! Sí ¿No es verdad? Y os puedo asegurar, venerado señor, que mis
acciones y mi corazón no tienen otro objeto que el servicio de Dios, y
el de mi Rey; y si este talento mío no ha perdido enteramente aquel
seguro olfato con que supo siempre rastrear asuntos políticos, pienso
haber descubierto ya la verdadera causa de la locura del Príncipe.
Claudio
Pues dínosla, que estoy impaciente de saberla.
Polonio
Será bien que deis primero audiencia a los Embajadores; mi informe servirá de postres a este gran festín.
Claudio
Tú mismo puedes ir a cumplimentarlos e introducirlos. Dice que ha
descubierto, amada Gertrudis, la causa verdadera de la indisposición de
tu hijo.
Gertrudis
¡Ah! Yo dudo que él tenga otra mayor que la muerte de su padre y nuestro acelerado casamiento.
Claudio
Yo sabré examinarle.
Escena V
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, VOLTIMAN, CORNELIO, acompañamiento.
Claudio
Bienvenidos, amigos. Dí, Voltiman, ¿qué respondió nuestro hermano, el Rey de Noruega?
Voltiman
Corresponde con la más sincera amistad a vuestras atenciones y a vuestro
ruego. Así que llegamos, mandó suspender los armamentos que hacía su
sobrino, fingiendo ser preparativos contra el polaco; pero mejor
informado después, halló ser cierto que se dirigían en ofensa vuestra.
Indignado de que abusaran así de la impotencia a que le han reducido su
edad y sus males, envió estrechas órdenes a Fortimbrás, que sometiéndose
prontamente a las reprehensiones del tío, le ha jurado por último que
nunca más tomará las armas contra Vuestra Majestad. Satisfecho de este
procedimiento el anciano Rey, le señala sesenta mil escudos anuales, y
le permite emplear contra Polonia las tropas que había levantado. A este
fin os ruega concedáis paso libre por vuestros estados al ejército
prevenido para tal empresa, bajo las condiciones de recíproca seguridad
expresadas aquí.
Claudio
Está bien, leeré en tiempo más oportuno sus proposiciones y reflexionaré
lo que debo en este caso responderle. Entretanto os doy gracias por el
feliz desempeño de vuestro encargo. Descansad. A la noche seréis conmigo
en el festín. Tendré gusto de veros.
Escena VI
CLAUDIO, GERTRUDIS y POLONIO
Polonio
Este asunto se ha concluido muy bien. Mi Soberano y vos, señora,
explicar lo que es la dignidad de un Monarca, las obligaciones del
vasallo y porque el día es día, noche la noche, y tiempo el tiempo;
sería gastar inútilmente el día, la noche y el tiempo. Así, pues, como
quiera que la brevedad es el alma del talento, y que nada hay más
enfadoso que los rodeos y perífrasis... Seré muy breve. Vuestro noble
hijo está loco; y le llamo loco, porque (si en rigor se examina) ¿qué
otra cosa es la locura, sino estar uno enteramente loco? Pero, dejando
esto aparte...
Gertrudis
Al caso, Polonio, al caso y menos artificios.
Polonio
Yo os prometo, señora, que no me valgo de artificio alguno. Es cierto
que él está loco. Es cierto que es lástima y es lástima que sea cierto;
pero dejemos a un lado esta pueril antítesis, que no quiero usar de
artificios. Convengamos, pues, en que está loco, y ahora falta descubrir
la causa de este efecto, o por mejor decir, la causa de este defecto,
porque este efecto defectuoso, nace de una causa, y así resta considerar
lo restante. Yo tengo una hija... La tengo mientras es mía, que en
prueba de su respeto y sumisión... Notad lo que os digo... Me ha
entregado esta carta. Ahora, resumid los hechos y sacaréis la
consecuencia. Al ídolo celestial de mi alma: a la sin par Ofelia... Esta
es una alta frase... ¡Una falta de frase, sin par! Es una falta de
frase, pero, oíd lo demás. Estas letras, destinadas a que su blanco y
hermoso pecho las guarde: éstas...
Gertrudis
¿Y esa carta se la ha enviado Hamlet?
Polonio
Bueno, ¡por cierto! Esperad un poco, seré muy fiel.
Duda que son de fuego las estrellas, duda si al sol hoy movimiento falta, duda lo cierto, admite lo dudoso; pero no dudes de mi amor las ansias.
Estos versos aumentan mi dolor, querida Ofelia; ni sé tampoco expresar mis penas con arte; pero cree que te amo en extremo posible. Adiós. Tuyo siempre, mi adorada niña, mientras esta máquina exista. Hamlet. Mi hija, en fuerza de su obediencia, me ha hecho ver esta carta, y además me ha contado las solicitudes del Príncipe; según han ocurrido, con todas las circunstancias del tiempo, el lugar y el modo.
Claudio
¿Y ella cómo ha recibido su amor?
Polonio
¿En qué opinión me tenéis?
Claudio
En la de un hombre honrado y veraz.
Polonio
Y me complazco en probaros que lo soy. Pero, ¿qué hubierais pensado de
mí, si cuando he visto que tomaba vuelo este ardiente amor...? Porque os
puedo asegurar que aun antes que mi hija me hablase, ya lo había yo
advertido... ¿Qué hubiera pensado de mí vuestra Majestad y la Reina que
está presente, si hubiera tolerado este galanteo? ¿Si, haciéndome
violencia a mí propio, hubiera permanecido silencioso y mudo, mirándolo
con indiferencia? ¿Qué hubierais pensado de mí? No, señor; yo he ido en
derechura al asunto, y le dije a la niña ni más ni menos. Hija, el señor
Hamlet es un Príncipe muy superior a tu esfera... Esto no debe pasar
adelante. Y después, le mandé que se encerrase en su estancia sin
admitir recados, ni recibir presentes. Ella ha sabido aprovecharse de
mis preceptos, y el Príncipe... (para abreviar la historia) al verse
desdeñado, comenzó a padecer melancolías, después inapetencia, después
vigilias, después debilidad, después aturdimiento y después (por una
graduación natural) la locura que le saca fuera de sí, y que todos
nosotros lloramos.
Claudio
¿Creéis, señora, que esto haya pasado así?
Gertrudis
Me parece bastante probable.
Polonio
¿Ha sucedido alguna vez..., tendría gusto de saberlo...? ¿Que yo haya
dicho positivamente: esto hay, y que haya resultado lo contrario?
Claudio
No se me acuerda.
Polonio
Pues, separadme ésta de éste, si otra cosa hubiere en el asunto... ¡Ah!
Por poco que las circunstancias me ayuden, yo descubriré la verdad donde
quiera que se oculte; aunque el centro de la tierra la sepultara.
Claudio
¿Y cómo te parece que pudiéramos hacer nuevas indagaciones?
Polonio
Bien sabéis que el Príncipe suele pasearse algunas veces por esa galería cuatro horas enteras.
Gertrudis
Es verdad, así suele hacerlo.
Polonio
Pues, cuando él venga, yo haré que mi hija le salga al paso. Vos y yo
nos ocultaremos detrás de los tapices, para observar lo que hace al
verla. Si él no la ama y no es esta la causa de haber perdido el juicio,
despedidme de vuestro lado y de vuestra corte y enviadme a una alquería
a guiar un arado.
Claudio
Sí, yo lo quiero averiguar.
Gertrudis
Pero, ¿veis? ¡Qué lástima! Leyendo viene el infeliz.
Polonio
Retiraos, yo os lo suplico, retiraos entrambos, que le quiero hablar, si me dais licencia.
Escena VII
POLONIO, HAMLET
Polonio
¡Cómo os va, mi buen señor!
Hamlet
Bien, a Dios gracias.
Polonio
¿Me conocéis?
Hamlet
Perfectamente. Tú vendes peces.
Polonio
¿Yo? No señor.
Hamlet
Así fueras honrado.
Polonio
¿Honrado decís?
Hamlet
Sí, señor, que lo digo. El ser honrado según va el mundo, es lo mismo que ser escogido uno entre diez mil.
Polonio
Todo eso es verdad.
Hamlet
Si el sol engendra gusanos en un perro muerto y aunque es un Dios,
alumbra benigno con sus rayos a un cadáver corrupto... ¿No tienes una
hija?
Polonio
Sí, señor, una tengo.
Hamlet
Pues no la dejes pasear al sol. La concepción es una bendición del
cielo; pero no del modo en que tu hija podrá concebir. Cuida mucho de
esto, amigo.
Polonio
¿Pero qué queréis decir con eso? Siempre está pensando en mi hija. No
obstante, al principio no me conoció... Dice que vendo peces... ¡Está
rematado, rematado!... Y en verdad que yo también, siendo mozo, me vi
muy trastornado por el amor... Casi tanto como él. Quiero hablarle otra
vez. ¿Qué estáis leyendo?
Hamlet
Palabras, palabras, todo palabras.
Polonio
¿Y de qué se trata?
Hamlet
¿Entre quién?
Polonio
Digo, que ¿de qué trata el libro que leéis?
Hamlet
De calumnias. Aquí dice el malvado satírico, que los viejos tienen la
barba blanca, las caras con arrugas, que vierten de sus ojos ámbar
abundante y goma de ciruela; que padecen gran debilidad de piernas, y
mucha falta de entendimiento. Todo lo cual, señor mío, aunque yo plena y
eficazmente lo creo; con todo eso, no me parece bien hallarlo afirmado
en tales términos, porque al fin, vos seríais sin duda tan joven como
yo, si os fuera posible andar hacia atrás como el cangrejo.
Polonio
Aunque todo es locura, no deja de observar método en lo que dice. ¿Queréis venir, señor, adonde no os dé el aire?
Hamlet
¿Adónde? ¿A la sepultura?
Polonio
Cierto, que allí no da el aire. ¡Con qué agudeza responde siempre! Estos
golpes felices son frecuentes en la locura, cuando en el estado de
razón y salud tal vez no se logran. Voyle a dejar y disponer al instante
el careo entre él y mi hija. Señor, si me dais licencia de que me
vaya...
Hamlet
No me puedes pedir cosa que con más gusto te conceda; exceptuando la vida, eso sí, exceptuando la vida.
Polonio
Adiós, señor.
Hamlet
¡Fastidiosos y extravagantes viejos!
Polonio
Si buscáis al príncipe, vedle ahí.
Escena VIII
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO
Ricardo
Buenos días, señor.
Guillermo
Dios guarde a vuestra Alteza.
Ricardo
Mi venerado Príncipe.
Hamlet
¡Oh! Buenos amigos. ¿Cómo va? ¡Guillermo, Ricardo, guapos mozos! ¿Cómo va? ¿Qué se hace de bueno?
Ricardo
Nada, señor; pasamos una vida muy indiferente.
Guillermo
Nos creemos felices en no ser demasiado felices. No, no servimos de airón al tocado de la fortuna.
Hamlet
¿Ni de suelas a su calzado?
Ricardo
Ni uno ni otro.
Hamlet
En tal caso estaréis colocados hacia su cintura: allí es el centro de los favores.
Guillermo
Cierto, como privados suyos.
Hamlet
Pues allí en lo más oculto... ¡Ah! Decís bien, ella es una prostituta... ¿Qué hay de nuevo?
Ricardo
Nada, sino que ya los hombres van siendo buenos.
Hamlet
Señal que el día del juicio va a venir pronto. Pero vuestras noticias no
son ciertas... Permitid que os pregunte más particularmente. ¿Por qué
delitos os ha traído aquí vuestra mala suerte, a vivir en prisión?
Guillermo
¿En prisión decís?
Hamlet
Sí, Dinamarca es una cárcel.
Ricardo
También el mundo lo será.
Hamlet
Y muy grande: con muchas guardas, encierros y calabozos, y Dinamarca es uno de los peores.
Ricardo
Nosotros no éramos de esa opinión.
Hamlet
Para vosotros podrá no serlo, porque nada hay bueno ni malo, sino en
fuerza de nuestra fantasía. Para mí es una verdadera cárcel.
Ricardo
Será vuestra ambición la que os le figura tal, la grandeza de vuestro ánimo le hallará estrecho.
Hamlet
¡Oh! ¡Dios mío! Yo pudiera estar encerrado en la cáscara de una nuez y
creerme soberano de un estado inmenso... Pero, estos sueños terribles me
hacen infeliz.
Ricardo
Todos esos sueños son ambición, y todo cuanto al ambicioso le agita no es más que la sombra de un sueño.
Hamlet
El sueño, en sí, no es más que una sombra.
Ricardo
Ciertamente, y yo considero la ambición por tan ligera y vana, que me parece la sombra de una sombra.
Hamlet
De donde resulta, que los mendigos son cuerpos y los monarcas y héroes
agigantados, sombras de los mendigos... Iremos un rato a la corte,
señores; porque, a la verdad, no tengo la cabeza para discurrir.
Los dos
Os iremos sirviendo.
Hamlet
¡Oh! No se trata de eso. No os quiero confundir con mis criados que, a
fe de hombre de bien, me sirven indignamente. Pero, decidme por nuestra
amistad antigua, ¿qué hacéis en Elsingor?
Ricardo
Señor, hemos venido únicamente a veros.
Hamlet
Tan pobre soy, que aun de gracias estoy escaso, no obstante, agradezco
vuestra fineza... Bien que os puedo asegurar que mis gracias, aunque se
paguen a ochavo, se pagan mucho. Y ¿quién os ha hecho venir? ¿Es libre
esta visita? ¿Me la hacéis por vuestro gusto propio? Vaya, habladme con
franqueza, vaya, decídmelo.
Guillermo
¿Y qué os hemos de decir, señor?
Hamlet
Todo lo que haya acerca de esto. A vosotros os envían, sin duda, y en
vuestros ojos hallo una especie de confesión, que toda vuestra reserva
no puede desmentir. Yo sé que el bueno del Rey, y también la Reina os
han mandado que vengáis.
Ricardo
Pero, ¿a qué fin?
Hamlet
Eso es lo que debéis decirme. Pero os pido por los derechos de nuestra
amistad, por la conformidad de nuestros años juveniles, por las
obligaciones de nuestro no interrumpido afecto; por todo aquello, en
fin, que sea para vosotros más grato y respetable, que me digáis con
sencillez la verdad. ¿Os han mandado venir, o no?
Ricardo
¿Qué dices tú?
Hamlet
Ya os he dicho que lo estoy viendo en vuestros ojos, si me estimáis de veras, no hay que desmentirlos.
Guillermo
Pues, señor, es cierto, nos han hecho venir.
Hamlet
Y yo os voy a decir el motivo: así me anticiparé a vuestra propia
confesión; sin que la fidelidad que debéis al Rey y a la Reina quede por
vosotros ofendida. Yo he perdido de poco tiempo a esta parte, sin saber
la causa, toda mi alegría, olvidando mis ordinarias ocupaciones. Y este
accidente ha sido tan funesto a mi salud, que la tierra, esa divina
máquina, me parece un promontorio estéril; ese dosel magnifico de los
cielos, ese hermoso firmamento que veis sobre nosotros, esa techumbre
majestuosa sembrada de doradas luces, no otra cosa me parece que una
desagradable y pestífera multitud de vapores. ¡Que admirable fábrica es
la del hombre! ¡Qué noble su razón! ¡Qué infinitas sus facultades! ¡Qué
expresivo y maravilloso en su forma y sus movimientos! ¡Qué semejante a
un ángel en sus acciones! Y en su espíritu, ¡qué semejante a Dios! Él es
sin duda lo más hermoso de la tierra, el más perfecto de todos los
animales. Pues, no obstante, ¿qué juzgáis que es en mi estimación ese
purificado polvo? El hombre no me deleita... ni menos la mujer... bien
que ya veo en vuestra sonrisa que aprobáis mi opinión.
Ricardo
En verdad, señor, que no habéis acertado mis ideas.
Hamlet
Pues ¿por qué te reías cuando dije que no me deleita el hombre?
Ricardo
Me reí al considerar, puesto que los hombres no os deleitan, qué comidas
de Cuaresma daréis a los cómicos que hemos hallado en el camino, y
están ahí deseando emplearse en servicio vuestro.
Hamlet
El que hace de Rey sea muy bien venido, Su Majestad recibirá mis
obsequios como es de razón, el arrojado caballero sacará a lucir su
espada y su broquel, el enamorado no suspirará de balde, el que hace de
loco acabará su papel en paz, el patán dará aquellas risotadas con que
sacude los pulmones áridos, y la dama expresará libremente su pasión o
las interrupciones del verso hablarán por ella. Y ¿qué cómicos son?
Ricardo
Los que más os agradan regularmente. La compañía trágica de nuestra ciudad.
Hamlet
¿Y por qué andan vagando así? ¿No les sería mejor para su reputación y sus intereses establecerse en alguna parte?
Ricardo
Creo que los últimos reglamentos se lo prohíben.
Hamlet
¿Son hoy tan bien recibidos como cuando yo estuve en la ciudad? ¿Acude siempre el mismo concurso?
Ricardo
No, señor, no por cierto.
Hamlet
¿Y en qué consiste? ¿Se han echado a perder?
Ricardo
No, señor. Ellos han procurado seguir siempre su acostumbrado método;
pero hay aquí una cría de chiquillos, vencejos chillones, que gritando
en la declamación fuera de propósito, son por esto mismo palmoteados
hasta el exceso. Esta es la diversión del día, y tanto han denigrado los
espectáculos ordinarios (como ellos los llaman) que muchos caballeros
de espada en cinta, atemorizados de las plumas de ganso de este teatro,
rara vez se atreven a poner el pie en los otros.
Hamlet
¡Oiga! ¿Conque sin muchachos? ¿Y quién los sostiene? ¿Qué sueldo les
dan? ¿Abandonarán el ejercicio cuando pierdan la voz para cantar? Y
cuando tengan que hacerse cómicos ordinarios, como parece verosímil por
su edad si carecen de otros medios, ¿no dirán entonces que sus
compositores los han perjudicado, haciéndoles declamar contra la
profesión misma que han tenido que abrazar después?
Ricardo
Lo cierto es que han ocurrido ya muchos disgustos por ambas partes, y la
nación ve sin escrúpulo continuarse la discordia entre ellos. Ha habido
tiempo en que el dinero de las piezas no se cobraba, hasta que el poeta
y el cómico reñían y se hartaban de bofetones.
Hamlet
¿Es posible?
Guillermo
¡Oh! Sí lo es, como que ha habido ya muchas cabezas rotas.
Hamlet
Y qué, ¿los chicos han vencido en esas peleas?
Ricardo
Cierto que sí, y se hubieran burlado del mismo Hércules, con maza y todo.
Hamlet
No es extraño. Ya veis mi tío, Rey de Dinamarca. Los que se mofaban de
él mientras vivió mi padre, ahora dan veinte, cuarenta, cincuenta y aun
cien ducados por su retrato de miniatura. En esto hay algo que es más
que natural, si la filosofía pudiera descubrirlo.
Guillermo
Ya están ahí los cómicos.
Hamlet
Pues, caballeros, muy bien venidos a Elsingor; acercaos aquí, dadme las
manos. Las señales de una buena acogida consisten por lo común en
ceremonias y cumplimientos; pero, permitid que os trate así, porque os
hago saber que yo debo recibir muy bien a los cómicos, en lo exterior, y
no quisiera que las distinciones que a ellos les haga, pareciesen
mayores que las que os hago a vosotros. Bienvenidos. Pero, mi tío padre,
y mi madre tía, a fe que se equivocan mucho.
Guillermo
¿En qué, señor?
Hamlet
Yo no estoy loco, sino cuando sopla el nordeste; pero cuando corre el sur, distingo muy bien un huevo de una castaña.
Escena IX
POLONIO y dichos.
Polonio
Dios os guarde, señores.
Hamlet
Oye aquí, Guillermo, y tú también... Un oyente a cada lado. ¿Veis aquel
vejestorio que acaba de entrar? Pues aun no ha salido de mantillas.
Ricardo
O acaso habrá vuelto a ellas, porque, según se dice, la vejez es segunda infancia.
Hamlet
Apostaré que me viene a hablar de los cómicos, tened cuidado ... Pues,
señor, tú tienes razón, eso fue el lunes por la mañana, no hay duda.
