Manuel Fernández y González

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Manuel Fernández y González

Manuel Fernández y González (Sevilla, 6 de diciembre de 1821 - Madrid, 6 de enero de 1888) fue un novelista español, hermano mayor del filólogo y filósofo Francisco Fernández y González (1833-1917) y del jurista y también novelista Modesto Fernández y González (1838-1897).

Nació en una familia de militares. Aficionado a la lectura, publicó un precoz libro de Poesías a los catorce años (1835) y fue miembro de la tertulia granadina de «La Cuerda» mientras estudiaba Filosofía y Letras y Derecho en la Universidad de Granada. Sugestionado por la lectura del novelista romántico escocés Walter Scott, escribió su primera narración corta, El Doncel de Don Pedro de Castilla (1838) como folletín del periódico local La Alhambra, y el drama histórico El bastardo y el rey, que fue estrenado también en la capital del Darro; su éxito le marcó ya la senda que había de seguir: la literatura, y, ya licenciado, marchó a Madrid; allí su carácter altanero le valió no pocas críticas, de las cuales se vengó en el periódico satírico El Diablo con Antiparras. Retornó a Granada, donde siguió su carrera de escritor llevando una vida bohemia que no interrumpió cuando sus narraciones alcanzaron un éxito muy superior a sus intrínsecas cualidades literarias; vuelto de nuevo a Madrid, inició en 1849 una fructífera colaboración con el famoso editor Gaspar y Roig obteniendo grandes éxitos, en especial con Men Rodríguez de Sanabria (1853), que lo instaló definitivamente en la gloria literaria. Llegó a constituirse en el autor más representativo de la novela por entregas o folletín, con frecuencia novela histórica degenerada en novela de aventuras poco respetuosas con el detalle ambiental. Eso le llenó de una característica vanidad y soberbia que fue criticada por sus envidiosos contemporáneos, que contaron sobre ello innumerables anécdotas. Pero lo cierto es que la crítica lo atacó con algún fundamento, no ya Leopoldo Alas "Clarín", sino por ejemplo Luis Carreras.1​ Ejerció además como crítico teatral y publicó folletines para La Discusión, en cuya tertulia también participaba, El Museo Universal y El Mundo Pintoresco. Y también dio sus obras a la editorial de los hermanos Manini, de los que recibió la fabulosa suma de un millón de reales y a los que entregó, entre otras obras, Doña Sancha de Navarra (1854) y Enrique IV, el Impotente (1854). Uno de sus éxitos en estos años fue un folletín de La Discusión: Luisa o el ángel de redención (1857), que alcanzó varias reediciones en tapa dura. En sus últimos años dictaba sus novelas a varios secretarios, que las tomaban taquigráficamente. Algunos de los últimos fueron Tomás Luceño y Vicente Blasco Ibáñez. Este último sería después el autor español más famoso fuera de las fronteras del país. Pero se enamoró locamente de una estanquera y se fugó a París con ella, dejando varias obras sin concluir. Allí subsistió publicando también folletines en diarios locales y ejerciendo de traductor. Entonces estalló la Revolución de 1868 y se exilió Isabel II, amiga suya, a la que recibió el escritor.

Vuelto a Madrid, le resultó más difícil que antaño volver a recobrar su fama de narrador, pues estaban más de moda los folletines de más inspiración social y sentimental que histórica. Siguió escribiendo novelas (El alcalde Ronquillo, 1868; María. Memorias de una huérfana, 1868; La sangre del pueblo, 1869...) y frecuentó la tertulia del Ateneo de Madrid. Fundó en comandita con los folletinistas Ramón Ortega y Frías y Torcuato Tárrago y Mateos el Periódico para Todos, en el que también colaboró Enrique Pérez Escrich, donde todos estos autores, los más diestros del género, publicaban novelas por entregas; allí apareció su El rey del puñal (1884-1885), pero ni su fama ni su talento creador eran ya los de antes; fue perdiendo la vista y murió en la mayor pobreza, habiendo dilapidado las auténticas fortunas que ganó con su trabajo literario. Su entierro, que tuvo lugar el 8 de enero de 1888, revistió gran solemnidad: «El entierro del señor Fernández y González ha revestido la importancia de una verdadera solemnidad, presidiendo el duelo el ministro de Fomento, señor Navarro Rodrigo, el padre Sánchez y el señor Núñez de Arce; todas las Academias estaban representadas, como asimismo todos los teatros, siendo numerosísima la asistencia de autores, escritores y periodistas» (telegrama de la prensa asociada, Madrid 8 enero de 1888, a las 4:45 de la tarde).



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Se incorporó a textos.info el 29 de abril de 2016 por Edu Robsy.
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