Armando Palacio Valdés (Entralgo, Laviana, Asturias, 4 de octubre de 1853-Madrid, 29 de enero de 1938) fue un escritor y crítico literario español, perteneciente al realismo del siglo XIX.
Hijo de Silverio Palacio y Eduarda Valdés. Su padre era un abogado ovetense y su madre pertenecía a una familia acomodada. Se educó en Avilés hasta 1865, en que se trasladó a Oviedo a vivir con su abuelo para estudiar el bachillerato, lo que entonces se hacía en el mismo edificio de la Universidad. Por entonces leyó en su biblioteca la Iliada, que le impresionó fuertemente y abrió su interés por la literatura y la mitología; tras ello se inclinó por otras de Historia. Por entonces formó parte de un grupo de jóvenes intelectuales mayores que él de los cuales se consagraron a la literatura Leopoldo Alas y Tomás Tuero, con los que entabló una especial amistad.
Tras lograr su título de bachiller en Artes en 1870, decidió seguir la carrera de Leyes en Madrid, que concluyó en 1874. Perteneció a la tertulia del Bilis club junto con otros escritores asturianos. Dirigió la Revista Europea, donde publicó artículos que luego reunió en Semblanzas literarias. También hay buenos retratos literarios en Los oradores del Ateneo y en El nuevo viaje al Parnaso donde desfilan conferenciantes, ateneístas, novelistas y poetas de la época. Escribió también como crítico, en colaboración con Leopoldo Alas, La literatura en 1881. Se casó dos veces: su primera esposa, Luisa Maximina Prendes, falleció en 1885 después de sólo un año y medio de matrimonio. Se casó en 1899 en segundas nupcias con Manuela Vega y Gil, que le sobrevivió. Al morir José María de Pereda en 1906, ocupó el sillón vacante en la Real Academia Española.
Marta y María por Favila en Avilés.
Se dio a conocer como novelista con El señorito Octavio (1881), pero ganó la celebridad con Marta y María (1883), ambientada en la ciudad ficticia de Nieva, que en realidad representa a Avilés. En esta época de su evolución literaria suele ambientar sus novelas en Asturias. Así ocurre también con El idilio de un enfermo (1884), que es quizás su obra más perfecta por la concisión, ironía, sencillez de argumento y sobriedad en el retrato de los personajes, algo que Palacio Valdés nunca logró repetir; también de ambiente asturiano son José (1885) y El cuarto poder (1888), donde de la misma manera que en La Regenta de Leopoldo Alas se realiza una sátira de la burguesía provinciana, se denuncia la estupidez de los duelos y la fatuidad de los seductores.
Su novela Riverita (1886), cuya segunda parte es Maximina (1887), transcurre en Madrid y revela cierto pesimismo y elementos autobiográficos. Por otra parte, la obra más famosa de Armando Palacio Valdés, La hermana San Sulpicio (1889), transcurre en tierras andaluzas, cuyas costumbres muestra mientras narra los amores entre una monja que logra salir del convento y un médico gallego que al fin se casa con la religiosa vuelta al siglo. La espuma (1891) es una novela que intenta describir la alta sociedad madrileña. La fe (1892), como su propio título indica, trata el tema religioso, y en El maestrante (1893) se acerca a uno de los grandes temas de la novela del Realismo, el adulterio, de nuevo en ambiente asturiano. Andalucía surge de nuevo en Los majos de Cádiz (1896) y las costumbres valencianas en La alegría del capitán Ribot (1899).
Entre todas sus obras, Palacio Valdés prefería Tristán o el pesimismo (1906), cuyo protagonista encarna el tipo humano que fracasa por el negativo concepto que tiene de la Humanidad. La aldea perdida (1903) es como una égloga novelada acerca de la industria minera y quiere ser una demostración de que el progreso industrial causa grandes daños morales. El narrador se distancia demasiado de su tema añorando con una retórica huera y declamatoria una Arcadia perdida y retratando rústicos como héroes homéricos y otorgando nombres de dioses clásicos a aldeanos. Es una manera sumamente superficial de tratar la industrialización de Asturias; a Palacio Valdés se le daba mejor la descripción de la ciudad que de la vida rural.
Los papeles del doctor Angélico (1911) es una recopilación de cuentos, pensamientos filosóficos y relatos inconexos, aunque muy interesantes. En Años de juventud del doctor Angélico (1918) cuenta la dispersa historia de un médico (casas de huéspedes, amores con la mujer de un general etc.). Es autobiográfica La novela de un novelista (1921), pero además se trata de una de sus obras maestras, con episodios donde hace gala de una gran ironía y un formidable sentido del humor. Otras novelas suyas son La hija de Natalia (1924), Santa Rogelia (1926), Los cármenes de Granada (1927), y Sinfonía pastoral (1931).
Hizo dos colecciones más de cuentos en El pájaro en la nieve y otros cuentos (1925) y Cuentos escogidos (1923). Recogió algunos artículos de prensa breves en Aguas fuertes (1884). Sobre la política femenina escribió el ensayo histórico El gobierno de las mujeres (1931) y sobre la Primera Guerra Mundial en La guerra injusta, donde se declara aliadófilo y se muestra muy cercano a la generación del 98 en su ataque contra el atraso y la injusticia social de la España de principios del siglo XX.
En 1929 publicó su Testamento literario, en el que expone numerosos puntos de vista sobre filosofía, estética, sociedad etc., con recuerdos y anécdotas de la vida literaria en la época que conoció. Durante la Guerra Civil lo encontramos en Madrid pasando frío, hambre, enfermo. Los hermanos Álvarez Quintero lo atendían con los escasos víveres que podían reunir. Palacio Valdés, el amable, el otrora célebre y celebrado, vanidosillo y fecundo escritor, moría en el olvido, sin ayuda, el año 1938.
Póstumo es el Álbum de un viejo (1940), que es la segunda parte de La novela de un novelista y que lleva un prólogo del autor a una colección de cincuenta artículos. Sus Obras completas fueron editadas por Aguilar en Madrid en 1935; su epistolario con Clarín en 1941.
Armando Palacio Valdés es un gran creador de tipos femeninos y es diestro en la pintura costumbrista; sabe también bosquejar personajes secundarios. Al contrario que otros autores concede al humor un papel importante en su obra. Su obra ha sido muy traducida, especialmente al inglés, e igualmente apreciada fuera de España; es seguramente junto a Vicente Blasco Ibáñez el autor español del siglo XIX más leído en el extranjero. Su estilo es claro y pulcro sin incluir neologismos ni arcaísmos.