Polonio
Señor, tengo que daros una noticia.
Hamlet
Señor, tengo que daros una noticia. Cuando Roscio era actor en Roma...
Polonio
Señor, los cómicos han venido.
Hamlet
¡Tuh!, ¡tuh!, ¡tuh!
Polonio
Como soy hombre de bien que sí.
Hamlet
Cada actor viene caballero en burro.
Polonio
Estos son los más excelentes actores del mundo, así en la Tragedia como
en la Comedia. Historia o Pastoral: en lo Cómico-Pastoral,
Histórico-Pastoral, Trágico-Histórico, Tragi-Cómico Histórico-Pastoral,
Escena indivisible, Poema ilimitado... ¡Qué! Para ellos ni Séneca es
demasiado grave, ni Plauto demasiado ligero, y en cuanto a las reglas de
composición y a la franqueza cómica, éstos son los únicos.
Hamlet
¡Oh! ¡Jephte, Juez de Israel!... ¡Qué tesoro poseíste!
Polonio
¿Y qué tesoro era el suyo, señor?
Hamlet
¿Qué tesoro? No más que una hermosa hija a quien amaba en extremo.
Polonio
Siempre pensando en mi hija.
Hamlet
¿No tengo razón, anciano Jephte?
Polonio
Señor, si me llamáis Jephte, cierto es que tengo una hija a quien amo en extremo.
Hamlet
¡Oh! no es eso lo que se sigue.
Polonio
¿Pues que sigue señor?
Hamlet
Esto.No hay más suerte que Dios ni más destino; y luego, ya sabes: que
cuanto nos sucede Él lo previno. Lee la primera línea de aquella devota
canción, y ella sola te manifestará lo demás. Pero, ¿veis? ahí vienen
otros a hablar por mí.
Escena X
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO, POLONIO y cuatro cómicos
Hamlet
Bienvenidos, señores; me alegro de veros a todos tan buenos.
Bienvenidos... ¡Oh! ¡Oh camarada antiguo! Mucho se te ha arrugado la
cara desde la última vez que te vi. ¿Vienes a Dinamarca a hacerme
parecer viejo a mí también? Y tú, mi niña, ¡oiga!, ya eres una señorita;
por la Virgen, que ya está vuesarced una cuarta más cerca del cielo,
desde que no la he visto. Dios quiera que tu voz, semejante a una pieza
de oro falso, no se descubra al echarla en el crisol. Señores, muy
bienvenidos todos. Pero, amigos, yo voy en derechura al caso, y corro
detrás del primer objeto que se me presenta, como halconero francés. Yo
quiero al instante una relación. Sí, veamos alguna prueba de vuestra
habilidad. Vaya un pasaje afectuoso.
Cómico 1º
¿Y cuál queréis, señor?
Hamlet
Me acuerdo de haberte oído en otro tiempo una relación que nunca se ha
representado al público, o una sola vez cuando más... Sí, y me acuerdo
también que no agradaba a la multitud; no era ciertamente manjar para el
vulgo. Pero a mí me pareció entonces, y aun a otros, cuyo dictamen vale
más que el mío, una excelente pieza, bien dispuesta la fábula y escrita
con elegancia y decoro. No faltó, sin embargo, quien dijo que no había
en los versos toda la sal necesaria para sazonar el asunto, y que lo
insignificante del estilo anunciaba poca sensibilidad en el autor; bien
que no dejaban de tenerla por obra escrita con método, instructiva y
elegante, y más brillante que delicada. Particularmente me gustó mucho
en ella una relación que Eneas hace a Dido, y sobre todo cuando habla de
la muerte de Príamo. Si la tienes en la memoria... Empieza por aquel
verso... Deja, deja, veré si me acuerdo.
Pirro feroz como la Hyrcana tigre...
No es éste, pero empieza con Pirro... ¡ah!...
Pirro feroz, con pavonadas armas,negras como su intento, reclinado
dentro en los senos del caballo enorme,
a la lóbrega noche parecía.
Ya su terrible, ennegrecido aspecto
mayor espanto da. Todo le tiñe
de la cabeza al pie caliente sangre
de ancianos y matronas, de robustos
mancebos y de vírgenes, que abrasa
el fuego de los inflamados edificios
en confuso montón; a cuya horrenda
luz que despiden, el caudillo insano
muerte y estrago esparce. Ardiendo en ira,
cubierto de cuajada sangre, vuelve
los ojos, al carbunclo semejantes,
y busca, instado de infernal venganza,
al viejo abuelo Príamo...
Prosigue tú.
Polonio
¡Muy bien declamado, a fe mía! Con buen acento y bella expresión.
Cómico 1º
Al momento le ve lidiando, ¡resistencia breve!
contra los Griegos; su temida espada
rebelde al brazo ya, le pesa inútil.
Pirro, de furias lleno, le provoca
a liza desigual; herirle intenta,
y el aire solo del funesto acero
postra al débil anciano. Y cual si fuese
a tanto golpe el Ilión sensible,
al suelo desplomó sus techos altos,
ardiendo en llamas y al rumor suspenso.
Pirro... ¿Le veis? La espada que venía
a herir del Teucro la nevada frente
se detiene en los aires, y él inmoble,
absorto y mudo y sin acción su enojo,
la imagen de un tirano representa
que figuró el pincel. Mas como suele
tal vez el cielo en tempestad oscura
parar su movimiento, de los aires
el ímpetu cesar, y en silenciosa
quietud de muerte reposar el orbe;
basta que el trueno, con horror zumbando,
rompe la alta región, así un instante
suspensa fue la cólera de Pirro
y así, dispuesto a la venganza, el duro
combate renovó. No más tremendo
golpe en las armas de Mavorte eternas
dieron jamás los Cíclopes tostados,
que sobre el triste anciano la cuchilla
sangrienta dio del sucesor de Aquiles.
¡Oh! ¡Fortuna falaz!.. Vos, poderosos
Dioses, quitadla su dominio injusto;
romped los rayos de su rueda y calces,
y el eje circular desde el Olimpo
caiga en pedazos del Abismo al centro.
Polonio
Es demasiado largo.
Hamlet
Lo mismo dirá de tus barbas el barbero. Prosigue. Éste sólo gusta de ver
hablar o de oír cuentos de alcahuetas, o si no se duerme. Prosigue con
aquello de Hécuba.
Cómico 1º
Pero quien viese, ¡oh! ¡Vista dolorosa! la mal ceñida Reina...
Hamlet
¡La mal ceñida Reina!
Polonio
Eso es bueno, mal ceñida Reina, ¡bueno!
Cómico 1º
Pero quien viese, ¡oh vista dolorosa!
La mal ceñida Reina, el pie desnudo,
girar de un lado al otro, amenazando
extinguir con sus lágrimas el fuego...
En vez de vestidura rozagante
cubierto el seno, harto fecundo un día,
con las ropas del lecho arrebatadas
(ni a más la dio lugar el susto horrible)
rasgado un velo en su cabeza, donde
antes resplandeció corona augusta...
¡Ay! Quien la viese, a los supremos hados
con lengua venenosa execraría.
Los Dioses mismos, si a piedad les mueve
el linaje mortal, dolor sintieran
de verla, cuando al implacable Pirro
halló esparciendo en trozos con su espada,
del muerto esposo los helados miembros.
Lo ve, y exclama con gemido triste,
bastante a conturbar allá en su altura
las deidades de Olimpo, y los brillantes
ojos del cielo humedecer en lloro.
Polonio
Ved como muda de color y se le han saltado las lágrimas. No, no prosigáis.
Hamlet
Basta ya; presto me dirás lo que falta. Señor mío, es menester hacer que
estos cómicos se establezcan, ¿lo entiendes? Y agasajarlos bien. Ellos
son, sin duda, el epítome histórico de los siglos, y más te valdrá tener
después de muerto un mal epitafio, que una mala reputación entre ellos
mientras vivas.
Polonio
Yo, señor, los trataré conforme a sus méritos.
Hamlet
¡Qué cabeza ésta! No señor, mucho mejor. Si a los hombres se les hubiese
de tratar según merecen, ¿quién escaparía de ser azotado? Trátalos como
corresponde a tu nobleza, y a tu propio honor; cuanto menor sea su
mérito, mayor será tu bondad. Acompáñalos.
Polonio
Venid, señores.
Hamlet
Amigos id con él. Mañana habrá comedia. Oye aquí tú, amigo; dime ¿no pudierais representar La muerte de Gonzago?
Cómico 1º
Sí señor.
Hamlet
Pues mañana a la noche quiero que se haga. Y ¿no podrías, si fuese
menester, aprender de memoria unos doce o dieciséis versos que quiero
escribir e insertar en la pieza? ¿Podrás?
Cómico 1º
Sí señor.
Hamlet
Muy bien; pues vete con aquel caballero, y cuenta no hagáis burla de él. Amigos, hasta la noche. Pasadlo bien.
Ricardo
Señor.
Hamlet
Id con Dios.
Escena XI
HAMLET solo
Hamlet
Ya estoy solo. ¡Qué abatido! ¡Qué insensible soy! ¿No es admirable que
este actor, en una fábula, en una ficción, pueda dirigir tan a su placer
el ánimo que así agite y desfigure el rostro en la declamación,
vertiendo de sus ojos lágrimas, débil la voz, y todas sus acciones tan
acomodadas a lo que quiere expresar? Y esto por nadie: por Hécuba. Y
¿quién es Hécuba para él, o él para ella, que así llora sus infortunios?
Pues ¿qué no haría si él tuviese los tristes motivos de dolor que yo
tengo? Inundaría el teatro con llanto, su terrible acento conturbaría a
cuantos le oyesen, llenaría de desesperación al culpado, de temor al
inocente, al ignorante de confusión, y sorprendería con asombro la
facultad de los ojos y los oídos. Pero yo, miserable, sin vigor y
estúpido, sueño adormecido, permanezco mudo, ¡y miro con tal
indiferencia mis agravios! ¿Qué? ¿Nada merece un Rey con quien se
cometió el más atroz delito para despojarle del cetro y la vida? ¿Soy
cobarde yo? ¿Quién se atreve a llamarme villano? ¿O a insultarme en mi
presencia? ¿Arrancarme la barba, soplarmela al rostro, asirme de la
nariz o hacerle tragar lejía que me llegue al pulmón? ¿Quién se atreve a
tanto? ¿Sería yo capaz de sufrirlo? Sí, que no es posible sino que yo
sea como la paloma que carece de hiel, incapaz de acciones crueles; a no
ser esto, ya se hubieran cebado los milanos del aire en los despojos de
aquel indigno. Deshonesto, homicida, pérfido seductor, feroz malvado,
que vive sin remordimientos de su culpa. Pero, ¿por qué he de ser tan
necio? ¿Será generoso proceder el mío, que yo, hijo de un querido padre
(de cuya muerte alevosa el cielo y el infierno mismo me piden venganza)
afeminado y débil desahogue con palabras el corazón, prorrumpa en
execraciones vanas, como una prostituta vil, o un pillo de cocina? ¡Ah!
No, ni aun sólo imaginarlo. ¡Eh!... Yo he oído, que tal vez asistiendo a
una representación hombres muy culpados, han sido heridos en el alma
con tal violencia por la ilusión del teatro, que a vista de todos han
publicado sus delitos, que la culpa aunque sin lengua siempre se
manifestará por medios maravillosos. Yo haré que estos actores
representen delante de mi tío algún pasaje que tenga semejanza con la
muerte de mi padre. Yo le heriré en lo más vivo del corazón; observaré
sus miradas; si muda de color, si se estremece, ya sé lo que me toca
hacer. La aparición que vi pudiera ser un espíritu del infierno. Al
demonio no le es difícil presentarse bajo la más agradable forma; sí, y
acaso como él es tan poderoso sobre una imaginación perturbada,
valiéndose de mi propia debilidad y melancolía, me engaña para perderme.
Yo voy a adquirir pruebas más sólidas, y esta representación ha de ser
el lazo en que se enrede la conciencia del Rey.
Acto III
Escena I
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA, RICARDO, GUILLERMO
Galería de Palacio.
Claudio
¿Y no os fue posible indagar en la conversación que con él tuvisteis, de
qué nace aquel desorden de espíritu que tan cruelmente altera su
quietud, con turbulenta y peligrosa demencia?
Ricardo
Él mismo reconoce los extravíos de su razón; pero no ha querido manifestarnos el origen de ellos.
Guillermo
Ni le hallamos en disposición de ser examinado, porque siempre huye de
la cuestión, con un rasgo de locura, cuando ve que le conducimos al
punto de descubrir la verdad.
Gertrudis
¿Fuisteis bien recibidos de él?
Ricardo
Con mucha cortesía.
Guillermo
Pero se le conocía una cierta sujeción.
Ricardo
Preguntó poco; pero respondía a todo con prontitud.
Gertrudis
¿Le habéis convidado para alguna diversión?
Ricardo
Sí señora, porque casualmente habíamos encontrado una compañía de
cómicos en el camino; se lo dijimos, y mostró complacencia al oírlo.
Están ya en la corte, y creo que tienen orden de representarle esta
noche una pieza.
Polonio
Así es la verdad, y me ha encargado de suplicar a Vuestras Majestades que asistan a verla y oírla.
Claudio
Con mucho gusto; me complace en extremo saber que tiene tal inclinación.
Vosotros, señores, excitadle a ella, y aplaudid su propensión a este
género de placeres.
Ricardo
Así lo haremos.
Escena II
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA
Claudio
Tú, mi amada Gertrudis, deberás también retirarte, porque hemos
dispuesto que Hamlet al venir aquí, como si fuera casualidad, encuentre a
Ofelia. Su padre y yo, testigos los más aptos para el fin, nos
colocaremos donde veamos sin ser vistos. Así podremos juzgar de lo que
entre ambos pase, y en las acciones y palabras del Príncipe conoceremos
si es pasión de amor el mal de que adolece.
Gertrudis
Voy a obedeceros, y por mi parte, Ofelia, ¡oh, cuánto desearía que tu
rara hermosura fuese el dichoso origen de la demencia de Hamlet!
Entonces yo debería esperar que tus prendas amables pudieran para
vuestra mutua felicidad restituirle su salud perdida.
Ofelia
Yo, señora, también quisiera que fuese así.
Escena III
CLAUDIO, POLONIO, OFELIA
Polonio
Paséate por aquí, Ofelia. Si Vuestra Majestad gusta, podemos ya
ocultarnos. Haz que lees en este libro; esta ocupación disculpará la
soledad del sitio... ¡Materia es, por cierto, en que tenemos mucho de
que acusarnos! ¡Cuántas veces con el semblante de la devoción y la
apariencia de acciones piadosas, engañamos al diablo mismo!
Claudio
Demasiado cierto es... ¡Qué cruelmente ha herido esa reflexión mi
conciencia! El rostro de la meretriz, hermoseada con el arte, no es más
feo despojado de los afeites, que lo es mi delito disimulado en palabras
traidoras. ¡Oh! ¡Qué pesada carga me oprime!
Polonio
Ya le siento llegar; señor, conviene retirarnos.
Escena IV
HAMLET, OFELIA
Hamlet
Ser, o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo,
sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a
este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia?
Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se
acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil
naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia.
Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo,
porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del
sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto
poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra
infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud
de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que
recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de
un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia
de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre,
pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar
tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no
fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte
(aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos
embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que
ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión
nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita
con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor
importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y
se reducen a designios vanos. Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña,
espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.
Ofelia
¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?
Hamlet
Muchas gracias. Bien.
Ofelia
Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.
Hamlet
No, yo nunca te di nada.
Ofelia
Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras,
de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor,
pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa
considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el
afecto de quien los dio. Vedlos aquí.
Hamlet
¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?
Ofelia
Señor...
Hamlet
¿Eres hermosa?
Ofelia
¿Qué pretendéis decir con eso?
Hamlet
Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.
Ofelia
¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?
Hamlet
Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en
una alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura su
semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la
edad presente es cosa probada... Yo te quería antes, Ofelia.
Ofelia
Así me lo dabais a entender.
Hamlet
Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse
tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel
resquemor original... Yo no te he querido nunca.
Ofelia
Muy engañada estuve.
Hamlet
Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de
hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas
cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiese
parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre
mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles
forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables
como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos
somos insignes malvados; no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un
convento... ¿En dónde está tu padre?
Ofelia
En casa está, señor.
Hamlet
Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras, las haga dentro de su casa. Adiós.
Ofelia
¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle.
Hamlet
Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en
la castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de
la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes
necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados
saben muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al convento y
pronto. Adiós.
Ofelia
¡El Cielo, con su poder, le alivie!
Hamlet
He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La naturaleza os
dio una cara y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos brinquillos,
ese pasito corto, ese hablar aniñado, pasáis por inocentes y convertís
en gracia vuestros defectos mismos. Pero, no hablemos más de esta
materia, que me ha hecho perder la razón... Digo sólo que de hoy en
adelante no habrá más casamientos; los que ya están casados (exceptuando
uno) permanecerán así; los otros se quedarán solteros... Vete al
convento, vete.
Escena V
OFELIA sola
Ofelia
¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del
cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y
delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza,
que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la
más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel
de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento
desacordado, como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable
presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí.
¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver
ahora lo que veo!
Escena VI
o CLAUDIO, POLONIO, OFELIA
Claudio
¡Amor! ¡Qué! No van por ese camino sus afectos, ni en lo que ha dicho;
aunque algo falto de orden, hay nada que parezca locura. Alguna idea
tiene en el ánimo que cubre y fomenta su melancolía, y recelo que ha de
ser un mal el fruto que produzca; a fin de prevenirlo, he resuelto que
salga prontamente para Inglaterra, a pedir en mi nombre los atrasados
tributos. Acaso el mar y los países diferentes podrán con la variedad de
objetos alejar esta pasión que le ocupa, sea la que fuere, sobre la
cual su imaginación sin cesar golpea. ¿Qué te parece?
Polonio
Que así es lo mejor. Pero yo creo, no obstante, que el origen y
principio de su aflicción provengan de un amor mal correspondido. Tú,
Ofelia, no hay para qué nos cuentes lo que te ha dicho el Príncipe, que
todo lo hemos oído.
Escena VII
CLAUDIO, POLONIO
Polonio
Haced lo que os parezca, señor; pero si lo juzgáis a propósito, sería
bien que la Reina retirada a solas con él, luego que se acabe el
espectáculo, le inste a que la manifieste sus penas, hablándole con
entera libertad. Yo, si lo permitís, me pondré en paraje de donde pueda
oír toda la conversación. Si no logra su madre descubrir este arcano,
enviadle a Inglaterra, o desterradle a donde vuestra prudencia os dicte.
Claudio
Así se hará. La locura de los poderosos debe ser examinada con escrupulosa atención.
Escena VIII
HAMLET y dos cómicos
Salón del Palacio.
Hamlet
Dirás este pasaje en la forma que te le he declamado yo: con soltura de
lengua, no con voz desentonada, como lo hacen muchos de nuestros
cómicos; más valdría entonces dar mis versos al pregonero para que los
dijese. Ni manotees así, acuchillando el aire: moderación en todo;
puesto que aun en el torrente, la tempestad, y por mejor decir, el
huracán de las pasiones, se debe conservar aquella templanza que hace
suave y elegante la expresión. A mí me desazona en extremo ver a un
hombre, muy cubierta la cabeza con su cabellera, que a fuerza de gritos
estropea los afectos que quiere exprimir, y rompe y desgarra los oídos
del vulgo rudo; que sólo gusta de gesticulaciones insignificantes y de
estrépito. Yo mandaría azotar a un energúmeno de tal especie: Herodes de
farsa, más furioso que el mismo Herodes. Evita, evita este vicio.
Cómico 1º
Así os lo prometo.
Hamlet
Ni seas tampoco demasiado frío; tu misma prudencia debe guiarte. La
acción debe corresponder a la palabra, y ésta a la acción, cuidando
siempre de no atropellar la simplicidad de la naturaleza. No hay defecto
que más se oponga al fin de la representación que desde el principio
hasta ahora, ha sido y es: ofrecer a la naturaleza un espejo en que vea
la virtud su propia forma, el vicio su propia imagen, cada nación y cada
siglo sus principales caracteres. Si esta pintura se exagera o se
debilita, excitará la risa de los ignorantes; pero no puede menos de
disgustar a los hombres de buena razón, cuya censura debe ser para
vosotros de más peso que la de toda la multitud que llena el teatro. Yo
he visto representar a algunos cómicos, que otros aplaudían con
entusiasmo, por no decir con escándalo; los cuales no tenían acento ni
figura de cristianos, ni de gentiles, ni de hombres; que al verlos
hincharse y bramar, no los juzgué de la especie humana, sino unos
simulacros rudos de hombres, hechos por algún mal aprendiz. Tan
inicuamente imitaban la naturaleza.
Cómico 1º
Yo creo que en nuestra compañía se ha corregido bastante ese defecto.
Hamlet
Corregidle del todo, y cuidad también que los que hacen de payos no
añadan nada a lo que está escrito en su papel; porque algunos de ellos,
para hacer reír a los oyentes más adustos, empiezan a dar risotadas,
cuando el interés del drama debería ocupar toda la atención. Esto es
indigno, y manifiesta demasiado en los necios que lo practican, el
ridículo empeño de lucirlo. Id a preparaos.
Escena IX
HAMLET, POLONIO, RICARDO, GUILLERMO
Hamlet
Y bien, Polonio, ¿gustará el Rey de oír esta pieza?
Polonio
Sí, señor, al instante y la Reina también.
Hamlet
Ve a decir a los cómicos que se despachen. ¿Queréis ir vosotros a darles prisa?
Ricardo
Con mucho gusto.
Escena X
HAMLET, HORACIO
Hamlet
¿Quién es?... ¡Ah! Horacio.
Horacio
Veisme aquí, señor, a vuestras órdenes.
Hamlet
Tú, Horacio, eres un hombre cuyo trato me ha agradado siempre.
Horacio
¡Oh! Señor.
Hamlet
No creas que pretendo adularte. ¿Ni qué utilidades puedo yo esperar de
ti? Que exceptuando tus buenas prendas, no tienes otras rentas para
alimentarte y vestirte. ¿Habrá quien adule al pobre? No... Los que
tienen almibarada la lengua váyanse a lamer con ella la grandeza
estúpida, y doblen los goznes de sus rodillas donde la lisonja encuentre
galardón. ¿Me has entendido? Desde que mi alma se halló capaz de
conocer a los hombres y pudo elegirlos; tú fuiste el escogido y marcado
para ella, porque siempre, o desgraciado o feliz, has recibido con igual
semblante los premios y los reveses de la fortuna. Dichosos aquellos
cuyo temperamento y juicio se combinan con tal acuerdo, que no son entre
los dedos de la fortuna una flauta, dispuesta a sonar según ella guste.
Dame un hombre que no sea esclavo de sus pasiones, y yo le colocaré en
el centro de mi corazón; sí, en el corazón de mi corazón, como lo hago
contigo. Pero, yo me dilato demasiado en esto. Esta noche se representa
un drama delante del Rey, una de sus escenas contiene circunstancias muy
parecidas a las de la muerte de mi padre, de que ya te hablé. Te
encargo que cuando este paso se represente, observes a mi tío con la más
viva atención del alma, si al ver uno de aquellos lances su oculto
delito no se descubre por sí solo, sin duda el que hemos visto es un
espíritu infernal, y son todas mis ideas más negras que los yunques de
Vulcano. Examínale cuidadosamente, yo también fijaré mi vista en su
rostro, y después uniremos nuestras observaciones para juzgar lo que su
exterior nos anuncie.
Horacio
Está bien, señor, y si durante el espectáculo logra hurtar a nuestra indagación el menor arcano, yo pago el hurto.
Hamlet
Ya vienen a la función, vuélvome a hacer el loco, y tú busca asiento.
Escena XI
CLAUDIO, GERTRUDIS y HAMLET, HORACIO, POLONIO, OFELIA, RICARDO, GUILLERMO, y acompañamiento de Damas, Caballeros, Pajes y Guardias. Suena la marcha dánica.
Claudio
¿Cómo estás, mi querido Hamlet?
Hamlet
Muy bueno, señor, me mantengo del aire como el camaleón, engordo con esperanzas. No podréis vos cebar así a vuestros capones.
Claudio
No comprendo esa respuesta, Hamlet; ni tales razones son para mí.
Hamlet
Ni para mí tampoco. ¿No dices tú que una vez representaste en la Universidad? ¿Eh?
Polonio
Sí, señor, así es, y fui reputado por muy buen actor.
Hamlet
¿Y qué hiciste?
Polonio
El papel de Julio César. Bruto me asesinaba en el Capitolio.
Hamlet
Muy bruto fue el que cometió en el Capitolio tan capital delito. ¿Están ya prevenidos los cómicos?
Ricardo
Sí, señor, y esperan solo vuestras órdenes.
Gertrudis
Ven aquí, mi querido Hamlet, ponte a mi lado.
Hamlet
No, señora, aquí hay un imán de más atracción para mí.
Polonio
¡Ah! ¡Ah! ¿Habéis notado eso?
Hamlet
¿Permitiréis que me ponga sobre vuestra rodilla?
Ofelia
No señor.
Hamlet
Quiero decir, apoyar mi cabeza en vuestra rodilla.
Ofelia
Sí señor.
Hamlet
¿Pensáis que yo quisiera cometer alguna indecencia?
Ofelia
No, no pienso nada de eso.
Hamlet
Qué dulce cosa es...
Ofelia
¿Qué decís, señor?
Hamlet
Nada.
Ofelia
Se conoce que estáis de fiesta.
Hamlet
¿Quién, yo?
Ofelia
Sí señor.
Hamlet
Lo hago sólo por divertiros. Y, bien mirado, ¿qué debe hacer un hombre
sino vivir alegre? Ved mi madre qué contenta está y mi padre murió ayer.
Ofelia
¡Eh! No señor, que ya hace dos meses.
Hamlet
¿Tanto ha? ¡Oh! Pues quiero vestirme todo de armiños y llévese el diablo
el luto. ¡Dios mío! Dos meses ha que murió y ¿todavía se acuerdan de
él? De esa manera ya puede esperarse que la memoria de un grande hombre
le sobreviva, quizás, medio año; bien que es menester que haya sido
fundador de iglesias, que si no, por la Virgen santa, no habrá nadie que
de él se acuerde. Como del caballo de palo, de quien dice aquel
epitafio: Ya murió el caballito de palo y ya le olvidaron así que murió.
Ofelia
¿Qué significa esto, señor?
Hamlet
Eso es un asesinato oculto, y anuncia grandes maldades.
Ofelia
Según parece, la escena muda contiene el argumento del drama.
Escena XII
CÓMICO 4º y dichos.
Hamlet
Ahora lo sabremos por lo que nos diga ese actor; los cómicos no pueden callar un secreto, todo lo cuentan.
Ofelia
¿Nos dirá éste lo que significa la escena que hemos visto?
Hamlet
Sí, por cierto, y cualquiera otra escena que le hagáis ver. Como no os
avergoncéis de representársela, él no se avergonzará de deciros lo que
significa.
Ofelia
¡Qué malo! ¡Qué malo sois! Pero, dejadme atender a la pieza.
Cómico 4º
Humildemente os pedimos que escuchéis esta Tragedia, disimulando las faltas que haya en nosotros y en ella.
Hamlet
¿Es esto prólogo, o mote de sortija?
Ofelia
¡Qué corto ha sido!
Hamlet
Como cariño de mujer.
Escena XIII
CÓMICO 1.º, CÓMICO 2.º, y dichos.
CÓMICO 1º
Ya treinta vueltas dio de Febo el carro a las ondas saladas de Nereo, y
al globo de la tierra, y treinta veces con luz prestada han alumbrado el
suelo doce lunas, en giros repetidos, después que el Dios de amor y el
Himeneo nos enlazaron, para dicha nuestra, en nudo santo el corazón y el
cuello.
Cómico 2º
Y, ¡oh! Quiera el Cielo que otros tantos giros a la luna y al sol,
señor, contemos antes que el fuego de este amor se apague. Pero es mi
pena inconsolable al veros doliente, triste, y tan diverso ahora de
aquel que fuisteis... Tímida recelo... Mas toda mi aflicción nada os
conturbe: que en pecho femenil llega al exceso el temor y el amor. Allí
residen en igual proporción ambos afectos, o no existe ninguno, o se
combinan este y aquel con el mayor extremo. Cuán grande es el amor que a
vos me inclina, las pruebas lo dirán que dadas tengo; pues tal es mi
temor. Si un fino amante, sin motivo tal vez, vive temiendo; la que al
veros así toda es temores, muy puro amor abrigará en el pecho.
Cómico 1º
Si, yo debo dejarte, amada mía, inevitable es ya: cederán presto a la
muerte mis fuerzas fatigadas; tú vivirás, gozando del obsequio y el amor
de la tierra. Acaso entonces un digno esposo...
Cómico 2º
No, dad al silencio esos anuncios. ¿Yo? Pues ¿no serían traición
culpable en mí tales afectos? ¿Yo un nuevo esposo? No, la que se entrega
al segundo, señor, mató al primero.
Hamlet
Esto es zumo de ajenjos.
Cómico 2º
Motivos de interés tal vez inducen a renovar los nudos de Himeneo; no
motivos de amor: yo causaría segunda muerte a mi difunto dueño cuando
del nuevo esposo recibiera en tálamo nupcial amantes besos.
Cómico 1º
No dudaré que el corazón te dicta lo que aseguras hoy: fácil creemos
cumplir lo prometido y fácilmente se quebranta y se olvida. Los deseos
del hombre a la memoria están sumisos, que nace activa y desfallece
presto. Así pende del ramo acerbo el fruto, y así maduro, sin impulso
ajeno, se desprende después. Difícilmente nos acordamos de llevar a
efecto promesas hechas a nosotros mismos, que al cesar la pasión cesa el
empeño. Cuando de la aflicción y la alegría se moderan los ímpetus
violentos, con ellos se disipan las ideas a que dieron lugar, y el más
ligero acaso, los placeres en afanes muda tal vez, y en risa los
lamentos. Amor, como la suerte, es inconstante: que en este mundo al fin
nada hay eterno, y aun se ignora si él manda a la fortuna o si ésta del
amor cede del imperio. Si el poderoso del lugar sublime se precipita,
le abandonan luego cuantos gozaron su favor; si el pobre sube a
prosperidad, los que le fueron más enemigos su amistad procuran (y el
amor sigue a la fortuna en esto) que nunca al venturoso amigos faltan,
ni al pobre desengaños y desprecios. Por diferente senda se encaminan
los destinos del hombre y sus afectos, y sólo en él la voluntad es
libre; mas no la ejecución, y así el suceso nuestros designios todos
desvanece. Tú me prometes no rendir a nuevo yugo tu libertad... Esas
ideas, ¡ay!, morirán cuando me vieres muerto.
Cómico 2º
Luces me niegue el sol, frutos la tierra, sin descanso y placer viva
muriendo, desesperada y en prisión oscura su mesa envidie al eremita
austero; cuantas penas el ánimo entristecen, todas turben al fin de mis
deseos y los destruyan, ni quietud encuentre en parte alguna con afán
eterno; si ya difunto mi primer esposo, segundas bodas pérfida celebro.
Hamlet
Si ella no cumpliese lo que promete...
Cómico 1º
Mucho juraste. Aquí gozar quisiera solitaria quietud, rendido siento al
cansancio mi espíritu. Permite que alguna parte le conceda al sueño de
las molestas horas.
Cómico 2º
Él te halague con tranquilo descanso y nunca el cielo en unión tan feliz pesares mezcle.
Hamlet
Y bien, señora, ¿qué tal os va pareciendo la pieza?
Gertrudis
Me parece que esa mujer promete demasiado.
Hamlet
Sí, pero lo cumplirá.
Claudio
¿Te has enterado bien del asunto? ¿Tiene algo que sea de mal ejemplo?
Hamlet
No, señor, no. Si todo ello es mera ficción, un veneno..., fingido; pero mal ejemplo, ¡qué! No señor.
Claudio
¿Cómo se intitula este Drama?
Hamlet
La Ratonera. Cierto que sí... es un título metafórico. En esta pieza se
trata de un homicidio cometido en Viena... el Duque se llama Gonzago y
su mujer Baptista... Ya, ya veréis presto... ¡Oh! ¡Es un enredo maldito!
Y ¿qué importa? A Vuestra Majestad y a mí, que no tenemos culpado el
ánimo, no nos puede incomodar: al rocín que esté lleno de mataduras le
hará dar coces; pero, a bien que nosotros no tenemos desollado el lomo.
Escena XIV
CÓMICO 3.º y dichos.
Hamlet
Este que sale ahora se llama Luciano, sobrino del Duque.
Ofelia
Vos suplís perfectamente la falta del coro.
Hamlet
Y aun pudiera servir de intérprete entre vos y vuestro amante, si viese puestos en acción entrambos títeres.
Ofelia
¡Vaya, que tenéis una lengua que corta!
Hamlet
Con un buen suspiro que deis, se la quita el filo.
Ofelia
Eso es; siempre de mal en peor.
Hamlet
Así hacéis vosotras en la elección de maridos: de mal en peor. Empieza
asesino... Déjate de poner ese gesto de condenado y empieza. Vamos... el
cuervo graznador está ya gritando venganza.
Cómico 3º
Negros designios, brazo ya dispuesto a ejecutarlos, tosigo oportuno,
sitio remoto, favorable el tiempo y nadie que lo observe. Tú, extraído
de la profunda noche en el silencio atroz veneno, de mortales yerbas
(invocada Proserpina) compuesto: infectadas tres veces y otras tantas
exprimidas después, sirve a mi intento; pues a tu actividad mágica,
horrible, la robustez vital cede tan presto
Hamlet
¿Veis? Ahora le envenena en el jardín para usurparle el cetro. El Duque
se llama Gonzago, es historia cierta y corre escrita en muy buen
italiano. Presto veréis como la mujer de Gonzago se enamora del matador.
Ofelia
El Rey se levanta.
Hamlet
¿Qué? ¿Le atemoriza un fuego aparente?
Gertrudis
¿Qué tenéis, señor?
Polonio
No paséis adelante, dejadlo.
Claudio
Traed luces. Vamos de aquí.
Todos
Luces, luces.
Escena XV
HAMLET, HORACIO, CÓMICO 1.º, CÓMICO 3.º
Hamlet
El ciervo herido llora y el corzo no tocado de flecha voladora, se
huelga por el prado; duerme aquel, y a deshora veis éste desvelado, que
tanto el mundo va desordenado. Y, dígame, señor mío, si en adelante la
fortuna me tratase mal, con esta gracia que tengo para la música, y un
bosque de plumas en la cabeza, y un par de lazos provenzales en mis
zapatos rayados, ¿no podría hacerme lugar entre un coro de comediantes?
Horacio
Mediano papel.
Hamlet
¿Mediano? Excelente. Tú sabes, Damon querido, que esta nación ha perdido
al mismo Jove, y violento tirano lo ha sucedido en el trono mal habido,
un... ¿Quien diré yo? Un..., un sapo.
Horacio
Bien pudierais haber conservado el consonante.
Hamlet
¡Oh! Mi buen Horacio; cuanto aquel espíritu dijo es demasiado cierto. ¿Lo has visto ahora?
Horacio
Sí señor, bien lo he visto.
Hamlet
¿Cuándo se trató de veneno?
Horacio
Bien, bien le observé entonces.
Hamlet
¡Ah! Quisiera algo de música: traedme unas flautas... Si el Rey no gusta
de la comedia, será sin duda porque... Porque no le gusta. Vaya un poco
de música.
Escena XVI
HAMLET, HORACIO, RICARDO, GUILLERMO
Guillermo
Señor, ¿permitiréis que os diga una palabra?
Hamlet
Y una historia entera.
Guillermo
El Rey...
Hamlet
Muy bien, ¿qué le sucede?
Guillermo
Se ha retirado a su cuarto con mucha destemplanza.
Hamlet
De vino. ¿Eh?
Guillermo
No señor, de cólera.
Hamlet
Pero, ¿no sería más acertado írselo a contar al médico? ¿No veis que si
yo me meto en hacerle purgar ese humor bilioso, puede ser que le
aumente?
Guillermo
¡Oh! Señor, dad algún sentido a lo que habláis, sin desentenderos con tales extravagancias de lo que os vengo a decir.
Hamlet
Estamos de acuerdo. Prosigue, pues.
Guillermo
La Reina vuestra madre, llena de la mayor aflicción, me envía a buscaros.
Hamlet
Seáis muy bien venido.
Guillermo
Esos cumplimientos no tienen nada de sinceridad. Si queréis darme una
respuesta sensata, desempeñaré el encargo de la Reina; si no, con
pediros perdón y retirarme se acabó todo.
Hamlet
Pues, señor, no puedo.
Guillermo
¿Cómo?
Hamlet
Me pides una respuesta sensata y mi razón está un poco achacosa; no
obstante, responderé del modo que pueda a cuanto me mandes, o por mejor
decir, a lo que mi madre me manda. Con que nada hay que añadir en esto.
Vamos al caso. Tú has dicho que mi madre...
Ricardo
Señor, lo que dice es que vuestra conducta la ha llenado de sorpresa y admiración.
Hamlet
¡Oh! ¡Maravilloso hijo! Que así ha podido aturdir a su madre. Pero,
dime, ¿esa admiración no ha traído otra consecuencia? ¿No hay algo más?
Ricardo
Sólo que desea hablaros en su gabinete, antes que os vais a recoger.
Hamlet
La obedeceré, si diez veces fuera mi madre. ¿Tienes algún otro negocio que tratar conmigo?
Ricardo
Señor, yo me acuerdo de que en otro tiempo me estimabais mucho.
Hamlet
Y ahora también. Te lo juro, por estas manos rateras.
Ricardo
Pero, ¿cuál puede ser el motivo de vuestra indisposición? Eso, por
cierto, es cerrar vos mismo las puertas a vuestra libertad, no queriendo
comunicar con vuestros amigos los pesares que sentís.
Hamlet
Estoy muy atrasado.
Ricardo
¿Cómo es posible? ¿Cuándo tenéis el voto del Rey mismo para sucederte en el trono de Dinamarca?
Hamlet
Sí, pero mientras nace la yerba... Ya es un poco antiguo el tal refrán. ¡Ah! Ya están aquí las flautas.
Escena XVII
CÓMICO 3.º y dichos.
Hamlet
Dejadme ver una... ¿A qué tengo de ir ahí? Parece que me quieres hacer caer en alguna trampa, según me cercas por todos lados.
Guillermo
Ya veo, señor, que si el deseo de cumplir con mi obligación me da
osadía; acaso el amor que os tengo me hace grosero también e importuno.
Hamlet
No entiendo bien eso. ¿Quieres tocar esta flauta?
Guillermo
Yo no puedo, señor.
Hamlet
Vamos.
Guillermo
De veras que no puedo.
Hamlet
Yo te lo suplico
Guillermo
Pero, si no sé palabra de eso.
Hamlet
Más fácil es que tenderse a la larga. Mira, pon el pulgar y los demás
dedos según convenga sobre estos agujeros, sopla con la boca y verás que
lindo sonido resulta. ¿Ves? Estos son los toques.
Guillermo
Bien, pero si no sé hacer uso de ellos para que produzcan armonía. Como ignoro el arte...
Hamlet
Pues, mira tú, en que opinión tan baja me tienes. Tú me quieres tocar,
presumes conocer mis registros, pretendes extraer lo más íntimo de mis
secretos, quieres hacer que suene desde el más grave al más agudo de mis
tonos y ve aquí este pequeño órgano, capaz de excelentes voces y de
armonía, que tú no puedes hacer sonar. ¿Y juzgas que se me tañe a mí con
más facilidad que a una flauta? No; dame el nombre del instrumento que
quieras; por más que le manejes y te fatigues, jamás conseguirás hacerle
producir el menor sonido.
Escena XVIII
POLONIO y dichos.
Hamlet
¡Oh! Dios te bendiga.
Polonio
Señor, la Reina quisiera hablaros al instante.
Hamlet
¿No ves allí aquella nube que parece un camello?
Polonio
Cierto, así en el tamaño parece un camello.
Hamlet
Pues ahora me parece una comadreja.
Polonio
No hay duda, tiene figura de comadreja.
Hamlet
O como una ballena.
Polonio
Es verdad, sí, como una ballena.
Hamlet
Pues al instante iré a ver a mi madre. Tanto harán estos que me volverán loco de veras. Iré, iré al instante.
Polonio
Así se lo diré.
Hamlet
Fácilmente se dice, al instante viene. Dejadme solo, amigos.
Escena XIX
HAMLET solo
Hamlet
Este es el espacio de la noche, apto a los maleficios. Esta es la hora
en que los cementerios se abren y el infierno respira contagios al
mundo. Ahora podría yo beber caliente sangre, ahora podría ejecutar
tales acciones, que el día se estremeciese al verla. Pero, vamos a ver a
mi madre... ¡Oh! ¡Corazón! No desconozcas la naturaleza, ni permitas
que en este firme pecho se albergue la fiereza de Nerón. Déjame ser
cruel, pero no parricida. El puñal que ha de herirla está en mis
palabras, no en mi mano; disimulen el corazón y la lengua, sean las que
fueren las execraciones que contra ella pronuncie, nunca, nunca mi alma
solicitará que se cumplan.
Escena XX
CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO
Gabinete.
Claudio
No, no le quiero aquí; ni conviene a nuestra seguridad dejar libre el
campo a su locura. Preveníos, pues, y haré que inmediatamente se os
despache para que él os acompañe a Inglaterra. El interés de mi corona
no permite ya exponerme a un riesgo tan inmediato, que crece por
instantes en los accesos de su demencia.
Guillermo
Al momento dispondremos nuestra marcha. El más santo y religioso temor
es aquel que procura la existencia de tantos individuos, cuya vida pende
de vuestra Majestad.
Ricardo
Si es obligación en un particular defender su vida de toda ofensa, por
medio de la fuerza y el arte, ¿cuánto más lo será conservar aquella en
quien estriba la felicidad pública? Cuando llega a faltar el Monarca, no
muere él solo, sino que, a manera de un torrente precipitado, arrebata
consigo cuanto le rodea. Como una gran rueda colocada en la cima del más
alto monte, a cuyos enormes rayos están asidas innumerables piezas
menores; que si llega a caer, no hay ninguna de ellas, por más pequeña
que sea, que no padezca igualmente en el total destrozo. Nunca el
Soberano exhala un suspiro sin excitar en su nación general lamento.
Claudio
Yo os ruego que os prevengáis sin dilación para el viaje. Quiero encadenar este temor, que ahora camina demasiado libre.
Los dos
Vamos a obedeceros con la mayor prontitud.
Escena XXI
CLAUDIO, POLONIO
Polonio
Señor, ya se ha encaminado al cuarto de su madre, voy a ocultarme detrás
de los tapices para ver el suceso. Es seguro que ella le reprenderá
fuertemente, y como vos mismo habéis observado muy bien, conviene que
asista a oír la conversación alguien más que su madre, que naturalmente
le ha de ser parcial, como a todas sucede. Quedaos a Dios, yo volveré a
veros antes que os recojáis para deciros lo que haya pasado.
Claudio
Gracias, querido Polonio.
Escena XXII
CLAUDIO solo
Claudio
¡Oh! ¡Mi culpa es atroz! Su hedor sube al cielo, llevando consigo la
maldición más terrible, la muerte de un hermano. No puedo recogerme a
orar, por más que eficazmente lo procuro, que es más fuerte que mi
voluntad el delito que la destruye. Como el hombre a quien dos
obligaciones llaman, me detengo a considerar por cual empezaré primero, y
no cumpla ninguna... Pero, si este brazo execrable estuviese aún más
teñido en la sangre fraterna, ¿faltará en los Cielos piadosos suficiente
lluvia para volverle cándido como la nieve misma? ¿De qué sirve la
misericordia, si se niega a ver el rostro del pecado? ¿Qué hay en la
oración sino aquella duplicada fuerza, capaz de sostenernos al ir a
caer, o de adquirirnos el perdón habiendo caído? Sí, alzaré mis ojos al
cielo, y quedará borrada mi culpa. Pero, ¿qué género de oración habré de
usar? Olvida, señor, olvida el horrible homicidio que cometí... ¡Ah!
Que será imposible, mientras vivo poseyendo los objetos que me
determinaron a la maldad: mi ambición, mi corona, mi esposa... ¿Podrá
merecerse el perdón cuando la ofensa existe? En este mundo estragado
sucede con frecuencia que la mano delincuente, derramando el oro, aleja
la justicia, y corrompe con dádivas la integridad de las leyes; no así
en el cielo, que allí no hay engaños, allí comparecen las acciones
humanas como ellas son, y nos vemos compelidos a manifestar nuestras
faltas todas, sin excusa, sin rebozo alguno... En fin, en fin, ¿qué debo
hacer?... Probemos lo que puede el arrepentimiento... y ¿qué no podrá?
Pero, ¿qué ha de poder con quien no puede arrepentirse? ¡Oh! ¡Situación
infeliz! ¡Oh! ¡Conciencia ennegrecida con sombras de muerte! ¡Oh! ¡Alma
mía aprisionada! Que cuanto más te esfuerzas para ser libre, más quedas
oprimida, ¡Ángeles, asistidme! Probad en mí vuestro poder. Dóblense mis
rodillas tenaces, y tu corazón mío de aceradas fibras, hazte blando como
los nervios del niño que acaba de nacer. Todo, todo puede enmendarse.
Escena XXIII
CLAUDIO, HAMLET
Hamlet
Esta es la ocasión propicia. Ahora está rezando, ahora le mato... Y así
se irá al cielo... ¿y es esta mi venganza? No, reflexionemos. Un malvado
asesina a mi padre, y yo, su hijo único, aseguro al malhechor la
gloria. ¿No es esto, en vez de castigo, premio y recompensa? Él
sorprendió a mi padre, acabados los desórdenes del banquete, cubierto de
más culpas que el mayo tiene flores... ¿quién sabe, sino Dios, la
estrecha cuenta que hubo de dar? Pero, según nuestra razón concibe,
terrible ha sido su sentencia. ¡Y quedaré vengado dándole a éste la
muerte, precisamente cuando purifica su alma, cuando se dispone para la
partida! No, espada mía, vuelve a tu lugar y espera ocasión de ejecutar
más tremendo golpe. Cuando esté ocupado en el juego, cuando blasfeme
colérico, o duerma con la embriaguez, o se abandone a los placeres
incestuosos del lecho, o cometa acciones contrarias a su salvación;
hiérele entonces, caiga precipitado al profundo y su alma quede negra y
maldita, como el infierno que ha de recibirle. Mi madre me espera,
malvado; esta medicina que te dilata la dolencia no evitará tu muerte.
Escena XXIV
CLAUDIO solo
Claudio
Mis palabras suben al cielo, mis afectos quedan en la tierra. Palabras sin afectos, nunca llegan a los oídos de Dios.
Escena XXV
GERTRUDIS, POLONIO, HAMLET
Cuarto de la Reina.
Polonio
Va a venir al momento. Mostradle entereza, decidle que sus locuras han
sido demasiado atrevidas e intolerables, que vuestra bondad le ha
protegido, mediando entre él y la justa indignación que excitó. Yo,
entretanto, retirado aquí, guardaré silencio. Habladle con libertad, yo
os lo suplico.
Hamlet
Madre, madre.
Gertrudis
Así te lo prometo, nada temo. Ya le siento llegar. Retírate.
Escena XXVI
GERTRUDIS, HAMLET, POLONIO
Hamlet
¿Qué me mandáis, señora?
Gertrudis
Hamlet, muy ofendido tienes a tu padre.
Hamlet
Madre, muy ofendido tenéis al mío.
Gertrudis
Ven, ven aquí; tú me respondes con lengua demasiado libre.
Hamlet
Voy, voy allá... y vos me preguntáis con lengua bien perversa.
Gertrudis
¿Qué es esto, Hamlet?
Hamlet
¿Y qué es eso, madre?
Gertrudis
¿Te olvidas de quién soy?
Hamlet
No, por la cruz bendita, que no me olvido. Sois la Reina, casada con el
hermano de vuestro primer esposo y... Ojalá no fuera así... ¡Eh! Sois mi
madre.
Gertrudis
Bien está. Yo te pondré delante de quien te haga hablar con más acuerdo.
Hamlet
Venid, sentaos y no saldréis de aquí, no os moveréis; sin que os ponga
un espejo delante en que veáis lo más oculto de vuestra conciencia.
Gertrudis
¿Qué intentas hacer? ¿Quieres matarme?... ¿Quién me socorre?.. ¡Cielos!
Polonio
Socorro pide... ¡Oh!..
Hamlet
¿Qué es esto?... ¿Un ratón? Murió... Un ducado a que ya está muerto.
Polonio
¡Ay de mí!
Gertrudis
¿Qué has hecho?
Hamlet
Nada... ¿Qué sé yo?.. ¿Si sería el Rey?
Gertrudis
¡Qué acción tan precipitada y sangrienta!
Hamlet
Es verdad, madre mía, acción sangrienta y casi tan horrible como la de matar a un Rey y casarse después con su hermano.
Gertrudis
¿Matar a un Rey?
Hamlet
Sí, señora, eso he dicho. Y tú, miserable, temerario, entremetido, loco,
adiós. Yo te tomé por otra persona de más consideración. Mira el premio
que has adquirido; ve ahí el riesgo que tiene la demasiada curiosidad.
No, no os torzáis las manos... sentaos aquí, y dejad que yo os tuerza el
corazón. Así he de hacerlo, si no le tenéis formado de impenetrable
pasta, si las costumbres malditas no le han convertido en un muro de
bronce, opuesto a toda sensibilidad.
Gertrudis
¿Qué hice yo, Hamlet, para que con tal aspereza me insultes?
Hamlet
Una acción que mancha la tez purpúrea de la modestia, y da nombre de
hipocresía a la virtud, arrebata las flores de la frente hermosa de un
inocente amor, colocando un vejigatorio en ella, que hace más pérfidos
los votos conyugales que las promesas del tahúr. Una acción que destruye
la buena fe, alma de los contratos, y convierte la inefable religión en
una compilación frívola de palabras. Una acción, en fin, capaz de
inflamar en ira la faz del cielo y trastornar con desorden horrible esta
sólida y artificial máquina del mundo, como si se aproximara su fin
temido.
Gertrudis
¡Ay de mi! ¿Y qué acción es esa que así exclamas al anunciarla, con espantosa voz de trueno?
Hamlet
Veis aquí presentes, en esta y esta pintura, los retratos de dos
hermanos. ¡Ved cuanta gracia residía en aquel semblante! Los cabellos
del Sol, la frente como la del mismo Júpiter; su vista imperiosa y
amenazadora, como la de Marte; su gentileza, semejante a la del
mensajero, Mercurio, cuando aparece sobre una montaña cuya cima llega a
los cielos. ¡Hermosa combinación de formas! Donde cada uno de los Dioses
imprimió su carácter para que el mundo admirase tantas perfecciones en
un hombre solo. Este fue vuestro esposo. Ved ahora el que sigue. Este es
vuestro esposo que como la espiga con tizón destruye la sanidad de su
hermano. ¿Lo veis bien? ¿Pudisteis abandonar las delicias de aquella
colina hermosa por el cieno de ese pantano? ¡Ah! ¿Lo veis bien?... Ni
podéis llamarlo amor; porque en vuestra edad los hervores de la sangre
están ya tibios y obedientes a la prudencia, y ¿qué prudencia desde
aquel a este? Sentidos tenéis, que a no ser así no tuvierais afectos;
pero esos sentidos deben de padecer letargo profundo. La demencia misma
no podría incurrir en tanto error, ni el frenesí tiraniza con tal exceso
las sensaciones, que no quede suficiente juicio para saber elegir entre
dos objetos, cuya diferencia es tan visible... ¿Qué espíritu infernal
os pudo engañar y cegar así? Los ojos sin el tacto, el tacto sin la
vista, los oídos o el olfato solo, una débil porción de cualquier
sentido hubiera bastado a impedir tal estupidez... ¡Oh!, modestia, ¿y no
te sonrojas? ¡Rebelde infierno! Si así pudiste inflamar las médulas de
una matrona, permite, permite que la virtud en la edad juvenil sea dócil
como la cera y se liquide en sus propios fuegos; ni se invoque al pudor
para resistir su violencia, puesto que el hielo mismo con tal actividad
se enciende y es ya el entendimiento el que prostituye al corazón.
Gertrudis
¡Oh! ¡Hamlet! No digas más... Tus razones me hacen dirigir la vista a mi
conciencia, y advierto allí las más negras y groseras manchas, que
acaso nunca podrán borrarse.
Hamlet
¡Y permanecer así entre el pestilente sudor de un lecho incestuoso,
envilecida en corrupción prodigando caricias de amor en aquella sentina
impura!
Gertrudis
No más, no más, que esas palabras, como agudos puñales, hieren mis oídos... No más, querido Hamlet.
Hamlet
Un asesino... Un malvado... Vil... Inferior mil veces a vuestro difunto
esposo... Escarnio de los Reyes, ratero del imperio y el mando; que robó
la preciosa corona y se la guardó en el bolsillo.
Gertrudis
No más...
Escena XXVII
GERTRUDIS, HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET
Hamlet
Un Rey de botarga... ¡Oh! ¡Espíritus celestes, defendedme! Cubridme con vuestras alas... ¿Qué quieres, venerada Sombra?
Gertrudis
¡Ay! Que está fuera de sí.
Hamlet
¿Vienes acaso a culpar la negligencia de tu hijo, que debilitado por la
compasión y la tardanza, olvida la importante ejecución de tu precepto
terrible?... Habla.
La sombra
No lo olvides. Vengo a inflamar de nuevo tu ardor casi extinguido.
¿Pero, ves? Mira cómo has llenado de asombro a tu madre. Ponte entre
ella y su alma agitada y hallarás que la imaginación obra con mayor
violencia en los cuerpos más débiles. Háblala, Hamlet.
Hamlet
¿En qué pensáis, señora?
Gertrudis
¡Ay! ¡Triste! Y en qué piensas tú que así diriges la vista donde no hay
nada, razonando con el aire incorpóreo. Toda tu alma se ha pasado a tus
ojos, que se mueven horribles, y tus cabellos que pendían, adquiriendo
vida y movimiento, se erizan y levantan como los soldados, a quienes
improviso rebato despierta. ¡Hijo de mi alma! ¡Oh! Derrama sobre el
ardiente fuego de tu agitación y la paciencia fría. ¿A quién estás
mirando?
Hamlet
A él, a él... ¿Le veis, que pálida luz despide? Su aspecto y su dolor
bastarían a conmover las piedras... ¡Ay! No me mires así, no sea que ese
lastimoso semblante destruya mis designios crueles, no sea que al
ejecutarlos equivoque los medios y en vez de sangre se derramen
lágrimas.
Gertrudis
¿A quién dices eso?
Hamlet
¿No veis nada allí?
Gertrudis
Nada, y veo todo lo que hay.
Hamlet
¿Ni oísteis nada tampoco?
Gertrudis
Nada más que lo que nosotros hablamos.
Hamlet
Mirad allí... ¿Le veis?... Ahora se va... Mi padre..., con el traje
mismo que se vestía. ¿Veis por donde va?... Ahora llega al pórtico.
Escena XXVIII
GERTRUDIS, HAMLET
Gertrudis
Todo es efecto de la fantasía. El desorden que padece tu espíritu produce confusiones vanas.
Hamlet
¿Desorden? Mi pulso, como el vuestro, late con regular intervalo y
anuncia igual salud en sus compases... Nada de lo que he dicho es
locura. Haced la prueba y veréis si os repito cuantas ideas y palabras
acabo de proferir, y un loco no puede hacerlo. ¡Ah! ¡Madre mía! En
merced os pido que no apliquéis al alma esa unción halagüeña, creyendo
que es mi locura la que habla, y no vuestro delito. Con tal medicina
lograréis sólo irritar la parte ulcerada, aumentando la ponzoña
pestífera, que interiormente la corrompe... Confesad al Cielo vuestra
culpa, llorad lo pasado, precaved lo futuro; y no extendáis el beneficio
sobre las malas yerbas, para que prosperen lozanas. Perdonad este
desahogo a mi virtud, ya que en esta delincuente edad, la virtud misma
tiene que pedir perdón al vicio; y aun para hacerle bien, le halaga y le
ruega.
Gertrudis
¡Ay! Hamlet, tú despedazas mi corazón.
Hamlet
¿Sí? Pues apartad de vos aquella porción más dañada, y vivid con la que
resta, más inocente. Buenas noches... Pero, no volváis al lecho de mi
tío. Si carecéis de virtud, aparentadla al menos. La costumbre, aquel
monstruo que destruye las inclinaciones y afectos del alma, si en lo
demás es un demonio; tal vez es un ángel cuando sabe dar a las buenas
acciones una cierta facilidad con que insensiblemente las hace parecer
innatas. Conteneos por esta noche: este esfuerzo os hará más fácil la
abstinencia próxima, y la que siga después la hallaréis más fácil
todavía. La costumbre es capaz de borrar la impresión misma de la
naturaleza, reprimir las malas inclinaciones y alejarlas de nosotros con
maravilloso poder. Buenas noches, y cuando aspiréis de veras la
bendición del Cielo, entonces yo os pediré vuestra bendición... La
desgracia de este hombre me aflige en extremo; pero Dios lo ha querido
así, a él le ha castigado por mi mano y a mí también, precisándome a ser
el instrumento de su enojo. Yo le conduciré a donde convenga y sabré
justificar la muerte que le dí. Basta. Buenas noches. Porque soy piadoso
debo ser cruel, ve aquí el primer daño cometido; pero aún es mayor el
que después ha de ejecutarse... ¡Ah! Escuchad otra cosa.
Gertrudis
¿Cuál es? ¿Qué debo hacer?
Hamlet
No hacer nada de cuanto os he dicho, nada. Permitid que el Rey, hinchado
con el vino, os conduzca otra vez al lecho y allí os acaricie,
apretando lascivo vuestras mejillas, y os tiente el pecho con sus
malditas manos y os bese con negra boca. Agradecida entonces, declaradle
cuanto hay en el caso, decidle que mi locura no es verdadera, que todo
es artificio. Sí, decídselo, porque ¿cómo es posible que una Reina
hermosa, modesta, prudente, oculte secretos de tal importancia a aquel
gato viejo, murciélago, sapo torpísimo? ¿Cómo sería posible callárselo?
Id, y a pesar de la razón y del sigilo, abrid la jaula sobre el techo de
la casa y haced que los pájaros se vuelen, y semejante al mono (tan
amigo de hacer experiencias) meted la cabeza en la trampa, a riesgo de
perecer en ella misma.
Gertrudis
No, no lo temas, que si las palabras se forman del aliento, y éste
anuncia vida, no hay vida ni aliento en mí, para repetir lo que me has
dicho.
Hamlet
¿Sabéis que debo ir a Inglaterra?
Gertrudis
¡Ah! Ya lo había olvidado. Sí, es cosa resuelta.
Hamlet
He sabido que hay ciertas cartas selladas, y que mis dos condiscípulos
(de quienes yo me fiaré, como de una víbora ponzoñosa) van encargados de
llevar el mensaje facilitarme la marcha y conducirme al precipicio.
Pero, yo los dejaré hacer: que es mucho gusto ver volar al minador con
su propio hornillo, y mal irán las cosas; o yo excavaré una vara no más
debajo de las minas, y les haré saltar hasta la luna. ¡Oh! ¡Es mucho
gusto, cuando un pícaro tropieza con quien se las entiende!... Este
hombre me hace ahora su ganapán..., le llevaré arrastrando a la pieza
inmediata. Madre, buenas noches... Por cierto que el señor Consejero
(que fue en vida un hablador impertinente) es ahora bien reposado, bien
serio y taciturno. Vamos, amigo, que es menester sacaros de aquí y
acabar con ello. Buenas noches, madre.
Acto IV
Escena I
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO
Salón de Palacio.
Claudio
Esos suspiros, esos profundos sollozos, alguna causa tienen, dime cuál es; conviene que la sepa yo... ¿En dónde está tu hijo?
Gertrudis
Dejadnos solos un instante. ¡Ah! ¡Señor lo que he visto esta noche!
Claudio
¿Qué ha sido, Gertrudis? ¿Qué hace Hamlet?
Gertrudis
Furioso está, como el mar y el viento cuando disputan entre sí cuál es
más fuerte. Turbado con la demencia que le agita, oyó algún ruido detrás
del tapiz; saca la espada, grita: un ratón, un ratón, y en su ilusión
frenética mató al buen anciano que se hallaba oculto.
Claudio
¡Funesto accidente! Lo mismo hubiera hecho conmigo si hubiera estado
allí. Ese desenfreno insolente amenaza a todos: a mí, a ti misma, a
todos en fin. ¡Oh! ¿Y cómo disculparemos una acción tan sangrienta? Nos
la imputarán sin duda a nosotros, porque nuestra autoridad debería haber
reprimido a ese joven loco, poniéndole en paraje donde a nadie pudiera
ofender. Pero el excesivo amor que le tenemos nos ha impedido hacer lo
que más convenía; bien así como el que padece una enfermedad vergonzosa,
que por no declararla, consiente primero que le devore la substancia
vital. ¿Y a dónde ha ido?
Gertrudis
A retirar de allí el difunto cuerpo, y en medio de su locura, llora el
error que ha cometido. Así el oro manifiesta su pureza; aunque mezclado,
tal vez, con metales viles.
Claudio
Vamos, Gertrudis, y apenas toque el sol la cima de los montes haré que
se embarque y se vaya, entretanto será necesario emplear toda nuestra
autoridad y nuestra prudencia, para ocultar o disculpar, un hecho tan
indigno.
Escena II
CLAUDIO, GERTRUDIS, RICARDO, GUILLERMO
Claudio
¡Oh! ¡Guillermo, amigos! Id entrambos con alguna gente que os ayude.
Hamlet, ciego de frenesí, ha muerto a Polonio y le ha sacado arrastrando
del cuarto de su madre. Id a buscarle, habladle con dulzura y haced
llevar el cadáver a la capilla. No os detengáis. Vamos, que pienso
llamar a nuestros más prudentes amigos, para darles cuenta de esta
imprevista desgracia y de lo que resuelvo hacer. Acaso por este medio la
calumnia (cuyo rumor ocupa la extensión del orbe y dirige sus
emponzoñados tiros con la certeza que el cañón a su blanco) errando esta
vez el golpe, dejará nuestro nombre ileso y herirá sólo al viento
insensible. ¡Oh! Vamos de aquí... mi alma está llena de agitación y de
terror.
Escena III
HAMLET, RICARDO, GUILLERMO
Cuarto de HAMLET.
Hamlet
Colocado ya en lugar seguro. Pero...
Ricardo
Hamlet, señor.
Hamlet
¿Qué ruido es este? ¿Quién llama a Hamlet? ¡Oh! Ya están aquí.
Ricardo
Señor, ¿qué habéis hecho del cadáver?
Hamlet
Ya está entre el polvo, del cual es pariente cercano.
Ricardo
Decidnos en donde está, para que le hagamos llevar a la capilla.
Hamlet
¡Ah! No creáis, no.
Ricardo
¿Qué es lo que no debemos creer?
Hamlet
Que yo pueda guardar vuestro secreto, y os revele el mío... Y, además,
¿qué ha de responder el hijo de un Rey a las instancias de un
entremetido palaciego?
Ricardo
¿Entremetido me llamáis?
Hamlet
Sí, señor, entremetido: que como una esponja chupa del favor del Rey las
riquezas y la autoridad. Pero estas gentes, a lo último de su carrera,
es cuando sirven mejor al Príncipe, porque este, semejante al mono, se
los mete en un rincón de la boca; allí los conserva, y el primero que
entró, es el último que se traga. Cuando el Rey necesite lo que tú (que
eres su esponja) le hayas chupado, te coge, te exprime, y quedas enjuto
otra vez.
Ricardo
No comprendo lo que decís.
Hamlet
Me place en extremo. Las razones agudas son ronquidos para los oídos tontos.
Ricardo
Señor, lo que importa es que nos digáis en donde está el cuerpo, y os vengáis con nosotros a ver al Rey.
Hamlet
El cuerpo está con el Rey; pero el Rey no está con el cuerpo. El Rey viene a ser una cosa como...
Guillermo
¿Qué cosa, señor?
Hamlet
Una cosa, que no vale nada..., pero; guarda, Pablo... Vamos a verle.
Escena IV
CLAUDIO solo
Salón de Palacio.
Claudio
Le he enviado a llamar y he mandado buscar el cadáver. ¡Qué peligroso es
dejar en libertad a este mancebo! Pero no es posible tampoco ejercer
sobre él la severidad de las leyes. Está muy querido de la fanática
multitud, cuyos afectos se determinan por los ojos, no por la razón, y
que en tales casos considera el castigo del delincuente, y no el delito.
Conviene, para mantener la tranquilidad, que esta repentina ausencia de
Hamlet aparezca como cosa muy de antemano meditada y resuelta. Los
males desesperados, o son incurables, o se alivian con desesperados
remedios.
Escena V
CLAUDIO, RICARDO
Claudio
¿Qué hay? ¿Qué ha sucedido?
Ricardo
No hemos podido lograr que nos diga adónde ha llevado el cadáver.
Claudio
Pero, él, ¿en dónde está?
Ricardo
Afuera quedó con gente que le guarda, esperando vuestras órdenes.
Claudio
Traedle a mi presencia.
Ricardo
Guillermo, que venga el Príncipe.
Escena VI
CLAUDIO, RICARDO, HAMLET, GUILLERMO, CRIADOS
Claudio
Y bien y Hamlet, ¿en dónde está Polonio?
Hamlet
Ha ido a cenar.
Claudio
¿A cenar? ¿Adónde?
Hamlet
No adónde coma, sino adónde es comido, entre una numerosa congregación
de gusanos. El gusano es el Monarca supremo de todos los comedores.
Nosotros engordamos a los demás animales para engordarnos, y engordamos
para el gusanillo, que nos come después. El Rey gordo y el mendigo flaco
son dos platos diferentes; pero se sirven a una misma mesa. En esto
para todo.
Claudio
¡Ah!
Hamlet
Tal vez un hombre puede pescar con el gusano que ha comido a un Rey, y comerse después el pez que se alimentó de aquel gusano.
Claudio
¿Y qué quieres decir con eso?
Hamlet
Nada más que manifestar, cómo un Rey puede pasar progresivamente a las tripas de un mendigo.
Claudio
¿En dónde está Polonio?
Hamlet
En el cielo. Enviad a alguno que lo vea, y si vuestro comisionado no le
encuentra allí, entonces podéis vos mismo irle a buscar a otra parte.
Bien que, si no le halláis en todo este mes, le oleréis sin duda al
subir los escalones de la galería.
Claudio
Id allá a buscarle.
Hamlet
No, él no se moverá de allí hasta que vayan por él.
Claudio
Este suceso, Hamlet, exige que atiendas a tu propia seguridad, la cual
me interesa tanto, como lo demuestra el sentimiento que me causa la
acción que has hecho. Conviene que salgas de aquí con acelerada
diligencia. Prepárate, pues. La nave está ya prevenida, el viento es
favorable, los compañeros aguardan, y todo está pronto para tu viaje a
Inglaterra.
Hamlet
¿A Inglaterra?
Claudio
Sí, Hamlet.
Hamlet
Muy bien.
Claudio
Sí, muy bien debe parecerte, si has comprendido el fin a que se encaminan mis deseos.
Claudio
Yo veo un ángel que los ve... Pero vamos a Inglaterra. ¡Adiós, mi querida madre!
Claudio
¿Y tu madre que te ama, Hamlet?
Hamlet
Mi madre... Padre y madre son marido y mujer; marido y mujer son una carne misma, conque... Mi madre... ¡Eh, vamos a Inglaterra!
Escena VII
CLAUDIO, RICARDO, GUILLERMO
Claudio
Seguidle inmediatamente, instad con viveza su embarco, no se dilate un
punto. Quiero verle fuera de aquí esta noche. Partid. Cuanto es
necesario a esta comisión está sellado y pronto. Id, no os detengáis. Y
tú, Inglaterra, si en algo estimas mi amistad (de cuya importancia mi
gran poder te avisa), pues aún miras sangrientas las heridas que
recibiste del acero danés y en dócil temor me pagas tributos; no dilates
tibia la ejecución de mi suprema voluntad, que por cartas escritas a
este fin, te pide con la mayor instancia, la pronta muerte de Hamlet. Su
vida es para mí una fiebre ardiente, y tú sola puedes aliviarme. Hazlo
así, Inglaterra, y hasta que sepa que descargaste el golpe por más feliz
que mi suerte sea, no se restablecerán en mi corazón la tranquilidad,
ni la alegría.
Escena VIII
FORTIMBRÁS, UN CAPITÁN, SOLDADOS
Campo solitario en las fronteras de Dinamarca.
Fortimbrás
Id, Capitán, saludad en mi nombre al Monarca danés: decidle que en
virtud de su licencia, Fortimbrás pide el paso libre por su reino, según
se le ha prometido. Ya sabéis el sitio de nuestra reunión. Si algo
quiere su Majestad comunicarme, hacedle saber que estoy pronto a ir en
persona a darle pruebas de mi respeto.
Capitán
Así lo haré, señor.
Fortimbrás
Y vosotros, caminad con paso vagaroso.
Escena IX
UN CAPITÁN, HAMLET, RICARDO Y GUILLERMO, SOLDADOS
Hamlet
Caballero, ¿de dónde son estas tropas?
Capitán
De Noruega, señor.
Hamlet
Y decidme, ¿adónde se encaminan?
Capitán
Contra una parte de Polonia.
Hamlet
¿Quién las acaudilla?
Capitán
Fortimbrás, sobrino del anciano Rey de Noruega.
Hamlet
¿Se dirigen contra toda Polonia, o solo a alguna parte de sus fronteras?
Capitán
Para deciros sin rodeos la verdad, vamos a adquirir una porción de
tierra, de la cual (exceptuando el honor) ninguna otra utilidad puede
esperarse. Si me la diesen arrendada en cinco ducados, no la tomaría, ni
pienso que produzca mayor interés al de Noruega ni al Polaco; aunque a
pública subasta la vendan.
Hamlet
Sin duda, ¿el Polaco no tratará de resistir?
Capitán
Antes bien ha puesto ya en ella tropas que la guarden.
Hamlet
De ese modo el sacrificio de dos mil hombres y veinte mil ducados no
decidirá la posesión de un objeto tan frívolo. Esa es una apostema del
cuerpo político, nacida de la paz y excesiva abundancia, que revienta en
lo interior; sin que exteriormente se vea la razón porque el hombre
perece. Os doy muchas gracias de vuestra cortesía.
Capitán
Dios os guarde.
Ricardo
¿Queréis proseguir el camino?
Hamlet
Presto os alcanzaré. Id adelante un poco.
Escena X
HAMLET solo
Hamlet
Cuantos accidentes ocurren, todos me acusan, excitando a la venganza mi
adormecido aliento. ¿Qué es el hombre que funda su mayor felicidad, y
emplea todo su tiempo solo en dormir y alimentarse? Es un bruto y no
más. No. Aquél que nos formó dotados de tan extenso conocimiento que con
él podemos ver lo pasado y futuro, no nos dio ciertamente esta
facultad, esta razón divina, para que estuviera en nosotros sin uso y
torpe. Sea, pues, brutal negligencia, sea tímido escrúpulo que no se
atreve a penetrar los casos venideros (proceder en que hay más parte de
cobardía que de prudencia), yo no sé para qué existo, diciendo siempre:
tal cosa debo hacer; puesto que hay en mí suficiente razón, voluntad,
fuerza y medios para ejecutarla. Por todas partes halló ejemplos grandes
que me estimulan. Prueba es bastante ese fuerte y numeroso ejército,
conducido por un Príncipe joven y delicado, cuyo espíritu impelido de
ambición generosa desprecia la incertidumbre de los sucesos, y expone su
existencia frágil y mortal a los golpes de la fortuna a la muerte, a
los peligros más terribles, y todo por un objeto de tan leve interés. El
ser grande no consiste, por cierto, en obrar sólo cuando ocurre un gran
motivo; sino en saber hallar una razón plausible de contienda, aunque
sea pequeña la causa; cuando se trata de adquirir honor. ¿Cómo, pues,
permanezco yo en ocio indigno, muerto mi padre alevosamente, mi madre
envilecida... estímulos capaces de excitar mi razón y mi ardimiento, que
yacen dormidos? Mientras para vergüenza mía veo la destrucción
inmediata de veinte mil hombres, que por un capricho, por una estéril
gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que
la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que aún no es
suficiente sepultura a tantos cadáveres. ¡Oh! De hoy más, o no existirá
en mi fantasía idea ninguna, o cuántas forme serán sangrientas.
Escena XI
GERTRUDIS, HORACIO
Galería de Palacio.
Gertrudis
No, no quiero hablarla.
Horacio
Ella insta por veros. Está loca, es verdad; pero eso mismo debe excitar vuestra compasión.
Gertrudis
¿Y qué pretende? ¿Qué dice?
Horacio
Habla mucho de su padre; dice que continuamente oye que el mundo está
lleno de maldad; solloza, se lastima el pecho, y airada trastorna con el
pie cuanto al pasar encuentra. Profiere razones equívocas en que apenas
se halla sentido; pero la misma extravagancia de ellas mueve a los que
las oyen a retenerlas, examinando el fin conque las dice, y dando a sus
palabras una combinación arbitraria, según la idea de cada uno. Al
observar sus miradas, sus movimientos de cabeza, su gesticulación
expresiva, llegan a creer que puede haber en ella algún asomo de razón;
pero nada hay de cierto, sino que se halla en el estado más infeliz.
Gertrudis
Será bien hablarla: antes que mi repulsa, esparza conjeturas fatales, en
aquellos ánimos que todo lo interpretan siniestramente. Hazla venir. El
más frívolo acaso parece a mi dañada conciencia presagio de algún grave
desastre. Propia es de la culpa esta desconfianza. Tan lleno está
siempre de recelos el delincuente, que el temor de ser descubierto, hace
tal vez que él mismo se descubra.
Escena XII
GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO
Ofelia
¿En dónde está la hermosa Reina de Dinamarca?
Gertrudis
¿Cómo va, Ofelia?
Ofelia
¿Cómo al amante
que fiel te sirva,
de otro cualquiera
distinguiría?
Por las veneras
de su esclavina,
bordón, sombrero
con plumas rizas,
y su calzado
que adornan cintas.
Gertrudis
¡Oh! ¡Querida mía! Y, ¿a qué propósito viene esa canción?
Ofelia
¿Eso decís?.... Atended a ésta.
Muerto es ya, señora,
muerto y no está aquí.
Una tosca piedra
a sus plantas vi
y al césped del prado
su frente cubrir.
¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Gertrudis
Sí, pero, Ofelia...
Ofelia
Oíd, oíd.
Blancos paños le vestían...
Escena XIII
CLAUDIO, GERTRUDIS, OFELIA, HORACIO
Gertrudis
¡Desgraciada! ¿Veis esto, señor?
Ofelia
Blancos paños te vestían
como la nieve del monte
y al sepulcro le conducen,
cubierto de bellas flores,
que en tierno llanto de amor
se humedecieron entonces.
Claudio
¿Cómo estás, graciosa niña?
Ofelia
Buena, Dios os lo pague... Dicen que la lechuza fue antes una doncella,
hija de un panadero. ¡Ah! Sabemos lo que somos ahora; pero no lo que
podemos ser. Dios vendrá a visitaros.
Claudio
Alusión a su padre.
Ofelia
Pero no, no hablemos más en esto, y si os preguntan lo que significa decid:
De San Valentino
la fiesta es mañana:
yo, niña amorosa,
al toque del alba
iré a que me veas
desde tu ventana,
para que la suerte
dichosa me caiga.
Despierta el mancebo,
se viste de gala
y abriendo las puertas
entró la muchacha,
que viniendo virgen,
volvió desflorada.
Claudio
¡Graciosa Ofelia!
Ofelia
Sí, voy a acabar; sin jurarlo, os prometo que la voy a concluir.
¡Ay! ¡Mísera! ¡Cielos!
¡Torpeza villana!
¿Qué galán desprecia
ventura tan alta?
Pues todos son falsos,
le dice indignada.
Antes que en tus brazos
me mirase incauta,
de hacerme tu esposa
me diste palabra.
Y él responde entonces:
Por el sol te juro
que no lo olvidara,
si tú no te hubieras
venido a mi cama.
Claudio
¿Cuánto ha que está así?
Ofelia
Yo espero que todo irá bien... Debemos tener paciencia... Pero, yo no
puedo menos de llorar considerando que le han dejado sobre la tierra
fría... Mi hermano lo sabrá... Preciso... Y yo os doy las gracias por
vuestros buenos consejos... Vamos : la carroza. Buenas noches, señoras,
buenas noches. Amiguitas, buenas noches, buenas noches.
Claudio
Acompáñala a su cuarto, y haz que la asista suficiente guardia. Yo te lo ruego.
Escena XIV
CLAUDIO, GERTRUDIS
Claudio
¡Oh! Todo es efecto de un profundo dolor, todo nace de la muerte de su
padre, y ahora observo, Gertrudis, que cuando los males vienen, no
vienen esparcidos como espías; sino reunidos en escuadrones. Su padre
muerto, tu hijo ausente (habiendo dado él mismo, justo motivo a su
destierro), el pueblo alterado en tumulto con dañadas ideas y
murmuraciones, sobre la muerte del buen Polonio; cuyo entierro oculto ha
sido no leve imprudencia de nuestra parte. La desdichada Ofelia fuera
de sí, turbada su razón, sin la cual somos vanos simulacros o
comparables sólo a los brutos; y por último (y esto no es menos esencial
que todo lo restante) su hermano, que ha venido secretamente de
Francia, y en medio de tan extraños casos, se oculta entre sombras
misteriosas, sin que falten lenguas maldicientes que envenenen sus
oídos, hablándole de la muerte de su padre. Ni en tales discursos, a
falta de noticias seguras, dejaremos de ser citados continuamente de
boca en boca. Todos estos afanes juntos, mi querida Gertrudis, como una
máquina destructora que se dispara, me dan muchas muertes a un tiempo.
Gertrudis
¡Ay! ¡Dios! ¿Qué estruendo es éste?
Escena XV
CLAUDIO, GERTRUDIS, UN CABALLERO
Claudio
¿En dónde está mi guardia?... Acudid, defended las puertas... ¿Qué es esto?
Caballero
Huid, señor. El océano, sobrepujando sus términos, no traga las llanuras
con ímpetu más espantoso que el que manifiesta el joven Laertes, ciego
de furor; venciendo la resistencia que le oponen vuestros soldados. El
vulgo le apellida Señor, y como si ahora comenzase a existir el mundo;
la antigüedad y la costumbre (apoyo y seguridad de todo buen gobierno)
se olvidan y se desconocen. Gritan por todas partes: nosotros elegimos
por Rey a Laertes. Los sombreros arrojados al aire, las manos y las
lenguas le aplauden, llegando a las nubes la voz general que repite:
Laertes será nuestro Rey, viva Laertes.
Gertrudis
¡Con qué alegría sigue, ladrando, esa trahilla pérfida el rastro mal seguro en que va a perderse!
Claudio
Ya han roto las puertas.
Escena XVI
LAERTES, CLAUDIO, GERTRUDIS, SOLDADOS y PUEBLO
Laertes
¿En dónde está el Rey? Vosotros, quedaos todos afuera.
Voces
No, entremos!
Laertes
Yo os pido que me dejéis.
Voces
Bien, bien está.
Laertes
Gracia, señores. Guardad las puertas... y tú, indigno Príncipe, dame a mi padre.
Gertrudis
Menos, menos ardor, querido Laertes.
Laertes
Si hubiese en mí una gota de sangre con menos ardor, me declararía por
hijo espurio, infamaría de cornudo a mi padre e imprimiría sobre la
frente limpia y casta de mi madre honestísima, la nota infame de
prostituta.
Claudio
Pero, Laertes, ¿cuál es el motivo de tan atrevida rebelión? Déjale,
Gertrudis, no le contengas... No temas nada contra mí. Existe una fuerza
divina que defiende a los Reyes: la traición no puede, como quisiera,
penetrar hasta ellos, y ve malogrados en la ejecución todos sus
designios... Dime, Laertes, ¿por qué estás tan airado? Déjale
Gertrudis... Habla tú.
Laertes
¿En dónde está mi padre?
Claudio
Murió.
Gertrudis
Pero no le ha muerto el Rey.
Claudio
Déjale preguntar cuanto quiera.
Laertes
¿Y cómo ha sido su muerte?.. ¡Eh!... No, a mí no se me engaña. Váyase al
infierno la fidelidad, llévese el más atezado demonio los juramentos de
vasallaje, sepúltense la conciencia, la esperanza de salvación, en el
abismo más profundo... La condenación eterna no me horroriza, suceda lo
que quiera, ni éste ni el otro mundo me importan nada... Sólo aspiro, y
este es el punto en que insisto, sólo aspiro a dar completa venganza a
mi difunto padre.
Claudio
¿Y quién te lo puede estorbar?
Laertes
Mi voluntad sola y no todo el universo, y en cuanto a los medios de que
he de valerme, yo sabré economizarlos de suerte que un pequeño esfuerzo
produzca efectos grandes.
Claudio
Buen Laertes, si deseas saber la verdad acerca de la muerte de tu amado
padre ¿está escrito acaso en tu venganza, que hayas de atropellar sin
distinción amigos y enemigos, culpados e inocentes?
Laertes
No, sólo a mis enemigos.
Claudio
¿Querrás, sin duda, conocerlos?
Laertes
¡Oh! A mis buenos amigos yo los recibiré con abiertos brazos, y
semejante al pelícano amoroso, los alimentaré si necesario fuese con mi
sangre misma.
Claudio
Ahora hablaste como buen hijo, y como caballero. Laertes, ni tengo culpa
en la muerte de tu padre, ni alguno ha sentido como yo su desgracia.
Esta verdad deberá ser tan clara a tu razón, como a tus ojos la luz del
día.
Voces
Dejadla entrar.
Laertes
¿Qué novedad... qué ruido es este?
Escena XVII
CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, OFELIA, acompañamiento.
Laertes
¡Oh! ¡Calor activo, abrasa mi cerebro! ¡Lágrimas, en extremo cáusticas,
consumid la potencia y la sensibilidad de mis ojos! Por los Cielos te
juro que esa demencia tuya será pagada por mí con tal exceso, que el
peso del castigo tuerza el fiel y baje la balanza... ¡Oh! ¡Rosa de Mayo!
¡Amable niña! ¡Mi querida Ofelia! ¡Mi dulce hermana!... ¡Oh! ¡Cielos! Y
¿es posible que el entendimiento de una tierna joven sea tan frágil
como la vida del hombre decrépito?... Pero la naturaleza es muy fina en
amor, y cuando éste llega al exceso, el alma se desprende tal vez de
alguna preciosa parte de sí misma, para ofrecérsela en don al objeto
amado.
Ofelia
Lleváronle en su ataúd
con el rostro descubierto.
Ay no ni, ay ay ay no ni.
Y sobre su sepultura
muchas lágrimas llovieron.
Ay no ni, ay ay ay no ni.
Adiós, querido mío. Adiós.
Laertes
Si gozando de tu razón me incitaras a la venganza, no pudieras conmoverme tanto.
Ofelia
Debéis cantar aquello de:
Abajito está
llámele, señor, que abajito está.
¡Ay! Que a propósito viene el estribillo... El pícaro del Mayordomo fue el que robó a la señorita.
Laertes
Esas palabras vanas producen mayor efecto en mí que el más concertado discurso.
Ofelia
Aquí traigo romero, que es bueno para la memoria. Tornad, amigo, para
que os acordéis... Y aquí hay trinitarias, que son para los
pensamientos.
Laertes
Aun en medio de su delirio quiere aludir a los pensamientos que la agitan, y a sus memorias tristes.
Ofelia
Aquí hay hinojo para vos, y palomillas y ruda... para vos también, y
esto poquito es para mí. Nosotros podemos llamarla yerba santa del
Domingo,... vos la usaréis con la distinción que os parezca... Esta es
una margarita. Bien os quisiera dar algunas violetas; pero todas se
marchitaron cuando murió mi padre. Dicen que tuvo un buen fin.
Un solitario
de plumas vario
me da placer.
Laertes
Ideas funestas, aflicción, pasiones terribles, los horrores del infierno mismo; ¡todo en su boca es gracioso y suave!
Ofelia
Nos deja, se va,
y no ha de volver.
No, que ya murió,
no vendrá otra vez...
su barba era nieve,
su pelo también.
Se fue, ¡dolorosa
partida! se fue.
En vano exhalamos
suspiros por él.
Los Cielos piadosos
descanso le den.
A él y a todas las almas cristianas. Dios lo quiera... ¡Eh!, señores, adiós.
Escena XVIII
CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES
Laertes
Veis esto, ¡Dios mío!
Claudio
Yo debo tomar parte en tu aflicción, Laertes: no me niegues este
derecho... Óyeme aparte. Elige entre los más prudentes de tus amigos,
aquellos que te parezca. Oigamos a entrambos y juzguen. Si por mí propio
o por mano ajena, resulto culpado: mi reino, mi corona, mi vida, cuanto
puedo llamar mío, todo te lo daré para satisfacerte. Si no hay culpa en
mí, deberé contar otra vez con tu obediencia, y unidos ambos,
buscaremos los medios de aliviar tu dolor.
Laertes
Hágase lo que decís... Su arrebatada muerte, su oscuro funeral: sin
trofeos, armas, ni escudos sobre el cadáver, ni debidos honores, ni
decorosa pompa; todo, todo está clamando del cielo a la tierra por un
examen, el más riguroso.
Claudio
Tú le obtendrás, y la segur terrible de la justicia caerá sobre el que fuere delincuente. Ven conmigo.
Escena XIX
HORACIO, UN CRIADO
Sala en casa de HORACIO.
Horacio
¿Quiénes son los que me quieren hablar?
Criado
Unos marineros, que según dicen os traen cartas.
Horacio
Hazlos entrar. Yo no sé de qué parte del mundo pueda nadie escribirme, si ya no es Hamlet mi señor.
Escena XX
HORACIO, DOS MARINEROS
Marinero 1º
Dios os guarde.
Horacio
Y a vosotros también.
Marinero 1º
Así lo hará si es su voluntad. Estas cartas del Embajador que se embarcó
para Inglaterra vienen dirigidas a vos, si os llamáis Horacio, como nos
han dicho.
Horacio
Horacio: luego que hayas leído ésta, dirigirás esos hombres al Rey para
el cual les he dado una carta. Apenas llevábamos dos días de navegación,
cuando empezó a darnos caza un pirata muy bien armado. Viendo que
nuestro navío era poco velero, nos vimos precisados a apelar al valor.
Llegamos al abordaje: yo salté el primero en la embarcación enemiga, que
al mismo tiempo logró desaferrarse de la nuestra, y por consiguiente me
hallé solo y prisionero. Ellos se han portado conmigo como ladrones
compasivos; pero ya sabían lo que se hacían, y se lo he pagado muy bien.
Haz que el Rey reciba las cartas que le envío, y tú ven a verme con
tanta diligencia, como si huyeras de la muerte. Tengo unas cuantas
palabras que decirte al oído que te dejarán atónito; bien que todas
ellas no serán suficientes a expresar la importancia del caso. Esos
buenos hombres te conducirán hasta aquí. Guillermo y Ricardo siguieron
su camino a Inglaterra. Mucho tengo que decirte de ellos. Adiós. Tuyo
siempre, Hamlet. Vamos. Yo os introduciré para que presentéis esas
cartas. Conviene hacerlo pronto, a fin de que me llevéis después a donde
queda el que os las entregó.
Escena XXI
CLAUDIO, LAERTES
Gabinete del Rey.
Claudio
Sin duda tu rectitud aprobará ya mi descargo y me darás lugar en el
corazón como a tu amigo; después que has oído, con pruebas evidentes,
que el matador de tu noble padre, conspiraba contra mi vida.
Laertes
Claramente se manifiesta... Pero, decidme ¿por qué no procedéis contra
excesos tan graves y culpables? Cuando vuestra prudencia, vuestra
grandeza, vuestra propia seguridad, todas las consideraciones juntas
deberían excitaros tan particularmente a reprimirlos.
Claudio
Por dos razones, que aunque tal vez las juzgarás débiles; para mí han
sido muy poderosas. Una es, que la Reina su madre vive pendiente casi de
sus miradas, y al mismo tiempo (sea desgracia o felicidad mía) tan
estrechamente unió el amor mi vida y mi alma a la de mi esposa, que así
como los astros no se mueven sino dentro de su propia esfera, así en mí
no hay movimiento alguno que no dependa de su voluntad. La otra razón
por que no puedo proceder contra el agresor públicamente es el grande
cariño que le tiene el pueblo, el cual, como la fuente cuyas aguas mudan
los troncos en piedras, bañando en su afecto las faltas del Príncipe,
convierte en gracias todos sus yerros. Mis flechas no pueden con tal
violencia dispararse, que resistan a huracán tan fuerte; y sin tocar el
punto a que las dirija, se volverán otra vez al arco.
Laertes
Seguiré en todo vuestras ideas, y mucho más si disponéis que yo sea el instrumento que las ejecute.
Claudio
Todo sucede bien... Desde que te fuiste se ha hablado mucho de ti
delante de Hamlet, por una habilidad en que dicen que sobresales. Las
demás que tienes no movieron tanto su envidia como ésta sola; que en mi
opinión ocupa el último lugar.
Laertes
¿Y qué habilidad es, señor?
Claudio
No es más que un lazo en el sombrero de la juventud; pero que la es muy
necesario, puesto que así son propios de la juventud los adornos ligeros
y alegres, como de la edad madura las ropas y pieles que se viste, por
abrigo y decencia... Dos meses ha que estuvo aquí un caballero de
Normandía... Yo conozco a los franceses muy bien, he militado contra
ellos, y son por cierto buenos jinetes; pero el galán de quien hablo era
un prodigio en esto. Parecía haber nacido sobre la silla, y hacía
ejecutar al caballo tan admirables movimientos, como si él y su valiente
bruto animaran un cuerpo solo, y tanto excedió a mis ideas, que todas
las formas y actitudes que yo pude imaginar, no negaron a lo que él
hizo.
Laertes
¿Decís que era normando?
Claudio
Sí, normando.
Laertes
Ese es Lamond, sin duda.
Claudio
Él mismo.
Laertes
Le conozco bien y es la joya más precisa de su nación.
Claudio
Pues éste hablando de ti públicamente, te llenaba de elogios por tu
inteligencia y ejercicio en la esgrima, y la bondad de tu espada en la
defensa y el ataque; tanto que dijo alguna vez, que sería un espectáculo
admirable el verte lidiar con otro de igual mérito; si pudiera
hallarse, puesto que según aseguraba él mismo, los más diestros de su
nación carecían de agilidad para las estocadas y los quites cuando tú
esgrimías con ellos. Este informe irritó la envidia de Hamlet, y en nada
pensó desde entonces sino en solicitar con instancia tu pronto regreso,
para batallar contigo. Fuera de esto...
Laertes
¿Y qué hay además de eso, señor?
Claudio
Laertes, ¿amaste a tu padre? O eres como las figuras de un lienzo, que
tal vez aparentan tristeza en el semblante, cuando las falta un corazón.
Laertes
¿Por qué lo preguntáis?
Claudio
No porque piense que no amabas a tu padre; sino porque sé que el amor
está sujeto al tiempo, y que el tiempo extingue su ardor y sus
centellas; según me lo hace ver la experiencia de los sucesos. Existe en
medio de la llama de amor una mecha o pábilo que la destruye al fin,
nada permanece en un mismo grado de bondad constantemente, pues la salud
misma degenerando en plétora perece por su propio exceso. Cuanto nos
proponemos hacer debería ejecutarse en el instante mismo en que lo
deseamos, porque la voluntad se altera fácilmente, se debilita y se
entorpece, según las lenguas, las manos y los accidentes que se
atraviesan; y entonces, aquel estéril deseo es semejante a un suspiro,
que exhalando pródigo el aliento causa daño, en vez de dar alivio...
Pero, toquemos en lo vivo de la herida. Hamlet vuelve. ¿Qué acción
emprenderías tú para manifestar, más con las obras que con las palabras,
que eres digno hijo de tu padre?
Laertes
¿Qué haré? Le cortaré la cabeza en el templo mismo.
Claudio
Cierto que no debería un homicida hallar asilo en parte alguna, ni
reconocer límites una justa venganza; pero, buen Laertes, haz lo que te
diré. Permanece oculto en tu cuarto; cuando llegue Hamlet sabrá que tú
has venido; yo le haré acompañar por algunos que alabando tu destreza
den un nuevo lustre a los elogios que hizo de ti el francés. Por último,
llegaréis a veros; se harán apuestas en favor de uno y otro... Él, que
es descuidado, generoso, incapaz de toda malicia, no reconocerá los
floretes; de suerte que te será muy fácil, con poca sutileza que uses,
elegir una espada sin botón, y en cualquiera de las jugadas tomar
satisfacción de la muerte de tu padre.
Laertes
Así lo haré, y a ese fin quiero envenenar la espada con cierto ungüento
que compré de un charlatán, de cualidad tan mortífera, que mojando un
cuchillo en él, adonde quiera que haga sangre introduce la muerte; sin
que haya emplasto eficaz que pueda evitarla, por más que se componga de
cuantos simples medicinales crecen debajo de la luna. Yo bañaré la punta
de mi espada en este veneno, para que apenas le toque, muera.
Claudio
Reflexionemos más sobre esto... Examinemos, qué ocasión, qué medios
serán más oportunos a nuestro engaño; porque, si tal vez se malogra, y
equivocada la ejecución se descubren los fines, valiera más no haberlo
emprendido. Conviene, pues, que este proyecto vaya sostenido con otro
segundo, capaz de asegurar el golpe, cuando por el primero no se
consiga. Espera... Déjame ver si... Haremos una apuesta solemne sobre
vuestra habilidad y... Sí, ya hallé el medio. Cuando con la agitación os
sintáis acalorados y sedientos (puesto que al fin deberá ser mayor la
violencia del combate), él pedirá de beber, y yo le tendré prevenida
expresamente una copa, que al gustarla sólo, aunque haya podido librarse
de tu espada ungida, veremos cumplido nuestro deseo. Pero... Calla.
¿Qué ruido se escucha?
Escena XXIV
GERTRUDIS, CLAUDIO, LAERTES
Claudio
¿Qué ocurre de nuevo, amada Reina?
Gertrudis
Una desgracia va siempre pisando las ropas de otra; tan inmediatas caminan. Laertes tu hermana acaba de ahogarse.
Laertes
¡Ahogada! ¿En dónde? ¡Cielos!
Gertrudis
Donde hallaréis un sauce que crece a las orillas de ese arroyo,
repitiendo en las ondas cristalinas la imagen de sus hojas pálidas. Allí
se encaminó, ridículamente coronada de ranúnculos, ortigas, margaritas y
luengas flores purpúreas, que entre los sencillos labradores se
reconocen bajo una denominación grosera, y las modestas doncellas
llaman, dedos de muerto. Llegada que fue, se quitó la guirnalda, y
queriendo subir a suspenderla de los pendientes ramos; se troncha un
vástago envidioso, y caen al torrente fatal, ella y todos sus adornos
rústicos. Las ropas huecas y extendidas la llevaron un rato sobre las
aguas, semejante a una sirena, y en tanto iba cantando pedazos de
tonadas antiguas, como ignorante de su desgracia, o como criada y nacida
en aquel elemento. Pero no era posible que así durarse por mucho
espacio. Las vestiduras, pesadas ya con el agua que absorbían la
arrebataron a la infeliz; interrumpiendo su canto dulcísimo, la muerte,
llena de angustias.
Laertes
¿Qué en fin se ahogó? ¡Mísero!
Gertrudis
Sí, se ahogó, se ahogó.
Laertes
¡Desdichada Ofelia! Demasiada agua tienes ya, por eso quisiera reprimir
la de mis ojos... Bien que a pesar de todos nuestros esfuerzos,
imperiosa la naturaleza sigue su costumbre, por más que el valor se
avergüence. Pero, luego que este llanto se vierta, nada quedará en mí de
femenil ni de cobarde... Adiós señores... Mis palabras de fuego
arderían en llamas, si no las apagasen estas lágrimas imprudentes.
Claudio
Sigámosle, Gertrudis, que después de haberme costado tanto aplacar su
cólera, temo ahora que esta desgracia no la irrite otra vez. Conviene
seguirle.
Acto V
Escena I
SEPULTURERO 1.º SEPULTURERO 2.º
Cementerio contiguo a una iglesia.
Sepulturero 1º
¿Y es la que ha de (192) sepultarse en tierra sagrada, la que deliberadamente ha conspirado contra su propia salvación?
Sepulturero 2º
Dígote que sí, conque haz presto el hoyo. El juez ha reconocido ya el cadáver y ha dispuesto que se la entierre en sagrado.
Sepulturero 1º
Yo no entiendo cómo va eso... Aun si se hubiera ahogado haciendo esfuerzos para librarse, anda con Dios.
Sepulturero 2º
Así han juzgado que fue.
Sepulturero 1º
No, no, eso fue se offendendo; ni puede haber sido de otra manera:
porque... Ve aquí el punto de la dificultad. Si yo me ahogo
voluntariamente, esto arguye por de contado una acción, y toda acción
consta de tres partes, que son: hacer, obrar y ejecutar, de donde se
infiere, amigo Rasura, que ella se ahogó voluntariamente.
Sepulturero 2º
¡Qué! Pero, oígame ahora el tío Socaba.
Sepulturero 1º
No, deja, yo te diré. Mira, aquí está el agua. Bien. Aquí está un
hombre. Muy bien... Pues señor, si este hombre va y se mete dentro del
agua, se ahoga a sí mismo, porque, por fas o por nefas, ello es que él
va... Pero, atiende a lo que digo. Si el agua viene hacia él y le
sorprende y le ahoga, entonces no se ahoga él a sí propio... Compadre
Rasura, el que no desea su muerte, no se acorta la vida.
Sepulturero 2º
¿Y qué hay leyes para eso?
Sepulturero 1º
Ya se ve que las hay, y por ellas se guía el juez que examina estos casos.
Sepulturero 2º
¿Quieres que te diga la verdad? Pues mira, si la muerta no fuese una señora, yo te aseguro que no la enterrarían en sagrado.
Sepulturero 1º
En efecto dices bien y es mucha lástima que los grandes personajes hayan
de tener en este mundo especial privilegio, entre todos los demás
cristianos, para ahogarse y ahorcarse cuando quieren, sin que nadie les
diga nada... Vamos allá (193) con el azadón... Ello es que no hay
caballeros de nobleza más antigua que los jardineros, sepultureros y
cavadores, que son los que ejercen la profesión de Adán.
Sepulturero 2º
Pues qué, ¿Adán fue caballero (194)?
Sepulturero 1º
¡Toma! Como que fue el primero que llevó armas... Pero, voy a hacerte
una pregunta y si no me respondes a cuento, has de confesar que eres
un...
Sepulturero 2º
Adelante.
Sepulturero 1º
¿Cuál es el que construye edificios más fuertes, que los que hacen los albañiles y los carpinteros de casas y navíos?
Sepulturero 2º
El que hace la horca, porque aquella fábrica sobrevive a mil inquilinos.
Sepulturero 1º
Agudo eres, por vida mía. Buen edificio es la horca; pero, ¿cómo es
bueno? Es bueno para los que hacen mal; ahora bien, tú haces mal en
decir que la horca es fábrica más fuerte que una iglesia, con que la
horca podría ser buena para ti... Volvamos a la pregunta.
Sepulturero 2º
¿Cuál es el que hace habitaciones más durables que las que hacen los albañiles, los carpinteros de casas y de navíos?
Sepulturero 1º
Sí, dímelo y sales del apuro.
Sepulturero 2º
Ya se ve que te lo diré.
Sepulturero 1º
Pues vamos.
Sepulturero 2º
Pues no puedo decirlo.
Sepulturero 1º
Vaya, no te rompas la cabeza sobre ello... Tú eres un burro lerdo, que
no saldrá de su paso por más que le apaleen. Cuando te hagan esta
pregunta, has de responder: el Sepulturero. ¿No ves que las casas que él
hace, duran hasta el día del juicio? Anda, ve ahí a casa de Juanillo y
tráeme una copa de aguardiente.
Escena II
HAMLET, HORACIO, SEPULTURERO 1.º
Sepulturero 1º
Yo amé en mis primeros años (195),
dulce cosa lo juzgué;
pero casarme, eso no,
que no me estuviera bien.
Hamlet
Qué poco (196) siente ese hombre lo que hace, que abre una sepultura y canta.
Horacio
La costumbre le ha hecho ya familiar esa ocupación.
Hamlet
Así es la verdad. La mano que menos trabaja, tiene más delicado el tacto.
Sepulturero 1º
La edad callada en la huesa (197)
me hundió con mano cruel,
y toda se destruyó
la existencia que gocé.
Hamlet
Aquella calavera tendría lengua en otro tiempo, y con ella podría
también cantar... ¡Cómo la tira al suelo el pícaro! Como si fuese la
quijada con que hizo Caín el primer homicidio. Y la que está maltratando
ahora ese bruto, podría ser muy bien la cabeza de algún estadista, que
acaso pretendió engañar al Cielo mismo. ¿No te parece?
Horacio
Bien puede ser.
Hamlet
O la de algún cortesano, que diría: felicísimos días, Señor
Excelentísimo, ¿cómo va de salud, mi venerado Señor? Ésta puede ser la
del caballero Fulano, que hacía grandes elogios del potro del caballero
Zutano, para pedírsele prestado después. ¿No puede ser así?
Horacio
Sí, señor.
Hamlet
¡Oh! Sí por cierto, y ahora está en poder del señor gusano, estropeada y
hecha pedazos con el azadón de un sepulturero... Grandes revoluciones
se hacen aquí, si hubiera en nosotros, medios para observarlas... Pero,
¿costó acaso tan poco la formación de estos huesos a la naturaleza, que
hayan de servir para que esa gente (198) se divierta en sus garitos con
ellos?... ¡Eh! Los míos se estremecen al considerarlo.
Sepulturero 1º
Una piqueta (199)
con una azada,
un lienzo donde
revuelto vaya,
y un hoyo en tierra
que le preparan:
para tal huésped
eso le basta.
Hamlet
Y esa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un letrado? ¿Adónde se
fueron sus equívocos y sutilezas, sus litigios, sus interpretaciones,
sus embrollos? ¿Por qué sufre ahora que ese bribón, grosero, le golpee
contra la pared, con el azadón lleno de barro?... ¡Y no dirá palabra
acerca de un hecho tan criminal! Éste sería, quizás, mientras vivió, un
gran comprador de tierras, con sus obligaciones y reconocimientos,
transacciones, seguridades mutuas, pagos, recibos... Ve aquí el arriendo
de sus arriendos, y el cobro de sus cobranzas; todo ha venido a parar
en una calavera llena de lodo. Los títulos de los bienes que poseyó
cabrían difícilmente en su ataúd. Y, no obstante eso, todas las fianzas y
seguridades recíprocas de sus adquisiciones no le han podido asegurar
otra posesión que la de un espacio pequeño, capaz de cubrirse con un par
de sus escrituras... ¡Oh! ¡Y a su opulento sucesor tampoco le quedará
más!
Horacio
Verdad es, señor.
Hamlet
¿No se hace el pergamino de piel de carnero?
Horacio
Sí señor, y de piel de ternera también.
Hamlet
Pues, dígote, que son más irracionales que las terneras y carneros, los
que fundan su felicidad en la posesión de tales pergaminos. Voy a tramar
conversación con este hombre. ¿De quién es esa sepultura, buena pieza?
(200)
Sepulturero 1º
Mía, señor (201).
y un hoyo en tierra (202)
que le preparan:
para tal huésped
eso le basta.
Hamlet
Sí, yo creo que es tuya porque estás ahora dentro de ella... Pero la
sepultura es para los muertos, no para los vivos: con que has mentido.
Sepulturero 1º
Ve ahí un mentís demasiado vivo; pero yo os le volveré.
Hamlet
¿Para qué muerto cavas esa sepultura?
Sepulturero 1º
No es hombre, señor.
Hamlet
Pues bien, ¿para qué mujer?
Sepulturero 1º
Tampoco es eso.
Hamlet
Pues ¿qué es lo que ha de enterrarse ahí?
Sepulturero 1º
Un cadáver que fue mujer; pero ya murió... Dios la perdone.
Hamlet
¡Qué taimado es! Hablémosle clara y sencillamente, porque si no, es
capaz de confundirnos a equívocos. De tres años a esta parte he
observado cuanto se va sutilizando la edad en que vivimos... Por vida
mía, Horacio, que ya el villano sigue tan de cerca al caballero, que muy
pronto le desollará el talón. ¿Cuánto tiempo ha que eres sepulturero?
Sepulturero 1º
Toda mi vida, se puede decir. Yo comencé el oficio, el día que nuestro último Rey Hamlet venció a Fortimbrás.
Hamlet
¿Y cuánto tiempo habrá?
Sepulturero 1º
¡Toma! ¿No lo sabéis? Pues hasta los chiquillos os lo dirán. Eso sucedió
el mismo día en que nació el joven Hamlet, el que está loco y se ha ido
a Inglaterra.
Hamlet
¡Oiga! ¿Y por qué se ha ido a Inglaterra?
Sepulturero 1º
Porque..., porque está loco, y allí cobrará su juicio; y si no le cobra a bien que poco importa.
Hamlet
¿Por qué?
Sepulturero 1º
Porque allí todos son tan locos como él, y no será reparado.
Hamlet
¿Y cómo ha sido volverse loco?
Sepulturero 1º
De un modo muy extraño, según dicen.
Hamlet
¿De qué modo?
Sepulturero 1º
Habiendo perdido el entendimiento.
Hamlet
Pero, ¿qué motivo dio lugar a eso? (203)
Sepulturero 1º
¿Qué lugar? Aquí en Dinamarca, donde soy enterrador, y lo he sido de chico y de grande, por espacio de treinta años.
Hamlet
¿Cuánto tiempo podrá estar enterrado un hombre sin corromperse?
Sepulturero 1º
De suerte que si él no corrompía ya en vida (como nos sucede todos los
días con muchos cuerpos galicados, que no hay por donde asirlos), podrá
durar cosa de ocho o nueve años. Un curtidor durará nueve años,
seguramente.
Hamlet
¿Pues qué tiene él más que otro cualquiera?
Sepulturero 1º
Lo que tiene es un pellejo tan curtido ya, por mor de su ejercicio, que
puede resistir mucho tiempo al agua; y el agua, señor mío, es la cosa
que más pronto destruye a cualquier hideputa de muerto. Ve aquí una
calavera que ha estado debajo de tierra veintitrés años.
Hamlet
¿De quién es?
Sepulturero 1º
Mayor hideputa, ¡loco! ¿De quién os parece que será?
Hamlet
¿Yo cómo he de saberlo?
Sepulturero 1º
¡Mala peste en él y en sus travesuras!... Una vez me echó un frasco de
vino del Rhin por los cabezones... Pues, señor, esta calavera es la
calavera de Yorick, el bufón del Rey (204).
Hamlet
¿Ésta?
Sepulturero 1º
La misma.
Hamlet
¡Ay! ¡Pobre Yorick! Yo le conocí, Horacio..., era un hombre sumamente
gracioso de la más fecunda imaginación. Me acuerdo que siendo yo niño me
llevó mil veces sobre sus hombros... y ahora su vista me llena de
horror; y oprimido el pecho palpita... Aquí estuvieron aquellos labios
donde yo di besos sin número. ¿Qué se hicieron tus burlas, tus brincos,
tus cantares y aquellos chistes repentinos que de ordinario animaban la
mesa con alegre estrépito? Ahora, falto ya enteramente de músculos, ni
aún puedes reírte de tu propia deformidad... Ve al tocador de alguna de
nuestras damas y dile, para excitar su risa, que porque se ponga una
pulgada de afeite en el rostro; al fin habrá de experimentar esta misma
transformación... (205) Dime una cosa, Horacio.
Horacio
¿Cuál es, señor?
Hamlet
¿Crees tú que Alejandro, metido debajo de tierra, tendría esa forma horrible?
Horacio
Cierto que sí.
Hamlet
Y exhalaría ese mismo hedor... ¡Uh!
Horacio
Sin diferencia alguna (206).
Hamlet
En qué abatimiento hemos de parar, ¡Horacio! Y ¿por qué no podría la
imaginación seguir las ilustres cenizas de Alejandro, hasta encontrarla
tapando la boca de algún barril?
Horacio
A fe que sería excesiva curiosidad ir a examinarlo.
Hamlet
No, no por cierto. No hay sino irle siguiendo hasta conducirle allí, con
probabilidad y sin violencia alguna. Como si dijéramos: Alejandro
murió, Alejandro fue sepultado, Alejandro se redujo a polvo, el polvo es
tierra, de la tierra hacemos barro... ¿y por qué con este barro en que
él está ya convertido, no habrán podido tapar un barril de cerveza? El
emperador César, muerto y hecho tierra, puede tapar un agujero para
estorbar que pase el aire... ¡Oh!... Y aquella tierra, que tuvo
atemorizado el orbe, servirá tal vez de reparar las hendiduras de un
tabique, contra las intemperies del invierno... Pero, callemos...
hagámonos a un lado, que... sí... Aquí viene el Rey, la Reina, los
Grandes... ¿A quién acompañan? ¡Qué ceremonial tan incompleto es éste!
Todo ello me anuncia que el difunto que conducen, dio fin a su vida con
desesperada mano... Sin duda era persona de calidad... Ocultémonos un
poco, y observa.
Escena III
CLAUDIO, GERTRUDIS, HAMLET, LAERTES, HORACIO, UN CURA, DOS SEPULTUREROS. Acompañamiento de Damas, Caballeros y Criados. (207)
Laertes
¿Qué otra ceremonia falta? (208)
Hamlet
Mira, aquel es Laertes, joven muy ilustre.
Laertes
¿Qué ceremonia falta?
El cura
Ya se han celebrado sus exequias con toda la decencia posible. Su muerte
da lugar a muchas dudas, y a no haberse interpuesto la suprema
autoridad que modifica las leyes, hubiera sido colocada en lugar
profano, allí estuviera hasta que sonase la trompeta final, y en vez de
oraciones piadosas, hubieran caído sobre su cadáver guijarros, piedras y
cascote. No obstante esto, se la han concedido las vestiduras y adornos
virginales, el clamor de las campanas y la sepultura.
Laertes
¿Con que no se debe hacer más?
El cura
No más. Profanaríamos los honores sagrados de los difuntos cantando un
réquiem para implorar el descanso de su alma, como se hace por aquellos
que parten de esta vida con más cristiana disposición.
Laertes
Dadla tierra, pues (209). Sus hermosos e intactos miembros acaso
producirán violetas suaves. Y a ti, clérigo zafio, te anuncio que mi
hermana será un ángel del Señor, mientras tú estarás bramando en los
abismos.
Hamlet
¡Qué! ¡La hermosa Ofelia!
Gertrudis
Dulces dones a mi dulce amiga (210). A Dios... Yo deseaba que hubieras
sido esposa de mi Hamlet, graciosa doncella, y esperé cubrir de flores
tu lecho nupcial..., pero no tu sepulcro.
Laertes
¡Oh! ¡Una y mil veces sea maldito, aquel cuya acción inhumana te privó a
ti del más sublime entendimiento!... No... esperad un instante, no
echéis la tierra todavía... No..., hasta que otra vez la estreche en mis
brazos... (211) Echadla ahora sobre la muerta y el vivo, hasta que de
este llano hagáis un monte que descuelle sobre el antiguo Pelión o sobre
la azul extremidad del Olimpo que toca los cielos.
Hamlet
¿Quién es el que da a sus penas idioma tan enfático? (212) ¿El que así
invoca en su aflicción a las estrellas errantes, haciéndolas detenerse
admiradas a oírle?... Yo soy Hamlet, Príncipe de Dinamarca.
Laertes
El demonio lleve tu alma.
Hamlet
No es justo lo que pides... Quita esos (213) dedos de mi cuello, porque
aunque no soy precipitado ni colérico; algún riesgo hay en ofenderme, y
si eres prudente, debes evitarle. Quita de ahí esa mano.
Claudio
Separadlos.
Gertrudis
¡Hamlet! ¡Hamlet!
Todos
¡Señores!
Horacio
Moderaos, señor.
Hamlet
No, por causa tan justa lidiaré con él, hasta que cierre mis párpados la muerte.
Gertrudis
Qué causa puede haber, hijo mío...
Hamlet
Yo he querido a Ofelia y cuatro mil hermanos juntos no podrán, con todo
su amor, exceder al mío... ¿Qué quieres hacer por ella? Di.
Claudio
Laertes, mira que está loco.
Gertrudis
Por Dios, Laertes, déjale.
Hamlet
Dime lo que intentas hacer (214). ¿Quieres llorar, combatir, negarte al
sustento, hacerte pedazos, beber todo el Esil (215), devorar un caimán?
Yo lo haré también... ¿Vienes aquí a lamentar su muerte, a insultarme
precipitándote en su sepulcro, a ser enterrado vivo con ella?... Pues
bien, eso quiero yo, y si hablas de montes, descarguen sobre nosotros
yugadas de tierra innumerables, hasta que estos campos tuesten su frente
en la tórrida zona, y el alto Ossa parezca en su comparación un terrón
pequeño... Si me hablas con soberbia, yo usaré un lenguaje tan altanero
como el tuyo.
Gertrudis
Todos son efectos de su frenesí, cuya violencia podrá agitarte por algún
tiempo; pero después, semejante a la mansa paloma cuando siente animada
las mellizas crías, le veréis sin movimiento y mudo.
Hamlet
Óyeme: ¿cuál es la razón de obrar así conmigo? Siempre te he querido
bien... Pero nada importa. Aunque el mismo Hércules, con todo su poder,
quiera estorbarlo, el gato maullará y el perro quedará vencedor (216).
Claudio
Horacio, ve, no le abandones... Laertes, nuestra plática de la noche
anterior fortificará tu paciencia, mientras dispongo lo que importa en
la ocasión presente... Amada Gertrudis, será bien que alguno se encargue
de la guarda de tu hijo. Esta sepultura se adornará con un monumento
durable. Espero que gozaremos brevemente horas más tranquilas; pero,
entretanto, conviene sufrir.
Escena IV
HAMLET, HORACIO
Salón del Palacio. (217)
Hamlet
Baste ya lo dicho sobre esta materia. Ahora quisiera informarte de lo
demás; pero, ¿te acuerdas bien de todas las circunstancias?
Horacio
¿No he de acordarme, señor?
Hamlet
Pues sabrás (218) amigo, que agitado continuamente mi corazón en una
especie de combate, no me permitía conciliar el sueño, y en tal
situación me juzgaba más infeliz que el delincuente cargado de
prisiones. Una temeridad... Bien que debo dar gracias a esta temeridad,
pues por ella existo. Sí, confesemos que tal vez nuestra indiscreción
suele sernos útil; al paso que los planes concertados con la mayor
sagacidad, se malogran, prueba certísima de que la mano de Dios conduce a
su fin todas nuestras acciones por más que el hombre las ordene sin
inteligencia.
Horacio
Así es la verdad.
Hamlet
Salgo, pues, de mi camarote, mal rebujado con un vestido de marinero, y a
tientas, favorecido de la oscuridad, llego hasta donde ellos estaban.
Logro mi deseo, me apodero de sus papeles, y me vuelvo a mi cuarto.
Allí, olvidando mis recelos toda consideración, tuve la osadía de abrir
sus despachos, y en ellos encuentro, amigo, una alevosía del Rey. Una
orden precisa, apoyada en varias razones, de ser importante a la
tranquilidad de Dinamarca, y aún a la de Inglaterra y ¡oh! mil temores y
anuncios de mal, si me dejan vivo... En fin, decía: que luego que fuese
leída, sin dilación, ni aun para afinar a la segur el filo, me cortasen
la cabeza.
Horacio
¡Es posible!
Hamlet
Mira la orden aquí (219), podrás leerla en mejor ocasión; pero ¿quieres saber lo que yo hice?
Horacio
Sí, yo os lo ruego.
Hamlet
Ya ves como rodeado así de traiciones, ya ellos habían empezado el
drama, aun antes de que yo hubiese comprendido el prólogo. No obstante,
siéntome al bufete, imagino una orden distinta, y la escribo
inmediatamente de buena letra... Yo creí algún tiempo (como todos los
grandes señores) que el escribir bien fuese un desdoro; y aun no dejé de
hacer muchos esfuerzos para olvidar esta habilidad; pero ahora conozco,
Horacio, cuán útil me ha sido tenerla. ¿Quieres saber lo que el escrito
contenía?
Horacio
Sí señor.
Hamlet
Una súplica del Rey dirigida con grandes instancias al de Inglaterra,
como a su obediente feudatario, diciéndole que su recíproca amistad
florecería como la palma robusta; que la paz, coronada de espigas,
mantendría la quietud de ambos imperios, uniéndolos en amor durable, con
otras expresiones no menos afectuosas. Pidiéndole, por último, que
vista que fuese aquella carta, sin otro examen, hiciese perecer con
pronta muerte a los dos mensajeros; no dándoles tiempo ni aun para
confesar su delito.
Horacio
¿Y cómo la pudisteis sellar?
Hamlet
Aún eso también parece que lo dispuso el Cielo, porque felizmente trata
conmigo el sello de mi padre, por el cual se hizo el que hoy usa el Rey.
Cierro el pliego en la forma que el anterior, póngole la misma
dirección, el mismo sello, le conduzco sin ser visto al mismo paraje y
nadie nota el cambio... Al día siguiente ocurrió el combate naval, lo
que después sucedió, ya lo sabes.
Horacio
De ese modo, Guillermo y Ricardo caminan derechos a la muerte.
Hamlet
Ya ves que ellos han solicitado este encargo, mi conciencia no me acusa
acerca de su castigo... Ellos mismos se han procurado su ruina... Es muy
peligroso al inferior meterse entre las puntas de las espadas, cuando
dos enemigos poderosos lidian.
Horacio
¡Oh! ¡Qué Rey éste!
Hamlet
¿Juzgas tú, que no estoy en obligación de proseguir lo que falta? Él,
que asesinó a mi padre y mi Rey, que ha deshonrado a mi madre, que se ha
introducido furtivamente entre el solio, y mis derechos justos, que ha
conspirado contra mi vida, valiéndose de medios tan aleves... ¿No será
justicia rectísima castigarle con esta mano? No será culpa en mí tolerar
que ese monstruo exista, para cometer como hasta aquí, maldades
atroces?
Horacio
Presto le avisarán de Inglaterra cual ha sido el éxito de su solicitud.
Hamlet
Sí, presto lo sabrá; pero entretanto el tiempo es mío y para quitar a un
hombre la vida, un instante basta... Sólo me disgusta, amigo Horacio,
el lance ocurrido con Laertes, en que olvidado de mí propio, no vi en mi
sentimiento la imagen y semejanza del suyo. Procuraré su amistad, sí...
Pero, ciertamente, aquel tono amenazador que daba a sus quejas irritó
en exceso mi cólera.
Horacio
Callad... ¿Quién viene aquí?
Escena V
HAMLET, HORACIO, ENRIQUE
Enrique
En hora (220) feliz haya regresado vuestra Alteza a Dinamarca.
Hamlet
Muchas gracias, caballero... ¿Conoces a este moscón?
Horacio
No señor.
Hamlet
Nada se te dé, que el conocerle es por cierto poco agradable. Este es
señor de muchas tierras y muy fértiles, y por más que él sea un bestia
que manda en otros tan bestias como él; ya se sabe, tiene su pesebre
fijo en la mesa del Rey... Es la corneja más charlera que en mi vida he
visto; pero como te he dicho ya, posee una gran porción de polvo.
Enrique
Amable Príncipe, si vuestra grandeza no tiene ocupación que se lo estorbe, yo le comunicaría una cosa de parte del Rey.
Hamlet
Estoy dispuesto a oírla con la mayor atención... Pero, emplead el
sombrero en el uso a que fue destinado. El sombrero se hizo para la
cabeza.
Enrique
Muchas gracias, señor... ¡Eh! El tiempo está caluroso.
Hamlet
No, al contrario, muy frío. El viento es norte.
Enrique
Cierto que hace bastante frío.
Hamlet
Antes yo creo... a lo menos para mi complexión, hace un calor que abrasa.
Enrique
¡Oh! En extremo... Sumamente fuerte, como... Yo no sé como diga... Pues,
señor, el Rey me manda que os informe de que ha hecho una grande
apuesta en vuestro favor. Este es el asunto.
Hamlet
Tened presente que el sombrero se...
Enrique
¡Oh! Señor... Lo hago por comodidad... Cierto... Pues ello es, que
Laertes acaba de llegar a la Corte... ¡Oh! Es un perfecto caballero, no
cabe duda. Excelentes cualidades, un trato muy dulce, muy bien quisto de
todos... Cierto, hablando sin pasión, es menester confesar que es la
nata y flor de la nobleza, porque en él se hallan cuantas prendas pueden
verse en un caballero.
Hamlet
La pintura que de él hacéis no desmerece nada en vuestra boca; aunque yo
creí que, al hacer el inventario de sus virtudes, se confundirían la
aritmética y la memoria y ambas serían insuficientes para suma tan
larga. Pero, sin exagerar su elogio, yo le tengo por un hombre de grande
espíritu, y de tan particular y extraordinaria naturaleza, que
(hablando con toda la exactitud posible) no se hallará su semejanza sino
en su mismo espejo; pues el que presuma buscarla en otra parte, sólo
encontrará bosquejos informes.
Enrique
Vuestra Alteza acaba de hacer justicia imparcial en cuanto ha dicho de él.
Hamlet
Sí, pero sépase a qué propósito nos enronquecemos ahora, entremetiendo en nuestra conversación las alabanzas de ese galán.
Enrique
¿Cómo decís, señor?
Horacio
¿No fuera mejor que le hablarais con más claridad? Yo creo, señor, que no os sería difícil.
Hamlet
Digo, que ¿a qué viene ahora hablar de ese caballero?
Enrique
¿De Laertes?
Horacio
¡Eh! Ya vació cuanto tenía, y se le acabó la provisión de frases brillantes.
Hamlet
Sí señor, de ese mismo.
Enrique
Yo creo que no estaréis ignorante de...
Hamlet
Quisiera que no me tuvierais por ignorante; bien que vuestra opinión no me añada un gran concepto... Y bien, ¿qué más?
Enrique
Decía que no podéis ignorar el mérito de Laertes.
Hamlet
Yo no me atreveré a confesarlo, por no igualarme con él; siendo
averiguado que para conocer bien a otro, es menester conocerse bien a sí
mismo.
Enrique
Yo lo decía por su destreza en el arma, puesto que según la voz general, no se le conoce compañero.
Hamlet
¿Y qué arma es la suya?
Enrique
Espada y daga.
Hamlet
Esas son dos armas... Vaya adelante.
Enrique
Pues señor, el Rey ha apostado contra él seis caballos bárbaros, y él ha
impuesto por su parte, (según he sabido) seis espadas francesas con sus
dagas y guarniciones correspondientes, como cinturón, colgantes, y así a
este tenor... Tres de estas cureñas particularmente son la cosa más
bien hecha que puede darse. ¡Cureñas como ellas!.. ¡Oh! Es obra de mucho
gusto y primor.
Hamlet
Y ¿a qué cosa llamáis cureñas?
Horacio
Ya recelaba yo y que sin el socorro de motas marginales no pudierais acabar el diálogo.
Enrique
Señor, por cureñas entiendo yo, así, los... Los cinturones.
Hamlet
La expresión sería mucho más propia, si pudiéramos llevar al lado un
cañón de artillería; pero en tanto que este uso no se introduce, los
llamaremos cinturones... En fin y vamos al asunto. Seis caballos
bárbaros, contra seis espadas francesas, con sus cinturones, y entre
ellos tres cureñas primorosas. ¿Con que esto es lo que apuesta el
francés contra el danés? ¿Y a qué fin se han impuesto (como vos decís)
todas esas cosas?
Enrique
El Rey ha apostado que si batalláis con Laertes, en doce jugadas no
pasarán de tres botonazos los que él os dé, y él dice, que en las mismas
doce, os dará nueve cuando menos, y desea que esto se juzgue
inmediatamente: si os dignáis de responder.
Hamlet
¿Y si respondo que no?
Enrique
Quiero decir, si admitís el partido que os propone.
Hamlet
Pues, señor, yo tengo que pasearme todavía en esta sala, porque si su
Majestad no lo ha por enojo, esta es la hora crítica en que yo
acostumbro respirar el ambiente. Tráiganse aquí los floretes, y si ese
caballero lo quiere así, y el Rey se mantiene en lo dicho, le haré ganar
la apuesta, si puedo; y si no puedo, lo que yo ganaré será vergüenza y
golpes.
Enrique
¿Con qué lo diré en esos términos?
Hamlet
Esta es la substancia; después lo podéis adornar con todas las flores de vuestro ingenio.
Enrique
Señor, recomiendo nuevamente mis respetos a vuestra grandeza.
Hamlet
Siempre vuestro, siempre.
Escena VI
HAMLET, HORACIO
Hamlet
Él hace muy bien de recomendarse a sí mismo, porque si no, dudo mucho que nadie lo hiciese por él.
Horacio
Este me parece un vencejo, que empezó a volar y chillar, con el cascarón pegado a las plumas.
Hamlet
Sí, y aun antes de mamar hacía ya cumplimientos a la teta. Este es uno
de los muchos que en nuestra corrompida edad son estimados, únicamente
porque saben acomodarse al gusto del día, con esa exterioridad halagüeña
y obsequiosa. Y con ella tal vez suelen sorprender el aprecio de los
hombres prudentes; pero se parecen demasiado a la espuma; que por más
que hierva y abulte, al dar un soplo, se reconoce lo que es: todas las
ampollas huecas se deshacen, y no queda nada en el vaso.
Escena VII
HAMLET, HORACIO, UN CABALLERO
Caballero
Señor, parece que su Majestad os envió un recado con el joven Enrique, y
éste ha vuelto diciendo que esperabais en esta sala. El Rey me envía a
saber si gustáis de batallar con Laertes inmediatamente, o si queréis
que se dilate.
Hamlet
Yo soy constante en mi resolución y la sujeto a la voluntad del Rey. Si
esta hora fuese cómoda para él, también lo es para mí, conque hágase al
instante o cuando guste; con tal que me halle en la buena disposición
que ahora.
Caballero
El Rey y la Reina bajan ya, con toda la Corte.
Hamlet
Muy bien.
Caballero
La Reina quisiera que antes de comenzar la batalla, hablarais a Laertes con dulzura y expresiones de amistad.
Hamlet
Es advertencia muy prudente.
Escena VIII
HAMLET, HORACIO
Horacio
Temo que habéis de perder, señor.
Hamlet
No, yo pienso que no. Desde que él partió para Francia, no he cesado de
ejercitarme, y creo que le llevaré ventaja... Pero... No podrás
imaginarte que angustia siento, aquí en el corazón. Y ¿sobre qué?.. No
hay motivo.
Horacio
Con todo eso, señor...
Hamlet
¡Ilusiones vanas! Especie de presentimientos, capaces sólo de turbar un alma femenil.
Horacio
Si sentís interiormente alguna repugnancia, no hay para que empeñaros.
Yo me adelantaré a encontrarlos, y les diré que estáis indispuesto.
Hamlet
No, no... Me burlo yo de tales presagios. Hasta en la muerte de un
pajarillo interviene una providencia irresistible. Si mi hora es
llegada, no hay que esperarla, si no ha de venir ya, señal que es ahora,
y si ahora no fuese, habrá de ser después: todo consiste en hallarse
prevenido para cuando venga. Si el hombre, al terminar su vida, ignora
siempre lo que podría ocurrir después, ¿qué importa que la pierda tarde o
presto? Sepa morir (221).
Escena IX
HAMLET, HORACIO, CLAUDIO, GERTRUDIS, LAERTES, ENRIQUE, Caballeros, Damas y acompañamiento.
Claudio
Ven, Hamlet, ven, y recibe esta mano que te presento (222).
Hamlet
Laertes, si estáis (223) ofendido de mí, os pido perdón. Perdonadme como
caballero. Cuantos se hallan presentes saben, y aun vos mismo lo
habréis oído, el desorden que mi razón padece. Cuanto haya hecho
insultando la ternura de vuestro corazón, vuestra nobleza, o vuestro
honor, cualquiera acción en fin, capaz de irritaros; declaro
solemnemente en este lugar que ha sido efecto de mi locura. ¿Puede
Hamlet haber ofendido a Laertes? No, Hamlet no ha sido, porque estaba
fuera de sí, y si en tal ocasión (en que él a sí propio se desconocía)
ofendió a Laertes, no fue Hamlet el agresor, porque Hamlet lo desaprueba
y lo desmiente. ¿Pues quién pudo ser? Su demencia sola... Siendo esto
así, el desdichado Hamlet es partidario del ofendido, al paso que en su
propia locura reconoce su mayor contrario. Permitid, pues, que delante
de esta asamblea me justifique de toda siniestra intención y espere de
vuestro ánimo generoso el olvido de mis desaciertos. Disparaba el arpón
sobre los muros de ese edificio, y por error herí a mi hermano.
Laertes
Mi corazón, cuyos impulsos naturales eran los primeros a pedirme en este
caso venganza, queda satisfecho. Mi honra no me permite pasar adelante
ni admitir reconciliación alguna; hasta que examinado el hecho por
ancianos y virtuosos árbitros, se declare que mi pundonor está sin
mancilla. Mientras llega este caso, admito con afecto recíproco el que
me anunciáis, y os prometo de no ofenderle.
Hamlet
Yo recibo con sincera gratitud ese ofrecimiento, y en cuanto a la
batalla que va a comenzarse, lidiaré con vos como si mi competidor fuese
mi hermano... Vamos. Dadnos floretes.
Laertes
Sí, vamos.. Uno a mí.
Hamlet
La victoria no os será difícil, vuestra habilidad lucirá sobre mi
ignorancia, como una estrella resplandeciente entre las tinieblas de la
noche.
Laertes
No os burléis, señor.
Hamlet
No, no me burlo.
Claudio
Dales floretes, joven Enrique. Hamlet, ya sabes cuales son las condiciones.
Hamlet
Sí, señor, y en verdad que habéis apostado por el más débil. (224)
Claudio
No temo perder. Yo os he visto ya esgrimir a entrambos y aunque él haya
adelantado después; por eso mismo, el premio es mayor a favor nuestro.
Laertes
Este es muy pesado. Dejadme ver otro. (225)
Hamlet
Este me parece bueno... ¿Son todos iguales?
Enrique
Sí señor.
Claudio
Cubrid esta mesa de copas, llenas de vino. Si Hamlet da la primera o
segunda estocada, o en la tercera suerte da un quite al contrario,
disparen toda la artillería de las almenas. El Rey beberá a la salud de
Hamlet echando en la copa una perla más preciosa que la que han usado en
su corona los cuatro últimos soberanos daneses. Traed las copas, y el
timbal diga a las trompetas, las trompetas al artillero distante, los
cañones al cielo, y el cielo a la tierra; ahora brinda el Rey de
Dinamarca a la salud de Hamlet... Comenzad, y vosotros que habéis de
juzgarlos, observad atentos.
Hamlet
Vamos (226).
Laertes
Vamos señor. (227)
Hamlet
Una.
Laertes
No.
Hamlet
Que juzguen.
Enrique
Una estocada, no hay duda.
Laertes
Bien; a otra.
Claudio
Esperad... Dadme de beber. (228) Hamlet, esta perla es para ti, y brindo con ella a tu salud. Dadle la copa.
Hamlet
Esperad un poco. (229) Quiero dar este bote primero. Vamos. Otra estocada. ¿Qué decís?
Laertes
Sí, me ha tocado, lo confieso.
Claudio
¡Oh! Nuestro hijo vencerá.
Gertrudis
Está grueso, y se fatiga demasiado. Ven aquí, Hamlet, toma este lienzo, y
límpiate el rostro. La Reina brinda a tu buena fortuna querido Hamlet.
(230)
Hamlet
Muchas gracias, señora.
Claudio
No, no bebáis.
Gertrudis
¡Oh! Señor, perdonadme. Yo he de beber.
Claudio
¡La copa envenenada!.. Pero... No hay remedio.
Hamlet
No, ahora no bebo, esperad un instante.
Gertrudis
Ven, hijo mío, te limpiaré el sudor del rostro.
Laertes
Ahora veréis si le acierto. (231)
Claudio
Yo pienso que no.
Laertes
No sé qué repugnancia siento al ir a ejecutarlo.
Hamlet
Vamos a la tercera, Laertes... Pero, bien se ve que lo tomáis a fiesta,
batallad, os ruego, con más ahínco. Mucho temo que os burláis de mí.
Laertes
¿Eso decís, señor? Vamos. (232)
Enrique
Nada, ni uno ni otro.
Laertes
Ahora... (233) Ésta...
Claudio
Parece que se acaloran demasiado. Separadlos.
Hamlet
No, no, vamos otra vez.
Enrique
Ved qué tiene la Reina ¡Cielos!
Horacio
¡Ambos heridos! ¿Qué es esto, señor?
Enrique
¿Cómo ha sido, Laertes?
Laertes
Esto es haber caído en el lazo que preparé, justamente muero víctima de mi propia traición.
Hamlet
¿Qué tiene la Reina?
Claudio
Se ha desmayado al veros heridos.
Gertrudis
No, no... ¡La bebida!... ¡Querido Hamlet! ¡La bebida! ¡Me han envenenado! (234)
Hamlet
¡Oh! ¡Qué alevosía!.. ¡Oh!.. Cerrad las puertas... Traición... Buscad por todas partes (235)...
Laertes
No, el traidor está aquí. (236) Hamlet, tú eres muerto... no hay
medicina que pueda salvarte, vivirás media hora, apenas... En tu mano
está el instrumento aleve, bañada con ponzoña su aguda punta. ¡Volviose
en mi daño, la trama indigna! Vesme aquí postrado para no levantarme
jamás. Tu madre ha bebido un tosigo... No puedo proseguir... El Rey, el
Rey es el delincuente. (237)
Hamlet
¡Está envenenada esta punta! Pues, veneno, produce tus efectos.
Todos
Traición, traición.
Claudio
Amigos, estoy herido... Defendedme.
Hamlet
¡Malvado incestuoso, asesino! Bebe esta ponzoña ¿Está la perla aquí? Sí, toma (238), acompaña a mi madre.
Laertes
¡Justo castigo!... Él mismo preparó la poción mortal... Olvidémonos de
todo, generoso Hamlet y... ¡Oh! ¡No caiga sobre ti la muerte de mi padre
y la mía, ni sobre mí la tuya!
Hamlet
El Cielo te perdone... Ya voy a seguirte. Yo muero, Horacio... Adiós,
Reina infeliz... (239) Vosotros que asistís pálidos y mudos con el temor
a este suceso terrible... Si yo tuviera tiempo. (240) La muerte es un
ministro inexorable que no dilata la ejecución... Yo pudiera deciros...
pero, no es posible. Horacio, yo muero. Tú, que vivirás, refiere la
verdad y los motivos de mi conducta, a quien los ignora.
Horacio
¿Vivir? No lo creáis. Yo tengo alma Romana, y aún ha quedado aquí parte del tósigo. (241)
Hamlet
Dame esa copa... presto... por Dios te lo pido. ¡Oh! ¡Querido Horacio!
Si esto permanece oculto, ¡qué manchada reputación dejaré después de mi
muerte! Si alguna vez me diste lugar en tu corazón, retarda un poco esa
felicidad que apeteces; alarga por algún tiempo la fatigosa vida en este
mundo llena de miserias, y divulga por él mi historia... ¿Qué estrépito
militar es éste? (242)
Escena X
HAMLET, HORACIO, ENRIQUE, UN CABALLERO y acompañamiento.
Caballero
El joven Fortimbrás que vuelve vencedor de Polonia, saluda con la salva marcial que oís a los Embajadores de Inglaterra.
Hamlet
Yo expiro, Horacio, la activa ponzoña sofoca ya mi aliento... No puedo
vivir para saber nuevas de Inglaterra; pero me atrevo (243) a anunciar
que Fortimbrás será elegido por aquella nación. Yo, moribundo, le doy mi
voto... Díselo tú, e infórmale de cuanto acaba de ocurrir... ¡Oh!...
Para mí solo queda ya... silencio eterno. (244)
Horacio
En fin, ¡se rompe ese gran corazón! Adiós, adiós, amado Príncipe. (245)
¡Los coros angélicos te acompañen al celeste descanso!... Pero, ¿cómo se
acerca hasta aquí el estruendo de tambores?
Escena XI
FORTIMBRÁS, DOS EMBAJADORES, HORACIO, ENRIQUE, SOLDADOS, acompañamiento.
Fortimbrás
¿En dónde está ese espectáculo (246)?
Horacio
¿Qué buscáis aquí? Si queréis ver desgracias espantosas, no paséis adelante.
Fortimbrás
¡Oh! Este destrozo pide sangrienta venganza... ¡Soberbia muerte! ¿Qué
festín dispones en tu morada infernal, que así has herido con un golpe
solo tantas ilustres víctimas?
Embajador 1º
¡Horroriza el verlo!... Tarde hemos llegado con los mensajes de
Inglaterra. Los oídos a quienes debíamos dirigirlos, son ya insensibles.
Sus órdenes fueron puntualmente ejecutadas: Ricardo y Guillermo
perdieron la vida... Pero, ¿quién nos dará las gracias de nuestra
obediencia?
Horacio
No las recibiríais de su boca, aunque viviese todavía, que él nunca dio
orden para tales muertes. Pero, puesto que vos viniendo victorioso de la
guerra contra Polonia y vosotros enviados de Inglaterra, os halláis
juntos en este lugar y os veo deseosos de averiguar este suceso trágico:
disponed que esos cadáveres se expongan sobre una tumba elevada a la
vista pública, y entonces haré saber al mundo que lo ignora el motivo de
estas desgracias. Me oiréis hablar (pues todo os lo sabré referir
fielmente) de acciones crueles, bárbaras, atroces sentencias que dictó
el acaso estragos imprevistos, muertes ejecutadas con violencia y aleve
astucia y al fin, proyectos malogrados, que han hecho perecer a sus
autores mismos.
Fortimbrás
Deseo con impaciencia oíros, y convendrá que se reúna con este objeto la
nobleza de la nación. No puedo mirar sin horror los dones que me ofrece
la fortuna; pero tengo derechos muy antiguos a esta corona, y en tal
ocasión es justo reclamarlos.
Horacio
También puedo hablar en ese propósito, declarando el voto que pronunció
aquella boca, que ya no formará sonido alguno... Pero, ahora que los
ánimos están en peligroso movimiento, no se dilate la ejecución un
instante solo: para evitar los males que pudieran causar la malignidad o
el error.
Fortimbrás
Cuatro de mis capitanes lleven al túmulo el cuerpo de Hamlet con las
insignias correspondientes a un guerrero. ¡Ah! Si él hubiese ocupado el
trono, sin duda hubiera sido un excelente Monarca... Resuene la música
militar por donde pase la pompa fúnebre, y hagánsele todos los honores
de la guerra... Quitad, quitad de ahí esos cadáveres. Espectáculo tan
sangriento, más es propio de un campo de batalla que de este sitio... Y
vosotros, haced que salude con descargas todo el ejército.